¿QUE SABE EL OPUS DEI DE LA ADOLESCENCIA Y CÓMO LO UTILIZA?
Ruta de Aragón, 29 de junio de 2007
Este escrito esta dedicado a Mariqui, madre de adolescentes, y a todos aquellos, que pasamos la adolescencia en el Opus Dei.
Ruta de Aragón
El Opus Dei defrauda y ha defraudado a muchos de los que entregaron su vida a Dios y a los demás en la Obra. Especialmente a muchos que entregaron su vida a Dios por los demás en la adolescencia. No sé cómo son las cosas en la actualidad pero hace no muchos años era lo más normal del mundo que la gente entregara su vida al Opus Dei con 14, 15 16 y 17 años, como si fuera un señor o señora de 24, 25, 26 o 27.
En parte, estoy convencido de que la
crisis vocacional y los problemas que tiene el Opus Dei, cara a su proselitismo
y a una imagen de normalidad entre la opinión pública a día de hoy, es fruto de
los abusos que se cometieron con muchos adolescentes de forma flagrante, no
hace tantos años.
Muchos también dirán que fueron
adolescentes en el opus Dei, y que no salieron
traumatizados y que el Opus Dei les ha servido en la vida. Sin embargo, muchos
de estos habrán de reconocer que además de tener la ‘suerte psicológica’ de que
no les pasara nada, en un momento dado de su adolescencia supieron mantener una
distancia prudencial con el Opus Dei, aconsejados por sus familias o porque
entendieron que con el Opus Dei debían mantener cierta ‘distancia psicológica
si querían conservar su libertad y la dirección de sus vidas y no ver truncada
su vocación profesional o afectiva; aunque fueran simpatizantes del Opus Dei y
con la intención de seguir siendo simpatizantes del Opus Dei durante toda su
vida, sin rupturas en el alma y en el cuerpo.
Pero por otro lado, a cuantos
adolescentes que se acercaron al Opus Dei, con una confianza absoluta de ellos
y de sus padres, creyendo en una caridad y fraternidad y lealtad auténticamente
cristianas y en una rectitud de intención por parte de los directores en la
formación de sus hijos e hijas, y no en campañas vocacionales de cacería, a
modo de ejemplo como la de las
500 vocaciones, que entregar como un presente, lleno de soberbia, por
parte de los directores y sacerdotes a los distintos prelados. ¿A cuántos
adolescentes ha matado el Opus Dei sin una sola bala?. Es muy fácil romper a
una persona para toda la vida en la adolescencia y muchas veces, por desgracia,
detrás de esa persona a toda su familia.
Pero para comprender, como el Opus
Dei ha matado a mucha gente en la adolescencia, sin una sola bala hay que
comprender qué es la adolescencia.
¿Cuál es la psicología de la
adolescencia?
Educar
es difícil. Tal vez la tarea más alta y difícil que pueden hacer los hombres.
Es difícil y requiere competencia y seguridad. No puede ser educador quien se
contenta con un sentido común que muchas veces se confunde con la dejadez o con
dar palos a ciegas. La verdadera personalidad, la virtud sólida y las
convicciones profundas, no se forman al azar y a la aventura. La vida es muy
breve, los años de la adolescencia y de la juventud, demasiado decisivos y
delicados para no sentir una imperiosa necesidad de dirección y de protección.
Cuantos padres y familias han de
reconocer que con esta idea y sentir llevaron a sus hijos e hijas a clubes del
Opus Dei y que años más tarde tuvieron que ir al Opus Dei a recoger a sus hijos
e hijas rotos.
Tal vez la ignorancia y buena fe por
parte de los padres que llevan a sus hijos a los clubes del opus
dei, de lo que realmente pasa en dichos clubes y a
qué procesos psicológicos son sometidos sus hijos, y -lo que es mas grave- la
ignorancia y la mala fe en muchos casos por parte de los directores y
directoras y sacerdotes del Opus Dei camuflado bajo el entrañable voto de
alegría, convierte la formación y los procesos vocacionales y el destino de
muchas vidas de adolescentes en auténticas ruletas Opus Dei.
¿Qué sabe el Opus Dei, sus
directores y sus sacerdotes de las dificultades propias de la
adolescencia? ¿Qué saben de la reserva
propia del adolescente, de sus procesos fluctuantes, confusos y contradictorios
de la mente del chico o chica? ¿Qué saben de la timidez, de la incomprensión de
sí mismo, de su vanidad y recelo?. Conocen esas dificultades y las utilizan para
hacer, en muchos casos, pitar a la gente en plena adolescencia.
