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 Tus escritos: ¿Son un error los romances con exopus? Mi respuesta a Emevé.- Ramón Rosal

040. Después de marcharse
Ramon Rosal :

Querida Emevé:

 

Refiriéndote a mi correo Encuentros presenciales entre nosotros (14-11-07) escribías dos días después tus comentarios y tu pregunta.

 

Decías, entre otras cosas, que “salvo que ambos estén totalmente desprogramados” consideras un error grave los romances con exopus. Asimismo que “Ocurre que veo con un poco de preocupación que alguna gente entra expresamente a buscar marido o mujer entre los exopus porque ‘nos parecemos’ y yo creo que eso no puede ser tan bueno para las personas y me parece interesante que un experto lo aclare […] a lo mejor mi apreciación es errada”. “Me gustaría, Ramón, si fuera posible que ampliaras más ese punto ya que es un tema interesante para la vida ‘post opusina’”.

 

Una respuesta bien fundamentada a la cuestión que me planteaste exigiría partir de la observación de veinte o treinta parejas formadas por ex-miembros de la Obra, integradas por personas de diferentes países, edades de la vida, estilo de personalidad, etc. Está claro que yo ahora no dispongo de tales observaciones.

 

Pero esto no es óbice para que experiencias análogas por sus circunstancias –es decir, basadas casi sólo en la sensación de la profunda capacidad de compenetración que produciría haber compartido una experiencia común emocionalmente importante, prescindiendo de otros requisitos– sean experiencias que pueden dar pistas sobre qué sea lo más aconsejable en este tipo de situaciones...



Dos ex-miembros de la Obra que inician una relación de amistad es fácil que se puedan sentir recíprocamente muy comprendidos, respecto a sus vivencias emocionales dolorosas del pasado. Asimismo, respecto al sentimiento de alegría creciente tras la liberación de las ataduras institucionales. Esta fácil comprensión mutua tenderá a despertar pronto –si no se dan aspectos físicos y psicológicos claramente incompatibles– sentimientos de simpatía profunda que pueden provocar un auténtico enamoramiento (no sólo heterosexual, sino también homosexual). Estas dos personas serán conscientes de que en su vida pasada han compartido –por decirlo esquemáticamente– tres experiencias emocionalmente muy relevantes (a las que ya me referí muy brevemente en mi escrito del 14 de noviembre.

 

a)         La experiencia de decidir vincularse a esa institución atraídos, en mayor o menor grado, por la belleza de unos ideales de colaborar en la humanización y evangelización del mundo, aunque en no pocos casos, demasiado influidos por presiones proselitistas en ocasiones coactivas.

 

b)         La experiencia –tras una larga permanencia de años en la institución– de un creciente sentimiento de desencanto, de desilusión, con el consiguiente sufrimiento a la hora de tener que tomar la decisión de desvincularse, frecuentemente con grandes obstáculos procedentes tanto de la interioridad del sujeto, como de las advertencias de los directivos.

 

c)         La experiencia de empezar una nueva vida, con auténtica autonomía, pero frecuentemente con escasez o ausencia de vínculos de amistad. Tras años de traslados sucesivos a diferentes centros y poblaciones, alejados de los amigos de la infancia y la adolescencia, y sin haber podido vivir (salvo excepciones) la experiencia de la amistad auténtica –una relación afectiva entre iguales– con los “hermanos” de la Obra, o con las sucesivas personas con las que se ejercitó el apostolado de la “pseudoamistad” y la confidencia unilateral.

 

Estas tres experiencias que expongo, a modo de esquema, son sólo una parte de las que se compartieron. Basta repasar los centenares de escritos y correos de opuslibros para darse cuenta de la cantidad de coincidencias y semejanzas respecto a estas vivencias pasadas, que atestiguan estos escritos.

 

Pensemos en la situación en que un hombre y una mujer, ambos ex-miembros de la Obra (y algo parecido cabría afirmar en el caso de personas homosexuales), tienen la ocasión de conocerse y de relacionarse –no sólo epistolarmente– y surge entre ellas –tras sentirse pronto muy comprendidas y compenetradas–, un inicial sentimiento de profunda simpatía que, rápidamente, se convierte en enamoramiento. ¿Es esto una base suficiente para poder confiar en que la decisión de comprometerse en una relación de pareja acompañada de compromiso matrimonial (religioso cristiano, o civil, según los casos) estará bien encaminada? En mi escrito anterior ya di mi respuesta negativa, haciendo notar que aquí faltarían otros requisitos importantes. Entiendo, Emevé, que me reclamabas extenderme algo más en este punto. Es lo que ahora estoy haciendo. Pero consciente de que esto requeriría demasiado tiempo, no tengo más remedio que seguir con un estilo algo esquemático. En el Instituto Erich Fromm impartimos algún año un programa de 32 horas sobre El arte del amor de pareja. El próximo lo tenemos previsto para el mes de febrero.

