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 Correos: Discernimiento de las vocaciones (IV).- Ruta

050. Proselitismo, vocación
ruta :

Discernimiento de las vocaciones de adultos

 

Por jacques delarue, Rector del Seminario de Vocaciones de adultos. París.

 

 

Las aptitudes.

 

Libertad de espíritu.

La vocación es un misterio de libertad, y resulta del encuentro de dos libertades: En el origen está la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y que es dueño exclusivo de sus dones y de sus elecciones, y todo nuestro papel consiste en tratar de coincidir con su designio sobre cada cual; tenemos gracia para ello y tenemos el deber de adquirir la competencia necesaria. A esta libre elección de Dios debe responder la libre entrega del llamado que se da a Dios por un amor de predilección, como ha sido invitado a ello; y nosotros debemos formar e iluminar esta libertad del hombre.

Cuando, de una manera u otra, una persona ve su vocación como una especie de sentido único en el cual se ve orientado, sin que haya para él posibilidad alguna de pensar, con paz, en otra cosa diferente, no hay razón para dudar definitivamente de su vocación, pero im­porta mucho ayudarle a situarla en la perspectiva, mucho más am­plia, de las diferentes posibilidades de orientación que se abren ante él. Al contrario de lo que suele creerse, el hecho de que un joven crea que no puede ser en la vida otra cosa que sacerdote, no es ne­cesariamente un elemento que garantice su vocación. Debe saber a qué renuncia, y ser capaz de hacerlo con pleno conocimiento de causa, con alegría; lo repito: Dios no quiere que nos entreguemos a El por sorpresa. Una cierta orientación "culpabilizante" de las predica­ciones sobre las vocaciones es lamentable a este respecto; pienso en aquel joven de 18 años, muy bien dotado, que acababa su bachillerato superior; vino a vernos; no tenía deseos de ser sacerdote, al con­trario, parecía experimentar una cierta repugnancia ante esta idea, pero temía hacerse culpable de una falta, sustraerse a un imperioso deber si no entraba en el seminario; esta presión interior que pesaba sobre él como una chapa de plomo, le quitaba la necesaria libertad. Le hicimos hacer unos ejercicios, en el curso de los cuales le instruimos sobre las justas perspectivas del sacerdocio, que él conocía mal; le dijimos incluso que nos parecía que tenía las aptitudes nece­sarias para pensar en tal orientación, pero que no podíamos pensar en admitirle hasta el día, en que, personalmente, lo desease con un deseo propio, verdaderamente libre. Estos ejercicios fueron para él una liberación necesaria; decidió por el momento continuar sus estudios, y yo creo que, si un día vuelve a vernos, su paso tendrá otro sentido muy distinto...



 

Vemos también venir a nosotros, jóvenes cuya vocación se remonta a la infancia, pero a quienes diversas circunstancias han impedido realizarla. Ciertamente no dudamos de esta idea primera; nuestra experiencia está ahí para demostrarnos la autenticidad de un ger­men de vocación que Dios puede poner en un corazón infantil, pero tratamos de averiguar cómo se ha desarrollado esta idea primera. La idea de la vocación que un niño tiene, es buena para un niño; no sería bastante para entrar en el seminario en la edad adulta; es preciso que haya evolucionado, madurado, que se haya desarrollado, que se presente ahora a un nivel de hombre; si ha quedado como blo­queada en el nivel de la infancia, es de temer que ciertos aspectos de la personalidad hayan permanecido en el mismo nivel, y que el conjunto no posea la madurez necesaria para una verdadera decisión de hombre; hay que ayudar a conseguir entonces esta madurez. En la mayor parte de los casos, la evolución se ha efectuado bien. Y se puede constatar que normalmente, para pasar de la fase de la in­fancia a la edad adulta, la idea de vocación, como la personalidad misma, pasa, en el momento de la adolescencia, por una especie de crisis. Reconocemos a menudo en la historia de estas vocaciones como dos datos esenciales: la primera idea aparece en la infancia, justa y bien equilibrada para esta edad, simple y sincera; después, cuando el muchacho crece, se transforma, se despierta a la vida, des­cubriendo que esta vida es bella y vale la pena vivirla, la perspectiva de la vocación con frecuencia se esfuma tras la preocupación inme­diata de los exámenes escolares o profesionales, que es preciso apro­bar, tras el descubrimiento de las posibilidades de fundar un hogar; con posterioridad, tras este replanteo que puede ser bastante pro­fundo —y no hay por qué inquietarse ante esta crisis de crecimiento que será normalmente factor de progreso— reaparece, bajo la in­fluencia de un sacerdote, o con ocasión de una actividad apostólica, la idea de vocación que es a la vez la misma, continuada por Dios mismo que, como nos dice San Vicente de Paul, "no es mudable", y distinta; es la antigua idea, pero reaparecida sobre nuevas bases, con una concepción más exacta de lo que constituye la vida de un sacerdote, de sus alegrías y de sus renunciamientos. La cuestión se plantea entonces al nivel de hombre, y en este nivel se ha de respon­der, con toda lucidez y libertad de espíritu.

