Esto del fanatismo es demoledor, pues ofusca tanto la mente que lleva a atreverse a mentar la soga en la propia casa sin recordar que uno de la propia familia se ahorcó hace poco.

            Es lo que he sentido al leer el último boletín digital de Aceprensa, la revista cultural promovida por la Secretaría Regional del Opus Dei en España, en que aparece un artículo de Juan Domínguez, titulado Cuando los jesuitas piden perdón. Ahí se cuenta la alegría que le ha producido al autor que en los decretos de la recién concluida Congregación General de los jesuitas, éstos pidan perdón no por los pecados del pasado, como ha hecho la Iglesia y muchas de sus instituciones al comenzar el tercer milenio, sino por las ocasiones recientes en que ha existido “falta de disponibilidad para con nuestros superiores, falta de prudencia en la expresión de nuestras opiniones, falta de espíritu de colaboración en nuestra relación con la iglesia local e incluso desafección de la Iglesia y de la Compañía”.

            ¡Qué contentos se han puesto en Aceprensa! Y ellos, los del Opus Dei, ¿no tienen nada que rectificar? ¿No se arrepienten de engañar sistemáticamente a la Iglesia diciéndole que se rigen por unos Estatutos que nadie de la Obra tiene en cuenta, entre otras razones porque están en latín? ¿No les remuerde la conciencia haber manipulado la historia del fundador y del carisma fundacional, hasta el extremo de inventarse unos escritos fundacionales o de secuestrar en infinidad de archivos la documentación referente a Escrivá? ¿No les preocupa que al “atardecer de la vida” puedan levantarse en testimonio contra su falta de caridad, los cientos de miles de almas que han sido machacadas física, psíquica y espiritualmente por una pastoral vocacional a la que sólo le interesaban los resultados inmediatos?

            No me gustaría estar en su pellejo ese día. Y me siento asqueada por tener entre mis herman@s a personas tan fanáticas que no se dan cuenta de que hay ciertos temas que, mientras nuestras autoridades se mantengan en esta ofuscación, es mejor no mencionarlos: no por nada, sino por el más elemental sentido de autocrítica.