Santidad en el
mundo y en el mundillo
Autor: Gervasio
Lámina: ‘Bussinessman standing in a pool with
an umbrella’
Santidad en el mundillo se refiere al mundillo del
Opus Dei. Es la santidad en la Universidad de Navarra —como profesor, bedel o
alumno—, en un colegio de fomento, como oficial de la delegación de aquí o de
allá, como director del Club Juvenil Peña Azul, o responsable de la Casa de
Retiros espirituales Los Eucaliptos, sacerdote numerario, vocal de San Rafael,
abogado especializado en asuntos de la Obra, miembro de la oficina de prensa
del Opus Dei, médico para gentes del Opus Dei, y cosas por el estilo. Santidad en el mundo es la santidad en
actividades tales como profesor en la Universidad de Castilla La Mancha, en un
instituto estatal de segunda enseñanza, barbero, fontanero, tendero,
farmacéutico, ingeniero en la empresa Autopistas Reunidas, etc.
Cuando
me incorporé al Opus Dei nos hablaban de santidad en el mundo; no de santidad en
el mundillo. A ese respecto me viene a la cabeza un libro exitoso,
publicado en la colección Biblioteca del
Pensamiento Actual, dirigida me parece por Rafael Calvo Serer (q.e.p.d.).
Era una muy buena colección de ensayos. En el ensayo al que me refiero se hacía
hincapié en que el protestantismo había logrado dignificar el trabajo y las
tareas seculares, como campo en el que se ejercitaban las virtudes cristianas.
El protestantismo consideraba la laboriosidad una virtud importante. En cambio,
el catolicismo, lejos de favorecer la laboriosidad favoreció el señoritismo.
Todavía a finales del XIX y comienzos del XX en países como España trabajar
estaba socialmente mal visto entre personas de clase social alta. Un verdadero señor —un hidalgo— no debería
trabajar; y menos aun en actividades como el comercio o la banca, no digamos ya
en trabajos serviles, de los prohibidos en domingo. El Opus Dei —se nos decía;
el libro por supuesto no lo decía— viene a rescatar esa idea de santificar las
tareas seculares y convertir el trabajo en ocasión de ejercicio de virtudes
cristianas. Al respecto leí en Opuslibros una o dos colaboraciones de alguien
que no recuerdo —qué más quisiera yo que acordarme— en las que se aludía a esta
idea.
El
fundador del Opus Dei trabajó en dos academias: al poco de ordenarse, en la
Academia llamada Instituto Amado, en Zaragoza, y en la Academia Cicuéndez en
Madrid. Posteriormente, en 1933, montó su propia academia: la Academia DYA,
especializada en Derecho y arquitectura. Se le ve inclinado a las academias. “La Academia,
que se puede considerar la primera labor apostólica corporativa del Opus Dei —leemos en una biografía oficial—, se abrió en diciembre de 1933 en la calle de Luchana de Madrid
(también le gustaba llamarla la “Casa del Ángel Custodio”). En la
tal academia DYA no se extendía ni tan siquiera una certificación de haber
cursado estudios allí. Eso respondía al criterio —tal es la justificación que
se proporciona en la Instrucción de San Rafael, fechada en 1935— de evitar la
existencia de algo parecido a una actividad corporativa del Opus Dei. Academia
sí; pero certificado académico, no. Tal era la praxis.
Pero
posteriormente, el Opus Dei se transformó en una institución caracterizada por
impulsar y regentar actividades alentadas y controladas por el propio Opus Dei.
