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 Tus escritos: En recuerdo de nuestro querido amigo José Luis Gómez Rico.- Opusvalladolid

010. Testimonios
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Querido amigo José Luis:

Hoy, 7 de agosto, a los que hacemos OpusValladolid se nos ha clavado en el alma el aguijón de desconcierto y dolor, al conocer la triste noticia de tu fallecimiento en el Hospital Río Ortega, en la mañana del día 5. José Luis, tú, el gran amigo de todos que has estado durante tantísimos años atendiendo la portería del Colegio Mayor Peñafiel, el poeta, el artista, el filósofo, el sabio. Tú, que pese a ser un viejo, has sabido enseñarnos a tantos jóvenes lo que significa la juventud. Un viejo y entrañable amigo del alma, maestro de humanidad.

Recordaba yo hoy -parece que te estoy viendo- aquello que explicabas con tu humor gallego, inteligente, trasgresor y desconcertante: “a mi hay algo que no me gusta del señor Ortega y Gasset, eso de reconvenir a la gente diciendo: ¡pensáis como porteras!, ¡¡¡cómo porteras!!!”...



Yo era numerario entonces y vivía en Peñafiel, y recuerdo que para mi y para los demás ir a portería y estar contigo era como una evasión de ese ambiente opresivo que nos rodeaba. Recuerdo tu conversación cálida y tus bromas penetrantes, tu sentido común y tu sinceridad. Recuerdo la historia de cómo conociste la Obra en el año cuarenta y tantos, en Santiago de Compostela… un sacerdote “altísimo y elegantísimo”, numerario, fue a tu tienda de muebles para encargarte toda la decoración de un nuevo centro. Poco después fuiste al Colegio Mayor La Estila a preguntar por él -os habíais visto el día anterior allí- y te dijeron que no conocían a ese sacerdote, que nunca había vivido allí y que te estabas equivocando. Ese sacerdote dejó la Obra y nunca volviste a saber nada de él.

Tu conversación hacía pensar, era profunda y cotidiana. A mi me dijiste que un numerario era algo así como un ser “incompleto”, porque le falta tener una esposa y si somos gente normal y de la calle, qué es eso de vivir un celibato como el de los religiosos. También recuerdo aquello de que las enseñanzas de “nuestro Padre” tu las aceptabas sin “ningún cuestionamiento” aunque eso no te impedía, de cuando en cuando, hablar de “nuestro Padre” y de una cierta apariencia de “egolatría” en su persona. Tampoco te callabas cuando aparecía por Peñafiel -algo frecuente- un ejemplar de esos numerarios apelmazados y rígidos, que viven en su burbuja y que no saben nada de lo que es vivir. Me acuerdo que un día me dejaste estupefacto con eso de que “ese señor”, refiriéndote a Javier Echevarría, a ti no te decía nada, que era algo así como un “insípido” personaje.

Pitaste en 2003 con casi 80 años, después de 60 en contacto con la Obra. Recuerdo que yo me fui del Opus Dei casi en las mismas fechas, aunque ya no vivía en Peñafiel sino en otro centro, te telefoneé para decírtelo. No era la primera vez que marcaba el teléfono de Peñafiel no para preguntar por nadie (con nadie de allí tenía nada de que hablar) sino para oír ese “Colegio Mayor Peñafiel, buenas tardes…” tuyo y empezar a rajar y a reír y a aprender contigo. Tu me explicaste que acababas de “hacerte” (de la Obra) y que -claro- después de tanto tiempo cerca del Opus Dei creías que ya valía de “estar, sin ser”.

A la Obra le tenías mucho cariño, quizá porque conocías a muchísima gente y todos te queríamos y se notaba. Al decirte que yo me había salido me contestaste casi en tono festivo que también ese, y ese, y ese otro se acababan de salir y que no era mala cosa, porque “tanto estudio y tanta religión” en la vida de un numerario es muy duro de soportar y que muchos acababan mal de la cabeza. Bromas y veras, que me echara una buena novia, y que nada de estar años y años, que me casara como hiciste tu: a los tres meses de conocer a tu mujer. Bromas y veras, ¡que bien se estaba contigo! Tengo el recuerdo de verte salir de Peñafiel a las diez de la noche, camino de la parada del autobús para volver a casa, en invierno, la noche negra, ajustándote los guantes y la bufanda, cogiendo tu libro y el estuche de las gafas de cerca.

Recuerdo tu pañuelo de seda en el cuello, tus andares y tu risa penetrante. Un gesto muy tuyo: sacarte los puños de la camisa mientras nos contabas alguna de esas historias que nos fascinaban. Hubo momentos en los que Peñafiel se reducía -para los que vivíamos allí- al espacio de la portería, donde todos nos apiñábamos a tu alrededor y decíamos lo que se nos ocurría. Siempre había gente contigo, uno sentado en la otra silla, otro en el radiador de debajo del cuadro de la Virgen, otro encima de la mesita de la máquina de coser de la administración, otro de pié y otro también… y si, ya de paso, acababan de sacar la merienda, pues mejor que mejor.

