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 Correos: Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano (Cap. III).- Brian

090. Espiritualidad y ascética
Brian :

POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

 

III.-VOCACION Y VIDA EN EL OPUS DEI

 

 

18.-Su vocación.-El Siervo de Dios había sido compañero de estudios del Fundador del Opus Dei, Monseñor don José María Escrivá de Balaguer, en el Instituto de Segunda Enseñanza de Logroño.

Apenas habían vuelto a verse desde aquellos años. El Fundador pensaba en el Siervo de Dios como posible vocación para la Obra, casi recién nacida, y deseaba dársela a conocer. Un día -el 24 de agosto de 1930-, en Madrid, yendo por camino desacostumbrado para él, le encontró. El Siervo de Dios, que había venido desde Málaga preocupado por el problema de su vocación y entrega al Señor, le dijo que una seguridad de encontrarle le había llevado por aquella calle y que también él quería hablarle. Aprovechó ese encuentro, que siempre juzgó providencial, para contar sus preocupaciones al Fundador, quien le indicó entonces -según cuenta el mismo Siervo de Dios- «el medio para conseguir la máxima perfección dentro de la vida seglar, dándome a conocer los secretos divinos de la Obra».

La entrega del Siervo de Dios a aquella labor incipiente, sin colaboradores, cuando humanamente apenas se veía nada, fué inmediata, sin reservas, con una fe enorme en Dios, en el Fundador y en la Obra.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

19.-Primeros años.-Las dificultades de los primeros años de su vocación fueron muy grandes y fué necesario gran heroísmo para superarlas. Su labor profesional le

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retenía en Málaga y el Siervo de Dios tuvo que vivir alejado del Fundador y de todos sus hermanos del Opus Dei.

El ambiente de aquella ciudad no era nada propicio para un ingeniero joven que había sido llamado por el Señor a conseguir la perfección en medio del mundo. Pero a pesar de su aislamiento y de todas sus luchas y dificultades, los que le conocían en aquella época y le visitaron en Málaga han podido decir: «Nunca le he notado ninguna duda respecto a su vocación ni ningún desaliento; jamás vi que dudara ni menguara su entusiasmo». El propio Siervo de Dios, cuando contaba estas dificultades a sus hermanos, en sus frecuentes viajes a Madrid, solía terminar bromeando: «¡Fíjate qué tonta es la gente! ¡Menuda diferencia con nuestra vocación!»

La perseverancia del Siervo de Dios en estas condiciones se explica sólo por una gracia divina muy grande y por una correspondencia fidelísima al llamamiento del Señor.

Todo lo cual, etc.

 

20.-Constancia en seguir su vocación.-El 18 de abril de 1935 le fué permitido al Siervo de Dios hacer su consagración definitiva al Señor en la Obra, aunque, en realidad, desde el primer momento, desde aquel 24 de agosto de 1930, su decisión había sido firme: había visto claramente su camino y no se había preocupado ya de nada más.

Un día, durante la guerra española, hablaba con otro socio del Opus Dei de la alegría y la paz que en medio de aquella época turbulenta se encontraba en la Obra, y comentó: «Esto no se halla en otra parte». Lo decía pensando en su propio problema espiritual: él era un ingeniero muy competente, un profesional valioso y estimado y, al mismo tiempo, un alma ansiosa de Dios y de la vida divina que, gracias a su vocación, encontraba satisfechos sus anhelos de perfección.



Se identificó con el Fundador y, venciendo lo mucho que le costaba separarse de su madre, a quien tanto quería, ya no se preocupó más que

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de seguir bien el camino que Dios le había mostrado, con perseverancia y continuidad imperturbables, en medio del trabajo normal, de las dificultades de la guerra española, y durante el largo tiempo de la dolorosa enfermedad que había de causarle la muerte.

Todo lo cual, etc.

