PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN
Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE
DIOS
ISIDORO ZORZANO LEDESMA
DEL OPUS DEI
IX.-CARIDAD PARA CON EL PROJIMO
120.-Caridad
heroica.-De su caridad heroica para con el Señor nació en
el Siervo de Dios su amor hacia el prójimo. Durante su vida hizo todo el bien
que estaba a su alcance, a todos, sin excepción ni distinción de clases, ideas
ni categorías.
Heroica fué su caridad en circunstancias extraordinarias y particularmente difíciles. Delicada y fina con los pobres, con los obreros, con los alumnos. Admirablemente heroica en la naturalidad con que se olvidaba de sí mismo, para estar pendiente de las necesidades espirituales y materiales de los demás. Esta caridad alcanzó un grado supremo cuando, en su lecho de muerte, enseñaba a sufrir, a orar y a ofrecer por el bien de todas las almas, y muy en especial por la Obra y por sus hermanos, haciendo de sus dolores un apostolado de caridad, abnegación y sacrificio. Alguien que le conoció ha dicho a propósito
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del Siervo de Dios estas
palabras: «Era todo corazón». Y este corazón, que ardía en amor de Dios, le
llevaba a entregarse del todo a sus prójimos.
Todo
lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído,
o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además,
sus fuentes de información.
121.
Desde su infancia.-Desde muy niño empezó a dar
muestras de lo que, andando el tiempo, había de ser una de sus virtudes más
características: la despreocupación de sus cosas para atender a los demás.
Vivía la caridad con gran
delicadeza: no había persona necesitada que, acercándose a su casa, no fuera
socorrida por él. Tomaba parte en el sufrimiento ajeno y, olvidándose de sí
mismo, trataba siempre de favorecer a los demás. Si su madre le decía:
«Isidoro, debes hacerte un traje», él contestaba: «Este que llevo está todavía
muy bien: que se lo haga mi hermano o mi hermana, que son más jóvenes».
Con toda delicadeza les corregía
cuando era necesario. Bastaba con que pronunciase el nombre de uno de ellos con
tono grave para que éste se diera cuenta inmediatamente de que había faltado,
aunque no supiera en qué. Después, a solas, le explicaba lleno de caridad dónde
estaba la falta.
Todo
lo cual, etc.
122.-Perdón
de las ofensas.-La caridad heroica del Siervo de Dios para con
el prójimo se manifestó también en el perdón de las ofensas, de tal manera que nunca
ni en ninguna parte tuvo enemigos. Era feliz cuando podía devolver bien por
mal, «siempre dispuesto -como dice don Javier de Bustamante, ingeniero
compañero suyo- a perdonar al que le agraviare, y a evitarle cualquier
disgusto, aun a costa de su salud y bienestar».
En una ocasión fué denunciado
injustamente, y el Siervo de Dios no se molestó lo más mínimo, sino que desde
el primer momento se portó con el denunciante y con su hijo, al que poco
después tuvo que examinar, con
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la misma delicadeza de siempre, de tal manera
que cuantos tuvieron noticia del hecho quedaron edificados.
En los Talleres, su caridad le
llevó en ocasiones a pasar por alto actitudes de los obreros que podían herir
su sensibilidad. Terminada la guerra, cuando al Siervo de Dios se le presentó
ocasión propicia para castigar a los que le habían perseguido, prefirió
perdonar cristianamente.
Todo
lo cual, etc.
123.-Evitó discordias-La bondad y caridad
heroica del Siervo de Dios para con el prójimo hacía que todos los que le
rodeaban se sintiesen contagiados por esta misma caridad, evitándose muchas
veces de esta manera rencillas y discordias.
Una persona que le trató, dolida
en cierta ocasión por un comentario inoportuno que se había expresado a
propósito de un hermano suyo muerto en el frente de batalla, tuvo intención de
buscar a quien lo había hecho. Se lo comunicó al Siervo de Dios «y no recuerdo
que me dijese nada -refiere-; se sonrió con aquella franca sonrisa que él
tenía, y no fué necesario más».
Nadie recuerda que tuviese discusiones
nunca. Pero además, sabia enderezar las conversaciones de tal manera que
cesasen las críticas e insensiblemente se pasase a hablar de las virtudes y
buenas cualidades de aquellos mismos que antes habían sido objeto de
comentarios desfavorables. A muchos servía este ejemplo del Siervo de Dios de
norma de conducta y modelo al que imitar en sus palabras y conversaciones.
Todo
lo cual, etc.
124.-Evitó murmuraciones.-Nunca
se oyó hablar
mal de nadie al Siervo de Dios; no censuraba los actos de los demás, ni se
permitía el más ligero comentario que denotara falta de caridad para con el
prójimo.
