Adelanto del Capítulo #9. San Manuel González y El cura fundador

 

Era grande, grandioso: una exuberancia de músculos que no sé cómo había huesos que lo sostenían. Tenía cara de niño y una doctrina muy clara, a la vez.

 

Pues bien, es necesario aquí adelantar gran parte del Capítulo #9 sobre sobre san Manuel González. Es un paréntesis importante, porque muchos no sabéis de quién estoy hablando. Y, además, porque es necesario que estos personajes tengan vida. Al conocerlos, al ver fotografías suyas, es más sencillo empatizar con ellos. Como me sucede a mí con el querido don Norberto, y también con san Manuel.

[Hoy, 5 de diciembre de 2024, mientras edito para compartir este texto (que había escrito en 2017), me alegro al recibir el aviso que el Papa Francisco citó a san Manuel González. Ya al leer la expresión Vivan “chiflados” de amor de Dios en el título de la noticia, me dije: esto es de san Manuel, y así era. Esperemos a ver si en los próximos meses el Papa utiliza expresiones de san Josemaría.]

 

La relación de san Josemaría con san Manuel González fue licuada en las biografías oficiales… No fue una omisión: fue una ocultación. ¿Por qué? Por la influencia que tuvieron las ideas de san Manuel referentes a la santidad en lo cotidiano sobre la doctrina de san Josemaría. Y probablemente también lo ocultaron por el papel que pudo haber desempeñado el Obispo de Málaga en el proceso vital y fundacional de Escrivá.

 

Los prelaticios afirman que Escrivá conoció a Mons. González el 16 de mayo de 1933. Fue el primer encuentro, dicen, cara a cara. Antes lo conocería a lo mejor por sus libros. Yo afirmo que es indudable que se conocían desde antes de 1933. De hecho, considero IMPOSIBLE que Mons. González no acudiera al Patronato (p.ej. a confesar niños, o a hacer sus “catequesis eucarísticas”) durante los cinco largos años que Escrivá trabajó allí (VI-1927 a X-1931). Es más, existe el sorprendente testimonio de un singular chiquillo que así lo confirma...

 

Lo más probable es que José María Escrivá conociera al Obispo de Málaga a través de san José María Rubio (¡otro santo al que borraron de la biografía de Escrivá! cfr. Capítulo # 28), con quien Mons. González se reunía en Madrid para impulsar las Marías de los Sagrarios (de paso, supongo que doña Dolores Albás y Carmen Escrivá serían Marías de los Sagrarios, porque ¿qué otra cosa harían, además de labores, estas buenas mujeres, día tras día?).

 

Por estas visitas de trabajo junto al jesuita P. Rubio, es probable que los dos futuros santos se reunieran a veces en el Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas. Y recordemos que precisamente allí san José María era el Director y san Josemaría el capellán.

 

Además, el santo Obispo tenía una debilidad por la catequesis, por la confesión de niños, por prepararlos para la Eucaristía (su gran amor). Desde que era arcipreste en Huelga, don Manuel era famosísimo por toda España como catequista de niños, e impulsor de las primeras comuniones. Probablemente, el más famoso en todo el país, impulsado también por sus libros[1].

 

En sus visitas a Madrid, don Manuel se escaparía sin dudas al Patronato, donde anualmente preparaban a 4.000 niños[2]. De hecho, estoy convencido que Manuel González es el protagonista de la anécdota de los “35 botones” (o 40, depende de las versiones). Y además (esto es muy relevante) que esta sucedió en el Patronato de Enfermos el día 10 de mayo de 1929. Por tanto, Escrivá conocía al santo Obispo desde al menos cuatro años antes del 16 de mayo de 1933, que según la Prelatura es el día en que ambos santos se verían cara a cara por vez primera….

 

La anécdota de los 35 botones es bastante famosa. De todas formas, la repasaremos a continuación.

 

Escrivá definía al sacerdote enfadado y como fuera de sí, diciendo que era muy santo y muy manso. No sería, por tanto, Norberto, el otro capellán del Patronato, porque ahí hubiera dicho que estaba “muy enfermo” y era insufrible, y le había causado mucho dolor… Además, aclaraba que era un hombre de estudio que se había pasado la vida escribiendo, confesando, predicando… Quizá por eso había desarrollado una panza también venerable (de una tertulia con el Padre, cfr. Crónica, 1974).

 

¡Treinta y cinco! ¡Le he contado treinta y cinco botones! Y mi amigo, tan manso y tan santo, se enfadó por no saber hacerse también el un poco niño.

 

El protagonista de la anécdota era san Manuel.

