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 Correos: Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano (Cap. XIII).- Brian

090. Espiritualidad y ascética
Brian :

POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

XIII.-TEMPLANZA

 

 

183.-La templanza del Siervo de Dios.-El Siervo de Dios ejercitó en grado heroico la virtud de la templanza. Fué continua su mortificación exterior, en todo lo que le permitieron sus superiores, e interior, del propio juicio, de la voluntad, de los sentidos.

Sus gestos, su mirada, e incluso el tono de su voz, eran siempre los propios de una persona acostumbrada al propio dominio, nunca malhumorada ni alterada. Era muy moderado en el comer, y llevó siempre con visión sobrenatural las molestias de la pobreza, sin quejarse nunca de las incomodidades ni de las privaciones. Jamás se apreció en él exceso alguno.

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Procuró infundir este mismo espíritu de templanza heroica y de mortificación en los demás, en cuantas ocasiones se le presentaban, con su palabra oportuna, con su consejo y conversaciones íntimas y especialmente con su propio ejemplo, mostrando lo valioso de esta virtud para el dominio de las pasiones e inclinaciones naturales, elevándose así por encima de lo humano y de las cosas terrenas a un amor de Dios cada vez más puro.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información...



 

184.-Mortificación interior-El Siervo de Dios ejercitó de un modo admirable y continuo la mortificación interior, en numerosísimos detalles y a lo largo de toda su vida. A pesar de su exquisita sensibilidad, no se alteraba ni perdía la calma por las noticias tristes o desagradables, como no la perdía tampoco ante la realidad de las penalidades y obstáculos. Incluso buscaba y aceptaba con sobrenatural júbilo todas cuantas ocasiones de molestias e incomodidades podían ofrecérsele.

Encubría con una sonrisa todos los trabajos, por molestos que fuesen. Rara vez se mostraban al exterior sus aficiones y gustos, que ocultaba por espíritu de mortificación.

En su trabajo como administrador de la Obra se mostraba siempre alegre y sonriente, de tal manera que a los ojos de todos parecía que aquella ocupación era de su gusto. Sin embargo, un día -cuenta uno de sus hermanos- le traicionó su delicadeza, aquella delicadeza exquisita con que trataba a todos: «Estábamos revisando juntos las cuentas de la casa, y yo mostré mi contrariedad porque me resultaba un trabajo enojoso. Entonces me dijo: Creerás, tal vez, que yo, que vengo cuidándome de la contabilidad de toda la Obra, me he acostumbrado a hacer balances; pues te equivocas: no hay cosa que me cueste más».

Ordinariamente retrasaba el abrir las cartas, dominando de esa manera su natural curiosidad. Y cuenta uno de

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sus médicos que, después de la guerra, le hizo varias veces análisis de esputos, para diagnosticar la enfermedad que padecía, y no recuerda que jamás le preguntara el resultado, ni la posible gravedad de su estado, «a pesar de que podía haberlo hecho fácilmente por la frecuencia de nuestras relaciones».

Todo lo cual, etc.

 

185.-Recogimiento interior. El hábito de templanza heroica del Siervo de Dios se manifestaba también en su recogimiento, en su silencio y en su apartamiento de conversaciones vanas. Este constante equilibrio llamaba la atención de los que le trataban. Era poco hablador. Durante su infancia y juventud procuraba guardar el recogimiento con naturalidad y sin rarezas, con sencillez y alegría; no le gustaba frecuentar espectáculos ni leer novelas. En sus veraneos se apartaba cuidadosamente de diversiones mundanas.

Después, en su vida en el Opus Dei, el Siervo de Dios desarrolló silenciosamente un trabajo continuo, con orden y constancia extraordinaria. Y fué también ejemplar su manera callada de sufrir, superando los dolores terribles de su enfermedad.

Todo lo cual, etc.

 

186.-Huía de la comodidad.-Desde muy joven fué el Siervo de Dios muy mortificado. Jamás buscaba las comodidades; y así, en Málaga ocupaba un cuarto sencillísimo, donde no había ni un asiento cómodo, y nunca molestaba al servicio para pedir nada: dice la criada que por aquellos años servía en la pensión en que vivía el Siervo de Dios, que «no daba trabajo ninguno». Su habitación, muy bien ordenada. Cada una de las prendas de vestir y los instrumentos de trabajo, en su sitio. No ofrecía ni un solo detalle de regalo o lujo.

En la habitación de uno de los Sanatorios en que residió se notaba, ya en el verano, un calor sofocante, sin que

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Siervo de Dios se quejase nunca ni hiciese siquiera alusión al ardor del tiempo. Y dijo que estaba demasiado bien, cuando se le cambió a una habitación más fresca.