En una ocasión, durante la
carrera, recibió una calificación
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cación absolutamente injusta en opinión de
todos: la reacción del Siervo de Dios demostró su caridad heroica, pues se
limitó a mostrar su sentimiento, sin hacer reproche alguno para el profesor que
tan arbitrariamente le había tratado.
Durante su estancia en los
Sanatorios, y a pesar de que en todo enfermo es natural y excusable la
predisposición a ser exigente, jamás murmuró de ninguno de los que le atendían.
Con indulgencia y buen humor disculpaba las faltas y las equivocaciones. Cuenta
una de las enfermeras que el Siervo de Dios nunca se quejó de nada, y que aún
se excusaba por las molestias que proporcionaba, cuando era la propia enfermera
quien, por haber sufrido alguna equivocación, tenía que repetir algo.
Todo lo
cual, etc.
125.-Con sus compañeros.-Sus compañeros de carrera le
recuerdan lleno siempre de generosidad y desprendimiento; prestaba sus notas de
clase, facilitaba sus ejercicios prácticos, y todos, incluso los que le
trataron superficialmente, están de acuerdo en reconocer la bondad y afabilidad
que ponía en su trato. Su madre acostumbraba a decirle: «Tú haces los problemas
y ellos te los copian»; el Siervo de Dios, como siempre, sonreía.
Un compañero suyo, mutilado, que
trabajó a sus órdenes, refiere la agradable sorpresa que le produjo el
recibimiento que el Siervo de Dios le dispensó, «quien –dice-había cuidado
personalmente de todos los detalles para que nada me faltara en el momento de
empezar a trabajar. En un principio creí que todas las atenciones que conmigo
tenía se debían a mi mutilación: después pude comprobar que no sólo se debían a
esta circunstancia, sino principalmente a su excepcional bondad».
Todo lo cual, etc.
126.-Con sus inferiores.-El hábito de caridad del
Siervo de Dios se extendía a todos por estar fundado en
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el amor divino. Trataba a sus inferiores con extraordinaria
delicadeza y evitaba con sumo cuidado darles trabajo innecesario.
Una criada de la pensión donde
vivió el Siervo de Dios en Málaga, recuerda muchos detalles de este tipo: «Fué
-dice- el mejor huésped que tuvo la casa. A los pocos días de llegar se dió
cuenta de que era preciso que una sirvienta se levantase a servirle el
desayuno, puesto que oía Misa muy temprano y después marchaba a su trabajo:
desde entonces no fué necesario que lo hiciesen más, porque les obligó a que se
lo dejaran preparado por la noche».
De la misma forma se comportó
siempre con sus inferiores. El peluquero que le atendía durante la enfermedad
recuerda que el Siervo de Dios acostumbraba a pedirle perdón, por creer que le
hacia perder el tiempo cada vez que, al sobrevenirle los ahogos -en cualquiera
de los cuales podía morir- le obligaba a interrumpir su trabajo.
Todo
lo cual, etc.
127.-Con sus alumnos.-Los
que fueron sus
alumnos en la Escuela Industrial de Málaga, conservan todos un recuerdo vivo y
agradable del Siervo de Dios por su gran caridad para con ellos, que se
manifestaba en la paciencia con que repetía sus explicaciones hasta que eran
comprendidas por todos, en las facilidades que les daba cuando acudían a él en
busca de orientación profesional, y en la exquisita delicadeza de su trato.
Alguno conserva todavía notas
tomadas en la clase de matemáticas que explicaba el Siervo de Dios y que éste
corrigió personalmente. «Se dió el caso -recuerdan- de citarnos en su domicilio
particular para que con más tranquilidad expusiéramos nuestras dudas, sin
reparar en hora ni tiempo y sin notar en él cansancio ni disgusto. Por el
contrario, nos despedía siempre con su sonrisa característica».
Cansado del trabajo, después de
las diez horas transcurridas
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en la oficina y en la Escuela, cuando llegaba
a su pensión de Málaga atendía a los obreros alumnos con todo cariño, «como si
no tuviera nada más importante que hacer» -escribe uno de ellos-, y como si no
hubiera hecho nada durante el día.
Todo
lo cual, etc.
128.-Con sus
obreros de Málaga.-Su caridad en el trato con los obreros era sin
limites, y más meritoria por realizarla con total independencia de ideología
política y en un ambiente envenenado por doctrinas sectarias.
