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 Correos: Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano. (Cap. VIII).- Brian

090. Espiritualidad y ascética
Brian :

POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

VIII.-CARIDAD PARA CON DIOS

 

106.-Caridad heroica.-El Siervo de Dios vivió la virtud de la caridad para con Dios, amándole como a Sumo Bien, con fidelidad heroica, a lo largo de su vida. El amor y la alegría con que siguió su vocación; la total aceptación de la Voluntad de Dios en todo y en los más pequeños detalles; la delicadeza y escrupulosidad en el cumplimiento del plan de vida del Opus Dei hasta el momento mismo de su muerte; el deseo de sufrir y de ofrecerse como víctima por amor a Jesucristo, son pruebas de la caridad heroica del Siervo de Dios.

Este hábito informó su vida y fué creciendo constantemente desde la infancia hasta la muerte; hicieron progresar su amor de Dios el conocimiento cada vez más profundo de las verdades de la fe y la práctica de la virtud, que le llevaba a sobrenaturalizar hasta las más pequeñas acciones.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

 

107. Delicadeza de conciencia.-Fué grande la delicadeza de conciencia del Siervo de Dios, que durante toda su vida tuvo gran horror al pecado. Desde la niñez puso especial cuidado en evitar todo aquello que pudiera ser motivo de ofensa a Dios, y se le recuerda como un hijo modelo, que procuraba apartar hasta las menores imperfecciones.

Desde Málaga escribía al Fundador, con fecha 1 de abril de 1935: «Dada la sencillez en que se desarrolla mi

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vida, sujetándose a nuestras normas, la mayoría de las veces recibo la confesión para cumplir lo estatuido». Todos los que penetraron un poco en el interior de su alma, sintieron admiración y santa envidia de la delicadeza de conciencia del Siervo de Dios. Su confesor, el excelentísimo señor Obispo de Tuy, al que, creyéndose un gran pecador, había levantado el secreto de confesión, dice que «era de una delicadeza extraordinaria para las cosas sobrenaturales».



Durante su enfermedad, en la que dió ejemplo a todos, cuando creía que no había sabido aprovechar alguna de las molestias o sufrimientos tal como deseara, sentía verdadero arrepentimiento y se consideraba culpable de no haber correspondido al Señor; y lo decía con tal sinceridad que emocionaba: lo que para todos resultaba edificante constituía para él motivo de sentirse todavía muy lejos de la perfección.

Todo lo cual, etc.

 

108.-Combatió los pecados propios y ajenos.-La caridad heroica para con Dios se manifestaba en la lucha contra sus propios pecados, huyendo de las ocasiones, castigando su cuerpo con instrumentos de penitencia, mortificando sus sentidos y examinando tres veces cada día con todo cuidado su conciencia.

Con fecha 18 de enero de 1933 escribía: «El examen diario es imprescindible, es la única manera de ir limando nuestras asperezas espirituales, de ceñirse a la santidad».

Recuerdan sus compañeros de estudio que cortaba las conversaciones inconvenientes sólo con su presencia, sin necesidad de emplear procedimientos extravagantes o estridentes; y que nunca asistió a espectáculos de cuya moralidad tuviese dudas, dando a todos ejemplo con la pureza de sus costumbres y la perfección de su conducta. Su constante paz y alegría reflejaban de manera evidente la pureza de su vida.

Todo lo cual, etc.

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109.-Mandamientos y consejos evangélicos.-Heroico fué también su cumplimiento de los Mandamientos de Dios y de la Iglesia, y de los consejos y obligaciones propias de su vida como socio del Opus Dei. Incluso enfermo y antes de ser trasladado al Sanatorio, impresionaba verle asistir, puntualmente, cojeando a causa de los dolores, a los actos celebrados en el Oratorio: se sentaba en una silla baja o reclinatorio, completamente recogido y sin moverse en todo el tiempo. Y ya en el Sanatorio, cuando tendido en el lecho era incapaz de valerse por sí mismo, en medio de la asfixia que le agobiaba persistía con asiduidad admirable en la práctica de todas las devociones, lo mismo que cuando estaba sano: vivió siempre para Dios con olvido total de sí mismo.