 

21.-Su vida en Málaga. En general.-El Siervo de Dios pasó en Málaga los primeros años de su vocación, hasta que en el año 1936, llamado por el Fundador, se trasladó a Madrid.

La jornada de trabajo en los Talleres Generales de la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, en los que prestaba sus servicios, le obligaba a levantarse diariamente muy de madrugada para poder hacer su oración mental y asistir a la Santa Misa. Al terminar su jornada en los Talleres se dirigía a su domicilio, marchando después a la Escuela Industrial, de la que era profesor.

Trabajaba más de diez horas diarias y cumplía perfectamente el plan de vida de un socio del Opus Dei; y aún le quedaba tiempo para atender en su domicilio a los alumnos de la Escuela Industrial que a él acudían en busca de orientaciones profesionales; para realizar intenso trabajo de apostolado en la Federación de Estudiantes Católicos, en la Acción Católica y en un Asilo; para hacer visitas a barrios obreros, y para organizar frecuentes excursiones con sus compañeros con fines también de apostolado.

Todo lo cual, etc.

 

22.-Profesor de la Casa del Niño Jesús.-El P. Aycardo, S. J., tenía en Málaga un internado de golfillos pobres y huérfanos, en el que el Siervo de Dios se ofreció para dar clases gratuitas. Allí se pasaba muchas tardes y organizaba frecuentes paseos y excursiones domingueras con los asilados. Acudía también cada año, al frente de ellos, a los Ejercicios Espirituales. Aún se recuerda su entrada

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en el templo, acompañado de veinticinco o treinta muchachos, que le seguían con alegría y satisfacción.

Uno de los entonces asilados cuenta hoy la paciencia extraordinaria y el cariño que el Siervo de Dios tuvo con él, y los numerosos actos de humildad y de sacrificio que, a pesar de los esfuerzos que hacía por ocultarlos, eran advertidos por los niños: «¡Don Isidoro, más comida! ¡Don Isidoro, media cuña! -así llamaban al pan-. Don Isidoro se hacia todo para todos aprovechando hasta los menores detalles para atender a aquellos muchachos».

No hizo nunca alarde de la fructífera labor que desarrollaba en esta Escuela; una revista semanal, que por entonces se publicaba en Málaga -«Vida Gráfica»-, en una información sobre dicho Asilo no citó siquiera el nombre del Siervo de Dios, por expreso deseo suyo.

Todo lo cual, etc.

 

23.-Fundador de la Federación de Estudiantes Católicos en Málaga.-Por el año 1930 empezó a organizarse en Málaga la Federación Universitaria Escolar (F. U. E.), de significación izquierdista y anticatólica. El Siervo de Dios quiso adelantarse y reunir a un grupo de estudiantes de la Escuela Industrial, de la que era profesor, en una asociación claramente católica. Se puso en contacto, para ello, con la Federación Nacional de Estudiantes Católicos, que presidía entonces don Pedro Gamero del Castillo, y no cejó hasta lograr una asamblea en un local de Málaga, donde fué nombrada la Junta de la Federación en aquella capital y elegido él Presidente honorario, ya que no podía ejercer ningún cargo directivo por su categoría de profesor. Estabilizada la Federación, nombrado Consiliario de la misma el entonces Párroco de Santo Domingo, don José Compaña, hoy fallecido, el Siervo de Dios dejó de actuar de manera directa, ya terminada la difícil etapa fundacional, quedando como consejero; en adelante habría de luchar con buena parte del profesorado, de ideología

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logía contraria, en defensa de los derechos de los estudiantes católicos.

La Federación casi llegó a desaparecer, con motivo de las grandes pérdidas que la quema de conventos en Málaga -año 1931- produjo en el local de reuniones. El Siervo de Dios agrupó y encauzó por segunda vez a los estudiantes católicos, hasta dejarlos instalados de nuevo.

Todo lo cual, etc.

