Reflexiones sobre la muerte del Padre Danilo Eterovic
9 de marzo de 2015 -
E.B.E.
«El tesoro del Opus Dei son
nuestros enfermos y nuestros ancianos» (Reglamento de la
Pía Unión, 1941, nro. 46)
«Cuando llega la enfermedad o la
vejez, un Numerario o Agregado no se encuentra solo, porque la Obra acude
maternalmente en ayuda de sus hijos. (…) Cada uno sabe que, si cae enfermo, sus
hermanos en la Obra le tratarán con el mismo cariño y con los mismos cuidados
con que le atendería su madre» (Catecismo,
nro. 165, edición 2010)
«Tomó la palabra un socio de la
Obra, que estaba allí con su madre, viuda, inquieta por lo que pudiera ser de
su hijo cuando llegase a viejo.
–Dice que no voy a tener familia...
Y como ella está acá, al lado mío, yo quiero que usted
le explique que tenemos familia, que nos queremos mucho». [Escrivá contesto:]«tu hijo tiene familia y tiene hogar; y que
morirá rodeado de sus hermanos con un cariño inmenso. ¡Feliz de vivir y feliz
de morir! ¡Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡A ver quién dice por
ahí esto! (...) ¡Es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir: el
Opus Dei! ¡Qué bien se está, hijos míos!» (tertulia
en el teatro San Martin Argentina, 1974)
«Hay que saber deshacerse, saber
destruirse, saber olvidarse de uno mismo; hay que saber arder delante de Dios,
por amor a los hombres y por amor a Dios, como esas candelas que se consumen
delante del altar, que se gastan alumbrando hasta vaciarse del todo» (J.M.
Escrivá, meditación, 16-II-1964)
«... yo que había andado por el
mundo sin padre y casi sin madre. Tuve la sensación de que aquél era mi
verdadero hogar» (Danilo Eterovic, entrevistado
por J.L. Olaizola)
Se podría afirmar, sin temor a exagerar que, en
esa fraternidad o cariño familiar del que hablaba Escrivá, creíamos y creímos
durante largos años todos los que fuimos socios del Instituto Secular Opus Dei
(luego convertido en prelatura personal).
Con el paso del tiempo, sin embargo, se
empezaron a conocer diversas historias personales de sufrimiento y desilusión.
Cada uno, incluso, haya vivido en carne propia el contraste entre esas palabras
o promesa de Escrivá y la realidad concreta.
Cuarenta años después de esa tertulia en
Argentina, en 2014, el padre Danilo Eterovic, primer
numerario boliviano del Opus Dei, que vivía en Buenos Aires en un centro de la
prelatura, sin ningún familiar con el cual contactarse, escribió de manera
escueta, antes de morir cruentamente: «estoy rechazado».
El Opus Dei dijo que la muerte de este
sacerdote fue un
accidente. Sin embargo, ahora
se ha podido confirmar que no fue así. ¿Por qué, entonces, el Opus Dei dio
una versión completamente diferente de los hechos?
Mons. Mariano Fazio
en el sermón
de la misa de exequias aludió a esa promesa de Escrivá en relación al Opus
Dei: «en nuestra familia nos queremos con obras y de verdad». Sin
embargo, la historia del padre Danilo contradice seriamente ese panorama ideal
presentado por Escrivá y reafirmado por el entonces vicario regional de
Argentina y actualmente Vicario General del Opus Dei, residente en Roma.
¿Se trató de una situación excepcional, «un
hecho aislado y extremoso» y, por lo tanto, el Opus Dei sigue siendo un mundo
maravilloso, como decía Escrivá, a pesar de lo que le sucedió al padre Danilo?
Si bien tenía terribles dolores (cólicos,
columna, etc.), sin embargo, en su sintética nota de despedida, el padre Danilo
no hace mención de ninguno de ellos, sino que señala el abandono que sufrió por
parte de la prelatura y el estado de enfermedad en el que se encontraba.
