NUMERARIA AUXILIAR DEL OPUS DEI DURANTE 35 AÑOS

Maripaz, 28 de julio de 2008

 

 Numeraria auxiliar durante 35 años

 

Imagen: John Miller, “Doors and Broom”

 

En uno de mis escritos en esta pagina, os decía que algún día escribiría mis vivencias como numeraria auxiliar durante treinta y cinco años y hoy ha llegado la hora.

 

Mi vida dio un giro inesperado cuando, a la edad de quince años, una mañana me encontré a una conocida mía que iba al lado de una chica, mayor que ella y que al pasar por mi lado me paró para presentármela. Era una numeraria del opus dei. El primer contacto y conocimiento que tuve y que iba a cambiar mi vida de manera total.

 

Yo pertenecía a una familia humilde de un pueblo de la montaña leonesa. Mi padre era minero. Éramos cuatro hermanos, yo la segunda. Hacía un par de  años que había empezado a estudiar el bachiller, interna en un colegio de monjas de la capital. Se me daban bien los estudios, pero con quince años no sabes lo que quieres... Por eso había dejado hacía un mes de estudiar y cuando aquella señorita, bien claro me dejó que así –señorita- la tendría que llamar, me dijo de irme a Bilbao, me ilusioné, y quise marcharme del pueblo...

 

En los años sesenta era lo normal que los sacerdotes diocesanos de la obra, agregados, sirvieran de gancho para llenar de gente joven los internados de los colegios mayores de la obra. Y yo, aunque no participaba de las  actividades de la parroquia que aquel sacerdote organizaba apenas recién llegado al pueblo, sí conocía de las reuniones por mi amiga, pero nunca tuve interés.

 

Después de mucho pelear con mi padre, pues no me dejaba ir, por aquello de la fama de mi tierra -somos tozudos-,conseguí coger un tren de aquella época y llegar a mi nuevo destino casi de noche. Llegaba por primera vez a un centro de la obra.

 

Era un colegio mayor universitario de chicos. Estábamos como veinte chicas de las que habían captado en los últimos meses en diferentes pueblos. Por aquello de la novedad, todo me ilusionaba. Me enseñaron la habitación o camarilla, como las llamaban: un habitáculo donde apenas cabía un colchón encima de unos pivotes  que sobresalían de la pared y una madera con un soporte, a modo de mesilla. Como puerta, una cortinilla. Cenamos algo y dormi como un liron por lo largo del viaje.

 

A la mañana siguiente, al alba, un timbre muy potente me despertó. Nos habían dado un uniforme la noche anterior compuesto por bata, delantal y gorro y realmente allí me daba cuenta ya, que aquello no me gustaba nada. Años más tarde, en mi fanatismo, amé con locura aquellas prendas porque así lo aconsejaba el santo fundador. La verdad que mi precioso pelo negro dentro del gorro y la bata grande y fea, hacía de nosotras unos auténticos mamarrachos... Recordé lo que había oído contar de la mili, cuando les daban el uniforme a los soldados nuevos y reíamos con ganas.

 

A la media hora, la numeraria que había ido al pueblo, vino a recogernos a las camarillas donde esperábamos ya arregladas y nos llevó, casi en fila, por pasillos y escaleras hacia el ascensor. No sin antes decirnos que teníamos que guardar silencio total. Empezaba, así, la llamada “primera limpieza”. Sin apenas dormir lo necesario, sin desayunar, me dieron unas bayetas para ponerlas en los pies y sacar brillo a la cera del suelo. Yo sólo sabía reírme mirando a las demás novatas. Reíamos por no llorar… pues ganas no nos faltaban.

 

Después de la limpieza subimos al oidor con el delantal blanco a oír misa. Era el oidor una habitación en penumbra con uno o dos bancos, siempre ocupados por las directoras mientras las demás aplastábamos nuestras jóvenes rodillas en el duro suelo. Había una celosía que daba al altar del oratorio de la residencia. Desde allí la administración asistía a misa, como algo etéreo, que estaba pero no estaba... Os podéis imaginar nuestras caras casi infantiles, mirándonos con complicidad por si veíamos a los residentes... ¡y pegándonos cada golpe en las espinillas dada la oscuridad que allí reinaba!

 

Era todo muy NORMAL como me habían dicho más de una vez: hacíamos lo que hacía la gente corriente... Y yo tenía cada día una nueva sorpresa de mi nueva vida.

 

A los quince días de mi estancia en la residencia, aquella vida no me gustaba pero mi amor propio me llevó a aguantar. ¡Cualquiera volvía a las pocas semanas, decepcionada de mi maravillosa experiencia!…

 

Trabajábamos muchas horas: limpiezas, rezos, horas de plancha... Desde primera hora me especialicé en la plancha y ¡cuántas horas he dedicado a este menester!. Es más, mi brazo derecho, se resiente con frecuencia, actualmente, debido a la presion a la que le sometí a lo largo de numerosos años...

 

Por entonces, allí, no vivían numerarias auxiliares y había una agregada, como diez o más años mayor que yo -me enteré hace poco que murió bastante sola por aquello de la caridad seca y fría que se vive en la obra, después de haber dejado su vida-. Era buena persona, trabajaba en la portería o recepción de la residencia. Desde el principio me cayó simpática, me hacía sentirme importante, me tomaba en serio. Ella fue la que poco a poco con su carácter infatigable, de buena vasca, me introdujo en su mundo y empezó el proceso de lavado de cerebro y mi inquietud por algo espiritual que no fueran los chicos y la ropa bonita, únicos ideales en mi joven vida hasta entonces.

 

Más tarde vendrían los cursos de retiro en una preciosa casa de Las Arenas y allí, sí que te metían “paquetes” en dosis elevadas. Para una mente como la mía, idealista, formada en el seno familiar en la honradez y en valores, pronto prendió en mí la llama de la vocación y rápidamente, me avasallaron con toda clase de impaciencias sobrenaturales, para que me decidiera cuanto antes a pitar.A los 16 años entregué mi vida, mis planes, el cariño familiar, mis ilusiones -todo- por un ideal que pensé entonces, por lo que me había costado decidirme, me haría la persona mas feliz del mundo.

 

Una cosa que observé apenas llegar era el trato de superioridad de las numerarias hacia nosotras. También, en los años sesenta, estas diferencias sociales estaban más en vigor que ahora. La sociedad ha sufrido un cambio y se vive con mas naturalidad el status social de las personas. Yo lo tenía claro: pobre pero honrada y con mi dignidad elevada al grado superlativo. Y plasmaba mi superioridad en miradas desafiantes y llenas de rebeldía cuando algo me parecía injusto.

 

Era  la época de “Bonanza”, una serie televisiva de vaqueros y causaba furor un programa que dirigía un sacerdote numerario [Jesús Urteaga] –“Siempre alegres para hacer felices a los demás”- se titulaba. La única salita que habia era bastante pequeña, con unos muebles clásicos y nada cómodos. Por supuesto nosotras no la usábamos. En el rellano de la escalera, al lado de la sala y junto a una balconada de madera, sacaban dos o tres sillas y en el suelo sentadas, veíamos la televisión los pocos ratos que teníamos libres. La verdad es que eran momentos únicos, mas propios de nuestra edad que los numerosos trabajos a los que estábamos expuestas.

 

Cuando recuerdo aquella época viene a mi memoria el teatro Ayala pues las camarillas daban a la parte trasera del mismo y soñé con haber asistido a alguna representación. En el edificio de enfrente estaba una casa central de la Once [Organización Nacional de Ciegos Españoles] y como música de fondo se oía eso de “¡Serie me queda para hoy!” que repetían los ciegos vendiendo sus cupones.

 

Un día, después de la limpieza de la residencia, limpiábamos la salita de la administración mi amiga y yo, que daba a la fachada principal y aunque teníamos prohibido mirar por ventanas y balcones, a mí me encantaba. Apenas salíamos a la calle, yo necesitaba verla por lo menos y cual es mi sorpresa que allí enfrente estaba mi hermano del alma .Yo le quería especialmente, me llevaba dos años, éramos los dos mayores, grandes cómplices y amigos. Grite con todas mis fuerzas y mi amiga, que entonces estaba coladita por él,se fue hacia el bacón y le llamamos. Venia con un amigo.

 

La numeraria que lo vio nos quitó de allí sin ninguna contemplación y nos cayó un buen rapapolvos. Yo pensé que había hecho algo espantoso. Más tarde, con el paso del tiempo, aprendí a controlar todas mis emociones y dado que mi natural era la espontaneidad, me costó bastante. Todavía pienso cómo fui capaz de vivir tantos años pisando algo que hace humanos y sensibles a las personas como es el mundo de los sentimientos, en aras de que tenía que vivir un espíritu “que era de Dios” y que poco a poco te quitaba la alegría natural de la vida.

 

Aquel día mi hermano quiso llevarnos a comer fuera y no se lo permitieron, no les parecía bien que nos fuéramos con unos chicos jóvenes. Desde aquel día tuve que aprender el difícil arte de vivir ignorando a tu propia familia, esos seres que hacía tan poco habían significado todo para ti.

 

Me parecía que estaba empezando a pagar un alto precio por vivir aquella vocación que me salio al encuentro cuando menos lo esperaba.

 

Vienen a mi memoria las excursiones al monte Archanda, cuando después de varias semanas ,sin apenas la luz del sol, por fin nos llevaban en manada a correr y gritar por el campo y recuerdo el vértigo que nos daba subir en un viejo funicular que casi se ponía de pie.

 

Algún día entre semana nos sacaban a pasear porque literalmente era así. Todas, en grupo con una numeraria encargada, íbamos en mogollón, llamando la atención de los transeúntes. A mí, personalmente, me costaba ser oveja del rebaño y a la primera de cambio me hacía la despistada con mis amigas, e íbamos alejadas del grupo, como si no perteneciésemos a él. Por supuesto, éramos llamadas al orden inmediatamente...

 

Un día nos encontramos un chico del pueblo, de nuestra edad, y nos saludó. Nos dio mucha alegría. Las demás nos miraban con envidia viendo nuestro éxito. Inmediatamente, la numeraria de turno, como si de algo maligno y canceroso se tratara, nos prohibió hablar con ellos y les dejamos plantados con dos palmos de narices. A mí, aquellas reacciones me parecían desmesuradas pero era el principio de que las cosas bonitas de la vida, si les parecía a ellas que no eran espíritu del opus dei, eran malas malísimas. Como mucho, me desorientaban, pues amaba la vida y la belleza, pero por aquella época yo había entregado mi vida a la obra y por supuesto todo lo mío quedaba supeditado a un segundo plano.

 

Empezaba la época de ir poniendo los cimientos esculpiendo en mi alma aquel espíritu que tanto me costaba y que me llevaba a rebelarme tantas veces. Cuando eres apenas una adolescente, eres manejable, no tienes formadas tus propias ideas, por eso cuanto más joven se pita, te pueden manipular mejor. Era como una esponja, empapaba todo lo que recibía, era apasionada y joven.

 

Por aquella época me hicieron un vestido nuevo para irme al centro de estudios. Entonces, no era tan normal como ahora ir a los grandes almacenes. Había una modista que venía varias veces en semana a coser a casa. Y un día eligieron una tela que había por allí, sin consultarme si me gustaba o no. Recuerdo que era de cuadros verdes y azules muy oscura para mi edad y no era para nada de mi gusto, pero yo había dicho a Dios que sí y entraba todo en el lote. Me sentí avasallada en mi sentido del gusto, en mi propia personalidad. No esperaba yo un modelo de alta costura. Mi madre también me hacía los vestidos, por aquello de la economía, pero me daba a elegir, nunca me imponía lo que me tenía que poner y experimenté por primera vez la falta de libertad en mis propias decisiones. Entonces no podíamos llevar manga corta. La llevábamos hasta el codo y así me lo hicieron con “manga tres cuartas” que se llamaba.

 

Si hay algo que me gusta apasionadamente son los trapos, la ropa bonita, y acababa de empezar un calvario para mí, que nunca superé a pesar de los años. ¿Por qué teníamos que vestirnos así, si éramos chicas corrientes? Cuantos malos ratos pasé a cuenta de la ropa. Menos mal que al poco tiempo de salirme de la obra pude comprarme todo lo que quise, sin tener que consultar a nadie, sin escuchar evasivas, sin esperar respuestas que nunca llegaban. A mí me dijeron en mi pueblo que íbamos a estudiar y trabajar. Trabajar lo hacia, estudiar alguna clase de escritura, dictados de muy bajo nivel. Yo tenia una cultura general muy buena y no me aportó nada intelectualmente aquello. Me sentí engañada, aunque por otra parte, ya habían dejado de interesarme los estudios, algo de lo que siempre me arrepentí. Además, no me daba cuenta entonces que para ser hija pequeña del padre no hacia falta promocionarme culturalmente. Con tener garbo para trabajar mucho bastaba.

 

Por mi extenso trabajo mientras no fui de la obra, recibía una remuneración, más bien escasa. Pero la alegría que sentí al tener mi primer sueldo en las manos fue única. Le compré a mi madre una blusa porque le gustaban tanto los trapos como a mí, debe ser genético. Y a mi hermana pequeña unos juguetes. Lo había ganado con mi esfuerzo y quería que ellas fueran participes de algo muy mío.

 

Mientras voy escribiendo ,me parece todo de otra galaxia. Para poder entenderlo hay que remontarse a una época, unas circunstancias concretas, una mentalidad del momento. Pero si os dais cuenta en lo fundamental, apenas ha cambiado nada. La obra no va con los tiempos, sigue anclada en su fanatismo destructivo, su espíritu es tan rancio como siempre.

 

Para no cansaros y hacer interminable mi historia, paso a contaros que por fin una mañana cogimos un tren hacia Madrid donde me esperaban “para hacer vida de familia”, decían.

 

Y llegué al paseo de la castellana 50. Un edificio enorme creo que había sido la embajada americana o algo así, muy viejo todo Yo que tenia bastantes pájaros en la cabeza me parecía como un castillo. Dormía en una habitación grande, con cinco camas que compartíamos gente mayor y joven. Por supuesto, no había ninguna intimidad. Una roncaba, la otra tosía y si hubiera querido llorar alguna noche porque sentía nostalgia de los míos, no hubiera podido hacerlo sino casi ahogándome, entre las sabanas...

 

Era el centro de estudios de numerarios y estaban en aquella casa de paso. Muy cerca se estaba construyendo un nuevo edificio.

 

De mi estancia allí recuerdo varias cosas. Me llamaban “la chica ye-ye”, pues estaba en boga una canción y un estilo y yo, por ser de aquella generación, lo encarnaba estupendamente. Muchas veces la canté en las tertulias, único escape que teníamos de vez en cuando si a la directora le parecía que podíamos bailar o escuchar música. Me encantaban los bailes de moda: el twis, el martillo, el madison, el bosa nova, el rok y no sé cómo, los sabía bailar todos. Mi naturaleza alegre necesitaba de aquellos momentos y recuerdo numerarias estupendas que sabían ponerse a mi altura y con las que me pasaba ratos inolvidables. Me quería beber la vida a sorbos y allí solo hacia que trabajar en jornadas maratonianas, hasta la llegada de la noche que por fin podía descansar.

 

Muchas correcciones fraternas recibí porque cantaba en el tiempo de la tarde o hablaba por los codos. Aquello me parecía antinatural, era como querer cortar la alegría de raíz. No nos decían hasta la saciedad, que la alegría era la virtud de los hijos de Dios en el opus dei...

 

Al poco tiempome pusieron de ayudante de cocina. A mí, nunca me incentivaron para ser una buena cocinera. Mi trabajo consistía en picar ajos y cebollas a destajo para que la encargada de cocina hiciese la comida. No me enseñaron a hacer una salsa, un sofrito, nada. Aprovechaba para llorar mis penas picando ajos y cebollas en cantidad pues el numero de residentes era elevado.

 

También me tocaba fregar a la hora del turno de comida de la residencia en una pila enorme, cabía dentro de ella. Había que frotar insistentemente con un estropajo de aluminio y jabón de taco unas enormes cazuelas hasta dejarlas brillantes como un espejo. Los riñones se ponían al jerez con tanto movimiento y allí empezaban a fraguarse más de una hernia discal para el futuro. Por eso siempre aborrecí la cocina y nunca quise que me pusieran en ese servicio, le tenia pánico. Ahora cocino estupendamente y me encanta el arte de confeccionar un plato nuevo escuchando mi música preferida.

 

Entre la puerta de la calle y de la casa quedaba una zona interna, era como un pequeño patio y servía a veces para hacer algún menester. Recuerdo con mucha risa una época que las chinches se hicieron dueñas de nuestros colchones y de nuestra sangre y allí tuvimos que bajarlos a desinfectarlos de tan asquerosos visitantes y nuestros cuerpos, con signos evidentes de haber sido atacados por ellos, sintieron el alivio del aire al caer la tarde.

 

La verdad que cuando uno es joven cualquier cosa te ilusiona, y aquello servía de entretenimiento por salirse de lo corriente en nuestra monótona vida.

 

Por encima de aquellos muros estaba Madrid con todo su esplendor pero nosotras apenas salíamos a la calle. Siempre me han encantado los animales y teníamos un perro que enseguida se hizo amigo mío. Con él corría por el patio y por una inmensa terraza que había en el ultimo piso. Era enorme. Desde ella divisaba todos los tejados y terrazas de la ciudad, aunque no se distinguía la gente ni las calles. Era mi universo particular donde podía gritar, jugar con el perro y además había una especie de trastero donde había toda clase de cachivaches y ropas antiguas. Yo, sin que nadie se enterase, sacaba un rato todas las tardes para subir. Me disfrazaba de cualquier personaje que mi calenturienta imaginación se inventaba y que mi mascota observaba muy interesada. Hasta que un día jugando con el perro me rompió unas gomas expontex que poníamos para escurrir los platos y tuve que contar mi secreto. No me dejaron subir mas. Yo necesitaba ver el cielo madrileño para sentirme viva y creo que a escondidas seguí subiendo a aquel rincón mágico.

 

La residencia era una antigua embajada, creo. Una casa señorial. Tenía una escalera principal, era como de cuento de hadas y cuando pasábamos por ella con los bártulos de la limpieza, en mi imaginación me sentía princesa, aunque llevara en la mano la escoba de barrer. Era cuestión de soñar .

En un lateral había una armadura de verdad. Yo la miraba con asombro y casi con miedo, no fuera a salir algún antepasado .

Cuando les comentaba estas cosas me decían que estaba “como un cencerro". Mi imaginación era calenturienta debido a los cuentos de princesas de la colección Azucena leídos en las noches frías de mi tierra al calor del hogar...

Allí descubrí lo qué era dormir en el suelo, con la guía telefónica de almohada, en la sala de estar.Yo veía que todas las noches desaparecida alguien con sus mantas y sabanas y no volvía hasta la mañana siguiente, y lo pregunte. A los pocos días, con mis enseres bajo el brazo, me fui también a vivir el día de guardia. En Madrid, en agosto, hace un calor de muerte y os podéis imaginar que no dormí en toda la noche. A la mañana siguiente me esperaba un día de intenso trabajo .

Viví allí pocos meses mas antes de irme al centro de estudios.

Recuerdo a una numeraria mayor que había estado en Kenia bastantes años. La recuerdo porque me dejó un recuerdo de cariño.

Como ya he contado, durante mi estancia en Bilbao veía la serie de vaqueros “Bonanza” y un periódico empezó a editar unos coleccionables muy simpáticos Todos los días, con gran secreto, los recortaba y lo iba guardando. No decía nada a nadie, tenía dudas si estaba bien o mal. En mi interior contrastaban sus ideas con las mías y llegaba a dudar de cosas elementales. Me estaban haciendo complicada... Yo siempre había sido sencilla. Pues bien, esta numeraria mayor debió observar que yo lo coleccionaba y ella misma, en una tertulia, hizo el comentario a una que estaba leyendo el periódico: “Dame lo de ‘Bonanza’ para esta pequeña que lo colecciona”. Me sentí descubierta y me puse colorada, pero fue un momento entrañable para mí. De hecho, no lo he olvidado con el paso de los años. Aquella persona me demostraba su cariño con un detalle quizá si valor, pero que para mí, en aquellos momentos, era vital. Necesitaba sentirme querida .

Por supuesto que guardo momentos bonitos y personas queridas de mis años en la obra. Hay gente valiosa que se entrega como lo hice yo, con todas sus fuerzas. Pienso que es necesario recordar los momentos felices para sobrellevar mejor aquello que nos hizo sufrir. Esa persona, más tarde vivió en Sevilla en mi mismo centro y siempre me tuvo un gran cariño. Recuerdo a numerarias auxiliares que fueron verdaderas madres para mí y con las que pase muy buenos momentos.

Un día me llamaron a dirección y me dijeron que me iba al centro de estudios a Galicia. Me pareció fenomenal, ya me empezaba a cansar de aquel encierro prolongado. Se vendrían también otras vocaciones recientes.

Los preparativos de la marcha nos sirvieron para rellenar el armario con algún traje nuevo, a veces -la mayoría heredado-. A mí todo lo que  fuera estrenar me parecía estupendo.