Se necesitaban entonces
condiciones excepcionales para exigir a los obreros que cumpliesen sus
obligaciones sin indisponerse con ellos. En una visita a los Talleres de
Málaga, realizada a fines de 1947 por varios hermanos del Siervo de Dios en la
Obra, recogieron numerosos testimonios de los obreros, quienes, a pesar del
tiempo transcurrido, todavía conservan vivo su recuerdo y su cariño hacia él.
En los Talleres fué respetado en
todo momento por contramaestres, jefes de equipo y obreros; al llegar a un
pabellón ofrecía la mano con una sonrisa a aquellos a quienes tenía que
dirigirse o dar órdenes. «Nunca tuvo ningún obrero queja de él -dice uno de
ellos-. No creo que ninguno pueda tener- un resentimiento contra el señor
Zorzano. La prueba
es que muchos iban a Madrid a saludarle y que, cuando terminó la guerra, se
alegraron todos mucho de que no le hubiera pasado nada».
Todo
lo cual, etc.
129.-Con sus subordinados
en Madrid.-En las oficinas de la Red Nacional
de Ferrocarriles, al morir el Siervo de Dios, decían sus subordinados «que
habían quedado como huérfanos», porque en vida se había ocupado mucho de ellos.
Desde el primer día, al incorporarse a su destino, les había causado una viva
impresión, pues se les ofreció con la mayor cordialidad. Todos hablan de
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cómo les animaba cuando tenían que sufrir un
examen, cómo les facilitaba el trabajo y se interesaba por ellos sin hacer
distinción alguna. Cuando alguno iba a visitarle al Sanatorio, preguntaba el
Siervo de Dios por todos y cada uno de los empleados y por sus pequeños
problemas o dificultades profesionales y familiares.
Todo
lo cual, etc.
130. Su
caridad al corregir.-Se manifestó esta caridad heroica del Siervo de
Dios siempre que había de advertir a sus subordinados algún descuido en el
cumplimiento de sus deberes.
Cuando en los Talleres tenía que
corregir a algún obrero, lo hacía de forma que sus palabras no le pudiesen
herir. Extremaba asimismo su delicadeza en las correcciones que había de hacer
a los alumnos, y cuando éstos se hacían merecedores de alguna reprensión,
procuraba hacerlo de manera que tan sólo los interesados recibiesen la
indicación oportuna, corrigiendo lo que era preciso corregir, pero «quedando
todos convencidos -recuerda uno de ellos- de su falta de violencia, pues su
palabra comedida no daba lugar al más pequeño resentimiento».
Dice un obrero ajustador que
estuvo a sus órdenes: «Jamás noté en él un gesto violento para ninguno de mis
camaradas, y mucho menos le vi castigar a nadie; por eso y por todas las
virtudes que le adornaban, sentimos en el alma el día que se marchó de estos
talleres, y más aún su muerte».
Todo
lo cual, etc.
131.-Caridad
con los
pobres.-Fué
para el Siervo de Dios motivo de particular alegría poder hacer el bien entre
los pobres y humildes, en quienes veía a Jesucristo Nuestro Señor, hecho pobre
por amor a las almas. Todos los años, el día de Reyes, organizaba en Málaga un
reparto de juguetes entre los niños pobres del Colegio de las Religiosas
Adoratrices. Dedicaba los domingos a visitar a los pobres; en
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los barrios humildes atendía a familias
indigentes y ancianos imposibilitados, que vivían en extrema pobreza. Muchos de
ellos, enfermos, recibían su visita habitualmente, y el Siervo de Dios les
hacía las curas con una solicitud admirable. Recuerda uno de los que le acompañaban
que un domingo, paseando con él, como de costumbre, por el campo, llegaron a
una aldea «en donde había un niño de unos seis años enfermo y con la cabeza
llena de llagas, y cómo el Siervo de Dios le curó con todo cariño durante algún
tiempo».
Refiere esta misma persona que
un domingo llevó el Siervo de Dios a su domicilio a varios ancianos pobres a
los que solía atender, «les besó los pies y se los lavó, y observando que uno
de ellos estaba enfermo con tiña, todas las tardes, a partir de aquel día, lo
lavaba y curaba, consiguiendo su curación en una semana. El enfermo manifestó
que llevaba treinta años sin encontrar medio de curarse ni médico que pudiera
conseguirlo. Aquello fué extraordinario en el barrio obrero, donde llegaron a
llamarle el padre de los pobres».
Todo
lo cual, etc.