Todo lo cual, etc.

 

110.-Fervor en su oración.-Prueba de su caridad para con Dios es el fervor de su oración. Era un alma contemplativa y cuantos le conocieron, en Málaga y en Madrid, recuerdan su oración profundamente fervorosa.

Comentaba con algunos de sus compañeros que, cuando se pone todo el empeño en corresponder, «la gracia crece de una manera exponencial -empleando un símil matemático-, porque cuanto mejor se reza, más gracia se recibe, y cuanto más se recibe, mejor se reza». Y en carta de 10 de octubre de 1933 escribía: «En vez de derramarnos por los sentidos, convirtámoslo todo en vida interior. ¿Qué mejores coloquios que los que con El se sostienen? Le pedimos mucho, pero ¿qué es lo que le damos? Hay que ser espléndidos con El; si al morir tenemos que hacerle cesión de todo lo que poseemos, ¿por qué no se lo damos en vida? De esa manera estaremos siempre preparados para la muerte».

«Pidámosle más -decía el 10 de mayo de ese mismo año- vida interior, oración, meditación..., reducir al mínimo la vida y necesidades materiales para que viva sólo nuestro espíritu. Pero, ¡qué imperfectos somos todavía!;

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respondamos a su gracia dándonos a El, entregándonos sin condiciones; seamos en sus manos como los muñecos del guiñol: sin El, monigotes; con El, todo».

Todo lo cual, etc.

 

111.-Presencia de Dios.-El Siervo de Dios logró vivir una intensa presencia de Dios, que se traslucía en su mirada, en su sonrisa indulgente, penetrante y cordial, en la corrección extrema de su porte exterior e incluso en su modo de hablar. Cuantos le trataron coinciden en la impresión que les produjo su especial paz y serenidad; traslucía un algo indefinible, que sólo pueden atribuir a su gran presencia de Dios, lograda como fruto de una petición incesante. «La presencia constante de nuestro Padre-Dios -dice en una carta de 21 de noviembre de 1934- es lo que le pido con más intensidad, pues es el único camino para llevar a cabo nuestra perfección.»

Todo lo cual, etc.

 

112.-En su enfermedad.-Durante su enfermedad, puede decirse que el Siervo de Dios vivía por entero en la presencia del Señor. Para ello tenía que hacer un esfuerzo extraordinario, olvidándose de sí mismo y de su salud, y procurando lograr que todo cuanto le rodeaba le encaminase a Dios.

En esta época logró la presencia de Dios continua de una manera impresionante. Durante el día estaba pendiente de Dios, pero decía con tristeza que por la noche se dormía. Mas esto fué sólo al principio; cuando fué avanzando la enfermedad, ya sólo conseguía adormecerse. Entonces el reloj le sacaba de este estado de sopor y enseguida levantaba su corazón a Dios, lleno de alegría; se podía oír cómo pronunciaba jaculatorias, entre dormido y despierto. Muy pronto ya no fué necesario el reloj porque, prácticamente, estaba despierto durante las veinticuatro horas del día. «¡Está resuelto el problema de

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la presencia de Dios constante!», decía lleno de una alegría inmensa.

Todo lo cual, etc.

 

113.-Filiación divina-El pensamiento de su filiación divina, de que era hijo de Dios, fué objeto frecuente de su meditación. Encontraba en él la alegría que manifestaba de continuo, la confianza con que habitualmente abandonaba en las manos de Dios cuantas preocupaciones pudiera tener, el optimismo con que hacía frente a todas las dificultades, la fuerza necesaria para vencer los obstáculos.

