La
Rosa “estofada” de Rialp
Claire Fischer, 8 de enero de 2007
Querría felicitar a LuxindexBorgia por su escrito acerca de la Rosa de Rialp.
El tema de la famosa rosa de rialp tiene, a mi parecer, mucha más enjundia de la que
parece. El relato pormenorizado que encontramos en el tomo 2 de
la trilogía de Vazquez de Prada,
la última y más detallada biografía/hagiografía de Escrivá, añade elementos
interesantes que, si los despojamos de los piadosos comentarios del hagiógrafo
Vázquez De Prada (“VdP” en
adelante), son dignos del análisis de un psiquiatra.
Para situar historicamente
el contexto, no me resisto a comenzar citando a Agustina
que en su último escrito hace referencia a esos meses de la guerra, en
referencia a la novedosa teoría de Escrivá acerca de la santificación del
trabajo:
“Pero
eso [lo de la Santificación del Trabajo] ya lo
había dicho el padre Poveda en la primera década del siglo pasado. Y el
primer libro de Poveda se tituló -curiosamente-
"Consideraciones espirituales". El padre Poveda
fue fusilado en 1936 por declararse en voz alta y clara “sacerdote de Cristo”
cuando un miliciano le obligó a que se identificara. Mientras, otro
sacerdote, al que apreciaba el hoy san Pedro Poveda,
se refugiaba en un hospital psiquiátrico haciéndose pasar por enfermo mental,
después se cobijaba en la embajada de Honduras en Madrid y por fin, tras el
famoso “paso de los Pirineos” llegaba precisamente a Burgos, la sede del
gobierno provisional de Franco, resguardo seguro en plena guerra civil española”
VdP,
en el capítulo
5 del tomo 2 de su trilogía Vida Del Fundador del Opus Dei, nos describe
los preparativos de la escapada de Madrid, de ese “famoso paso de los Pirineos”,
tal como lo adjetiva Agustina. El subrayado, mío, muestra el comienzo de las
vacilaciones de Escrivá:
“Se
acercaba ya el final de septiembre cuando José María Albareda
recibió una carta de Barcelona. Sabía Albareda que
algunos de su familia habían escapado a Francia por los Pirineos. La carta era
de un sacerdote amigo, don Pascual Galindo, que consiguió dar con la pista de
las personas que les ayudaron a cruzar la frontera. Y, con prudencia y
disimulo, enviaba a Madrid la información pertinente.
Pusieron
al Padre en conocimiento de ello. Estudiaron la viabilidad de emprender esa
aventura, con todos sus riesgos, y se lanzaron a tratar de obtener
salvoconductos y dinero. Y, precisamente ahora, cuando todos estaban
conformes con el plan de evasión, empezaron las vacilaciones del Padre. Un día
aceptaba ir con Juan y José María Albareda a
Barcelona; y, al siguiente, se echaba atrás. El sacerdote se resistía, pensando
en los miembros de la Obra que se quedarían en precaria situación, pensando en
su madre y hermanos, expuestos a los peligros de la guerra, o en la grave
enfermedad del padre de Álvaro del Portillo, que podía morir de un momento a
otro. Al final don Josemaría aceptó salir de
Madrid, acompañado de todos los que pudieran arreglar su documentación para el
viaje”
Hay aquí varias historias que ya
nos suenan. Cabrían muchos comentarios acerca de lo de “todo el mundo a buscar
dinero y documentos para que el Padre se escape”. Todo un clásico. Lo de dejar
atrás a su madre y hermanos y, como no, a algunos “miembros” de la Obra
merecería alguna que otra consideración. Es otro clásico, para entendernos,
otro “standard”. Pero quiero fijarme ahora en el
hecho de que empiecen las vacilaciones. Vacilaciones, eso sí, dentro de lo
normal y esperable. Supongo que todos tendríamos vacilaciones de ese tipo en
esas circunstancias. Hasta aquí no creo que haya nada extremadamente raro.
VdP nos
cuenta que al final consiguen la pasta y los documentos. Un detalle interesante
en el documento de trabajo en vigor de Escrivá:
“Gracias a la generosidad de amigos, y hasta de gente no muy conocida,
se consiguió una buena cantidad de dinero. Para tramitar los salvoconductos era
preciso presentar el documento de trabajo y un aval político.
En
las oficinas del Sindicato Regional de Servicios Públicos de la C.N.T., el "compañero José Escribá"
se hizo con un aval político para obtener el salvoconducto de viaje en la
Dirección General de Seguridad. Decía así: — «Madrid, 5 de octubre de 1937. Al
Negociado de Pasaportes de la Dirección General de Seguridad. — Salud: Compañeros:
Esperamos autoricéis y concedáis Salvoconducto para trasladarse a Barcelona y
regreso en una plazo de 30 días para solventar asuntos de familia al Compañero
de esta "Sección de Abogados" Jose
Escriba Albas, con el número de carnet -522—.
