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 Correos: Datos para la dirección espiritual de la mujer (II).- Ruta

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ruta :

Datos para la dirección espiritual de la mujer (II)

Por césar vaca, O. S. A.

Vicepresidente de la Comisión asesora

Nacional de Pastoral

 

 

Se da por cierto que la mujer es más emotiva. Es evidente que, al decir más, incluimos una comparación con otro ser semejante al de la mujer, ser que no puede ser otro que el varón. La comparación supone asimismo establecer el tipo varonil como norma, en relación con el cual se mide y define el femenino. Con razón este modo de pensar levanta las protestas de muchas mujeres, por entender con ello que a priori se las coloca en plano secundario, subordinado y de­pendiente; ellas son ya, desde el principio, «el Otro», el «Segundo Sexo». Despojemos, pues, a la comparación de todo sentido de infe­rioridad o incluso de secundariedad, dando a la afirmación el mismo tono que tendría decir que el varón es menos emotivo que la mujer. Diremos, entonces, que, en la estructura de la personalidad feme­nina, entre los distintos elementos primordiales que la integran, existe un predominio de la emotividad, y, por consiguiente, que sus reac­ciones emotivas serán más frecuentes e intensas ejerciendo mayor influjo en su vida...



Para explanar un poco la anterior afirmación, hemos de detenernos en examinar dos cosas: la primera lo que es la misma emotividad; la segunda, su relación con los otros elementos fundamentales de la personalidad, de manera especial con el factor cognitivo, ya que del equilibrio entre los dos sistemas, surge precisamente el sentido pri­mordial de la personalidad humana. Conocimiento y sentimiento son dos actitudes del hombre ante el mundo. Por la primera, entra el mundo en nosotros, por la segunda, respondemos a su presencia.

 

«Se ha convenido casi universalmente desde hace un siglo, dice Pradines en su gran Traite de Psychologie Genérale, en admitir que la vida mental se manifiesta bajo tres aspectos fundamentales, en los cuales se ha buscado mucho tiempo las tres funciones o fuerzas primarias del alma: la sensibilidad afectiva, la inteligencia y la vo­luntad o actividad intencional». La voluntad sigue al ejercicio de las otras dos facultades, buscando lo conocido o lo que la sensibilidad afectiva apetece. En cualquier actividad humana se hallan presentes las tres fuerzas, caracterizándose las que apellidamos de conocimien­tos, sentimientos o impulsos sólo por el predominio de una de ellas, no porque las otras estén ausentes. No existen actos exclusivamente cognoscitivos, afectivos o voluntarios; en cada uno de ellos, siquiera sea en forma leve, están presentes los otros elementos. En toda afec­tividad hay un conocimiento, lo mismo que en todo conocimiento vibra una cierta carga de afecto. No quiero entrar en el tema del «saber del corazón», de si la intuición —fenómeno fundamentalmente afectivo— constituye un «saber», aunque a veces no pueda expresarse en fórmulas lógicas intelectualizadas: son las «razones del corazón incomprendidas por la inteligencia» de Pascal.

 

¿Se puede decir que alguna de esas facultades sea más importante que las otras? No, cuando se admite la esencialidad de cada una en la estructura de la mente humana. De la afectividad, dice el mismo Pradines, que «es el motor más poderoso de la actividad consciente, de la cual no puede indudablemente aumentar las luces, pero sirve para potenciar todos los resortes». La inteligencia, dirigida por el amor, es más luminosa y aguda, la voluntad quiere con más fuerza y constancia. Habremos de admitir, por tanto, que una personalidad, en la que predomine lo afectivo, tendrá especiales características, que la harán diferente de otra, en la que predomine lo intelectual. La personalidad femenina es el primer caso y la varonil el segundo.

 

¿Cuáles son las características de la afectividad? No voy a dete­ner al lector en detalles que fácilmente encontrará en cualquier tra­tado de sicología. Me interesa tan sólo destacar aquellas notas que o bien se reflejan con mayor frecuencia en el carácter femenino, o explican ciertas formas de su conducta. Dice Burloud: «Un fenómeno de sensibilidad es un estado de consciencia espontánea sin mediación entre el sujeto y el objeto... Indivisión del yo y del no-yo y recepti­vidad mental, he aquí las dos principales características de la consciencia sensible o inmediata». Esta primera característica explica ya muchas cosas. La primera, que el conocimiento intuitivo pertenezca mucho más a la mujer que al varón. Porque si, efectivamente, la afec­tividad produce una fusión del sujeto y del objeto, los objetos serán conocidos inmediatamente, sin la perspectiva que requiere el conoci­miento intelectual. La inteligencia «ve» los objetos, y ver requiere separación entre el ojo y la cosa vista; el afecto «siente» las cosas, pero el sentimiento de ellos es también noticia, tan valiosa por lo menos como la proporcionada por la visión intelectual. Es eminente­mente femenino dejarse conducir por «impresiones», que a los hom­bres parecen siempre caprichosas, pero que, hartas veces, han de reconocerse más tarde como acertadas. La intuición afectiva está sometida a errores, pero, ¿acaso no lo está la inteligencia?

 

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Publicado el Monday, 02 March 2009



 
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