 

1.         La experiencia del “enamoramiento”, por profunda que sea, no es suficiente para acreditar el éxito en un pacto de relación de pareja. Y aquí no me refiero sólo al enamoramiento casi exclusivamente basado en el atractivo físico mutuo de las personas implicadas, que es el más frecuente entre adolescentes y jovenzuelos. También me refiero al enamoramiento basado en el atractivo no sólo físico, sino hacia aspectos psicológicos del otro (sus experiencias emocionales pasadas y presentes, sus aspiraciones, su modo de sentir y de pensar, etc.).

 

En el caso que nos ocupa, y tratándose de personas que son “adultas jóvenes” (25 a 45 años aprox.) o “adultos maduros” (45 a 65 años), o quizás, a veces, ex–miembros que ya se encuentran en la tercera edad, el atractivo al que me estoy refiriendo es de tipo psicológico, aunque siempre tendrá el acompañamiento del físico en algún grado, pero no como lo prioritario. Porque el placer de encontrarse con una persona con la que nos unan experiencias tan importantes y que nos pueda comprender tan profundamente puede provocar una atracción psicológica profunda hacia el otro que constituya un auténtico enamoramiento, más profundo que el basado únicamente en el atractivo físico, respecto a aspectos externos de la persona, que no hay que olvidar que evolucionan con los años.

 

Pues bien, este tipo de enamoramiento tampoco es suficiente. Hace falta algo más.

 

2.         Eric Berne, el creador del modelo psicológico denominado “Análisis Transaccional” clasificó el conjunto de potenciales psicológicos del individuo en tres, a los que denominó “estados del yo”, y que son: el estado Padre (o Madre) del yo, el estado Adulto del yo, y el estado Niño del yo. Abreviando: El Padre, el Adulto y el Niño. Se escriben en mayúscula cuando se refieren a los estados del yo. Aquí no me voy a detener en explicar qué incluyen estructural y funcionalmente cada uno de ellos. Sólo decir que los tres son igual de importantes y necesarios, los tres pueden funcionar sana o patológicamente. Y para las decisiones importantes de la vida –por ejemplo, la decisión de una relación de pareja, o la decisión de vincularse al Opus Dei o desvincularse– los tres han de intervenir y cumplen su función.

 

En el caso del amor de pareja, la experiencia del “enamoramiento” –que es muy importante en el origen de una experiencia de amistad profunda o de amor de pareja– procede del estado Niño del yo. Pero falta la intervención de los otros dos estados del yo.

 

Para que un ex–miembro de la institución que se ha enamorado de una ex–miembro integren también el potencial psicológico del estado Adulto del yo es muy conveniente que se conozcan no sólo respecto a aquellas tres experiencias de su pasado, sino también respecto a otras. Por ejemplo:

 

·            ¿Qué cosas son las más importantes en la vida para cada uno de ellos, y cuáles son poco o nada importantes?

 

·            ¿Cuáles son sus coincidencias o discrepancias en cuanto a creencias religiosas, políticas, culturales (andaluzas, castellanas, catalanas, latinoamericanas, etc.), científicas, artísticas, y las creencias sobre la forma de entender la relación entre hombre y mujer, las relaciones paterno-filiales?

 

·            ¿Aceptarían con serenidad y respeto al otro las diferencias entre algunas de estas creencias? ¿O por el contrario no podrían tolerar algunas de ellas?

 

·            ¿Cómo prefieren cada uno de ellos emplear los fines de semana y, en general, el tiempo libre? ¿Pueden hacer pactos si sus preferencias son muy diferentes?

 

·            ¿Son excesivas las diferencias respecto a los temas de conversación preferidos? ¿O los programas de TV? ¿Es uno de ellos un fanático del fútbol y el otro tiene fobia a este deporte?

 

La lista podría alargarse mucho, pero aquí no voy a impartir un curso a distancia. El hecho es que si en la decisión de formalizar un compromiso de pareja, además del estado Niño del yo interviene el estado Adulto del yo –que viene a ser lo que Erich Fromm llamaba “amor inteligente” no podrá ocurrir, por ejemplo: que cuando ya se han casado surjan conflictos graves al comprobarse:

 

·            Que uno de ellos necesita tener uno o varios perros o gatos en su casa y el otro no puede tolerar esto.

 

·            Que uno de ellos diga que va a votar al PP y no puede tolerar que el otro quiera votar al PSOE o a IU o al PNV, etc.

 

·            Que uno confiese que necesita poder expresarle siempre sus sentimientos afectivos en castellano y el otro diga que si no los expresa en catalán no los puede asimilar.

 

·            Que uno considere algo fundamental que las ventanas estén abiertas por la noche y otro se oponga tajantemente a esta pretensión.

 

Y así muchas posibles sorpresas frustrantes, por insuficiente conocimiento previo, antes de comprometerse.

 

Parece prudente, por lo tanto, que a pesar del poder unificador y provocador de enamoramientos sobresalientes que puede haber compartido aquellas tres experiencias del pasado tan importantes, hace falta algo más.

 

3.         Pero también deben intervenir los potenciales del estado Padre del yo, aunque me doy cuenta de que en el punto anterior algunos ejemplos de preguntas ya tienen que ver con éste.