Vuestros y de la Causa. Por el Comité. — El Secretario. Guillermo Zendón»”
Como ocurre en decenas y decenas
de páginas de su trilogía, Vázquez de Prada no se entera (¿o se hace el despistado?) del
detallito de que a la tierna edad de 35 o 36 años, los documentos del fundador
siguen poniendo “Escriba” en vez de “Escrivá”. Lo que se nos presentó en el tomo 1
como un error de la partida de bautismo, en la que leemos Escriba (y otro
garrafal error en el certificado de matrimonio de los padres del fundador, en
el que también leemos Escriba), ahora vuelve a aparecer el recurrente y
pegajoso Escriba en un documento oficial del susodicho fugitivo. Han pasado ya
muchos años desde el bautismo. Pero no perdamos el hilo.
A continuación nos relata VdP el camino a Valencia y Barcelona, los días que
transcurren hasta que consiguen ponerse en marcha hacia los pirineos para
intentar el paso a pie. Me salto todo eso que podéis leer en el libro original
o en el link que adjunto. Llegamos al día de autos, el de la rosa de rialp:
“Amaneció
así el domingo, 21 de noviembre. Con el entorpecimiento propio del cansancio se
le difuminaban a Pedro las ideas. A pesar de todo, y de la alegría de hallarse
juntos tras las incertidumbres de la víspera, se notaba algo raro en el
ambiente, algo casi imperceptible. Sentados a la mesa desayunaban en
abundancia: patatas, pimiento, tocino, pan y vino. ¿Qué les faltaba? Lo contará
Pedro más adelante, al escribir el diario de lo sucedido esa jornada, y pintar
el estado de ánimo del Padre: «Sin embargo estamos todos como extraños: la
causa es que el Padre está preocupado, no puede ocultarlo: allá, en Madrid,
queda un puñado de gente nuestra que no ha podido salir...» Su pensamiento,
como una aguja imantada, iba disparado hacia Madrid.”
Aquí si que ya nos encontramos con
otro clásico de la personalidad de Escrivá, o Escriba: la alternancia, la
bipolaridad entre estados de euforia extrema y depresión profunda. En OpusLibros hay abundantes escritos muy descriptivos acerca
de este fenómeno. Pero la cosa adquiere matices más claramente patológicos con
el paso de las horas:
“Llevaban
un rato acostados cuando Paco oyó al Padre removerse y respirar
agitadamente. En esto, Juan se levantó y abrió el ventanuco, para que al
Padre le diera un poco de aire fresco. Pero no logró sosegarle. Según
refiere Paco Botella: «Del Padre salía, primero un ruido tenue que se hizo
doloroso gemido. Luego, era un sollozo suave, que fue en aumento»”.
VdP, como buen
y fiel hagiógrafo, le da al suceso un piadoso baño de “prueba mística”:
“Juan
hablaba con el Padre en voz muy baja y no se les entendía. Con el cuchicheo
Pedro se desveló y preguntó a Paco qué pasaba. Éste se lo dijo a Juan. Pero la
respuesta de Juan fue un impresionante silencio. (Sabía que la duda ahogaba
de nuevo el espíritu del Padre, y que estaba pasando una tremenda prueba
interior).”
El tema, sin embargo, adquiere un
patetismo feroz al transcurrir la noche:
“En
esto los sollozos del Padre se hacían cada vez más profundos y su respiración
más anhelante. Afinando el oído, en la oscuridad, como sobresaliendo del
rumor sofocado de las voces, Pedro oyó con claridad cortante unas palabras de
Juan que le aturdieron como un mazazo: — «a Usted le llevamos al otro lado,
vivo o muerto» |# 164|. Le resultaba inimaginable que uno de los suyos tratara
de ese modo al Padre. Se atemorizó. Aquello era superior a sus fuerzas. Invocó
a la Virgen y cayó en profundo sueño, rendido por el cansancio y la violencia de
la emoción.”
De acuerdo. Admitamos honestamente
lo trágico de la situación. Madre y hermanos y gente querida dejados atrás en
Madrid, en plena guerra. Pero, ¿acaso los que acompañaban al fundador no habían
dejado también a su familia en Madrid?. ¿acaso estaban
todos gimiendo y sollozando en la cama?.