Podría haberse echado la culpa o haber sentido
vergüenza de la decisión que iba a tomar. Al contrario, como un grito de
socorro, como un último suspiro de su dignidad herida de muerte, afirmó –como
si firmara una declaración jurada- que estaba muy enfermo y que no entendía
cómo había llegado a dicha situación.
Son muchos los ex miembros que han señalado un
gran abandono, por parte de la institución, y la existencia de diversas enfermedades
psiquiátricas dentro de la vida de los centros del Opus Dei. Lo padecido por
este sacerdote parecería tener una explicación.
A diferencia de la versión oficial, el Padre
Danilo no murió por casualidad.
Tampoco murió, como se podía pensar, a causa de
sus dolores de columna y cólicos que le hubieran hecho perder el equilibrio y
desvanecerse.
El padre Danilo murió de dolor moral y
psíquico, más que físico. Esto es algo muy diferente a la versión oficial, que
pone la causa de la muerte fuera de la Prelatura (accidente,
desvanecimientos, etc.), mientras que las últimas palabras del padre Danilo apuntan
hacia la misma Prelatura. Esto no es algo nuevo: pensemos en el caso del padre Antonio
Petit y el abandono que sufrió.
Murió solo, «rechazado» (sic) y «muy enfermo»
(sic), con una angustia indescriptible –debido al abandono-, la cual le llevó a
tomar la decisión de poner fin a su vida. Sin duda estaba rodeado por las
personas que vivían con él, pero, como veremos más adelante, el campo de acción
de esas personas era limitado por los directores.
El padre Danilo murió atormentado: no sólo por
la forma cruenta en que murió, sino por el estado interior de su persona. La
muerte no parece haber sido un alivio para él –como
sugirió alguien de la prelatura- sino, más bien, algo completamente
inmerecido.
Al negar la verdad, el Opus Dei rechazó por
segunda vez al padre Danilo, primero en vida y luego una vez muerto.
El Opus Dei sabía perfectamente lo que había
sucedido, pero prefirió contarlo de una manera muy diferente. La decisión de
ocultar los hechos, tal como se dieron, podría explicarse como una cuestión de caridad
hacia el padre Danilo (preservar la memoria del difunto).
Pero también hay otra explicación, menos evidente
y más dura: si no fue accidental, ¿su muerte se podía haber prevenido?
Lo cual lleva a preguntarse si la razón para no contar la verdad, era preservar
el honor y la memoria del padre Danilo, o más bien, el prestigio de la
Prelatura.
La verdad, en relación a lo sucedido,
compromete más a la Prelatura que al honor del padre Danilo. Por lo tanto, usar
como escudo al padre Danilo para tapar un grave problema de la Prelatura no es
una forma de honrar la memoria del difunto sacerdote.
Cabría preguntarse si no podría estar
sucediendo lo contrario: que se usara la muerte del padre Danilo para atacar al
Opus Dei. A ello vamos.
«En el avión de hélice que me
conducía a Perú, primera escala del viaje, lloraba tanto que el señor del
asiento de al lado, me preguntó la causa. Cuando se lo conté me dijo:
"Como te vean llorar así, no te van a dejar entrar en los Estados Unidos.
Hasta que no se te pase no puedes seguir viaje. Quédate conmigo en Lima".
Era un perfecto desconocido.» (Danilo Eterovic,
hablando de la muerte de su padre, entrevistado por J.L. Olaizola)
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?» (Mt 12,
48)
En el contexto en el que redactó esa nota, al
padre Danilo parece habérsele agotado el tiempo y las energías que le quedaban,
a duras penas, para escribir unas pocas líneas breves –como un condenado que
tiene derecho a decir sus últimas palabras- que sintetizan el estado de su alma
en esos momentos finales de vida, y dice tres cosas esenciales: el rechazo por
parte de la institución, el hecho de estar muy enfermo y, finalmente, su
inocencia en relación a la muerte que iba a recibir como una suerte de condena.
A pesar de su estado físico y mental, demostró
una lucidez propia de los momentos de la muerte, cuando no cabe fingimiento
alguno: se dice lo que se siente en lo más profundo del alma y no se pierde el
tiempo en excusas inútiles.