 

El estado Padre lo constituyen potenciales psicológicos que nos capacitan para ser buenos protectores y animadores tanto respecto a los otros como respecto a uno mismo (ayudan a vivir aquello de amor al prójimo como a ti mismo, sin olvidar esto segundo).

 

Ejemplos de preguntas que se planteará una persona que no inhiba este potencial, antes de formalizar una relación de pareja pueden ser, por ejemplo:

 

·            ¿Soy yo, por mis características personales, jerarquía de valores, etc., la persona adecuada para que –si decidimos convivir juntos en una relación de pareja– la otra acabe siendo más feliz, y crezca más como persona, que si hubiese permanecido sola, sin pareja o, en todo caso, la hubiese realizado con una persona diferente a mí?

 

·            ¿Es esta persona de la que me he enamorado la adecuada para que, conviviendo juntos hasta el final de nuestros días, yo sea más feliz y me realice mejor como persona, que si permaneciese solo, sin pareja, o buscase a alguien diferente?

 

Imaginemos que han pasado cinco años, y que dedicamos un día a pensar sobre esta decisión pasada. ¿Pensamos que fue un acierto? ¿o pensamos que fue una decisión precipitada, no propia de un “amor inteligente”?

 

4.         Con todo lo dicho hasta ahora no hay que olvidar sin embargo –si no se quiere caer en un perfeccionismo insano– que: a) el que se produzcan crisis tras unos meses o años de convivencia no tiene que significar necesariamente que la decisión de pareja fue un error, sino que es normal que se produzcan algunas crisis; b) que todo ser humano es capaz de cambiar y de superar las rigideces de su propio estilo de personalidad; c) que también las parejas formadas por ex–miembros de la Obra pueden necesitar en algunos casos unas sesiones de psicoterapia de pareja antes de decidir romperla por considerarla fracasada.

 

5.         Un tema que no puedo exponer aquí es el requisito de la comprobación de la compatibilidad de caracteres o tipos de personalidad. Esto vale, claro está, no sólo para ex –miembros. Theodore Millon, el sabio investigador sobre los trastornos de la personalidad cuyas aportaciones tuvo muy en cuenta Markus Tank en su excelente estudio sobre la personalidad del fundador, aparte de describir quince tipos de trastornos de personalidad, también lo hace respecto a once tipos sanos de personalidad, los cuales, en el caso de que el sujeto llegue a padecer un trastorno, conducen a los once que les corresponden (de los quince clasificados, ya que de cuatro de ellos no se ve viable la versión sana).

 

            Sólo diré que tipos de personalidad diferente (si no padecen un trastorno importante de personalidad), pueden llegar a sumar una buena experiencia de amor de pareja y complementarse. Pero hay tipos de personalidad que normalmente tenderán a ser incompatibles. No olvidemos que son muchas las parejas que, pasados unos años deciden separarse, al descubrir su “incompatibilidad de caracteres”. No todas las personas captan por vía intuitiva tras la fase de enamoramiento, si sus características de personalidad las hacen idóneas para una expereriencia matrimonial satisfactoria y duradera.

 

6.         Hay más aspectos a tener en cuenta, y tras estas consideraciones siento cierta inquietud por el hecho de que una información epistolar puede dar pie a interpretaciones inadecuadas. Me falta recibir el feedback, a través de preguntas, o expresiones faciales significativas, gestos, interrupciones, etc., que ayudan a percatarse de que, o bien uno no se ha expresado con suficiente claridad, o el oyente no ha interpretado adecuadamente lo dicho.

 

            Pero para concluir, Emevé, mi respuesta a la pregunta que me hiciste, creo correcto decirte lo siguiente:

 

6.1.      Pienso que entre ex–miembros de la Obra pueden ciertamente surgir esperanzadoras experiencias de relación amorosa de pareja que se estabilicen en una experiencia matrimonial estable y lograda.

 

Pero que no tener en cuenta los otros requisitos puede considerarse una imprudencia grave, aunque no siempre tendrá que conducir a un fracaso.

 

6.2.            Que lo dicho vale también –en buena parte– cuando un ex-miembro establezca su relación de pareja con alguien que siempre fue ajeno a la Obra. Lo que pasa es que aquí normalmente –en personas de cierta edad– el enamoramiento inicial no surgirá tan deprisa como en la situación anterior.

 

Ahora bien, aquí habrá otro tipo de peligros. Uno de ellos es cuando el ex –miembro que arrastre demasiado tiempo un estado emocional con rasgos depresivos convierta sus diálogos con su pareja en una especie de psicoterapia encubierta. Esto es normalmente desaconsejable. Es conveniente que para ello acuda a un profesional. Pero esto no es óbice para reconocer –como ya decía Carl Rogers– que la experiencia de un amor maduro de pareja, o de amistad, etc., viene a ser, de por sí, una psicoterapia natural. Como también el estar implicado en actividades –profesionales o extraprofesionales– que permiten cierto margen para la creatividad y solidaridad y que dan sentido e ilusión a la propia vida.

 

Espero, querida Emevé, que estas reflexiones puedan aportarte algo a ti, y también a otros participantes en opuslibros.

 

Un abrazo de

 

Ramón Rosal




Publicado el Monday, 17 December 2007



 
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