¿Cómo se explica que el fundador, que cuando se trataba de la entrega y
el desprendimiento de los demás NUNCA
dudaba de que estaba transmitiendo la voluntad de Dios, al tratarse de si
hace bien dejando colgada a su madre y hermanos, “los suyos”, duda primero en Madrid, duda más
tarde en Barcelona y ahora duda y reduda en los
pirineos, con llantos y sollozos.
“Solamente
Juan entrevió que se desencadenaba, de manera aún más terrible, la pasada
prueba del 15 de octubre en Barcelona, cuando el Padre salió de casa decidido a
coger un tren para Madrid, porque no soportaba el pensamiento de oponerse a
la voluntad de Dios, al dejar abandonados a los suyos. Fue toda una noche de
aflicción, refiere Paco Botella. «Nunca había visto llorar así a nadie. Y
tampoco, desde entonces, he vivido una cosa igual. Era una angustia que
estremecía, era una pena hondísima, que le hacía temblar. Duró mucho, hora tras
hora, hasta el amanecer. Tuve tiempo para que se me quedase grabado para
siempre»”.
VdP sigue
dale que te pego con lo de la experiencia mística. Si hay algún psiquiatra
leyéndonos le agradecería algún comentario acerca de toda la escena…
“A
la lucha consigo mismo sobre qué camino tomar, si el de Madrid o el de Andorra,
sucedió una experiencia mística terrible, inefable y purificadora. Como
sobrepuesta a la incertidumbre inicial que le aquejaba, sintió que se le
estrujaba el alma y que el entendimiento quedaba atormentado. Mientras, el
ansia de amor de Dios se debatía en las profundidades de su espíritu, en pugna
por salir a flote.
Al
término de tan larga noche, aquel sentimiento de ahogo dejó curso libre al de
compunción; y el alma, con el vivo anhelo de verse confirmada en la amistad
con Dios, sintióse empujada interiormente a
plantear, de forma audaz y confiada, la duda que se había declarado antes de la
medianoche. Entonces el sacerdote, postrado en su pena, pidió al Señor que
le concediese, sin tardanza, un signo tangible de estar haciendo, no su propio
querer, sino la Voluntad divina”.
Me perdonaréis, pero creo que aquí
ya estamos desvariando a lo bestia: “compunción” (¿?), “confirmación de la
amistad con Dios” (¿?), voluntad divina (¿?). Ojalá a muchos de los que
escribimos en Opuslibros nos hubieran dejado dudar en
su momento y nos hubieran animado pedir pruebas milagrosas a la Virgen acerca
de la certeza de nuestra vocación…
“A
la hora del alba se aquietó el Padre y prosiguió en oración insistente,
pidiendo, por intercesión de la Virgen, el sosiego de su conciencia,
contrita y aquejada todavía por la aprensión de que no cumplía la voluntad de
Dios.
Se
levantó entre dos luces a abrir el ventanuco. Su rostro, doloridamente sereno,
reflejaba el agotamiento, tras toda una noche de pelea, con la amargura aún
clavada en el alma. Con él se levantaron algunos. Dijo a Juan que no iba a
celebrar misa —le rondaba el pensamiento de estar obrando contra el querer de
Dios— y les pidió que recogieran todo de la mesa de la sala. Luego desapareció
rápidamente por la escalera que bajaba a la sacristía.
Al
cabo de un rato reapareció en la sala, transformado, radiante de alegría. Se le
veía feliz. De su rostro había desaparecido toda traza de cansancio. En su
mano traía un objeto de madera estofada. Era una rosa.
—
Juan, guárdala con cuidado, le dijo.
—
Y preparadlo todo, porque voy a celebrar”
* * *
Ya está: ya tenemos la rosa
estofada (¿o dorada?). Ya tenemos el milagro. Ya tenemos la confirmación y la
alegría. El signo es tan claro que no admite ninguna otra interpretación.
Pero
hay dos problemas,
Sí. Nos enfrentamos a dos grandes
problemas para que todo esto cuele, si tenemos en cuenta de que estamos
hablando de un milagro de características tales que merece que se celebre su
aniversario cada año.