Al declarar «no sé cómo llegué a este punto»,
lejos de ser un pretexto para exculparse, demuestra la conciencia de su inocencia
y la naturaleza de lo que significa, dentro del Opus Dei, el «holocausto del
yo» vivido hasta el extremo, es decir, hasta llegar a la alienante
destrucción personal, de lo cual no está nada claro que Escrivá hubiera dado
ejemplo o seguido ese mismo camino, del mismo modo que exigía testamentos a
otros pero él no
redactó el suyo.
Quienes conocían al padre Danilo sabían de su
fortaleza frente al dolor, por lo cual su muerte implica un quiebre interior de dimensiones
insoportables. El padre Danilo aguantó todo lo que pudo y finalmente se quebró.
Pero antes de quebrarse para siempre, quiso
dejar testimonio del peor de sus sufrimientos: el rechazo por parte del Opus Dei,
la mayor de las crueldades, más aún que sus dolores de columna o cólicos,
crueldad que finalmente le quebró el alma de manera definitiva, hasta un punto
de no retorno.
El dolor físico quiebra a las personas, pero el
dolor moral les hunde en la desesperanza. El mayor daño que le habría
provocado el Opus Dei al padre Danilo –y que el Opus Dei quiso ocultar-habría
sido que perdiera la esperanza.
En cierto sentido, sin ser del todo consciente,
el Opus Dei pareciera haberse inculpado a sí mismo al dar a entender que fue un
accidente. Metafóricamente, podría decirse que el padre Danilo no se tiró a
las vías sino que pareciera haber sido empujado por el Opus Dei hacia la
desesperación. Lo cual recuerda el conocido dicho siniestro: «que parezca
un accidente». Pues, curiosamente, el Opus Dei quiso hacer pasar su muerte
como un accidente, cuando en realidad no lo fue de ningún modo.
Esta pérdida de la esperanza es lo más
terrible, mucho más que todos los dolores físicos que sufrió. El padre
Danilo no escribió «no aguanto más este dolor de columna» sino que se refirió a
«estar rechazado» por los directores (que, en el Opus Dei, representan
a Dios), en medio de un contexto de gran enfermedad.
La idea de rechazo es central en el concepto de
infierno (sin
entrar a discutir su realidad ontológica): el infierno es rechazo y
ausencia de toda esperanza. Esto es lo que pareciera haber experimentado
el padre Danilo, es decir, la mayor de las crueldades, más aún que todos
los dolores físicos que experimento su cuerpo. Esto le quebró definitivamente,
como deja constancia en su nota.
***
El fallecimiento del padre Danilo marcará la
historia del Opus Dei. Su muerte ha puesto al descubierto –posiblemente por
primera vez- que la prelatura causa daño
y lo oculta. Lo que muchos sabían por experiencia propia, pero no podían
demostrarlo, con su muerte y su
testimonio escrito, el padre Danilo
ha dejado pruebas de ello.
Más que ser un «error aislado» de la prelatura,
tal vez sea el primer caso de daño –entre tantísimos otros- del cual hay evidencias. Si por alguna extraña
explicación, esta muerte pudiera ser considerada «un error» de la prelatura, el
ocultamiento posterior –de la
naturaleza de su fallecimiento como de la nota de despedida- no fue ningún
error sino una decisión de gobierno.
Más que ocultar el error o el daño, el Opus Dei necesita ocultar el sistema que
hay detrás y es causa de ambos.
En el modo en el que el Opus Dei «gobierna
las conciencias» hay que buscar las razones del daño y de su posterior
ocultamiento. Es un sistema que lleva a la autodestrucción
personal: en muchos casos, la víctima de ese sistema, se detiene antes de
llegar a la muerte y se salva, en otros no. El daño no es accidental, ni
producto del error, sino intrínseco al sistema.
Esta muerte le significará una seria pérdida de
legitimidad moral al Opus Dei,
esencial para sostenerse como institución religiosa. ¿Qué explicación dará la
prelatura? Tal vez en los próximos meses nos enteremos. Lo más probable es que
–con gran delicadeza- le eche la culpa al muerto.
