Verticalidad y centralismo del gobierno del Opus Dei
Heraldo, 4 de enero de 2008
Imagen: Walter Bibikow
Me he decidido a publicar en OpusLibros una carta que envié al Prelado del Opus Dei en noviembre del año 2000, pocos años antes de que se me pasara por la cabeza abandonar la institución. En ella le manifiesto algunas de mis preocupaciones sobre el modo de llevar el gobierno de la Obra, en el que participé dos décadas en una Delegación de varones. El Prelado me respondió, por mediación del entonces Vicesecretario de San Miguel, con unas breves palabras de aliento que se reducían a indicarme que dejara las cosas en las manos de Dios y procurara seguir haciendo apostolado. Destruí la carta de respuesta al dejar el Opus Dei, pues evidentemente no me interesaba conservarla. En cambio, sí conservé por accidente mi carta al Prelado, en un backup que hice de mi ordenador por aquel entonces.
Son una pequeña minoría los miembros de la
Prelatura que se atreven a escribir al Prelado para manifestar sus desacuerdos.
Yo lo hice en unas tres ocasiones, lo cual queda reflejado en la carta que
acompaño, donde señalo que se mezcla lo dicho aquí con lo dicho en cartas
anteriores, que por desgracia no conservo. Sin embargo, en mi paso por el Opus
Dei y durante las dos décadas de mi participación en su gobierno, nunca hubo ni
el menor gesto por atender preocupaciones provenientes de los miembros, lo que
podríamos llamar la crítica interna. Todo lo contrario. Era casi imposible
manifestar disensos y no quedar clasificado como numerario con problemas de
unidad, con soberbia y escaso de visión sobrenatural, sobre el que había que
estar atentos y mantener en un sitio donde no pudiera hacer daño.
La carta aparece al final, pero deseo hacer
algunos comentarios sobre los aspectos que critico. Esto no significa, en modo
alguno, que el gobierno del Opus Dei carezca de cualidades dignas de alabanza.
No obstante, en aquella carta me movía el deseo de contribuir a que el Opus Dei
mejorara en aspectos que considero centrales.
La frecuente consecuencia de este
rígido e inhumano planteamiento es que la persona resulta, a la corta o a la
larga, gravemente lesionada y mermada en sus energías humanas y espirituales,
en su salud espiritual y psíquica, y, sobre todo, habiendo perdido la confianza en la Institución a la que (¡en la
que!) ha entregado su vida. Esa desconfianza termina a menudo en el abandono de
la Institución o en la inutilidad del miembro, por ejemplo, a causa de una
enfermedad psíquica más o menos grave, o en una permanente indisposición de
ánimo hacia todo lo que procede de la Institución. Es decir, el desgaste que se
sufre en el Opus Dei no tiene nada que ver con el exceso de trabajo (yo he
venido a desarrollar un trabajo realmente intenso hasta después de mi salida
del Opus Dei); con lo que tiene que ver es con la “utilización” que se hace del
miembro, sin dejarle resquicios para una proyección y crecimiento personales, o
simplemente para “ventilarse” de unos años de trabajos internos. Y tiene que
ver también con una incoherencia y contradicción permanentes entre lo que se
formula como espíritu de la Obra y cómo se actúa en la práctica. Este no fue
sólo mi caso sino el de muchos que conozco, algunos de los cuales no han
abandonado el Opus Dei y viven dentro una vida desgraciada (sic). Mención
especial merecen los sacerdotes numerarios, a quienes pienso dedicar una
colaboración en OpusLibros. La Institución finalmente cede cuando el miembro ya
se ha perdido o ha quedado inutilizado por el uso inhumano que se ha hecho de
él. Voy a tratar de describir enseguida cómo se lleva a cabo este uso y desecho
de personas.
Para lograr la captación de un
nuevo miembro se le plantea la entrega desde un punto de vista enormemente
positivo e interesante: ser santo en medio del mundo, sin cambiar de estado,
logrando la cristianización de las realidades temporales –la ciencia, el arte,
la cultura, la política. Un horizonte maravilloso. Para ello, había que ser “el
mejor” en el lugar en el mundo que a cada uno toque por vocación profesional.
Además, se asegura que el crecimiento de la Obra y toda esa transformación del
mundo es algo que está a la vuelta de la esquina, que sólo basta trabajar y
rezar, y obedecer a los directores. Muy pocos nos dedicaríamos a trabajos
internos o labores apostólicas corporativas, y que esa dedicación sería
temporal. Que pronto nos contaríamos por millones los miembros de la Obra… Etc.
Pues bien, nada de este
maravilloso panorama se cumple, sino todo lo contrario. Una proporción
creciente de numerarios nos hemos venido dedicando a las tareas internas
(corporativas o no), hasta el punto de que ya no queda casi nadie que se dedique
a su profesión. Al menos, yo no conozco, en mi región, numerarios con un lugar
destacado en el mundo de la cultura, el arte, la ciencia o la política. Más
aún, los numerarios dedicados al ejercicio de su profesión suelen ser vistos
con recelo y suspicacia.
