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 Tus escritos: Guía sobre el Opus Dei para padres y adolescentes (III).- Pero

030. Adolescentes y jóvenes
pero :

GUÍA SOBRE EL OPUS DEI PARA PADRES Y ADOLESCENTES

Autor: Pero

 

CAPÍTULO III

Los “medios de formación”

Una vez que los chicos alcanzan la edad adolescente, los planes del club comienzan a incluir lo que en el argot interno de la Obra se denomina “medios de formación tradicionales de la labor de San Rafael” o, simplemente, “medios de formación”. La coletilla “San Rafael” hace referencia al hecho de que la labor de proselitismo en la Obra está encomendada al patrocinio de dicho arcángel. Así, para los miembros de la Obra los chicos que asisten a estas actividades pasan a denominarse “chicos de San Rafael”. Como su propio nombre indica, los medios de formación tienen por objeto “formar” la personalidad de éstos últimos, con objeto de que puedan recibir una hipotética “vocación a la Obra” (dicho sea de paso, la vocación a estas edades rara vez se plantea con respecto a un estado que no sea el de numerario)...



 Entre los medios de formación destacan círculos, meditaciones, convivencias, cursos de retiro y visitas de pobres.

 

Los círculos son charlas sobre distintos aspectos de la espiritualidad de la Obra, impartidos por un laico al que se conoce como “director”, y que es en la totalidad de los casos numerario.

 

A cada círculo asiste con periodicidad semanal un grupo de chicos fijo, siendo frecuente que si uno no puede asistir el director le pida explicaciones al respecto e incluso trate en lo posible de asegurarse de que recupere el terreno perdido en otro momento. No hay un criterio claro sobre si los integrantes de cada círculo deben ser un grupo de amigos existente de antemano o si, por el contrario, la constitución de los grupos debe obedecer a los designios de la dirección del centro (otro de los cambios en esta etapa es que el club deja de llamarse “club” para pasar a denominarse “centro”). Lo que sí puede decirse es que los círculos tienen una especial importancia a efectos de la estructura de captación, puesto que a cargo del director queda un grupo manejable de chicos de San Rafael, que generalmente son de la misma clase o curso en el colegio, y que principalmente reciben su “dirección espiritual” individual y colectiva de él (con intervenciones del sacerdote del centro). Cada círculo suele funcionar como un todo a la hora de participar en las distintas actividades.

 

Las meditaciones son charlas impartidas por un sacerdote numerario en el oratorio (capilla) del centro. A las meditaciones, que también tienen una periodicidad semanal y una duración aproximada de media hora, por lo general asisten los integrantes de todos los círculos.

 

El formato de este medio de formación es un tanto curioso, puesto que se lleva a cabo casi completamente a oscuras: sólo se dispone de una pequeña lámpara, situada en una mesa desde la cual el sacerdote predica a los concurrentes. Es frecuente que la meditación vaya precedida o seguida de alguna suerte de actividad de ocio.

 

Las convivencias son lo que podría denominarse un medio de formación “de inmersión”, puesto que aíslan a los chicos de su entorno familiar para hacerlos vivir como numerarios por espacio de unos días. Las convivencias suelen ser más atractivas que círculos y meditaciones, puesto que tienen una mayor vertiente lúdica y cultural, permitiendo desconectar de la realidad cotidiana.

 

Es frecuente que la vocación a la Obra se plantee a muchos de los asistentes aprovechando el microclima de “desenfreno sano” creado dentro de estas actividades en cuyo seno reina el “buen rollo”. Esto lleva a que determinadas prácticas religiosas que en el día a día pueden ser costosas tienden a hacerse más asequibles. Sin embargo, cierto es que en algunos momentos esta práctica ha estado desaconsejada por la dirección central de la Obra: el motivo parece ser el bajo índice de perseverancia entre aquellos adolescentes que “perciben” su vocación durante estas actividades.

 

Las convivencias varían ampliamente tanto en lo que se refiere al número de asistentes como a su duración. Así, van desde aquellas enfocadas a pequeños grupos (a menudo coincidentes con un círculo determinado y son de duración breve, en torno a un fin de semana) a las que cuentan con la participación de decenas de adolescentes y ocupan varias semanas durante los meses de verano. Especialmente en España las convivencias tienden a celebrarse aprovechando los cuantiosos medios e instalaciones materiales de que los que dispone -oficial o extraoficialmente- la Obra.

 

Algunas convivencias constituyen puntos de referencia importantes en la actividad de un centro del Opus Dei a lo largo del año: sirvan como ejemplo aquellas que se organizan durante Semana Santa en ciudades como Fátima o Roma. Éstas aglutinan a un buen número de clubes, sobre todo de España pero también (en el caso de Roma) de otros lugares de Europa y del mundo.

 

Una variante especial de convivencia es el curso de retiro, una suerte de ejercicios espirituales que se celebran en las casas que la Obra tiene destinadas a tal efecto, y que suelen tener una duración de dos días (generalmente aprovechando fines de semana).

 

Durante un curso de retiro, charlas, meditaciones y prácticas piadosas se suceden sin solución de continuidad, presentando diversos aspectos de la doctrina de la Obra y animando a los asistentes a realizar propósitos personales en relación a ellos. En los ratos libres, se anima a los asistentes a que lean determinados libros y reflexionen al respecto. Todo esto se intenta llevar a cabo dentro de un clima de silencio absoluto, donde los chicos sólo pueden dirigir la palabra a aquellos numerarios que lo atienden o sacerdote que lo predica, pero no deben hablar entre sí. Con ello se persigue una vez más generar un microclima en que el adolescente esté especialmente receptivo a cualquier indicación relativa a su vida interior. Ésta puede provenir tanto de la conversación con un director o con el sacerdote, como de las charlas y meditaciones impartidas o de las reflexiones que puedan sugerir determinadas lecturas.