No te gustaba hacer la convivencia, porque entre otras cosas no veías su utilidad, tampoco el retiro. Más de una vez, sin pretenderlo, dejaste en evidencia a algún docto sacerdote con tus preguntas. Algunas veces el numerario de turno te trataba como si fueras un “recién pitado en mal plan”… otras veces -las más- era el numerario el que acababa haciendo la charla contigo. A veces te cambiaron de centro y de círculo de un modo un poco raro y lo dijiste. Muchas veces te oí eso de que las cosas no se hacen bien, de que así esto no va bien. Eras muy crítico con los directores, y ellos sabían que eras tu quien daba en la diana, que tenías razón. Te molestaban las hipocresías y las apariencias, los dogmatismos cerriles y los cuchicheos infantiles. Más de una vez le dijiste verdades como puños a uno de esos directores de la delegación que se creía bajado del Cielo, como un Júpiter descendiendo del Olimpo.

Todos te escuchábamos embelesados, quizá porque percibíamos en ti mucha de esa autenticidad que añoramos en la Obra. Siempre te interesabas por todos, siempre estabas dispuesto a ayudar y a comprender. Eras visceral y directo con tus simpatías y antipatías, pero eras una persona íntegra, sin medias tintas ni componendas. Capaz del más profundo de los afectos y del más severo de los juicios. Nunca transigiste con las falsas apariencias y oropeles tan propios del Opus Dei y, por esto, los directores comenzaron a considerarte como algo incómodo para ellos. En ti latía la fuerza y la sinceridad -descarnada, si era menester- de un espíritu libre e incisivo, de una inteligencia profunda y de una simpatía que imantaba a cualquiera que cruzase contigo un par de palabras. En ti encontramos muchos nuestra referencia de integridad, de esfuerzo, de crítica… ¡de vida! Eras una persona con sangre en las venas, con sentimiento, con nervio.

Los directores jamás te comprendieron, probablemente hasta les perturbaba que nosotros -chavales de 20 años- encontrásemos en ti mucha más juventud y frescura y alegría, que en nuestra entrega prematuramente envejecida y apolillada de numerarios del Opus Dei. Con tu marcha Peñafiel ha perdido el corazón, la calidez, y me estremezco al pensar como será a partir de ahora ese cuartel de observancia de la ley y de la norma, que si fue algún día habitable, fue gracias a ti.

Últimamente te sentías un poco arrinconado, me dijiste -camino de la parada del 7, por el Paseo de Zorrilla- que te habían “prohibido” interferir en la vida del colegio, que se acabó eso de hablar de todo y con todos, que nada de bromas y veras. Quizá recelasen de ti, quizá los directores del colegio sintieran algo así como “santos celos” de ti. Quizá notaran que la gente se fiaba más de una palabra tuya que de un discurso inspirado de ellos. No se que pasó, pero así me lo contaste. Es más, me dijiste, con pena, que te habían dicho que nada de “pasearte” por Peñafiel, como si te considerasen una suerte de mala influencia. Y, digo yo, ¿cuándo te habías “paseado” tu por Peñafiel?, ¡¡éramos nosotros los que íbamos a verte porque lo necesitábamos!!

Parece mentira que te hayas ido, tú, que siempre estabas ahí. Como una presencia constante y alentadora. Es curioso como casi todos mis recuerdos del centro de estudios tienen algo que ver contigo, será quizá porque me he empeñado en guardar sólo los buenos recuerdos. ¡Qué no daría por volver a oír uno de tus gruñidos cariñosos, un reproche bromista de confianza, una brillante mirada tuya y un gesto tuyo, elocuente, de complicidad!

Adiós, hasta siempre, José Luis. Contigo se marcha lo mejor de Peñafiel, contigo desaparece lo mejor que nos llevamos muchos de los que nos fuimos del Opus Dei de Valladolid.

Ahora me gustaría estar ahí, en esa portería fría en invierno y sofocante en verano, pero alegre a pesar de todo. Y volver a contemplar todas esas cosas sencillas que asocio contigo. Sentarme en una silla, mirar la tuya vacía y echar de menos tu querida presencia. Ahora me gustaría estar ahí, llorando tranquilamente mi pena porque te has ido.

D. D.

Con todo nuestro cariño,

tus amigos de OpusValladolid

Imagen: los cuadros de José Luis en la entrada del Colegio Mayor.




Publicado el Wednesday, 08 August 2007



 
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