En algún momento de la historia
de la Obra el fundador decidió dirigir el rumbo hacia la promoción de obras
corporativas de apostolado (colegios, Universidades), las cuales, en efecto,
han llegado a ser abundante y, sobre todo, en número completamente
desproporcionado con respecto a los numerarios efectivos. El resultado de este
crecimiento ha sido que unos cuantos han tenido que soportar una inmensa y
asfixiante superestructura, que ya ni siquiera tiene el sello de la Obra, pues
con 3 numerarios –algunos de ellos enfermos y con dedicación parcial- y 4
supernumerarios, no se puede informar del espíritu de la Obra a toda una
universidad de, por ejemplo, 6,000 alumnos.
El panorama de la Obra en el año
2003 era el siguiente y no creo que haya cambiado mucho en estos últimos 5
años: las obras corporativas iban quedando en manos de personas ajenas a la
Obra; casi todos los consejos locales estaban incompletos (y en el caso de los
de San Gabriel el abandono era lastimoso); los centros de estudios casi vacíos,
con una docena de chicos con muy pocas posibilidades de perseverancia, etc.
Pero lo peor de todo era que el Prelado y los directores continuaban impulsando
la creación de nuevas labores corporativas, implantando la Obra en nuevos
países, pidiendo numerosos alumnos para el Colegio Romano en vistas a
prepararse para el sacerdocio, pidiendo la apertura de nuevos centros en otras
ciudades… Y la razón de este despropósito, es seguramente la manía de dar una
imagen de progreso y expansión. Todo esto se hacía a costa de los pocos
numerarios que quedábamos, sin importar para nada sus ilusiones, sus
enfermedades, sus necesidades legítimas, lo que se les había dibujado al
principio, etc. Todos subordinados a la Institución, la cual sigue adelante con
o sin nuevas vocaciones, reventando a quienes estábamos adentro.
No quiero alargarme en un punto
que podría dar para mucho. Quiero sólo añadir que este maltrato de sus
instrumentos lo ha venido pagando y lo seguirá pagando la Institución Opus Dei,
por su megalomanía y su inconsideración. Y lo peor es que lo está pagando a
costa de muchas personas valiosas y bienintencionadas.
No digo que siempre se proceda
engañando. No se procede así si no es necesario. Comienza a serlo cuando el
miembro presenta alguna resistencia a los enfoques y resoluciones de los
directores. Es entonces cuando se desata todo un ajedrez con tal de ganarle la
partida. Al miembro se le pide sinceridad salvaje (confianza total en la
Institución) pero no existe una confianza correlativa. Al miembro no se le dice
la verdad completa, e incluso, repito, se le miente. ¿Por qué? Porque el
gobierno de la Obra es absolutamente vertical a fuer de divino: las decisiones
de la Obra sobre las personas, provenientes del Prelado o de los directores,
son valoradas como decisiones con la garantía de la infalibilidad. Pero como
ellos saben que el miembro “quemado” las cuestionará, hay que “ayudarle” a
obedecer.
No exagero cuando digo que las
decisiones provenientes desde arriba son estimadas como infalibles, pues es eso
lo que ocurre exactamente. Por supuesto, nunca se afirma tal cosa, pero ese es
el espíritu con que se entiende siempre, y que se suscita, cuando se dice, a
diestra y siniestra, que el Padre y los directores son el cauce a través del
que nos llega la voluntad de Dios. La voluntad de Dios sólo transcurre de
arriba hacia abajo, y no depende ni se modula por el parecer de los miembros.
Esta observación conecta directamente con el siguiente aspecto.
Como se verá, este fue el tema
central de mi carta al Prelado. Como es natural, si aspiraba a algún resultado
exitoso, yo no podía cuestionar esa verticalidad del gobierno basado en ninguna
otra cosa que en las enseñanzas del mismo fundador, el cual, en efecto, dejó
establecido para el gobierno del Opus Dei –expresado en algunos documentos- dos
características: a) colegialidad; b) autonomía de los distintos niveles de
gobierno respecto de los niveles superiores.
La verticalidad y el centralismo
contradicen los principios de colegialidad y autonomía. A su vez, la
colegialidad y autonomía deberían matizar y equilibrar la tendencia a la
verticalidad y al centralismo. Sin embargo, estos principios carecen casi por
completo de aplicaciones reales, sobre todo el principio de autonomía. Se trata
de una de tantas incoherencias de las que adolece el Opus Dei, en virtud de las
cuales una cosa es la que se dice y otra la que se hace. Si a mí me hubieran
dicho, al llegar a la Delegación, que el régimen habría de ser simplemente
recibir indicaciones para aplicarlas, los resultados habrían sido muy
distintos. Posiblemente hasta lo habría aceptado y mi conflicto nunca habría
tenido lugar. Pero no fue así, y ese es el problema en muchos casos: se dice
una cosa y se hace otra.