 

9.1 Los 35 botones.

Veremos que Escrivá conocía y trataba a san Manuel González desde, al menos, el 10 de mayo de 1929. Y escribo al menos porque probablemente lo trató en el Patronato en los años anteriores: 1927, 1928… El de 1929 es el primer encuentro verificado, pero no tiene por qué ser el primero. Es más, en los dos años previos probablemente san Manuel hubiera acudido varias veces a las Apostólicas, a pedido de su amigo el P. Rubio.

Los prelaticios afirman que el joven Escrivá confesaba muchos niños (¡millares!). Para esta tarea, buscaba la colaboración de algunos sacerdotes moviéndole a ello la solicitud pastoral por sus hermanos en el sagrado ministerio. El santo, desde tan joven, dicen, en su denodada labor apostólica, ayudaba a otros sacerdotes mayores: los encendía en el amor a los pobres (mi impresión es que era exactamente al revés, porque a Escrivá los pobres y la pobreza no le atraían especialmente: él se inclinaba naturalmente más hacia el lado de las aristócratas, marqueses o universitarios). Sigamos con Vázquez de Prada, quién se pregunta qué habrá sido de la vida de aquellos cuatro mil chiquillos a los que el santo (y sus colaboradores) confesaron[3]. Vázquez se pregunta por uno de ellos en particular:

En este punto ocurre la curiosidad, querido lector, sobre el paradero y peripecias de tanta chiquillería como oyó enseñanzas de sus labios. ¿Qué sería de aquel simpático chaval que provocó la indignación de un amigo de don Josemaría, hombre grueso y ponderado? El joven capellán [de las Damas Apostólicas], todo denuedo, se llevó [¡!] una vez consigo, para ayudarle [¡!], a un sacerdote de edad provecta. Lo hizo con la mejor de las intenciones apostólicas [¡faltaría más!]. Pensaba que, «tratando con los niños, los viejos se hacen de nuevo jóvenes». Es de notar que dicho clérigo, dado al estudio y a la predicación, había acumulado en el largo transcurso de su vida sedentaria una respetable humanidad; también en su físico. [¿Estará hablando de Norberto o tal vez de Mons. Manuel González?] De seguro que el confesionario le quitaría algunos años de encima, aunque no es tan probable que le quitase kilos [jaja jiji]. Hallándose, pues, un día ambos sacerdotes en la iglesia, se produjo un ligero alboroto. El capellán se volvió extrañado. Su amigo, tan manso y bonacible, reprendía acaloradamente a un chiquillo:

-        «Aquel amigo mío, ya mayor, se olvidó de que estaba confesando a un niño y se puso a hacerle muy seriamente algunas recomendaciones. Debió de alargarse y el muchacho, niño al fin, como se aburría, miró la venerable panza del sacerdote, se fijó en los botones de su sotana, tan brillantes, y comenzó a contarlos: uno, dos…

Cuando aquel buen confesor se dio cuenta le dijo:

-        ¡Muchacho!, ¿qué haces?

-        ¡Treinta y cinco botones! ¡Le he contado treinta y cinco botones!»

¿Quién sería ese sacerdote, de edad provecta, al que Escrivá tenía que ayudar? Ese hombre grueso, pasado de kilos, que armó un buen alboroto en la iglesia… Por la descripción del físico, debe ser Mons. González… Si hubiera sido Norberto, el capellán segundo, Escrivá habría dicho que llevó consigo a un sacerdote mayor, que estaba enfermo de los nervios. Y no puede ser don Norberto porque en las fotografías no parece obeso, en cambio Mons. González cumple bien esa parte. Y no puede ser Norberto por la forma en que Escrivá se refería al sacerdote protagonista de la anécdota: de una forma cariñosa y simpática, lo que no empleaba con Norberto.

Además, Jaume afirma (Entrega n. 7) que él mismo oyó “al propio Escrivá relatar anécdotas protagonizadas por don Manuel” y una de esas anécdotas es justamente la de los botones de la sotana de don Manuel.

Además, la descripción un hombre de estudio que se había pasado la vida escribiendo, confesando, predicando… se corresponde con el famosísimo Obispo de Málaga y no con Norberto, ya que del primero se conocen muchísimos libros y ninguno del segundo[4]. (En alguna otra colaboración, a lo mejor dentro de unos años, completaremos esta entrega con los libros de san Manuel).

Y ¿qué habrá sido de ese simpático chaval? Pues bien, ¡ese chiquillo con los años pitó! Y fue nada menos que el segundo oblato del Opus Dei: Rafael Poveda. Es maravilloso, ¿no?

La anécdota se encuentra relatada en el libro de Lázaro Linares, Antes, más y mejor. Rafa Poveda había sido alumno de las escuelas de las Damas Apostólicas. En 1929, la mismísima doña Luz Rodríguez Casanova lo preparó para la primera comunión... Muchos años después, cuando ya había pitado de oblato (agregado) y habían pasado más de 20 años de vocación, Rafa vio la película de una tertulia en Buenos Aires, y realizó un descubrimiento sorprendente: el Padre era el mismo sacerdote que él había conocido en el lejano 1929[5].