132. Con los asilados.-En la Casa del Niño Jesús, Asilo de
Málaga en que se recogía a los «golfillos», el Siervo de Dios, después de sus
jornadas agotadoras, daba clases nocturnas, y muchos días salía con un grupo de
asilados de paseo. En sus cartas de esta época cuenta cómo se había encargado
él de estas clases, dedicándoles las últimas horas de las tardes; cómo
acompañaba después a los niños a la Capilla, donde rezaban antes de acostarse,
lo que obligaba al Siervo de Dios a salir del Asilo bastante tarde: «No os
podéis dar idea -decía- de la extraordinaria satisfacción que experimento
cuando estoy rodeado de estos desgraciados chicos, hijos del arroyo, desecho de
la sociedad, sin cariño ni consuelo de los suyos; cómo vibran sus corazones
cuando oyen hablar de El».
En varias ocasiones, se le vió
entrar en la iglesia de
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San Juan de Málaga, seguido de veintiocho o
treinta asilados, a los que llevaba para que hiciesen Ejercicios espirituales.
Uno de éstos, a quien el Siervo de Dios se vió obligado a reprender varias
veces y a reintegrarle al Asilo cuando pretendía escaparse, dice «que ahora
veía claro y agradecía lo que entonces se había preocupado por él, y que por
eso le recordaba con gran agradecimiento».
Todo
lo cual, etc.
133.-Con
los enfermos.-Con los enfermos extremaba también el Siervo de
Dios-su delicadeza y su caridad heroica.
Cuando estudiaba en Madrid,
acompañaba a Misa los domingos a una pariente lejana que, por ser de edad
avanzada, no podía ir sola. Durante la guerra civil tuvo oportunidad de
ejercitar obras de caridad con muchos enfermos y necesitados. El Siervo de Dios
les proporcionaba alimentos con gran frecuencia y les animaba con su alegría y
optimismo; «cuando mi padre estaba próximo a morir -dice uno de sus compañeros-
la visita de
Isidoro era una de sus mayores alegrías». Recorría cárceles y checas de Madrid
buscando encarcelados y procurándoles consuelo y alivio.
En el Sanatorio no podía comer por
sí mismo y era necesario ayudarle, pero si oía el timbre de otro enfermo,
recuerda la enfermera que le solía decir el Siervo de Dios: «Vaya, hermanita,
yo puedo esperar», y no quería seguir comiendo hasta que el otro hubiera sido
atendido.
Recuerda asimismo uno de sus
médicos que en una ocasión el Siervo de Dios tuvo que esperar ante el gabinete
de rayos X durante largo rato, en un corredor frío e incómodo, de tal manera
que el mismo médico llegó a impacientarse, mientras aquél, con una sonrisa, le
hacía ver que se encontraba muy bien, y le recomendaba paciencia, puesto que se
estarían ocupando de otro enfermo.
Todo lo cual, etc.
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134.-Con sus superiores.-Su espíritu de caridad
para con el prójimo se manifestaba asimismo en el cariño y amor que tuvo
continuamente al Fundador del Opus Dei; edificaba a sus hermanos el respeto con
que el Siervo de Dios hablaba siempre de él y el grado en que se preocupaba de
todas sus cosas. Hacía ver a los demás que el Fundador llevaba el peso de la
Obra, y que era imprescindible que le tuvieran un amor muy grande y pidiesen a
Dios una parte de la pesada carga que tenía sobre sí. Recomendaba que cada día
ofreciesen sacrificios por él y le encomendasen en el Memento de la Santa Misa.
Le preocupaba la salud del Fundador
más que la suya propia, aun en medio de sus sufrimientos. Incluso en los
momentos de su agonía estaba pendiente de las molestias que pudiesen
ocasionarle al Fundador sus frecuentes viajes; frente al domicilio del Fundador
se había instalado un cine sonoro al aire libre -era entonces época de verano-,
y el Siervo de Dios, en instantes de extrema gravedad, tenía la preocupación de
que el bullicio y el ajetreo de aquel lugar de espectáculos «no dejarían
trabajar al Padre».
Y para todos sus Superiores en
el Opus Dei mostraba el máximo respeto y cariño.
Todo lo cual, etc.
135.-Caridad fraterna-El Siervo de Dios se
distinguió siempre por la caridad para con sus hermanos en el Opus Dei, hacia
los que sentía verdadero cariño, un cariño con base humana, pero hondamente
sobrenatural.
Nunca un detalle de amor propio,
ni en sus opiniones ni en su conducta, alteró esta caridad constante y heroica.
Admiraba con facilidad las cualidades de sus hermanos, y en esta admiración
experimentaba gran alegría; no distinguía con singularidades a nadie, sino que
su cariño era igual para con todos; no juzgaba imprudentemente sus acciones y
procuraba hacerles la vida agradable, adelantándose a sus deseos, evitándoles
pequeñas molestias, con
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tan finos detalles de caridad que, en
ocasiones, sólo más tarde eran advertidos por los mismos interesados.