En mi carta menciono algunas
concreciones de esa verticalidad. En primer lugar, los directores superiores
jamás tenían en cuenta nuestras sugerencias, que ni siquiera eran rechazadas o
corregidas. Simplemente eran ignoradas, como si no existieran. Resultaba
entonces la paradójica situación de que, para la definición de las líneas a
seguir sobre los asuntos más importantes, como es la orientación de las
distintas labores de nuestra demarcación, los Directores de la Delegación no
contábamos para nada. Llegué a comprender demasiado tarde que en realidad no
había sido director de nada, pues mal se puede llamar director a uno que no
dirige y cuyas opiniones no cuentan. Tampoco llegué nunca a darme cuenta con
claridad, que lo mismo ocurría en el nivel regional, e incluso con los
directores del gobierno central, que seguramente se someten sin chistar a las
“inspiraciones” del Prelado de turno, so pena de ser acusados de mal espíritu.
En conclusión, las supuestas colegialidad y autonomía de los niveles de
gobierno del Opus Dei son una farsa total, pues los directores centrales no
pueden disentir de lo que dice el Prelado, y los directores regionales no
pueden disentir de lo que dice el Consejo General, y así sucesivamente hasta
llegar al último centro de la región. Los de abajo no sólo no pueden disentir
sino ni siquiera aportar algo relevante; sólo pueden, en el mejor de los casos,
informar a los de arriba de cómo van las cosas: aportar datos. Como es natural,
se trata de una situación que termina siendo muy frustrante para una persona
medianamente inteligente que se ha dedicado 20 ó 30 años a estas tareas, y a la
que se le ha dicho que ponga su inteligencia y que no hay que obedecer como
cadáver. Pero lo peor de todo no es la frustración como estado subjetivo de una
o muchas personas, sino la frustración como estado real de una Institución que
se mantiene dando la apariencia de prosperidad, a la par que se desmorona por
dentro, destruyendo a su paso a sus más fieles colaboradores.
El Opus Dei se parecen a un amigo
que le dice a su esposa: “yo siempre estoy de acuerdo contigo, salvo cuando tú
no estás de acuerdo conmigo”.
¿Cómo es posible que el miembro
se mantenga sin darse cuenta de estas irregularidades durante tanto tiempo?
Porque se suscita y enseña insistentemente una confianza absoluta hacia los
directores superiores, y sobre todo una confianza absoluta respecto del
Prelado, como imágenes vivientes del mismo Dios. Nada tiene de particular, por
tanto, que muchos que han terminado abandonando la Institución, abandonen con
ello su misma fe católica. Después de tanto engaño, incongruencias,
utilizaciones y abusos de confianza, no se quiere volver a saber, en temas de
religión, de nada institucional. Ruiz
Retegui notaba esta triste realidad con agudeza.
Finalmente, una consecuencia
inevitable: son llamados a ser directores quienes permiten y se avienen con
esta verticalidad. Normalmente personas muy jóvenes, personas de talante
robótico y acrítico, personas de limitada inteligencia. En cambio, quien
comienza a tener ideas propias hay que hacerlo a un lado, estorba. ¿Pero cómo
no ver que todo esto conduce al abismo no sólo personal sino institucional?
Uno de los años (casi puedo
asegurar que fue en 1975) que mayor número de pitajes tuvimos, fue uno en que
tuvo lugar una Comisión de Servicio. Nos visitaban dos directores de Roma para
revisar e impulsar la labor y los apostolados. Fueron varias decenas de chicos
que habían pedido la admisión como numerarios a lo largo de pocas semanas. En
mi Delegación habían pitado 35. Pues bien, 15 años más tarde revisé las
estadísticas de perseverancia, y de todos ellos sólo quedaban en la Obra dos de
esas personas, cuyos nombres recuerdo muy bien. 10 años más tarde -25 años
después de aquella infausta Comisión de Servicio- no quedó ninguno.
Cuando escribí esta carta al
Prelado yo deseaba vivamente contribuir a salvar al Opus Dei de la postración
en la que lo veía sumido. En aquel entonces no me importaba ni era muy
consciente del sufrimiento a que sometíamos a las personas; sólo me interesaba
que hiciéramos algo más sensato. Después he comprendido que todo aquello no
deja de ser bastante perverso.
No consigo salir de mi sorpresa. Uno se puede
pasar años –a otros no les alcanza la vida- para dejar de creer en el Opus Dei.