Nos pusimos en camino hacia Santiago de Compostela, era una nueva aventura y yo estaba feliz. Hicimos noche en el tren, fue un viaje muy largo. Los trenes de entonces eran bastante incómodos, pero disfrutamos mucho.

Llegamos al amanecer a la ciudad. La casa era muy bonita. Tenía una balconada en la parte central, como una preciosa galería típica de aquella zona. Desde allí, se veían las puestas de sol mas maravillosas del mundo, como mas tarde pude comprobar. Al fondo, el monte Pedroso.

Era Año Santo Compostelano y se divisaba a lo lejos las banderas del Burgo de las Naciones, no me acuerdo exactamente si servía como albergue de los peregrinos que hacían el Camino de Santiago.

Aquello no era tan grande como Madrid, parecia un pueblo grande.

La llegada fue bulliciosa, mucha gente joven llenaba los pasillos con sus risas y exclamaciones.

Nos enseñaron la casa, nuestras habitaciones... Saludamos a la directora y nos dieron un desayuno caliente que agradecimos.

Aquel mismo día por la tarde nos llevaron a visitar la catedral. ¡Qué maravillosa! Dimos el abrazo al apóstol Santiago riéndonos en voz baja, pues nos hacia gracia. Como en principio nuestra vida iba a consistir en formarnos, le dimos el coscorrón de rigor al maestro Mateo, para que nos iluminase el intelecto.

No sé, presentía dentro de mí que iban a venir tiempos mejores. Es la época mas bonita que recuerdo respecto a la convivencia. Éramos gente joven, ilusionada y disfrutábamos con cualquier cosa.

A los pocos días empezó el curso del centro de estudios. Éramos la administración de una casa de retiros y convivencias que había al lado nuestro. Hacíamos de todo: plancha, limpieza, cocina… El resto del tiempo que nos quedaba lo empleábamos en acudir a clase en el único aula que había, situada en la sala de estar, que daba a la galería que mencioné antes. Tenía una mesa que ocupaba la profesora y un encerado grande; alrededor sillas bajas de enea donde las alumnas nos sentábamos apoyando nuestros libros y cuadernos en el regazo.

Allí empecé a interesarme por la gente del sur de España, sin saber que seria mi destino al salir de allí durante muchos años.

 

Os contaba en mi ultimo escrito que en Galicia empecé a interesarme por la gente del sur.

 

Teníamos una profe saladísima que nos hablaba con frecuencia de Cadiz: “la ‘tasita’ de plata, decía ella Debía añorar su tierra y hablaba de ella sin parar. Nos describía la ciudad, efectivamente, como una taza de plata maravillosa y yo en mi ingenuidad, creía que hasta tenia esa forma con asa y todo... Era una mujer muy buena y simpática, nos quería de verdad. A veces, al darnos las clases de urbanidad, cargaba un poco las tintas.  Es verdad que en aquella época, las chicas del pueblo éramos un poco paletas y había unas cuantas de la ribera de Navarra que eran bastante bruticas. Pero en general, éramos unas chavalas majas y no veníamos del tercer mundo como a veces se empeñaban en resaltar...

 

Teníamos clases de cultura general, dictados, lectura, redacción y poco mas. Mi cultura se estancó para siempre... También de materias profesionales: planchado, tintorería,  cocina...  Por fin confeccioné en una libreta, con muchísima ilusión, un auténtico libro de cocina con las recetas que nos daban en clase, esperando ponerlas en práctica. Pero, horror de los horrores, me volvieron a poner a pelar ajos y cebollas y a fregar enormes cacharros como en Madrid. Aborrecí la cocina para siempre.

 

Otra temporada me pusieron para ayudar a la encargada del oratorio e ir aprendiendo. Esta persona tenia quince años mas que yo. Había estado mucho tiempo en Roma, era muy seca, yo la tenia verdadero yu-yu. Me enseñó a cortar velas para el altar en escala, de mayor a menor, midiendo concienzudamente los milímetros y cortándolas con un cuchillo al rojo vivo. Hacía falta maestría para hacerlo bien y, como tuviese un fallo, mi jefa no tenia compasión. Me decía que el amor a Dios estaba en los detalles.

 

A mí me agobiaba un poco todo aquello, ese encorsetamiento de minucias propias de una conciencia escrupulosa. No te digo nada cuando mas adelante me enseñó a planchar purificadores y amitos y había que dejar unos centímetros concretos al lado de la cruz central, midiéndoles con el metro... ¡como si Dios fuese tan cicatero !.

 

De mi paso por el oratorio recuerdo con horror las partes del rosario que me hizo rezar la jefa y la chapa que me dio contándome anécdotas insustanciales del fundador durante su estancia en Roma. Nada de escuchar la radio u oír música. Estaba totalmente prohibido. Sólo escuchaba al Dúo Dinámico cuando los domingos nos mandaban a hacer apostolado a La Alameda, y al pasar al lado del cine, que ponían las ultimas películas de Marisol, se oían de música de fondo, animando a la gente a sacar su entrada. ¡Con lo que me gustaba a mi ,el cine.

 

Ahora, veo cine sin parar para recuperar el tiempo perdido.

 

Solían llevarnos por la tarde, de vez en cuando, de paseo al Monte Pedroso y allí corríamos y gritábamos sin ningún reparo. Yo solía ser de las más gamberras y locas: más de una vez me llamaron al orden. Lógicamente, congeniábamos más con unas que con otras. Había una chica de Burgos, graciosa, traviesa, que me caía fenomenal. Estábamos juntas siempre que podíamos, en su camarilla o en la mía, viendo a la gente pasar desde la ventana. Rapadamente, al darse cuenta de nuestra afinidad, nos explicaron que no podíamos tener amistades particulares y que teníamos que querer a todas por igual ¡que rollo!. Había algunas chicas que jamás me haría amiga de ellas. Muy serias, parecía que tenían cuarenta años ya, siempre a la puerta de dirección esperando para consultar una corrección fraterna o delatar nuestras travesuras. Siempre en plan servil detrás de la numeraria de turno, obediente hasta la muerte. Las ponían de mujeres ejemplares y vividoras del espíritu del opus dei.

 

Nada mas te descuidabas, ya estaban detrás de ti corrigiéndote: “te ríes muy fuerte”, “te duermes en la oración”, “no haces la genuflexión derecha”, “siempre estas con fulanita”... Era como meter el amor en unas estrecheces, que no podía entender. ¡Yo quería amar a Dios!. Me parecía que le amaba con todas mis fuerzas.

 

Por El, había dejado mi familia, mis amigas, un chico que me gustaba, los trapos, mi pueblo y toda mi vida. Me empezaba a agobiar aquel ambiente raro, de pequeñas obligaciones, que a veces asfixiaba mi capacidad de amar.

 

¿Qué había de malo el estar con aquella persona que me caía tan bien y me hacia reír tanto? No hacíamos nada malo, sencillamente éramos amigas. Años mas tarde empezaron a sonar las alarmas de que había cosas que no me cuadraban en mi vocación cuando me percaté de la utilización que se hacía de la amistad en la obra. Para mí, un amigo es para siempre, pase lo que pase, y cuando vi que eso no se vivía, me sentí muy mal y empecé a dudar.

 

Normalmente nos acostábamos pronto y, una vez que nos apagaban la luz central de las camarillas, en el silencio de la noche, se oía casi todas las noches una voz masculina potente, cantar una canción de RAPHAEL de moda que decía: “Yo soy aquel, que cada noche te persigue Yo soy aquel que por tenerte ya no vive. El que te espera, el que te sueña, aquel que reza cada noche por tu amor”. Así un día y otro, os podéis imaginar nuestra intriga y comentarios al día siguiente. 

 

Al hablar de ello con las numerarias con la mayor naturalidad, siempre hacían como si no tuviera importancia, que pasaba por allí de casualidad. Pero nosotras no éramos tontas y sabíamos perfectamente que el cantante era un novio abandonado por alguna gallega del centro de estudios y que iba a cantarle todas las noches.

 

Por entonces los reyes magos me pusieron una gorra azul marino de punto, con un ponpon en lo alto ¡preciosa!. Me hizo mucha ilusión e iba combinada con unos calcetines hasta la rodilla, con unas borlas colgando. Era la ultima moda.

Recorrí con aquel atuendo, calles y plazas de Santiago para llevar a alguna chica a las meditaciones de los sábados. Con mi simpatía y don de gentes sabia captar la atención y tenia mucho éxito. Me creía salvadora de la humanidad y depositaria de la fe, era tanto lo que me insistían en ello...

Yo la verdad, disfrutaba con la gente y pensaba que les estaba dando lo mejor que tenia de verdad.

Una mañana me llamó la directora a su despacho. Yo me preocupé por la hora que era y porque nunca me había llamado. Con semblante muy serio me dijo que mis padres me habían escrito y decían que mi hermano había tenido un accidente de automóvil y estaba muy grave.

Quise enseguida ponerme en camino para ir a verle, pero me dijo que no lo veía necesario, lo peor, decía, había pasado. Me quedé cortada, no sabia que decir. No recuerdo lo que me dijo, pero salí de allí convencida de que lo primero en mi vida era hacer la obra y atender sus apostolados y la obra era mi familia verdadera en aquellos momentos.

Pisé una vez mas mi corazón y mis afectos y puse en segundo plano el cariño de mi hermano. Nunca fui a visitarlo ni entonces ni más adelante. Tardó un año en recuperarse y todavía hoy tiene secuelas. Jamás me pidió una explicación,ni hubo un reproche. Cuando tuve problemas para salirme, me apoyó y estuvo a mi lado .

Ahora pienso que poco corazón tuve....

Recuerdo, con verdadero placer, las tertulias de cantar con la guitarra. Me gustaba cantar y mi ilusión era aprender a tocar la guitarra. Solo logré saberme unos acordes para poder cantar ´mio cuore´ de Rita Pavone.

Lo que si aprendí, con gran precisión, fue a hacer cilicios. Un día me dijeron que mi trabajo consistiría en hacer artesanía y mi ilusión, pensando que pondría mi vena de artista al servicio de aquel encargo, se rompió cuando vi de que se trataba el asunto.

Me enseñaron una cesta con un rollo de alambre, un taco de madera y un alicate. Se trataba de cortar pequeños trozos de alambre y darles una forma concreta, para luego unir las pequeñas piezas unas con otras hasta formar un cilicio, como remate una cinta colgaba de un extremo y servia para atar ¡cuantas armas de destrucción masiva de piernas hice!

Este encargo tenia una recompensa. Lo hacíamos en el aula, con lo cual pude ver el cielo y sol de Galicia, cuando lucia , claro .Y por supuesto, al atardecer las maravillosas puestas de sol que nos hacían sentir poetas.

El aula era especial. También las tardes de la labor de s. Rafael, poníamos el tocadiscos y los discos de vinilo gritaban al viento mis canciones preferidas. 

 

Un año pasa rápidamente y mi estancia en Galicia tocaba a su fin.

 

Un día nos dieron los destinos a todas juntas y había que vernos chillar y dar botes. A unas cuantas no nos nombraban y cuando nuestra paciencia estaba al limite, se oyó en la sala: “Las que no he nombrado, se van a la tierra de Maria Santísima". Y así empezó mi vida en el sur.

 

Para mí el sur de España me sonaba a Manolo Escobar, a trajes de flamenca y poco más. Y de sus gentes sólo conocía los andaluces que habían emigrado a mi pueblo buscando el trabajo de las minas.  

 

Nos pusimos en camino un grupo numeroso de alumnas del centro de estudios, camino de Sevilla. El viaje fue largo, a mí se me antojaba en mi afán de aventura, que me iba casi a la tierra del fuego por lo lejano.  Yo había dejado a mis padres hacia tres años y no les había vuelto a ver más. Ni una visita ni llamadas telefónicas. Entonces no se utilizaba tanto el teléfono.

 

Sólo sabia de ellos por las cartas que recibía y que yo procuraba contestar con rapidez . Siempre me ha gustado mucho escribir. Y esperaba con impaciencia las cartas de mi madre que era poeta y me adoraba. Nunca estuvo conforme con mi vocación, aun cuando pasaron los años. Ahora está mayor y enferma, en silla de ruedas y la estoy cuidando yo sola, como intentándole devolver los años que le robé como dice Books en uno de sus escritos hablando del cuarto mandamiento.

 

Mi padre tampoco vio nunca con agrado mi vocación, pero respetó mi decisión siempre y me escribió cartas entrañables, que hoy conservo con cariño, pues falleció en el año 2000. Más adelante contaré cómo me apoyó en momentos difíciles.

 

Mi llegada a Sevilla, siempre la recuerdo por las consecuencias que tuvo en mi organismo, su clima. Llegamos en pleno agosto. Yo era de una zona muy fría y además venía de Galicia. Fue tanto el impacto del calor, que yo creo que tenia hasta fiebre de lo mal que estaba. Con dieciocho años nunca me había sentido tan mal en mi vida.

 

Estaba empezando a sentir los síntomas de la flojera. Y cuando me dicen que los andaluces son vagos, les digo que vayan al sur en verano y verán lo que es bueno...

 

Me llevaron a vivir al Barrio de Santa Cruz. Yo pertenecía a la plantilla del centro de estudios de los numerarios pero la residencia estaba en obras y estaba allí de paso. Mi ilusión fue grande al estar viviendo en La Plaza de Doña Elvira, pues mi madre cantaba esa canción que dice ¡Ay! Barrio de Santa de Cruz, placita de Doña Elvira, hoy te vuelvo a recordar y me parece mentira... Y me recordaba a ella.

 

Los primeros días fueron agotadores por el calor. A media tarde, una catalana mayor me mandaba a la cama porque me veía francamente mal. Yo se lo agradecida y pensaba en mi interior que seria cuestión de aclimatarse. No tenia fuerzas ni para hablar, incluso me preguntaban las que allí vivían, si siempre era tan calladita. Mi energía vital se había esfumado. Viví allí unos meses y mas adelante contaré aventuras, cuando años más tarde volví a vivir en el mismo lugar.

 

Una mañana me dijeron que se abría la residencia y me fui al nuevo destino. Estaba en la Avenida de la Palmera, al lado del campo del BETIS y cuando había partidos se ponía aquello de gente hasta la bandera. No entiendo mucho de fútbol, pero era enorme la afición y decían: ¡VIVA EL BETIS MAN QUE PIERDA! y es que el sur y sus gentes son únicos.

 

Dos grandes palacetes, unidos por un túnel cruzando el jardín formaban la residencia. La puerta de la administración daba a otra avenida paralela, enfrente había una prestigiosa clínica y con un poco de suerte podías ver a algun famoso por alli... Me hizo especial ilusión abrir paquetes de toallas y sábanas nuevos y empezar a estrenar los artilugios de cada servicio.

 

Las habitaciones eran también de seis personas como en Madrid y viene a mi memoria un día que nos despertamos antes de la hora, sobresaltadas. Un terremoto en pleno apogeo zarandeó sin piedad nuestras camas y daban botes unas con otras.

 

Me pusieron de planchero y la encargada auxiliar aunque trece años mayor que yo y habia estado en Roma, era muy divertida. En el trabajo era exigente te sabia enseñar bien, sacando de tu interior afán de superación, interés profesional. De ella aprendí el difícil arte de planchar una camisa y me lo hacia repetir hasta alcanzar la perfección. La siguiente meta era la rapidez y lograba con su método de enseñanza que hiciéramos autenticas competiciones para ver quien lo hacia mas rápido. ¡Ya quisiera Fernando Alonso!

 

A mí, el trabajo no me asustaba, nunca la pereza o la conformidad de estar mano sobre mano formó parte de mis inquietudes. Pronto supo captar mi capacidad de trabajo e ilusión y puso todo su empeño en hacer de mi una buena profesional, amando lo que hacia.

 

Hace poco, ojeando Romana en Internet me entere que había muerto de cáncer y fiel hasta el final. Me emocioné, sirvan estas letras como un pequeño homenaje.

 

Es verdad que trabajábamos mucho y a veces llegaba la hora de entregar la ropa y no estaba planchada. También limpiábamos la residencia y la administración, solo planchábamos por la tarde.  

 

Cuando alguna semana íbamos mal con la ropa, las mayores del planchero hacían ambiente de quedarse a planchar por la noche después del examen, mientras las demás de la casa dormían. A mi, por mi juventud, no me dejaban quedar al principio. Tenía que dormir, decían.

 

Y como disfrutábamos, cuando ya rendidas asaltábamos la caja de las sobras de la repostería y los trozos de chocolate que habían sobrado de la merienda y devorábamos hambrientas conteniendo las risas para no despertar al resto del personal. Esto lo hacíamos con la mayor naturalidad, sin sentirnos heroínas. Nos inculcaban que éramos las madres y hermanas mayores de los numerarios y la lucha de sexos aún no se había puesto de moda ,como en la actualidad. Sin ir mas lejos en mi familia somos tres chicas y un chico y mi madre nos había educado para servir a mi hermano, como la habían educado a ella para servir a su marido. 

 

Yo tenia una capacidad de ilusión muy grande. Empezaba a vivir mi vocación. Habría dado cualquier cosa por aquellas personas que eran mi familia, mis hermanos, cualquier sacrificio me parecía poco para hacerles felices, como si realmente formaran parte de algo muy valioso para mí. Empezaba a salirme la vena maternal a flor de piel y pensaba que era el momento de darlo todo por mi nueva familia. ¡Lo que puede la juventud, la ilusión, el amor. No me arrepiento de aquellos años.

 

Todos los seres humanos nos servimos unos a otros en las distintas profesiones. Sólo el que es un inútil, un engreído, un estúpido, no alcanza a ver la dignidad de ser útil a los otros seres que encontramos al caminar, sirviéndoles. No es que tenga síndrome de Estocolmo, es que puse mi cariño al servicio de unos seres que para mi, entonces, eran mi razón de vivir y de las situaciones en que la vida nos pone, para aportar algo a los demás. No debemos renegar nunca. Siempre quedará un poso de actos positivos que cambiaron las vidas de aquellos a quienes iban dirigidos nuestros quehaceres. Sólo por ello habrá valido la pena quedarse con lo positivo.

 

Nosotras hacíamos nuestro trabajo sin saber para quien. No veíamos jamás a los residentes. Es verdad que algunas servían el comedor y les veían, yo, por entonces, me limitaba a planchar. Pero un día necesitaban una doncella y pensaron en mi. Me llamó la directora y como si de un ceremonial se tratara, me explicó que iba a salir al comedor a servir la mesa. No podría mirar a los residentes, ni comentar nada de lo que oyera en el comedor, ni siquiera con las otras doncellas, en fin que era un encargo especial.

Yo me asusté, no quería salir. Me parecía que me caería al suelo, que tiraría la bandeja de la comida, temblándome el brazo al poner la fuente. En fin que no lo sabría hacer. Me insistió que lo haría bien y no hubo nada que hacer...

Ni aún con el paso de los años logré superar del todo el nerviosismo que acompaña a la salida al comedor y servir la comida. Era como si tuviera un perro mordiéndome el estomago con grandes dentelladas ¡que nervios! ver tanto hombre junto... Pasado el primer momento, se pasa, aunque solo sea por la responsabilidad de dar de comer a aquellos jóvenes residentes de entonces, que habían consumido sus fuerzas en agotadoras clases y sin haber probado bocado desde el desayuno ¡qué apetito ¡madre mia!.

Yo me sentía muy guapa con el uniforme azul y el delantal blanco, impecable ¡ah! y zapatos de tacón alto .

Un día me pasó a mi personalmente  lo siguiente. Para cambiar los platos del primero al segundo, llevábamos una bandeja metálica e íbamos poniendo apilados los platos sucios que quitábamos de las mesas. Iba cargada con la bandeja llena y había una loseta en el suelo que tenia un pequeño agujero, con tan mala suerte que mi tacón se quedó metido dentro. Me quedé aprisionada en mitad del comedor sin saber qué hacer. Mis colores subieron de tono y me puse roja explosiva. Como nadie acudía a salvarme, dejé la bandeja en el suelo, saqué mi zapato del agujero dejando mi pie al aire, me lo puse de nuevo, recogí la bandeja y con mi dignidad al hombro, seguí mi camino hacia el oficce. De reojo, veía caras sonrientes...

Otro dia recuerdo que servía la mesa de dirección y estaba sirviendo una carne que llevaba una salsa aparte. Con la mano izquierda, ponía la fuente al comensal y con la derecha sujetaba la salsera . Había que hacer verdaderos equilibrios y como no estaba muy suelta en este arte le solté mas de media salsera al sacerdote, por la espalda abajo, que tuvo que marcharse apresuradamente a cambiarse de sotana, con la intriga del resto del comedor que le vieron marcharse con el cuello rojo, abrasado.

Oí contar a una muy divertida que en una convivencia de sacerdotes, os podéis imaginar todo el comedor negro, había de guarnición unos tomatitos pequeños al horno y la doncella al servirlos, no se percató que uno se cayo encima del hombro de un comensal y nadie se dio cuenta. Otra doncella miraba de reojo al residente y pensaba para sus adentros qué cargo tendría en la curia aquel sacerdote, que tenía en el hombro aquel distintivo rojo, por lo menos era vicario castrense.

