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 Tus escritos: Más sobre tesis doctorales.- Beto

900. Sin clasificar
beto :

             Agradezco los comentarios de Agustina, Nacho, Bienvenido y Alfredo a mis preguntas sobre las tesis del fundador y del primer prelado, y la "ampliación" del asunto a las tres tesis -se dice pronto- del actual. Mis perplejidades aumentan con el comentario de Alfredo sobre los "encierros" de don Alvaro algunos fines de semana a las afueras de Madrid para trabajar en la tesis californiana, siendo así que el Archivo General de Indias está en Sevilla...

            Después de estos comentarios y aportaciones, tal vez alguno de los asiduos a esta página, sobre todo si son asiduos desde la otra parte, se preguntarán por qué tanto interés por este asunto. Para quienes no están relacionados con el mundo universitario o académico en general, es posible que la discusión le resulte anecdótica o incluso rebuscada: es decir, a falta de otros asuntos más sesudos, vamos a airear una cuestión confusa a ver qué pasa. Sin embargo, estoy convencido que este asunto "anecdótico" no lo es tanto porque apunta y muy directamente a un punto esencial de la naturaleza y espíritu de la Obra, tal y como se nos explicó -y muchos de nosotros explicamos- al pedir la admisión, el trabajo profesional (por cierto, en la relación de temas de la página no encontré ningún apartado al respecto, por lo que este escrito lo coloqué como "sin clasificar"). Y ahora me explico...



            Una tesis doctoral es para un universitario un elemento básico de su carrera, no sólo como demostración genérica de su capacidad de investigación y síntesis, sino que al menos en España es condición necesaria haberla presentado para poder ser profesor universitario. Es como el taxi para un taxista: no lo es todo, pero sin él no hay nada. Hay que dedicar esfuerzo y tiempo, trabajo y trabajo bien hecho. Por eso, para quienes el trabajo intelectual y universitario se nos fue perfilando en el horizonte como tarea profesional, el encontrarnos con algo que nos decía que eso era además una llamada a la santidad supuso una inyección de entusiasmo: la investigación y la docencia ya no eran sólo un fin en sí mismas sino que adquirían un sentido trascendente. ¡Qué os voy a contar que no sepáis! El caso es que sentada la teoría, luego viene la práctica... o lo que es peor, la praxis, el vademecum, las notas de gobierno y todo lo demás, y aquí es donde la cosa empieza a hacer aguas.

            Si volví a llamar la atención sobre la presunta tesis sobre la abadesa y sobre la tesis californiana, a las que hay que añadir las tres tesis del actual prelado, es porque me da la impresión de que sentaron un mal precedente para la consideración que se dio en adelante al trabajo intelectual de los numerarios y supongo que también de las numerarias. Fueron tesis que se hicieron casi sin sentirse, sin que se conociesen desplazamientos, que se resolvieron en varios fines de semana, etc... es decir, como meros trámites para un título. Si este era el ejemplo del fundador, ¿qué no debían hacer sus hijos? Gran parte de los años que estuve dentro los pasé en centros de universitarios, y fui testigo del esfuerzo a veces heroico de alguna persona para trabajar en su tesis, porque mientras sus colegas estaban en donde tenían que estar (léase laboratorio, biblioteca, o simplemente leyendo y escribiendo), éste tenía que entretener a los críos del club de bachilleres, o persiguiendo a propios y extraños para un curso de retiro que había el fin de semana, pongamos por caso. En definitiva, el trabajo académico (por el que en algunos casos se percibían ingresos en forma de becas o de contratos de profesor ayudante) dejaba de ser el trabajo del numerario: en un vuelco en la jerarquía de las ocupaciones diarias, el trabajo profesional pasaba a convertirse en una ocupación para los "tiempos libres" y las actividades del centro pasaban a ser el núcleo de la actividad del numerario. Eso sí, la beca había que seguir cobrándola.

            El caso es que este comportamiento no es que fuese voluntario, es que venía animado cuando no establecido por los directores. Lo importante, la labor; lo demás secundario, cuando no prescindible. ¿En dónde quedaba, entonces, la santificación del trabajo? En el centro de estudios es cierto que se trataban de mejorar las condiciones académicas y la formación universitaria, pero desde luego no era una de las prioridades. En alguna ocasión se invitaba a alguien para que hablase de sus trabajos, visitas a universidades extranjeras, etc., pero la atención se desviaba enseguida hacia lo apostólico, con lo que la impresión era que si fulanito había estado en determinado lugar era porque tenía que cumplir un encargo apostólico, no como una exigencia de su formación académica, de sus logros científicos, etc. Por eso, mejor dicho porque era un claro contrapunto a esa situación, aún recuerdo una tertulia en la que el numerario invitado nos habló única y exclusivamente de su trabajo; con nombrarlo, Jacinto Choza, me parece que queda dicho casi todo.

            Con el tiempo fui cambiando de centros, recibí encargos diferentes y formé parte de algunos consejos locales. O sea, que fui acumulando experiencia y con ella me empezó a invadir esa sensación, conocida suficientemente por todos aunque la describamos de modos distintos, de que algo no iba bien, de que la vida real no cuadraba con la que supuestamente debería ser. Por ejemplo. En cierta ocasión el cura del centro no tuvo mejor ocurrencia que abroncar a un abnegado doctorando porque le daba más importancia a su trabajo que a su encargo. Dicho así, parecería razonable, pero el casus belli era que el susodicho, una vez atendidas sus obligaciones extraprofesionales (la labor, para entendernos), aprovechaba cuanto minuto le quedaba libre (no otros) para corregir unas pruebas (debía además cumplir unos plazos, como cualquier profesional responsable). El mensaje estaba claro: el trabajo no importaba. Otra perla. En otro centro un numerario logró que una entidad le publicase una parte de su investigación, y con tal motivo le hicieron una entrevista en una televisión local; como a la hora de emisión apenas habría nadie en casa se le pidió a un supernumerario que la grabase. Reunido el quorum suficiente, nos sentamos con expectación para ver la entrevista. Ya hacia el final, la periodista le hizo la pregunta típica: después de este libro, ¿qué proyectos tiene para el futuro? Y entonces, por encima de la voz del numerario que explicaba desde la pantalla algunos aspectos de su tesis todavía pendientes, se oyó la del director: “¡Obedecer a los directores!”. Sin comentarios; la cara que se le puso al numerario protagonista, de pena, y lo que se le ocurrió pero no dijo al director no os lo cuento, pero tenía razón. Con estos mimbres, pocos cestos se pueden hacer.

            No quiero extenderme más. Vuelvo a lo dicho al principio. El interés por conocer las circunstancias sobre las tesis del fundador y sus sucesores no es cotilleo ni afán de molestar; es porque estoy convencido de que la actitud hacia ellas marcó parte importante de la actitud de los directores (se les llame como se les llame según su posición jerárquica) sobre el desempeño del trabajo intelectual, una actitud no siempre comprensiva por decirlo amablemente y que provocó desánimo y que en último término algunos decidiéramos marcharnos para ser coherentes con nosotros mismos.

Beto

 P.D.: Acabo de ver que ayer lunes Cremucio Cordo envía sus recuerdos de doctorando. Me alegra que lo haya hecho, porque ya me estaba imaginando que alguien podría objetar que mi percepción sobre la materia no resiste la prueba de compararla con el ingente trabajo que se hace en las universidades de la obra, etc, etc, etc. Lamentablemente, el trabajo, y muy buen trabajo en muchos casos, que indudablemente hacen muchas personas no anula el problema de fondo.




Publicado el Wednesday, 20 February 2008



 
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