Nos metieron en la cabeza lo santa e inmaculada que es nuestra Madre Guapa la
Obra, y nos lo hemos tomado tan a pecho que, aunque las evidencias estén
delante y las podamos tocar, no las acabamos de aceptar, por alguna suerte de
infame “mentalización”. Llegué a concebir que los problemas fueran propios de
mi región, y por ello pensé seriamente en trasladarme a España. Por ello, uno
de los maravillosos servicios que presta esta web es que a través de ella
conocemos que la Obra procede igual en todos lados, y que estos problemas que
describo –y otros más- no son problemas locales, sino problemas del Opus Dei
como Institución, deficiencias y errores graves de su gobierno. Es lo que me ha
movido a publicar esta carta y estos comentarios, pues cuando uno está dentro
no le dan la oportunidad de aclararse. Como es bien sabido, está prohibida la
comunicación de estas preocupaciones entre los miembros. A veces no nos
animamos a escribir para OpusLibros pensando que ya todo está dicho, sin
advertir que la reiteración es, por esta y otras razones, muy conveniente.
Es evidente, en la carta, la crisis de
vocaciones y perseverancia en las que el Opus Dei se encuentra sumido desde
hace muchos años. Es cosa bien sabida dentro y fuera de la Institución.
La carta tiene dos partes. En la primera
-párrafos 1 a 8- refiero algunos asuntos más bien de índole personal.
Manifiesto mi inconformidad por habérseme engañado –como se le engaña a un
infante- cuando se me dijo que “podía hacer lo que quisiera” después de dejar
el cargo que ocupaba en la Delegación. Como luego pude comprobar, lo que
querían era que me sintiera libre, pero les salió muy mal esa jugada, pues yo
lo interpreté como desinterés por mi persona, y muy pronto me di cuenta de que
sí había planes bien precisos. Es típico este modo de proceder en la Obra: “que
se sienta libre, pues al fin y al cabo no irá a ninguna parte; evidentemente no
tiene dónde ir después de 25 años de trabajos internos. Se encaminará por su
propio pie a tal obra corporativa, que es donde lo queremos”.
En la segunda parte, a partir del párrafo 9,
me concentro en la crítica a la verticalidad y centralismo del gobierno.
Como es claro por su misma redacción, las
notas al pie fueron escritas para una versión posterior que envié al
Consiliario de la región y, por tanto, no llegaron al Prelado. Las incluyo
porque contribuyen a perfilar cómo veía las cosas en aquellos momentos.
Las letras entre [corchetes] suplen nombres de
lugares y personas que alejan el peligro de identificarlos. La carta está
íntegra y no le he hecho correcciones más que en esta línea. Si la publico es
para prestar atención a los problemas de fondo y no para el cotilleo.
*
* *
[AAA], 19 de noviembre del 2000
Querido Padre:
Le escribo desde [AAA], donde estoy haciendo
mi curso de retiro en este gran año jubilar. El sitio es espléndido; su belleza
me sigue asombrando. Vengo con el deseo de buscar al Señor una vez más, y dejar
que Él se meta en mi alma.
Hace cinco meses que llegué de Pamplona,
donde estuve durante un año. En estos meses últimos he desarrollado una
sosegada labor en la [RRR]. Vivo en la [residencia] y también allí me encuentro muy
a gusto.
Ayer fue mi primer día de curso de retiro; y
al tratar de hacer cuentas de estos meses pasados, desde que dejé la
Delegación, vino a mi memoria algo que ya había dejado en el olvido pero que
sigue estando todavía en el fondo de mi alma. Quiero sacar con usted estas
cosas que todavía me estorban, con el ánimo de sepultarlas de una buena vez[1].
Perdóneme si repito ideas o sucesos, pero me es imposible recordar lo que ya le
he escrito. La ventaja de estas líneas está en que el tiempo parece haber
filtrado lo importante. Aún así es posible que se deslice alguna carga de
subjetividad.
Mis años de trabajo en la Delegación fueron
preciosos, a pesar de que desde hace tiempo vine manifestando mi deseo, mi
voluntad de dejarla[2]. Pasaron los
meses necesarios en espera de que el periodo de mi cargo venciera. Así llegó el
día en que el Defensor me buscó para comunicarme que ya no pertenecía a la
Delegación. Me dijo que a partir de entonces podía dedicarme a lo que quisiera,
pero que los Directores tenían deseos o interés en que apoyara en la [RRR].
Añadió que si quería podía irme a Pamplona para terminar unos estudios ya
iniciados.
En un primer instante la idea me pareció
genial. Pero transcurridos unos días me pareció que esa decisión (dedícate a lo
que quieras) manifestaba que no existía un plan para mí. Sinceramente siempre
me he considerado una persona útil sólo en parte, pero no hasta el punto de que
no interesara. Casi dos décadas de trabajo en la Delegación y no lo podía
creer. Me creí entonces al pie de la letra que podía hacer lo que quisiera.
Ahora ya no lo creo, pero entonces lo creí.
A los pocos días se me hizo una tormenta
interior y lo único que deseaba era dejar esta región. La alternativa de irme a
Pamplona era clara. Yo pedí un año e inicialmente sólo se me autorizó una
estancia de seis meses.
