Venga
a nosotros tu reino
Autor: Gervasio
Obreros madrileños en
la cúspide de las actividades
La segunda petición del padrenuestro es venga a nosotros tu reino. En latín: adveniat regnum tuum. Son palabras de Jesucristo (Mateo, 9,10),
cuando enseña a rezar a sus discípulos. Los judíos esperaban del Mesías un
reino terrenal, una liberación política, su independencia como pueblo o algo en
esta línea. Al preguntarle los fariseos cuándo
llegará el reino de los cielos, respondiéndoles les dijo:
—El reino de los cielos no vendrá
aparatosamente. No se podrá decir: “está aquí” o “está allí”. Dentro de
vosotros es donde encontraréis el reino de los cielos (Lucas 17, 20-21)
Ante
Pilatos Jesús se expresa así:
— Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis seguidores
habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero no. Mi Reino no
es de aquí.
Pilatos le dijo:
— Con que ¿tú eres rey? Jesús le
contestó:
— Tú lo dices: soy Rey. Yo nací y vine
al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz (Juan 18, 38-38).
Regnare Christum volumus! Es una
jaculatoria muy del fundador del Opus Dei. Dios y audacia! -"Regnare Christum volumus!", leemos en el
punto 11 de Camino... Aparece
igualmente en la decretal de canonización de Sanjosemaría y en el lema del
escudo episcopal de Álvaro del Portillo, que en recuerdo del fundador adopta
como mote Regnare Christum volumus.
En la misma línea se mueve la costumbre de recitar el salmo II los martes. Se recita todos los martes— leemos en la
literatura oficial—, antes o después de
la oración de la mañana, después de
invocar al Ángel Custodio, para que nos
ayude en la oración, y de besar el rosario, como muestra de amor a la Señora. Este día se lleva el texto de la
oración del Salmo II a la oración de
la tarde. Es un salmo que tiene un
contenido particularmente rico: habla de la instauración del
reino de Cristo, que es nuestro mayor deseo —regnare Christum volumus!—,
de la filiación divina, que está en la base
del espíritu de la Obra, que nos hace alter Christus, y nos lleva a reinar con El; de nuestra
misión apostólica que se extiende hasta los
confines de la tierra; etc. Los
templarios, antes de entrar en combate, de pie y con las armas prestas, cara al
enemigo, junto a sus cabalgaduras, recitaban el Salmo II. Me dijeron que
la costumbre de los templarios no había inspirado la de la Obra. En el punto 301 de Camino
se lee: Un secreto. -Un secreto, a voces:
estas crisis mundiales son crisis de santos. -Dios quiere un puñado de hombres
"suyos" en cada actividad humana. -Después... "pax Christi in regno Christi" -la paz de Cristo
en el reino de Cristo.
Pío
XI en su encíclica Quas Primas, de 11-XII- 1925 -cuando el fundador
acababa de ordenarse- instituye la festividad de Cristo Rey, que se celebra
el último domingo de octubre, como cierre del año litúrgico.
Pilar Urbano, en su "El hombre de Villa Tevere" escribe: cuando
Pío XI ocupaba la Silla de Pedro- "me ponía con la imaginación
junto al Santo Padre, cuando el Papa celebraba la Misa… Yo no sabía,
ni sé, cómo es la capilla del Papa; pero al terminar mi rosario,
hacía una comunión espiritual, deseando recibir de sus manos
a Jesús sacramentado. No os extrañe que me den una santa envidia
aquellos que tienen la fortuna de estar cerca del Santo Padre materialmente,
porque pueden abrirle el corazón, porque pueden manifestarle la estimación
y el cariño". Es el papa que en 1929 celebra con Mussolini
los Pactos de Letrán, mediante los cuales, además de firmarse
un concordato, se resuelve la llamada cuestión romana, consistente
en que los papas no terminaban de aceptar la anexión de los Estados
Pontificios a Italia. Pío XI animó a los católicos italianos
en las elecciones de marzo de 1929 a que votaran por Mussolini como un hombre
enviado a nosotros por la Providencia. Con los pactos de Letrán, Italia
se convierte en un Estado confesionalmente católico y se crea el minúsculo
Estado de la Ciudad del Vaticano.
Recuerdo
oír a Sanjosemaría descalificar a Pío XI por la estipulación de los Pactos de
Letrán.
—Fue un acuerdo entre dos compinches, sin
contar con nadie, comentaba.
El
sentido del reproche —si no capté mal la idea, que también es posible— es que
Pío XI podía haber obtenido mucho más. Le hubiese gustado que, por respeto al
papado, la capital de Italia no se hubiese fijado en Roma, sino en Florencia.