En el Catecismo de la Obra del año 1959 —las anteriores ediciones fueron
retiradas— se distinguían tres tipos de obras: obras corporativas, obras
comunes y obras auxiliares. Las obras
corporativas son las oficialmente
regentadas por el Opus Dei. Deberían ser pocas. Lo justo para poder decir:
tenemos rostro y no somos algo secreto e inasible. Sus edificios deberían tener
gran prestancia y causar muy buena impresión. No cabe mostrar como
representativo del Opus Dei nada más que algo muy guay. Las obras comunes eran labores seculares de
contenido apostólico, controladas y dirigidas por el Opus Dei, pero no
oficialmente del Opus Dei. La obra común
más emblemática de los años cincuenta y sesenta era la revista La actualidad española, una revista
gráfica, algo así como el Paris Match
español, en cuya contraportada
aparecía el anuncio de un jersey
femenino de marca Escorpión. No era la única obra común de este tipo
existente en España. En Francia, la revista La
Table Ronde. En Estados Unidos se lanzó otra revista que duró muy poco y
cuyo nombre no recuerdo. Su slogan era: the news on perspective. Tenía un formato y factura
parecido a Times y a Newsweek, pero era mensual. Aspiraba a
tener sus mismos lectores. Las obras auxiliares
son puramente económicas. No tienen finalidad apostólica directa, sino
conseguir dinero para el apostolado. La obra auxiliar más típica era ESFINA,
una sociedad de inversiones y estudios financieros, que dio buenos rendimientos
económicos. De las obras auxiliares en modo alguno debía darse a entender que
estaban vinculadas al Opus Dei. En cambio con las obras comunes sí cabía, por
ejemplo, que un sacerdote del Opus Dei, tras impartir unos ejercicios
espirituales, invitase a aquellas almas enfervorizadas por su predicación —no
desde le púlpito, pero sí uno a uno— a suscribirse a La actualidad Española. En los catecismos de la Obra más recientes
se ha suprimido eso de obras corporativas, comunes y auxiliares. Hoy día sólo
se distingue entre obras corporativas y personales. Un colegio de fomento, por
ejemplo, al día de hoy, es una obra personal. Al respecto me decía una
supernumeraria zumbona:
—El
Opus Dei, Fomento de Enseñanzas y la asociación de padres del colegio, como la
Santísima Trinidad: tres personas distintas y un sólo Dios verdadero.
En
Evangelio de San Mateo hay una frase por demás enigmática y descontextualizada
que dice así: dondequiera que esté el
cadáver, allí se congregarán las águilas. Ubicumque fuerit corpus illic
congregabuntur et aquilae. Esas águilas o aves rapaces que se congregan a
la vista o al olor de un cadáver al fundador le suscitaban la idea de acudir a
aquellas empresas, ya muertas o a punto de finiquitar, para revitalizarlas con
espíritu cristiano. Yo he aplicado — transcribo palabras del fundador—
a nuestro modo de trabajar aquellas palabras de la Escritura: ubicumque
fuerit corpus, illic congregabuntur et aquilae (Matth. XXIV, 28), porque Dios Nuestro Señor nos pediría cuenta estrecha, si,
por dejadez o comodidad, cada uno de vosotros, libremente, no procurara
intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que dependen el
presente y el futuro de la sociedad (Carta
Res omnes, 9-I-1959). Un ejemplo de ello podría ser La Table
Ronde. Era una revista a punto de
fenecer. Fue comprada y convertida en obra
común. Durante bastantes años aparecía en todas las salas de estar de los
numerarios del Opus Dei, con sus tapas color anaranjado, junto con La Actualidad Española, Nuestro tiempo y alguna publicación más.
Es frecuente en la
predicación y escritos del fundador tomar la Escritura e incluso el Evangelio
más que como palabra revelada, como un apólogo o anécdota que le da pie para ir
a su bola. Ese dondequiera que esté el
cadáver, allí se juntarán las águilas para Sanjosemaría era una excusa para
proporcionar su propio mensaje. Muchos literatos se han servido de situaciones
mitológicas y de apólogos para expresar sus propias ideas. Así, San Francisco
de Sales hablaba de las perdices del Panflagonia, caracterizadas por tener dos
corazones. De esas perdices con dos corazones extraía no recuerdo bien qué
moraleja o consideración.