En aquella época contábamos con pocas maquinas para trabajar. Por ejemplo, no teníamos secadora y los residentes eran alrededor de cien. Viene a mi memoria cuando tendíamos los calzoncillos uno a uno en un tendedero que había detrás de la casa. Eran cienes y cienes...

La limpieza de la residencia era agotadora. Cruzábamos el túnel hasta llegar a unas escaleras angostas por las que subíamos a los distintos pisos. La casa era rehabilitada pero respetando su arquitectura natural por lo que las ventanas, suelos y puertas eran muy viejas y difícil de mantener limpias. Los techos enormes parecían no tener fin. Las telarañas confeccionaban verdaderos metros de tela nada más nos descuidábamos .

Había una escalera de mármol que limpiábamos de rodillas con estropajo y Vin. Cuando nosotras llegábamos, los residentes ya no estaban allí. Pero alguna vez un rezagado se quedo incomunicado, sin poder bajar al oratorio con el resto. La escena era de tebeo. Hacía la escalera una andaluza, jovencita, con unos enormes ojos. De repente, aparecía un numerarito muy joven también, que le había pillado el toro. Indeciso, miraba a la niña de reojo y no se atrevía a pisar el peldaño recién fregado. Ella enfurruñada y sin mirarle, le decia: Uzte, quiere pazá, pue paze. Y el otro corría escaleras abajo como si le persiguieran los indios.

El ultimo piso se llamaba El Torreón y era donde ya nuestras fuerzas no daban para más. Me encantaba desde sus ventanucos mirar asombrada La Avenida de la Palmera donde el sol andaluz lucia con esplendor, cuando nadie me veía.

Habíamos tomado la administración antes de tiempo, por fuerzas mayores. El curso había empezado en la universidad y los residentes estaban repartidos por varios centros. Necesitaban con urgencia su propia residencia. Pero claro, la zona de la lavandería no tenía la instalación terminada y no podíamos utilizar las maquinas. Pensaban que lo solucionarían con rapidez, pero no fue así. Pasada una semana el lavadero sufrió un colapso de bolsas de ropa sucia para lavar. El problema era grave. Nos enteramos que bastante cerca habían puesto una lavandería, algo novedoso por entonces, importado de Estados Unidos. La gente hacía su colada por un módico precio. Se llamaba La Estrella y allí nos fuimos la encargada de planchero y yo. Era divertido vernos aparecer los lunes en un taxi con enormes cestos de mimbre y plástico llenos de ropa sucia.

Nuestra familia no era normal y nuestra colada, tampoco. Cogíamos todo un ala de lavadoras solo para nosotras. Pasábamos la mañana entera allí. En un cuartito que había al lado, pintábamos uno a uno los cuellos de las camisas con una pasta de jabón especial, antes de meterlas en la lavadora para que quedasen totalmente limpias. Luego íbamos secando toda la ropa y como a las tres de la tarde habíamos terminado y nos íbamos a comer.

Al principio, los demás clientes nos miraban con curiosidad. Lo inundábamos todo. Más tarde se acostumbraron a vernos y éramos un clásico en la vida de la lavandería.

No se imaginaban los residentes que su ropa era tan viajera...

Para repartir la ropa teníamos algún carro, no muchos. Se oían el ruido de sus ruedas por todo el túnel mientras íbamos avanzando. Era como la invasión de Polonia. Recuerdo  transportar en unas enormes cestas de mimbre, las camisas primorosamente planchadas y depositadas una a una con un papelito comprobando que eran del mismo residente, encima de la cama. Si no tenias cuidado, podías entregarlas cambiadas y con lo despistados que son algunos chicos, la aventura de reencontrarse con su camisa de nuevo, podía tardar semanas.

 

Vuelvo de nuevo con mis aventuras en la administración. 

 

Cuando repartíamos los pantalones, recorríamos el túnel, con las perchas, llenas de los típicos pantalones azules o grises, que solían llevar los numerarios, entonces, con la raya perfectamente planchada. Más adelante empezaron a llevar vaqueros y alguno, ponía en su papelito “no planchar”. Nosotras en nuestro afán por hacerlo bien, lo planchábamos todo...

 

Había en la zona de la administración, un trozo de jardín y lo aprovechábamos bien. En la zona de la residencia había un frontón y se alzaba el muro separando nuestra zona. Siempre, nuestro césped, estaba lleno de pelotas que saltaban a la zona prohibida. Normalmente al verlas por allí, las tirábamos al otro lado. Pero alguna vez observábamos horrorizadas desde la ventana del office, algún numerario en pantalón de deporte que se había saltado a recogerlas el mismo. Estoy segura que le caería una buena reprimenda por pasarse aunque solo unos minutos al enemigo...

 

En el barrio de Heliopolis, en un chalet algo destartalado, teníamos la labor se S Rafael. Estaba cercano, pero a mi me sabia a gloria el paseo de ir y venir a la Escuela de Formación que así se llamaba, las tardes que tenia la suerte de ir. 

 

Organizábamos clases de cultura, cocina, decoración, para las chicas que conocíamos. Muchas de ellas trabajaban en casas de supernumerarias y nos las traían ellas mismas.

 

Me llamaba la atención que, nada mas que terminaba una actividad, ya estaban tocando palmas y bailando y cantando sevillanas. Para mi, el folklore del sur, me era totalmente indiferente... Me gustaba la música moderna. Con el paso del tiempo aunque no aprendí a bailar bien pues hay que tener duende, amé con locura la alegría, el calor y la luz de su música y letras. Ahora en mis colecciones de música especial tengo las mejores sevillanas del mundo y las pongo muchísimo, para asombro de mis vecinos, que me consideran una desertora de la jota de mi tierra.

 

Me fui dando cuenta una vez mas de la utilización de la amistad que hacíamos. El ponerse a tiro, el pasaba por aquí de casualidad, el organizar actividades con el fin de conocer gente, para luego seleccionar a la que interesaba.

 

Tuve que hacerme violencia, para dejar de lado, a niñas que consideraba amigas mías por no dar el perfil adecuado. No me cuadraba lo que me repetían en los círculos, que de cien almas nos interesan las cien y, a la primera de cambio, dejábamos en la cuneta a quien ya no interesaba, pisoteando la amistad mas preciosa que hubiera entre nosotras.

 

Empecé a ser un borrego más del rebaño, a dejar de pensar por mi misma, a traicionar mis principios, a vivir la mentira de abandonar la propia esencia de mi ser. Y supe estar así tantos años y con toda mi pasión.

 

En mis paseos y al tratar a las chicas, solía ir a por las mejores o eso me, parecía a mi. Sin darme cuenta que las apariencias engañan y conocer el interior de las personas es una aventura apasionante que nada tiene que ver con lo externo y la selección que me pedian.

 

Pero tenia “madera de lider”, una gran capacidad de ganarme a la gente, era simpática, divertida y joven. Había que llevar a la gente por un plano inclinado, decían y allí estaba yo, sintiéndome una gran arquitecto de almas. Las directoras que lo utilizaban todo. Me utilizaban para atraer a gente joven y las mayores, en la sombra, manipulaban sin ningún pudor aquellas personas, apenas adolescentes, a su antojo ¡Qué vergüenza siento ahora por el daño que pude haber hecho!

 

Por aquella época viví con mas intensidad la batalla de “los trapos” como yo les llamo. Apenas lo había notado, pues tenia ropa que me compré en Bilbao antes de pitar y pasé a gusto ese tiempo. Recuerdo un conjunto vaquero en tonos pastel, que en verano era mi preferido.

 

Durante el centro de estudios no me había comprado nada. Pero llegó el momento que tuve que renovar mi vestuario y ¡oh sorpresa! pensando que saldría de compras, me llevaron a una habitación, que era el almacén de ropa usada y allí empecé a probarme un montón de modelos que la secretaria del consejo local, me iba ofreciendo. Yo era muy especial y no aceptaba cualquier cosa, ponía bastantes pegas hasta quedarme con algo. Generalmente, no eran cosas feas, eran cosas, usadas. En mi casa era la mayor de mis hermanas y me tocaba estrenar siempre, ellas heredaban de mi. Por eso me costaba más aquello y ademas siempre he sido puntillosa y perfeccionista y claro, dependía de la primera dueña y del uso que le había dado, el estado de la prenda.

 

Parecía una tontería pero era una de las cosas que mas me costaba. Sobre todo, cuando veía a las directoras y demás numerarias estrenar cada temporada unos preciosos modelos por el cargo y posición que ocupaban... Me llamaba la atención ¿No éramos una familia y ellas “mis hermanas''? Claro como éramos sus hermanas pequeñas... donde hay niños, ya se sabe...

 

Muchas veces con una gran ingenuidad, acudía a dirección para hacer ver mis necesidades, como me aconsejaban, pensando que mis demandas iban a ser atendidas y al plantear que necesitaba ropa, resulta que siempre estábamos mal de dinero y me salían con lo de “la madre de familia numerosa y pobre”. Acababa convencida de mi gran responsabilidad. Pero cual era mi sorpresa que aquella misma tarde salían de compras alguna “mandamás”, con alguna especialmente elitista, casi en secreto. Pero como el tema me interesaba, yo controlaba perfectamente. Volvían a las pocas horas cargadas de bolsas y yo encendida de la rabia, me iba a protestar a la directora. “La obra no saca a nadie de su sitio”, decía, “lo necesitan para su trabajo”, “tienen que vestir dignamente”, etcétera, etcétera.

 

No me convencían sus argumentos; ni todas eran hijas de millonarios ni tenían grandes trabajos, ni nada de nada. Me sentía discriminada, ¿Por qué para ellas había dinero y para mi no?

 

Las veía aparecer luego con ropa de marcas mundialmente conocidas y primorosamente vestidas y me sentía a veces un poco la cenicienta de aquella maravillosa “familia” que me trataban de vender.

 

Veía unas diferencias que no acababa de aceptar, aunque era tal mi afán de entrega que pisaba mi manera de ser hasta limites insospechados y casi casi, me sentía feliz con mi ropa heredada. Viene a mi memoria lo contenta que estuve con un pichi de cuadros escoceses y un conjunto de falda y niki Chemi Lacos. No sé ni escribirlo.

 

Cuantas cosas injustas acuden a mi corazón, que he perdonado, y de las que por contraste, ahora procuro disfrutar con toda mi alma.

 

Un dia me dijeron que me iba a mi primer curso anual y di saltos de alegría. De mis primeros cursos anuales guardo gratos recuerdos, no así de los últimos, que me resultaban insoportables.

Los soliamos hacer en una casa que había cercana a Sevilla .Al principio, los haciamos vestidas con el uniforme. Con el paso del tiempo, asistiamos con ropa de calle y para mi fue una enorme alegria y pude disfrutar poniéndome mis modelitos...

La casa era un chalet que habia pertenecido a un club de fútbol para descanso de sus jugadores. Tenia un hermoso jardín, una huerta con limoneros y naranjos y una pequeña alberca donde nos bañábamos. Mas adelante hicieron una hermosa piscina. ¡Ah! se me olvidaba, había una preciosa higuera donde a media mañana saciábamos nuestro apetito, con disimulo, pues no era bien visto por las mas ortodoxas que vivian a rajatabla lo de no comer entre hora. Yo, escondida entre el follaje, me ponia morada. Habían pasado muchas horas desde el desayuno y éramos muy jóvenes. También a esas horas si bajábamos al pueblo entrábamos en la panaderia y comprábamos un bollo de pan recién hecho, que sabia a gloria bendita. Lo soliamos hacer las mismas y en secreto, el valor del pan era misero, pero podía llegar a ser una falta de pobreza.

Alguna vez en la actualidad, bordeo la orilla del rio y me acerco a un supermercado, cercano a comprar el pan del dia y saboreo pellizcando el pico de la barra, como hacia de niña y mi madre me mandaba comprarlo. También vienen a mi memoria los cursos anuales, miro al cielo y los chopos que serpentean en el aire y me siento la persona mas feliz del universo, quizá porque valoro mas la vida y que disfruto al limite mi libertad.

Por las mañanas teniamos clases de teología y catecismo de la obra con un sacerdote numerario. Dependía del profesor, si era ameno o no, hacerlo atractivo y recuerdo que teniamos nuestras preferencias.

Por lo demás, había mas tiempo libre para nosotras, aun asi, limpiábamos la casa. Venian gente de todos los rincones, descansabamos, dormiamos, comiamos con tranquilidad.

Eran unos días maravillosos. A la semana teníamos un dia no lectivo, sin clases y libre. En grupos organizábamos pequeñas excursiones. Yo me apuntaba siempre a conocer los pueblos cercanos, metiendonos por caminos vecinales y por atajos, caminábamos varios kilometros, sin ir por la carretera, era peligroso por el trafico. Me encantaba el olor de los naranjos o comer una naranja cuando apretaba la sed al pie mismo del árbol.

Llevábamos la comida en bocadillos y soliamos visitar algún monumento que hubiese por la zona. Recuerdo en un pueblecito precioso que celebraba sus fiestas y conocido por su mosto, ser invitadas por la corporación municipal a un trago de tan preciado liquido con resultados de una alegría especial nada sobrenatural. Corriamos por el campo, descansabamos a la orilla de un rio, pediamos una bebida en el bar del pueblo, que era para lo que nos daba el presupuesto y comiamos nuestro bocata tan felices.  

Como veis todo muy económico, pero no por ello aburrido, era cuestión de aprovechar lo que teniamos. Alguna vez nos sorprendio por el camino de vuelta una monumental tormenta y llegábamos caladas hasta los huesos. A la hora de la tertulia cada una contaba sus correrias. Alli en uno de mis primeros cursos anuales recibimos la noticia en la televisión que habian asesinado a Kennedy.

Habia un torero llamado Mondeño, que en pleno triunfo lo dejo para irse a vivir aun convento, alegando que tenia vocacion de fraile y todo el mundo lo comentaba con asombro. Me identificaba con el aunque en una escala inferior y como tenia mucha imaginación, le comentaba a otra muy divertida que me parecía, que cuando toreaba iba rezando jaculatorias.

Si os dais cuenta en mis escritos trato de describir una época, voy mencionando a personajes de entonces, pero a nivel un poco cerrado y pobretón. Yo habia salido de mi casa con quince años y a mis veinte era una persona con una mentalidad bastante infantil. Los de mi generación estaban luchando contra la dictadura, era la época de la canción protesta de la música en ingles, habia hambre de cambio, grandes manifestaciones. En mi reducido mundo, no habia lugar para nada que no fuera la obra de Dios y sus apostolados. En cierta manera, me robaron mi juventud y vivia además en una doble dictadura.

También a mi me hubiera gustado correr delante de los “grises” aunque no fuera estudiante, por mi espiritu inquieto pero vivia en un mundo que me hacian creer que era mágico y que ahora pienso que era cerrado a los grandes ideales de la juventud. 

 

No sabia nadar pues soy de tierra adentro y por entonces no conocía el mar. En la pequeña alberca había una tubería que sobresalía por dentro y que formaba parte de la depuradora. En ella me sujetaba y chapoteaba sin soltarme haciendo hasta el muerto... Por mucho que me decían que los cuerpos flotaban, no me lo creía. El mío, nada mas me descuidaba se iba al fondo. Tenia verdadero pánico.

Era el blanco de las burlas de mis compañeras .Yo disfrutaba con ellas, me encantaba jugar. Pero lo que no imaginaba  fue que una mañana se confabularon entre ellas para tirarme a la piscina ¡Todavía no he perdonado su traición! Cuando menos lo esperaba me cogieron entre cuatro y me lanzaron al agua. En mi desesperacion, arrastre a un par de ellas que cayeron encima de mi. Mi cuerpo se fue al fondo sin posibilidad de salir. Me senti morir ahogada. Cuando me lograron sacar, lloré desconsoladamente, intentando sacar el susto de mi cuerpo...

Lo que en principio habia sido una broma, se convirtió en un disgusto, pues lo pase francamente mal.

Pasados unos dias, en la tertulia, me concedieron la medalla de oro a la mejor deportista de todos los tiempos. Recogi, entre aplausos una enorme copa, que formaba parte de la decoración del vestíbulo y olvidé mi mal rato con una sonrisa. 

Eso sí, todavia no he aprendido a nadar. Ni aprenderé...

Por entonces Julio Iglesias estaba en pleno apogeo y a mi me encantaban sus canciones romanticonas. Una mañana, en el tiempo de deporte, disfrutaba yo sola, con la sala de estar en penumbra, de un precioso disco. Apareció la subdirectora y quitó la música diciendo: ¡Ala, venga, a la piscina, que esta música tan sensible no es buena!

Me senti avasallada. ¿Quien era ella para analizar el grado de mis sentimientos ? ¿También pretendían mandar en mis gustos musicales?

Así era todo, descarnado, autoritario,  poco atractivo y sobre todo impersonal, refugiandose en el grupo, sin ser, cada uno, algo especial.

Por las tardes, las clases eran pesadísimas, temas áridos doctrinales y del espíritu de la obra hacían que mas de una se pegase una siesta de tamaño natural.

Cuando ya nuestro cansancio estaba al límite, paseábamos por la carretera aprovechando la brisa de la tarde. Un dia al pasar por el lado de una chumbera, nos paramos al contemplarla llena a rebosar. Los higos chumbos, típicos de la tierra por su clima casi tropical, son riquísimos y valorados.

En nuestra ignorancia, pues no éramos andaluzas, empezamos a manosearlos, observándoles con curiosidad. A los pocos minutos, nuestras manos se llenaron de pequeñas espinas de las que era imposible desprenderse. Al oír nuestros gritos un campesino del lugar, que trabajaba en su campo,vino en nuestro auxilio. Hizo una pasta de agua y barro y nos la dio para que frotásemos con fuerza y pudieran salir las espinas que nos estaban haciendo ver las estrellas. ¡Pero zeñorita, como e que han hecho uztede ezto! decia sonriente. Desconocíamos las características  de aquel fruto y pagamos la novatada. Cuando más tarde los pude comer, me parecieron exquisitos pero eso sí, hay que saber cogerlos y prepararlos.

En el centro de la avenida de la Palmera viví unos años, estaba alejado de lo mas céntrico de la ciudad y saliamos poco. Algún fin de semana ibamos el sábado al Corte Ingles. Volvíamos agotadas y hambrientas pues no se merendaba ese dia. Se me iban los ojos a las cosas bonitas pero ya para entonces el fanatismo por la obra formaba parte de mi y estaba dispuesta a todo.

De todas las maneras envidiaba en secreto a las que trabajaban en las casas pequeñas, que en mitad de la semana acudian al circulo y a atender la labor apostolica, con lo cual salían a la calle mas veces. Deseaba vivir como ellas, no aguantaba estar encerrada.

Y un dia me dieron el nuevo destino. Volvía al barrio de Santa Cruz, aquel precioso barrio que no pude disfrutar, por la "caló" y que mi organismo ya acostumbrado, soportaba estoicamente. Era el centro de la delegación, no se como cabian alli, era bastante pequeño y sin aire acondicionado.

Era la tipica casa sevillana. Un patio interior central lleno de macetas y cubierto con unos toldos que lo cubrían durante las horas de mas sol y alrededor el resto de las habitaciones, había otro mas pequeño, en la entrada, donde los turistas metian su nariz mirando con asombro, pues la puerta de la calle estaba entreabierta .Una cancela que era la que estaba cerrada siempre, limpísima y con una campana con la que, antiguamente se solia llamar, formaban un conjunto muy peculiar.

La puerta exterior  era muy bonita, de madera noble rematada con unos clavos dorados que limpiábamos con sidol y habia que salir literalmente a la plaza con una escalera. El espectáculo estaba garantizado ,los chicos jóvenes se metian con nosotras y los turistas, con grandes exclamaciones, pensaban que aquello formaba parte de las cosas mas tipicas de Sevilla, nos aplaudian y sacaban fotos para el recuerdo. Yo me lo pasaba fatal, pero no me quedaba mas remedio.

 

El suelo era de losetas rojas, bastante desgastadas. Las dabamos cera roja ,para mantenerlas limpias y brillantes. Lo haciamos de rodillas, nuestras manos se ponian de un color bermellon, horrible. Habia que mezclarlo con aguarras para ir limpiando el betun de los zapatos de los residentes, que a juzgar por la cantidad de rayas, eran generosos a la hora de limpiarlos. Las rodillas aplastadas, se ponian con durezas y deformadas. Tambien la escalera principal era del mismo suelo y como adorno, un filo de madera en cada escalón.

Vivia allí una chica castellana mayor entrañable, quiza de mentalidad un poco antigua. Ella sí era una empleada de hogar profesional. Habia trabajado en numerosas casas. Le oi contar que habia trabajado en casa del ex presidente del gobierno recientemente fallecido y lo orgullosa que se sentia cuando le veia en la televisión...

Yo nunca habia trabajado en una casa particular, pues mi padre no me dejaba. Comento esto porque ella tenia metido un espíritu servil muy curioso que se manifestaba a veces en su autoestima, que era nula, siendo una persona muy valiosa en todos los sentidos.