Y lo mejor es que lo recuerda con tanta precisión que puede fijar con exactitud el día de la anécdota: 10 de mayo de 1929, ya que era el de su cumpleaños: once años de edad. Y al día siguiente haría su primera comunión.

Es maravilloso poder leer la anécdota contada por el co-protagonista: el niño que fue a confesar. A veces pienso que el buen Dios y la virgencita santa, y algunos más en el Cielo se sonríen con este tipo de casualidades. Unas pocas miguitas que han quedado en el sendero sirven para recomponer el recorrido hacia atrás: por una especial providencia no se las han comido los pájaros del cielo ni las alimañas del bosque, y nos guían, con cierta dificultad indudable, hacia quién fue el verdadero Escrivá.

Me costó mucho conseguir la fuente para esta sección. Es muy extraño que los historiadores prelaticios no lo utilicen…

Si Escrivá conocía al Obispo de Málaga desde al menos mayo de 1929, se entiende mejor cómo se desarrolló ese otro encuentro que tuvieron en 1933, y que los prelaticios afirman que fue el primero. Ya lo veremos.

No perdamos de vista que ese evento ocurrió exactamente una semana después del fallecimiento de san José María Rubio. ¿Casualidades? Dios sigue sonriendo.

No debería sorprendernos que el santo obispo de Málaga haya acudido al Patronato, como otras veces, aunque en esta oportunidad con el corazón entristecido por el fallecimiento de su amigo, san José María Rubio. No sé si habrá podido desplazarse con suficiente velocidad para llegar al funeral en Aranjuez. En cualquier caso, se dirigió a la capital y estuvo en los ambientes donde había estado, año tras año, trabajando junto con su íntimo amigo. Recordando. Resolviendo asuntos que habían quedado pendientes por el santo tránsito de José María Rubio, que los ayudaría (a él y a Escrivá) desde el Cielo.

Y ahí, en uno de esos ambientes, el de las Apostólicas del SC, lo recibieron los dos capellanes: don Norberto, quien estaría especialmente afectado y agradecido por los años junto a su maestro el P. Rubio, su director espiritual… Y sería recibido también por el nuevo capellán, el joven José María, que haría su parte y expresaría su congoja y lo que entendía que correspondiera hacer ante el Obispo por el fallecimiento de su tocayo, José María, el santo jesuita.

Hablarían los tres sobre la vida santa del P. Rubio. Y comenzarían a confesar a todos aquellos niños de las escuelas de las Apostólicas del Sagrado Corazón, que acababan de perder a su Director, a aquel que las orientó, que las dirigió espiritualmente, que redactó con ellas los Reglamentos, etc, etc. Aquel quien fuera su Director (y a lo mejor también Director de la Obra de José María y Norberto).

Si san Manuel González fuera el protagonista de la anécdota, no puedo creer que Escrivá sea capaz de afirmar que era él quien llevaba al santo y famoso sacerdote a confesar niños. ¡Si era al revés! Iba a confesar niños y procuraba que me acompañase algún sacerdote un poco anciano, porque tratando con los niños, los viejos se hacen de nuevo jóvenes. Y que lo hacía, todo denuedo, como dice, para ayudarlo, para encenderlo, para rejuvenecerlo. ¡Si era al revés! ¡Si al que estaban tratando de encender sacerdotalmente era al joven capellán que quería ser cónsul! Por Dios… En estos momentos son cuando la Teoría de la Brújula nos brinda una guía segura. Es al revés de como Escrivá afirma. Y ahí sí, podemos avanzar.

La Teoría de la Brújula, o de los 180°, que desarrollaremos en otra oportunidad, postula que, si Escrivá y los suyos dicen que algo está hacia el Sur, es más probable encontrar la verdad andando hacia el Norte…Si Escrivá dice que en un reloj la hora es 12:00, habrá que prestar atención más bien hacia las 6:30. Es muy probable que la verdad aparezca en el radar cerca de 6:20… Es insólito como Escrivá reescribe su vida, con esa visión diametralmente opuesta a lo que yo creo que fue la verdad, especialmente en los episodios fundacionales. El caso de la relación con san Manuel González es uno de ellos. Y con san José María Rubio. Y con san Pedro Poveda. Y con el P. Sánchez Ruiz. Y con don Norberto Rodríguez. Y así con tantos.

 

9.2 Escrivá y san Manuel González antes de 1929.

 

Está pues demostrado, con un simpático giro del destino protagonizado por un oblato, que Escrivá conoció a Mons. González al menos cuatro años antes de lo que los prelaticios canonizaron.

