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 Tus escritos: Guía sobre el Opus Dei para padres y adolescentes (VI).- pero

030. Adolescentes y jóvenes
pero :

GUÍA SOBRE EL OPUS DEI PARA PADRES Y ADOLESCENTES

 

CAPÍTULO VI

 

Los “tiempos de prueba”

 

El proceso de adoctrinamiento inicial se produce dentro de lo que en la institución se conoce como “tiempos de prueba”, una denominación que -como se verá- tiene algo de engañosa, y que por su connotación de provisionalidad apenas se utiliza de cara a los nuevos prosélitos. Los “tiempos de prueba” son además un argumento en el que a menudo se escudan los representantes institucionales a la hora de justificar determinados abusos que en la Obra se cometen.

 

Desde un punto de vista puramente jurídico, cuando un adolescente pita aún no es miembro de la Obra. De hecho, no se incorpora plenamente a la misma hasta que completa una serie de incorporaciones jurídicas, a saber, “admisión” (dieciséis años), “oblación”  (dieciocho) y “fidelidad” (veintidós). Los lapsos de tiempo comprendidos entre estos momentos se conocen en la Obra como “tiempos de prueba”, siendo la “fidelidad” la incorporación definitiva. Por tanto, con los estatutos de la Prelatura en la mano puede decirse que los representantes institucionales no mienten al afirmar que no hay niños en el Opus Dei...



 Es cierto que no mienten... pero no menos cierto es que omiten una parte muy importante de la verdad, puesto que, como ocurre en tantas y tantas otras instancias en el fuero interno de la Prelatura, la práctica diaria difiere sensiblemente de la teoría jurídica. La prueba irrefutable de esta afirmación es que actualmente la inmensa mayoría de los numerarios de la Prelatura menores de cuarenta años se unieron a la misma durante la adolescencia, y así lo reconocerán si se les pregunta ¿cuándo pitaste? Ello pone de manifiesto la dificultad inherente a conseguir “vocaciones” mayores de dieciocho años, al tiempo que explica el por qué del énfasis que la Obra pone en la captación de adolescentes.

 

Por otra parte, aunque la Prelatura es poco dada a hacer públicas sus estadísticas, la experiencia parece demostrar que el índice de perseverancia entre estos últimos es sensiblemente menor que en aquellos. De esto cabe concluir que las “vocaciones” adolescentes a menudo sufren de una considerable falta de discernimiento, que, dada la inmadurez de los interesados, es atribuible sobre todo al desmedido afán proselitista que se respira en los clubes juveniles, y que a su vez es alimentado por sus gobernantes.  

 

El adolescente recién pitado adquiere automáticamente los compromisos de la vocación de numerario desde el mismo momento en que escribe la carta, a saber: cumplir una serie de mortificaciones y normas de piedad, dejar de frecuentar la compañía de chicas y no asistir a fiestas ni espectáculos públicos, entre otros muchos. A ellos se une un intenso adoctrinamiento (al que ya se ha hecho mención), incluyendo la obligación de rendir obediencia a los directores so pena de “incumplir la voluntad de Dios”. Por tanto, aunque no esté jurídicamente incardinado en la Prelatura, es evidente que el recién pitado sí es de hecho un miembro más de la misma.

 

Existen excepciones a esta regla. Son los casos en que la falta de madurez del recién pitado o sus circunstancias personales puedan aconsejar que el cumplimiento de las distintas obligaciones deba llevarse a cabo de manera gradual. Dichos casos sin embargo no hacen sino confirmar el carácter prematuro de muchas vocaciones, aunque también justifica que pueda decirse que en algunos casos sí hay un cierto “tiempo de prueba” (aunque, dicho sea de paso, en la mayoría de las ocasiones éste acaba con el abandono temprano de la “vocación”).

 

Por otra parte, es habitual que los directores trasladen al recién pitado la impresión, explícita o implícitamente, de que las sucesivas incorporaciones jurídicas no son sino “trámites jurídicos impuestos por la Iglesia”, y de que él es “tan del Opus Dei como los que llevan veinte años dentro”. Esto reviste una considerable gravedad, especialmente en vista de otra de las máximas sobre las que se insiste en los primeros años de adoctrinamiento:“basta con que Dios haga ver la vocación una sola vez en la vida, luego ya no se discute”, “aquí te comprometes para toda la vida: ¡esto no es hacerse socio del Real Madrid!”. A ello se une la meditación de determinados textos del fundador de la institución referidos a la vocación a la Obra, algunos de los cuáles se citan a continuación:

 

“Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, en una persona que abandona su vocación se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar.” Meditaciones. Tomo III. Tiempo Ordinario. Semana XIII. Sábado p384-389

“Hijo mío, convéncete de ahora para siempre, convéncete de que salir de la barca es la muerte. Y de que, para estar en la barca, se necesita rendir el juicio (...) Si te sales de la barca, caerás entre las olas del mar, iras a la muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás de estar con Cristo (...) compañía que voluntariamente aceptaste”. Meditación: “Vivir para la gloria de Dios” (21-I-1954); citado en Meditaciones IV, p84 y ss, 1987.

“Que a nadie se le ocurra saltar fuera del agua. Quien lo hiciera, sería un cobarde, y no tendría fe en la Providencia divina.” De nuestro Padre. Crónica 1973, p277.