Llegué a Pamplona con el ánimo de quedarme
allí para siempre. Como después de poco más de un mes no había recibido ninguna
ayuda económica de parte de [RRR], me apresuré a hablar con [LLL]
para proponérselo. Le expliqué que si evitábamos que [RRR] me enviara su
primera ayuda económica no tendría que cumplir con ella el compromiso de volver
a mi región. [LLL] se movió con mucha prudencia y
delicadeza. Es evidente que le pareció extraño, y en resumen me propuso que
dejáramos pasar un poco más de tiempo. Entonces no me quedó más remedio que
aceptar la ayuda de la [RRR] y quedar con ello comprometido a volver.
Con ocasión del curso anual de Olvieira, el
año 99, acudieron a Galicia algunos Directores regionales, entre los cuales
estaba D. [GGG]. Hacia el final del curso éste me llamó a Pamplona para que nos
viéramos en Madrid y así lo hicimos. Le manifesté los motivos de mis deseos de
quedarme en España y en resumen me dijo que esto no era posible. Salieron a
relucir cosas diversas, pero no recuerdo si conseguí destacar lo que ahora
considero más importante y que a continuación describo.
Como ya señalé, la fuente principal de mi
incomodidad en aquella época era que yo advertía que mi presencia en mi región
no les interesaba[3]. Se me
vinieron a la cabeza tantos recuerdos de mi trabajo en la Delegación; miles de
horas gastadas con sacrificio para sacar adelante aquellas tareas internas.
Ilusiones sin cuento enfocadas a sacar adelante labores y personas. Creo que
nunca me limité a cumplir. Sin duda hubo cosas que no hice bien, pero también
hubo muchísimas en las que empleé mis más íntimas energías, con ese cariño e
intensidad que sólo se tienen con lo que se ama y constituye el sentido de la propia vida. Sobre todo recuerdo
con nostalgia algunas propuestas muy elaboradas que entregué por escrito a D.
[GGG] (nunca sin antes verlas en la Delegación), después de larga meditación y
oración, de las que ni siquiera recibí más tarde una respuesta[4].
Había en esas propuestas, independientemente de lo acertadas que fueran, el
deseo más vivo de mejorar el proselitismo de San Rafael, planteadas sobre la
base de nuestra realidad concreta[5].
Sobre el acierto de ellas, siempre estuvieron más que inspiradas en las
indicaciones de nuestro Padre, a las que intentaba volver con medidas prácticas.
Habría bastado que se me hubiera dicho que se había estudiado y decidido, dando
el motivo que fuera, que lo mejor era ir por otro lado. Yo me habría quedado
más que contento, pero no fue así. Al mismo tiempo seguían llegando en
abundancia, pensadas “desde arriba”, las orientaciones sobre lo que se debía
hacer, sin dejar sitio para la iniciativa de quienes conocíamos la labor más
directamente[6].
Con ocasión de, por ejemplo, convivencias de
Directores de Delegación o de planes cuadrienales, se nos animaba a proponer, a
pensar, a planear con iniciativa. Salían de allí planes estupendos, estudiados
y decididos con visión de conjunto que se mandaban a la Comisión muy
sintetizados. Detrás de aquellos papeles había cientos de horas de trabajo de
conjunto. Pero pasaban los meses y no había respuesta, ni aprobatoria ni
desaprobatoria. Al mismo tiempo seguían llegando indicaciones sobre todos los
temas, sin conexión alguna con nuestras propuestas —las cuales se iban
desdibujando o perdían actualidad— y sin conexión aparente con algún plan de
conjunto. Después de muchos meses —creo que a veces se acercaba al año— llegaba
algo breve sobre algún aspecto concreto de nuestros planes, con escaso sentido
de la oportunidad y limitado a aspectos que pasaban por alto el plan de
conjunto. Además, cada convivencia de Directores regionales en Roma exigía
nuevos enfoques en el gobierno y replanteamiento de los planes mucho antes de
que pudiéramos cumplir y aun dar por aprobados los anteriores.
Mi preocupación particular siempre giró en
torno al proselitismo de Numerarios, pues tenía el convencimiento de que si
conseguíamos un ingreso de 25 o 30 nuevos alumnos al Centro de estudios por
año, al poco tiempo estaríamos en condiciones de dar un vuelco a la labor en
todos los terrenos y contribuir más eficazmente en la expansión de la Obra en
otras regiones. Es evidente que esta idea está muy clara en la mente de muchos
(o en la de todos), pero a mi juicio se trata de una preocupación intermitente
y con la que no se es coherente en la práctica del gobierno cada día[7].
Pero no es este el punto principal al que aquí me quiero referir, aunque lo
afecta decisivamente. La cuestión está en la falta de autonomía de los
gobiernos.
