Bienvenido a Opuslibros
Inicio - Buscar - Envíos - Temas - Enlaces - Tu cuenta - Libros silenciados - Documentos Internos

     Opuslibros
¡Gracias a Dios, nos fuimos
Ir a la web 'clásica'

· FAQ
· Quienes somos
· La trampa de la vocación
· Contacta con nosotros si...
· Si quieres ayudar económicamente...
· Política de cookies

     Ayuda a Opuslibros

Si quieres colaborar económicamente para el mantenimiento de Opuslibros, puedes hacerlo

desde aquí


     Cookies
Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información aquí

     Principal
· Home
· Archivo por fecha
· Buscar
· Enlaces Web
· Envíos (para publicar)
· Login/Logout
· Ver por Temas

     Login
Nickname

Password

Registrate aquí. De forma anónima puedes leerlo todo. Para enviar escritos o correos para publicar, debes registrarte con un apodo, con tus iniciales o con tu nombre.

     Webs amigas

Opus-Info

NOPUS DEI (USA)

ODAN (USA)

Blog de Ana Azanza

Blog de Maripaz

OpusLibre-Français

OpusFrei-Deutsch


 Correos: Datos para la dirección espiritual de la mujer (VI).- Ruta

900. Sin clasificar
ruta :

Datos para la dirección espiritual de la mujer (VI)

 

Por César Vaca, O. S. A.

Vicepresidente de la Comisión asesora Nacional de Pastoral

La primera cualidad que acude a nuestra consideración, en la línea de la dependencia emotiva que la mujer tiene respecto a los otros, es el deseo de agradar, tan universalmente admitido por otra parte, como condición esencial femenina. Todos los comerciantes de productos de belleza saben que lo que gusta a las mujeres es hacerse más atractivas, y admiradas. «Del deseo de agradar, con una pequeña exageración, se pasa, por graduaciones insensibles, al deseo de alargar lo más posible el círculo de personas a quien se agrada, y eso es la mundanidad; al deseo de excitar el atractivo y la admiración con palabras y gestos calculados o intencionales: eso es la coquetería; al deseo de localizar esa atracción en una persona determinada, con o sin artificios, pero sin intención de amar o de hacerse amar: eso es el flirt»...



Se dirá que el deseo de agradar es universal para el ser humano y que también los hombres lo poseen. Cierto, pero con marcada diferencia. El hombre se agrada a sí mismo antes y, en muchas ocasiones, lo único que busca es la aprobación ajena del juicio que previamente había hecho de sus cualidades o valores. Para la mujer, no comienza el placer de su éxito, no está, diríamos, segura de él, mientras no lo contemple en la aprobación ajena. Por otra parte, existe una proporción distinta en el hombre y en la mujer, en lo que a las cualidades que mantienen su ansia de agradar se refiere. La mujer, ante todo, quiere agradar con su cuerpo, con su belleza física. El hombre, con su talento, su habilidad o su ingenio. No desprecia la mujer estas cualidades, como tampoco el varón su físico, pero el predominio de unas u otras es típicamente distinto.

Se explica muy bien la observación apuntada por la autora que comento: «Es un hecho que los países, las razas y las clases en que la mujer coquetea y flirtea más, son aquéllos en que el hombre es más refractario al matrimonio y más inclinado al divorcio, lo cual es muy peligroso para el sexo femenino en general, incluso cuando esas cosas no caen directamente sobre la mujer que coquetea o flirtea. Esta es la razón sin duda del furor sentido por las mujeres contra las coquetas, incluso cuando ellas mismas lo son, y del enojo que sienten al presenciar un flirt, aunque ellas mismas flirteen desesperadamente».