Importa que quien viene a llamar a la puerta de un seminario a la edad adulta, haya abandonado el mundo de la infancia. Un signo de esta madurez es la manera como se sitúa con relación a sus con­temporáneos; entre las personas de su edad debe situarse al nivel de hombre; si un adulto no parece encontrarse a gusto más que con niños o con adolescentes más jóvenes, si huye de su medio profesional para refugiarse en las escuelas de patronato, es, sin duda, porque ciertos elementos de su evolución son imperfectos; no es que no ha­gan falta hombres en las escuelas de patronato, sino que hacen falta precisamente hombres que verdaderamente lo sean, para poder ayudar en este momento a los jóvenes a acceder al nivel de hombre. Ciertas permanencias en medios de jóvenes, que nunca se han abandonado, no siempre contribuyen a esta evolución.

Por último, existen a veces elementos exteriores más o menos cons­cientes que menguan la necesaria libertad personal del individuo. El deseo demasiado vivo, demasiado vivamente expresado por una ma­dre o demasiado vivamente sentido por un hijo, que tienen ciertos padres, de dar a Dios uno de sus hijos, puede falsear ciertos datos de esta orientación. Pienso en un caso extremo: un muchacho que ingresó en el seminario después de su servicio militar; conocí a los padres después de conocer al hijo, y el padre me dijo: «Este, cuan­do quise que naciera, le dije a mi mujer: lo entregaremos al Señor»; os aseguro que su comportamiento pedagógico se había orientado en este sentido, a contracorriente, desde luego, y esto no le hizo ningún bien al muchacho, que no tiene, a mi juicio, ninguna posibilidad de entregarse a Dios.

No hemos de creer que este elemento de presión familiar pro­venga únicamente de la madre aunque esto sea lo más frecuente, y que sólo pese con respecto a los niños; hay que tener en cuenta que algunos, en la edad adulta, permanecen en casa como pequeños en torno a su madre, y esto sucede a veces incluso en el sacerdocio. Recuerdo las palabras de una madre, cuyo hijo, de 25 años, decidió abandonar el seminario mayor, y esta madre, a quien conozco bien, me decía: «Tengo la impresión de que estoy más apegada que él a su sotana y a su breviario». Era verdad, era lamentable. Era lamentable porque esto preocupó mucho al muchacho en el momento de tomar una decisión que era normal y necesario que tomase, y que era bas­tante dolorosa ya, sin que se añadiese este factor familiar.

No sólo la madre, sino también el sacerdote que ha orientado hacia el seminario, puede desempeñar en ocasiones este papel de un modo más o menos consciente, cuando su preocupación principal debería ser formar una libertad. Hay una manera posesiva de mantener a toda costa la influencia propia, que en ocasiones llegará absurdamente hasta infundir desconfianza hacia el seminario: una costumbre de recordar indiscretamente todos los sacrificios que se han hecho para fomentar una vocación, que acaban por falsearlo todo en el espíritu del interesado, a veces hasta tal punto que para liberarse de esta tutela abusiva lo enviará todo a paseo, siendo así que su idea de vo­cación tenía fundamentos válidos. Yo conozco un muchacho verda­deramente excelente; pienso que si en definitiva abandonó el se­minario, fue para liberarse de su director y de su madre, y que sin esto hubiese podido llegar a ser sacerdote.

 

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Publicado el Wednesday, 11 February 2009



 
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