La imposibilidad de llevar a la práctica
nuestras ideas sobre cómo lograr los objetivos producía un resultado de grave
desánimo en unos Directores a los que, por otra parte, se insiste a menudo en que tienen autonomía
en su gobierno, y a quienes se mueve a tener iniciativa. En estos años he
mantenido conversaciones personales con muchos de ellos que reflejan con
nitidez lo que aquí asiento, y que demuestra que no se trata de un sentimiento
personal. Unos, por su manera de ser o porque son muy jóvenes se someten sin
chistar; pero por lo general, los más inteligentes y maduros —con más
experiencia y más dotes para el gobierno— se cansan y decepcionan, aunque
siempre tratando de rectificar y sacar nuevos bríos de su vida interior,
confiando en la gracia de Dios. Ahora mismo que vivo en [HHH] veo al Consejo
local muy ilusionado con un plan que me parece magnífico para convertir la
residencia en un instrumento decididamente más útil. En resumen es un proyecto
que intenta asemejarla a lo que nuestro Padre pensó y dejo escrito en la
Instrucción de San Rafael. Pero temo que los Directores de la Delegación y de
la Comisión serán, con la mejor de las intenciones, sus principales enemigos, y
que todo el esfuerzo y la ilusión quedará en unos cuantos papeles viejos y
archivados, y que dejará un saldo negativo en el ánimo del Consejo local. El
Director es un muchacho de muy buenas cualidades para el gobierno. Es
inteligente, con capacidad de liderazgo y muy resolutivo. Quiere cambiar el
estado de cosas en la residencia, porque está cansado de los escasos resultados
apostólicos y porque no ve que el camino que se está recorriendo sea el
adecuado para formar a los muchachos. Sus iniciativas son buenas (buenísimas) y
plenamente conformes con nuestro espíritu, pero desde el punto de vista de los
resultados inmediatos y de lo que los Directores le piden, comporta un pequeño
rodeo, una estrategia. Si no se le da libertad y se le apoya, si no se confía
en él, veo venir el fatal desenlace[8].
No desconozco que seguramente me faltan
datos. Tal vez exista un plan global más ambicioso y aún mejor pensado, pero
¿por qué no se da a conocer? Más bien me inclino a pensar que no lo hay, y que
se sigue una forma de gobierno de equilibrio, completamente vertical, a la
defensiva[9],
de resultados inmediatos[10]
y en la que no se toman riesgos[11].
Las indicaciones que llegan a raudales de arriba son todas muy buenas y algunas
muy necesarias, pero dan la impresión de dispersión y discontinuidad. El
problema está en que esta forma de proceder comporta riesgos y desventajas
sumamente graves en los que no se suele reparar[12].
Perdóneme, Padre, si hablo casi con desfachatez, pero quiero ser claro.
Se va creando una distancia entre los
distintos niveles de gobierno. Hay una cortina de humo que impide saber quién
es el interlocutor. En mi personal experiencia, en conversaciones personales
con algunos Directores regionales parecía que nuestras propuestas eran
acogidas. Pero cuando se envían por escrito se perdían invariablemente detrás
de esa cortina. Me refiero a las propuestas de más alcance, aquellas en las que
dejábamos ver nuestro compromiso con la labor, no a las puntuales consultas
habituales. Tampoco existía, al menos hasta mi época, una cercanía personal con
los Directores de la Comisión. Mis conversaciones personales con ellos se
redujeron a unas cuantas, sostenidas con ocasión de convivencias de Directores
de Delegación, cada dos años para cada miembro. Como es lógico, las eché de
menos cuando más las necesité. En medio de mis complicaciones siempre fui un
Numerario que fácilmente se quedaba feliz cuando han mediado unas palabras de
aliento de parte de quien tiene autoridad: una pregunta oportuna, un comentario
alentador, una petición de ayuda, habrían bastado para cambiar mi ánimo. En
cambio, nunca supe lo que pensaban de mi trabajo ni lo que se esperaba de mí al
ocupar tal o cual cargo.
Otro de esos riesgos de importancia es el
empequeñecimiento de las personas. Personas que podían haber dado mucho se
convertían, con el pasar de los años, en meros ejecutores de indicaciones
aisladas, acomodados en un quehacer cercano a la burocracia. Sin embargo, las
más de las veces eran los mejor dotados los que se cansaban, daban muestras de
desunión y hartazgo, para terminar relevados por personas más jóvenes o “más
dóciles”, con el considerable riesgo de que a menudo estos cambios no dan
resultado o se pierde continuidad[13].
Por su parte, la labor tiene que volver a comenzar o sufre detenciones[14].
Pero hay otro gran tema unido al
anterior. Ahora pienso que aquel “puedes hacer lo que quieras” no era verdad.
Se usó esa fórmula para hacerme sentir una libertad que ni tenía ni me hacía
falta[15].
De hecho me sentí acorralado en una decisión por mis deseos de dejar la región
y terminar el doctorado. No digo con esto que se haya obrado con mala
intención. Ni lo más mínimo. Pero no me parece correcto no ser plenamente
transparente con una persona a la que se le debe confianza. Ya en Madrid, D.