Del deseo de agradar brota el ansia, también típicamente femenina, de ser la primera y en ciertos casos la única. Lo confesaba con ingenuidad y exactitud la extraordinaria adolescente que fue Ana Frank: «Una persona, dice en su Diario, puede hallarse sola aun cuando sea amada por muchos, cuando no hay uno para quien es "la más amada". Un poco más allá está el ansia de ser indispensable, de la cual brotan tanto los sublimes sacrificios que la madre se impone por los hijos, como el agobio que ciertas mujeres imponen a aquéllos a quienes quieren cuidar o proteger. No admiten que otra pueda hacer lo mismo que ellas, que puedan ser sustituidas, que alguien no las necesite. Un servicio que ellas ofrezcan y no se vea admitido no es, como para muchos hombres, una liberación agradable, sino una experiencia de poco valer, triste y deprimente.

Es lógico que la consecuencia de semejante inclinación sea que la mujer valore mucho más el aprecio que se hace de su persona que el que pueda tributarse a su obra, al contrario de lo que acontece en el varón. El hombre quiere ser admirado por su trabajo, la mujer por su personalidad. La mujer no se satisface con los aplausos obtenidos por sus obras, incluso cuando tienen gran valor y son alabadas por muchos, mientras a ello no vaya unida la admiración tributada a ella misma. Las cruces, los emblemas y premios, que tan dichosos hacen a tantos hombres, tienen para la mujer mucho menos contenido placentero que los piropos o frases amables tributados como homenaje a su belleza, elegancia o atractivo.

Si recordamos el predominio que tiene la afectividad en lo femenino y lo completamos con la tendencia alterocentrista, se comprenderá fácilmente que las actitudes negativas de la mujer, en relación con los otros, no se manifiesten como indiferencia, sino cargadas de emoción en formas de hostilidad.

Una mujer no acepta con serenidad la derrota o el puesto secundario. Cuando la vida le impone semejante situación, se siente triste y amargada, aunque adopte una actitud fría y despreocupada. En la dirección espiritual es imprescindible convertir en problema consciente, buscando una postura resuelta y definida, la situación de derrota o inferioridad. Es uno de los trabajos previos, porque no se logrará sin resolverlo el equilibrio necesario para trazar luego un programa de perfección. El envejecimiento, la falta de belleza física, de atractivo y de éxito en la vida, el papel gris y secundario, forzado por un ambiente familiar en que hay otras figuras relevantes, todo esto y otras situaciones semejantes obligan a una respuesta afectiva, a modelar la personalidad interior en relación con ellas. Es preciso averiguar cuál ha sido la respuesta y que la propia interesada la examine para ver si es correcta. Una pregunta directa y prematura sobre puntos tan dolorosos suele arrancar como respuesta un «me tiene sin cuidado; no me preocupa, y vivo tranquila sin acordarme de ello»,  Desconfiemos. A ninguna mujer le tiene sin cuidado o le resulta indiferente ser o no preferida, admirada y elegida. Es posible que haya superado bien la dificultad, pero aparecerá entonces la huella de la lucha y de la superación. Si la batalla no se ha dado, estemos seguros de que continúa manando tristeza, que existe la sombra del sentimiento de fracaso proyectando su negrura sobre la vida interior.

Por eso, también, la actitud primordial de la mujer frente a los otros que no la estiman, suele ser muy poco «deportiva». Lo femenino desestimado propende a engendrar envidia, celos, odio, murmuración. Es bien conocida la tendencia de las mujeres a morder venenosamente la reputación ajena, disminuyendo los triunfos, oscureciendo la fama, espigando defectos que palien o desvirtúen las virtudes y los éxitos de los demás, incluso de quienes ellas tratan y consideran amigas. La continuidad de una relación y trato cotidianos, en círculos de amistades, simultaneada con una guerra sin cuartel hecha de pequeños alfilerazos, de gestos y miradas cargadas de menosprecio, como es frecuente entre mujeres, resulta insoportable a la mayor parte de los hombres que optan por alejarse de quienes les son molestos o antipáticos. Los detalles engendran en la mujer oleadas de sentimientos, casi siempre inexplicables para los hombres, que no comprenden el tragedia de la primera cana o de la primera arruga, las menudencias con que se alimenta la envidia y las rencillas entre suegras y nueras, el rencor por la sirvienta o la secretaria, cuyos únicos delitos son ser más jóvenes que las señoras. Cada uno de estos cuadros y actitudes, como si fueran arquetipos, se repiten en todos los tiempos, civilizaciones y culturas, demostrando lo entrañados que están en el ser femenino, que no puede dejar de sentirlos ni esconder una respuesta y una actitud frente a ellos. No pretendo decir que semejantes sentimientos no existen también en el varón, pero juegan de otro modo, no responden a las mismas situaciones, se expresan en forma distinta, en una palabra, es diferente su actitud en la vida. Por eso los cuadros y soluciones propuestos para la sensibilidad masculina son inadecuados para la mujer, que exige una comprensión y unas medidas hechas para ella. Cuando se las quiere educar, aplicándolas la programática masculina, a veces, en lugar de mejorarlas, se las deforma.