Problema
1: a todos los que “presencian” tan increíble milagro, incluído Escrivá, se les pasa el comentarlo o escribirlo en
ninguno los detallados diarios que llevaban ni tampoco en las notas
íntimas de esos días y meses posteriores. Por suerte, VdP
nos aclara que a todos ellos se les olvida “por humildad”:
Juan se olvida de las dudas de la
noche:
“Dentro
de tan sobrenatural suceso, resulta extremadamente llamativa la manera de
registrarlo, u omitirlo, tanto por parte de Juan como del Padre. Testigo
principal en aquella noche triste, Juan —sea por humildad, sea por pudor, quizá
por temperamento— hace caso omiso de los hechos nocturnos para comenzar así su
narración: «A la mañana siguiente, lunes 22, ocurrió un hecho que, para
evitar el sensacionalismo y todo conato de interpretación, me parece que se
debe contar en muy pocas palabras. [...] Salió de la habitación y al parecer
bajó a la iglesia. Al cabo de no mucho tiempo volvió. Su preocupación se había
disipado. Aunque no hizo comentarios en este sentido, su aspecto era entonces
muy alegre. Llevaba una rosa de madera dorada. Todos sacamos la impresión de
que aquella rosa tenía un profundo significado sobrenatural, aunque no hizo
ninguna aclaración. La conservó con cuidado muy especial y la guardábamos en la
mochila junto con lo necesario para celebrar Misa»”
Pedro, por otro lado, estaba dormido
(“dormido”, no “durmiendo”. Camilo José Cela afirmaba que no es lo mismo una
cosa que otra, igual que no es lo mismo estar “jodido” que estar “jodiendo”) y
en el fondo Pedro se alegra de no haberse enterado de nada hasta que se lo
contaron años después, ya que a él los milagros le dan “canguelis”:
“Examinando
el caso desde la vertiente humana, es explicable que Pedro recurriera al sueño
para desaparecer de escena: «Debería deplorar haberme dormido tan
profundamente aquella noche —razona consigo mismo— pero, si he de ser sincero,
más bien me alegro. Reconozco que cuando he visto acercarse lo sobrenatural
extraordinario en la vida de nuestro Padre, he sentido especial temor, me ha
traumatizado demasiado»”.
Lo más grave es que el fundador,
principal testigo y protagonista del asunto, también se olvida “por humildad”,
aunque muchos años después, en 1961, le vuelve milagrosamente la memoria.
Sigamos leyendo a VdP:
“El
Fundador, por humildad, y porque quería apartar a sus hijos de la tentación de
soñar en "milagrerías" sin poner el esfuerzo humano para resolver los
problemas, no fue tampoco amigo de dar demasiadas noticias sobre la procedencia
de aquella rosa de madera: Es una rosa de madera estofada, sin ninguna
importancia —decía a un grupo de hijos suyos en 1961—. Allí, cerca del Pirineo
catalán, la tuve por vez primera entre las manos. Fue un regalo de la Virgen,
por quien nos vienen todas las cosas buenas. ¡Tantas veces la hemos llamado
Rosa Mística!... Pero ya no me acuerdo de aquel suceso: sólo tengo memoria para
agradecer al Señor su misericordia con la Obra y conmigo”.
Hay un apunte íntimo del año 37 al
que VdP ha tenido acceso y cita pero que nadie de
nosotros vamos a poder leer en la fuente (¡eso es un historiador riguroso!),
que constituye un documento definitivo: parece que el
suceso “queda despojado (¿) de su sustancial integridad”, si el lector
no ha leído antes toda la parafernalia de reinvención de la historia hecha por
el mismo fundador en el año 1961, un cuarto de siglo después de los hechos. En
el apunte íntimo no se adivina nada que huela a milagro y sólo lo podemos
captar en su sustancial integridad si conocemos los “antecedentes”:
“La
primera vez que hizo memoria explícita y por escrito de lo ocurrido en Rialp fue en una anotación de los Apuntes íntimos, del 22
de diciembre de 1937. Pero su redacción es tan enrevesada, por la intención
de contar un hecho sobrenatural y borrar al mismo tiempo todo protagonismo por
parte suya, que el suceso queda despojado de su sustancial integridad, si
el lector no está en antecedentes de lo ocurrido”
Problema
2: Aquí nos vuelven las dudas de si VdP ya chocheaba cuado escribió esto o si se hacía el tonto a
propósito: volviendo a los pirineos, vemos que 6 días después del hallazgo de
la rosa, el “efecto milagroso” de la prueba sobrenatural ya se ha agotado…
milagrosamente…Hay que destacar que, por primera vez en todas las hagiografías
oficiales, se reconoce en la trilogía de VdP que las
dudas de Escrivá siguieron existiendo días después de la confirmación
celestial.
“(…)
el sábado (27 noviembre), por la mañana, les pasaron aviso de que la partida se
había adelantado y de que saldrían esa misma tarde. Después de comer hicieron
la estación al Santísimo Sacramento, que el Padre llevaba en la pitillera de
metal, en el bolsillo de la camisa, debajo del jersey.
A medida que avanzaba la tarde fueron asomando, por aquí y por allá, algunos
emboscados de los alrededores, que entrarían a formar parte del grupo expedicionario.
