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 Correos: Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano (Cap. XI).- Brian

090. Espiritualidad y ascética
Brian :

POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

XI.-JUSTICIA

 

159.-En general.-El Siervo de Dios practicó heroicamente la virtud de la justicia con voluntad perpetua y constante de dar a cada uno lo que le era debido. Así, fué exacto cumplidor de los Mandamientos de Dios, de los preceptos de la Iglesia y de sus prácticas de virtud, y lo mismo de sus deberes profesionales y sociales, ateniendo toda su conducta a una exacta jerarquía de valores, en la que el servicio de Dios ocupaba el primer lugar.

Culminó su vida de homenaje continuo a la Justicia de Dios aceptando la muerte desde el principio con paz y alegría, iluminado por la confianza en el supremo Juez, en quien tenía depositados todos sus afectos y su corazón.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

160.-Para con Dios.-Reconocía en Dios el principio y fin de todas las cosas, y por un profundo y arraigado espíritu de justicia refería a El todo la bueno que encontraba en sí y en cuanto le acontecía, sabiendo ver aún en las contrariedades las manos providentísimas del Señor, dignas sólo de alabanza y gloria. Sus dotes naturales, sus éxitos profesionales y sus progresos en la vida interior, los atribuía absolutamente a Dios, sin que jamás por ellos esperase alabanza; por el contrario, su espíritu de justicia le llevaba a agradecer tantos bienes al Señor.

Profesaba delicadísimo culto de hijo a la Santísima Virgen, y guardaba para Ella ternura filial. Por amor, y también por deber de justicia, extendía su veneración...



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a los Santos, y fué durante toda su vida sumiso a la Santa Madre Iglesia y a sus leyes, al Sumo Pontífice y a los Prelados: y, desde que recibió la vocación, al Fundador y superiores del Opus Dei.

De este sentimiento de justicia nacía, asimismo, en el Siervo de Dios, su fervor y su deseo de que el culto divino se realizase esmeradamente y con amorosa fidelidad.

Todo lo cual, etc.

 

161.-Santa intransigencia.-No transigía con nada que fuese contra los derechos inalienables de Dios y de la Iglesia, y él, todo delicadeza y comprensión para con los demás, era inflexible en -este punto. No consentía tampoco conversaciones improcedentes, comentarios poco caritativos, murmuraciones, etc. Y esto lo hacía por un sentido estricto de la justicia. Recuerda una de sus hermanas que cuando se pretendía que el Siervo de Dios no se preocupase de las injusticias y errores, diciéndole que a él no le afectaban, respondía siempre: «Está mal y hay que corregirlo».

Desde el momento en que se entregó a Dios, le consagró, como debidos en justicia, todos sus afectos y deseos, apartando con santa intransigencia cuanto pudiese dañar su vocación y huyendo de las menores imperfecciones y faltas. Se abandonó por completo a la Voluntad divina, y trabajó por apartar cuidadosamente todo lo que pudiese suponer un obstáculo o una desviación en su camino.

Todo lo cual, etc.

 

162.-Como superior y como súbdito.-Su conducta dentro de la Obra, lo mismo cuando ocupó puestos de responsabilidad que siendo súbdito, prueba asimismo la justicia heroica del Siervo de Dios.

Durante la guerra civil atendió, como Director de sus hermanos, con absoluta solicitud y desprendimiento, con olvido total de sí mismo, a todas sus necesidades temporales

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y espirituales. No mostró preferencia ni parcialidad alguna, y supo comprender las diferentes circunstancias, temperamentos y situaciones especiales de cada uno; supo también corregir, cuando era necesario, en la justa medida.

Sentía, como hemos dicho, verdadera devoción por el Fundador, y, tanto a él como a los demás superiores, les trataba con un cariño y respeto admirables, que se mostraban hasta en los menores detalles: afecto y veneración que procuraba infundir con su ejemplo y con su palabra.

Todo lo cual, etc.

 

163.-Con su madre.-El Siervo de Dios tuvo siempre para con su madre gran cariño y respeto.

Al recibir la noticia de la quiebra del Banco del Río de la Plata, procuró evitarle este disgusto. Quiso abandonar la carrera y trabajar para sostener a los suyos, y, aunque no se lo permitió su madre, se sacrificó por ella en todo momento, por lo que ésta solía alabarle ante los demás y ponerle como modelo.

Al morir su hermano Francisco en el frente de batalla, procuró ocultar a su madre la noticia, y tan sólo lo hizo -con palabras llenas de cariño y visión sobrenatural- cuando, ante la inminente terminación de la guerra, podría ella enterarse por otro conducto. Se veía -dicen sus amigos- que quería extraordinariamente a su madre, y que multiplicaba con ella las atenciones y las pruebas de cariño. Dice su hermana que este cariño cooperó grandemente a la santificación del Siervo de Dios, puesto que «al seguir su vocación, sin explicarle entonces los motivos de su apartamiento, sufría doblemente por el dolor de su madre y la posible incomprensión».

Durante su estancia en el Sanatorio, no quería recibir la visita de su madre, a pesar de su cariño, por evitar a ésta un sufrimiento que podía perjudicarla, ya que se encontraba enferma del corazón.

Todo lo cual, etc.

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164.-En sus deberes profesionales.-Cumplía sus deberes profesionales con espíritu de justicia, sin fijarse en recompensas ni ascensos, y sin atender tampoco a posibles dificultades, incluso originadas por su deficiente estado físico.