Congeniábamos estupendamente, se la veía feliz con mi alegría y entusiasmo. Cocinaba de maravilla y me hizo engordar con sus guisos varios kilos. Recuerdo las tardes de los sabados, cuando despues de toda una tarde planchando sin merendar, subia a preparar la cena y a los pocos minutos, bajaba un olor a ajo, fruto del refrito de las acelgas con patatas que estaba preparando. Solo con el olor mis papilas gustativas se ponian a cien y recordaba a Carpanta el del TBO que muerto de hambre, se metia con la nariz en las cocinas de los restaurantes, aunque solo fuera a oler los suculentos manjares.

Tambien ,me enseñó a pasar las llamadas de telefono, en una vieja centralita que habia en el segundo piso. Como era la delegación, habia siempre un gran numero de llamadas. Habia una encargada, otra chica muy pacifica, con la que me llevaba bien, pero si faltaba ella, tenia que atenderlo yo. Qué calvario pasé. Cortaba las llamadas y no acertaba a dar el botón adecuado, con el consiguiente enfado del receptor de la misma. Más de una vez, un sacerdote aragonés de fuerte caracter, que tenia su despacho en aquella planta, llamaba y pasaba al comedor, donde me echaba una bronca de mil demonios por haberle cortado una llamada importante y me gritaba diciendo: ¡ay Dios mio, que la enseñen!. Le temía como a un nublao y nada mas desaparecía decía con todas mis fuerzas: ¡Qué hombre "cuarentón" más rancio! Entonces tenia apenas veintiún años y los cuarenta me parecían la plena vejez.

Ella reía a escondidas mi reproche, aunque le parecía una falta de respeto y me solía reprender.

Las tertulias de la noche, en verano, las hacíamos en una enorme terraza que había en la azotea. El fresco de la noche era maravilloso, alli nuestros huesos malparados de los trabajos de todo el día, se recomponian. Se veían la luna y las estrellas y como música de fondo el cante flamenco y las sevillanas, que abajo en la plaza estaba en su mayor apogeo a esas horas. ¡Que corto se me hacia! Siempre quería mas rato, pero teniamos que madrugar... No podíamos hablar muy alto, el patio de la entrada de la casa daba alli y nos podían oir los residentes.

Yo, como era muy teatrera, alguna noche hacia televisión escenificada. Había una pared que separaba una zona de la terraza de otra y habia un hueco de una ventana sin ventanas y un hueco de una puerta si puerta. Por alli, cantaba, hacia telediarios, contaba chistes, de medio cuerpo y de cuerpo entero, como si realmente la cámara me fuese grabando desde distintos ángulos. Las otras se tiraban por el suelo de risa y yo me sentía artista, aunque solo fuera por media hora. Algunas noches con unas viejas banquetas, haciamos corridas de toros, con rejoneo y todo, cada vez le tocaba a una hacer de toro. También mi espiritu de poeta se inspiraba con frecuencia en aquel rincón que recuerdo de manera especial.

Pienso que éramos felices con nada. Nuestro cansancio se diluia rápidamente con nuestra alegria juvenil.

Por supuesto, nosotras no teniamos televisión, la residencia, si. No era solo por pobreza, sino por el control férreo de nuestras vidas y para no tener del exterior, nada que empañase nuestra angelical vocación de servicio total...

Un dia nos pasaron de la residencia una tele pequeñita que les habían regalado y pensaron en nosotras. Pero claro, no teniamos antena instalada y recuerdo que por entonces vivía alli una muy manitas. Por la noche, en un cuarto que había al lado de la terraza, hacia verdaderos esfuerzos por conseguir que saliera la imagen, como si de un experto en telecomunicaciones se tratara. Pero no habia manera. Todo era muy rudimentario, me ponía sujetando un cable que habia conectado a la antena de la residencia y ella accionaba los botones. ¡Para habernos pasado algo gordo!

Lográbamos ver algún trozo de pelicula que nos sabia a gloria por lo prohibido...

No habiamos dicho ni pio a la directora, sabíamos que no era muy ortodoxo y lo manteníamos en secreto. Hasta que un dia la administradora la descubrió y nos quedamos sin ella.

De todas las maneras agradecimos el detalle de los numerarios que generalmente tenian muchos detalles de cariño con nosotras. Cuando en las noches calurosas de verano alguno sorprendia a los demás comprando helados para todos, siempre nos pasaban uno para nosotras, creo que no he comido un helado en mi vida que me haya sabido tan bueno como aquellos.

Recuerdo con verdadera ilusión un dia que un numerario muy importante se fue a Londres a un viaje de trabajo, era catalán y nos trajo a la vuelta unas tiras plastificadas de gominolas, nada vistas entonces en España. ¡Cómo las difrutamos!

 

La administración de la que os vengo hablando, la conocíamos las auxiliares como la administracion "tubo". Paso a describir por qué. Segun se entraba, había una doble puerta, pues daba con el vestibulo de la residencia . Allí teniamos el planchero, un cuarto pequeño con una mesa enorme que ocupaba toda la habitación, un armario frontal con casilleros numerados para poner la ropa limpia y planchada de la residencia y tres sillas bajas de enea, formaban nuestra sala de estar. Allí haciamos la oracion de la mañana, la tertulia, el rosario. Entonces viviamos allí. Mas adelante, se empezó a dormir en los centros de auxiliares.

Por la tarde, teniamos una hora concreta para pasar al oratorio de la residencia a hacer la oración, cerrando con el pestillo...

 

Habia en el planchero una enorme ventana que daba a la plaza, la unica ventana de la casa. Tenia una celosia, típica de las casas andaluzas, que evitaba que nos vieran del exterior. Nosotras solo veiamos pies de la gente que pasaba, si teniamos la ventana entreabierta, y la sombras y voces de los turistas que eran quienes mas concurrian por alli. En la misma zona, al lado estaba el lavadero, minúsculo.

Subiendo una escalera estrecha y empinada estaba la cocina mas bien pequeña, donde ademas de cocinar, comíamos nosotras. En el segundo piso estaban nuestras habitaciones, cabia una cama y un labavo, el armario y sin mesilla. Todas sin ventana. Teniamos una ducha común y un water. En el verano, era imposible dormir por el calor y sin aire del exterior. Alguna se iba a dormir a la terraza. Con los años pusieron un aire acondicionado que hacia un ruido insoportable, pero que aliviaba.

El ultimo piso era el de la terraza y un cuarto de guardar cosas varias. Es verdad que tenia razón de ser lo de la administracion "tubo”.

Mención aparte merece la administradora. Era mayor en la obra y de edad, castellana hasta la medula y con ese espiritu que les inculco el "santo fundador" hacia las personas de servicio. Nos miraba con cierta distancia, poniendo una barrera entre ella y nosotras. Pensaba que teniamos una incultura monumental y que nuestro espiritu no podria captar las maravillas del arte, de la literatura, de la música clasica...

No era cierto, he conocido auxiliares poetas del vivir cotidiano, amantes de la música clasica mas maravillosa, grandes conocedoras de la literatura universal y sobre todo personas sensibles y con una gran capacidad de amar. Sirvan estas líneas como un pequeño tributo de su vida entregada hasta el dificil arte del olvido personal y como denuncia de la explotación que el opus dei hace de estas personas utilizándolas hasta unos extremos insospechados de esclavitud.

Siguiendo con la administradora, tenia varias cosas positivas, trabajaba bien, era una buena profesional, quiza un poco tacaña pero con detalles a veces de bastante humanidad.

Los residentes eran bastante sibaritas y les gustaba comer bien, de lo bueno lo mejor. El presupuesto no debía dar para mucho y ella protestaba de que nunca estaban satisfechos. Viene a mi memoria los enfados que cogia cuando la comida no habia sido de su agrado,se quedaban con apetito y solian pedir que sacásemos queso. Mandaba sacar un trozo, nunca entero, pues sabia que lo dejaban temblando... y decía con mucha gracia: "En vez de numerarios parecen ratones".

Les solían mandar un supernumerario de Jerez un vino "fino" en garrafa que tomaban como vino de mesa, que era excelente, lo llamaban "Pacorrito". Era una pequeña compensacion, para vivir mejor la entrega, pensaba yo, y sabian montárselo bien.

De repente, faltó la que servia el comedor y me tocó salir a mi. Si siempre me costaba salir en una casa donde son doce o trece comensales y se oye cada uno de tus pasos si no son muy habladores, entonces ni te cuento.

Pasaba verdaderos apuros, sobre todo cuando tenia que preguntar quienes eran los de los regimenes de comidas que acababa confundiendo. Al dia siguiente ya no sabia quien era quien, hasta que lograba ponerles la cara.

Este tipo de comedor, con el paso del tiempo, tiene otros alicientes. Llegas a conocer a cada una de las personas que se sientan a la mesa, sus estados de animo, sus gustos y aficiones, sus enfados, su caracter y hasta te posicionas por unos o por otros. ¿O qué os creiais numerarios, que somos de cartón piedra?.

¡No, hijos, no! Debajo de nuestro uniforme y blanco delantal, late un corazón de mujer que sabe amar, que percibe las necesidades de uno, las carencias de otro y que bajo su aparente frialdad, trata de hacer llegar a cada uno el afecto personal que necesita en cada momento. Con el paso del tiempo, el servir el comedor se convirtió para mi una compensación a mi durisima vida, donde plasmaba mi capacidad de dar amor y de alguna manera sentirme amada.

¡Ah si lo llegan a saber en la delegacion! Me habrian mandado al ultimo rincón del centro mas recondito, para pisar mi rebelde corazón que se habia atrevido a amar lo prohibido, aunque fuese con la ternura mas sencilla.

En mas de una ocasión, viendo que uno apenas había comido y tenia mala cara, le he preguntado al director si le sacaba otra cosa. No he parado hasta llevarle algo apetecible, aun a costa de desobedecerle, o engañar en la cocina, diciendo que me habian pedido aquello distinto que yo pensaba le iba a venir bien. Pero me quedaba mas tranquila viendo al interesado que no se iba sin probar bocado, después de una mañana de trabajo  intensa o que habia tenido un mal día.

En otra casa de numerarios jóvenes, solian invitar a comer a criaturitas de trece añitos, preparándolos para futuros numerarios y a mi se me enternecia el corazón al verles. Por supuesto, yo queria contribuir a la causa, porque era una forofa de ella y era una autentica experta en mentir a la del oficce, diciéndole que habian pedido una copa de helado para uno. Subia sigilosamente a mi armario y cuando las demás no me veian, le ponia una banderita que guardaba en secreto de las que ponian en las heladerías ¡Quedaban chulisimas! Y el exito estaba asegurado, todos aplaudian y el pequeñajo, se sentia el rey del universo y dispuesto a pitar a los catorce y medio.

Lo que no se imaginaba es que no siempre habría copas de helado en su futura vida...

 

En esa administración he dejado mis fuerzas fisicas, planchando tardes enteras en aquel estrecho planchero que os contaba, a veces cuando mas apretaba el calor. ¡Como me dolian las piernas de estar de pie tantas horas!

Solo sentia alivio cuando una niñita, hija de la vecina de al lado, metia su carita por debajo de la celosía y me miraba con sus preciosos ojos reclamando mi atención. Teniamos grandes conversaciones y con su imaginación y la mia nos transportábamos a un mundo lleno de magia. Cuando alguna vez la ventana estaba cerrada, ella llamaba con su manita, insistiendo para que la abriera. Me hicieron varias correcciones fraternas porque perdia el tiempo con ella y mi tarea se podía ver mermada. Realmente me consideraban una maquina de planchar y habia que amortizarme...

 

Alli limpie y planche mi primera sotana ¡qué miedo me daban!. Una prenda tan grande y negra, me imponia. Habia que limpiarlas con un disolvente, cepillándolas con fuerza, que se metia por la nariz y los ojos, haciéndote llorar, pues era muy fuerte. La ventana tenia que estar abierta, para evitar una intoxicacion. Luego, se dejaba secar y se planchaba. Era todo un arte, por su tamaño y porque le salian brillos por su color. Había que ir poniendo un paño negro por encima, con aquellas planchas de entonces, no tan sofisticadas como las de ahora.

Un dia nos paso algo con la cafetera que usábamos normalmente. No era electrica y todas las mañanas, mientras haciamos la primera limpieza, dejabamos una al fuego pues no nos llegaba el cafe para todos con una sola e ibamos adelantando. Teniamos los minutos contados para preparar el desayuno. Eran profesionales y salian rápidamente a sus respectivos trabajos.

Dejabamos la puerta del comedor entreabierta. La casa estaba en silencio sepulcral, los residentes hacian la oracion de la mañana. Y de repente un ruido espantoso nos alarmo. Venia de la cocina. Nos acercamos con rapidez y vimos con estupor que la cafetera habia explotado ,lanzando el cafe hasta el techo y llenando todos los azulejos y los armarios.

El espectáculo era asombroso, nos quedaban apenas diez minutos para bajar a misa , asistíamos en el anteoratorio con los residentes, aunque no nos veian ni los veiamos. Recogimos lo que pudimos y bajamos a misa.

Despues de misa y con los residentes en el comedor, pusimos la cafetera de nuevo y zas volvio a explotar,con gran estruendo .Yo estaba al lado tostando pan y grite con todas mis fuerzas. En el comedor cesó toda actividad y hubo un silencio,lleno de ansiedad, por saber que habia pasado. A los pocos minutos sali al comedor con un enorme bote de Nescafe y todos las miradas se posaron en mi. El director discretamente, me preguntó que habia pasado y si estabamos bien.  

Al rato llego la administradora y cuando el director le daba los comensales por el telefonillo le comento lo del incidente, le debia decir de comprar una nueva y ella como era "doña tacañeta" se resistia, optó por decir que con una goma nueva en la junta de una pieza, bastaria.

A la hora de comer apareció el director con una preciosa cafetera nueva que habia comprado y me la entrego a mi que servia el comedor. La abrimos con gran ilusion pues venia perfectamente envuelta, como si de un gran regalo se tratara

¡Menos mal que el director era sensato!

Siguiendo con el relato de la epoca, estaba en esa casa cuando el toro "Isleño"me parece que se llamaba, acabo con la vida de Paquirri ,gran torero de la epoca. Fue impresionante la vuelta al ruedo que le dieron en su feretro en la plaza de la Maestranza, recuerdo estar preparando la merienda y seguirlo por la radio .Mas tarde lo vimos por televisión.

Habia un residente muy "pijo" secretario del centro y que trabajaba en la delegacion de oficial. Era joven y apuesto y muy tiquismiquis con la raya de sus pantalones, que a veces devolvia para que se los volviesemos a planchar de nuevo, alegando que no estaba a su gusto. Su habitación estaba al lado del comedor y me encantaba los domingos, mientras limpiaba el comedor y ponia la mesa,escuchar la musica que venia de su habitacion y que el por ser domingo y no ir a trabajar ,ponia toda la mañana .

Sus favoritas eran el Vals de las Mariposas y Sugar-Sugar. Tu eres dulce miel y tu risa un cascabel , se oia por debajo de la puerta...

Me caia simpatico ,aunque a veces le hubiera puesto sus pantalones de sombrero...

Cuando volvia de trabajar alguna vez al ver la niñita debajo del ventanal, charlando conmigo, el a mí no me podia ver por la celosia, la mandaba marcharse de alli y mas de una vez senti ganas de pegarle un grito afeando su conducta.

Ironías del destino pasado un tiempo, en un curso anual en Cataluña, que era su tierra, cual es mi sorpresa -yo me habia enterado que se habia ordenado- que al entrar el sacerdote a dirigirnos la primera meditacion del curso, veo alli a mi flamante secretario. Me hizo mucha ilusion, pues además de haberle criado, nos daba unas clases preciosas y amenas. Cuando tuve que pasar a confesame con el aproveché para decirle alguna que otra cosa de lo que pensaba de el y que me habia guardado tanto tiempo.

En la primera clase que nos dio, aparecio con su impecable sotana y una lista con nuestros nombres y apellidos, preguntando una por una quien era cada cual. Cuando me nombro a mi, el corazón parecia se me iba a salir y apenas logre contestarle tartamudeando.

Solia preguntar mucho en clase personalmente y a mi no me dejaba en paz. Creo que fue el curso anual que más estudie de todos, con tal de contestar perfectamente a lo que me preguntaba. ¡Buena era yo! Antes muerta que sencilla...

 

Las anecdotas de esta administracion van intercaladas en dos epocas distintas que vivi en ella para terminar con mi estancia alli.

Tengo verdaderas ganas de volver a pisar ese barrio tan especial de Sevilla, pasear por sus estrechas callejas, oler su azahar en primavera, maravillarme de los colores de sus buganvillas de colores, que aparecen en los rincones mas insospechados de sus esquinas.

Tambien escribo en la pagina "nocuentos.com", donde puedes escribir tus recuerdos y, hace poco, escribi sobre Sevilla. Mi nick es laika48 por si lo quereis leer.

Es que Sevilla deja huella en el alma y ademas alli he vivido toda una vida...

 

Hace poco mi hermana estuvo visitando la ciudad y, sabiendo que me haria ilusión, a las once de la noche me llamo desde la plaza. ¡Que emoción senti! Me daban ganas de meterme por el cable telefonico para estar alli. Me trajo una foto delante de la puerta de los clavos dorados que tanto limpie. Espero volver pronto. 

Ah, se me olvidaba: tengo toda la discografia de Julio Iglesias y lo escucho cada vez que quiero.

Por fin un dia despues de varios años sin ver a mis padres y hermanos me dijeron que iria a visitarlos.

No pude dormir en varias noches pensando en la emocion de abrazarles. 

Volvia a mi hogar, a mis raices, a mi pueblo 

Preparamos el viaje y una mañana me fui hasta Madrid con una numeraria. Me dejo en la estacion donde tenia que esperar el tren que me dejaria en la capital mas cercana a mi pueblo. Estaba muy nerviosa, nunca habia viajado sola.

Solo el hecho de coger un tren sola me parecia dificil. Habia vivido esos años en una burbuja, en mi mundo de plancha y limpieza. Mis conocimientos de la vida en sociedad eran nulos. Por mi edad podia estar casada ya. En aquella epoca la gente se casaba mas joven que actualmente.

Digo esto por el infantilismo en el que vives en la obra, siendo una persona adulta. Te dan todo mas o menos solucionado, solo tienes que obedecer automaticamente y sin pensar, signo de no confundirte al realizar tus acciones. Te decian que obedeciendo nunca nos equivocabamos...

Por lo tanto no vas madurando conforme a tu edad; te vas quedando aniñada, programada para lo que puedas ser util a la obra. 

Yo, todavia actualmente, tengo en mi caracter rasgos infantiles, siendo toda una señora, pero no es aquel infantilismo... Ser niño interiormente te lleva a experimentar, ilusionado, lo nuevo por ti mismo. A asombrarte cada amanecer con las cosas que descubres con tu propio esfuerzo y afianzando en tu vivir diario tu propia personalidad, la esencia de tu ser. 

Nada que ver con esa otra infantilidad.

Bueno todo esto venia porque efectivamente me vi sola en la estacion, nerviosa e inquieta y me meti en el tren que no era. Sólo despues de dos horas de trayecto pregunte timidamente al que tenia al lado que cuándo llegabamos. Me contesto que aquel tren no iba donde pensaba yo.

Me baje en la proxima parada y me vi sola en un pueblo perdido, teniendo que hacer noche en la fonda del pueblo. A la mañana siguiente pude coger el tren que me llevaria a mi destino. Era de via estrecha y funcionaba con carbon. Iba tan despacio que parecia que en cualquier momento ibamos a ser atacados por los indios. Llegabamos negros por la carbonilla.

¡Que alegria senti al abrazar de nuevo a mis padres!

Mis hermanas habian crecido mucho. Las habia dejado muy pequeñas. La que iba detras de mi se habia convertido en una preciosa adolescente y tenia un novio guapisimo; ademas se expresaba y hablaba maravillosamente y vestia a la ultima.

Recuerdo que una tarde sali de paseo con ella y estuvimos en el bar de la discoteca, tomando algo. Ellos bailaron; yo no me atrevia, aunque hubiera meneado el esqueleto de buena gana...

Sentia bastante envidia viendo aquella gente joven, tan animada, pero por entonces solo tenia en mi cabeza la obra y hasta me sentia superior, pues eso es lo que me iban inculcando de mi vocacion respecto a los demas.

Disfrute mucho pero tres dias no dan para mucho. Un dia estaba con mi hermana pequeña y una primita de su edad -tendrian diez años mas o menos- y veo aparecer al chico que me perseguia en mis buenos tiempos. Acercandose, me saludo muy efusivo y yo, como si de una tentacion horrible se tratase, le devolvi el saludo sin apenas mirarle.

Mis padres me colmaron de regalos, privandose ellos de algo, para ofrecerme con todo su cariño lo que pensaban que me haria ilusion. ¡Que buenos eran! Eran la ultima moda: unas enormes gafas de sol muy simpaticas que llevaban todas las chicas jovenes. ¡Me encantaban! Y me regalaron unas. Sabia que no serian para mi pues nunca nos quedabamos con los regalos y menos si eran de tus padres; tenian miedo nos apegasemos a su cariño.