En el apartado cuatro de la Instrucción
para los Directores trae así a colación unas palabras de Jesucristo
Nuestro Señor: Es el Director civitas supra montem posita, como
una ciudad puesta sobre un monte (cfr. Matth. V, 14): todos los ojos
están puestos en él. Ha de ser, por
tanto, ejemplo de todos: los mayores y los pequeños vibran con la vibración del Director. Y los
nuevos, las vocaciones recientes, se fijan hasta en el más menudo detalle de aquél que hace cabeza.
¡Cuántas almas y cuánta labor dependen
de vuestro encendimiento! Como tenía tantas revelaciones particulares,
quizá no le hiciese falta profundizar demasiado en Sagrada Escritura. Por
contraste me viene a la cabeza don Alfredo García. Ese sacerdote sí que creía
en la palabra revelada. ¡Con qué veneración la trataba!
En la revista Romana (XIII, Julio-Diciembre
1991) se lee: El
7 de agosto de 1931, en la Santa Misa, al alzar la Sagrada Hostia después de la
consagración eucarística, las palabras de San Juan, cap. 12, v. 32 quedaron
grabadas a fuego en el alma de Josemaría Escrivá de Balaguer. Vinieron "a
mi pensamiento —escribió aquella misma tarde— con fuerza y claridad
extraordinarias". Las "oyó" en el tenor latino de la Vulgata: Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum. Tenía entonces 29 años y todavía no hacía
tres que había fundado el Opus Dei. Fue la de aquella mañana una experiencia
mística de su espíritu, semejante a otras que se habían dado —y se seguirían
dando— en la vida del Siervo de Dios. Me refiero a la irrupción de lo divino en
su alma bajo la forma de loquela o locutio divina. A un primer movimiento de
temor ante la Majestad de Dios, siguió la paz del "Ne timeas!", soy
Yo. "Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes
levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda
actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas”
Josemaría Escrivá vivió esta experiencia sobrenatural, y así lo explicó
numerosas veces, en un horizonte claramente fundacional, es decir, en estricta
relación con el espíritu de la Obra que el Señor le había confiado.
¿Qué
valor tienen esas locuciones interiores en las que generalmente escucha frases
hechas? La que más me sorprende de todas es la locuela interior —de la que ya
he escrito en ¿Vendrá de Dios el Opus Dei?—, según la cual Escrivá entiende que él
es el trono de gloria que hace triunfar a Cristo. ¿Lo cuela o no lo cuela?
¿Locuela o no locuela? Conmigo no cuela. El fenómeno de escuchar voces
interiores está bastante estudiado. No es que el que las percibe pretenda
engañar, sino que le parece realmente oírlas. Eso de ser el trono de gloria de
Dios es algo muy pretencioso y ciertamente concorde con su personalidad. Muy
narcisista, como diría Marcus Tank.
Total,
que uno se pone a leer el Evangelio y se encuentra con un ubicumque fuerit corpus que le conduce al apostolado de la opinión
pública, a La Table Ronde y al jersey
de marca Escorpión. Lee el pasaje de la entrada de Jesús en Jerusalén, y se
encuentra con que el mismísimo Escrivá
de Balaguer es el trono de gloria de Jesucristo. Prosigue con el Ne timeas María (Lucas 1, 30) y se encuentra con que a la Virgen le pasó lo
mismito que al fundador el 7 de agosto de 1931.
—No me tenéis que imitar a mí, sino a
Jesucristo, había dicho al fundador en su humildad. A ello don Álvaro
añadía:
— Pero a Jesucristo hay que ir por el camino reglamentario.
A
lo que el fundador sonreía complacido. La expresión camino reglamentario está tomada de la jerga militar. Para llegar
al general, hay que pasar antes por el coronel. La santidad en el Opus Dei
consiste en imitar a Escrivá, como modo de imitar a Cristo.
—Si no pasáis por mi mente, si no pasáis por
mi corazón, decía el fundador,
convirtiéndose en una especie de mediador de la gracia, no encontraréis a Cristo.