«Histerismos, chinchorrerías, pequeñeces de mujeres», es lenguaje demasiado frecuente, que no resuelve nada, sino que acrecienta en ellas el sentimiento de ser incomprendidas y de no ser tenidas en consideración. Porque, en realidad, y sobre todo tratándose de vida espiritual, ¿qué es más importante, el objeto provocador de los sentimientos o los sentimientos mismos? Un acto de virtud o de pecado no se mide sólo por la materia, sino por el esfuerzo interior. Obedecer y amar lo pequeño, ¿no cuesta a veces más que hacerlo en lo grande? Una mujer no necesita hacer grandes estadísticas y averiguar que se mueren de frío miles de niños, le basta ver a uno llorar o padecer necesidad para conmoverse y organizar una campaña a fin de remediarle. Si no fueran los pequeños detalles los que despiertan el dinamismo y la acción remediadora de las mujeres, el mundo estaría ahogado en sufrimientos. Para la mujer el paso de la actitud hostil a la de ayuda generosa, hacia la misma persona, es fácil; basta que la criticada antes se encuentre en desgracia y sea vista en necesidad. Se olvida el rencor anterior y despierta en seguida la disposición protectora. Para explicarlo no es necesario apelar a un sentimiento de desquite; se comprende mejor achacándolo al cambio de posición: antes se sentía inferior y después superior: El cambio es más difícil para el varón, porque sus sentimientos son más fijos y constantes, una vez hayan tomado posesión de su alma. Podría decirse, con riesgo de generalizar, que la mujer tiene más cantidad de malos sentimientos y se deja dominar por ellos con mayor facilidad, pero arraigan menos en su corazón. Típicamente femenina es también la capacidad de padecer cualquier clase de sentimientos, tanto positivos como negativos, por lo que acontece a aquellos otros que, por el amor, son incorporados a la vida de cada mujer; vive en ellos y por ellos, con la misma fuerza que vive lo que directamente la atañe. Una madre goza con los éxitos y sufre con los fracasos de sus hijos como si se tratase de ella misma; lo mismo ocurre con el marido, con los hermanos, con las amigas, con cuantos se siente compenetrada. Su alteroeentrismo la hace vivir en otras vidas los mismos vaivenes afectivos que en la propia; mejor diríamos que vive su propia vida en todos aquellos que ama. 

<<Anterior – Siguiente>>




Publicado el Monday, 09 March 2009



 
     Enlaces Relacionados
· Más Acerca de 900. Sin clasificar


Noticia más leída sobre 900. Sin clasificar:
ENRIQUE ROJAS: PUCHERAZO.- Isabel Caballero


     Opciones

 Versión imprimible  Versión imprimible

 Respuestas y referencias a este artículo






Web site powered by PHP-Nuke

All logos and trademarks in this site are property of their respective owner. The comments are property of their posters, all the rest by me

Web site engine code is Copyright © 2003 by PHP-Nuke. All Rights Reserved. PHP-Nuke is Free Software released under the GNU/GPL license.
Página Generada en: 0.145 Segundos