 

24.-Sus trabajos en Acción Católica.-Fué el Siervo de Dios Tesorero de la Junta Diocesana de la Acción Católica de Málaga, una de las primeras que funcionaron en España. Sus compañeros de Junta recuerdan que destacaba entre ellos por sus virtudes y religiosidad. Así, don Román Casares recuerda perfectamente «que el señor Zorzano, ingeniero, era de los asiduos a nuestros locales; en él no hubo ni respeto humano ni cobardía». En las Juntas y discusiones se distinguió por su buena formación y recto criterio, sabiendo someter su propio juicio al de los demás cuando era necesario.

Con gran habilidad y honda virtud sabía hacer el bien sin que lo advirtiesen los favorecidos; arrastraba a las almas a la Acción Católica y a una intensa práctica de sus deberes religiosos, sin que el interesado se diese cuenta. Con tanta delicadeza y tacto sabía hacerlo.

Todo lo cual, etc.

 

25.-Otras obras de apostolado-Durante su estancia en Málaga el Siervo de Dios solía salir muchos domingos con un grupo de asilados de la Casa del Niño Jesús a visitar familias pobres de los barrios extremos de la capital, aprovechando estos paseos para darles consejos y animarles a una vida mejor. Atendía a aquellas familias que vivían en extrema miseria y visitaba habitualmente a algunos ancianos enfermos, a quienes trataba con solicitud admirable en sus enfermedades, haciéndoles él mismo las curas. Un testigo presencial ha calificado de extraordinarias

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algunas de estas curaciones. Así, la de un enfermo que en una semana sanó de una tiña- que venía padeciendo hacía treinta años, sin que hubiese medio de curarla ni médico que lo consiguiera.

También habitualmente proporcionaba desayuno a varios ancianos. En aquella época de exaltación política era conocido en el barrio obrero por «el padre de los pobres». Tenía entonces poco más de treinta años.

Por los días de Navidad solía recoger limosnas para comprar juguetes y golosinas a las niñas pobres de las Adoratrices. En todas estas obras se encontraba siempre al Siervo de Dios, gozando con obrar el bien, con su sonrisa habitual y con su característica sencillez, que le hacía quitar importancia a cuanto llevaba a cabo.

Todo lo cual, etc.

 

26.-Deportes y excursiones.-Con frecuencia el Siervo de Dios hacía excursiones o daba largos paseos por los alrededores de la ciudad. Cuando le preguntaban la razón de estas caminatas, respondía que le gustaba mucho contemplar él paisaje. Algunos decían que se retiraba a meditar. Tanto en las excursiones que realizaba acompañado por los asilados de la Casa del Niño Jesús, como en las que hacía con sus amigos, sabía llevar a cabo, con delicadeza y naturalidad, un eficaz apostolado. En ocasiones prefería excursiones largas y de montaña.

Prueba del aprecio de que gozaba entre sus compañeros es el hecho de que en unas elecciones celebradas a principios del año 1936 fuese propuesto como presidente de la Sociedad Excursionista y elegido unánimemente, a pesar de que en ella había una honda división de tipo político. No llegó a ejercer este cargo, pues al poco tiempo abandonó Málaga y marchó a Madrid.

Todo lo cual, etc.

 

27.-Sus viajes a Madrid.-El Siervo de Dios procuraba, con toda la frecuencia posible, hacer rápidos viajes

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a Madrid para estar unas horas cerca del Fundador y de sus hermanos en el Opus Dei. A veces eran dos noches seguidas en el tren y sólo unas horas en Madrid. Pero sabía aprovechar el escaso tiempo de que disponía para hablar con el Fundador y mover a los demás, ayudándoles en su vida interior. Su ejemplo era admirable y extraordinariamente eficaz para sus hermanos más jóvenes que acababan de solicitar su ingreso en el Opus Dei. Veían realizado en él el ideal que les había sido propuesto, la entrega total y alegre de un hombre que no vivía más que para Dios en medio del inundo, en el que, por otra parte, ocupaba un lugar tan preeminente.