 

Un último medio de formación a considerar son las llamadas visitas de pobres, que, como su propio nombre indica, consisten en visitas a asilos, centros para discapacitados o mendigos y vagabundos de la calle.

 

Si bien estas iniciativas son de suyo loables, no conviene olvidar que no persiguen una finalidad social, sino que a menudo se instrumentalizan con fines proselitistas. Así, está estipulado que las visitas deben hacerse siempre a lugares y personas distintas, pretendiéndose de esta forma evitar que la persona visitada desarrolle una relación de apego con sus benefactores: tener que ir a verla con frecuencia supondría una atadura para la que un numerario (que ya en ocasiones experimenta restricciones importantes en el trato con su familia de sangre). Por tanto, el centro de la visita de pobres no es tanto el “pobre” como el chico de San Rafael, al que mediante estas actividades se pretende inculcar un cierto “complejo de egoísta”, haciéndole ver que él tiene una posición social privilegiada mientras que hay personas que sufren. El objetivo es ir fomentando la “generosidad” (entendida ésta última como la capacidad de responder a lo que el director pide), de manera que llegado el momento, el chico sea más receptivo al planteársele la vocación al Opus Dei. Es por ello muy frecuente que una visita de pobres sirva como antesala a una larga conversación sobre vocación.

 

Salvando las convivencias, a primera vista que todas estas actividades (círculos, meditaciones, visitas de pobres...) parecen tener algo en común: su falta de atractivo para el adolescente medio. No cabe duda de que sentarse en una habitación a escuchar a un numerario predicar sobre aspectos religiosos durante una hora, después del colegio, y con deberes por hacer, no es a priori plato de gusto para un muchacho de quince años.

 

¿Cómo es por tanto posible que la Obra mantenga una base numéricamente respetable de adolescentes en sus medios de formación? La respuesta a esta pregunta no es sencilla, puesto que las motivaciones que mueven a cada uno de los chicos que participan son distintas. Sin embargo, sí pueden establecerse una serie de razones genéricas, que en mayor o menor medida posiblemente engloban el sentir de la mayoría de los asistentes.

 

Por un lado existe el vínculo de amistad que empuja a los jóvenes a desarrollar un comportamiento gregario, moviéndose casi siempre como un grupo. Así, el estar en un círculo cubre una primera necesidad del ser adolescente, que consiste en sentirse aceptado socialmente. Dicho vínculo de amistad podría hacerse extensivo al director del círculo, si bien es evidente que éste tiene una serie de intereses proselitistas ocultos a los chicos, por lo que cabe dudar de que pueda hablarse de un sentimiento de “amistad” en el sentido más puro de la palabra. A ello se une el ambiente agradable que se respira en los clubes juveniles, donde los numerarios organizan actividades lúdicas y tratan a los chicos de San Rafael de tal manera que estos puedan sentirse a gusto.

 

El adoctrinamiento afín a la Obra, que los chicos reciben desde muy pequeños en el colegio y en el club, les lleva a percibir a éste último como “algo de Dios”. Ello, unido a la fe católica que a menudo observan en sus padres, deriva en un fortalecimiento de su sentido de responsabilidad (entendido éste como la “necesidad de formarse”), que tiende a prevalecer sobre otras motivaciones más propias de su edad.

 

 Por último, existe otro factor, que como los anteriores tiende a adquirir mayor importancia con el tiempo, y que podría definirse como un “vínculo de conciencia”. En efecto, cuanto más adoctrinamiento recibe el chico, más convencido se encuentra de la necesidad del mismo (aunque le cueste acudir), puesto que tanto el director como el sacerdote logran, a través de  los medios de formación y de conversaciones semanales, hacer que la dimensión espiritual ocupe una parte importante de su pensamiento. De esta manera, el chico de San Rafael puede acabar por automatizar su asistencia a los distintos medios de formación, como si de la misa del domingo se tratase. Hasta tal punto llega este adoctrinamiento que, cuando un chico flojea en su asistencia a los medios de formación, es habitual que el director correspondiente le reproche su actitud como un “dejar de lado a Dios”. Como después se verá, este planteamiento adquiere  dimensiones cada vez más exacerbadas una vez que el adolescente pertenece ya a la Obra.

 

El proceso de incorporar chicos a los “medios de formación” de la Obra se prolonga en el tiempo hasta el bachillerato (e incluso a los primeros uno o dos cursos de universidad), si bien se observa que la atracción es cada vez más difícil a medida que los chicos van haciéndose más mayores. Esto posiblemente se debe al carácter a menudo simplista y poco abierto a valores contemporáneos de muchos de los planteamientos impartidos, lo cual los hace más difícilmente asimilables a personas con una creciente experiencia vital (sobre todo si no han estado expuestas a un adoctrinamiento suficientemente fuerte desde edades tempranas). Como consecuencia, son contadas las vocaciones de numerario que en la actualidad se producen en personas mayores de dieciocho años, y más limitadas aún aquellas que se producen fuera de la órbita de los colegios de la Prelatura.

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Publicado el Monday, 21 January 2008



 
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