En cualquier caso Pío XI (1922-1939) es el papa reinante durante la formación
de Escrivá como clérigo. La encíclica por la que se instaura la festividad de
Cristo Rey viene precedida por la encíclica Ubi
arcano, de 23 de diciembre de 1922, sobre La Paz de Cristo en el Reino
de Cristo, cuando Escrivá todavía no era sacerdote. Tenía veinte años.
La
encíclica Ubi Arcano muestra añoranza
por aquellos papas medievales —tipo Inocencio III— que mandaban en el concierto
de esas naciones cristianas que hoy llamamos Europa y antes se llamaba república cristiana. En ella leemos: Es que no hay institución alguna humana que
pueda imponer a todas las naciones un Código de leyes comunes, acomodado a
nuestros campos, como fue el que tuvo en la Edad Media aquella verdadera
sociedad de naciones que era la familia de pueblos cristianos. En la cual,
aunque muchas veces era gravemente violado el Derecho, con todo, la santidad
del mismo Derecho permanecía siempre en vigor, como norma segura conforme a la
cual eran las naciones mismas juzgadas. Pero hay una institución divina que puede custodiar la santidad Del
derecho de gentes; institución que a todas las naciones se extiende y está
sobre las naciones todas, provista de la mayor autoridad y venerada por la
plenitud del magisterio: la Iglesia de Cristo; y ella es la única que se
presenta con aptitud para tan grande oficio, ya por el mandato divino, por su
misma naturaleza y constitución, ya por la majestad misma que le dan los
siglos, que ni con las tempestades de la guerra quedó maltrecha, antes con
admiración de todos salió de ella más acreditada. Posteriormente Pío XI
apoyaría la democracia cristiana, tras la encíclica Quadragesimo anno de 1931.
A
Sanjosemaría no le agradaba la idea de un partido político confesional;
rechazaba la idea de catolicismo oficial. Y lo decía de corazón. No le gustaba
la confesionalidad empezando por empresas tales como colegios mayores y casas
de retiro espiritual —que en el Opus Dei llevan nombres de árboles o de peñas;
pero no de santos—, ni que se notase en un numerario que fuese católico. Debía
ocultar que iba a misa, escondiendo el misal. Debía abstenerse de saludar a un
sacerdote por la calle. Eran indicaciones de entonces. El Colegio Mayor la
Estila —construido por Fisac en Santiago de Compostela— no tenía nombre de
santo; pero se obligaba a los residentes a rezar el rosario. Algunos se
escondían hasta debajo de las camas y había que sacarlos de allí y arrastrarlos
para que a como diese lugar practicasen esta devoción mariana. Fuera del Opus
Dei había y hay colegios mayores con nombre de santo. En el colegio Mayor San
X, el director estaba indignado ante el encarecimiento de la factura de los
desayunos. Los residentes de San X introducían en sus habitaciones compañeras
con las que practicaban actividades distintas de las de rezar el rosario. El
director del Colegio Mayor San X se quejaba sobre todo de que la factura de
desayunos se disparaba. En vez de pagar desayunos para los sesenta residentes,
había que pagar cien desayunos.
Ser
católico y no parecerlo era la idea de Escrivá en aquellos años madrileños.
También entendía así la no confesionalidad del Estado. El Estado no debe ser
confesional. Pero debe imponer a todos la ética cristiana. Debe prohibir el
divorcio vincular, rechazar el matrimonio entre personas del mismo sexo,
favorecer los intereses de la Iglesia, etc. No hay que presumir de catolicismo,
sino ocultar que se es católico imponiendo su moral y su doctrina.
Tenía
su propia idea de cómo habría de ser ese reinado de Cristo, en el que ocupaba
el modesto papel de borriquillo —¿verdad que era humilde?— sobre cuyos lomos
triunfaba Cristo. Pretendía un reinado de Cristo consistente en un poder
terreno, no confesional, pero —eso sí— puesto al servicio de la Iglesia y de
las almas, de tal manera que Cristo reinase en la sociedad y en las personas gracias al poder terreno de
unos gobernantes que no se declaraban católicos, pero que imponían la moral y
la doctrina católicas. En el punto 35 de Camino leemos: No me gusta
tanto eufemismo: a la cobardía la llamáis prudencia. -Y vuestra "prudencia"
es ocasión de que los enemigos de Dios, vacío de ideas el cerebro, se den tono
de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar.
