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 Tus escritos: Madurez personal y 'rejalgar'.- Elena (Aquilina)

040. Después de marcharse
Aquilina :

MADUREZ PERSONAL Y REJALGAR

Aquilina, 14 de enero de 2008

 

 

Querido Jacinto,

 

antes de todo te digo que, si no me hubieras citado explícitamente en tu escrito “La maldición del rejalgar”, no me hubiera atrevido a contestar a tu requerimiento, sencillamente porque no tengo respuestas a tu pregunta. No sé como se pueda dejar atrás el “sabor a rejalgar” cuando se tiene encima. Pero, como me nombras, no voy a dejar sin contestación tu llamada.

 

Lo que se me ocurre es decirte que, ciertamente, una vida espiritual y moral sana sólo puede construirse sobre una vida física y psicológicamente sana. Yo creo que en esta consideración puede encontrarse una posibilidad de explicación y, después, de curación, para estas personas.

 

Me voy a explicar. Bastante veces hemos comentado que la vida que conducimos en el opus no nos ha ayudado a madurar como adultos. El adulto, psicológicamente hablando, es quien ya no tiene detrás de sí el amparo y la ayuda de unos padres para resolver sus problemas. En un normal desarrollo físico y psicológico, el adolescente empieza a tener cada vez más autonomía en sus decisiones y en la resolución de sus problemas. Hasta cuando se independiza, psicológica y materialmente de su familia de origen, y descubre y experimenta su autonomía, no sólo como posibilidad, sino como capacidad real. Antes de convertirse en padre o en madre, el adulto vive en un sano egoísmo de quien puede y sabe resolver sus asuntos, de quien ya no necesitas de los demás, de quien puede tomar decisiones por sí solo. Y lo hace. Y cuando acierta, la conciencia de su valor, de poder confiar en si mismo, va aumentando cada vez más, en un circulo virtuoso que hace de él una persona realmente de confianza, para sí mismo y para los demás. La experiencia de “ser capaz” de enfrentarse con la vida y con sus problemas, de poderlos resolver saliendo ganando, poco a poco construye en él la capacidad de ser padre, de poder asumir, además del cuidado de sí mismo, el cuidado de otros más débiles (hijos, pacientes, alumnos, lo que sea) y se vuelve un padre, real o potencial, en la familia o en las responsabilidades profesionales y sociales. Paralelamente, la conciencia moral adquiere la interiorización de las reglas éticas, y poco a poco el adulto se acostumbra a no buscar habitualmente fuera de sí, en una autoridad exterior, el criterio moral frente a las circunstancias singulares de su vida, sino a comparar entre las circunstancias concretas y los criterios éticos interiorizados, y a asumir la responsabilidad de sus opciones concretas.

 

Todo este proceso queda interrumpido con el ingreso en la vida en el opus. Habitualmente, las personas jóvenes que piden la admisión pasan de la tutela de sus familias a la de los directores del centro en el que van a vivir. Aunque a menudo tengan que resolver los problemas económicos relacionados con esta opción, nunca se encuentran realmente “solos” para enfrentarse con las dificultades y poder decidir, en cada momento, si seguir adelante o cambiar de camino.

 

Lo que el miembro de la obra nunca más va a experimentar, si sigue dentro, es la vivencia de la soledad en su sentido más positivo, aquel por el que se vuelve una persona adulta, ya sin cordones umbilicales que le hacen llegar sustento desde el exterior en cualquier forma. Contemporáneamente, no experimenta su valor de hombre hecho y derecho (en esto influye también la ascética fomentada en la obra, muy orientada al anonadamiento “no soy nada, no tengo nada, no valgo nada...”, a una infancia espiritual según las formas dictadas por el fundador, y a una obediencia que, como nos apuntaba tan oportunamente Bithias e su última intervención, no se encuentra mediada por las exigencias de la caridad, y más bien es utilizada como criterio último de moralidad “obedeces, y nunca te equivocarás”). Se pasa de niños a padres (todos éramos empujados a sentirnos padres de familia numerosa y pobre, y a tener paternidad espiritual con el apostolado) sin volverse antes adulto y el desarrollo se queda defectuoso. Las vivencias que provocan madurez estaban substituidas por la repetición de slogans y de actitudes exteriores, no arraigadas en una efectiva evolución de la personalidad.

