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 Correos: De alguna manera, un común denominador.- Guillermo-Brown

140. Sobre esta web
Guillermo-Brown :

Estimados orejas y lectores: una breve presentación y un mensaje.

 

            No soy ni he sido numerario ni supernumerario. En mi entorno afectivo los hay, tantos como enemigos furibundos de la Obra. Los primeros, sobre todo los del primer grupo, se hacen querer. No daré mi nombre real, porque les haría daño –“te alineas con el mal, nos has atacado”- pensarían, y porque -lo comprobaréis si leéis el texto entero- no es necesario.

 

            Os escribo porque os profeso un profundo cariño –no he conocido en la web una página con más densidad de amor por píxel- y porque he creído detectar –desde que comencé a leeros hace meses- una grieta, un error, y creo que su puesta sobre el tapete os podría interesar a algunos. ¿Y…? Pues sólo eso: “he creído”. Lejos de mí cualquier ánimo de herir susceptibilidades. Si leyese tras mi carta –caso que os interese publicarla- la menor queja de algún lector, no volveré a escribiros. Estoy de visita y ha de respetarse la idiosincrasia de la casa visitada. En cualquier caso, preventivamente, si a alguien molestase, le ruego acepte disculpas y mi palabra de que ése jamás fue mi interés...  



            Presentaciones hechas, voy con el “error”, la “grieta”. Preciso para ello de un planteamiento básico de psicología profunda, que probablemente haga sonreír a cualquier entendido de Psicoanálisis por lo esquemático, pero que seguramente compartirá conmigo.

 

            Todos los que ahí habéis escrito a esta web habéis amado; y amar es, en síntesis, la “anulación temporaria del yo, por el objeto amado” (temporaria porque si el yo se anula totalmente, desaparece el hontanar y la potencia de amar –“yo – amo”-, con severo riesgo de alteración mental). El amor truncado, en tanto sentimiento de potencia descomunal, requiere de un largo proceso de duelo, con sus fases inevitables, una de las cuales es, conocidamente, liberar el inmenso dolor.

 

            Es largo o muy largo el duelo por la pérdida –generalmente parcial, porque es habitual que sobrevivan cuanto menos los recuerdos- de una persona amada; pero es siempre muy largo el duelo del desamor en quien ha excedido los límites “sanos” de la “anulación temporaria”, convirtiéndola en “anulación total”. Los que habéis sido numerarios entendéis muy bien que “no podíais daros cuenta”, desde dentro, cabalmente, de lo que os pasaba. Nadie puede. Nadie ha podido y nadie que se encuentre anulado totalmente, podrá. En el amor-pasión el intelecto profundo está congelado. Sólo funciona parcialmente, aquellas áreas más "automáticas".

 

            La afectividad profunda –esto es: el amor- requiere de un requisito imprescindible: la reciprocidad –en mayor o menor grado-. Ergo: no puede sostenerse indefinidamente un amor a un objeto que: a) no se deje amar (clarísimamente lo cuenta María del Carmen Tapia cuando Escrivá le “admonizó” en 1966: “a la próxima, a la calle”, a ella, que había sustituido el amor de un novio veinte años atrás por otro aún mayor, y por el que había venido sufriendo y estaba sufriendo hasta la extenuación); o, b) no nos deje vivir (la presión continua, contra natura, de una Obra contra la entregada naturaleza del amante –dizque cualquier numerario-).

 

            Ese runruneo sordo de tantos numerarios que intuyen –y temen- que algo no va bien en ellos, es un recurso de nuestra psicología para alertar de lo patológico (el amor no es correspondido, cojo y, por ende, ilusorio). El amor es la anulación temporaria de uno mismo, por “el otro”, siempre que el otro sea, de alguna manera, “nuestro”. ¿Sería “nuestro” un brazo que mientras durmiéramos se despertara y quisiera estrangularnos –es decir: que actuara contra natura-? ¿Sería “nuestra” una pierna que se marchara de nosotros mientras durmiéramos, y no volviera?

 

            La Obra –pocas dudas hay de ello- ha trocado el amor a nuestro Dios –éste sí, nuestro Creador, nuestro verdadero Padre- en el amor al binomio Escrivá-la Obra (aragonés limitado uno y conjunto de amantes manipulados la otra). Y sus miembros, entre los que estuvisteis, pasaron de amar a Dios a amar a un falible, muy falible, sacerdote enamorado, y a una estructura de miembros enamorados que si no estuvieran sostenidos además de por la manipulación, por un inmenso amor –o lo que es lo mismo, anulados a sí mismos por Escrivá y la Obra-, no duraría 24 horas.

 

            Lo que voy a escribir podrá no gustaros, pero tiene mucho de verdad: los pecados de amor deben intentar disculparse. Incluso los más horrendos. ¿Está justificado tamaño perdón? Creo sinceramente que sí, y os diré porqué.

 

            Esos directores torturados que habéis sufrido, embrutecidos por un fanatismo que les desbordaba –como os desbordó a vosotros-, aherrojados por la culpabilidad inasumible y el miedo (traición a Dios, infierno, eterno castigo y soledad), y que adocenados disimulan su inferioridad alardeando una superioridad ridícula ante los demás; esos avisperos de cotillas entrometidos, remedos de aquellos niños acusicas de nuestros colegios de la infancia, tejiendo telarañas en pisos, consejos locales, … ¿Son acaso todos ellos otra cosa que amantes asustados, defendiendo con denuedo -no exento de crueldad- un sueño amoroso que para ellos también amenaza con desvanecerse?