Aquel a quien se dirigía notaba,
con que sólo pronunciase su nombre, un cariño sincero y hondo, que no podía ser
más que exclusivamente sobrenatural. Veía el Siervo de Dios en sus hermanos,
efectivamente, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y se esforzaba por
infiltrar en ellos esta realidad de la unión de todos.
Todo
lo cual, etc.
136.-Preocupación
por sus
hermanos.-Una manifestación de este espíritu
de fraternidad era la preocupación por sus hermanos; aquel seguir paso a paso
sus asuntos y problemas, no era sino fruto de su habitual caridad heroica, que
se encendía en las llamas del amor a Dios.
Diariamente tenía presentes a
sus hermanos en la oración y encomendaba sus trabajos y apostolado. En sus
conversaciones recomendaba mucho la fraternidad, pero sobre todo la enseñó con
el ejemplo; en su vida de familia, en su trabajo, en sus estudios, no
desaprovechó oportunidad de ayudar a los demás, muchas veces después de volver
de la oficina cansado de su trabajo profesional.
En una ocasión, dice uno de sus
hermanos, «teníamos que reunirnos Isidoro y yo para que me enseñase el manejo
de la administración y copiar unos formularios de cuentas. Se organizó
entretanto una visita a El Escorial. Isidoro comprendió que me gustaría ir y me
dijo que fuese: al volver ya había copiado él todos los formularios».
Todo
lo cual,
etc.
137.-Durante
la guerra (I).-El Siervo de Dios demostró de manera
extraordinaria, durante la guerra, su caridad heroica, su celo y preocupación
por sus hermanos. En momentos tan difíciles se preocupó exclusivamente del
Fundador y de los demás miembros de la Obra.
Heroica fué esta caridad, ya
que, por su condición de
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ciudadano argentino, podía perfectamente
salir de Madrid y pasar a la zona nacional en cualquier momento; sin embargo,
prefirió permanecer en zona roja, a pesar de todas las privaciones y peligros,
tan sólo por ayudar a sus hermanos, que necesariamente habían de permanecer
allí.
El Siervo de Dios
ayudaba y sostenía de esta manera a sus hermanos perseguidos con su
conversación, con su trabajo y, sobre todo, con su ejemplo. Les llevaba
noticias y cartas de los demás, «calor de familia», como él decía, y, con una
solicitud especial, las meditaciones que daba el Fundador en su refugio y que
el Siervo de Dios se aprendía todos los días de memoria para que de esta manera
pudiesen llegar a los que estaban aislados, sin contacto directo con el
Fundador.
Todo
lo cual, etc.
138.-Durante
la guerra (II).-En aquella época, en que nadie
visitaba a los presos por el riesgo que suponía para la propia vida, el Siervo
de Dios no dejó un solo momento el papel de enlace de todos sus hermanos
encarcelados o refugiados en Embajadas, aunque por ello tuviese que sufrir
humillaciones y peligros.
Olvidándose de sí mismo, no
cesaba de buscar oportunidades para conseguir alimentos, incluso en los
cuarteles o en los servicios de la Cruz Roja, a donde iba en busca de rancho y
pan que después repartía entre los demás miembros de la Obra; y con tal de
lograrlo, nada le importaba sufrir largas esperas y numerosas groserías e
impertinencias de ciertos encargados del .reparto; sus hermanos no
se enteraban entonces de los procedimientos que el Siervo de Dios empleaba para
conseguir víveres: con regularidad perseverante le veían aparecer provisto de
los alimentos que a fuerza de paciencia y caridad había conseguido. Además,
tenía que salvar, el obstáculo de ver que también algunos de sus parientes
cercanos pasaban hambre, en aquellos tiempos durísimos para los habitantes de
Madrid.
Todo
lo cual, etc.
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139.-Corrección
fraterna.-El Siervo.
de Dios estaba lleno de comprensión, caridad y cariño para con sus hermanos, y
por eso no descuidaba la corrección fraterna, realizándola siempre con gran
delicadeza, con prudencia y caridad exquisita.
Recuerdan muchos de sus hermanos ocasiones en que tuvo que llamarles
la atención sobre algún detalle y cómo siempre sabía hacerlo de manera que no
sólo era imposible reaccionar mal, sino que la corrección les llenaba de
tranquilidad y de alegría y aumentaba su visión sobrenatural. Todos quedaban
agradecidos ante sus advertencias.