***
El Opus Dei expulsa de diversas formas: a algunos de manera explícita los
empuja hacia la dimisión (es decir, busca descartarlos cuando ya no sirven) y a
otros les da a entender, de otra forma, que tampoco los quiere. El padre
Danilo entendió el mensaje y así lo dejó por escrito.
Usualmente, el daño denunciado por los ex
miembros, resulta difícil de demostrar, no se nota, no deja rastros a la vista.
El caso del padre Danilo, sin embargo, se les fue de las manos y quisieron
ocultarlo. Reaccionaron rápido y así creyeron haberlo enterrado bien bajo
tierra, como a su cadáver. Pero, un año después, la verdad resurgió como una
presencia indeseable.
Lo que pareciera haber descubierto el padre
Danilo, y que lo descorazonó, fue una de las características más importantes
del Opus Dei: la simulación. Se dio cuenta de que sus superiores no le
querían realmente como él creía y como él quería. Si al inicio de su vida
en el Opus Dei, el padre Danilo tuvo la sensación de que aquél era su
verdadero hogar, hacia el final de su vida en este mundo llegó a la
conclusión de que aquello había sido una gran decepción. Esa temprana frase
pareciera ser el contexto adecuado para entender sus últimas palabras
(«estoy rechazado») para entender la profundidad de su derrumbamiento.
El Opus Dei es maravilloso en la misma medida
en que alcanza unos niveles de simulación cercanos a la perfección. Pero cuando
se descubre que hay fingimiento, la decepción es enorme y agobiante: encontrar,
luego de haberlo dado todo y haberse vaciado de sí, que del otro lado sólo hay
un impostor, alguien que se hizo pasar por quien no era. Es posiblemente la
forma usual en que el Opus Dei expulsa a su gente: los decepciona y los
desanima, los empuja hacia la puerta de salida. Al padre Danilo lo empujó
un poco más allá y los directores perdieron el control de la situación.
Me da la impresión de que aún no se ha tomado
conciencia del nivel
de crueldad que existe en el Opus Dei, a partir de ese ejercicio
de simulación. Habría que estudiar con detenimiento la conducta de
Escrivá, su fundador, quien actuaba de manera muy semejante a un comportamiento
cruel: rechazando y condenando a la infelicidad –al abismo infernal- a todo
aquel que no estuviera dispuesto a cumplir su voluntad y someterse a su
autoridad. Y por otro lado, la «espiritualidad» que Escrivá predicaba conducía
hacia la destrucción
personal en beneficio de «la Obra».
Muchos comparan al Opus Dei con una trampa.
Consiste en creer que el Opus Dei es necesario para la salvación y que la
palabra de su fundador es sagrada, y por lo tanto, en dar lugar a un estado
de sometimiento insondable, con una dependencia que termina produciendo
desesperación. La divinización del Opus Dei y de su fundador tiene un aspecto
siniestro no evidente. Porque ambos son la excusa para exigir, en el sometido,
la anulación personal, el ya conocido “holocausto del yo”. Ese vaciamiento
es llevado por los superiores del Opus Dei hasta el extremo, con el fin de
obtener el mayor rendimiento institucional de la persona. Una vez concluido
el ciclo, la persona se queda sin misión y a solas, con su vacío
personal.
Exactamente como le sucedió al padre Danilo, cuando escribe «el P. Jorge C. me
dijo que no tengo encargos» -> «estoy rechazado» (la flecha es un símbolo
lógico que se refiere a “consecuencia” y conecta un término con otro, lo cual
se traduciría así: «si me dicen que no tengo encargos, entonces
estoy rechazado»).
***
Cabrían muchas preguntas: ¿por qué el padre Danilo no buscó por su cuenta otros encargos? Esa
es fácil de responder: nadie en el Opus Dei atiende actividades apostólicas sin permiso de los superiores
(especialmente dentro de la Prelatura), ni aún iniciativas personales al margen
de la institución, porque la prelatura las califica de «anarquía» (al menos, ha
de tenerse el permiso implícito de
los directores: «se dice que el
apostolado personal es dirigido porque los fieles del Opus Dei no hacen una
labor anárquica; cada uno recibe de los Directores las oportunas orientaciones
espirituales», Catecismo
del Opus Dei, n. 276, edición 2010).