 

             Ellos también tienen miedos, muchos miedos.

 

            Pensadlo. Dios es padre. Dios es amor. El amor irradia vis expansiva de felicidad, de cariño, de ternura. Todos los padres del mundo quieren a sus hijos felices. ¿Dónde están todas estas cosas en las residencias de la Obra?

 

            Vosotros lo habéis superado. Algunos que escriben están en el proceso. Todos lo conseguiréis, aunque lo pone dificilísimo la Obra cuando “mata afectivamente” a sus antiguos miembros no ocupándose de ellos en el durísimo duelo lo más mínimo, al punto de que a la fragilidad afectiva y al derrumbe inherentes al desgarro (os quedáis, como todo amante, sin “el trozo de uno, que está fuera de uno” [el bifronte objeto amado Escrivá-La Obra]); suma la negación de cualquier apoyo material, dejándoos en la indigencia, y pretendiendo borraros hasta de la memoria de esa Obra en la que desaparecen hasta vuestras fotos.

 

            Y luego, cuanto más os temen, más os persiguen, porque vuestra supervivencia es la sencilla prueba del nueve de que el amor a la Obra y a Escrivá no es el TODO que ellos aman; ni siquiera es “lo principal”. Si además del TODO existe otra cosa, ese TODO deja de ser tal. Tampoco es lo principal porque eso era Dios, el Dios que difuminaron sobreiluminando el aura de Escrivá.

 

            Vosotros lo habéis superado y en estas páginas dejáis impresas unas huellas de amor sin trampa, de lirismo desgarrador –por lo que amasteis y por la potencia de amor que conserváis [y con la que seguiréis hasta que Dios os llame, porque eso es un don, manipulable, pero un don]- que hace imposible no profesaros cariño sin conoceros; pero muchos –incluyo a Agustina- escribís de modo que sembráis la duda de si la superación ha sido total. Ésa es la “grieta”.

 

            ¿Vale la pena indagar en si los actos de desamor de la Obra eran institucionales o individuales? ¿Es tan importante situar mojones en el terreno de las responsabilidades, delimitando unas de otras? ¿Vale la pena hacer parada y fonda en el pasado que no vuelve? Si lo pensáis quizá coincidáis conmigo en que no. Toda obra humana es, por naturaleza, limitada. Admitido pacíficamente que el amor es ilimitado, cualquiera que lo deposite enteramente en una persona o una obra de personas (verbi gratia, la Obra) está condenado al desengaño a medio o largo plazo. Cualquiera.

 

            El error fue conceptual, y se ha perpetuado. El error consistió en la interposición entre cada uno de vosotros y el objeto amado (Dios), de unas personas que, enamoradas de Dios y de un aragonés, os manipularon para que en vez de al Primero, amaseis al aragonés que en su lirismo enloquecido urdió un fabuloso sistema de manipulación del sentimiento amoroso –vídeo obritas como Camino-, y creó con sus amantes una estructura –la Obra- al servicio de su lirismo.

 

            Dios no está, nunca estuvo, no puede estar, en vuestras historias desgarradas y desgarradoras, en los suicidios, en ese runruneo de los que siguen dentro sintiendo que “algo va mal”, en suma: en el des-amor. Todos los que ahí escribís disteis (hasta el desamor anunciado de una Obra que por limitada os acabaría traicionando) todo vuestro amor, amor sin cuento, amor sin trampa, amor casi absoluto. Lo siguen haciendo los que artificialmente siguen dentro, sostenidos no sólo por el amor, sino también por las tácticas de secta que apuntalan su ceguera y entreveran el amor. Algunos nunca saldrán del sueño en vida. Otros sí.

 

            La pena, la tristeza, es que al no haber hincado la rodilla derecha sólo ante Dios, el único Padre (Dios, Alá, Yahvé, tanto da); al no haber ofrecido toda su sangre, toda su vida a Él (y en tanto partes o hijos de Él, a una mujer, a un hombre, a los demás, al bien común, a los propios hijos, etc.); y sí a unos impostores (enamorados, y por tanto disculpables, pero impostores) como el amante de “Un Rayo de Luna” de Bécker, son funambulistas en el alambre del engaño.

 

            Pero no son, no fueron y no serán, más culpables de lo que lo fuisteis vosotros o lo fue el aragonés vesánico y vanidoso, gran conocedor del sentimiento amoroso, y de cómo manipularlo, pero no por ello menos amante. ¿Cabe en estas circunstancias el perdón que cierre una etapa del pasado –sin dejar abierta una grieta- y nos permita abordar sin hipotecas la siguiente?  

 

            Se cuenta una anécdota en el mundo de los toros. Una periodista poco avezada interviuvaba al Mihura (nada que ver con el dramaturgo) en su finca, cuando la conversación se centró en los animales que tenía en cría. Sin dudarlo el anciano ganadero mostró su predilección rayana la familiaridad por un moloso, corniveleto, serio, muy serio semental que oteaba a cierta distancia de la valla junto a la que hablaban. Tantos piropos dedicó el criador al animal y tanto cariño impregnaba sus observaciones que la periodista, ingenua, preguntó: ¿Podría acercarse para que le tomaran una foto con él? El ganadero se sobresaltó. ¡Jamás! ¡Sería capaz de matarme! 

             

            Reitero mis disculpas si a alguien he molestado.

 Guillermo-Brown




Publicado el Wednesday, 08 August 2007



 
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