[GGG] —sin aludir al “puedes hacer lo que quieras”— me cambió la jugada: nos
interesa que te dediques a la [mi profesión] y que te desarrolles con seriedad
profesionalmente. Quiero pensar que esto sí es verdad, aunque más bien creo que
lo que se quiere es que apoye en [RRR], y que sólo allí se incluye el interés
por mi desarrollo profesional. ¿Por qué no se habla completamente con la
verdad? Sé que es para no herir, para ayudar y para urdir un plan que se estima
a favor de la persona y de la labor. De lo que no estoy nada seguro es de que
con misterios y verdades a medias se pueda ayudar a una persona y a una labor.
Así se procede cuando no se conoce bien a las personas y cuando hay distancia
con ellas. Pero entonces cabe el riesgo de que la gente se sienta engañada y
utilizada.
Me parece claro que lo que aquí menciono ha
sido la causa principal de mi cansancio y me consta que es también la causa del
cansancio de otros. Lo de menos es el cansancio; lo decisivo es la desconfianza
que suscita, la pérdida de tantas energías, la pérdida para el gobierno de
personas valiosas (entre las que no me incluyo) y el ritmo cansino de la labor[16].
Queridísimo Padre: no le digo estas cosas
para quejarme. Soy un convencido total de la Obra, que siento como muy mía. Y
este convencimiento abarca la seguridad de que somos un organismo vivo que puede
dejar atrás modos de trabajo que no nos ayudan[17].
La comodidad de mi nueva situación me permite verlo con mayor perspectiva y
manifestárselo con libertad. No estamos logrando que la gente trabaje contenta.
Soy consciente de que todo lo que digo es muy matizable, y sobre todo que junto
a estas cosas menos positivas hay miles que son maravillosas. Tampoco es lo
mismo un Centro de jóvenes que una labor de San Gabriel o una Delegación. ¿Por
qué nos pasa todo esto? Yo creo que la razón es porque en la Obra, gracias a
Dios y a la fortaleza de nuestro Padre, hay una finura muy grande en la obediencia,
hasta el punto de que muchos ni siquiera se atreven a pensar cosas como las que
aquí expreso, o lo rechazan como una tentación. Imagino que los Directores
regionales, en su mayor cercanía con Roma y su menor cercanía con las labores,
propenden, por buen espíritu, a reforzar exclusivamente lo que viene de Roma;
pero entonces no se enriquece la labor de dirección y la autonomía de los
gobiernos se ve reducida en grado sumo. A los que nos toca obedecer hemos de
obedecer, pero los que mandan deben considerar atentamente si lo hacen con
acierto, para que el Señor no tenga que volver a constatar que los hijos de
este mundo son más astutos que los hijos de la luz.
Cuando regresé de Pamplona me encontré una
Delegación con numerosos problemas de perseverancia[18].
No me extrañó su encuentro con D. [GGG] en USA y las cosas que nos mandó decir:
necesitamos más oración y más mortificación para salir del bache. Nada que objetar;
pero también considero muy de nuestro espíritu acusar nuestro ingenio para
revisar si no podemos y debemos corregir el modo de dirigir la labor[19],
pues con la sola insistencia en la exigencia, los medios de formación se
crispan y el problema se agrava. Recuerdo una antigua conversación con el
Director Espiritual regional en la que dejaba ver que consideraba que los
sacerdotes de nuestra Delegación estaban y se portaban muy mal. Y es que se
crea una sensación de fracaso y las relaciones entre los que mandan y los que
obedecen se tensan. Esa apreciación no era verdad, sólo que cuando no se trabaja
con alegría se propician situaciones de doble vida que a la larga terminan
reclamando la paz no siempre a favor de los planes de Dios.
Quisiera haber dicho estas cosas con el
máximo respeto y la máxima humildad[20].
Dejo en sus manos y en las de Dios estas inquietudes.
[1] No he logrado que desaparezca la desazón que me produce todo esto.
[2] Me parece que mi cansancio por la tarea de la Delegación obedeció principalmente a lo que menciono en esta carta.
[3] Este pensamiento se convirtió más tarde en el sentimiento de soledad, confirmado (según yo) por la falta de interés en mi persona y en mi trabajo que de parte de los directores noté a lo largo de este año.
[4] Recuerdo al menos una escrita y una verbal.
[5] El proselitismo de San Rafael siempre ha sido mi principal tema de preocupación. La inmensa mayoría de nuestros truncados proyectos se ha debido al escaso número de vocaciones.