Todo lo cual, etc.

 

28.-Su traslado a Madrid.-A fines del curso 1935-36 dejó el Siervo de Dios su puesto en los Ferrocarriles Andaluces, donde tenía a sus órdenes muchos empleados y cientos de obreros, para trasladarse a Madrid como administrador de la Residencia de Estudiantes de Ferraz.

Con gran cuidado de todos los detalles -con gran Amor de Dios- llevó desde entonces todas las cuentas, fichas de cocina, precio de los diferentes platos, etc., lográndose así una disminución de gastos, que constituía una verdadera ayuda en momentos tan precarios económicamente. Ya en aquella época sabía hacer muy bien una labor callada y eficaz, con fe extraordinaria en Dios y en el Fundador de la Obra, sin ningún titubeo en su vocación y con gran alegría.

Llenaba de sentido sobrenatural su preocupación por las cosas económicas, y las armonizaba con el apostolado; con la palabra y el ejemplo enseñaba a los más jóvenes, siempre dentro de una caridad exquisita. Veían sus hermanos en la conducta del Siervo de Dios cuál debía ser la suya propia, y cómo debían estar siempre dispuestos a dejar el trabajo profesional más brillante y ocupar el puesto que los Superiores les señalaran, por modesto que fuese.

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Todo lo cual, etc.

 

29.-Durante lo guerra española.-El Siervo de Dios se había mantenido alejado de las luchas políticas durante los agitados años que precedieron a la guerra española de 1936. Prueba de ello es el aprecio en que le tenían los obreros de ideologías extremistas de los Talleres Generales de Málaga. No obstante, como su religiosidad y sus actividades de apostolado en la Acción Católica, en la Federación de Estudiantes Católicos y con los pobres malagueños, eran bien conocidas, no faltaron quienes, llevados de su odio a la Iglesia, se confabularon para darle muerte.

Fué providencial que al estallar la guerra el Siervo de Dios se encontrase en Madrid, pues de lo contrario hubiese sido, sin duda, una de las primeras víctimas de la persecución religiosa. El Comité revolucionario que se incautó de los Talleres, efectuó varios registros para buscarle, y enterado de su traslado a Madrid, continuó persiguiéndole en esta población, siendo detenido el 6 de enero de 1939. Sólo por su condición de ciudadano argentino consiguió librarse de la muerte el Siervo de Dios.

Todo lo cual, etc.

 

30.-Ayuda a sus hermanos durante la guerra.-Las persecuciones, sin embargo, no eran obstáculo para que el Siervo de Dios llevase a un grado heroico su caridad y espíritu de abnegación con sus hermanos. Pudo con facilidad abandonar la España roja, dada su condición de ciudadano argentino; no obstante, prefirió, con la aprobación del Fundador, permanecer en Madrid hasta el último momento, para consolar, alentar y sostener el espíritu de los socios que allí quedaban.

El profesor de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas, doctor don José María Hernández de Garnica, cuenta: «Iba a las cárceles a visitar a los presos, a mi entre ellos, en tiempos en que nadie, salvo algún diplomático, osaba hacerlo. No dejó un momento su papel de enlace

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entre todos. Recuerdo que un día me hablaba de un socio de la Obra refugiado en una Legación, y me decía: "Está muy delgado; he conseguido unas galletas y se las he llevado". Y poco después me contaba que, cuando se las llevaba, tuvo que recostarse en un banco, por lo débil que estaba».