La adolescencia se caracteriza por
una mayor excitabilidad del sistema nervioso, la actitud subjetiva del
adolescente y su postura negativa frente al mundo. El adolescente ha
descubierto un mundo interior en sí mismo y se encierra en él morbosamente, de
ahí su actitud negativa frente al mundo exterior.
La adolescencia va acompañada de
crisis de inquietud, de irritabilidad, de entusiasmos fáciles y efímeros, con
periodos más o menos largos de depresión… son años
difíciles en que muchachos y muchachas se encierran en sí, tristones, dejan de
rendir en clase y con frecuencia provocan escenas violentas en la vida
familiar. El muchacho se siente
incomprendido de todos, de sus padres, de sus familiares, de sus educadores; se
sumerge en un mundo interior fantástico, poblado de una intensa afectividad
subjetiva. Estas situaciones son utilizadas por el Opus Dei en los procesos
vocacionales de muchos adolescentes.
Uno de los factores que influyen en la
intensa afectividad subjetiva del adolescente, es la vida sexual, con sus
misterios y la fuerza de su placer ahora en plena ebullición.
Muchas veces en el opus Dei, la mayoría de sus directores y sacerdotes,
confunden o quieren confundir al muchacho o muchacha haciéndole creer que
adolescencia es igual a problema sexual. El problema sexual es uno de los
fundamentales en la adolescencia, pero no el único ni el principal. Hay
muchachos completamente normales para los que el problema sexual es insignificante.
Aunque hay adolescentes para los que los problemas sexuales se les convierten
en una obsesión y pesadilla continua y atormentadora y esto es utilizado por
directores y sacerdotes del Opus Dei para manipular esas almas.
El adolescente se muestra nervioso,
inquieto, cambiante, tiene en su cabeza ideas incompatibles que él mismo no
descubre. Otras veces razona con una lógica y una prudencia admirables; muchas
veces no sabe lo que quiere, otras veces lo sabe de sobra. Tan pronto se le
atragantan las cosas, como se entusiasma secretamente por ellas. Ama la soledad
y no puede vivir sin compañeros. Critica las tradiciones familiares, pero se
aprovecha de su condición social. Es a la vez, grosero y fino, paciente y
arisco, violento y dulce; vigoroso y lánguido; infatigable e indolente;
taciturno y exuberante.
El adolescente suele abrirse a la
amistad de sus compañeros de edad y la compañía de jóvenes de más edad que el
sentimiento que también es utilizado por el Opus Dei.
La adolescencia es un proceso oculto
que se manifestará después en detalles, es una fuerza que el niño o la niña
llevan en su interior y que saltara a la superficie de la vida; es un proceso
que se produce fatalmente en cada niño o niña, aunque el tiempo y el modo pueda ser afectado por diversas circunstancias.
Lo esencial de la adolescencia es el
descubrimiento y nacimiento de la intimidad. El yo se ocupa
únicamente de sus propios contenidos, el adolescente vive dentro de sí mismo.
La vida del adolescente no es una relación con el mundo externo si no con su
mundo interior, prescindiendo de las cosas exteriores.
En la adolescencia el descubrir
nuestro yo, entraña conocimiento reflexivo y un sentimiento de soledad e
interioridad; de riqueza exuberante de tendencias contradictorias con gran
riqueza afectiva, ya sea de tristeza o de entusiasmo. Tendencias siempre
fluctuantes y provisionales. La conciencia en la adolescencia se hace clara,
con un desarrollo sorprendente de las facultades espirituales.
La adolescencia, es la liberación
del espíritu encerrado en la materia del niño. El cuerpo del niño es la cárcel
del alma. Al llegar la adolescencia, el espíritu despierta y el alma del
adolescente se encuentra en condiciones de ser libre e inteligente. La
adolescencia es el nacimiento a muchas cosas nuevas y definitivas del hombre y
es lo que queremos expresar cuando decimos al muchacho “estás hecho un hombre o una mujer”.