Este sentimiento de filiación divina trascendía en las conversaciones y en la conducta del Siervo de Dios, y era por él fomentado cuidadosamente. La amorosa consideración de ser por la gracia hijo de Dios, la extendía, lleno de ternura y amor entrañable, a la Madre del Cielo, y con adhesión filial, a la Santa Madre Iglesia.

Todo lo cual, etc.

 

114.-Unión con Dios en sus ocupaciones.-En todas sus ocupaciones, el Siervo de Dios vivía la- unión con el Señor, pensando únicamente en El.

En sus actividades profesionales, como en las contrariedades y en su larga enfermedad, su vida estuvo siempre animada por el amor de Dios, que le llevaba a dirigir a su mayor gloria cuanto hacía, pensaba o hablaba. Con absoluta pureza de intención, todo lo dirigía a Dios, y procuraba que los demás también lo hiciesen así, puesto que era su único deseo que el Señor fuese en todas las cosas alabado y glorificado. Su trabajo, lleno de savia sobrenatural, la puntualidad y delicadeza en su cumplimiento, la naturalidad con que sabía pasar de él a su oración, indican esta continua unión con Dios.

En este punto son numerosísimos los detalles que recuerdan cuantos le trataron. Unos hablan de su costumbre, fielmente conservada, de iniciar sus trabajos de contabilidad

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con una invocación a San Nicolás; otros, de cómo sus conversaciones desembocaban con facilidad en un pensamiento sobrenatural: había que encomendar, que pedir, que ofrecer pequeños sacrificios, para resolver dificultades o para mejorar las cosas. Recuerdan otros que, al comenzar su tarea, colocaba siempre el Crucifijo sobre su mesa de trabajo, después de haberlo besado.

No era difícil deducir que el Siervo de Dios se había santificado mediante una fidelidad amorosa al deber, llena de unión con el Señor.

Todo lo cual, etc.

 

115.-Conformidad con la Voluntad divina.-La caridad heroicamente vivida del Siervo de Dios le llevaba a la plena conformidad con la Voluntad divina. «No sólo debemos tener conformidad con la Voluntad de Dios -escribía en 5 de agosto de 1937-, sino que debemos quererla como tal, en la seguridad de que acertaremos siempre. Es un poco duro cuando se opone a nuestros deseos, pero con esa dureza nos pule y quita las aristas de nuestro carácter, y nos forma como El quiere».

Heroica fué su conformidad cuando, al quebrar el Banco del Río de la Plata, quedó arruinada su familia, trance en el que supo animar a sus parientes haciéndoles ver la mano de la Providencia: «Creo que hemos salida ganando», solía decirles. Heroica también fué su conformidad con la Voluntad de Dios en la guerra, siempre contento, alegre, sin que jamás las dificultades y cruces que encontraba hiciesen asomar una queja a sus labios. Heroica fué su conformidad en las vicisitudes de su vida profesional, soportando, sin la menor protesta, ingratitudes y tareas penosas.

Todo lo cual, etc.

 

116.-Conformidad con la Voluntad divina: en su enfermedad- Esta conformidad del Siervo de Dios con la Voluntad divina aumentó en el curso de su enfermedad,

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que aceptaba con todos sus dolores y sufrimientos, lleno de verdadera alegría. Y así, ofrecía todas sus molestias por las necesidades de la Iglesia, de la Obra y de los demás; tomaba los remedios y medicamentos sin preocuparse más que de obedecer, sin pensar en el efecto que iban a producir, e incluso, en muchos casos, sin interesarse por ver qué es lo que le hacían tomar.

Dos o tres veces le cambiaron de habitación en el Sanatorio, y siempre la última en que le instalaban reunía para él las mejores condiciones: la una era «muy soleada»; la otra «muy espaciosa», etc. Algo parecido. le ocurría con los Sanatorios en que estuvo: en uno, «el médico era muy entendido»; en otro, «la situación, excelente». En todos lo elogiaba todo.