Fué siempre extraordinariamente puntual en sus clases y en su trabajo. Sus alumnos recuerdan que no faltaba nunca, a pesar de las inclemencias del tiempo, aun cuando se notasen en su rostro síntomas de algún padecimiento. Hasta que los médicos diagnosticaron su enfermedad y se le impuso un régimen de vida, seguía yendo puntualmente a su oficina.

Desempeñó su cargo de habilitado en Málaga, pagando con toda exactitud en los días y horas señaladas, aunque para ello tenía que vencer muchas resistencias; pero su carácter justo y cumplidor le llevaba a ser exigente cuando se trataba de los intereses de los demás. De la misma manera, como administrador de la Obra, fué siempre rigurosamente puntual y justo en los pagos y en el cumplimiento de todos los deberes propios de su cargo.

Todo lo cual, etc.

 

165.-Como Profesor.-Fué característica constante de la actuación del Siervo de Dios como Profesor su ecuanimidad y su justicia. Sabía mantenerse por encima de las adulaciones y nunca tuvieron cabida en él ni el favoritismo ni las preferencias.

Trataba por igual a todos los alumnos. Ofreció la misma ayuda y manifestó el mismo interés por los hijos de un superior suyo que por un obrero, que iba realizando la carrera a costa de grandes esfuerzos. Y supo, al final de curso, calificar debidamente a cada uno según sus merecimientos respectivos, sin moverse por consideraciones ajenas a la estricta justicia: dió la mejor nota al obrero y, lejos de toda coacción moral, suspendió varias veces a los dos hijos de su superior, hasta el punto de que prefirieron

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trasladar su matrícula a la Escuela Industrial de otra población.

La persona que desempeñó el cargo de Auxiliar en la cátedra del Siervo de Dios, manifiesta que jamás pudo conseguir que éste aprobase a ninguno de aquellos por quienes él intercedía, a pesar de lo mucho que le apreciaba el Siervo de Dios, si el alumno no demostraba la aptitud necesaria.

Hubo de suspender un año a casi todos los alumnos del curso de Matemáticas. Pero el espíritu de justicia iba acompañado en el Siervo de Dios de una exquisita caridad, y con objeto de ayudarles a que en la convocatoria de septiembre aprobasen todos, les dió clases gratuitas durante el verano. En otra ocasión, dejó de dar clases particulares a un alumno porque tuvo que desarrollar oficialmente en la Escuela la asignatura que le explicaba, y, por lo tanto, después habría tenido que examinarle y calificarle.

Todo lo cual, etc.

 

166.-Respetó los derechos ajenos.-En su trato con los demás resplandecía el hábito de justicia del Siervo de Dios. Respetó siempre los derechos ajenos y fué puntual y fiel cumplidor de su palabra. Fué sincero, veraz. Tenía, según dice un compañero suyo, «el más elevado concepto de la moral y del honor».

No se recuerda que el Siervo de Dios faltase nunca a nadie de palabra o de obra; por el contrario, impedía, con delicadeza o con energía, según los casos, críticas y murmuraciones. Fácilmente se contagiaba y enardecía por los proyectos e ideales nobles y elevados de los demás. En cambio, en las críticas de lo injusto, de lo inaceptable, era sobrio y tan sólo las hacía en cuanto era exigido por la justicia, para evitar el mal ajeno.

Todo lo cual, etc.

 

167.-Gratitud.-Mostraba su agradecimiento por el más pequeño favor o atención que recibiese. En la salud

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y en la enfermedad recibía a todos con una especial sonrisa de cariño y gratitud, y agradecía las más pequeñas atenciones que recibía de sus hermanos o de los extraños. Lo mismo demostraba su gratitud a sus hermanos que le velaban en el Sanatorio, que a los compañeros y subordinados que le visitaban, a las Religiosas y médicos que le atendían, etc.

Supo durante toda su vida corresponder a los favores recibidos y mostró siempre un gran cariño para con los bienhechores de la Obra, por los que ofrecía frecuentemente oraciones y sacrificios.

Todo lo cual, etc.

 

168.-Afabilidad y liberalidad.-Manifestación externa de este hábito de justicia que vivía el Siervo de Dios fué su afabilidad y liberalidad con todos y en todas partes. Fué siempre extraordinariamente accesible a sus hermanos, aun a los más jóvenes, y «su conversación -dice uno de ellos- inclinaba en seguida a la amistad y a la confidencia».

Fué correcto y agradable con sus alumnos, dispuesto siempre a servirles en algo, y la ayuda que les prestaba la hacía perfectamente compatible con su exacto concepto de la justicia. Sus subordinados le recuerdan como «un señor muy justo», pero «siempre con la sonrisa en los labios», que invitaba a la confianza. Afable y lleno de amabilidad fué su trato con sus compañeros, como lo había sido ya en sus épocas de estudiante en la Escuela de Ingenieros Industriales.

En Málaga recuerdan también su exquisita delicadeza en el trato. «Era asequible a todos -dice su compañero don Manuel Fontana-, cautivando con la innata simpatía de las almas buenas y siendo bien querido de cuantos tuvieron ocasión de tratarle».

Durante la enfermedad, a los ojos de cuantos le visitaban, aparecía lleno de amabilidad y buen humor. Acogía a todos sonriente y sabía formular preguntas sencillas, en las que se reflejaba el interés con que seguía las cosas de los demás.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

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Publicado el Friday, 15 February 2008



 
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