[6] Al Dr. [VVV] le dije que me parecía que la labor de gobierno de la Obra se llevaba a cabo de un modo excesivamente “vertical”. Eso es lo que constituye la idea central de esta carta, aunque no es todo ni sé si lo más importante. Por ejemplo, el llamado “plan pentium” tiene sin duda rasgos muy positivos, pero este tipo de acciones (de presión) nunca me han parecido el mejor modo de impulsar la labor de San Rafael ni de conseguir vocaciones. Pienso que se prestan a provocar un clima de tensión que no resulta sano ni propicio para que vengan buenas vocaciones. Los Vocales de San Rafael deben saber crear un clima exigente y sacrificado al mismo tiempo que se vive en un ambiente de mucha alegría y cariño, incluso de distensión. Me recuerda las situaciones de dificultad que algunas mujeres presentan para concebir: mientras más se tensionan menos consiguen la concepción. No es poco frecuente que conciban cuando han adoptado un hijo.
[7] Sé que este asunto no es nada fácil. Sin embargo, siempre he pensado que si se apuesta por San Rafael, con toda decisión y sin cesiones, y por un tiempo considerable, los demás aspectos de la labor los podríamos solucionar con los frutos que San Rafael reporte. Sé también que esto tiene sus límites. En lo que no he estado de acuerdo es en dónde fijarlos.
[8] [CCC] es muy bueno y con vida interior, pero en algunos momentos me ha hecho comentarios que yo a su edad no me habría animado ni a pensar. Se trata de comentarios de enfado contra los Directores. Recuerdo en especial una ocasión en que se desahogó conmigo y con otros del consejo local de la [residencia] con motivo de una iniciativa que consiste en hacer un centro de numerarios mayores dentro de la [residencia]. Se le comunicó como asunto decidido.
[CCC] es un muchacho excelente pero muy impetuoso.
[9] Es natural la tendencia a ser defensivos para no arriesgar o para incrementar la vida interior de las personas. Sin embargo, me parece que nos pasamos. En la nota 14 amplío este comentario.
[10] La Obra nunca funciona por resultados inmediatos; basta pensar en el cuidado de la vida interior y la formación de sus miembros. Sin embargo, en la labor de San Rafael se procede a menudo con prisas.
[11] Bastantes de las cosas que sugiero implican riesgos.
[12] Estos otros riesgos están descritos en la carta: escasez de frutos apostólicos, empequeñecimiento de las personas, desunión, desconfianza, etc.
[13] No es nada fácil reunir en una persona muchas condiciones de docilidad y condiciones de gobierno, a no ser que —para facilitar la verticalidad del gobierno— las condiciones para el gobierno de la Obra se reduzcan a la docilidad. Pienso que a veces se confunde un buen estado espiritual con un talante apocado, poco acometedor o menos inteligencia; dócil no por virtud, sino por falta de personalidad.
[14] Es el caso de la posible salida de [FFF] de la [residencia] en el momento menos oportuno. No faltan razones para llevarlo a [QQQ], pero se reducen a una supuesta preparación para su ida al Colegio Romano. Es cierto que [FFF] está, digámoslo así, un tanto “arresidentado” y hay que mandarlo a Roma en mejores condiciones. Sin embargo, esta medida es defensiva y no de ataque. Me parece que las razones defensivas son demasiado frecuentes y producen un círculo vicioso, pues la gente también se desmejora cuando el apostolado no sale adelante con brío.
[15] Lo digo porque al carecer de la experiencia de “andar por libre” en lo profesional, jamás aspiré a ello.
[16] Creo sinceramente que para mejorar decididamente las labores es clave hacer crecer a las personas. Sí en lo espiritual, pero también en lo profesional, como directores, lo cual sólo se consigue si se les da más autonomía.
[17] A menudo me he sentido en este último año como parte de un “equipo perdedor”, humanamente hablando. Cuando yo era joven tenía una idea completamente diferente. A veces he pensado que entre los que se nos van de Casa se cuentan los mejor dotados, que son aquellos a los que les resulta muy difícil resignarse. Se puede objetar que lo que ha faltado es vida interior. A esto respondo que también es una cuestión de proporción entre la vida interior y la dificultad que se experimenta.
[18] Creo que los problemas de perseverancia responden también a falta de horizontes. La gente tiene más o menos vida interior, pero todos somos humanos (a veces demasiado) y necesitamos de un estilo más humano de gobierno. No me refiero a trivialidades, sino a lo que apunto en general en esta carta y estas notas.
[19] Resumiendo, esta inteligencia se resume así: a) potenciar la autonomía de los gobiernos, haciendo crecer a las personas de dichos gobiernos; b) mejorar los criterios de selección de las personas para cargos de gobierno, sin confundir la excesiva docilidad con el buen espíritu o la salud espiritual; c) apostar más decididamente por San Rafael, en todos los sentidos; d) los vocales de San Rafael de las Delegaciones son la pieza clave. Por decirlo así, hay que poner auténticos Directores, no vocales de San Rafael que compartimentan su trabajo. Personas capaces de quitar obstáculos para que los Numerarios dedicados a San Rafael de los centros no se pierdan en asuntos accesorios. Esta idea es susceptible de desarrollarse mucho más y creo que es de suma importancia. Pero sólo lo haría si usted me lo pide.
[20] En las notas he sido bastante más brusco porque quiero que se me entienda.
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