De todas las maneras, no pensaba entregarlas. Al llegar no se darian cuenta, pensaba yo en mi ingenuidad. Pase quince o veinte dias, bajo el sol de Sevilla, con mis modernas gafas. Hasta que un dia la directora me llamo y me dijo que fulanita le habia comentado que tenia unas gafas, regalo de mi familia, que no habia entregado.

Me senti traicionada. La "gestapo" habia hecho su trabajo e irremediablemente tuve que entregar mis gafas.

A los pocos dias las llevaba puestas otra del centro y mi corazon se fue al hogar de mis padres, que se habian privado de algo para darme a mi ese capricho...

Mi siguiente destino fue al barrio mas pijo de Sevilla. Al otro lado del rio, donde vivia la gente mas selecta de la ciudad por entonces...

Vivi en un centro de mayores. Todos profesionales muy competentes. Habia un pintor famoso, con barba y pinta de bohemio, que habia vivido en Roma y pintado retablos de los distintos oratorios. Un periodista listisimo, al que yo escuchaba asombrada cuando servia el comedor. Tenia detalles entrañables con nosotras siempre. Un profesor culto y serio, de mirada ausente, y varios mas jovenes y divertidos. 

La casa era enorme y la administracion llena de luz. Teniamos una sala de estar grande y espaciosa, una mesa camilla y hasta un tresillo que, aunque de segunda mano, era muy comodo.

Eran dos pisos del edificio que se comunicaban interiormente por una escalera. Las ventanas daban a patios interiores pero no daban sensacion de agobio porque entraba luz a raudales. 

Habia un montacargas metalico que era como una enorme jaula, para los proveedores y la gente de servicio. Daba un vertigo horroroso: viviamos en el sexto piso, me parece, y quedaba suspendido en el aire como si de una atraccion de feria se tratara.

Mas de una vez subi por la escalera pues mis jovenes extremidades no tenian mucho problema por aquel entonces, por no verme segura en aquel aparato...

 

Alguna mañana no teniamos misa en casa y acudiamos a la parroquia del barrio. Cuando por la noche nos avisaban de ello, nos organizabamos con tiempo, pero mas de una vez, esperamos inutilmente hasta salir corriendo y llegar por los pelos habiendo empezado hace un rato. De todas las maneras con tal de salir a la calle, yo, encantada, me sentía una persona normal. 

 

Allí difruté mucho, teniamos que salir dos veces en semana. Una al centro el día del circulo, que era en la avenida de la Palmera. Tomábamos el autobús en la Puerta de Jerez y teniamos que atravesar el puente que nos separaba de la otra orilla de la ciudad y qué maravilloso paisaje al contemplar el rio Guadalquivir...

 

Otro dia, acudiamos al encargo apostólico a un piso de segunda mano, no muy amplio que habia en una calle cercana a la calle Asunción. Alli acudian nuestras amigas a los medios de formación.

 

Alli, también di mis primeros circulos de S. Rafael. Se me daba bien el arte de comunicar y sabia transmitir mis ideas con entusiasmo, haciendo el mensaje atractivo, me solían llamar "piquito de oro ", no así ahora, actualmente, que me aturullo con frecuencia y, a veces no soy capaz de terminar la frase en una conversación, teniendo que pedir ayuda a mi interlocutor y es que los años no pasan en balde...

 

Dábamos enormes paseos por una calle llena de tiendas de gran categoría. Y, cuántas proposiciones de entrega total hice a mis amigas pensando que les daba lo mejor que tenia. Muchas de ellas aceptaron y solo se de una que esté fuera. Realmente disfrute de mis dos salidas semanales, me sentía verdaderamente una persona de la calle y como me gusta el trato con la gente, era una recompensa a tantas horas de trabajo intenso.

 

Viví en un centro de gente joven al lado del barrio de Triana y paseabamos los domingos, bordeando el rio hasta llegar a su mítico puente saboreando la brisa de la tarde o perdernos por sus calles y escuchar el acento peculiarmente gracioso de sus gentes, compartiendo miradas y sonrisas.

 

Un dia me llamo la directora de la delegación de las auxiliares. Habían pensado que me fuera a vivir a Málaga.

 

Por entonces, allí  solo había un centro de cada sección y los numerarios no tenian auxiliares en la administracion. Me sentí feliz, para mí era como irme al extranjero y me sentia orgullosa de que hubieran pensado en mi.

 

Llegamos a Málaga una tarde del mes de Julio y me pareció una ciudad preciosa con mar. Vivíamos en el paseo marítimo, al lado de la plaza de toros, cerca del puerto y de Gibalfaro, un monticulo donde se divisaba el mar. Nos esperaba la directora que era un encanto, hija de militar, aragonesa. Seriamos sus niñas mimadas... Nos enseñaron el centro y nos llevaron a la administración donde íbamos a vivir.

 

La casa estaba bastante sucia, teniamos una habitación con tres camas y un baño completo. Recuerdo que una mañana me desperté soñando que subia una montaña y que de repente caia al vacio. Cual seria mi sorpresa, al abrir los ojos y ver que estaba en el suelo. Se habia roto la pata de la cama , debido a que me movia con mucha fuerza en ella, hasta que la rompí. Se despertaron las otras dos y reimos con ganas.

 

A la mañana siguiente, llegó una señora que hacia la comida hasta nuestra llegada y se quedaba todavia alguna semana con nosotras. Era graciosísima, muy gordita, de unos cincuenta años, campechana. Era capaz de comerse una sandía ella sola a bocados. Luego nos enteramos que al hacer la comida de los residentes, hacia doble de casi todo y se lo llevaba a su casa. Pobre, tendria necesidad... Pero claro, a punto de arruinar a los numerarios. Apareció la administradora y pasamos a la residencia a limpiar. Limpiábamos pasando de una a otra parte de un pasillo grande, escondidas detrás de un biombo y la señora decía con mucha gracia cuando algun despistado se intentaba colar :"Quitarse de enmedio que están aqui las niñas", refiriéndose a nosotras.

 

Todo estaba bastante deteriorado, poco limpio y cuidado. Nos costaría meses ponerlo al día.

 

Vivian conmigo una chica de cara muy dulce y muy pacifica que reía con mis trastadas y otra muy seria, más mayor, catalana, buena persona, que me mandaba a la cama, recién llegada a Sevilla cuando tanto me afectó el calor. Volví a coincidir con ella de nuevo. Serían las únicas auxiliares que vería en tres años de mi estancia allí.

 

Me pusieron de planchero y para servir la mesa. El comedor era muy pequeño, cabía la mesa y las sillas justas, no quedaba apenas espacio para pasar por detrás y aunque era bastante delgada, más de una vez me enganché con el lazo del delantal o me tropezaba con las sillas rompiendo lo que llevaba en las manos. Luego tenia que intentar recogerlo y procurar no caerme. En mis tacones siempre quedaban restos de vidrio que resultaban muy molestos.

 

Recuerdo al director de manera especial ¡Que buena persona!. Nos adoraba. Era marino, capitan de corbeta, y cuando invitaba a los adscritos a comer al centro, les contaba unas hazañas que parecía que habia estado en la batalla de Lepanto. Ellos disfrutaban y yo ponía la oreja a todo volumen para no perderme nada y creo que hasta alguna vez pudieron escuchar mi exclamación, llena de asombro, como una más.Años mas tarde le ordenaron sacerdote y pude asistir a su primera misa y besar sus manos, agradeciendo emocionada, todo el cariño que siempre nos supo tener.

 

La primera noche de nuestra llegada pidieron para celebrarlo, vino dulce y pasas, muy típico de la zona.

 

Por fin conocí el mar, lo tenia casi a la puerta de casa y los domingos dábamos grandes paseos por el paseo marítimo. De tal manera me acostumbré a él, que a mi vuelta a Sevilla, siempre lo buscaba por los rincones.

 

Recuerdo un dia que estaba sirviendo el comedor y habia un numerario jovencito, un poco trasto, que contaba siempre cosas divertidisimas a los demás, que reian sus gracias divertidos. Estaba contando algo, y como siempre yo ponía la oreja y estaba tan metida en el relato, que una vez terminado solté una enorme carcajada ante el estupor de los comensales, que me miraban asombrados. Todas las lecciones que me habian dado, de discreción, no acababa de ponerlas en practica. 

 

A las pocas semanas de llegar, una mañana, se rompió el cristal de la mampara que separaba el oficce de la cocina y, al intentar recoger los cristales, saltaron los que quedaban sin caer y me hice un profundo corte, cerca del tendón que separa un dedo de otro, y en otros dos dedos cercanos. El susto fue tremendo por la sangre y que podía afectar a la movilidad de la mano izquierda...

 

Me llevaron al hospital y me hicieron una cura de urgencia, no había cortado el tendón y por lo tanto no era peligroso. Por la tarde me llevaron a un medico cirujano supernumerario, una bella persona y me cosió con un cariño especial por ser numeraria auxiliar. Conservo de aquello dos cicatrices.

 

Viene a mi memoria de manera entrañable que la directora del centro, viendo que no teniamos televisión y estábamos sobrecargadas de trabajo, una temporada que ponían en televisión las peliculas de Sara Montiel, mandaba a recogernos con el coche e íbamos al centro con ellas a ver la película de la semana. Lo pasábamos fenomenal, comiamos "chuches” y cuando terminaba la peli, nos volvían a llevar a casa de nuevo. Aunque dormiamos menos ese dia, nos sabia a gloria aquel alto en el camino.

 

Teniamos, cercano a la calle Larios, un piso un poco destartalado donde atendiamos la labor de s. Rafael, muy "cutre" sin apenas muebles, donde pasé tardes enteras con gente joven, intentando decorarlo, pintando las paredes y limpiando. Era nuestra casa y yo, por ser la mas joven de las auxiliares, la encargada de mover la labor.

 

Acudían niñas de todas las edades, eran otros tiempos, organizábamos círculos y charlas sin parar. Pitaron varias amigas mias. Algunas llegaron a ser "grandes amigas"con las cuales he disfrutado en los cursos anuales. En la actualidad, me solía escribir con una de ellas que vivía en Granada e incluso la llamaba por telefono y hablabamos, hasta le mandé fotos, pero le han debido decir que no me escriba, que puedo ser una mala influencia para ella, y me he quedado sin su valiosa amistad. No he vuelto a saber nada de ella, ni se pone al telefono.

 

Mas adelante abrieron un nuevo centro de numerarios mayores y nos fuimos a vivir alli. Tenia una enorme terraza desde donde se divisaba el puerto. La administración era preciosa, teniamos habitaciones individuales y una enorme ventana que daba a la calle con hermosas vistas en cada una. Estábamos en el centro de la ciudad.

 

Alguna noche nos solían pedir helados para la tertulia y teniamos que improvisar, bajando al bar cercano a comprarlos. Había un camarero jovencito que me solia hablar con especial interes, incluso queria invitarme al cine… Tuvimos que buscar otro proveedor por la insistencia del muchacho.…

 

Una vez pitó una amiga mia y a los pocos meses, me mandaron a su pueblo con ella para decirselo a sus padres. Nos subimos a un viejo autobús una tarde y llegamos al anochecer, nos esperaba toda la familia, los padres y un monton de hermanos pequeños, ella era la mayor. Recuerdo con emoción como compartieron su frugal cena conmigo y la mirada acusadora de su madre que se daba cuenta de que le venia a quitar la hija. Cuando despues de jugar con los mas pequeños, cansados, se fueron a la cama, me tocó la dificil tarea de explicar a la señora que su hija tenia vocación. Ella era la que queria hablar conmigo, no el padre, que alegó que tenia que madrugar y se fue a la cama.

 

Recuerdo la cara angustiada de mi amiga, pensando que su madre me iba a dar un par de tortas... Se resistía a dejarla marchar y mi amiga lloraba sin parar. Por más explicaciones que yo le daba... no habia manera.

 

Tras mucho insistir, sin obtener una respuesta afirmativa, me acompañó entre sollozos a dormir en casa de una tia suya y volvió a dormir a casa de su madre. Estaba indecisa, no sabia qué hacer... Se me ocurrió la idea de decirle que lo pensara con calma, tenia toda una noche, y que la esperaria a la mañana siguiente en el autobus -ya me había despedido de su madre y no me queria volver a ver por alli-. Mi amiga no era una mujer de carácter, pero preferí correr el riesgo de que no apareciera, a manipular su voluntad. Estaba tomando una decision muy importante y tenia que ser ella la que decidiera.

 

Apenas logré dormir, y pensaba lo que me diría la directora si volvía sin ella.

 

A la mañana siguiente, a la hora acordada, allí estaba mi amiga, con los ojos rojos e hinchados...

 

Su madre, con el paso del tiempo, viendo a su hija contenta, me llegó a querer... Su hija, hace siete años, me escribió una carta cuando yo ya estaba fuera, diciéndome como había muerto su madre. Me emocione. Algo a lo que no estaba dispuesta era a utilizar los sentimientos de gentes sencillas que, de si algo entendian, era del cariño... Siempre quise, a esa y otras familias que tuve que tratar con el tema de la vocación de sus hijas, con toda mi alma...

 

De mi amiga, no tengo noticias de que este fuera.

 

Por aquella época vino de visita el fundador a Pozoalbero y se organizaron tertulias para ir a verle y escucharle.

 

Desde Málaga, viajé con toda mi ilusión, pues desde hacia años, habian inculcado en mi un amor grande al Padre, sin condiciones.

 

Lo tenia idealizado, me ha costado años sacar de mi cabeza e incluso de mi corazón, ese amor hacia el. Me parecía un sacrilegio dejar de tenerle entre las personas más queridas. Desde que pitas, te manipulan tanto su figura, que se va metiendo en tu alma como un dogma de fe, que hay que creer y amar para alcanzar la vida eterna.

 

Yo acudí a la tertulia, pensando que podría preguntarle lo que yo quisiera, lo que me saliera del corazón al verle, como hacia con mi verdadero padre y me lleve una gran desilusión al ver que las preguntas estaban programadas y no me dieron el micrófono por más que insistí. Me tuve que conformar con escucharle en un rincón, eso si, bien situada y luego salí en Noticias a su lado.

 

Pero me pareció algo frío, seco, oficial, no tenia la naturalidad del cariño que yo siempre habia tenido en el hogar de mis padres al relacionarme con ellos.

 

Hace poco, ordenando el cajón de mi mesilla, encontré una vieja agenda, olvidada, y al abrirla descubrí los apuntes que escribi al salir de aquella tertulia.

 

Me estremecí... me vino de repente todo mi pasado de golpe… nunca la había abierto desde que me fui, y alli la volvi a dejar... en el fondo del cajón, porque yo vivo ahora en la superficie de mi nueva vida.

 

Pasados casi tres años, dejé Málaga y volvi de nuevo a Sevilla. Me costo marchar de Malaga, pues estaba feliz, pero estaba agotada por el excesivo trabajo y me empezaba a pasar factura ese ritmo de vida, empecé a no tener fuerzas y una serie de sintomas que eran las alarmas que se encendían de mi deterioro fisico, que me llevaria años mas tarde a romperme en mil pedazos...

 

Al llegar a Sevilla de nuevo me mandaron a la delegación de los numerarios que se habian trasladado a la Avenida Republica Argentina, donde pasé un año. Recuerdo que para entonces, ya era una profesional competente y no habia centralita que se me resistiera. Por cierto, el sacerdote aragonés vivia alli también, pero ya no pasaba a echarme la bronca, pues sabia perfectamente atender las llamadas de teléfono sin cortar...

 

A lo largo de ese año convivi con una chica, con la cual congeniaba de manera especial. Estaba siempre pegada a mi. Como buena andaluza, era graciosísima y muy guapa... ¡Cuanto reimos juntas! Por supuesto, fuimos corregidas de nuestra "amistad particular" varias veces... me imagino se habrá enterado que me fui... daria algo por verla de nuevo.

 

Por aquella época se hablaba, en el ambiente de las auxiliares, que pronto ibamos a convivir con las chicas de la calle en las administraciones. Hasta entonces en los internados de niñas jovencitas no estábamos las auxiliares. Habia alguna que le daba un poco de miedo esa nueva experiencia. A mi, personalmente, no me importaba. Era algo novedoso y de apertura de nuestro cerrado mundo.

 

Y un dia me llamaron de la delegación para decirme que me iba a vivir a un internado. Ahora, no recuerdo muy bien, si en el Colegio Mayor estaban los numerarios del centro de estudios, pues estaban haciendo nuevo los palacetes que se unian por un tunel del que ya os conte algunas cosas.

 

Las alumnas cursaban estudios de Formación Profesional, y las auxiliares íbamos de monitoras.

 

Me encantó la idea ,siempre me ha gustado el mundo de la enseñanza y la gente joven.

 

Aparecimos un dia llenas de ilusión y fuimos recibidas con gran alegria por parte de las numerarias que estaban desbordadas con el trabajo. Las alumnas nos miraban con curiosidad.

 

Recuerdo estar deshaciendo mi maleta, rodeada de niñas jovencitas, que metieron su nariz en mi cuarto para saber de mi... Esta escena se repetiría con bastante frecuencia a lo largo de seis largos años que pase alli. Me sentía en mi salsa, rodeada de ellas, eran alegres, bulliciosas, inquietas, curiosas.... Enseguida se sintieron atraidas por mi personalidad, viendo que era normal, no un bicho raro.

 

La directora, una catalana muy valiosa, estaba delgadisima... y agotada... y las demás por el estilo. Rápidamente tratamos de aliviarles en los distintos servicios para que pudieran descansar un poco y apoyarse en nosotras. La mayoría eran muy jóvenes y sin experiencia.

 

Me pusieron de oficce y no tenia ni idea... Me viene a la memoria un dia en el centro de la Plaza de Doña Elvira me estaba preguntando la administradora que es lo que sabia hacer, y al contestarle negativamente,varias veces, "que no tenia ni idea" ,me contestó con evidentes signos de enfado: Digame usted de lo que tiene idea, para que yo me vaya haciendo también una idea.

 

El office era enorme, tenia tres niñas conmigo y la numeraria profesora. Nada mas desayunar, recogiamos entre toda la casa, los desayunos del comedor de la residencia y dejábamos puestas las mesas de la comida. Pasábamos a limpiar toda la mañana la residencia y la vuelta no nos daba mucho tiempo. Rematábamos lo que habia quedado y habia que hacer reposteria...

 

Llegaba la hora de comer y no habiamos terminado. Comía deprisa y corriendo, pues tenia que servir el comedor, que no era compatible con estar en el turno de comida de la residencia, pero no habia gente preparada para ello y me lo pidieron a mi.

 

No lograba hacerme con el trabajo y además, tenia que hacer los postres. Recuerdo las quince tartas que tenia que hacer o los quince bizcochos..... me gustaba hacer repostería pero no en serie ni con el tiempo tan justo. De aquellos meses guardo un conocimiento general de hacer tartas que con un poco de imaginación mia, suple la falta de llegar a ser una gran repostera, y que tienen gran éxito en la actualidad entre mis familiares y amigos.

 

La verdad, la casa era enorme y el trabajo intensísimo... las chicas demasiado jóvenes y sin preparación hacian lo que podian.... Toda la responsabilidad recaía en la monitora auxiliar de cada servicio, pues la mayoria de las numerarias eran jóvenes e inexpertas.

 

Pero aquella vida tenia otros alicientes muy interesantes para alguien muy consciente de su vocación divina como era yo entonces... convivir con las chicas las veinticuatro horas del dia, te llevaba a formarlas como tu querías. Asi habían hecho conmigo años antes e iba repitiendo los mismos pasos, estaba como pez en el agua .....

 

Con ellas trabajaba, les daba clases teóricas y practicas, saliamos a pasear, haciamos tertulias piratas por la noche, comiamos, jugábamos… Pronto tuve un gran numero de amigas que acudian a mis circulos y charlas.

 

Cuando se organizaban fines de semana, convivencias, cursos de retiro, alli estaba yo, con mis jovenes amigas, tratando de venderlas mi maravillosa vocación a la esclavitud. Y aquellas mentes, apenas adolescentes, eran como esponjas, sobre todo si a lo largo del dia les vas dosificando lo que conviene para su lavado de cerebro efectivo.  Ahora, me asusta la manipulación tan tremenda que haciamos de sus mentes...

 

Recuerdo a una niña de catorce años, de un pueblo cercano a Sevilla, que era la mayor de cinco hermanos. Enseguida nos hicimos amigas. Su padre venia todos los domingos a recogerla y se la llevaba a pasar la tarde con ellos a casa. Pronto me sugirieron que la acompañara, para ir conociendo a su familia y si más adelante pitaba, tener a los padres en el "bote".

 

Pasé tardes de domingo, enteras, sentados alrededor de la mesa camilla si era invierno, compartiendo conversación y merienda, por cierto que eran generosísimos. El padre de familia era camionero, me hice gran amiga de él, por supuesto, amistad verdadera que aun conservo. Cada año por Navidad nos felicitamos y hablamos por teléfono y con su acento andaluz cerrado, me pone al corriente de cada uno de sus hijos y nietos, su mujer es también una gran amiga. Son como mi propia familia.