En
las casas del Opus Dei existe la costumbre
—tras reunirse todos por la noche para hacer examen de conciencia— de
que uno de los reunidos haga un comentario al evangelio del día,
preferentemente en tono desiderativo: hagamos tal o cual. Se debe concluir en
algo concreto, que sea muy del Opus Dei. El miembro del Opus Dei ha de ver en
el Evangelio algo que confirma la espiritualidad el Opus Dei.
Pero
a lo que iba, que me estoy distrayendo mucho. Iba a lo del mundo y el mundillo.
Pronto Sanjosemaría trocó la santidad en
medio del mundo por la santidad en
medio del mundillo. Tengo entendido que han elegido para beatificarlo y
canonizarlo a Eduardo Ortiz de Landázuri (q.e.p.d.), que más que santificarse
en el mundo se santificó en el mundillo; en una obra corporativa, como es la
Universidad de Navarra. Que elijan para santo a un santificado en el mundillo
es muy significativo.
El
mundillo se centra preferentemente en tareas de enseñanza, como universidades,
colegios mayores, colegios de segunda enseñanza o clubs juveniles, porque en
ellas se consiguen vocaciones de gente joven. Ese venero de vocaciones fue
descubierto ya hace muchos años por los religiosos e incluso por el clero
secular, con las escuelas parroquiales. Al secularizarse la Universidad, se
crearon las Universidades católicas. La Universidad de Navarra es una más.
Órdenes religiosas como la Orden de Predicadores —que como la palabra indica
tienen por fin la predicación— poseen sus propios colegios de segunda
enseñanza.
Al
Opus Dei le pasó lo mismo. ¿Cómo iba a presentarse en Roma el consiliario del
Opus Dei en España —hoy lo llaman vicario— con un número tan bajo de
vocaciones, aunque se presentase con un número alto de milloncejos? Tienen que
dejarme hacer colegios, pedía; y luego que los niños piten en los colegios. Y
así se hizo.
El
fundador se consolaba y nos consolaba diciendo:
—Nuestras
tareas son seculares, profesionales, propias de personas que trabajan en el
mundo.
Un
colegio de segunda enseñanza o una Universidad puede considerarse una tarea
profesional; pero un club juvenil o un colegio mayor, no. El que no se consuela
es porque no puede.
Ese
omnia traham ad meipsum puede
interpretarse de dos maneras. Esos hombres y mujeres de Dios que levantarán
la cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana
pueden hacerlo corporativa o individualmente. Pongo ejemplo en la actividad
universitaria.
La Universidad de Navarra ha supuesto una
enorme inversión de dinero, profesores y energías, que no ha compensado el
retirar tanta gente de la Universidad pública española. Rindieron mucho más —y
no costó nada— la Universidad de la Rábida, dirigida por Vicente Rodríguez
Casado y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, dirigido por
Alvareda. Se podrían haber creado unas Universidades Autónomas —como las de
Madrid y Barcelona— o cosas por el estilo. Pero se creó la Universidad de
Navarra, de mucho coste y desgaste. Entre otras cosas desde ponerle a
Antoniutti servicio doméstico, hasta secretario. Tenían que aguantar a aquel
cardenal, por lo demás buena persona, con mucha aerofagia. En cierta manera se
desplazaba como un avión a reacción. Cada vez que se levantaba del asiento…
Pero con todo ese esfuerzo —del cardenal y de los numerarios y numerarias— no
se logró demasiado. El fundador se había hecho la ilusión —muy infundada— de
que llegaría un día en que los navarros, agradecidos por haber tenido la
fortuna de que se hubiesen fijado en ellos para ponerles una Universidad,
legarían en sus testamentos una cantidad, aunque fuese pequeña, para su
Universidad, para la Universidad de Navarra. Cuando recuerdo eso de las mandas
testamentarias en favor la Universidad de Navarra, me acuerdo de eso de soñad y os quedaréis cortos. La
Universidad de Navarra tiene popularidad cero entre los navarros y socialmente
resulta un quiste.