El excelentísimo señor don José María Albareda refiere las visitas que el Siervo de Dios le hacía: «Entraba sonriente en la habitación; me daba noticias de la situación de cada uno; sentía preocupación por todos. Y hacíamos la oración. Le interesaba mucho hacerla con las Epístolas de San Pablo. Alguna conversación sobre la guerra, y se marchaba. En su conversación se mostraba su carácter: ni era un iluso ni jamás. asomaba en él la menor huella de pesimismo. En medio de todas las dificultades y peligros, nunca dudaba sobre lo que pudiese ocurrir a cada uno de los socios de la Obra. Encontraba natural sortear todos los obstáculos. No veía imposibles. Pero esto, sin alarde alguno, con una naturalidad sobrenatural, con la fe del que viviese entre los ángeles, viendo, junto a las dificultades de aquí, los poderes de allá. En la primavera del 37 me hacía notar la necesidad de que el Fundador pasase a la zona nacional y me hablaba de cada uno de los planes que se intentaban para conseguirlo. No dudaba del éxito, y recordaba, como norma a seguir, las oraciones de los primeros cristianos que consiguieron la liberación de San Pedro».

Todo lo cual, etc.

 

31.-Visitas a cárceles y Embajadas.-Visitaba el Siervo de Dios asiduamente al Fundador y a los miembros del Opus Dei que se encontraban escondidos, refugiados en Embajadas, en la cárcel o en el frente de batalla, y les llevaba noticias de los demás hermanos y de sus familias, cartas, paquetes de comida, etc. Estas visitas se sucedían con regularidad a pesar de todas las dificultades. En una ocasión fué expulsado groseramente de una Legación

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y atropellado por alguien socialmente muy inferior; no por eso dejó de visitar a los refugiados en los días en que acostumbraba hacerlo. Al Siervo de Dios no le importaban los malos tratos ni las humillaciones, con tal de servir y, olvidado de sí mismo, insistía siempre por encima de todos los obstáculos y lograba, por fin, que se le permitiera continuar sus visitas.

Un miembro del Opus Dei refugiado en una Embajada cuenta cómo le iba a visitar el Siervo de Dios en aquella época de terror, en que una ola de miedo envolvía todo Madrid. A veces decía: «Hoy me he colado de rondón en la portería sin que me vean los guardias; no quiero que me fichen». Y si el refugiado le pedía que no viniese a verle con tanta frecuencia, él sonriéndose contestaba que, poniendo los medios, Dios tenía que favorecerle. Consideraba muy convenientes estos encuentros para llevar a los aislados «calor de familia», como él decía.

Todo lo cual, etc,.

 

32.-Director de sus hermanos.-Cuando el Fundador salió de Madrid con algunos socios de la Obra, el Siervo de Dios quedó como Director de los que continuaban en zona roja. Entonces hizo suyas las palabras del Señor: «Non veni ministrari, sed ministrare», considerando que aumentaba su obligación de sacrificarse por los demás. Recuerdan sus hermanos el bien que les hizo en aquellos meses con sus conversaciones, con su trabajo y, sobre todo, con su ejemplo: el ánimo siempre igual, la misma confianza puesta sólo en Dios, en la Iglesia, en la Obra.

El Fundador se comunicaba con los que habían quedado en zona roja por medio del Siervo de Dios, a quien iban dirigidas las cartas a través de un amigo residente en San Juan de Luz. Eran cartas largas, escritas de modo que pudieran pasar por la censura sin acarrear peligro para el destinatario. En ellas se decía todo: detalles de la vida de familia, impresiones, comentarios sobre el espíritu de la Obra... Cuando llegaban, corría el Siervo de

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Dios a las Embajadas y cárceles para leerlas a los que allí estaban. Y dice uno de sus hermanos: «Con su contenido, interpretado por Isidoro, y con las consecuencias que sacaba, había materia más-que sobrada para conversar y hacer luego la oración. Sentíamos la sensación de que todos éramos uno, de que Dios estaba con nosotros. Isidoro fué, sin duda, el instrumento providencial para que en aquellas circunstancias tan poco favorables viviéramos en Madrid con un mismo espíritu».

Todo lo cual, etc.