 

Su hija pitó a los pocos meses de llegar, con catorce y medio, y mis visitas las tardes de domingo ganaron más interés, si cabe, con vistas a hacerles entender la vocación de su hija que se tenía que ir al centro de estudios. Recuerdo el dia en que les dijo a sus padres que era de la obra y la mirada de su padre hacia mí, considerandome una traidora… A mi me dolia en el alma… Le vi emocionarse y llorar pues le costaba… era la primera hija que se le iba, su primogénita del alma.

 

Contrastaba su generosidad ,siendo una familia humilde, con la tacañeria de la obra. Cuando su hija, ya pitada, dejó de acudir los domingos a visitar a sus padres, venia toda la familia a verla a ella. Por entonces, yo estaba en el oficce y cuando les veía llegar en verano, a las cuatro de la tarde, todos acalorados, les bajaba sin preguntar a nadie algo fresquito, como siempre había visto hacer a mi madre cuando teníamos una visita. Tomaba de las manitas a sus hermanos pequeños y les llevaba al arcón de los congelados y les obsequiaba con un polo a cada uno. Ni que decir tiene que, a la segunda vez que lo hice, me corrigieron de que estaba siendo muy generosa con esa familia, que eramos pobres… y con dolor de mi corazón ,dejé de creerme que estaba en mi casa y podía ofrecer a mis amigos un refrigerio.

 

Tiempo después pito la hermana de supernumeraria. Mi amiga se salió unos meses antes que yo y está felizmente casada y con un hijo. Conservo su amistad y la de sus padres como algo valioso.

 

La utilización de la amistad y del cariño, nunca ha ido conmigo, siempre me rebelé y he cultivado la amistad que había nacido, por encima de todo.

 

He sido testigo de verdaderos atropellos a las personas, después de haber conseguido sus objetivos y pisar los sentimientos sin ningún miramiento.

 

A los pocos meses me cambiaron de trabajo, me pusieron en el planchero y como tenia mas experiencia, pronto lo tuve bajo control... Era enorme, con dos mesas para planchar, el rulo de planchar sabanas y otra mesa más pequeña. Tenía luz natural y daba a un patio. Había una habitacion llena de casilleros para poner la ropa limpia de los residentes y un lavadero con maquinas industriales, lavadora, centrifuga y secadora al lado.

 

El trabajo era inmenso, los residentes eran cien y la administración y las alumnas, cincuenta. Las camisas se planchaban a velocidades, pero las niñas no sabían hacerlo bien, se trataba de que hicieran las practicas de sus estudios pero, para las monitoras, era doble trabajo: enseñarles y sacar el planchero cada semana. Se entretenían con el vuelo de una mosca y no les cundía el trabajo, con lo cual se me ocurrió para entretenerlas y captar su atención contarles las películas románticas que habia visto antes de pitar y entre ellas habia un musical en boga muy famoso que era su preferido. Lograba tenerlas entretenidas mientras con mi imaginación les contaba como se enamoraba el chico guapo de la chica... Santo remedio. Aprovechaban mas el tiempo, sacábamos el trabajo y se lo pasaban bien. Daros cuenta que planchar varias horas seguidas es muy monótono... Otras veces les enseñaba canciones de mi epoca, tenia gran facilidad para cantar y me gustaba hacerles ameno el trabajo agotador.

 

Recuerdo con espanto los días que planchábamos pantalones, eran autenticas montañas y habia que enseñar a hacer las rayas rectas. Teniamos unas planchas de vapor japonesas que habia que quitarles un tapón para rellenarlas de agua cada vez que se terminaba, con peligro de quemarnos las manos y que pesaban un quintal.

 

También nos quedábamos por la noche casi todas las semanas a terminar de planchar pues no terminabamos la ropa a tiempo y teniamos que entregarla semanalmente. Las niñas no se quedaban, lo hacíamos nosotras solamente.

 

Mención aparte era ,cuando teniamos que deshacer las bolsas de ropa sucia. Teníamos que ir separando las piezas de ropa e ir seleccionando los colores. Los calcetines los prendíamos en un imperdible que tenia el numero de cada residente y a veces, si estaban muy muy sucios, no pinchaba el alfiler, el tufillo se metia por la nariz después de la primera bolsa… y el aire a los pocos minutos era irrespirable. Pasábamos la mañana entera entre ropa sucia, deseando acabar y subir a ducharnos.

 

Más tarde, con unos cepillos y jabón de taco, dábamos a cada cuello de las camisas frotando con fuerza antes de meterlas a la lavadora. Normalmente lo hacíamos los domingos a la mañana y una vez acabadas las camisas, empezábamos con los pantalones, sobre todo unos mil rayas que estaban de moda y que se manchaban los bajos de betun de los zapatos y costaba mucho sacarlo.

 

También recuerdo los dias de planchar sabanas, empezábamos por la mañana y teniamos que turnarnos para ir a comer porque no habíamos terminado. Los brazos terminaban con agujetas de doblar sabanas a toda velocidad para luego hacer los juegos, era todo un arte llevar el ritmo para que al salir del rulo, las sábanas planchadas no se amontonasen e ir doblándolas a la vez, con unos movimientos precisos.

 

Cada poco cambiaban a las alumnas para que fuesen rotando por todos los servicios y cuando habían superado la fase de aprendizaje, tenias que empezar de nuevo con otro grupo, era agotador…

 

Por la tarde en la escuela que habia en un ala de la casa, les daba las clases teóricas en el aula a mis jóvenes alumnas; los temas, variados: la fibra natural, la sintética, mantenimiento de las prendas etc,. La verdad que yo no había hecho los estudios de Formación Profesional para impartir aquellas clases, me colocaron alli y hacia lo que podia… Lo suplia estudiando lo que caia en mis manos, pues queria que aquello tuviese un nivel.

 

De todas las maneras, aquellos estudios eran un engaño para atraer a gente joven y captarlas como futuras vocaciones de numerarias auxiliares.

 

Cuando años mas tarde los estudios tenian un mayor nivel -en mi época estábamos empezando- he oido que nunca les han convalidado, ni han servido para una colocación profesional.

 

De mis largos años trabajando en la administración, algo a lo que nunca me acostumbré era no poder decidir la marcha de tu propia casa. Siempre la directora o la administradora te dictaban lo que había que hacer, solo podias sugerir en un segundo plano y casi nunca era aceptada tu propuesta. Eso hacía que me viera anulada como mujer la mayoría de las veces.

 

Todo estaba medido, sopesado con criterios de espiritu y se encorsetaba el cariño natural que se tienen las familias normales.

 

El trabajo de la numeraria auxiliar estaba limitado por la obediencia a la administradora. Si la administradora tenía ideas, espiritu renovador, entusiasmo etc., pues fenomenal, pero cabía la posibilidad de que la rutina terminase por hacerse dueña de la vida y del trabajo. No podías salir de unas normas y tenías que tener mucha capacidad de ilusión diaria para llenar de novedades el mundo de la administración...

 

Eso se transmitía a la residencia y muchas veces, observando el estado de animo de los residentes, me di cuenta de como influía nuestro trabajo cuando habia exámenes, cuando hacia mas calor, cuando habia mas trabajo… Si la administración funcionaba bien, se notaba. Era un mundo duro el nuestro y al mismo tiempo fascinante por el poder que ejercía nuestra actuación sobre las personas administradas. Era un trabajo rico en matices y vivencias puesto que iba directamente a satisfacer las necesidades mas elementales del ser humano y que, sin tener cubierta esa faceta, todo lo demás se resiente.

 

¡Realmente, siempre me sentí muy importante!

 

Respecto a no poder tomar decisiones, recuerdo a una directora joven que se le subió el cargo a la cabeza y había que consultar hasta las cosas mas elementales. Un día me echó una bronca monumental por haber hecho unas bolsas de ropa sucia a dos residentes que las tenían muy viejas, sin consultárselo a ella. Imaginaros cincuenta mujeres dependiendo de sus decisiones... la cola de dirección era kilométrica... pobres chicos los de las bolsas... Tenía falta de madurez, se habría leído los vademecun de los consejos locales y lo querría seguir a rajatabla, sin darse cuenta que era mejor usar el sentido comun.

 

Un día nos llegó la noticia que las auxiliares íbamos a ir al Univ con nuestras amigas. Y tuve la suerte de ser la primera de mi casa. No me lo podía creer, ir a Roma, tener tertulia con el padre...

 

Preparé con gran ilusión el viaje pensando que no habría nadie en el mundo tan feliz…

 

Empecé a hablar de ello con mis amigas para llevarme a unas cuantas conmigo. Viene a mi memoria una chica joven y guapa con novio hacia tiempo. Trabajaba por horas con nosotras, era profesional. Tuvimos que contratar a varias para planchar, pues sólo con las niñas no salía el planchero. Era gran amiga mía, me dijeron que la invitase y aceptó, bailaba sevillanas y tocaba los palillos de maravilla y tenia gran aceptación en las esperas de los aeropuertos y las plazas romanas cuando se montaba el tablao flamenco...

 

Su novio me tenía una especial manía sin conocerme. Había oído que se podía quedar sin novia y no quería que fuese a ese viaje.

 

Una tarde, estaba yo en casa de mi amiga y apareció él por allí. Me lo presentó y charlamos animadamente, le tranquilicé como pude y quedamos como amigos. Más tarde me diría su novia que yo le había parecido una chica simpática y muy normal, que me había imaginado de otra manera.

 

De lo que no se enteró el pobre chico es de los "paquetes "que le metí a su novia para que le dejara plantado y se decidiera a pitar. Era una chica dulce de poco carácter, indecisa, que no logré convencer a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas. Se casó con su novio y es una buena madre de familia. La pena que tengo, que la perdí el rastro... daría algo por volver a verla... Guardo con cariño una foto con ella en una escalinata de Roma.

 

Fue la primera vez que nos recibía Juan Pablo y fue apoteósica la tertulia con él. A pesar de todo no pitó ninguna ,y aunque regresé cansada, disfruté mucho.

 

Las convivencias y cursos de retiro con las alumnas eran punto y aparte... Me preparaba unas charlas que las hacia vibrar de la emoción... haciamos deporte, festivales, excursiones, y por la noche, tertulias piratas de alucinar... Les contaba la historia de mi vocación como una novela... y por capítulos y al final, la mayoría quería ser como yo... numeraria auxiliar.

 

De aquella época me quedo con los buenos ratos que pasamos juntas y las cosas positivas que traté de enseñarles con mi ejemplo... Si manipulé su voluntad o les hice daño, fue porque vivía engañada.

 

Viene a mi memoria las convivencias y cursos anuales que se organizaban cuando acababa el curso académico y se llenaba la casa a rebosar. Las alumnas se iban de vacaciones o venían nuevas y lo que sufría por no poder atender bien a aquellas personas que venían a descansar.

 

Faltaba comida casi todos los dias, no calculaban bien y me lo pasaba fatal viendo a la gente esperar con impaciencia para comerse al fin una tortilla francesa porque no había llegado el primer plato para todos.  Llevaba tres o cuatro mesas de ocho personas y corría por el comedor a zancadas para llevar a mis comensales con rapidez las fuentes, antes de que se acabase la comida. 

 

Los nervios se me metían por el estomago y me dolía con frecuencia. Empecé a comer poco... a veces mucho... tenía trastornos alimentarios de anorexia y bulimia que nadie detectó.

 

Me estaba empezando a "romper" y nadie parecía darse cuenta... De natural responsable, nadie me dijo de aflojar mi responsabilidad. Llevaba seis años con un ritmo de vida agotador... la cuerda de mi vivir diario se iba tensando y tenía peligro de romperse... pero nadie me paró a tiempo.

 

No me acuerdo con precisión, pero creo que los del centro de estudios se fueron a la casa nueva, terminada y el Colegio Mayor se llenó de chicos de la calle... Pusieron autoservicio en el comedor y era mas frío, menos entrañable. Solo hacian falta dos doncellas para servir el primer plato y el segundo. Dos enormes ollas al baño maria y un mostrador cara al publico, con una fila de cien residentes con un apetito devorador, hacía que tuviésemos que llevar buen ritmo. Las primeras semanas fue un desastre total, se paraba la fila y notaba fijos en mí un montón de ojos llenos de impaciencia. Permanecía impasible, en apariencia, mi natural es ser activa y salía como podía de aquellos trances. Como los residentes eran de la calle, protestaban sin ningún pudor cuando los numerarios no les veían, o te pedían más del plato que les gustaba.

 

Yo tenía mis trucos y cuando había pasado la fila entera y parecía que no faltaba nadie, repartía lo que había sobrado en varios platos que ponía disimuladamente en el mostrador. Los mas avispados acudían con rapidez y se llevaban ración doble... Tenían una aceptación especial los filetes y las patatas fritas. Eran muy jóvenes y tenían buen apetito.

 

Más tarde, en una especie de cuarto con baldas de cara al comedor, ponían las bandejas con los platos sucios, según iban terminando y las auxiliares, desde dentro, las íbamos retirando. Yo, al no ser muy alta, no alcanzaba casi a la última. Siempre había alguno que se daba cuenta y la ponía mas abajo, galantemente, cosa que yo agradecía.

 

Me hizo mucha ilusión descubrir en "Quienes somos" la foto de un residente del centro que estoy contando; han pasado bastantes años y hemos cambiado, por dentro y por fuera ...

 

Al intentar seguir con mi historia es como si mi memoria se negase a recordar, y es que después de seis largos años, mi salud física se llegó a resentir de tal manera que llegue a sentirme extenuada.

 

Pero no era lo más doloroso el sentirme agotada físicamente. Mi salud mental se vio dañada hasta unos limites insospechados, mi vida se llenó de una tristeza enorme que trataba de ocultar para que las alumnas no se dieran cuenta. Estaba irreconocible, delgadísima, apenas dormia por la noche y me quedaba dormida durante el dia. Se me hacia un mundo el trabajo, la convivencia, la exigencia en la vida interior, hasta el apostolado con las niñas que tantas alegrías me había proporcionado...

 

Lloraba sin parar haciendo la oración tratando de encontrar ayuda para la amargura de mi cansado corazón.

 

Pero las directoras seguían sin darse cuenta, sólo importaba hacer las normas, hacer apostolado y sacar el planchero. No veían que yo estaba rota en pedacitos pequeños.

 

Ahora pienso en tanta directora pendiente de vivir los criterios que venian de Roma, haciendo a veces la vida imposible con ellos, con tantas minucias… ¿cómo no se daban cuenta de que una persona que tenian a su cargo estaba al limite de sus fuerzas, que su color no era bueno, que su mirada estaba ausente, que su llanto era amargo…?

 

Pasaron largos meses todavia de nuevas exigencias en la entrega y de reproches de falta de santidad. Hasta que un dia me llevaron a vivir a otro centro porque alli estaba siendo un ejemplo nefasto para las alumnas.

 

Y asi llegue a un centro de auxiliares nuevo donde cada mañana salían a trabajar a los distintos centros y volvian a la tarde a dormir. Era una casa enorme y habia una Escuela de Formacion Profesional para un numero elevado de alumnas externas.

 

¡Qué frio me resultaba todo! Apenas conocia a nadie, ni me conocian... me perdia por la casa. Se marchaban a trabajar y a dar clases y nos quedábamos tres o cuatro para atender la administración... ¡Qué soledad sentia!

 

Un dia, viendo que mi estado cada vez era peor, me llevaron a un medico psiquiatra. Mi sorpresa fue mayúscula, era un numerario, director del centro de estudios, me parece. En esta parte de mi historia tengo muchas lagunas; por entonces me dieron electroshock y se han borrado de mi memoria vivencias de aquella época.

 

Bien, pues entonces me encontré con el director que tantas veces me habia dado instrucciones, pues normalmente solía llevar la mesa de dirección cuando servia el comedor. Era exigente y puntilloso... Lo primero que me dijo al verme fue que siempre habia pensado que acabaría así, pues me habia observado con interés profesional y se habia dado cuenta que mi responsabilidad era excesiva ...

 

Entró conmigo la numeraria que me acompañaba. Teníamos la visita concertada por medio de la delegación, normalmente no nos atendían los médicos numerarios. Era de las primeras que tenía este tipo de enfermedades y estos temas mejor solucionarlos dentro de casa.

 

Me recomendó descansar, un montón de ansiolíticos y volver a la consulta a los quince dias. Tenia una necesidad vital de dormir y con todas las pastillas que me mandó, fue el colmo, estaba tan atontada que no podía atender los deberes más elementales.

 

Me permitían dormir mas horas, me levantaba más tarde por orden del médico e iba a misa a una iglesia cercana que dirigían los sacerdotes de la obra. Mi trabajo se limitaba a ayudar en algunos encargos.

 

A los pocos días volví a la consulta, volvió a entrar la numeraria que me acompañaba y el médico la mandó salir fuera. Se quedó a solas conmigo para que tuviera mas libertad de contarle como me sentía.

 

Me dio sabios consejos de tomarme la vida con mas calma y yo recordaba la exigencia y prontitud que mostraba siempre cuando me pedía algo en el comedor o le daba un recado en la porteria. No me cuadraba mucho los consejos profesionales de tranquilidad y luego la exigencia ante las necesidades materiales, la verdad...

 

He conocido directores para los que siempre estaba todo muy bien y eran muy agradecidos y otros, que cada mañana por el telefonillo, te pasaban un sin fin de minucias amparándose en el buen espíritu y que ahora pienso que eran auténticas manías de sibaritas refinados.

 

De todas las maneras mi médico me trató siempre con un gran cariño e interés en sacarme adelante, pues era un encargo que le habían dado de la delegación.

 

Estuve yendo a su consulta varios meses y siempre me atendió sola, no permitió que entrara la numeraria y pude expresarle todos mis pensamientos angustiosos de entonces.

 

Algún tiempo después se le amontonaría el trabajo por parte de las dos secciones. Numerarios y numerarias empezaron a enfermar y a tener unas enormes depresiones resintiéndose su salud mental.

 

Hace poco, en internet, descubrí un centro especializado en este tipo de enfermedades que dirigía él, con todo un gabinete de profesionales y es que el trabajo ha ido aumentando... Quise tener su dirección y ponerle un correo para decirle, como paciente, lo bien que me encuentro y sin ninguna de sus horribles pastillas, pero no lo encontré.

 

Mas adelante me llevaron a Madrid a la consulta de un supernumerario y, viendo el estado deplorable en que me encontraba y que durante meses no habia mejorado, decidió ingresarme en una prestigiosa clínica donde Carmina Ordoñez solía acudir a curarse de sus adicciones y donde conocí a Gordillo, jugador de la selección española de fútbol, andaluz, bien plantao, que fue a visitar a su mujer que estaba internada allí conmigo por una depresión posparto. Nos hicimos amigas y me presentó a su marido, le pedi un autógrafo y en mi afan proselitista, le entregué una estampa del padre.

 

Alli me hicieron varias curas de sueño que consistían en sedarme unos dias sin apenas ingerir alimentos y dormir placidamente para hacer descansar la mente. Me practicaron varios electroshock y no recordaba dónde estaba y qué hacia alli.

 

Una vez hice una mezcla explosiva de pastillas y me tuvieron que llevar urgentemente a hacerme un lavado de estomago y de nuevo a Madrid a ingresarme. De aquellos primeros meses de mi enfermedad, recuerdo con horror que no queria vivir... Me solían dar mi ración de pastillas para todo el dia en una cajita y en mi afan de estar dormida, por el esfuerzo que me suponía la vida, las tomaba de golpe, me metía en la cama y alli pasaba el resto del dia, bajo los efectos de las medicinas.. La mayoría de las veces, nadie se percató de mi ausencia, ni me subieron comida alguna, estaban muy ocupadas todas y yo no quería ver a nadie ni seguir viviendo.

 

En honor a la verdad, siempre me llevaron a las mejores clínicas. No dijeron nada a mis padres de que estaba mal e ingresada ,siempre el secretismo con las familias. Pero mi padre, hombre listísimo, lo intuyó cuando las cartas que les escribía estaban con una letra temblorosa y era como de otra persona. Las pastillas me producían temblores en las manos y no podia escribir.

 

Mi padre fue el que habló con las directoras miles de veces y les convenció para que me llevaran a la Clínica Universitaria de Navarra, que gozaba de mayor prestigio. Alli pasé dos meses y ellos se trasladaron a casa de mi hermana que vivía en la calle Iturrama que está al lado. Todas las tardes, a la hora de visita, venían a verme y salíamos a pasear y tomar algo en una cafetería cercana.

 

Después de salir de la obra y estando una temporada en casa de mi hermana, acudí con emoción a esa cafetería -mi padre habia muerto- y recordé agradecida que gracias a él y a mi madre, que me acogieron de nuevo en su casa con todo su amor, pude salir de aquel infierno.

 

Me comentaba una amiga que, leyendo el escrito anterior, le parecia que lo había escrito como con prisa, como queriendo borrar de mi memoria aquella época de un plumazo. Es verdad que lo pasé mal y no me apetece recordar lo vivido, pero trataré de terminar mi relato lo mejor que pueda.