 

Es probable que Escrivá conociera al Obispo de Málaga desde antes de 1929, por las visitas previas al Patronato para confesar niños. ¿O sería una casualidad que la primera vez que acudió a confesar niños allí fue luego de fallecer su amigo san José María Rubio en 1929? Por favor.

 

En este punto, con la diferencia de cuatro años, viene muy bien la contundencia de la siguiente afirmación, que yo aplico a Vázquez de Prada / Positio y a los prelaticios:

 

Esa obra contiene errores de bulto, explicables por apoyarse en testimonios orales, desdibujados por el tiempo. El error principal radica en situar estos acontecimientos año y medio después de cuando sucedieron, lo cual distorsiona sustancialmente la verdad de los hechos[6].

La misma crítica se les puede aplicar a Vázquez y los prelaticios cuando datan el primer encuentro de Escrivá con el P. Valentín Sánchez el 5 de julio de 1930, cuando en realidad ocurrió antes. Y lo mismo ahora con el primer encuentro con san Manuel González.

Los prelaticios tienen terror en afirmar que san Manuel puedo haber influido en Escrivá y en su Opus ANTES de la “fundación” en octubre de 1928. Mi hipótesis es que san Manuel González jugó un papel muy relevante para que Escrivá se decidiera a fundar. Es más, considero que intervino para que Escrivá permaneciera en su sacerdocio.

 

Recordemos que Escrivá sufría una crisis vocacional muy profunda (Capítulo #4). Había algunos sacerdotes buenos y piadosos que trataban de sacar adelante la vocación del joven llegado de Zaragoza y que venía dando tumbos por la vida, con probabilidad de seguir los pasos de su amigo Paco Moreno (Capítulo #5). Escrivá era capaz de buscarse una salida al sacerdocio a través de una colocación civil (carrera consular, o auxiliar administrativo, o lo que fuera para conseguir algunas pesetas, que hasta el más tonto de sus condiscípulos o alumnos las ganaba por miles…).

 

Además de su proverbial amor por la eucaristía y por los sagrarios abandonados, san Manuel González tenía una experiencia notable resucitando sacerdotes. Afirmaré que utilizó esta experiencia para auxiliar a nuestro Padre.

 

En efecto, el santo Obispo realizaba, desde hacía años, una ingente labor resucitando sacerdotes como muestra en su libro Lo que puede un cura hoy. El santo Obispo de Málaga explicaba que esas páginas llevaban trece años volando por el mundo (4ta edición, 1923):

 

y trece años lleva el Amo bendito por medio de ellas descruzando o levantando brazos, largos años inmóviles a fuerza de desalientos, y abriendo bocas y horizontes y corazones hacía tiempo cerrados a fuerza de pesimismos… (…) Sacerdotes levantados, enardecidos, estimulados, orientados ¡resucitados! por la lectura del librillo.

 

(Un paréntesis: al leer cómo san Manuel se refería, tantas veces, a Jesús como “el Amo”, no puedo menos que recordar que José María Escrivá escribió en abril de 1930, en su Apunte n. 22: pensé ir en seguida a la iglesia de esta Casa Apostólica a decir al Amo expuesto en la Custodia: ¡Hágase, Señor, ahora y siempre tu Voluntad! Creo que en estas pocas palabras podemos leer entre líneas muchas cosas de las que llevamos expuestas y que se entrelazan continuamente. Me resulta muy fácil imaginar en mi relato a san Manuel González acudiendo a la Casa Apostólica (= Patronato de Enfermos), a trabajar con san José María Rubio, y a ayudar con las confesiones de los niños. Allí, con toda su humanidad y corpulencia y afabilidad, trataría de encender al joven capellán llegado, cuasi prófugo, de Zaragoza. Y derramaría sobre él su ¡proverbial! piedad eucarística, por la que incluso más adelante lo canonizarían. Y se arrodillarían, el sacerdote mayor y el joven, frente al Santísimo, y san Manuel sugeriría rezarle al Amo. De estos encuentros, estoy seguro, sacaría Escrivá esta forma tan piadosa de expresarse (y que es una marca registrada de don Manuel…). Y nuestro Padre se seguiría refiriendo al Santísimo expuesto en la iglesia del Patronato como “el Amo”, tal como había aprendido junto a san Manuel... Ese Apunte (de 1930) es anterior a la fecha oficial prelaticia del primer encuentro (1933), y posterior al episodio de los botones (1929). Además, es importante notar que este Apunte n. 22 refiere al episodio de la incardinación en Cuenca, decisión tomada el 14 de febrero de 1930, para así tratar de salir de la nefasta “solución” de opositar para una carrera civil como forma de obtener el sustento económico. Tenemos, por tanto, muchos elementos de mi relato para quien lee con atención esas pocas líneas del Apunte n. 22.)