Sabía
corregir de tal manera que ayudaba eficazmente a poner los medios para
rectificar la conducta, de forma que el interesado se daba cuenta de que tenía
en el Siervo de Dios un sólido apoyo. Recuerda uno de sus hermanos que, cuando
tenía alguna dificultad o error en las cuentas, el Siervo de Dios le ayudaba a
buscar la equivocación, y sus frases habituales eran: «Tenemos que
fijarnos...»; «vamos a ver...», pronunciadas con un especial acento lleno de
caridad que estimulaba a hacer las cosas con toda perfección.
Todo
lo cual, etc.
140.-Celo
por la salvación de las almas.-Su caridad heroica para
con el prójimo alimentaba en el Siervo de Dios un verdadero celo por la
salvación de las almas, que le hacía orar por los pecadores y realizar con su
palabra y con su ejemplo una eficaz labor de apostolado.
Se
dolía de la poca religiosidad de los hombres y de su apartamiento de Dios. «¡En
qué estado más lamentable está este pueblo! ¡Qué labor tan enorme tenemos que
realizar!», escribía desde Málaga en 27 de octubre de 1931; y en 4 de enero de
1932, decía: «En los templos se observa menos gente y menos devoción; es una
verdadera
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pena. Parece en la
vida moderna que todo lo que se crea, todo lo que se produce, tienda a oponerse
al objetivo de nuestra existencia, que es amar a Dios».
Todavía
recuerdan algunos de los que le trataron en Málaga, cómo su amistad e influjo
hizo cambiar radicalmente a muchos que estaban apartados de las prácticas de
piedad, y cómo les animó incluso a que fuesen socios activos de la Acción
Católica. Otros recuerdan que les preguntaba con frecuencia, en tono lleno de
caridad y de manera que les era imposible quedar heridos: «¿Te has confesado?
¿Has ido a Misa?», etc.
Todo
lo cual, etc.
141. Espíritu
de apostolado.-Este celo heroico por el
bien espiritual del prójimo, le llevaba a hacer apostolado con todos los que le
rodeaban, amigos, compañeros, inferiores.
Aún
recuerdan algunos compañeros suyos de la Escuela de Ingenieros, cómo recibieron
de él orientaciones y claro criterio en puntos de Religión, lo mismo en sus
tiempos de estudiante que después. En Málaga no dejó de realizar su labor de
apostolado en los Talleres, a pesar de la verdadera lucha social en que se
vivía y de que gran parte de los obreros eran de ideas comunistas. Aprovechaba
la intimidad de las clases particulares que daba a algunos de sus alumnos fuera
de la Escuela para acercarles a las verdades de la Religión o afianzarles en
ellas. Y todas aquellas excursiones organizadas por él servían no solamente
para edificar con su ejemplo, sino también para afianzar la fe y las creencias
de los demás con su palabra, o agudizar la conciencia de su responsabilidad
como católicos. Don Rafael del Castillo, Juez de Málaga que le acompañó de
joven en estas excursiones, dice que sus consejos y advertencias continúan
siendo para él «normas de conducta que procuro sentir y seguir con toda la
perfección y pureza que él indicaba, necesarias para que fuesen eficaces a
nuestra salvación y agradables a los ojos del Señor»;
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y que esta labor del Siervo de Dios hizo
descubrir a muchos que le trataban «nuevos horizontes de perfección».
Todo
lo cual, etc.
142.-Obras
de apostolado.-Además del apostolado que como ingeniero y
como profesor llevó a cabo entre obreros y estudiantes, y de la eficaz labor
que realizaba con la palabra y el ejemplo entre sus compañeros y cuantos le
trataban, el Siervo de Dios realizó otros apostolados. Así, por ejemplo, fué el
promotor y el alma de la fundación en Málaga de la Federación de Estudiantes
Católicos; y trabajó activamente en la Acción Católica desde que esta obra
comenzó- a desarrollar su apostolado en aquella ciudad.
Una vez en Madrid, este afán de
apostolado se concretó en la labor con los estudiantes de las Residencias
dirigidas por socios del Opus Dei. Y hasta tal punto se entregaba a esta labor
de apostolado que en alguna ocasión le valió de su madre el siguiente comentario:
«¡Qué necesidad tienes tú de educar a los hijos de los demás! ».
Todo
lo cual, etc.
143.-Proselitismo.-Constantemente,
y sin que fuera advertido, ofrecía al Señor muchas mortificaciones, muchas
oraciones e innumerables detalles heroicos de su vida cotidiana, pidiendo por
la labor de proselitismo. Ya en Málaga procuraba hacer amistad con estudiantes
y compañeros para atraerlos al apostolado de la Obra, y expresaba su inmensa
satisfacción y su agradecimiento a Dios cuando tenía noticia de alguna nueva vocación.