 

Es muy posible que todas estas circunstancias bloqueen el crecimiento psicológico de gente que pasó mucho tiempo de su vida en el opus, o que vivió con mucha intensidad un paso más rápido. Especialmente se bloquea el proceso de maduración moral, y la persona sigue buscando fuera de sí, a su exterior, en una figura de autoridad la seguridad del criterio moral y la aprobacn que la tranquiliza acerca de que está  portándose de forma moral correcta.

 

Si es así, es inevitable que estas personas sigan añorando la seguridad de la dirección espiritual, personal y colectiva, que tenían dentro de la obra, y que perciban una forma de vida que ya no le proporciona este amparo continuo como una forma de vida ya sin posibilidad de ser íntegramente orientada a la santidad y a la unión con Dios.

 

Al mismo tiempo, estas personas no perciben su falta de libertad interior. En la obra nos formaron con la idea que los conocimientos racionales eran el principio de la libertad: tener doctrina, conocer la verdad, nos metía en la situación ideal para escogerla y seguirla. En cambio la libertad se fundamenta en la madurez afectiva al menos cuanto en el conocimiento. Una persona puede entender con mayor o menor claridad la verdad de algo y no lograr actuarlo por no tener una voluntad integra por falta de madurez emotiva.

 

Estas faltas no percibidas de libertad, de madurez moral, de madurez de desarrollo humano, a lo mejor provocan en estas personas la añoranza de la vida en la obra, el sabor de rejalgar que sigue amargándole el paladar.

 

¿Que remedios hay? Desde el exterior, me temo que ninguno. El cariño, el autentico amor que se le da a una persona no sirve de nada para ayudarle, si la persona misma no quiere ayudarse a si misma. En el pasado hemos argumentado en estas paginas acerca de la necesidad, o no, de tener tratamiento psicoterapéutico para superar las secuelas de nuestro paso por el opus. Yo siempre he sostenido que sí, que es necesaria. En esta última temporada he ido madurando la conciencia de que, por ser la mayoría de los problemas de naturaleza relacional, efectivamente es necesaria una situación interpersonal guiada por profesionales competentes la única con posibilidad de ayudarnos. Hacerlo por sí mismo es mucho más difícil, y a menudo imposible. Por cierto, mucho más largo. Aunque, por supuesto, depende mucho de cuanto uno está damnificado.

 

Pero nadie decide empezar una psicoterapia al ser empujado por alguien, sino porque lo decide él. Paradójicamente, es su mismo sufrimiento el que puede ayudarle. Porque cuando uno se resiste a buscar ayuda, es el llegar a ya no poder más lo que te hace cambiar de idea.

 

Por esta razón el único consejo que creo acertado es el de estar al lado de esta gente, de escuchar más que hablar, de darle soporte empatico: de que los entiendes, los comprendes, has pasado por los mismos trances, sufres con ellos, pero que son ellos, dentro de si mismos, los que tienen que encontrar la salida, su salida. Pero, eso sí , de que se puede salir y ser felices: y que tú eres la prueba viviente de esto.

 

Me parece que lo que he intentado explicar a propósito de este argumento pueda hacer reflexionar acerca también de las responsabilidades personales objetivas y subjetivas de las que se discute en estos días (¿es la institución la culpable o son las personas que pertenecen a ella?), pero esto lo dejo ya para otra ocasión.

 

Un saludo cariñoso para tí y para todos,

 

Elena (Aquilina)


Publicado el Monday, 14 January 2008



 
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