Todo lo cual, etc.

 

187.-En la comida y bebida.-Fué el Siervo de Dios fiel y devoto cumplidor de los ayunos y vigilias de la Santa Madre Iglesia. Ya en su niñez observaban sus padres y hermanos muchos detalles de mortificación que él se esforzaba en que pasasen inadvertidos. En la mesa dejaba parte de aquello que más le gustaba. Su madre comentaba: «A Isidorito ya no le gusta tal cosa, que le gustaba tanto», pero decía alguno de sus hermanos: «No; será precisamente porque le gusta. ¡Anda, Isidoro, haz otro sacrificio!». El Siervo de Dios se sonreía.

Otras veces, con ocasión del veraneo en Ortigosa, al volver sedientos de alguna excursión, todos menos el Siervo de Dios bebían ávidamente; si le insistían, no hacía más que sonreír. Sus hermanos se daban cuenta de que tenía tanta sed como ellos.

En la pensión de Málaga recuerdan que ni una sola vez protestó de la comida, ni se quejó nunca durante los seis años de su estancia allí. El desayuno acostumbraba a tomarlo sin azúcar.

En los primeros años de la postguerra, cuando no coincidía en el desayuno con otras personas, solía dejar el dulce o la mermelada sobre la mesa. Y muchas veces, casi habitualmente, quedaba su vaso de agua intacto después de las comidas.

Todo lo cual, etc.

 

138.-Mortificación en el sueño.-Desde la infancia, no recuerdan las hermanas del Siervo de Dios que fuera preciso llamarle por las mañanas. Siempre se levantó temprano, aun cuando se hubiese quedado trabajando por

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la noche hasta muy tarde, cosa que hacía con frecuencia. En su época de Málaga era notable su puntualidad en levantarse: lo hacía a hora fija y con exactitud fidelísima, siempre madrugando mucho para poder dedicar el tiempo necesario a la oración y a la Santa Misa y acudir, puntualmente, a su trabajo.

Antes de ingresar en el Sanatorio, pero ya enfermo, padecía insomnios que le impedían el sueño durante gran parte de la noche: sin embargo, nunca buscó un régimen de excepción, cumpliendo el horario fielmente para hacer su oración mental y asistir a la Santa Misa temprano, a pesar de que hacía un frío intensísimo y tenía que salir a la calle para oírla.

Así llegó a su enfermedad, durante la cual perdió el sueño casi por completo, sin que el Siervo de Dios se lamentase de ello, puesto -que así aprovechaba mejor el tiempo -solía decir- para intensificar su unión con el Señor.

Todo lo cual, etc.

 

189.-En las inclemencias del tiempo.-Muy sensible al frío, el Siervo de Dios mostró un ánimo heroico en aprovechar las inclemencias del tiempo para su mortificación. Durante un invierno, que fué crudísimo, llevó por todo abrigo una gabardina sin forro; la apariencia externa de la prenda era irreprochable. Lo otro quedaba sólo para los ojos de Dios.

En el invierno de 1940 a 1941 residió en una casa que se estaba instalando y en la que no había calefacción alguna, siendo muy intenso el frío aquel año. El Siervo de Dios se levantaba muy temprano, se duchaba con agua fría todos los días y se pasaba horas y horas trabajando en una de las habitaciones más desabrigadas; nunca se quejaba ni hacía alusión a lo crudo del invierno, aunque en ocasiones sus hermanos le sorprendían tiritando. Uno de ellos

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cuenta que «se movía naturalmente, con completa calma, y sonreía... Hay que ofrecer esto, tal fué el único comentario que se le oyó decir».

Todo lo cual, etc.

 

190.-En su enfermedad.-El extraordinario espíritu de mortificación del Siervo de Dios no sólo no disminuyó, sino que se hizo más heroico durante su enfermedad. A pesar de los grandes sufrimientos y dolores, de la fatiga intensa, de los ahogos, buscaba con afán todas las ocasiones de mortificarse. De modo especial resaltaba su abnegación cuando tenía que tomar alimento. Una vez dijo al que le acompañaba, al acercarse la hora de la comida: «Paso muy mal rato, pero conviene que haya ocasiones de mortificación. Si no, es muy cómodo».

En la cama sudaba continua y copiosamente, sin una queja y sin pedir que se le secase el sudor. Rehusó los calmantes que en ocasiones se le ofrecían, y su alegría aumentaba con sus padecimientos. Con toda verdad se podía decir del Siervo de Dios que «el dolor estaba en él, pero él no estaba en el dolor».

Buscó hasta el último momento la mortificación. El mismo día de su muerte quiso esforzarse en comer como de ordinario.

