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 Correos: El criterio de una auténtica vocación (y V).- Ruta

050. Proselitismo, vocación
Ruta :

EL CRITERIO DE UNA AUTENTICA VOCACION (y V)

 Por Marcel Devis Rector del  Seminario de Post-Curé La Cliesnoye-Cuise-la-Motte (Oise).

 

El director espiritual o de conciencia.

 

Por todo lo dicho, creado por el conjunto de la vida del Seminario y por la acción del superior, se perfila el papel del director de con­ciencia. No es cuestión de tratar de este papel en toda su extensión: sería preciso un nuevo artículo y no sería suficiente aún. Por lo de­más no creemos engañarnos si decimos que la conciencia de un se­minarista no se dirige de una manera esencialmente diferente de la de un seglar o la de una religiosa. En todo caso, se trata de que el mismo interesado llegue a descubrir la voluntad de Dios sobre él, inscrita en su pasado, en sus actitudes y aspiraciones, en los sucesos que a veces ha de interpretar y otras veces eludir; en todo caso, es cuestión de iniciar en la vida espiritual o de desarrollarla; finalmen­te, será preciso educar la libertad, dejar al sujeto la responsabilidad de sus decisiones, ayudarle a desarrollarse según su propia vocación, y evitar el sustituir la personalidad del dirigido por la del director espiritual. Tareas siempre necesarias y siempre difíciles...



 En el caso que nos ocupa y que es el del estudio de una vocación, el papel del director de conciencia consistirá menos en asegurarse con su convic­ción personal de la vocacion  del seminarista o consagrado, que en ayudar a su dirigido, a procurárse por si mismo esa conviccion de la vocacion. Sin duda, hay casos que son claros: la falta de aptitudes es evidente, o la insuficiencia de la motivación salta a la vista; entonces el di­rector espiritual no tiene duda en decir sin rodeos su opinión a su hijo espi­ritual, y en señalarle que la ineptitud está fundada. Pero las cosas no son siempre tan claras. Muy frecuentemente la insuficiente ma­durez del sujeto o el punto de vista en el que hace tiempo se ha colocado le impiden la menor duda sobre su porvenir aunque él no sea capaz de formularse a sí mismo las razones que le llevan al sacerdocio. Con paciencia, su director de conciencia le llevará a plan­tearse preguntas y a adquirir una verdadera personalidad espiritual; le ayudará a poner en claro los motivos que le han encaminado al seminario, a juzgarlos con lucidez, a identificar aquéllos de los que Dios se ha podido valer para conducirle a donde está, pero que no eran más que provisionales y que deben ser rechazados, a formular los nuevos motivos que una auténtica experiencia espiritual hace aparecer, a expresar en términos muy concretos su ideal sacerdotal; en una palabra, preparará según su propio deber «la hora H» de la conquista de la postura definitiva.

Probablemente esto no ocurrirá sin crisis. Sería extraordinario, y además inquietante, que un joven, frente a las exigencias del sa­cerdocio, no sintiese un movimiento de temor y una tentación de retroceso. Es entonces cuando la tarea del director espiritual es especialmente delicada. A veces será necesario ofrecer seguridad, pero jamás ador­mecerle. Algunos seminaristas, y con frecuencia los mejores, rehusan­do con toda su fuerza la perspectiva de un sacerdocio sin ilusión, se inclinan a sobrevalorar las pruebas y las tentaciones que les esperan y, ante la aplastante carga que Dios les presenta con toda claridad, a no ver más que su debilidad. Con más clarividencia que ellos, y con más experiencia, el director espiritual lleva un haz de luz sobre los mo­tivos reales de confianza que puedan tener; les inculca que ninguna vida grande se construye sin la aceptación decidida y lúcida de un riesgo seguro, y que este gusto por el riesgo se confunde con la lo­cura de la Cruz: quien la toma virilmente obedeciendo a la voz de la Iglesia y después de haber computado, como el sabio del Evangelio (Le., 14, 28), las posibilidades que Dios pone a su disposición, no quedará decepcionado porque su confianza está en el Señor y no en sí mismo. Además, el director espiritual mostrará a su dirigido cuáles son las condiciones de la vida sacerdotal: ciertamente duras, en la mayoría de los casos, pero no insuperables para quien tiene fe madura. En este terreno, deberá combatir a veces la impresión desastrosa pro­ducida en los seminaristas por ciertas mediocridades de consagrados o sacerdotes: «Ellos eran lo que somos nosotros; nosotros llegaremos a ser lo que ellos  son»; y frecuentemente la respuesta podrá ser: «si sois lo que ellos eran, más vale efectivamente no comprometeros; pero no sabéis lo que ellos eran, ni los criterios a veces asombrosamente externos y nega­tivos sobre los que se apoyaba su llamada. Dicen que están ya de vuelta en muchas cosas; es que quizá ellos no han ido jamás a ninguna parte, o que han ido en un movimiento de generosidad juvenil, ni subsistente ni estructurado y que no ofrecía garantías a la vuelta atrás. Ved también a aquellos cuya personalidad sacerdotal no ha hecho más que abrirse con la edad, y preguntaos frente, a la razón y la fe si no podríais hacer lo que ellos».