Por aquellos días, leyendo en el Evangelio de San Juan «No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo soy quien os ha elegido a vosotros» (Ioan., 15, 16), dijo al que le acompañaba: «¡Qué Amigo el Señor! Cuando sufrimos dolores que parecen imposibles de sufrir, ¡de cuánta confianza y seguridad nos llena saber que Dios nos da fuerzas suficientes, y. que no tenemos más que cumplir su Voluntad en cada momento!».

Todo lo cual, etc.

 

117.-Ante la muerte.-El anuncio de la muerte hizo más grande, más profunda y más sobrenatural su conformidad con la Voluntad del Señor. Decía que su paz era total, sin ninguna inquietud ni desasosiego, puesto que todo lo había dejado en las manos de Dios. No deseaba morir antes ni después; no se quejaba; sólo quería sufrir su enfermedad por Amor de Dios: «¿Que los médicos dicen que duraré un mes?: pues bien, un mes. ¿Que tres días?: pues tres días. Todo en manos del Señor».

Uno de los médicos cuenta que trataba de animarle y que el Siervo de Dios le contestó: «¡Cuánto agradezco tu buena intención!; pero es inútil tratar de engañarme.

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Sé desde hace tiempo que no podéis hacer nada por mí. Estoy en las manos de Dios, y francamente contento».

Todo lo cual, etc.

 

118.-Deseo de servir a Jesucristo.-El hábito de caridad heroica del Siervo de Dios se manifestaba también en sus deseos de trabajar por amor a Jesucristo: De trabajo fué toda su vida, desde el principio al fin. Y acostumbraba a poner a la Santísima Virgen como ejemplo de fidelidad en el entregamiento: «Hay que mirar a la Señora, que cuando pronunció su fiat se entregó del todo a Dios. Así nosotros: fieles hasta el fin».

Besaba el suelo todos los días, al mismo tiempo que decía: Serviam!, jaculatoria de las que con más gusto repetía, como manifestación de su decidido propósito de dedicar toda la vida al servicio de Dios. Esta misma jaculatoria solía pronunciar siempre que besaba la cruz de palo del Oratorio de la casa del Opus Dei en que vivía. Durante su enfermedad la repetía muy a menudo y despacio, como paladeándola.

En uno de sus últimos días exclamó el Siervo de Dios con emoción: «¡Qué terrible habría sido decir non serviam! » El sirvió siempre, identificándose plenamente con lo que sabía era la Voluntad del Señor: y en esa misma exclamación confesó el Siervo de Dios, sin darse cuenta, que él había dicho de verdad, prácticamente, a lo largo de su vida: Serviam!

Todo. lo cual, etc.

 

119.-Deseo de sufrir por amor al Señor.-Una vida como la del Siervo de Dios, necesariamente tenía que llevarle a aceptar y aún a amar los dolores, los sufrimientos. «¡Qué necesario es el sufrimiento! -escribía con fecha 26 de enero de 1934-; es uno de los factores principales de nuestra santificación: nos acerca más a El y nos va limando nuestras asperezas mundanas»; y luego, desde el Madrid rojo: «Para gozar, toda una eternidad nos está

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reservada. Padecer y más padecer por amor de Aquel que dió su vida por nosotros».

En su enfermedad aprovechaba sus sufrimientos con verdadero afán de desagraviar mediante ellos al Señor: «La oración del Señor en el Huerto es, de toda la Pasión, lo que más me mueve: me doy cuenta de la perspectiva que se le presentó de sufrimientos y de ingratitudes por nuestra parte».

Con tanta naturalidad vivía este afán de sufrir, que cuando le preguntaban si estaba mejor, contestaba el Siervo de Dios: «Sí, sí, estoy mejor; gracias.» Y después comentaba con sus hermanos: «Digo que sí, porque para mí estar peor es estar mucho mejor». Y así hasta el último momento.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

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Publicado el Monday, 11 February 2008



 
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