 

De los peores momentos que pasé fue al sentir que poco a poco me fueron retirando la confianza que tenían en mí, para llevar la labor apostólica adelante. Interiormente, estaba rota, con treinta y pocos años sentía que mi vida no tenia alicientes, estaba como en un pozo negro y profundo y no veía salida posible. A nivel afectivo y psicológico, necesitaba sentirme útil, querida, necesaria...

 

Quizá no estaba al cien por cien de salud y vitalidad, pero sentí que me aparcaban como un coche viejo e inservible, haciéndome sentir la persona mas inútil del mundo. No me volvieron a mandar a un curso de retiro ni a una convivencia con las alumnas. Habría dado algo por asistir a una convivencia y tener por la noche una "tertulia pirata" como en mis buenos tiempos. Me habría hecho mas bien que las miles de pastillas que me mandaban tomar.

 

Pero estaba enferma, era mas vieja y ya no daba el perfil atractivo para atraer nuevas vocaciones. Estaba "amortizada" apostólicamente, mejor que no me vieran demasiado...

 

Nunca me había sentido tan utilizada...

 

Empecé a tener un miedo horroroso de asistir a los retiros mensuales. Después de escuchar la primera meditación, me ahogaba, no tenía capacidad de escuchar más y todavía quedaba la mañana y media tarde de rezos y charlas. La mayoría de las veces me escapaba a casa, sin decir nada a nadie y me metía en la cama con mi dosis de pastillas hasta el día siguiente, sin probar bocado en todo el día, por supuesto, nadie me echaba en falta.

 

Otras veces, cuando el retiro era en el centro de la Avenida de la Palmera, me escapaba a Bami ,un barrio que había al lado y deambulaba toda la mañana por tiendas y jardines hasta la hora de la comida. Necesitaba respirar aire del exterior, sentir a la gente de fuera, por si encontraba a alguien que me pudiera dar el cariño que me faltaba dentro...

 

Cuando me daban la noticia de donde haría el curso anual, me entraba terror de pensar en la "encerrona "que me esperaba ¡con lo que habia disfrutado siempre!.

 

En Cataluña, hacíamos los cursos anuales en una masía desde donde se divisaba la montaña de Monserrat con todo su esplendor. Los días de excursión subí varias veces, bordeándola hasta llegar arriba y contemplar extasiada una vista panoramica unica.

 

En un pueblo cercano a Madrid estrenaron las auxiliares una casa enorme para hacer sus cursos anuales, con todo lujo de comodidades y en la que disfruté muchísimo paseando por sus alrededores y jugando al tenis en una hermosa pista que nos habían hecho, y donde luego se me hacia imposible volver, me parecía una cárcel... A veces las directoras, viendo que se me hacía cuesta arriba, me cambiaban de lugar y lo hacia en las afueras de Sevilla, donde lo hice por primera vez y era mas llevadero.

 

Pasados unos meses dieron por finalizada mi enfermedad y me fui a vivir al centro de estudios de las numerarias. Era un internado con tres monitoras y un grupo reducido de alumnas.

 

Apenas conocía el mundo de las numerarias, había convivido sólo con las que trabajaban en la administración. Me hizo verdadera ilusión, rápidamente me sentí muy a gusto entre ellas e intenté poner el mismo cariño y dedicación que con los numerarios.

 

Cuando servía el comedor, hablaba bajito con ellas, las animaba a servirse más porque las veía delgadas, les podía sonreír, preguntarles por sus exámenes. Eran jovencísimas la mayoria... Mi afán maternal se podía manifestar de una manera especial con cada una, volvía a sentirme joven y útil...

 

Pero mi salud al poco tiempo se volvió a resentir y no aguantaba ese ritmo de trabajo. Me quedaba cosiendo, sin pasar a la limpieza y aprovechaba para hacerles bolsas de ropa, alegres, femeninas y con sus iniciales bordadas con todo mi cariño. Se sentían felices cuando las veían encima de su cama con la ropa limpita.

 

La directora era de Navarra, estaba llena de proyectos apostólicos, pequeñita de estatura, vital, alegre... Me ayudó bastante a nivel afectivo, de tal manera que llegué a tener una dependencia emocional muy fuerte hacia ella. Me sabía comprender, era cariñosa y buena psicóloga…

 

A los pocos meses de estar alli ,me volví a romper y ni las pastillas me hacían efecto.

 

Mi habitación daba al jardín, donde habia una piscina y guardo en mi memoria el ruido del agua que hacía la depuradora, que me recordaba una hermosa cascada en un paisaje idílico, donde me hubiera gustado pasar las horas muertas en aquella época. Cuando durante el día me acostaba algunas horas, me solía quedar dormida con aquel ruido tan peculiar. Actualmente, cuando paso por la orilla del rio de mi pueblo, hay un recodo lleno de piedras donde el agua al pasar, hace un ruido muy parecido y siempre me viene a la memoria aquella época de mi vida donde sufrí tantísimo… y respiro profundo... porque a veces, todavía se me encoge el corazón.

 

Con las niñas del internado, la relación era distinta de la que había tenido cuando era monitora en el otro internado. No me dejaban que las tratara personalmente mucho, temían que con mi enfermedad podía decirles algo inconveniente o no estar a la altura y me controlaban constantemente. No me mandaban sola con ellas, me sentía desplazada viendo a las otras monitoras, jovenes y mas actuales.

 

Pitaron muchas, y a la hora de camelar a los padres, acudieron a mí por mi experiencia. Yo lo hacia de corazón y desde el cariño, era gente sencilla y con unos sentimientos nobles y me daba vergüenza utilizarles.

 

Recuerdo unas Navidades ,que me mandaron a un pueblo de la sierra de Huelva con dos adscritas a pasar tres días. Me quedaba en casa de una de ellas que tenia una hermana gemela. Su madre era una bella persona, generosa al máximo. La recuerdo siempre cocinando, tenían un bar y ponían tapas y comidas. No sabía lo que era descansar, la veía siempre sonreír y tenia la finura interior que da la generosidad y un amor sin limites por sus hijos.

 

El más pequeño de la familia tenia siete años y se lo pasaba fenomenal conmigo. Jugábamos los dos, corríamos por el campo cercano a su casa y por la tarde cuando más calentaba el sol, le enseñaba a pintar en un lugar fresquito de la casa. Un día, compré una cartulina y le hice un payaso enorme con los colores más alegres que encontré ,revolviendo en su caja de pinturas. Todavía recuerdo su mirada de asombro y la sonrisa de felicidad que esbozó, cuando lo vio terminado… Lo colgó en su habitación como si le hubiera regalado el mayor tesoro del mundo, mientras su madre me miraba agradecida y él me obsequiaba con un beso. Guardo con cariño una foto de él, vestido de primera comunión con una dedicatoria para mí, con su letra infantil, que parece me mira con sus preciosos ojos. Su madre me la envió, poco después, de su parte....

 

Cuando casi estoy acabando mi testimonio, he enviado mi foto para "Quienes somos", me la hice esta primavera. Quiero que pongais cara a mis relatos y deciros gracias por haberlos leido. Me he sentido acompañada, querida, y he sacado lo que llevaba dentro y lo he compartido con vosotros... Podeis observar que no estoy triste ni enferma ¡Estoy feliz!

 

De toda la época de mi enfermedad, recuerdo el montón de veces que acudí a la delegación porque me llamaba la directora de auxiliares para charlar conmigo. Era una persona muy dulce y parecia que te escuchaba y se interesaba y parecia querer poner remedio a lo que me ocurria, pero la verdad que nunca vi solución alguna para mis problemas despues de haberselos contado miles de veces...

 

Yo hablaba con ella con naturalidad y con la mayor sinceridad que podía, llamando a las cosas por su nombre, claramente... Más de una vez le dije que me parecia que les interesaba más el dinero que yo como persona... Ella se ponia una coraza de "buen espiritu" y le resbalaba lo que yo le decía, porque obedecía unas directrices y mi versión era solo eso, mi versión...

 

Me parece que a la segunda vez que acudí a charlar con ella, le plantee que habia tomado la decisión de irme... En mi interior se iba fraguando la idea cada vez con mas fuerza. Al principio, no me atrevía ni a planteármelo a mi misma, hasta que un dia fui capaz de expresarlo externamente y esa idea que al principio me asustaba, fue tomando cuerpo cada vez con mas fuerza y me fui llenando de una energía interior para llevarlo a cabo.

 

Me habia cambiado el carácter y tenia grandes ataques de ansiedad que solo lograba calmar tomando un montón de ansioliticos. Muchas mañanas, me levantaba con una angustia vital tan tremenda que bajaba a dirección y si no me habian puesto la medicación en mi cajita, esperaba que la directora me la diese para tomarla antes que se metiera en el oratorio para hacer la oracion de la mañana.

 

Por entonces, habia una encargada de ir por los pueblos y visitar a los sacerdotes agregados o profesores de instituto, que nos concertaban visitas de gente joven conocida que podian llegar a ser futuras alumnas del los internados. Solía ir con frecuencia y le acompañábamos alguna del centro. Muchas veces la directora, que me entendía bien, solía ir con ella y me invitaba a acompañarlas. En la parte trasera del coche, la mitad de las veces dormida por la medicación, me pasaba largas horas por aquellas carreteras llenas de un sol implacable de la provincia de Badajoz la mayoria de las veces.

 

Comiamos de bocadillo y al llegar a los pueblos, teniamos varias direcciones donde acudir a visitar a las familias de las chicas. Recordaba que así me habian reclutado a mi en mi pueblo hacia un montón de años y qué lejos estaba ahora de aquella ilusión juvenil, con la que emprendi mi aventura...

 

Me sentía cansada, triste, sin fuerzas para seguir adelante y no podía expresar si no con una mirada de escepticismo cuando veia el interés y la ilusión con la que las chicas acogían nuestra invitación. ¡Nunca habia sentido una tristeza tan profunda!

 

La directora era una persona viva, llena de ideas renovadoras, que suponian esfuerzo y dejar a un lado la rutina, a nivel del trabajo de la administración y a veces no encontraba quien la secundase. La mayoría de las veces, viendo que yo la seguía, se apoyaba en mi para llevar adelante muchas de las cosas que se le ocurrian. A mi me venia muy bien como terapia, para salir adelante, me sentí util, necesaria y mi autoestima y mi animo se venian arriba. Al poco tiempo la cambiaron de centro y me volvi a quedar sola y perdida...

 

La nueva directora era seria y exigente, tenia una dureza especial en su mirada. No sé, nunca la vi mirarme con ternura, siempre desde la exigencia de su cargo. Era valiosa, responsable, trabajadora, se dejaba la piel... Siempre me trató bien, pero nunca llegué a conectar con ella a pesar de haber vivido con ella en otro centro de nuevo. Pienso que como nos pasaba a todas, el espiritu encorsetado de la obra respecto al mundo de los afectos, no la dejo nunca ser ella misma.

 

Mi padre la escribió varias veces, para que le tuviera al corriente de mi estado de salud. Un dia, al poco tiempo de morir mi padre, revolviendo en sus papeles y saboreando sus recuerdos, encontré las cartas que ella le contesto, frías, austeras, formales como el mundo de sus sentimientos...

 

Por aquella época abrieron un nuevo centro de auxiliares que habian edificado nuevo en un solar al lado del Colegio Mayor donde estuve de monitora. Al poco tiempo me mandaron a vivir alli... Me sentí muy mal con la noticia, me quedaría en la administración mientras las demás iban a trabajar fuera. Me sentia enterrada en vida, por entonces había ya muchas auxiliares con enfermedades psicosomaticas, con el alma, el cuerpo y el corazón roto...

 

Aquel centro se me antojaba un cementerio de elefantes...

 

Me resistí lo que pude, pero pudo mas la obediencia.

 

Recuerdo nitidamente mi nueva habitación, con ducha individual y todo, una colcha de colores alegres y mucha luz que se colaba a través de una hermosa ventana con unas cortinas a juego... Pero cuánto lloré en aquella habitación..., cuántos ratos de soledad angustiosa, qué amargura tremenda sentí en el corazón tantas veces...

 

Dos o tres habitaciones mas, al lado de la mía, se hoya llorar con la misma amargura a otra auxiliar, recién llegada de Roma, donde habia pasado casi toda su vida. Estaba en los huesos, tomaba pastillas a granel ,impresionaba cuando te miraba, como ausente, una mirada como de loca...

 

Hace poco contacté con una auxiliar que vivía por aquella época alli, ya fuera también, y me comentaba que sentía el mismo pánico cuando la miraba yo, con fijeza.

 

Contaba en mi anterior escrito que, al lado de mi cuarto, se oía llorar con la misma amargura que la mía, a una auxiliar que acababa de llegar de Roma donde habia pasado casi toda su vida. Pero no era ella sola, a veces escuchaba unos alaridos impresionantes de otra habitación al lado de la mia, que me ponían los pelos de punta... eran de otra auxiliar que segun me han contado sigue en la obra y a lo mejor ya no da los alaridos, pero muy bien me dicen que no anda.

 

Enfrente de mi ventana podia observar por el estado de la persiana, cómo estaba la auxiliar que alli vivía. La mayoría de los dias permanecía cerrada a cal y canto y con un silencio sepulcral. Pasaba dias enteros encerrada sin querer ver a nadie. Esta chica era muy joven y me impresionaba más si cabe.

 

Poco a poco, iban cayendo más en el mismo estado. A las directoras se les habia ido de las manos…

 

Aquel centro era deprimente, por eso a mí, intuyéndolo, me había costado tanto ir a vivir en él. Se marchaban la mayoría a trabajar fuera y quedábamos casi sólo las que no estabamos muy bien. Podéis imaginar el ambiente, se podia cortar la soledad y el dolor de cada una.

 

Por aquella época, tenia cuarenta y siete años, y viendo que mi salud estaba resentida de por vida, un dia me dijeron que pidiese la baja laboral. Hacia tiempo que el gobierno les habia obligado a cotizar a la Seguridad Social usando para ello métodos persuasivos, que consistían en presentarse sin previo aviso en las horas de trabajo en los Colegios Mayores, para hacer una inspección del personal que alli trabajaba y recuerdo que nos escondiamos o nos ibamos a la calle, para no delatar el numero elevado de empleadas de hogar que trabajábamos sin estar aseguradas.

 

Al llevar tantos años trabajando en la administración, fui de las primeras que empecé a cotizar. Acudi varios meses a recoger el parte de baja, hasta que el medico viendo que no mejoraba mi estado, me sugirió solicitar una invalidez temporal. Por supuesto aquello alegró a la directora de mi centro, que ya me habia dicho varias veces que con mi trabajo tan mermado, no me ganaba la vida y empezaba a ser deficitaria.

 

Y entonces, descubrí el mundo de los derechos de los trabajadores. Empezaba a estar segura de querer marcharme y pensaba en mi supervivencia del futuro.

 

Me concedieron la invalidez temporal y asi pude aportar a las arcas del centro mi pequeña pensión y quedarme tranquila de no estar comiendo el pan de balde... Me llevaron a una entidad bancaria y abrieron una cuenta corriente a mi nombre y al de otra persona para que me ingresaran el dinero. Yo sola no podia tener la cuenta, me dijeron.

 

Al poco tiempo, me dijeron que habian pensado que fuese a ayudar a las auxiliares que trabajaban en un centro de numerarios, un Club Juvenil cercano.

 

Cada mañana cruzaba el Parque de Maria Luisa sola, pues iba un poco mas tarde que las otras auxiliares. Me encantaba observar a los niños jugar con las palomas, a los abuelos tomar el sol de primavera, a los turistas sacar fotos a los monumentos y jardines. Era un mundo de luz, de la alegria de la vida y me parecia que el sol cada mañana me invitaba con un guiño a ser uno mas de ellos.

 

Pero tenia que pasar deprisa si no queria llegar tarde para encerrarme entre las cuatro paredes del planchero, cosiendo los vaqueros de los jovenes residentes.

 

Con el paso del tiempo, después de mi salida de la obra, he comprobado que la vida idilica no es real, que hay que trabajar en todos los sitios, que la responsabilidad existe igual fuera, que el vivir diario es costoso. Pero saborear la libertad, no tiene precio. Ser dueño de tu propia vida, compartida con alguien o no, es algo único. Quitarse de un plumazo todas las minucias de un espiritu estrecho y represor, te hace disfrutar de las cosas mas sencillas que los demás mortales no valoran.

 

El ambiente del parque, a la vuelta del trabajo, era especial. La gente aprovechaba para pasear o tomar un refresco a la caida de la tarde.

 

Una tarde, observe que habian acordonado la zona por donde solía pasar y me acerqué sorprendida a ver qué ocurría .Mi sorpresa fue mayuscula, estaban rodando una escena de una película de Isabel Pantoja. La gente se apretujaba para verla y el director reclamaba silencio. Aparecia la artista, vestida de gitana, en un coche de caballos y a su paso soltaban un buen numero de palomas que revoloteaban asustadas por el cielo andaluz. La escena se repetía hasta que salia bien, la gente aplaudia y la llamaba guapa, guapa. Despues de compartir sonrisas y alegria con la gente, salí corriendo, tenia el tiempo justo de hacer la oración antes de la cena y perezosamente, me encaminaba a mi centro, pensando que habia otra vida allá afuera...

 

En principio, me dijeron que iba a ayudarles con la costura en el planchero.  Eran tres auxiliares o cuatro, la casa era muy grande y casi nunca estaba la plantilla completa. Siempre habia alguna en el curso anual, curso de retiro o convivencias varias.

 

El trabajo se acumulaba y no llegaban a todo. Viendo su agobio empecé a ayudarles en la limpieza, luego a servir el comedor… y al poco tiempo era una mas de la plantilla.

 

A veces, terminaba tan agotada y viendo que todavía quedaban bastantes horas para regresar al centro, sintiendo que no podia con mi alma, tiraba una manta en el suelo -alli no habia camas- en un cuarto que utilizaba la administradora para hacer las cuentas y tenia sus cosas, (apenas la veíamos, siempre estaba atendiendo convivencias de supernumerarias), cerraba la puerta y les decia que necesitaba dormir un poco. Podia pasarme un par de horas sin enterarme de nada y cuando despertaba, a empezar de nuevo la tarea hasta la vuelta a casa. Estaban encantadas conmigo, eran bastante jovencitas todas.

 

Hace poco en un cajón donde guardo lo que queda de aquella época, me encontré una cinta de caset con canciones grabadas y, al intentar escucharlas, comprobé con alegria, que estaba tambien grabada una conversacion que tuvimos durante la comida un dia. En mi afan periodistico, siempre estaba haciendo entrevistas en plan “gamberro" con un viejo caset que habia por alli y un dia decidí grabar nuestra conversación a escondidas, para luego sorprenderlas en la tertulia y reirnos de los comentarios de unas y otras. Mas adelante lo debi guardar y ahora tengo las voces de mis compañeras, aquí, en mi casa. Me hace ilusión conservarla, eran unas chavalas majas… recuerdo sus caras una a una ¡si ellas supieran!

 

El consejo local se renovó y aparecieron numerarias jóvenes, inexpertas del sufrimiento humano, autoritarias en vivir el espíritu y menospreciando la necesidad vital de sentirse amada y comprendida.

 

Y alli empezó para mi un calvario que duró hasta el mismo dia de mi salida de la obra.

 

La subdirectora era hija de un ganadero y recuerdo cuando habia corridas de toros que casi nos obligaba a asistir.

 

Muy bien que ella lo habia mamado desde la cuna, pero yo no soporto la fiesta nacional. Me parece cruel toda manifestación, amparándose en la cultura de un pueblo, si es para maltratar a un ser vivo, aunque sea un animal. No me parece cultura ni tradición tirar una cabra desde un campanario, matar a un toro con lanzas como sádica diversión, poner fuego en los cuernos de un pobre toro que corre despavorido, mientras le golpean una manada desatada de energúmenos que valoran asi su virilidad y fuerza de machos frente a los demas.

 

Lo siento, no quisiera aprovechar la pagina para poner mi granito en defensa de los animales que me encantan como seres vivos que a veces conviven con los seres humanos y nos dan lecciones de humanidad ¡Me he embalao!

 

Todo esto venia por que la subdirectora defendía a capa y espada el mundo taurino y yo le rebatía sus ideas respetándolas por supuesto. Pero no fue esto lo que mas me hizo sufrir de ella.

 

Al poco tiempo me la pusieron de "directora espiritual" y me las hizo pasar "canutas".

 

Recuerdo como hurgaba en lo mas profundo de mi ser, haciendome sentir una persona malvada y sin valor alguno… a pesar de tener mas experiencia de la vida en la obra y mas años que ella.

 

Pero estaba investida del poder que da haber sido nombrada por las altas esferas, defensoras de la causa por encima de todo y eso la hacia poderosísima.

 

¿Qué podia hacer yo?

 

No estaba en mi mejor momento psicológico ni fisico.

 

Era carne de cañón para una aprendiz de directora que, llevada por su cargo recien estrenado, se veia en la obligación de cumplir a rajatabla su mision, aunque se llevase por delante mi corazón roto.

 

No dudo que, a lo mejor, lo hacia pensando que con ese modo de tratarme interiormente, me estaba ayudando, por cuenta propia o con ayuda del consejo local… No quiero ser juez de nadie pero todavia hoy veo su cara y me lleno de tristeza por los malos ratos que me hizo pasar.

