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MI VIDA SIN MI (2)

Books, 28 de enero de 2008

 

 

SEGUNDA ETAPA

Al salir del centro de estudios fui  a parar a un centro gris, en una calle gris, con un ambiente gris. Las que allí vivían eran casi todas mayores que yo. Había tres personas que me parecían especialmente tristes. Una de ellas, más que triste me parecía rara. Iba siempre algo despeinada, con las manos metidas en los bolsillos y mirando al suelo.

La directora nos reunió a todas un día para decirnos que esta persona se había ido con sus padres, que era lo mejor, que estaba mal y que encomendásemos. Era mi primer contacto con la enfermedad que luego ví padecer a otras, pero entonces yo no fui consciente de ello...



Recuerdo con horror los interrogatorios a los que era sometida,  creo que una vez a la semana, por parte del consejo local. Ellas tres y yo: ¿A cuánta gente has conocido? ¿Quién va venir por el centro? ¿Con quién has quedado para la meditación? Y así, preguntas y más preguntas. Y yo aguantando la respiración, avergonzada porque no había conocido a nadie. Seguía rodeada de numerarias en clase. Iba a una catequesis en el quinto pino, que me llevaba toda una tarde, donde las que nos acompañaban ya estaban "cogidas". Daba clases de sevillanas o de guitarra en el sexto pino a dos o tres niñas que ya eran de san rafael del club en el que yo les daba clase. O sea, que lo tenía bastante complicado. Lo pasaba verdaderamente mal.

Gracias a Dios la estancia en este centro sólo fue de unos meses, ya que en marzo me iba a otra ciudad, desconocida aún, para hacer las prácticas del ceicid. Por otra parte mientras estuve en esta casa hice el curso de retiro y el curso anual.

¡Que ganas tenía de salir de aquel lugar tan lúgubre¡ ¡Que ganas de volver a ver a las del centro de estudios¡ Recuerdo que la mayoría, en el curso de retiro, estábamos como desatadas. Era el primero, nos sentíamos algo importantes y nos tomamos algunas libertades. En concreto, yo y otra, que ahora también está fuera, nos pásabamos lo ratos libres por el campo, charlando y riéndonos y conseguíamos desengrasar bastante y sorprendentemente nadie nos llamó la atención,  aunque también es verdad que nos cuidábamos de ser vistas.

En marzo partí rumbo a Zaragoza, donde tenía que haber estado seis meses, pero fui devuelta a Madrid en dos, ya que no pasé por el aro en algo que a mi modo de ver no era tan importante como a la directora -joven e inflexible-, le parecía. Tuve incluso una conversación con la de san miguel de esta delegación. Sí, hasta esas instancias llegó mi problema. El tema era que yo no quería hablar con la persona designada, me empeñé en hacerlo con la directora, que era en un principio la que me habían colocado y con la que lo hice una o dos veces. No dí mi brazo a torcer y fui devuelta a Madrid. El tiempo que estuve en esta administración hice un poco mi vida, me levantaba tarde, me duchaba a deshora, ponía un cartel en la habitación de "no pasar" porque no hacía la cama. No me confesaba, en fín, que algo de mi rebeldía empezó a emerger.

En Madrid fui muy bien recibida por la directora y las numerarias auxiliares de la administración de las Peñas, creo que era el centro de estudios de ellos, que se llamaba santillana.

La directora era madurita, hablaba con ella con confianza y a mí me parecía que tenía bastante sentido común. Se pasaba días en la cama con unas jaquecas tremendas. Las auxiliares la querían mucho.

Mi estancia en esta casa fue bastante positiva. Sólo hubo dos episodios que no me gustaron.

Un día, había para comer lengua empanada. A mí me daba bastante asco y no me serví. La directora dijo que me hicieran una tortilla francesa. La numeraria, encargada de cocina, que pasaba por una situación un poco especial, montó en cólera. Empezó a gritar, a decir que qué me había creido, que tenía que molestar para que me dieran otra cosa. No recuerdo qué otras cosas dijo. Se levantó, tiró la servilleta y se fue. Según después me contaron, cogió el coche sin rumbo fijo. Yo me sentí fatal. Estaba en aquella casa de paso, era la más joven. Por  una parte humillada, por otra creía ser culpable del enfado de esa numeraria. Parece ser que siempre actuaba así cuando se le cruzaban los cables.

Yo pasé un par de días bastante triste, me cruzaba con la gente y apenas les hablaba. Pero esta historia acabó bien. El domingo, dos días después, vino a la tertulia alguien de la delegación. Notó que a mí me pasaba algo. Se informó. Habló conmigo, me alentó y yo volví a estar normal.