La Universidad de Navarra algo aportó,
pero más bien que a la Obra al fundador. Nunca renunció a satisfacer una
ambición no cumplida o a olvidar una humillación. Sus compañeros de seminario
lo llamaban la rosa mística, lo que
lógicamente le humillaba. Pues bien,
hubo de venir la Santísima Virgen para desagraviarlo, entregándole una rosa. Me
parece que es la primera vez que la Virgen adopta ese tipo de conducta. ¡Lo que
valdrá Sanjosemaría! Cuando se apareció en Lourdes o en Fátima no fue para
desagraviar a Bernarda Soubirous o a los pastorcillos. El fundador renunció, o
al menos eso cuentan, a una remota posibilidad que tuvo de ser catedrático de
la Universidad española. Con la Universidad de Navarra logra ser Gran
Canciller, dar doctorados honoris causa y
enchufar al que no sabe, que no es
una obra de misericordia de menor cuantía, pues enseñar al que no sabe está al alcance de cualquiera.
Personalmente
estoy convencido de que hubiese sido mucho mayor el fruto apostólico de los
profesores de la Universidad de Navarra si, en lugar de crear una Universidad
católica, se hubiesen esparcido por las Universidades españolas. Pero aquello
era de mucha voluntad de Dios. Tal le oí decir a Ismael Sánchez Bella, que es
quien comenzó esa obra corporativa.
San Josemaría —leemos en Salvador
Bernal, Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del
Opus Dei, págs. 579-580— acudió por
primera vez a Valencia el 20 de abril de 1936, acompañado del joven arquitecto
Ricardo Fernández Vallespín, no sin antes constatar en sus Apuntes íntimos que
es voluntad de Dios abrir nuevos apostolados fuera de Madrid: «Veo la necesidad, la urgencia de abrir
casas fuera de Madrid y fuera de España (...) Siento que Jesús quiere que
vayamos a Valencia y a París (...). Ya se está haciendo una campaña de oración
y sacrificios, que sea el cimiento de esas dos Casas».
Según
Augusto Cruañes Cruañes, un antiguo colegial del Colegio Mayor La Alameda, y vicario de la Iglesia de San
Juan del Hospital de Valencia, en
un artículo publicado el 21 de enero de 2002, en el Boletín de San Juan del
Hospital, estando Sanjosemaría en Valencia en 1972, se expresó así:
A Valencia la miro con una predilección que no es ofensa
para ninguna otra ciudad de España o de fuera de España. Porque el Señor quiso
que, cuando estábamos pensando en abrir simultáneamente un Centro en París y
otro aquí, se estropearan las cosas, se perdiera la paz política en España, y
viniera aquella guerra fratricida. Después tuvimos que empezar aquí, y no en
París. Por tanto, parece que Dios Nuestro Señor quiere que yo ame de una manera
particular a Valencia.
Como puede percibirse, ya no dice que
Jesús quería que se fuera a París, sino
que estábamos pensando en abrir
simultáneamente un Centro en París y otro aquí. La voluntad de Jesús queda
diluida en un estábamos pensando. Es
patente que en 1972 se había olvidado de lo que escribió en 1936. Y concluye: Por tanto, parece que Dios Nuestro Señor
quiere que yo ame de una manera particular a Valencia. Yo lo que concluyo
es que, como Jesús estaba enterado de que iba a haber guerra y no era el
momento oportuno para ir allá, Jesús no quería que se fuera a París, sino que
lo de ir a París era ocurrencia de Sanjosemaría. Doy otro pasito más: lo del 2
de octubre de 1928, ídem del lienzo. El
que es fiel en lo poco también lo es en lo mucho y el que no es fiel en lo poco
tampoco lo es en lo mucho (Lucas, 16, 10).
¡Toma Escritura! Y el que se engaña en lo poco, también se engaña en lo mucho.