 

En sus visitas al Patronato, donde también conocería, desde hacía años a don Norberto Rodríguez, el santo Obispo no podría sino interesarse por el joven capellán. Y al ver el estado en que se encontraba, y las referencias suyas que le darían Norberto y el P. Rubio, y a lo mejor doña Luz, o incluso doña Dolores, y quien sabe si conocería algún rumor de lo ocurrido en Zaragoza, el santo Obispo no podría sino ejercitar sus artes. Desplegaría la pasión que sentía por la santidad sacerdotal. Trataría de levantar el ánimo de aquel sacerdote indeciso. Procuraría levantarlo, enardecerlo, estimularlo, orientarlo, ¡resucitarlo! como él mismo escribía compartiendo sus afanes. Indudablemente trataría de ayudar al joven presbítero.

 

Estoy convencido que, en medio de la crisis vocacional de Escrivá, el experimentado y santo obispo ayudó al joven sacerdote “fugado” de Zaragoza, ese que añoraba el destino civil de su amigo Paco Moreno, y que soñaba con ser cónsul y obtener una buena colocación.

 

En este contexto ¡cuán grande fue mi sorpresa y alegría al conocer una de las recetas del santo Obispo para resucitar sacerdotes!

 

Uno de los consejos de san Manuel sería que Escrivá ¡fundara algo!... cualquier cosa, pero algo. Que saliera de sí mismo, de sus problemas personales, y trabajara por el Reino de Dios. Ese era el consejo que había dejado escrito, fruto de su riquísima experiencia pastoral, aplicado en aquel caso a los párrocos, pero es evidente que servía igualmente para otros sacerdotes, también para aspirante a pretendiente de capellán de monjas…

 

Estoy convencido que el remedio que aplicó, también con Escrivá, se puede leer en el subtítulo El Cura Fundador, dentro del libro Lo que puede un cura hoy.

 


Lo que puede un cura hoy, por san Manuel González.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas. que Escrivá utilizaba ese libro. Y que lo hubiera incluso recibido de manos del autor...

Mons. González era un escritor conocidísimo y fecundo por demás. Es simpático e ilustrativo leer esta página de 1935 por las bodas de plata de su genial librito. Lo que puede un cura hoy estaba entonces traducido a los principales idiomas y era una de las obras maestras de la literatura religiosa contemporánea. En ese reportaje aparecen las portadas de la edición en francés, portugués, alemán, inglés e italiano… Las portadas de las distintas traducciones me hacen recordar ciertas páginas de la revista interna Obras dónde, décadas más adelante, se presentarían las nuevas traducciones de las obras de nuestro Padre, con una disposición similar...

Pues bien, nuestro Padre recibía apoyo y fortaleza de este famoso obispo, reconocido no solo en España sino en todo el mundo por sus artes para resucitar sacerdotes… Realmente era un salvavidas que arrojaba Dios, una gracia de la Providencia coincidir con alguien así.

“Todos los sacerdotes encuentran en este libro una luz, un aliento, un horizonte, una mano amiga que no sólo les dice “has de ir por aquí”, sino que le abre las válvulas de su corazón, quizá cerradas por el desaliento, ante la ineficacia de sus trabajos, y le hace recobrar fuerzas y optimismos”, indicaba la crónica de 1935. Y ciertamente que Escrivá experimentó la mano amiga de san Manuel: ad robur!

El cura fundador. Leed si no lo habéis hecho la página que he compartido como fotografía, y si queréis algo más del libro, que mucho bien ha hecho a tantos miles.

 

En mi relato, Manuel González impulsó a José María Escrivá a fundar, como solución a su crisis existencial. Si bien José María tenía el corazón dividido, aceptó la sugerencia. Haría, como escribía el Obispo en aquellas páginas de 1910: una obra de Dios, una obra que se acreditara suya, con el sello de la propiedad de Dios. Una obra social católica. (Muchas de estas formas de expresarse resonarán más adelante en los Apuntes de Escrivá…., incluso el genérico “obra de Dios” que con el tiempo pasaría a ser el nombre de la fundación que se concretaría en 1941).

 

Estas conversaciones tendrían lugar, supongo, ya a fines de 1927, ya en la primera mitad de 1928. Escrivá tenía que ver qué hacer. Empezaría a obtener recortes de prensa de diversas instituciones (entiendo que en el Archivo Prelaticio existe el tal álbum con recortes de prensa, pre-2 de octubre…). Iría tomando notas. Pensando. Haciendo esquemas. Todavía sin trabajar, tan solo proyectos…

 