Lo característico de la adolescencia
es la riqueza de sentimientos, una avalancha y anarquía de tendencias, que han
hecho que esa edad sea llamada, edad del pollo, pavo y potro. La vida nueva del
adolescente es sobre todo una riqueza de sentimientos y afectividad,
sentimientos que desbordan el alma; un mundo nuevo que se revela al
adolescente, mundo contradictorio que el adolescente es el primero en no
comprender. En esta etapa el chico necesita al amigo, al confidente en quien
volcar su alma y al que gritar “¡No me comprenden!”
Este mundo de sentimientos y de
tendencias anárquicas del alma juvenil es de carácter provisional. En la
adolescencia no hay nada seguro, nada completo, nada definitivo. Todo puede ser
completado y hasta suplantado. Lo que cree el adolescente que es un hallazgo
definitivo para toda su vida, mañana dormirá en el desván de los recuerdos. Lo
que el adolescente aseguraba que era un amor o una amistad para siempre, no
pasó de ser una voluntad antojadiza o un deseo vano. Lo mismo le pasa al
adolescente en sus aficiones, gustos y proyectos. Este aspecto cambiante y
vacilante del alma del adolescente, donde todo parece que se vaya a perder en
un momento dado, es lo que hace a esta edad la más interesante y prometedora
desde un punto de vista pedagógico y vocacional.
Este carácter cambiante del
adolescente, es simplemente el lado visible de su personalidad, que está
intentando -dentro de una gran susceptibilidad-, afirmarse, acrecentarse,
demostrar su fuerza, valía e independencia. Está intentando mostrar el hombre o
la mujer que será en el futuro, hasta que en un momento se despierte ese nuevo
hombre o mujer.
El adolescente, en cuanto tiene
conciencia de su vida interior, se da cuenta de ese primer e incierto afirmarse
de su personalidad; empieza a sentirse diferente de los demás, de la familia,
de sus compañeros, En la juventud madurará su personalidad y adquirirá su
autentica forma de ser.
La personalidad del adolescente se
afirma con un núcleo central formado por las tendencias y las inclinaciones,
por la vida de los instintos y los afectos. A todo ese mundo, la voluntad
iluminada por la inteligencia propia y
ajena le dará una orientación. Y es esta conciencia de saber y poder querer, lo
que le hace saber al joven que ya es “alguien”, que tiene sus derechos y que
vienen a ser la prueba de que ha hecho el
descubrimiento de sí mismo. Las manifestaciones de la adolescencia no son otra
cosa que el más profundo y radical sentimiento de ser él mismo, de afirmarse en
su existencia y de la necesidad de crecer y de afirmar su personalidad. Casi
todos los procesos que tienen lugar en el alma del adolescente requieren una
vuelta sobre sí mismo, hacia dentro.
Este sentido de intimidad se manifiesta en primer lugar en ese
conocimiento reflexivo que acompaña al descubrimiento del yo y que es como el
ojo escudriñador de la interioridad y padre del conocimiento crítico. Hay en el
adolescente otra vuelta sobre sí mismo menos espiritual, más vanidosa. Sobre
todo en las chicas, que se pasan horas y horas contemplándose en el espejo.
Y si el sentido reflexivo lleva al
adolescente con frecuencia a cavilar sin objeto, otras veces les puede conducir
a preguntas filosóficas como «¿por qué existo yo?», y
«¿cuál es el sentido de las demás cosas?». Preguntas
que el joven puede hacerse con toda seriedad y aun pueden conducirle al asco de
vivir y en casos extremos, al suicidio.
El joven siente la pasión de
mirarse, de contemplarse y echa mano de cuanto puede ser espejo del alma y del
cuerpo. Su diario, sus poesías líricas y sus amistades nacen también de este
afán de mirarse a sí mismos en lo que escriben y en el alma de los demás hombres.
Lo mismo en el cavilar que en el anhelo sin objeto y la melancolía, el
adolescente exagera su propensión a vivir de la interioridad. He aquí dos notas
tan características de esta edad y que nacen directamente del «descubrimiento
del yo» y de la «afirmación de la personalidad».
La rebeldía del adolescente es más
un desequilibrio psíquico y fisiológico que una postura seria frente a los
problemas de la vida. Rebeldía que se confunde con frecuencia con una mal
entendida independencia, que es a su vez una oscura y caprichosa afirma ción de la personalidad que les lleva a discutir y
despreciar lo tradicional, a adherirse a ideologías extremas de ética, arte,
política o pensamiento; y con más frecuencia a altercados familiares y a llevar
sistemáticamente la contraria al padre o al educador.