Esto se acentúa más aún en el caso de los
sacerdotes (por ej., «sin el permiso
especial del Padre, los sacerdotes no dan nunca clase a mujeres ni a niñas,
fuera de los Centros de la Obra», cfr. «Experiencias de practica pastoral»,
cap. XX).
El sentido
del sacerdocio, dentro del Opus Dei es muy específico: «Los Numerarios y Agregados que llegan al
sacerdocio, se ordenan especialmente
para servir a sus hermanos con las tareas específicas del sacerdocio
ministerial, para trabajar en los apostolados de la Obra y para fomentar la
plenitud de la vida cristiana entre personas que viven en el mundo. Esta y no otra es la razón de su ordenación
sacerdotal» (cfr. «Experiencias
de practica pastoral», cap. I, La misión del sacerdote en la Obra).
Por eso, si el padre Danilo no tenía ningún
encargo de SR-SG-SM (propios de la Prelatura), entonces su ministerio perdía sentido.
Otra pregunta: ¿por qué se sintió rechazado al no tener encargos? ¿No podría ser
una reacción exagerada? El rechazo, al que se refiere el padre Danilo pareciera
tener unas dimensiones mucho más amplias, más allá del encargo concreto que le
asignaran o le quitaran: se sentía rechazado personalmente, íntegramente.
La misión le daba sentido
a su vida y sobre
todo, posiblemente, a sus terribles dolores. El dolor sin sentido se torna
ensordecedor y aturde. El sentido, entonces, acude como una forma de rescate.
Su nota de despedida pareciera indicar que, al quitarle la misión, el padre Danilo se
terminó hundiendo por el peso de sus dolores físicos, al cual se agregó el
abandono moral por parte de sus superiores. No es casual que la palabra
«ENFERMO» la hubiera escrito en mayúsculas, como si fuera un grito: alguien no
lo estaba escuchando y por eso gritaba, para que, aun un desconocido, le
pudiera oír. ¿Quiénes eran los que no le escuchaban?
***
Sus últimas palabras constituyen una verdadera denuncia
contra el Opus Dei: por eso es importante la publicación de esa nota, para que
no quede en el olvido. Es darle cauce a dicha acusación y al pedido de auxilio
del padre Danilo, aunque sea de manera póstuma. Es darle a su muerte un
entierro digno, aunque de por medio haya que desenterrar una desagradable
historia, para que finalmente el padre Danilo descanse en paz.
Publicar esa nota es una forma de acudir en su
auxilio y honrar su memoria, especialmente su enorme sufrimiento moral. Lejos
de manchar a su persona, la forma en que murió –contra su deseo, como lo da a
entender en su nota- se asemeja más bien a una suerte de martirio de su
conciencia atormentada (holocausto del yo). Su muerte ha de despertar el mayor
de los respetos y ningún tipo de murmuración.
En este sentido, contrariamente a lo que se
pudiera suponer, ocultar la verdad sólo puede contribuir negativamente hacia la
persona del padre Danilo, pues de lo contrario comenzarían –y de hecho
comenzaron- a correrse rumores de cuál sería «la verdad», cosa que no
beneficiaría en manera alguna al padre Danilo ni a la dignidad que merecía su
persona y merece memoria.
Conocer la verdad disipará todas dudas, todo
rumor, toda mala lengua y sobre todo hará caer la responsabilidad sobre quienes
tenían la capacidad de cambiar el curso de los hechos, y sobre todo, de
prevenirlos.
Lejos de ser un accidente, la muerte del padre
Danilo fue producto de un largo proceso de deterioro y pareciera tener un
responsable principal: la misma Prelatura, según lo da a entender el sacerdote
en su nota.