San Manuel González vivía en Málaga. Por tanto, supongo que la tarea de apoyar en el día a día el proceso de sanación corrió por cuenta de don Norberto Rodríguez. En efecto, para resucitar a Escrivá se necesitó un equipo. Y no cualquier equipo. Un equipo de sacerdotes. Y sacerdotes santos. Dos de ellos, canonizados por la Iglesia (don Manuel González y el padre Rubio). Y del tercero (don Norberto), a quien no se le inició proceso, pero que en vida también se lo tenía literalmente por santo, pese a lo que digan los prelaticios. No olvidemos la infamia de haber mutilado a don Norberto del Apunte n. 959 en que un Escrivá, todavía no enloquecido y no rencoroso, agradecía a los sacerdotes que lo habían sostenido en su vocación, que le habían dado calor. Y el primero de ellos en Madrid es don Norberto (y es muy divertido que allí escrito aparece otro santo canonizado: san Pedro Poveda. Así que es notable todo el apoyo que necesitó para que lo ayudaran en su vocación. A lo mejor por esto de que para sacar a un futuro “santo” del pozo se necesitan al menos cuatro santos… De todas formas, san Pedro Poveda no ingresa en nuestro relato de momento, y lo dejaremos de lado, haciendo notar simplemente que llama la atención la cantidad de santos ahí reunidos… Y ya dejo escrito que Escrivá también falsificó y manipuló su relación con san Pedro Poveda, faltaría más…).

 

Y aquí interrumpo para decir unas palabras más sobre la bondad o santidad de Norberto Rodríguez, que trataremos en el Capítulo #35.3. Veremos (¡oh sorpresa!) que don Norberto Rodríguez, y no el joven Escriba, era el director espiritual de nuestro hermano Luis Gordon, quien murió en 1932 con fama de santidad (al menos en los ambientes tradicionalistas de entonces). En su necrológica, el genial Juan Marín del Campo y Peñalver (Chafarote, de nuestro querido El Siglo Futuro) dejó impresa su certeza sobre la santidad de Luis y sobre la santidad también de nuestro querido don Norberto:

 

¡Feliz y venturoso Luis!

Cada día (dice su director espiritual, que es otro santo), iba creciendo en santidad a los ojos del Señor.

¡Qué ejemplos me ha dado, qué enseñanzas y qué recuerdos nos deja!

 

La literatura prelaticia dirá que el director espiritual del primer numerario en alcanzar la Casa del Padre era, evidentemente, san Josemaría, nuestro queridísimo Padre[7]. No puede ser de otra forma. Pero eso es mentira. El director espiritual de Luis Gordon, y en realidad de todo aquel grupo, varones, y mujeres, y sacerdotes, no era otro que el bueno y santo de don Norberto. Tal era su rol. Repito: tal era su rol institucional en el Opus Dei. Abrid nuevamente si queréis el link de la necrológica, y leed (aunque esté borroso) el comienzo de la esquela fúnebre. Porque en esa página hay dos secciones de interés para nosotros: la necrológica y la esquela...

 

En la verdadera Obra, esa que estoy tratando de presentar, quien se encargaba del aspecto espiritual era don Norberto, no el joven cura llegado de Zaragoza. No tenía ni la edad ni el poso para ser director espiritual. Pero ya iremos a eso. De momento, quiero señalar que un testimonio extra Opus, y con el valor añadido de ser contemporáneo, destaca la santidad de Norberto. Otros testimonios diferentes ponen, por su parte, el acento en la sabiduría de don Norberto. El problema fue que, para engrandecer la figura de Josemaría, e inventarle algunas virtudes heroicas más, tuvieron que conseguir un antagonista para algunos episodios. Y ese fue el “malvado” Norberto, quien tantas veces trató de torcer (sic) el rumbo que Dios le pedía al Fundador. Creció como la más dolorosa, la más lacerante, la más incisiva e hiriente de las espinas de aquella corona que nuestro Padre tuvo que llevar por ayudar a esos sacerdotes que no lo comprendían y que tanto daño hicieron.

 

En cualquier caso, en mi relato aparecen estos sacerdotes con la preocupación de sacar adelante la vocación del joven que se escapaba de su obispo, y al que lo atraía demasiado el mundo, y en concreto el dinero (no tanto el sexo y otros placeres que he oído que el mundo también ofrece). El joven, que estaba por dejar su sacerdocio, encontró un norte para su vida en la idea de hacer una fundación social católica. Consiguieron inculcarle un objetivo, algo en lo que volcar sus fuerzas sacerdotales.

 

Norberto hablaría con san José María Rubio sobre José María. Es evidente. Incluso antes de recibirlo en el Patronato de Enfermos. Va dicho que Norberto y el P. Rubio trabajaban juntos desde hacía años. Y cuando don Lino dejó su puesto por ir al servicio militar, don Norberto y el jesuita José María evaluarían al nuevo candidato, el joven José María de Zaragoza. Es lógico que hablaran del remplazo. Y es lógico también que don Norberto le comunicara algo a don Manuel sobre el nuevo capellán. Que se lo presentara. Faltaría más. La verdad, es que Norberto estaba preocupado por el joven, y lo trataba con mucho cariño, dándole soporte afectivo, espiritual y económico.