Lo de favorecer e incluso imponer la moral y
la doctrina católicas desde posiciones de poder no es idea suya personal, sino
que está presente en la doctrina católica de su época. Es lo que estudió en el
seminario. Ese modo de entender el papel del Estado —cuyo último representante
fue el cardenal Ottaviani— fue abandonado con el concilio Vaticano II y ya no está
presente en el magisterio pontificio. Los libros de Ottaviani pasaron a
engrosar el baúl de los recuerdos. Y el pobre hasta pidió disculpas por lo que
escribió.
Recuerdo
al fundador lamentando el fracaso de la Armada Invencible, que hubiese impuesto
por las armas el catolicismo en Inglaterra.
— ¡No entiendo los planes de Dios!, decía
En Camino reprocha al lector —se supone que
católico— la situación en que nos encontramos: los enemigos de la Iglesia, las
malditas sociedades secretas, se han hecho con los resortes del poder. Y se
invita a emularlos. Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga
caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Nunca han
ganado a las masas. —En sus antros forman unos cuantos hombres-demonios que se
agitan y revuelven a las muchedumbres, alocándolas, para hacerlas ir tras
ellos, al precipicio de todos los desórdenes... y al infierno. -Ellos llevan
una simiente maldecida. Si tú quieres..., llevarás la Palabra de Dios, bendita
mil y mil veces, que no puede faltar. Si eres generoso..., si correspondes, con
tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que "omnes cum Petro ad Jesum per Mariam. (Camino 833).
Característico de este modo de proceder es la manera en que Escrivá de
Balaguer abordó el
apostolado de la opinión pública, que hasta tiene su propia sigla
a.o.p. Tenemos que envolver el mundo en
papel impreso, decía. Y pretendía ese envolvimiento a través de una serie de revistas como La Actualidad
Española, La Table Ronde, Report —un amable lector me facilitó el nombre de la
revista americana cuyo nombre había olvidado—, la Actualidad Económica y otras.
Eran revistas creadas o compradas y dirigidas y controladas por gentes del Opus
Dei. Con tal motivo el fundador reunía a los numerarios responsables de esas
revistas en Roma —a convivencia de la a.o.p. llaman— y les daba indicaciones,
consejos y órdenes. Llegó un momento en que muchas de esas obras comunes se
hicieron deficitarias y se las liquidó. Aunque hayan desaparecido como tales
obras comunes, muestran el talante del fundador. Él desde Roma, dirigiendo un
a.o.p., que lógicamente aspiraba a dominar la opinión pública mundial, para
instaurar el reinado de Cristo. De la misma manera que fue enviando a
diferentes países a hijos suyos —así los llamaba— a abrir una casa para hacer
desde allí proselitismo, de esa misma manera fue promoviendo revistas en
diversos países. La situación no dejaba de ser curiosa, porque había numerarios
y supernumerarios trabajando en diarios, con puestos importantes, como el de
director. Esos diarios, sin embargo, no eran obras comunes y apenas le
interesaban. Una actividad en la que Sanjosemaría no pudiese mandar no le
interesaba, Al final las publicaciones que quedaron como obras comunes fueron
las claramente “católicas”, como Palabra o Mundo Cristiano.
François Gondrand en su
biografía autorizada, Al paso de Dios,
Cap. 10, Madrid, 1934, escribe que en 22 de junio de 1934, mientras estaba dando vueltas al futuro desarrollo de la Obra, un
pensamiento le vino a la cabeza: ¿No serían puramente humanas —deseo de
brillar, de ejercer una influencia personal sobre las almas— las razones que le
impulsaban a obrar? ¿No estaría engañando a quienes con tanta confianza se
acercaban a él? ¿Estaba obrando verdaderamente por puro Amor, sola y
exclusivamente por dar a Dios toda su gloria? Había sido un pensamiento rápido,
pero había durado lo suficiente como para poner en tela de juicio todo aquello
en lo que, con tanta energía, había trabajado durante años. Sin embargo, tenía
conciencia de haberlo hecho sólo por Dios. Pensar que hubiese podido obrar por
otro motivo le resultaba insoportable... Así, pues, como para arrancar al Señor
una respuesta, fueran cuales fuesen las consecuencias, exclamó inmediatamente
con todas sus fuerzas:
— ¡Si la Obra no es para servir a la
Iglesia, Señor, destrúyela!
Nada
más formular esta petición, dispuesto ya a renunciar, con la muerte en el alma,
le invaden una paz y un gozo inmensos, cuya fuerza es por sí misma una
respuesta. Ha aprendido a reconocer, en este género de fenómenos, una señal
inequívoca de la presencia y el querer divinos.