Todo lo cual, etc.

 

191.-Mortificación en las cosas pequeñas.- El Siervo de Dios aprovechaba todas las oportunidades para imponerse mortificaciones corporales e interiores en las cosas pequeñas. Así, por ejemplo, se recuerda cómo cerraba las puertas con cuidado exquisito; separaba los muebles de las paredes para evitar posibles deterioros; ordenaba cuidadosamente los objetos e instrumentos de trabajo; andaba por la casa siempre pendiente de no alterar el silencio ni molestar a los demás; al sentarse o arrodillarse en el Oratorio rara vez se apoyaba en el respaldo o en el reclinatorio.

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Procuraba imbuir este mismo espíritu de mortificación a sus hermanos, y les hacía notar que «el Amor está en los detalles». Alguno recuerda que en cierta ocasión le habló de «la necesidad de pequeñas mortificaciones», y le puso como ejemplo el colocarse una piedrecita dentro del zapato: «He podido comprobar que es muy práctico», acabó diciendo. Desde Málaga escribía, con fecha 24 de marzo de 1933: «Ensaya la mortificación voluntaria, ofrécele continuamente a El todos los actos; de esta manera conseguirás tenerle siempre presente. Imitemos a Santa Teresita: su vida es una suma de mortificaciones pequeñas, del orden diferencial, y la integral de la expresión diferencial de la mortificación, es la santidad».

En su enfermedad cumplió fielmente el plan prescrito por el médico y buscaba su mortificación en llevarlo con puntualidad, como si sus dolores y sufrimientos incesantes no le pareciesen suficientes. Vivía pendiente de los menores detalles: se recuerda que, por mortificación, ni una sola vez dejó de limpiarse la boca cuando acababa de tomar alimento, y seguía utilizando el cepillo de dientes a pesar del esfuerzo que le costaba y la fatiga que le producía.

Todo lo cual, etc.

 

192-Espíritu de penitencia.-El Siervo de Dios aceptó con espíritu de reparación todas las contrariedades y cruces que encontró durante su vida, y en todas ellas alababa y bendecía la Voluntad divina.

Aplicaba sus mortificaciones por las necesidades de la Iglesia y de la Obra, en petición de almas que se entregasen al Señor y en desagravio de las ofensas que se le inferían; por las intenciones de la Iglesia y de la Jerarquía eclesiástica, por la Obra, por sus superiores y por sus hermanos.

Tenía además prácticas habituales de penitencia, utilizando cilicios y disciplinas hasta que la gravedad de su enfermedad le obligó a guardar cama. Continuo fué también

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el ofrecimiento de sus dolores, con espíritu de sacrificio, llegando hasta entregarse como víctima.

Todo lo cual, etc.

 

193.-Obediencia y caridad en su mortificación.-El Siervo de Dios moderaba su mortificación pidiendo permiso y consejo a sus superiores, sin dejarse llevar nunca de su propio criterio.

El espíritu de mortificación del Siervo de Dios estaba también lleno de caridad; por espíritu de mortificación y de caridad sabía tomar sobre sí los trabajos de los de­más, y en forma tal que era difícil advertir su esfuerzo. Por hacer la vida agradable a sus hermanos se prestaba, por ejemplo, a salir de excursión con ellos, procurando que no advirtieran su estado de agotamiento. Y ya enfermo grave, se mortificaba o se privaba de algo por no molestar a las personas que le asistían.

Su caridad se extendía también a otros enfermos; en el cuarto contiguo al suyo en el Sanatorio había un enfermo mental que ocasionaba muchas molestias, sin que el Siervo de Dios se quejase nunca de ello.

Todo lo cual, etc.

 

194.-Naturalidad y alegría en su mortificación.-E1 Siervo de Dios sabía mortificarse con tanta naturalidad y alegría que pasaba casi inadvertido, incluso a los ojos de los que con él convivían: parecía hacerlo todo fácilmente, aunque en realidad el vencimiento suponía para él una verdadera lucha.

El espíritu de mortificación del Siervo de Dios no fué adusto y antipático, sino sumamente alegre. Cuenta un compañero suyo que «el Siervo de Dios no fumaba, y, sin embargo, nadie se sintió cohibido al encender un cigarrillo delante de él».

Durante su enfermedad ocurría a veces que los que estaban a su lado no se daban cuenta de las molestias que en aquel momento sufría el Siervo de Dios: tal era la naturalidad con que las llevaba. Y tan sólo a la llegada del médico se podían enterar sus acompañantes de los dolores que había estado padeciendo durante aquel tiempo.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

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Publicado el Monday, 18 February 2008



 
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