Muchos años después coincidí en un curso anual con la numeraria de la cocina. Aquello se olvidó y lo pasamos realmente bien, pues las dos éramos bastante juerguistas. Nos apuntamos juntas en una excursión a isla mágica en el grupo de las intrépidas. Probamos los cacharros más peligrosos. Creo que ambas, al menos yo, ha sido la vez que más he gritado y más he rezado, pues pensaba que era mi último viaje.

Otra cosa que recuerdo fue la genial idea que tuvo alguien en verano. En la residencia estaban haciendo obras. No podíamos pasar a limpiar. Pues bien, hubo una iluminada que sugirió que nos pasaran las ventanas a la administración para limpiarlas. El trabajo fue agotador, descargándolas de los carros, colocándolas en un jardín y después fregándolas a base de bien. Lo peor fue colocarlas en sus lugares, ya que no encajaban. Creo que aquí fue donde empecé a padecer el mal de cuello, aunque por otra parte pienso que de Zaragoza ya me traje algo, pues teníamos que hacer a diario todas las camas de los residentes, a los que parece ser que no les importaba pagar más con tal de que se les hicieran las camas.

Algo simpático que también sucedió en las peñas fue lo siguiente.

Nos tocaba ir de excursión. Esta consistía en irnos a la piscina desde las 12,00 hasta las 6,00 de la tarde más o menos. Eramos tres, dos auxiliares, una andaluza "pa tirarse por los suelos" y otra, no recuerdo de donde pero con mucha guasa también. Acababa de salir al mercado la crema de zanahoria. Compramos un bote entre las tres, para probarla. Nos colocamos cara al sol bien huntadas de pringue. Cada poco nos mirábamos. Al ver que parecía que no había hecho efecto, nos huntábamos más y así una y otra vez, sin bañarnos, pues era a principios de verano y el agua nos parecía fría.

Cuando volvimos a arreglarnos, una de las auxiliares tuvo que ser llevada a urgencias con una insolación. La otra tenía la boca llena de herpes y yo la cara completamente echada abajo.

Llegó la hora de la cena. Cuando la directora me vió aparecer en el comedor con esa cara de leprosa, me dijo que no volviera por allí mientras no estuviera en condiciones.

Una numeraria muy buena que se apiadó de mí me metió la cabeza bajo una toalla en un lavabo lleno e agua hirviendo para que me dieran los vapores. Después. casi axfisiada, me frotó con una mezcla de crema y arenilla de fregar los cacharros de la cocina. Me dejó la cara como el culo de un bebé.

En otra ocasión, entraba en la cámara con un bol de ensalada. Resbalé y me metí dentro de una marmita llena de ¡crema de zanahoria¡. Salí de allí abochornada, envuelta en crema, de los pies a la cabeza.

Un día, en el que había algún problema con la comida del día siguiente, que era fiesta, pensamos que Dios nos había venido a ver. La directora  nos dijo que fuéramos al "bar" a recoger lo que habían pescado los de la residencia. Vimos el cielo abierto, habría pescado de segundo plato. A mí y a otra auxiliar nos mandaron a recoger la pesca. Cogimos dos carros bien grandes. Cuando llegamos no vimos nada.

La directora llamó a la residencia: que no lo habían pasado. El director dijo  que sí. La auxiliar y yo nos miramos, perplejas. Volvimos con los carros al ascensor, miramos bien en el bar, y allí, en una esquina había una neverita de plástico con un pececito. Así que la comida del día siguiente no se resolvía, a no ser que viniera Jesús por la noche y obrara por segunda vez la multiplicación de los peces, o tal vez el director creía que nosotros seríamos capaces de realizarlo.

Me dió pena irme de esta casa.

Por otra parte estaba contenta, ya que yo había dicho que sólo quería hacer hasta tercero, en ciencias domésticas. Podías elegir esta opción, o estudiar los cuatro años. Cuando ya estaba contando los días que me faltaban para volver a mi tierra, me llamaron a la delegación. Después de mucho rollo, la de estudios me dijo que habían pensado que hiciera el último año. Yo no me lo podía creer. En más de una ocasión me recordaban que yo estaba allí con una beca, como para que lo agradeciera y no me quejara. Cuando decido empezar a trabajar, me dicen que siga estudiando. Yo no entendía nada, qué contradicción. Y para colmo yo estaba hasta las narices de estudiar. Pero una vez más obedecí, pues se trataba de eso. Y pasé otro año más en Madrid.

Hasta la próxima, books.

  

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Publicado el Monday, 28 January 2008



 
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