Debido a ello, el Opus Dei habría ocultado
la verdad sobre la muerte del padre Danilo para cubrir su propia culpa. De
comprobarse, ello sería muy serio, siendo responsables del encubrimiento,
posiblemente, toda la cadena de mando, incluso el prelado mismo.
Nadie en el Opus Dei suele toma decisiones por
su cuenta –salvo intrascendentes-, al margen de la cadena de mando, siguiendo
el principio que dice «quien obedece no se equivoca nunca», por lo cual la
responsabilidad personal se delega siempre en el superior. Decidir “sin
consultar” supone un riesgo «jerárquico» que no tiene sentido, al menos dentro
del Opus Dei.
Si tenemos en cuenta, además, que el actual Vicario
General, Mons. Mariano Fazio, era entonces el Vicario
Regional en Argentina, por lo tanto, hoy la Prelatura no puede negar que
el Gobierno Central conoce lo sucedido en aquél entonces.
Quitarle al padre Danilo todo encargo pastoral no
fue una decisión aislada y ni caprichosa del padre Jorge C. sino una orden
decidida mucho más arriba. Es decir, el padre Danilo difícilmente le echaría la
culpa de su muerte al padre Jorge C. por haberlo «rechazado» pues ese sacerdote
fue simplemente un instrumento para comunicar una decisión que el mismo padre
Jorge C. no tenía poder de tomar por sí solo. Fue el último eslabón de la
cadena de mando, no el primero.
Sin embargo, nadie le quitará al padre Jorge C.
la angustia de haber sido el ejecutor de esa orden mortal, y al mismo
tiempo, aparecer nombrado entre las últimas palabras que escribió el difunto
sacerdote. Este tipo de situaciones debería hacer reflexionar a muchos, dentro
de la Prelatura, que aún se guían por los principios de la obediencia ciega,
ordenada por Escrivá. Aunque la máxima diga «el que obedece no se equivoca
nunca» la conciencia se encarga de señalar cuándo la obediencia es
equivocada. En estos casos, quien más se perjudica, es el que obedece sin
pensar, porque de las consecuencias de sus actos no se libra, la conciencia
termina recriminando. La obediencia no es excusa para delegar el propio
discernimiento, pero éste es uno de los pecados más graves del Opus Dei, el
sistema con el cual gobierna conciencias.
***
En un momento del sermón, Mons. Fazio (por entonces, Vicario Regional de Argentina) dijo
lo siguiente:
«Quisiera agradecer a quienes
estuvieron más de cerca en los últimos meses junto al padre Danilo. Me consta
la dedicación, cariño y servicios que le ofrecieron en Los Aleros, tratando de
hacerle más llevaderos sus grandes dolores. Dios se los pagará con creces.»
Dichas palabras aparentemente son elogiosas.
Ese elogio, a su vez, pareciera ser una forma de lavarse las manos, por
parte de los directores del Opus Dei, para luego descargar toda responsabilidad
en quienes hasta los últimos momentos estuvieron cerca del padre Danilo y, por
lo tanto, no habrían sabido cuidarle.
¿Cómo hubiera redactado aquél párrafo Mons.
Mariano Fazio, de haber reconocido públicamente el
suicidio del padre Danilo? No habría nada que agradecer y mucho que asumir por
parte de la propia jerarquía de la prelatura, más que por parte de los
residentes de Los Aleros.
El Opus Dei es vertical, incluso en lo que hace
a la fraternidad
(que por definición, es horizontal y debería ser así, pero en el Opus Dei no es
así), por lo cual quienes vivían junto al padre Danilo no podían hacer más
de lo que se les permitía desde arriba, aunque parezca
absurdo e incluso inhumano. El campo de acción era –es aún hoy- muy limitado.
Pero hay algo más grave aún.