Imagino
que a Isabel la Católica, en su actitud guerrera para hacerse con el trono de
Castilla, la animaban nobles sentimientos de patriotismo, de amor a su pueblo y
de humildad. Es lo corriente. Todos sobresalimos en rectitud de intención,
cuando deseamos que nos toque la lotería —no es por mí; es por mi mujer y mis
hijos— o ser famosos —para que resplandezca la verdad— o guapos o marqueses o
exhibir una esmeralda. Sanjosemaría aspiraba a dirigir la opinión pública
mundial; pero no en favor suyo o de sus padres y hermanos —lejos de él el
nepotismo—, sino en favor de Jesús. Le entraron ciertas dudas. No deja de ser
un detalle. Estoy seguro que no le hubiesen entrado esas dudas, si el futuro
del desarrollo de la Obra y del a.o.p. lo hubiese imaginado con menos
protagonismo —sin ser él el trono de gloria de Jesús en Jerusalén— y sin reunir
los numerarios de la a.o.p. para decirles lo que tenían que hacer.
Al
fundador le interesaban los universitarios por ser la categoría de
personas destinadas a ser más
influyentes en la sociedad. En el 3§1 de las Constituciones de 1950 se lee: El objetivo general de la finalidad del
Instituto es la santificación de los miembros por medio del ejercicio de los
consejos evangélicos y por la observancia de estas Constituciones. § 2 Pero lo
específico ha de ser esforzarse con
todo empeño en que la clase que se llama intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría
por la que se distingue o bien por los cargos que ejerce, bien por la dignidad
por la que se destaca, es directora de la sociedad civil, se
adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo y los lleve a la práctica.
En la
biografía autorizada de Salvador Bernal leemos: Lo que comenzó a enseñar a
estudiantes y obreros en Madrid contrastaba seriamente con el ambiente general
de la época. La verdad es que nunca supe —y me parece que moriré sin
saberlo— quiénes fueron esos obreros, que aparecen en las biografías
autorizadas, en los comienzos madrileños de la Obra.
Al Opus Dei pueden pertenecer obreros; pero
esa posibilidad se abre más tarde, con la figura de los agregados. En el Reglamento
del Opus Dei de 14-II-1941 los agregados no son mencionados como una
categoría de socios. En las Constituciones
de 1950 ya están presentes y bien definidos con el nombre de oblatos. Paco Navarro fue el primero.
Pidió la admisión en 30 de abril de 1950. Tenía 27 años. Había estudiado contabilidad —la llamada carrera de comercio— y fue
administrativo de un Banco. Según Nachof, en El
pitaje del primer agregado, llegó a ser secretario general del
Banco Latino y posteriormente se integró en Rumasa. Rafael Poveda pidió la admisión
el 8 de diciembre de 1950, a los 32 años de edad. Trabajaba como administrativo
en la Comisión de Abastos. Ninguno de los dos era obrero. Ninguno de los dos
tenía carrera universitaria. Miembros
oblatos —leemos en las Constituciones
de 1950— pueden ser nombrados en
la propias secciones, a juicio del superior, aquellos hombres o mujeres que,
aunque tal vez no reúnen todos los requisitos que para los miembros en sentido
estricto (los numerarios) se exige en
estas constituciones, sin embargo siendo solteros y libres o liberados de todo
vínculo, quieren de una manera sólida y animosa consagrar plenamente su vida
entera al Señor y a las almas a la manera de los Numerarios, movidos a ello por
divina vocación.
Cuenta
Lázaro Linares en Un relato de mi vida en
el Opus Dei —de donde tomé lo anteriores datos— que Paco Navarro, que militaba en la Acción Católica,
en 1943, tuvo noticia por la prensa de
la ordenación de los tres primeros sacerdotes numerarios: del Portillo, Múzquiz
y Guernica. Le interesó lo que de ellos leyó, especialmente porque los tres
eran ingenieros. Le costó bastantes indagaciones dar con esos sacerdotes del
Opus Dei; pero finalmente, en 1948, se personó en Diego de León 14, para hablar
con José Luis Múzquiz. Pero no estaba disponible. Lo atendió Amadeo de
Fuenmayor, que lógicamente le dio a conocer lo que era el Opus Dei, que le
atrajo mucho. Pero no pitó como agregado hasta abril de 1950. ¿Por qué tardó
tanto? A mi modo de ver, porque hubo que forjar una nueva categoría de miembro:
la de agregado. Apareció como un desdoblamiento de la figura del
supernumerario: el supernumerario interno. De esa época son también los
primeros supernumerarios a secas. Paco no podía ser numerario por no ser
intelectual. Pero tampoco se sentía inclinado al matrimonio, sino al celibato
apostólico como los numerarios. En una biografía muy breve de Tomás Alvira,
escrita por José Miguel Cejas, leemos: Por lo que se
refiere a su vida cristiana, desde que conoció a san Josemaría, Alvira vivía
con plenitud el espíritu del Opus Dei; pero no podía formar parte de la Obra
todavía desde el punto de vista jurídico. En 1948, la Santa Sede encontró la
solución canónica que posibilitaba la incorporación de personas casadas al Opus
Dei, y Alvira entró a formar parte de esta realidad eclesial también desde el
punto de vista jurídico, porque desde el espiritual —hay que subrayarlo— había
vivido conforme a su carisma desde 1937; desde aquella conversación inolvidable
con el fundador por la calle de Menéndez Pelayo.