Esos
el Señor me pide, el Señor me indicó, el
Señor me hizo ver; me parecen expresiones vacuas de contenido, retóricas,
falsas, engañosas, falaces. En el mejor de los casos significan que esa
decisión no se tomó a la ligera, sino tras meditarla delante del Sagrario o
tras doce días de ayuno. Tal me parece la voluntad de Jesús de ir a París en
1936. Pero hay voluntades aun peores.
— ¡Chúpate esa!,
que es voluntad de Dios.
Lo
que se pretende es que aceptes algo, que no estarías dispuesto a aceptar si no
fuese voluntad de Dios. En esa línea están las intenciones especiales del Padre
por las que pide oraciones y mortificación. Me refiero a las ignotas; no a la
de hagamos mucho proselitismo o cosas así. Cada vez que aparecía una intención
especial de esas ignotas y para mucha gloria de Dios, me echaba a temblar
pensando la que se nos veía encima. Tengo la impresión de que el fundador ha
ido cambiando mucho de voluntad de Dios o Dios le cambiaba mucho la voluntad a
lo largo de la fundación o cambiaban las circunstancias siendo la voluntad la
misma o algo así.
¿Qué
deducir de ese omnia trahamn ad meipsum,
del 7 de agosto de 1931, festividad de San Cayetano, fundador de los Teatinos,
cuya finalidad es promover
el apostolado y la renovación espiritual del clero? Ese omnia traham ad meipsum
¿significa que hay que santificarse preferentemente como Eduardo Ortiz de
Landázuri en el mundillo o que hay que
santificarse en el mundo? La experiencia mística de 7-VIII-1931 ¿incluye entre los hombres y
mujeres de Dios a las madres ursulinas, que desde el siglo XVI se
vienen dedicando a la enseñanza? ¿O sólo incluye a los hombres y mujeres de Dios que
trabajan en colegios de Fomento? Si incluye también a las madres ursulinas, a
los padres escolapios y otros religiosos dedicados a la enseñanza—como parece
lógico—, de esa experiencia mística, no se deduce que los del Opus Dei tengamos
un modo peculiar de trabajar en medio del mundo, sino que estamos contribuyendo
con otros a levantar la Cruz en el pináculo de una concreta actividad humana:
la enseñanza. Si los que trabajan en el mundillo quedan excluidos de la visión
y ésta sólo incluye a los hombres y mujeres de Dios que trabajan en el
mundo, ¿por qué el fundador crea un mundillo para sus hijos espirituales, en
vez dejarlos en el mundo? Josemaría Escrivá —leíamos
en Romana, refiriéndose al 7–8-1931— vivió
esta experiencia sobrenatural, y así lo explicó numerosas veces, en un
horizonte claramente fundacional, es decir, en estricta relación con el
espíritu de la Obra que el Señor le había confiado. En ese horizonte
claramente fundacional, vi, —nos dice— triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas
las cosas. Pero, entre esos hombres
y mujeres de Dios ¿vio o no vio
ursulinas? Porque la experiencia mística, a lo que parece, comportaba no sólo
sonido, sino también imagen. Hoy día es difícil distinguir por su aspecto
exterior de las numerarias de las monjas. Pero en 1931 las ursulinas se
distinguían claramente por su hábito.
La
Iglesia ha sido fundada por Cristo. No obstante, tiene un elemento humano. Ahí
tenemos, por ejemplo, el Santo Oficio de la Inquisición. No se trata de
debilidades humanas detectables en personajes cualificados, como pudiera ser un
papa concubinario, un cura paidófilo, o un canónigo que se escapa con la
cocinera y el dinero del cabildo catedralicio a los carnavales de Río. Se trata
de un error estructural. Para mayor escarnio ahí tenemos inquisidores elevados
a los altares. Ahí tenemos un magisterio de papas del siglo XIX que califican
el derecho a la libertad religiosa de pozo
del abismo, delirio, error gravísimo y otras lindezas.