Todos sabemos que en lo más íntimo
del concepto de personalidad va incluido el sentimiento de independencia, por
esto no nos ha de extrañar que en el momento de nacer esa personalidad el
adolescente haga un sin fin de tanteos para afianzarla. Empieza por ocultar su
interior haciéndolo dominio exclusivo suyo y sigue con la afición a poseer una
colección de sellos o un perro, cosas a las que él pueda llamar «suyas». El deseo de originalidad le lleva a cambiar el nombre,
los gestos, el peinado y hasta el tipo. Para demostrar que él ya es hombre y
que conoce los secretos de la vida, no escatima las palabras soeces y prodiga
las hombradas que demuestran el poder de sus músculos y más de una vez terminan
en gamberrismo si se juntan unos cuantos. Entre los muchos matices del alma
joven, no falta uno para lo bajo, lo tosco y lo bruto. Es el paralelo psíquico
a esa facha desgarbada del cuerpo desproporcionado del
adolescente. No cabe duda de que la adolescencia tiene siempre, por impulso
fisiológico y psíquico, un portillo abierto al gamberrismo, Rock
and Roll y demás
excentricidades.
El adolescente es un «hombre por
hacer», es el momento delicado que precede al nacimiento de una realidad
decisiva y trascendental el joven y el adulto. Por eso su educación es una obra
de tacto. La adolescencia es, sobre todo, una gran posibilidad, posibilidad que
se puede ganar o perder. El alma joven lo es todo en potencia, en germen; lo
mismo lo bueno que lo malo. Lo mismo se entrega ardorosamente a un ideal
heroico, que cae en una masturbación vergonzosa. La juventud es un dios con
millones de caras: todo el que la interrogue puede obtener de ella la respuesta
que desee. Esto quiere decir que es una exuberancia de tendencias y una gran
riqueza de posibilidades.
Es el momento en que la personalidad
debe empezar a seleccionar y encauzar. La misma naturaleza crea aquí una
especie de base de selección de la futura persona. Se trata de elegir al yo que
se ha de ser el día de mañana, entre los muchos yos
que se tienen en el pecho. El muchacho siente el deseo de ser algo grande, de
realizar empresas altas. Por eso siente en sus entrañas el fuego santo del amor
a la justicia y a la verdad y es capaz de entusiasmarse ante un ejemplo de
heroísmo. Se siente indignado ante la injusticia o la opresión del desgraciado
y es intransigente y radical ante las posturas ambiguas de los mayores. Lee con
admiración las vidas de los grandes hombres y cae con demasiada facilidad ante
la fascinación de los ídolos del pensamiento, la literatura, el arte o el
deporte.
Es propenso a hacer «tabla rasa» de
los gustos e ideas de la generación anterior y empezar a andar por el camino de
la revolución, como si hasta que él llegó al mundo, no se hubiese hecho nada
que mereciese la pena. El joven es idealista y no es frecuente que se dé en tan
temprana edad el escéptico, el calculador o el perdido. Un impulso de
superación bulle en el cuerpo y en el espíritu del adolescente.
El muchacho siente fascinación por
la fuerza física. Es lo que podemos llamar «la idolatría del músculo». Ser robusto es un valor muy apreciado y le gusta
exhibirse, demostrarlo en los juegos de fuerza, en los deportes y en las largas
excursiones a que son tan aficionados los muchachos en esta edad. En ambientes
bajos, el rey de los muchachos es el que más puede, entendido en sentido del
puño, el que gana en la pelea. Al muchacho le gusta, sobre todo, exhibir su
fuerza y virilidad delante de las chicas.
Parece que en la adolescencia una
racha de tristeza invade el alma del muchacho. Es la edad ingrata. Como todo
alumbramiento, es doloroso «el nacimiento a la hombría».
Esta nota de tristeza se encuentra invariablemente en todos los diarios de los
muchachos. Se sienten incomprendidos y muy desgraciados.
Por otra parte, el muchacho sigue
sufriendo porque aún no es hombre, porque sus realizaciones no se acomodan ni
corresponden a sus planes y sueños, porque no sabe decidirse ni actuar, porque
no ha llegado a la madurez de la acción.