El mismo padre Danilo –como cualquier numerario
o agregado- no tenía autonomía para acudir a un «pastor» o a un médico que
no fueran designados por el Opus Dei, pues en ese sentido, la doctrina del
Opus Dei no se limita al confesor, incluye también a los médicos, especialmente
si se trata de padecimientos morales y psicológicos, es decir, no se puede
acudir a un psiquiatra o un psicólogo sin la aprobación explícita de los
superiores. Ni siquiera se puede acudir a un amigo y contarle los problemas
interiores, pues:
«Nunca será conveniente que los
fieles del Opus Dei tengan entre sí estas confidencias de vida interior o de
preocupaciones personales, porque quienes cuentan con la gracia especial, para
atender y ayudar a los miembros de la Obra, son el Director o la Directora - o
la persona que los Directores determinen - y el sacerdote designado.» (Catecismo
del Opus Dei, nro. 221, edición 2010)
«Nunca será conveniente». Es terminante la
prohibición. Si no se puede tener entre los fieles del Opus Dei, menos aún
entre «los infieles», es decir, los ajenos al Opus Dei. Y quien designa la
ayuda es la cadena de mandos, que parte del prelado, pasa por el vicario
regional y llega al director local. El aislamiento en el que vive una
persona dentro del Opus Dei –especialmente si pasa por una situación interior
angustiante- es extremadamente considerable, aunque esté rodeada de pares,
pues éstos no pueden hacer casi nada, si desde arriba no les es permitido. Esto
es terrible y se nota en las pocas palabras que dejó escritas el padre Danilo
antes de morir: se quiso comunicar, pero no tenía con quien.
***
¿Quién era el destinatario de esa nota? ¿A quién le estaba escribiendo,
por última vez, el padre Danilo? No es una pregunta intrascendente.
Parece una nota de socorro. Le escribe al
primer desconocido que le encuentre una vez muerto, para al menos comunicarse
con alguien, aunque él ya no esté vivo. Como un mensaje puesto en una botella y
lanzado al medio del océano. No dejó la nota en su Centro donde vivía, se la
llevó consigo, con un destino desconocido. Esa nota fue su última esperanza
de ser escuchado, en medio de tanta desesperación, y posiblemente, también
su última voluntad: quiero que alguien sepa esto. Recoger esa nota es
acudir en su auxilio.
No es casual que ese alguien, elegido
por el padre Danilo, no haya sido ninguna autoridad de la prelatura. El Opus
Dei pareciera haber hecho lo posible para quitarle incluso esa última
esperanza de ser escuchado y ahogar su grito de angustia.
La nota fue escrita en dos registros: un título
y un cuerpo, con dos destinatarios distintos.
El destinatario del cuerpo del texto no parece
haber sido el padre Mariano Fazio. Este, más bien,
tendría la función de recoger el cadáver, de «hacerse cargo del muerto»,
del cuerpo de carne y hueso, pero no del cuerpo del texto.
Por eso el resto del mensaje está desprendido,
separado del encabezado, y no está dirigido a Fazio
en primera persona, sino que es como un pensamiento en voz alta, dirigido a
quien esté dispuesto a escucharlo, dirigido a un interlocutor desconocido e
impersonal, un grito en el vacío a la espera de una oreja que le escuche.
Porque, dentro del Opus Dei, claramente no era oído, sino que además los
superiores decidieron silenciarlo para siempre, al negarse el modo en que murió
y la nota que dejó explicando los motivos.
Recoger ese grito es una forma de decirle al
padre Danilo que ha sido escuchado y que puede descansar en paz.
El Opus Dei, en cambio, ha buscado la forma de
enterrar su cuerpo junto con su voz, para que su llamado de atención no fuera
advertido, ni siquiera una vez muerto. Por suerte, esta vez el Opus Dei no
prevaleció.
***
Acudir al «mal pastor» es considerado una
traición, para la prelatura, y el mal pastor es tanto un sacerdote que no sea
del Opus Dei como también un psiquiatra que no sea el designado o aprobado por
los directores. Esto lo dejó claramente escrito Escrivá:
«Si el alma en circunstancias
particulares necesita una medicación —por decirlo así— más cuidadosa, esto es,
si se hace necesario el oportuno y rápido consejo, la dirección espiritual más
intensa, no debe buscarla fuera de la Obra. Quien se comportara de otro modo,
se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo» (J.M.
