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 Correos: El criterio de una auténtica vocación (II).- Ruta

050. Proselitismo, vocación
Ruta :

EL CRITERIO DE UNA AUTENTICA VOCACION (II)

 Por Marcel Devis Rector del  Seminario de Post-Curé La Cliesnoye-Cuise-la-Motte (Oise).

 

Los criterios para determinar una autentica vocación son tres: Una fe adulta. Libertad interior. Una visión clara de la consagración a Dios.

 

La libertad interior.

 

Pasaremos rápidamente sobre este punto que, exigiría él sólo un largo desarrollo. Los motivos por los que se desea ser consagrado a los catorce años son forzosamente no puros. Será preciso quitar los que no son valederos, purificar y transformar al máximum los demás. No es en eso donde estriba la gran dificultad. Reside más bien en la existencia de móviles inconscientes que sin saberlo el sujeto han actuado para orientarle hacia la consagracion a Dios y que dañan, sin que se sepa, la rectitud de intención: presión del medio familiar o de un sacerdote, oscuro temor de ocasionar decepciones al retirarse, carencia de virilidad y miedo a las responsabilidades seglares que ponen en peligro de ocasionar una vocación refugio, secreta aversión al matrimonio, fijación afectiva a la madre, necesidad inconfesable de distinguirse por medio de una vocación extraordinaria, atracción hacia lo que aparece como una elevación social, atractivo exclusivo por los aspectos accesorios del sacerdocio o la vida consagrada, etc... 



Todo esto, que dormita en el inconsciente, puede muy bien darse junto a una fe adulta e incluso a una auténtica vocación. Mientras no se haya instituido un examen psicológico sistemático, en la mayor parte de los casos es el director y, en menor grado, los demás educadores quienes harán el oficio de psicólogos para seguir la pista a estas motivaciones no valederas. Les tocará a ellos hacerlas desaparecer en la conciencia clara del sujeto, y en el caso de que aquéllas permanezcan, ver si son dominantes o si al contrario, no siendo más que secundarias, no ponen en evidencia la inautenticidad de la vocación. Incluso en los casos en que interviene el especialista, su intervención se limitará a descubrir los equívocos y a hacerlos desaparecer, y los superiores eclesiásticos quedarán como jueces de la rectitud de intención y de las aptitudes. Esta limpieza psicológica, absolutamente indispensable, no tiene otra mira directa que poner al sujeto en trance de tomar una decisión con plena libertad interior.

 

Una visión clara de la consagracion a Dios.

 

Digamos, en fin, que esta decisión será evidentemente torcida si el sujeto se engaña acerca de la naturaleza del estado de vida que pretende elegir. Dicho de otro modo, con la madurez de la fe y una libertad lo más grande posible, es necesario que tenga una visión clara y exacta de lo que es el sacerdocio o la vida consagrada. Sería vergonzoso recordar tal evidencia si no se volvieran a encontrar de vez en cuando consagrados que han conservado, después de varios años de formación, ideas erróneas en este punto. Con razón o sin ella, tenemos la impresión de que demasiados seminaristas consideran el sacerdocio mucho menos como una misión que como una consagración. Evidentemente es ambas cosas; pero no es una consagración más que en función de una misión. El sacerdocio no se justifica ni por una llamada a la santidad, que va dirigida a cualquier cristiano, ni por una llamada a una forma de vida más perfecta, en lo cual consiste precisamente la vocación religiosa; es una llamada a cooperar, en el seno de la jerarquía de la Iglesia, a la misión del obispo. Como tal, requiere naturalmente una santidad de tipo especial, más exigente que la de un laico, más exigente incluso que la de un religioso no sacerdote; pero este tipo de santidad debe concebirse en función del lugar que se ha de ocupar en la Iglesia.

 

El matiz es esencial, pero no siempre es percibido con claridad. Tal seminarista, al que de verdad le falta una aptitud indispensable a la vida sacerdotal os vendrá a objetar: «Sin embargo, yo me siento llamado a entregarme totalmente a Dios». Si de la falta de aptitudes concluís la inexistencia de la vocación, oiréis que responde: «¡Entonces, la Iglesia me rechaza!». Un bloqueo se ha operado entre el sacerdocio y la santidad; si no puede ser sacerdote o consagrado.

No queda más que volver «ad ignominiam saecularis habitus»; y viceversa, si uno puede santificarse debe ser sacerdote o consagrado. En esta perspectiva, la santidad, que es el fin de la vida cristiana, es entendida como el fin específico del sacerdote o consagrado.

 

La corrección de este error óptico, es que la misión debe ser considerada ya como esencial al estado sacerdotal o consagrado, porque actualmente corre el riesgo de pasar a último término, y ser considerada como un deber de estado» que se deriva de la consagración a Dios, y no como constitutivo. Fallan entonces los dos objetivos: se minimiza la misión, y se persigue una perfección que es ilusoria porque no es la de la vocación. Es preciso, que nuestros seminaristas y consagrados estén convencidos de que no habrá santidad que valga para ellos si no llevan dolorosamente con Jesucristo el peso de un mundo que hay que evangelizar, y que su «vocación» no la admite la Iglesia a no ser que sea entendida como una misión que tiende a ensanchar la comunión de los hijos de Dios. Bajo esta perspectiva única es cómo su consagración logrará todo su sentido, y se unificarán en su vida espiritual las diversas exigencias de la vida consagrada y sacerdotal.

Y sea dicho de paso, el beneficio para su futuro ministerio será grande. Entre lo que se suele llamar «la vida espiritual personal» y el apostolado, es inevitable que haya tensión; pero esta tensión debe ser fecunda ya que todo se orienta hacia el Reino. No debe darse ni separación ni divorcio, como si se robase a Dios lo que se da a los demás o como si el tiempo pasado ante Dios se perdiera para los demás. Sería deseable que en el momento de su compromiso, los aspirantes al sacerdocio o la consagracion se hubiesen colocado francamente en esta postura.

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Publicado el Friday, 23 January 2009



 
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