Durante la guerra animaba a sus
hermanos y les contagiaba su fuego y su espíritu de proselitismo. «Donde antes
mi fe sólo servía para sostenerme -cuenta un hermano suyo, recordando la
influencia ejercida sobre él por el Siervo de Dios-, me vi impelido a hacer
proselitismo con otros. Porque entonces me di cuenta de que, aun en
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medio de aquellas circunstancias, vivían a mi
alrededor almas a las que pegar mi vocación».
Este espíritu de proselitismo
hacía decir con frecuencia al Siervo de Dios: «Hemos de pedir intensamente
nuevas vocaciones, pero sin que nos preocupe si somos muchos o pocos: el Señor
ha ido enviando vocaciones conforme hacían falta». Y lleno de alegría comentaba
frecuentemente lo hermoso que sería, al cabo de algunos años, «ir a cualquier
parte del mundo y encontrar allí un hermano».
Todo
lo cual, etc.
144.-Apostolado
con sus hermanos más jóvenes.-Extraordinario fué el deseo de
afirmar en su vocación a los más recientes en la Obra. Durante la guerra velaba
por todos los que le estaban confiados, y sabía proporcionarles todo lo que
pudiera ser acicate en su vida interior, aunque para hacerlo hubiera de poner
en peligro su vida. De aquella época, dice uno de sus hermanos que el Siervo de
Dios, «con paciencia extraordinaria, no cesaba de escribir y de animarme,
aunque muchas veces no recibiese respuesta en mucho tiempo». Y ésto hacía que
las vocaciones recientes sintiesen por él, en aquellos días de la persecución
roja, «una admiración sin límites, provocada por su caridad heroica, por muy
callada y discreta que fuese».
Eran constantes sus oraciones y
sus sacrificios, grandes y pequeños, por las nuevas vocaciones y por las que
habían de venir. Innumerables, son las pruebas de cómo sabía aprovechar las
ocasiones para este fin. «Cuando volvía en el tranvía con alguno de sus nuevos
hermanos -dice uno de ellos-, aprovechaba el tiempo para decir frases que
hacían pensar sobrenaturalmente». En un viaje que hizo a Andalucía «preguntó
antes de salir los nombres de los nuevos y sus estudios, y así, en cuanto
llegó, pudo llamar a cada uno por su nombre y hablarles de sus cosas».
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«Me
extrañó el cariño con que me trataba -dice otro- y las cosas tan útiles que me
decía en aquellos momentos primeros de mi vida en la Obra. Cuando me despedí de
él lo hice con, la convicción de que había encontrado un cariño verdadero».
Todo lo cual, etc.
145.-Caridad en su enfermedad.-Su preocupación
por los demás, lejos de disminuir conforme su enfermedad paulatinamente se
agravaba, fué creciendo de manera continua.
Recibía
a todos con una sonrisa llena de dulzura y cordialidad, disimulando u olvidando
su propio dolor. A pesar del apagamiento de la voz y de la asfixia que le
interrumpía y le torturaba, sostenía heroicamente conversaciones familiares,
siempre alegre, cariñoso y divertido; aprovechaba toda oportunidad para
fortalecer con su palabra la vocación y la visión sobrenatural de los que le
visitaban, quienes recibían así del agonizante ánimo e impulso. Y estaba
siempre pendiente de todos, e incluso se les ofrecía por si de alguna manera
les podía ayudar.
Las
enfermeras estaban admiradas, porque era el enfermo que menos molestaba, a
pesar de ser uno de los más graves de cuantos se encontraban en el Sanatorio; y
es que el Siervo de Dios, por no causar la menor molestia, era capaz de
prescindir del servicio más necesario.
Dice
una religiosa de uno de los Sanatorios en que estuvo el Siervo de Dios, que
éste, por su extrema debilidad, no conseguía hablar, aunque se esforzaba, sino
en voz casi imperceptible: «y si alguna vez, por no haberle comprendido, se
interpretaba mal su deseo, pedía perdón por no haber hablado bastante alto y
haber sido motivo de molestias».
Todo lo cual, etc.
146.-Olvido de sí mismo.-A
este hábito de caridad heroica del Siervo de Dios iba unido un absoluto olvido
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de sí mismo, siempre
admirable, pero sobre todo durante su enfermedad.
Cuando,
por haberse agravado, fué preciso velarle de noche, se lamentaba de ocasionar esta
molestia a sus hermanos. «Una noche fui a velarle -dice uno de ellos- y resultó
que fui yo el velado; Isidoro estuvo toda la noche preocupado por si yo dormía
bien». El, que no podía dormir por sus dolores, se cuidaba de que nadie tuviese
la menor incomodidad. Hay muchos testimonios como el siguiente: «Apenas pudo
dormir algunos ratos sueltos. A la mañana siguiente, en cuanto vió que me
levantaba, su primera pregunta fué: ¿Has podido dormir?; y cuando le dije que
sí, quedó muy contento».