“Se entienden por eso las palabras fuertes de nuestro Padre: si alguno de mis hijos se abandona y deja de guerrear, o vuelve la espalda, que sepa que nos hace traición a todos: a Jesucristo, a la Iglesia, a sus hermanos en la Obra, a todas las almas.” Carta 19-III-1992, p67-68.

 

En otras palabras, el “tiempo de prueba” frecuentemente no es tal para el interesado, que se encuentra con un compromiso adquirido para toda la vida y que no puede ya poner en tela de juicio.

 

Como consecuencia, ni siquiera el hecho de que dos de las tres incorporaciones jurídicas (oblación y fidelidad) se hagan dentro de la edad adulta garantiza una decisión libre por parte del interesado, máxime si se tiene en cuenta que este recibe durante todo ese período de tiempo (años) una intensísima carga de adoctrinamiento, encontrándose además sometido a un considerable grado de control mental por parte de sus directores y a un ritmo de actividad que a menudo no le permite pararse a pensar si la vocación es o no lo suyo. A ello hay que añadir la prohibición expresa de consultar las inquietudes sobre los temas relativos a la vocación con cualquier otra persona que no sea el director estipulado o un sacerdote de la Prelatura: estamos, por tanto, ante la situación comúnmente conocida como “la trampa de la vocación”.

 

Así, y en contra de lo que los representantes institucionales pretenden hacer creer, las sucesivas incorporaciones jurídicas no son necesariamente momentos para que el interesado libremente decida si seguir adelante en la vocación o no, sino que se suelen plantear en la práctica totalidad de los casos como nuevas oportunidades de “renovar la entrega a Dios en el Opus Dei”. Por tanto, puede afirmarse que la decisión “que cuenta” es la que se toma en la más tierna adolescencia, puesto que las incorporaciones jurídicas son, de hecho, meros trámites. 

 

Éstas en todo caso sirven como mecanismo para provocar la salida de aquellos que en opinión de los directores no progresan lo suficiente en su empeño por identificarse con el espíritu de la Obra. En palabras del santo fundador, esto podría resumirse de la siguiente manera:

 

 

“Resulta inevitable que algunos se vayan. Es una prueba más del vigor sobrenatural, de la salud de espíritu de la Obra. Como todo cuerpo sano, [la Obra] se resiste a asimilar lo que no le conviene y expulsa inmediatamente lo que no asimila. Y no sufre por eso: se robustece.” Vademecum de los Consejos Locales. Incorporación a la Obra. La perseverancia en la entrega, p48. Roma, 19-III-87.

 

 

Se produce aquí una nueva contradicción, que genera situaciones dolorosas en algunos de aquellos que pitaron de buena fe durante su etapa adolescente: tras oír en repetidas ocasiones que “han sido elegidos por Dios desde toda la eternidad para hacer el Opus Dei”, y superar diversos momentos de prueba más o menos duros a lo largo de unos pocos años, estos se encuentran con que de la noche a la mañana ya no sirven para la Obra, aunque quieran (“la vocación les viene grande”).

 

¿Ha cambiado Dios de opinión o más bien su pitaje, forzado en mayor o menor medida, fue un error humano?

 

Algunos son capaces de encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta y permanecer cercanos a la órbita de la Obra, especialmente si la idea de dejar la vocación ha partido de sí mismos y los directores están de acuerdo. Sin embargo, no son pocos los que quedan perplejos ante la contradicción de una presunta llamada para toda la vida que con argumentos casi dogmáticos unos representantes de la Prelatura (autoerigidos en “portavoces de Dios”) les expusieron cuando sólo contaban catorce o quince años, y la nueva versión de la realidad que otros representantes de la Prelatura (también autoerigidos en “portavoces de Dios”) plantean ahora. La consecuencia práctica en muchos casos es la ruptura con la Obra, al menos en lo que a la dimensión espiritual se refiere. En otros, dicha ruptura puede hacerse extensiva a la Iglesia Católica si el interesado considera que ésta es responsable de los abusos cometidos por la Obra.

 

Por otra parte, la coacción existente para permanecer en la Obra (unida a los mecanismos de control que existen dentro de la misma) explican en gran medida por qué personas adultas, inteligentes y cuerdas pueden permanecer dentro durante décadas hasta que finalmente se deciden a enfilar con decisión el camino de salida.

 

Nunca es tarde para rehacer una vida (aunque normalmente es más fácil cuanto más joven se es), pero no menos cierto es que haber estado en la Obra imprime en la mayoría de las personas toda una serie de hábitos, formas de pensar, hablar y comportarse en sociedad que fácilmente pueden convertirlos en “bichos raros” al salir al mundo real. Todo ello sin mencionar las consecuencias que la salida de la obra pueda tener sobre la carrera profesional de los que se van. Así, no son pocas las personas que se han sacrificado durante años en trabajos relacionados con la Prelatura (colegios, labores internas de la institución, etc) y que al salir no sólo se ven huérfanos “espiritualmente” sino que también se quedan en la calle profesionalmente. Vale la pena hacer notar que a pesar de que estas personas han entregado su sueldo religiosamente a lo largo de muchos años, la Obra no prevé ningún tipo de compensación económica hasta que encuentran un nuevo empleo.

 

            En cualquier caso, estas son simplemente algunas de las consecuencias de haber pertenecido a la Obra, existiendo una vastísima experiencia al respecto dentro de la web. Son sin embargo aspectos que escapan al propósito de este escrito, ya próximo a su conclusión.

 

 

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Publicado el Monday, 28 January 2008



 
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