 

A esto se limitará el oficio del director espiritual ante las timideces que le parecen injustificadas. Ir más lejos, ejercer una verdadera presión, jugar a pasarse de listos diciendo: «Yo respondo de vosotros, confiad en mí», esto es darse tono de dispensar al seminarista el decidir por sí mismo, es atentar contra su libertad de elección. Si es normal que el dirigido dude durante algún tiempo, debe en fin de cuentas ver disolverse su duda a la luz de una llamada cierta y volver a encon­trar la paz; no se hace una petición del diaconado por obedecer al director, sino porque se ha tomado una libre decisión. ¡Pero tiene todas las aptitudes, decís, y algunas en grado eminente! Le falta por lo menos una, y esta es esencial: no quiere positivamente, y vosotros no tenéis derecho a querer por él; cuando no estés allí para hacer que él quiera, ¿querrá entonces? Iluminar no es decidir por otro. Iluminar no es tampoco adormecer. Pensamos aquí particular­mente en el seminarista cuya vocación interior parece muy insegura desde hace tiempo. Ya él dudaba de ingresar en el seminario mayor; se le dijo que era necesario intentar lealmente la experiencia. ¡Sea! Después, hubiese querido de veras no tomar la sotana; se le ha in­sistido demasiado que eso «no obliga a nada» y que era necesario para vivir seriamente la vida del seminario. ¡Bien! Se le trata en adelante como «futuro sacerdote» que toma conciencia de ser: se hace «como si».

 

A cada una de sus objeciones, se contesta con el leitmotiv de la confianza en Dios: «Esto se arreglará». ¿Habla de proporcionarse al­gún tiempo de espera y de reflexión fuera del seminario? Se le disuade de ello, porque «¡la mayor parte de los que han intentado esta experiencia no han vuelto!». La oración y la confianza en Dios le llevarán así hasta el diaconado; acabará por persuadirse de que él está llamado como todos los demás: esto dará un sacerdote más para la diócesis y se habrá salvado una vocación.

 

Apresurémonos a decir, para honor de los directores de seminarios, que este cortometraje, que es, ¡desgraciadamente!, un docu­mental del que existen varias copias es sin embargo cada vez más difícil de encontrar. Pero como todos los casos extremos, puede ayudar a comprender otros más benignos. No se abusa nunca de la confianza en Dios, pero se puede abusar del argumento. No es cues­tión de acceder de golpe y sin más detenido examen a toda veleidad manifestada por un seminarista de cambiar de vida, y el que cediera a la primera tentación no estaría ciertamente exento de reproche. Pero es claro que la confianza en Dios no es auténtica si no está unida a una verdadera prudencia sobrenatural. Parece que la pru­dencia exige que un joven no se acerque al diaconado si no ha tomado su determinación total y libremente y en tanto no se halle en estado de hacerlo, es preciso tener en cuenta su duda o su nega­tiva. En verdad, es doloroso ver renunciar al sacerdocio a un sujeto sobre el que se habían fundado halagüeñas esperanzas; pero este dolor no podría excusarse influyendo indiscretamente en la decisión del sujeto

 

El director espiritual iluminado no se adelanta a juzgar la voluntad divina respecto a su dirigido; sabe que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos y que sus caminos no son los nuestros. Sin fomentar jamás la inquietud, ayuda, con gusto, a su dirigido a colocarse en la luz clara; no le oculta ni las dificultades, ni los auxi­lios que recibirá; le exhorta a la oración desinteresada; mantiene en él una confianza que no es total porque la base no ha sido hecha de antemano; no pasa por encima de la Providencia de la que sabe bien que ignora los designios; y habiendo hecho todo lo que estaba en su poder para asegurar la madurez de la elección, deja la respon­sabilidad total a su dirigido, que solo frente a Dios, puede disponer de su destino.

 

Desearíamos haber aportado algunos elementos de solución a la pregunta hecha por el Dr. Nodet: ¿Existe un método que permita discernir, en el plano sobrenatural, la autenticidad de una vocación sacerdotal o consagrada? Nuestra respuesta es netamente afirmativa. Este método consiste de una parte en comprobar las aptitudes del sujeto, de otra parte en hacerle llegar progresivamente, gracias a todos los medios que la vida de seminario pone a nuestra disposición, a una verdadera madurez en la fe que le pondrá en trance de tomar su decisión con plena libertad espiritual. En este segundo aspecto, es inevitable que «se entremezclen método espiritual, método psicológico, e intuición» no solamente del director de conciencia, sino también de todos aquellos que, en un grado o en otro, son responsables de la llamada del sujeto. Esto no impide que, aunque el método espiritual no pueda estar prácticamente aislado, pueda sin embargo ser distinguido y frecuentemente es ne­cesario que lo sea; podría suceder que una vocación perfectamente auténtica haya utilizado una motivación no válida o incluso una neu­rosis para manifestarse; en este caso, el psicólogo deberá descu­brir la futilidad de los motivos, el psiquíatra deberá curar la neurosis, y el «metodo espiritual» se asegurará de la autenticidad sobrena­tural de la vocación. Pero es evidente que con frecuencia el «metodo espiri­tual», no podrá actuar por un juicio prudente sino cuando la incógnita psicológica haya sido resuelta de manera satisfactoria. Este juicio se apoyará siempre en definitiva sobre la libertad de opción del sujeto frente a la llamada a una vida que él mira cara a cara bajo la ver­dadera luz. Toda la vida de seminario, toda la acción de los direc­tores y del superior, toda la dirección de conciencia dada en el foro interno concurren directa o indirectamente a moldear y a esclarecer esta libertad. Esta es la primera verdad que nosotros hemos intentado sacar a la luz.

 

                                                              FIN

 

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Publicado el Friday, 30 January 2009



 
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