 

Algo tan grande como la dirección de un alma, no puede ser encomendada a la primera persona que llegue, sin experiencia, por muy hija de supernumerarios que sea.

 

Puede su falta de tacto y su nula experiencia, producir heridas difíciles de sanar en el alma de las personas que dirige, que quiza ni el paso de los años logre terminar de borrar, porque las heridas del alma suelen ser dificiles de cicatrizar.

 

Aunque desde mi experiencia personal, puedo aseguraros que el rencor no anida en mi corazón y sin el, se puede curar todo.

 

Se empeñaba en sostener que yo tenia una doble vida, que no era sincera, que ocultaba algo, que mi enfermedad era una farsa para buscarme compensaciones en la entrega.

 

Yo era "más ingenua que el asa de un cubo". Logró llenarme de desconfianza, de inseguridades, de amargura, de desconcierto.

 

Simplemente estaba tratando de recomponerme para intentar salir adelante… Pero su actitud me llevó a tomarme la justicia de mi mano.

 

¡Pero eso será en el próximo capitulo!

 

Terminaba mi escrito anterior diciendo que en mi próximo capitulo, éste, contaría cómo me empecé a tomar la justicia de mi mano -no sé si se dice asi.

 

Siempre había sido una ingenua en mi relación con las directoras... me decian que tenia que vivir la sinceridad y en mi nobleza de caracter entregaba todo mi interior. Jamás me quedé con ningún pensamiento, deseo, idea, solo para mi. Me parecia una falta de justicia no vivir el espiritu tal y como me lo habian enseñado...

 

Yo habia puesto toda mi confianza en que aquellas personas eran las indicadas para conducirme a la meta. Tenia un compromiso con Dios y estaba dispuesta a lo que hiciera falta para llevarlo a cabo hasta el final. Todo lo que me pidieran entraba en mis planes de entrega total y a pesar de que me costaba poner mi interior en manos de gente desconocida cada poco tiempo, no ponia en duda la necesidad de hacerlo si queria conseguir mi objetivo.

 

Dada la reacción de inquisidora que estaba tomando conmigo mi directora ¡Me rebelé! Fue como despertar de un sueño… Algo así como la pérdida de la inocencia… Siempre me habia entregado con pasión y a cambio, recibía recelos, dudas… No confiaban en mi… ¿Por qué tenia que confiar yo en ellas?

 

Algo se rompió en mi interior y como consecuencia sentía el dolor de esa rotura en el fondo de mi alma. No era solo aquella persona concreta, era un espíritu interno que hacía una utilización de las personas para conseguir sus fines por encima de la dignidad debida a cada ser humano…

 

¡Ah! pero me sentía capaz, el dolor me estaba haciendo fuerte y "pilla" ¡Tantas veces había oído lo de ser pillos!

 

Me faltaba el aire de la libertad, no aguantaba aquel encierro que me estaba volviendo loca…

 

Como ya os conté, habían abierto una cuenta corriente a mi nombre y el de otra persona para que me ingresara la Seguridad Social mi pensión y, alguna mañana de primavera en Sevilla, no me apetecía ir a la administración a enterrarme en vida… Necesitaba sentirme viva.

 

Cogía el autobús y me marchaba al centro de la ciudad. Las tiendas comenzaban a subir sus persianas, ofreciendo a los transeúntes sus mercancías…

 

Yo deambulaba por las calles sin un duro en el bolsillo y me pasaba la mañana entera y la tarde. Me compraba un bollo de pan recién hecho en el horno "las Doncellas" ¡Qué maravilla de pan hacian alli! !Qué "regañás" enormes casi como ruedas de molino!

 

Con el pan y algunas "chuches" comia y seguía mi camino hasta que cansada regresaba a casa.

 

Como era un centro de un numero elevado de gente, nadie se enteraba que estaba perdida… en los primeros dias que lo hice. Las auxiliares de mi casa pensaban que estaría haciendo algo concreto... y asi continúe con mi secreto.

 

Hasta que un dia pensé que sin dinero apenas tenían aliciente mis salidas y paseos por la ciudad y se me ocurrió sacar "mi pension" del mes, estampando mi firma y la de la otra persona... al ir a retirarla.

 

Me temblaba la mano... pero el empleado sacó su mano por la ventanilla y me entregó un fajo de billetes con toda seguridad. Qué poderosa me sentí al tener en mis manos "mi dinero" porque era mi dinero.

 

Aquel dia recorrí las mejores tiendas de la ciudad donde siempre había pasado de largo cuando me llevaban de compras porque mi status social, no daba para tanto…

 

Me compré todo lo que me gustó en mi nuevo mundo de millonaria... 

 

Compraba compulsivamente, como queriendo resarcirme de la escasez en la que habia vivido durante largos años.

 

A la hora de la comida, buscaba la terraza mas estupenda y comía como una sibarita de la alta sociedad sin calcular cuanto me costaría el menú.

 

Me sentía "la nueva rica" pero sobre todo, me sentía libre… podía disfrutar de los pequeños placeres de la vida, sin tener a una numeraria encima diciéndome lo que era correcto en cada momento.

 

Era como el mundo de la cenicienta y cuando por la tarde llegaba a casa de nuevo, procuraba no ser vista por el consejo local y amontonaba lo comprado en una o dos bolsas solamente para pasar desapercibida.

 

Otra cosa era, tratar de ponerse la ropa comprada… Sabían perfectamente los modelos reglamentarios que tenia en mi armario y cuando intenté estrenar alguno de los comprados, fui llamada a dirección con urgencia e interrogada de su procedencia.

 

Decidí guardarlos para el curso anual, pues alli no lo sabrían… en mi ultimo curso anual fui la mejor vestida con diferencia... Todas observaban con envidia que tenia un modelito nuevo cada día y de grandes marcas… Me sentí piropeada a diario y yo, sonreía por dentro con mi secreto.

 

Estaba feliz con mi recién estrenada rebeldía y hubiera dado algo por escuchar las reuniones del consejo local hablando de mi ¡mi conducta estaba siendo escandalosa!

 

Una mañana, pensando que jamás durante mi estancia en la obra, había hecho un regalo a mi familia, decidí comprar algo para cada uno y qué felicidad sentí al poder manifestarles mi cariño con un detalle material. Luego, preparé con primor unos paquetitos y se lo mandé por correos a cada uno de ellos.

 

Todavía pienso la cara que se les pondría pensando qué mosca me había picado después de treinta y pico de años sin jamás haber recibido lo mas mínimo de mi parte.

 

Que nadie me hablase ya de normas y costumbres... estaba dispuesta a saltármelas todas.

 

Era como un muelle comprimido que empezaba a soltarse con la fuerza de experimentar nuevas sensaciones.

 

Siempre sentí rechazo a que me controlasen de esa manera, pero tenia claro mi ideal, era algo grande por eso me pareció atractivo cuando lo descubrí y dejaba pasar los años pensando que mi esfuerzo valía la pena.

 

Ahora, veía que habian manipulado mi voluntad a su capricho y mi desencanto era total. Se perdían en lo que no era esencial… Me sentía anulada como persona y empezaba a saborear el arte de ser yo misma.

 

Un buen amigo me decía que se había reído a carcajadas leyendo mi anterior escrito, al poner por obra la pillería que tanto nos habian predicado. Pero no tenia demasiada "maldad" todavía, por lo que os voy a contar a continuación.  

 

Unos dias antes de dejar la obra definitivamente, una mañana, me dijo la directora que me iban a acompañar aquel dia al trabajo porque teniamos que ir al banco a realizar una gestión. Me pareció bien, me llevaron en coche y todo...

 

Por aquel entonces, me habia concedido la Seguridad Social, despues de haber pasado por el Tribunal Medico, la incapacidad permanente total -más adelante contaré cómo- y al tener carácter retroactivo, me habian ingresado en mi cuenta medio millón de las antiguas pesetas de las pagas retrasadas que se habian acumulado.

 

Pues bien, les faltó tiempo nada más enterarse, de ir rápidamente a sacar el dinero, para lo cual, necesitaban mi firma. Yo, ingenuamente, no puse ninguna objeción a pesar de mi "pilleria" recién estrenada...

 

Tenia cincuenta años, estaba enferma... y para empezar mi nueva vida me dejaron la cuenta a cero.

 

Recuerdo aquella mañana como una de las más tristes de mi vida... Me daba la sensación de que me estaban vendiendo por medio millón de pesetas. Y decian que eran mis "hermanas" mi "familia". Después de haber trabajado para ellas treinta y siete años de mi vida -dos de ellos sin ser de la obra-.

 

Han pasado diez años y he aprendido a valerme por mi misma, a ser fuerte. Pero entonces estaba "atontada". Si entonces llego a estar como ahora, hubiera luchado por mi dinero con uñas y dientes...

 

¿Entendeis porqué a la directora de la delegación le habia dicho varias veces que les interesaba más mi dinero que yo, como persona?

 

El dinero es un bien necesario para la supervivencia humana. Pero yo, lo tengo clarisimo, no venderia a nadie por dinero después de mi horrible experiencia.

 

Llevaba un tiempo, os decia, que me faltaba el aire dentro y no aguantaba mas... Le dije a la directora que me iba para siempre con mi familia.

 

Una tarde metí todas mis pertenencias en un par de maletas para marcharme. La directora, estoy segura que respiró con alivio, yo estaba siendo una "carga" para el centro, no acababa de salir de aquella situación. Todo el mundo sabia mi problema y estaba siendo un mal ejemplo para las demas.

 

Pero tenia que quedar claro que me iba porque yo queria, para salvar su reputación, no porque me lo habian dicho, y se brindaron solicitas a acompañarme.

 

Salimos temprano cuando las demás estaban en el oratorio, haciendo la oración de la mañana, así no se enteraban de mi huida...

 

Una numeraria me acompañaba, me sentia muy triste... Era invierno y sentía el frio en mi interior...

 

Pasamos el dia en autobús y llegamos a la capital más proxima a mi pueblo casi al anochecer. Para no tener que hacer noche en el centro de la obra, pidieron un coche prestado y nos acompañaria otra numeraria para regresar con la que habia venido de Sevilla.

 

Decidieron dejarme cuanto antes con mi familia. Era como un paquete que habia que entregar a cobro revertido de una manera seca, oficial, de funcionario.

 

Me sentia agotada, la boca seca por la sed que me producia el esceso de pastillas. Las numerarias iban en la parte delantera del coche, yo en la parte de atras, dormitaba al lado de una de mis maletas...

 

Era una noche fria de mi tierra, la carretera estaba casi helada... Apenas llevabamos un cuarto de hora de viaje, cuando el coche derrapó y fue a estrellarse con violencia en un rio cercano.

 

Todo el morro del coche quedó dentro del agua... Como iba en la parte trasera, me vi fuera por la fuerza del impacto, pero encima del coche ¡Menos mal!

 

¿Os acordais que le tengo pánico al agua?

 

Como pudieron, salieron las de delante chorreando agua y llenas de magulladuras. Sentia correr la sangre por mi cara, me dolía todo, estaba helada de frio y me sangraba una pierna. Habia perdido mis zapatos...

 

Estábamos en medio del rio y, en la soledad de la noche, nadie podía vernos. La carretera habia quedado arriba. Por fin una de las mas atrevidas se arrastró como pudo hacia arriba con intención de pedir auxilio. Yo seguia encima del coche, esperando que alguien me sacara, el agua me cubria y no estaba dispuesta a aprender a nadar precisamente aquella noche...

 

Cerca habia una gasolinera y al poco se sintió pasar un coche viendo a mi compañera. Enseguida se brindaron a prestarnos auxilio.

 

En medio de mi angustia senti unos brazos fuertes que me agarraron en volandas y me sacaban del agua. Me habria agarrado con fuerza al mismisimo diablo con tal de salir de alli.

 

Rapidamente llego una ambulancia, me pusieron unas bolsas de plástico en los pies, a modo de patucos en mis pies helados y ya en el hospital, me dieron varios puntos en mi ceja rota y en una brecha que tenia en mi pierna izquierda. Por cierto que aun conservo la cicatriz.

 

Tuvimos suerte, y que el rio no era muy caudaloso... y todo se quedó en un enorme susto.

 

De todas las maneras tuvimos que volver al hospital a hacernos unas radiografias, para ver como teniamos nuestros huesos resentidos. Yo .tenia una luxación en un hombro que todavia hoy se resiente con los cambios de tiempo, porque no la curé bien. A mi, no me importaban mis huesos, me importaba más mi corazón y mi alma heridos...

 

La numeraria que me acompañaba desde Sevilla se encargó de decirme aquella misma noche que aquello era un aviso de Dios y un castigo por intentar abandonarle. El "rejalgar" empezaba a surtir efecto en mi vida... Temerosa me dormi, con mi cuerpo dolorido, deseando abrazar a mis padres y sentir de verdad el cariño.

 

Aquella noche no les avisaron para no asustarles. Fue a la mañana siguiente cuando se lo dijeron e inmediatamente cogieron un taxi y se presentaron en mi busca. En esa misma carretera, mi hermano años antes habia sufrido un accidente, como os conté anteriormente y venian muy preocupados.

 

Cuando les vi llegar, mi corazón saltó de alegria ,alli estaban una vez más, como habian estado siempre que les necesité. Yo, echa un guiñapo, escondia mis lagrimas de felicidad y me acurrucaba de nuevo en su regazo...

 

Lo primero que me compraron nada mas salir del centro, fueron unas zapatillas suaves, calentitas... Me habian dado del almacén del centro unos zapatos que me estaban pequeños y me hacian daño...

 

¡Que seguridad de nuevo! Con esos seres que les importaba más yo como persona queridisima y no el dinero que se habian gastado en el taxi y las zapatillas.

 

Gracias a Dios pude devolverles mi cariño, cuidando a mi padre dos años antes de su muerte y comprendereis porqué ahora cuido a mi madre con todo mi amor.

 

De aquello, recuerdo que jamás recuperé una de mis maletas, que estaba en el maletero y debio salir por los aires. Si lo siento es porque al hacer mi equipaje, recordé que mis padres me habian regalado un disco de vinilo Lp de Julio Iglesias y como era mio, lo tomé de la sala de estar para empezar a tener mi propia discografia y claro, iba precisamente en esa maleta y claro, lo perdi.

 

¡Guau! lo siento, me ha quedado este escrito como un capitulo de la novela de las cuatro de la tarde en television española... A pesar de los años como podeis comprobar sigo teniendo la cabeza llena de pajaros jajajaja...

 

Despues del accidente y de la amenaza del rejalgar me quedé unas semanas con mis padres en su casa. Estaba llena de dudas, temerosa, y con una inseguridad horrorosa ... 

 

Y en esta parte de mi historia empezó lo que suelo llamar el éxodo de las maletas… A las tres semanas de estar en el pueblo, me entraron unos remordimientos enormes y como una ingenua que era llamé al centro para decirles que quería volver de nuevo… No les quedó más remedio que recibirme… no sé si con deseos de recuperarme o con la intención de que no fuera muy escandalosa su respuesta en mi.

 

Estaba descentrada, empastillada, y empezar una vida con cincuenta años me parecía imposible, tenia una dependencia muy grande.

 

Mis padres sufrian en silencio viendo lo mal que lo pasaba pero no me reprocharon nunca nada. Tenian un gran respeto por mi libertad personal, siempre lo habian tenido.

 

Una mañana volvi de nuevo a Sevilla y me recibieron con resignación… A la semana de estar alli me ahogaba y quise volver.

 

Esto se repitio tres veces, no me centraba ni en un sitio ni en otro…

 

Cogía mis maletas y las mandaba por Seur, no podia sola con las dos (viajaba hasta Sevilla en autobus). Mis padres pagaban lo que costaba enviarlas, siempre, ya fuera desde Sevilla a mi pueblo o viceversa. Ellas jamás me dieron dinero para ello, decian que era una falta de pobreza y como no trabajaba, no aportaba dinero al centro. Menos mal que mis padres me querian a mi y no al dinero.

 

Recuerdo con emoción como mi madre madrugaba para acompañarme al autobus y se quedaba muy triste al verme partir sin saber lo que queria…

 

Vienen a mi memoria los ultimos recuerdos de mi estancia en Sevilla… 

 

Mi agradecimiento emocionado para Books que me acompañó al médico psiquiatra supernumerario al que me llevaron por ultimo.

 

Al empezar a leer la web y meterme en la seccion Quienes somos descubri con sorpresa que conocia a un par de los que habia en las fotos. Una era ella… me encantaba que me acompañase, tiene una gracia andaluza a flor de piel y es una mujer con una humanidad extraordinaria.

 

Ahora por internet mantenemos una “amistad particular" estupenda. El otro era Rapelu… vivia de residente en el Colegio Mayor donde era monitora. Me hizo mucha ilusión volver a ver uno de "mis niños" parece que no han pasado los años por él, solo tiene un hermoso bigote que antes no tenía…

 

Me emociona pensar que por aquella época a mi padre le diagnosticaron un cancer de colon y me lo ocultaron, sabiendo como me encontraba, para no hacerme sufrir. Ademas, adoraba a mi padre... 

 

Cuando descubrió que no me encontraba bien por mi letra temblona, acudio con mi cuñado, un vasco muy majo que le acompañó, pues estaba ya muy enfermo de silicosis, la enfermedad de los mineros. No dudó ni un momento en hacer un largo viaje para estar a mi lado y ver como me encontraba realmente.

 

Recuerdo que estaba en la puerta de la casa y hasta la puerta de la calle habia un enorme patio andaluz, lleno de macetones que habia que cruzar. No recuerdo nunca haberlo cruzado con tanta alegria ni tan deprisa. Por entonces estaba muy triste y medio drogada por el esceso de pastillas y me acababan de cambiar de centro y no conocia a nadie.

 

Tuvieron el detalle de ponerles algo fresquito, era verano y venia agotado... Habló con la directora y le dijo que venia con la intención de llevarme con él para cuidarme en su casa.

 

A la mañana siguiente nos pusimos en camino y a veces recordando aquellos momentos, solemos comentar que mi padre solo vio de Sevilla la Torre del Oro, famosa por su belleza y que yo forofa, me habia encargado de contarle lo bonita que era… No llegó a captar su belleza y me tomaba el pelo para hacerme rabiar diciendome que se parecia al palomar de su pueblo. Pido perdón a los andaluces por no haber sabido explicar y entusiasmarle, aunque yo creo que lo dijo porque era muy guasón y tenia mucha chispa graciosa, casi, casi como la gente del sur. Mi cuñado quedó impresionado de las gentes tomando el fresco en la puerta de sus casas.

 

Viendo que mi estado no mejoraba y que el plazo de la incapacidad temporal vencia, me dijeron las directoras que tenia que intentar conseguir la incapacidad permanente total y decidieron hacer las gestiones pertinentes que hay que hacer en estos casos.

 

Alguna mañana tenia que acercarme a arreglar los documentos que necesitaba… Me espabilé por la cuenta que me tenia… de ello dependia mi supervivencia en mi futuro próximo. Iba de ventanilla en ventanilla moviendo los hilos de la burocracia para conseguir lo que me iban pidiendo.

 

Aprendi tanto… que no hay papel que se me resista…

 

Cuando tuve que pasar mi cuenta y mi pensión a las entidades de mi pueblo, recuerdo divertida, que mi padre pasó toda la mañana inquieto, (no podia acompañarme, estaba ya muy mal) pensando que no sabría hacerlo yo sola… siempre me habia super protegido. No sabia él que me habia recorrido Sevilla de cabo a rabo y me habia espabilado para siempre…

 

El dia que me tenia que valorar el tribunal medico, llevaba tres dias en la cama solo con mis dosis de pastillas y sin comer… Apenas subian a verme y traerme algo de comer. Podeis imaginar mi aspecto… Con la cara demacrada y unos cuantos kilos de menos, me hicieron levantar de la cama y acudir a una entrevista con una funcionaria mayor y con experiencia (hueso duro de roer).

 

Al verme entrar en su despacho se quedó muy impresionada, era como un cadaver delante de ella. Me preguntó varias cosas que no recuerdo, apenas podia contestarle por lo floja que me encontraba.

 

Aquella mujer aparentemente ruda se sintió conmovida al ver mi aspecto y creo que, gracias a su informe y el de otro medico que tuvo que evaluar mi estado, a los pocos dias me concedieron la invalidez permanente total.

 

Al poco tiempo por fin, me quedé con mis padres para siempre... Aunque fue duro hasta que me centré, ahora vivo feliz y lo recuerdo todo como un mal sueño.

 

Quiero agradeceros a todos los que habeis leido mi historia, el haberme acompañado durante el tiempo que he ido enviando mis escritos.

 

Gracias desde el corazón, necesitaba echarlo fuera… y vosotros lo habeis hecho vuestro...

 

Seguiré colaborando con la pagina y sobre todo para ir sabiendo de cada uno de vosotros

 

Hasta siempre y para todos mi cariño

 

MARIPAZ

 

FIN DEL LIBRO

 

 

Volver a “Libros silenciados”

Ir a la página principal de la web ‘clásica’

Ir a la ‘nueva’ web