 

Así que Escrivá para recomenzar a caminar contó con la ayuda de don Norberto, quien era una especie de “tutor” del joven sacerdote (aquello de poner al sacerdote joven junto con uno mayor). En mi relato, Norberto ocupa claramente un rol de co-fundador de la Obra. Estuvo apoyando a José María desde antes que este, finalmente, se decidiera a fundar. Norberto conocía a don Manuel no solo personalmente, sino a través de sus famosos libros, como por ejemplo Lo que puede un cura hoy que es el que nos convoca. También conocía la receta: la importancia de avivar las energías del corazón y volcarlas en una obra buena. Don Norberto fue el principal colaborador, el principal sostén, e incluso en mi relato se constituye en el corazón de aquella primera Obra (que es diferente a la institución que surgió después del “golpe de estado” de 1935, que comento en el Capítulo #15.11, y que es cuando comienza la leyenda negra sobre don Norberto).

 

El trato con el santo Obispo, que tanto había ayudado a otros sacerdotes, encajaría bien con el cambio de rumbo en la vida sacerdotal de Escrivá. En efecto, yo siempre había pensado que José María era un sacerdote ejemplar, de trayectoria rectilínea, inmaculada. Sin embargo, él mismo confiesa que reencauzó su sacerdocio. Dios me hizo cambiar de rumbo para siempre y pasar por encima de tantas cosas (n. 66, 1930). Parece, pues, que Escrivá no siempre llevó un rumbo tan claro: desde su infancia apuntando directamente hacia la Revelación de Dios ocurrida el 2 de octubre de 1928. (De momento, con esto estamos bien, pero habrá más.)

 

[Pedido: si alguno tuviera acceso a las libretas de apuntes diarios del santo Obispo, sería interesante ver sus viajes a Madrid, la relación con el Patronato de Enfermos de doña Luz, de los encuentros con José María Rubio, eventualmente con Norberto Rodríguez, y con José María Escrivá. A lo mejor escribió algo, y sería una maravillosa fuente externa a la Prelatura. Pero no sé si habrán sobrevivido al asalto de su Palacio Episcopal en Málaga.]

En la década de 1920 el Obispo de Málaga era una figura muy dinámica en el catolicismo español. Presidía congresos de educación católica, de la prensa católica, eucarísticos, etc. Era convocado de todos los sitios. Y en cada uno de esos viajes y eventos, impulsaba a sus Marías de los Sagrarios por todo el país. Así que era un win-win. Quien lo invitaba sabía que sus Marías abarrotarían los templos para escuchar a su Moderador General, mientras que él tenía oportunidad de predicarle a algunas de las miles de Marías diseminadas por la geografía española. Además de su obra de las Marías, acudía a comuniones de niños en todo el país, porque se lo conocía como el Obispo de la Eucaristía o el Obispo de los Sagrarios. Así, por ejemplo, en 1930 está en Sevilla para el Día Eucarístico del Niño, dando la comunión a 10.000 niños, con la ayuda de 29 sacerdotes. En sus viajes, acudía a Madrid con mucha frecuencia. Además de eventos religiosos como los consignados, hacía gestiones civiles ante diversos Ministerios por los proyectos que tenía en Málaga (Asilos, etc). Como dato simpático para nosotros del Opus Dei, en 1925 había sido convocado a la basílica de la Milagrosa y de san Vicente de Paúl, para un sermón y otros actos por el tercer centenario de la fundación de la Congregación de la Misión. Nosotros conocemos la iglesia porque haciendo sus ejercicios espirituales en el convento de los Padres Paúles fue que nuestro Padre “vio” el Opus Dei. Los sitios y las personas están interconectadas.

(Continuará).

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[1] A modo de ejemplo, Partiendo el pan a los pequeñuelos, o modos de llevar a los niños al conocimiento, amor e imitación del Corazón de Jesús que vive en el Sagrario, 1923, El Granito de Arena, Málaga.

[2] Las Damas Apostólicas tenían una catequesis eucarística para estos miles de niños. Y al leer esas dos palabras juntas, CATEQUESIS y EUCARÍSTICA, no puedo menos que pensar en Mons. Manuel González (luego de haber ojeado muchos de sus libros para este análisis). Estoy convencido que don Manuel al escuchar esas dos palabras iría corriendo a ayudar en la preparación de aquellos 4.000 niños, y más aún si lo llamaba su amigo José María [Rubio]...