Tengo la
impresión de que los tales obreros del comienzo de la Obra no existen. Pero
como en el momento de redactarse las biografías el fundador había sido acusado
de elitismo y desinterés por la clase
obrera, se le asigna apostolado con
obreros en los comienzos madrileños, cara a la galería y en obsequio a lo
políticamente correcto. Esos obreros carecen de nombres, de apellidos o de
cualquier coordenada. Como escribía EBE recientemente, en el OD se nos
enseñaba a mentir un poquito. Pues en definitiva no se trataba de
hacer el mal sino el bien, por lo cual, qué problema había con mentir un
poquito si la intención no sólo no era mala sino sublime. La colaboración de la que extraigo estas
palabras se titula: ¿Por
qué el Opus Dei produce tanto daño? De acuerdo; pero todavía me
asombra más ¿por qué el Opus Dei produce tanta mentira? Resultan ingenuas en
muchos casos. ¿Por qué inventarse una historia idealizada de los comienzos de
la Obra y de su fundador?
El
elitismo del fundador se manifiesta, entre otras cosas, en los consejos
ascéticos que proporciona. No sirven para un obrero. El punto 277 de Camino habla, como ejemplo de
perseverancia en el trabajo, de alguien cuyo trabajo consiste en mirar por un
microscopio. Para hacer media hora de oración durante el trabajo aconsejaba:
—Das orden a la secretaria diciéndole que
durante media hora no te pase ninguna llamada.
También proporcionaba criterios de pobreza para
viajar en avión, cuando el avión era un medio de trasporte no accesible a
obreros.
El
diálogo de Jesús con Pilatos que transcribí antes termina así:
— Tú lo dices: soy Rey. Yo nací y vine
al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz (Juan 18, 38-38).
No
tengo la pretensión de entender mejor que nadie ese venga a nosotros tu reino;
pero eso de Yo nací y vine al mundo para
ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz me
llena. Esa ansia de verdad no queda satisfecha dentro del Opus Dei.
El
fundador creció en un clima inquietud por el Reino de Cristo, propiciado por el papa reinante y por las
circunstancias políticas, bélicas y sociales de la época, que lo lleva a una fundación en la que una clase intelectual y directora de la
sociedad civil ha de llevar a cabo el reinado de Cristo. Cuando el fundador
venía a España hacía que Alberto Ullastres y Laureano López Rodó —dos
numerarios ministros de Franco— fuesen a recibirlo en el momento de pisar suelo
español. ¿Sería porque ya se estaba realizando el reinado de Cristo sobre la
tierra? Desde luego hay que descartar, dada su humildad, que fuese para darse
importancia. Probablemente, era para comprobar si Ullastres y López Rodó habían
o no escalado puestos que
nunca debieran escalar.
—
Y ¿cómo se atreve vuecencia a hablar así de un santo de la Iglesia católica,
Sanjosemaría, y de una institución de la Iglesia católica —nada menos que una prelatura personal— que como es la única
que existe se encuentra en peligro de extinción?
Siempre
que me hacen esa observación me acuerdo de San Bernardo, fundador de los cistercienses.
Fue un hombre de mucho arrastre, impulsor de la segunda cruzada y apreciado por
la Santa Sede. Sobresalió por su amor a la Virgen. Pero entre sus sermones se
encuentra uno expresamente dedicado a sostener que la Virgen María no fue
concebida sin pecado original. La
Virgen no quiere adornarse con falsos honores, predicaba. Pues bien, pese a eso
fue declarado no sólo santo, sino doctor de la Iglesia. Y es que los santos se
equivocan y también los papas, a no ser que hablen ex cathedra. Sanjosemaría
no tenía la infalibily. Era un hombre
de su tiempo con inquietudes y soluciones propias de su tiempo. Y de talante
excesivamente mesiánico.