Después viene el Concilio Vaticano II y declara que el derecho a la libertad
religiosa es un derecho innato de la persona humana.
— ¿Es
que el Opus Dei no tiene ni puede contener errores estructurales, porque —en
palabras del fundador— la empresa, que
estamos llevando a cabo, no es una empresa humana, sino una gran empresa
sobrenatural, que comenzó cumpliéndose en ella a la letra cuanto se necesita
para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios?
— ¡Amos, anda! ¡Amos, anda! Come
on! Come on! No
me vengas ahora con que el Opus Dei es más divino que la Iglesia misma.
En el
Opus Dei más que debilidades personales lo que encuentro son errores
estructurales. Ruiz Retegui hablaba incluso de estructura
de pecado.
Esos defectos estructurales
se agravan con la idea de voluntad de
Dios, entendiendo por tal lo que es voluntad propia. De eso ya escribí en La
voluntad de Dios. Escrivá
explotó la voluntad de Dios hasta la saciedad. Todo lo que se le ocurría se lo
achacaba a Dios: ir a París, que en el Opus Dei haya mujeres, dejar de ser
instituto secular, etc. Y no ya sólo sus mandatos, sino que hasta sus caprichos
los convertía en voluntad de Dios. El sólo obedecía a Dios. Pero ¿qué cabe
esperar de un sacerdote que abandona su diócesis de Zaragoza, con la excusa de
ampliar estudios, para largarse a Madrid, donde no amplía estudios ni regresa?
Es fácil obedecer al propio ordinario cuando no se está a su alcance. Siempre
predicó una gran veneración a los reverendísimos ordinarios, pero en el bien
entendido de que en nada pudiesen mandar, intervenir u opinar en relación con
la Obra o con su persona. Como nos decía en cierta ocasión, refiriéndose al
derecho de visita que los ordinarios locales tienen sobre las casas del Opus
Dei:
—
Tienen derecho a visitar el oratorio. Se les prepara un cojín para
arrodillarse. ¡Y después que se larguen!
— No duermo por la noche. Llega un momento en
que ya recé dos o tres rosarios. Y sigo despierto, escuché al fundador. He preguntado si puedo tener una radio y me
han dado permiso.
Ese era el tipo de
obediencia que practicaba el fundador. Escuchaba la radio por la noche, pero
con permiso.
Otra
de obediencia. Se produce en soggiorno
de la casa de retiros de Villa Tevere, a donde el fundador se había escapado,
como con frecuencia hacía, para hacer tertulia con los alumnos del Colegio
Romano. A los cinco minutos apareció don Javier Echevarría —a la sazón custode de la conducta exterior, me
parece que se llama así—, exigiéndole que fuese a Villa Sachetti para hacer el rendez-vous a una numeraria importante
que celebraba su onomástica o algo así. Se fue rezongando y medio arrastrado
por don Javier, mientras murmuraba
entre quejidos y ayes:
—
¿Veis como no puedo hacer lo que quiero? ¿Veis como no puedo hacer lo que
quiero?
Oráculo ha denunciado un
defecto estructural, en Libertad de las
conciencias, corroborado por muchos testimonios. Ahí veo un defecto
estructural que afecta seriamente a la viabilidad de la institución. Un Opus
Dei al que se quite el deber de sinceridad
salvaje y se aplique el c. 630 es inviable. Que el Opus Dei se centre más
en el mundillo que en el mundo es, a mi entender, algo de menor importancia
para su subsistencia. Simplemente lo convierte en otra institución más —lo es
ya— dedicada a colegios, clubs juveniles y tareas apostólicas por el estilo. Hay
quien dice que lo hace mejor que las ursulinas.
Veo
muy abandonada la idea del libro de la Biblioteca del Pensamiento Actual, al
que antes me refería. No se va de mi
memoria lo que me han dicho al llegar. No me refiero a lo del borrico de
noria, sino a lo de la santificación en el mundo, que no en el mundillo.
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