Siempre, se dice, que la juventud
peca de idealista. El joven no vive en la realidad; su mundo no es el mundo
real. Su imaginación, siempre soñadora, le construye hermosas ilusiones de
placer, de belleza y de poder. Su entendimiento, de lógica rectilínea, forja
ideales irrealizables y su voluntad sueña en grandes empresas mientras cae y se
encharca en las debilidades de la carne, en caprichos irrisorios y en una
ligereza y desgana imperdonables. Los golpetazos con la realidad le irán
bajando poco a poco del mundo del ensueño. Esta falta de realismo se nota hasta
en esa manera de andar del adolescente, desgarbada e
insegura.
Encastillado en ese mundo subjetivo,
no se esfuerza por acomodarse al real; al contrario. Tiene la pretensión
ingenua de que las demás cosas se le acomoden a él. El subjetivismo atroz le
lleva muchas veces a cambiar los datos de la realidad, a mezclarlos y a hacer
construcciones fantásticas. Se le escapan los detalles, no percibe la
desproporción que siempre hay entre todo conocimiento y su objeto. Confunde las
ideas con las cosas y con las palabras, cree poseer la verdad cuando lo único
que ha conseguido es una simple fórmula. Esta falta de realismo se descubre en
su fascinación por la retórica. Confunde la verdad con la frase feliz y
brillante. Le gusta discutir, que viene a ser una forma retórica de pensar, y
más que por afán de llegar a la verdad, lo hace por vanidad, por dárselas de
enterado o, más frecuentemente, por ganar en la disputa, por imponerse. Estamos
en la edad de las discusiones inútiles y tontas.
Otro de los hallazgos de esta edad
es el sentido estético. Parece que se despierta y complace primeramente ante
las formas bellas más sensibles y cercanas como es la belleza humana, la
arquitectura y el paisaje, bellezas de color y sonido que se les mete por el
alma. A este sentido de la belleza ayuda, sobre manera, la peculiar agudeza de
los sentidos que se da en esta edad. Este sentido estético es el que hace gozar
al joven de la Naturaleza, del paisaje, de los viajes, de las excursiones... De
aquí nace su afición por la poesía, el arte, la novela, la música, el cine, el
teatro, el baile...
El adolescente tiene grandes
alternativas de actividad y de decaimiento, pasando del paroxismo de la acción
y afán de batir récords al surmenaje físico y mental.
A veces se deja llevar de una alegría desbordante y otras cae en una tristeza
morbosa, temor a la muerte y sufrimientos sin motivo.
Es egoísta, pagado de sí, le gusta
exhibirse; agresivo, sensible a los halagos y excesivamente dado a las
impresiones nuevas; amante de las confidencias, puntilloso en su honor, poco
respetuoso y no tolera la contradicción. Por otra parte, se desanima con
facilidad, duda de sí, piensa no tener los rasgos propios de la virilidad y cae
en un mutismo exage rado
que sólo rompe ante su diario o la plegaria.
Es altruista, y apasionado por las nobles causas y capaz de grandes sacrificios y secretos; por otra parte, muestra un egoísmo exacerbado y atropella los derechos ajenos con todo descaro. Oscila entre la buena voluntad y un vivo deseo de ser bueno y la tendencia a satisfacer sus bajas pasiones, a mentir, a no cumplir su palabra. Tan pronto muestra su gusto por la soledad y aparece encogido en sociedad, como padece un deseo tan fuerte de compañía con sus camaradas, que no puede distraerse en otra cosa. A veces se entusiasma por los héroes y las ideas nobles, y otras se inclina hacia la parodia burlesca.
Frente a una sensibilidad extraordinaria,
aparece con frecuencia la dejadez y apatía. Frente a una viva curiosidad
e inquietud, la indiferencia intelectual. De la afición apasionada
por la lectura pasa a crítico indignado. Generalmente revolucionario
y reformador no es raro que, otras veces aparezca como tranquilo conservador.
No conoce el equilibrio y cae en los extremos. Mientras sus sentidos le presentan
constantemente un mundo de sensaciones nuecas, su espíritu se siente
ávido e insaciable de informarse de todas las cuestiones. En fin, una
sabiduría prematua hecha de intuiciones, que altrna frecuentemente
con la ligereza y la estupidez.
¿QUÉ SABE DE TODO ESTO EL OPUS DEI
Y CÓMO LO UTILIZA?
¿Alguien me podría contestar?.
Que Dios os cuide.