Escrivá, carta, 28-III-1955, n. 19).
Por lo tanto, la responsabilidad en toda esta
situación ha sido, en primer lugar, del Prelado del Opus Dei, Mons. Javier
Echevarría, luego de su Consejo General y luego del Vicario Regional, Mons. Fazio y su Consejo Regional (habría que incluir también al
padre Víctor Urrestarazu, Vicario Delegado de Buenos
Aires, en aquél entonces, junto a sus directores de la Delegación de Buenos
Aires). No se trata esto de una acusación de ningún tipo: es una descripción de
cómo funciona el Opus Dei. Quien sí pareciera haberles acusado ha sido el mismo
padre Danilo.
Esto es importante que lo tengan en claro
quienes estuvieron más cerca del padre Danilo los últimos meses, para que no
carguen con culpas que no les corresponden, aunque sientan un terrible dolor
por no haber podido hacer más. Es que no podían e incluso les estaba prohibido
por «mandato» explícito del fundador, salvo que «voluntariamente se hubieran
apartado del buen camino y hubieran ido hacia el abismo».
«Causa suficientemente grave para
decidir la salida de un miembro que esté incorporado al Opus Dei, es la falta
del espíritu propio de la Obra, que constituya motivo de escándalo para los
demás» (Catecismo, nro. 72, edición 2010)
«¿Ibamos a hacer inútil aquel sufrimiento
que le había costado la vida?» (Danilo Eterovic, hablando de la muerte de
su padre, entrevistado por J.L. Olaizola)
Cuando el protagonista de un escándalo es un
fiel de la prelatura, se procede a dimitirlo. Pero cuando, quien protagoniza el
escándalo, es la misma institución a través de su cadena de mando: ¿quiénes
deberían ser dimitidos? ¿No debería haber consecuencias, tal vez aún más
serias, por tratarse de personas que deberían dar ejemplo por el cargo que
ocupan?
Cabe señalar que gracias a que dicha carta o
nota, escrita por el padre Danilo, cayó en manos de la justicia penal y se
archivó en un expediente, es que se pudo conocer su contenido, y en definitiva,
una parte muy importante de la verdad de lo sucedido.
¿Qué habría pasado si dicha nota hubiera sido
entregada a los directores? Muy fácil: si la ocultaron aún cuando no tenían
control sobre el original (que estaba en manos de la justicia penal), mucho más
aún la ocultarían si esa nota hubiera quedado exclusivamente en manos de los
superiores. Es muy probable que los superiores hayan creído que nadie se iba a
interesar por averiguar y ahondar sobre la muerte del padre Danilo y que todos
creerían mansamente la versión oficial. En síntesis: no nos hubiéramos enterado
jamás de su existencia, y por lo tanto, no sabríamos de los terribles
sentimientos que le agobiaron al padre Danilo hasta último momento.
Esto es importante señalarlo porque, como suele
suceder, mucha gente sufre allí dentro del Opus Dei, pero –salvo excepciones-
nunca quedan pruebas de ello, salvo las cicatrices mentales y recuerdos orales.
Que la verdad del padre Danilo salga a la luz
es uno de los mejores servicios que se le puede hacer a su memoria y a su
persona. Rescatarlo del olvido, del abandono y abrazarlo.
Cometería un grave error la Prelatura si
reaccionara, para defenderse, negando los hechos o incluso descalificando al
padre Danilo, por más sutiles que fueran los comentarios hacia su persona.
Es indigna la muerte que sufrió y, más aún, es
escandaloso el modo en que la Prelatura ocultó lo sucedido, porque
evidentemente se vería perjudicada si se conocía la verdad. La mejor prueba de
ello es observar las reacciones que la publicación de esta noticia está
despertando, la indignación –y consternación- que irá causando a medida que se
difunda, especialmente entre tantos supernumerari@s
que tanto le querían y admiraban, como también entre tantos agregad@s
y numerari@s, es de esperar, provoque cambios, y que
ni la muerte del Padre Danilo –ni sus últimas palabras de auxilio- hayan sido
en vano.
E.B.E.