Decía
el Siervo de Dios que no quería perder el espíritu sobrenatural pensando en los
pequeños problemas de su enfermedad. Y que sólo deseaba preocuparse de la Obra
y de los demás. Únicamente temía desaprovechar alguno de sus sufrimientos y no
ofrecerlo al Señor.
Jamás hablaba
de su enfermedad, sino cuando se le preguntaba, y siempre procurando quitarle
importancia. Comentaba en cierta ocasión un pariente suyo que había ido a
visitarle: «Pero este Isidoro siempre me dice que está muy bien. No hay modo de
saber cómo se encuentra». En cambio, el Siervo de Dios de continuo estaba
pendiente de los demás: «De todos me acuerdo mucho». «Este chico tiene que
cuidarse». «Está muy delgado». «He encontrado a... con mala cara. Tiene mucho
trabajo», etc.
El
mismo día en que recibió la Extremaunción, llegó uno de sus hermanos a
visitarle con la gabardina mojada por la lluvia. El Siervo de Dios, a pesar de
su extrema gravedad, olvidado como siempre de sí mismo, le dijo: «Quítate la
gabardina enseguida, que vas a coger una pulmonía».
Todo lo cual, etc.
147.-Apostolado en su enfermedad
(I).-El celo de
toda su vida hizo que aun en medio de sus cruentos dolores no
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disminuyese su preocupación por
la salvación de los demás. Tan arraigado tenía el hábito de caridad heroica
hacia el prójimo, que era ejemplo para sus hermanos de cómo puede hacerse labor
de apostolado, no tan sólo mediante el ofrecimiento de todos sus dolores, sino
incluso de una manera activa.
Procuraba, a pesar de su extrema
fatiga, sostener una conversación con cuantos le era posible, y a través de sus
palabras se traslucía el gran deseo que ardía en el fondo de su alma de que
todos fuesen mejores. Incluso aprovechaba el tema de su propia muerte para
hacer apostolado. De un amigo suyo que fué a visitarle al Sanatorio se supo
que, después de hablar con él, salió tan edificado que decidió cambiar y
mejorar su vida. A todos recibía con gran cariño, pero en estas ocasiones
hablaba más íntimamente de la alegría, paz y tranquilidad que se siente al
morir cuando se ha vivido entregado a Dios; o de otro tema propio para el
aprovechamiento espiritual de quien le escuchaba.
Hasta sus últimos días se
reanimaba cuando oía hablar de apostolado, y, con un susurro apenas
inteligible, decía: «Hay que moverse; hay que trabajar por llevar más almas a
Dios».
Todo lo cual, etc.
148. Apostolado en su enfermedad
(II).-Muchos
días a lo largo de su enfermedad, apenas podía prestar atención a lo que se le
decía. Pero cuando se le hablaba de algo relacionado con la Obra, manifestaba
inmediatamente su interés. Frecuentemente se interesaba por sus hermanos de una
u otra casa, por los trabajos de todos, por cuanto tenía relación con la Obra.
Y de pronto interrumpía la conversación para decir, por ejemplo: «En la
Residencia de estudiantes de... hay Ejercicios estos días; ¡hay que
acordarse!».
A propósito de la labor de estas
Residencias de estudiantes, acostumbraba a decir: «A las casas hay que darles
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ambiente de amor de Dios y de servicio a
nuestros prójimos. Tenemos que darnos más. Tenemos que pedir mucho y todo el
día lo tengo presente». Con todo pormenor seguía la labor de estas casas y
encomendaba las vicisitudes y progresos de las nuevas Residencias.
Y hablando de la expansión de la
Obra, comentaba: «Se ha trabajado mucho, pero aún queda muchísimo que hacer»; y
siempre animaba a todos, mostrándoles perspectivas inmensas en el trabajo al
servicio de Cristo, propio de su vocación. Desde la cama seguía pendiente de
los apostolados de la Obra y de cada una de las tareas concretas de sus
hermanos.
Convencido de que la vocación es
la mayor gracia que Dios concede a las almas, el Siervo de Dios mantenía viva
en su lecho de muerte la preocupación por las nuevas vocaciones. «Hablaba con
palabras entrecortadas -refiere uno de sus hermanos- y repetía: Vocaciones,
vocaciones, animándome a la labor de proselitismo para propagar la gloria de
Dios, y procurar que muchas almas le amasen hasta el entregamiento total»..
Todo
lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído,
o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además,
sus fuentes de información.
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VIII – Capítulo
X>>
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