 

33.-Cartas a sus hermanos.-En aquella época el Siervo de Dios escribió también frecuentes cartas a los demás hermanos que se encontraban en otros lugares de la zona roja. En todas ellas se ponía de manifiesto su fe en la Obra, que se concretaba entonces en la preocupación por sostener el contacto entre todos los socios, lo que sirvió de modo extraordinario para asegurar su perseverancia. Y aun alguna vocación fue fruto de esta correspondencia del Siervo de Dios.

Un socio del Opus Dei escribía después: «A las noticias que Isidoro proporcionó a otros miembros de la Obra debo yo el que uno de ellos fuera a recogerme y más adelante me evadiera por los Pirineos». Otro, el catedrático de la Universidad de Barcelona doctor don Francisco Botella, recuerda: «Sus cartas llegaban cada dos o tres días acompañando cartas del Fundador, y sirvieron para que muchas veces hiciera la oración de la tarde con ellas delante. Todas las cosas que se preguntaban venían contestadas inmediatamente por Isidoro; ni una sola de sus cartas llegó censurada ni abierta, y llegaban siempre oportunamente. A propósito de ciertas dificultades que encontraba cuando se tramitó una instancia interesando la indemnización por los destrozos ocasionados en la Residencia de Estudiantes de la calle de Ferraz, me escribió una larga carta alentándome a no desanimarme porque "me cerrasen las puertas en las visitas". Comprendí que de

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esta cuestión podía él hablar a fondo, porque a través de sus líneas se notaba que tenía experiencia reciente».

Todo lo cual, etc.

 

34.-El paso de sus hermanos por el frente rojo.-Después de una primera negativa rotunda, el Siervo de Dios concedió permiso a tres socios del Opus Dei, que se hallaban refugiados en Embajadas, para que saliesen de ellas e intentasen, a pesar de todas las dificultades, humanamente insuperables, pasar a la zona nacional. Con seguridad absoluta en el éxito, determinó la fecha en que deberían salir y todos los trámites que posteriormente deberían realizar.

El plan era aventuradísimo e indicaba la audacia poco común del Siervo de Dios, como fruto de una fe sin límites. El día de Nuestra Señora del Pilar del año 1938, los tres socios de la Obra consiguieron llegar a Burgos, después de pasarse por las líneas del ejército rojo. El Siervo de Dios había anunciado con anterioridad al Fundador la fecha de llegada.

Todo lo cual, etc.

 

35.-Después de la guerra.-Terminada la guerra regresó el Fundador a Madrid. Se inició la desmovilización y los socios de la Obra fueron reintegrándose a su vida civil. El Siervo de Dios, compañero de estudios del Fundador, el primero que perseveró en su vocación, Director de sus hermanos en zona roja, pasó a desempeñar un cargo sin ningún relieve exterior.

Como siempre, supo hacer compatible su trabajo profesional con las tareas de apostolado dentro de la Obra. Lleno de sencillez, de exactitud, de laboriosidad, de eficacia, cumplidor ejemplar de sus deberes profesionales, humilde y natural, se deslizó inadvertido por un camino de firmeza, de constancia, de actividad callada, de interés por todo y por todos.

Además de sus tareas profesionales, empezó a llevar

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la contabilidad de toda la Obra y en especial de la Residencia de Estudiantes de Jenner; y aún le quedaba tiempo para ayudar a sus hermanos en su trabajo y darles valiosas orientaciones. En esta etapa de desarrollo del Opus Dei, el Siervo de Dios, desde su lugar humilde y eficaz, siguió fiel a su vocación, como cimiento oculto y seguro, sentando las bases de la administración de la Obra.

Al empezar la instalación de la Residencia de Estudiantes de Lagasca, el Siervo de Dios pasó a vivir allí, sufriendo las inevitables incomodidades de la instalación, especialmente en un invierno extraordinariamente duro. Después se trasladó a otra casa del Opus Dei, donde residió hasta que, al declararse su grave enfermedad, hubo de ser trasladado a un Sanatorio.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

<<Capítulo IICapítulo IV>> 

 

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Publicado el Wednesday, 06 February 2008



 
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