Supongo que a doña Luz Rodríguez Casanova le sería de mucha utilidad que un Obispo influyente pudiera participar de esas actividades. Es probable que quisiera sumar a su proyecto a cuantas autoridades acudieran por Madrid. Aunque tan solo fuera una visita para que conocieran su Obra de primera mano. En concreto, y referido a esta labor de preparar a miles y miles de niños para la primera comunión, hay que hacer notar que pertenecían en realidad a diferentes parroquias. Doña Luz les brindaba la formación para la primera comunión por fuera de la estructura parroquial… Y esto le había traído problemas con los párrocos… Por tanto, si podía lograr que Mons. González se encariñara con aquellos niños y aquella labor de catequesis eucarística, pues que sería un buen aliado para escribir alguna carta o realizar alguna visita, o apoyar en lo que pudiera a doña Luz. Y así, estoy seguro que aprovecharía para invitar a otros prelados a conocer su Obra. Y, estoy también convencido, que el joven y advenedizo capellán Escrivá, aprovecharía aquellas visitas para mostrarse con sus mejores galas y su más refinada chispa, su dosis de teatralidad, sus anécdotas chispeantes y su piedad. Con habilidad, se haría también acreedor de algunos aplausos por aquella labor. Con picardía, se apropiaría de algunos de los méritos de las Damas Apostólicas. Si se pudiera, sería un trabajo muy útil realizar una investigación histórica sobre las personalidades que Escrivá conoció durante sus años al servicio de las Damas Apostólicas: civiles, eclesiásticas (tanto nacionales como del exterior…) y de la nobleza. No tengo dudas que Mons. Manuel González sería una de esas figuras, pero habrá otras, con las que incluso es probable que Escrivá mantuviera correspondencia. Ciertamente, será un trabajo incómodo porque habría que estar dispuestos a reconocer la influencia que estos sacerdotes tuvieron sobre el fundador… tanto antes como después de aquel 2 de octubre de 1928.

[3] Vázquez de Prada indica que eran 4.000 niños por año a los que preparaba para la primera comunión (y confesión previa). Pertenecían a las 58 escuelas, con 14.000 niños, que las Damas Apostólicas tenían en Madrid en 1928.

[4] Evidentemente, puede ser un tercer o cuarto sacerdote. No pongo otros, sino simplemente a Norberto porque era el capellán segundo, por lo que probablemente también estaría confesando en la iglesia, y porque en un momento pensé que podía ser el protagonista de la anécdota, por eso de que Escrivá lo ayudaba, tenía necesidad de rejuvenecerlo, etc… Más adelante logré confirmar que el protagonista fue Mons. González. Pero mantuve a Norberto en el relato.

[5] La anécdota termina así: “El sacerdote mayor, muy enfadado, me mandó ponerme frente al altar y pedir perdón al Señor por lo que había hecho. Y allí estuve, hasta que se acabó la cola y aquel sacerdote, que de nuevo presentaba un aspecto apacible, me preguntó con una sonrisa si me había arrepentido. Le dije que sí, y me fui a casa tranquilo, aunque con cierto disgusto porque acabé saliendo el último y se me hizo tarde para la fiesta de cumpleaños, y además me sentía humillado porque se habían reído de mí todos los compañeros” (Antes, más y mejor, Lázaro Linares, Rialp, 2001, pp. 46 y 47).

[6] Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Tomo 1… El ataque de Vázquez es contra el libro de T.L. Pujadas CMF, El Padre Postius: un hombre para la Iglesia, Barcelona 1981, p. 327, en que se menciona a Escrivá pero desde un punto de vista que a los prelaticios los incomodaba notablemente…

Es llamativo como Vázquez no se aplica a sí mismo su consejo. Porque en muchos tramos de su relato, en lugar de basarse en las fuentes primarias (los Apuntes de los años 30, aunque estén severamente manipulados y mutilados), utiliza relatos de Escrivá de 1948 o de 1968, o incluso frases de tertulia, que contradicen la documentación de la época de la fundación… Veremos ejemplos (más allá de este o el de las licencias ministeriales). Es muy llamativo, aunque necesario porque la versión que estaban canonizando era la reconstrucción de la historia, y no lo que de verdad ocurrió en aquellos primeros años. Canonizaron un relato y un mensaje que no estuvo presente en 1928, sino que lo fabricaron luego del Concilio, y lo dataron falsamente cuarenta años antes. Infame. Falsificaron historia y mensaje.

Sobre el P. Postius y los claretianos, hablaremos en el Capítulo #31. Es muy probable que Escrivá haya copiado (“se haya inspirado”) de los Reglamentos de la Academia de San Miguel para hacer los suyos, tanto de su primera Academia (del Angel Custodio, también llamada DYA), como para los orígenes de la labor de San Gabriel. Además de otras consultas canónicas relevantes….

[7] El artículo oficial prelaticio sobre Luis Gordon en Studia et Documenta (2009) tiene unas mutilaciones INFANTILES de estos textos de 1932, tanto de la esquela fúnebre como de la necrológica, como incluso del Apunte de Escrivá... Triste, aunque la verdad es que causa risa.