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Discernimiento de las vocaciones de adultos
Por jacques delarue, Rector del Seminario de Vocaciones de adultos. París.
Las aptitudes.
Rectitud de espíritu.
La rectitud y la libertad de espíritu dependen en parte de la madurez afectiva, pero conviene considerarlas en sí mismas, principalmente en su aplicación a la cuestión concreta de la vocación.
Todos sabemos que la falta de juicio es una contraindicación absoluta. Pero no siempre se manifiesta con evidencia en torpezas monumentales, cuya enormidad no deja lugar a dudas; sus manifestaciones son con frecuencia más sutiles y más difíciles de descubrir. Cuando nos interrogamos sobre este punto, a propósito de un individuo determinado, es deseable recoger el testimonio de personas que le tratan habitualmente en su vida corriente y en sus principales responsabilidades profesionales, apostólicas u otras. No sólo los sacerdotes, sino ciertos laicos pueden también aportarnos en caso necesario elementos útiles; para interpretarlos bien, importa evidentemente que tengamos una idea exacta de la rectitud de espíritu de los mismos testigos...
Un signo esencial de la rectitud de espíritu es una cierta modestia que admite la discusión de las posiciones propias; la obstinación en posiciones discutibles, que el interesado, sin saberlo, sostiene con mayor fuerza cuando menos seguro está, en el fondo; la incapacidad de emprender un verdadero diálogo sobre un tema que interesa, indican una libertad de espíritu insuficiente, aun cuando no se ponga en cuestión directamente la rectitud de espíritu.
Pero es sobre todo en la cuestión misma de la vocación donde importa que se hagan patentes la rectitud y la libertad de espíritu. Una cierta forma de certidumbre irrecusable de tener una vocación de derecho divino, es de suyo un elemento inquietante; se puede explicar por un conocimiento insuficiente de los elementos de una verdadera vocación; si subsiste después de las explicaciones necesarias en esta materia, es necesario tratar de aclarar mejor el caso de que se trata.
Yo admití, hace ya algún tiempo, a un hombre de 27 años que me decía derivar la certeza de su vocación de un sueño que Dios le había enviado; aún inexperto, yo le admití y no me inquieté hasta pasado un año, porque los sueños continuaban; sin duda habría obrado mejor aclarando esta cuestión antes de su ingreso en el seminario. Otro, de la misma edad, había formulado repetidas peticiones que me habían hecho dudar; acabé por admitirlo "a prueba", pensando que si la prueba no daba resultado, el interesado reconocería al menos que no tenía vocación; de hecho, al cabo de dos trimestres, la experiencia parecía suficientemente concluyente; yo se lo dije, mostrándole lo que era notoriamente insuficiente; se sometió, partió, "pero, me dijo en conclusión, ahora estoy más seguro que nunca de mi vocación". En cuanto a aquél de quien hablé al principio, que solicitaba hacer una tercera prueba, en un seminario mayor esta vez, como recibiese una respuesta negativa respondió con altanería: "¿Piensa Usted en la responsabilidad que asume no teniendo en cuenta el hecho de que yo tengo vocación?".
Recordemos cuando sea oportuno en nuestra comunidad que los jóvenes están allí en una etapa de búsqueda de su verdadera vocación, y tratemos de mantenerles abiertos y disponibles a la voluntad de Dios con respecto a ellos, cualquiera que sea. Este clima de libertad espiritual nos parece garantizar una seguridad mucho mayor en las decisiones que se tomen en el momento de pasar al seminario mayor. La mayoría, por otra parte, entran con confianza en esta disposición de no querer más que lo que Dios quiere, pero de quererlo de todo corazón. No obstante, algunos quedan como cerrados en una noción posesiva de lo que creen ser su vocación; y constatamos que los que más obstinadamente se niegan a pensar en otra cosa que no sea el sacerdocio, son en definitiva los que menos posibilidades tienen de alcanzarlo.
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Publicado el Monday, 09 February 2009
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