Al final, se presentó Pallarés, uno de los
intermediarios. Este les notificó que los guías exigían ahora, por persona, dos
mil pesetas, en lugar de las mil doscientas que se habían convenido. Con esto
se armó no pequeña confusión. No había suficiente dinero para todos. Por
fortuna apareció "Mateo el lechero". Enterado de la situación por el
Padre, Mateo se ofreció a interceder personalmente con los guías. Ya parecía
todo arreglado cuando al Padre le traicionó el cariño por sus hijos. Pedro, que,
por confidencias de los últimos días, estaba al tanto de qué pie cojeaba el
Padre, nos lo cuenta. Como para resolver el conflicto —dice—, «se le ocurre una
cosa muy suya y que, según él, facilitaría el apuro: él se va a Barcelona sin
dinero; allí pide prestado y regresa a Madrid (Madrid, los nuestros que allí
están, y especialmente Álvaro, es su obsesión), esta idea, como es natural,
hace coger un berrinche fenomenal a Juan, que hasta suelta tacos mayúsculos y
le dice por lo bajo al Padre cosas terribles. Por fin el Padre accede y
consiente en ponerse en marcha»”
Por favor: ¡un psiquiatra!. Al
avanzar la tarde de ese día, la cosa se pone “chunga” cuando el padre ya
empieza también a hablar solo, incluso con la rosa estofada en la mochila:
“Eran las seis, y de noche, cuando dejaron la cabaña de San Rafael. El sacristán de Peramola
abría la marcha. Le seguía Mateo. Y los otros se esforzaban por no
distanciarse. El de cabeza apretaba el paso. Juan, que iba al lado del Padre
notó que éste, de cuando en cuando, se preguntaba a sí mismo, en voz baja, si
debía continuar caminando o, por el contrario, volverse atrás. «No veía lo que
tenía que hacer —nos explica Juan—, como si de pronto se sintiera abandonado,
como si le faltara la ayuda sobrenatural, como si fuera una prueba permitida
por Dios, que le exigía un tremendo esfuerzo para imponerse a su preocupación
momentánea y seguir a contrapelo. Me entró pánico, pensando que pudiera ser
una decisión terminante. Sin vacilar, le cogí del brazo, dispuesto a no dejar que
se volviera, y así se lo dije con una crudeza realmente incorrecta. Lo recuerdo
con horror, pero fue inevitable, porque yo sabía que su decisión era no seguir
y por eso me sentí obligado a actuar»
Pedro
Casciaro expone, en el diario de aquellas jornadas,
en qué consistía esa incorrecta crudeza: «el Padre insiste en quedarse en Peramola, para regresar a Madrid. Juan va detrás de él,
y, en esas ocasiones, le dice cosas como éstas: "A Vd. lo llevamos a
Andorra, vivo o muerto". Y es que el Padre pone como argumento que se
encuentra tan flojo que se cree incapaz de llegar andando hasta la frontera»”
Una vez más, VdP,
piadosísimamente, explica que la rosa de Pallerols
había sosegado la conciencia del padre, sí, pero no había sido tan potente para
sosegar también sus “sentimientos paternales”:
“Con
el episodio de la rosa de Pallerols don Josemaría había quedado sosegado en el fondo de su
conciencia. No contrariaba la voluntad de Dios, es verdad. Pero no por eso
dejaba de sentir las inclinaciones vehementes de su corazón de Padre, que
quería estar con los suyos, de una y otra zona. Y, puestos a considerar las
dificultades, ¿acaso no tendrían más necesidad de él los de la zona
republicana? No parecía sino que el Señor trabajaba la entraña de sus
sentimientos paternales. De modo que, con claridad de entendimiento, hasta veía
en la cariñosa brusquedad de Juan un firme punto de apoyo para continuar
adelante y no echarlo todo a rodar. (Paco Botella comenta que «Juan ofrecía una
actitud de sumisión absoluta y, a la vez, de decisión enérgica, delante del
Padre») Juan, testigo de las recientes pruebas sufridas por el Padre, era
consciente de que su papel no era persuadir sino actuar.”
En definitiva, según VdP, en el caso de la rosa de rialp
nos encontramos con un cóctel de milagros, compunción, sufrimiento, sollozos,
olvidos provocados por la humildad, amor paternal y santo deseo de averiguar la
voluntad de Dios.
En mi opinión, y sólo es una
opinión, nos encontramos una vez más con otro episodio que constituye un caso
claro de manual de psicopatologías y una tomadura de pelo histórica como la
copa de un pino.
Claire Fischer