Adelanto del Capítulo #9. San Manuel González y El cura fundador
Era grande, grandioso: una exuberancia de músculos que no
sé cómo había huesos que lo sostenían. Tenía cara de niño y una doctrina muy
clara, a la vez.
Pues
bien, es necesario aquí adelantar gran parte del Capítulo #9 sobre sobre san
Manuel González. Es un paréntesis importante, porque muchos no sabéis de quién
estoy hablando. Y, además, porque es necesario que estos personajes tengan
vida. Al conocerlos, al ver fotografías suyas, es más sencillo empatizar
con ellos. Como me sucede a mí con el querido don Norberto, y también
con san Manuel.
[Hoy,
5 de diciembre de 2024, mientras edito para compartir este texto (que había
escrito en 2017), me alegro al recibir el
aviso que el Papa
Francisco citó a san Manuel González. Ya al leer la
expresión Vivan “chiflados” de amor de Dios en el título de la noticia,
me dije: esto es de san Manuel, y así era. Esperemos a ver si en los próximos
meses el Papa utiliza expresiones de san Josemaría.]
La relación de san Josemaría con
san Manuel González fue licuada en las biografías oficiales… No fue una
omisión: fue una ocultación. ¿Por qué? Por la influencia que tuvieron las ideas
de san Manuel referentes a la santidad en lo cotidiano sobre la doctrina de san
Josemaría. Y probablemente también lo
ocultaron por el papel que pudo haber desempeñado el Obispo de Málaga en el proceso
vital y fundacional de Escrivá.
Los prelaticios afirman que
Escrivá conoció a Mons. González el 16 de mayo de 1933.
Fue el primer encuentro, dicen, cara a cara. Antes lo conocería a lo
mejor por sus libros. Yo afirmo que es indudable que se conocían desde antes de
1933. De hecho, considero IMPOSIBLE que Mons. González no acudiera al Patronato
(p.ej. a confesar niños, o a hacer sus “catequesis eucarísticas”) durante los
cinco largos años que Escrivá trabajó allí (VI-1927 a X-1931). Es más, existe
el sorprendente testimonio de un singular chiquillo que así lo confirma...
Lo más probable es que José María
Escrivá conociera al Obispo de Málaga a través de san José María Rubio (¡otro
santo al que borraron de la biografía de Escrivá! cfr. Capítulo
# 28), con quien Mons.
González se reunía en Madrid para impulsar las Marías de los Sagrarios (de paso, supongo que doña Dolores Albás y Carmen Escrivá serían Marías de los Sagrarios,
porque ¿qué otra cosa harían, además de labores, estas buenas mujeres, día tras
día?).
Por estas visitas de trabajo junto
al jesuita P. Rubio, es probable que los dos futuros santos se reunieran a
veces en el Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas. Y recordemos que
precisamente allí san José María era el Director y san
Josemaría el capellán.
Además, el santo Obispo tenía una
debilidad por la catequesis, por la confesión de niños, por prepararlos para la
Eucaristía (su gran amor). Desde que era arcipreste en Huelga, don Manuel era famosísimo
por toda España como catequista de niños, e impulsor de las primeras
comuniones. Probablemente, el más famoso en todo el país, impulsado también por
sus libros[1].
En sus visitas a Madrid, don
Manuel se escaparía sin dudas al Patronato, donde anualmente preparaban a 4.000
niños[2]. De hecho, estoy
convencido que Manuel González es el protagonista de la anécdota de los “35
botones” (o 40, depende de las versiones). Y además (esto es muy relevante) que
esta sucedió en el Patronato de Enfermos el día 10 de mayo de 1929. Por
tanto, Escrivá conocía al santo Obispo desde al menos cuatro años antes
del 16 de mayo de 1933, que según la Prelatura es el día en que ambos santos se
verían cara a cara por vez primera….
La anécdota de los 35 botones es
bastante famosa. De todas formas, la repasaremos a continuación.
Escrivá definía al sacerdote
enfadado y como fuera de sí, diciendo que era muy santo y muy manso. No sería, por tanto, Norberto, el
otro capellán del Patronato, porque ahí hubiera dicho que estaba “muy enfermo”
y era insufrible, y le había causado mucho dolor… Además, aclaraba que era un hombre de estudio que se había pasado
la vida escribiendo, confesando, predicando… Quizá por eso había desarrollado
una panza también venerable (de una tertulia con el Padre, cfr. Crónica,
1974).
¡Treinta y cinco! ¡Le he contado treinta y cinco botones!
Y mi amigo, tan manso y tan
santo, se enfadó por no saber hacerse también el un poco niño.
El protagonista
de la anécdota era san Manuel.
9.1 Los
35 botones.
Los
prelaticios afirman que el joven Escrivá confesaba muchos niños (¡millares!).
Para esta tarea, buscaba la colaboración de algunos sacerdotes moviéndole a ello la solicitud pastoral por
sus hermanos en el sagrado ministerio. El santo,
desde tan joven, dicen, en su denodada labor apostólica, ayudaba a otros
sacerdotes mayores: los encendía en el amor a los pobres (mi impresión es que
era exactamente al revés, porque a Escrivá los pobres y la pobreza no le
atraían especialmente: él se inclinaba naturalmente más hacia el lado de las
aristócratas, marqueses o universitarios). Sigamos con Vázquez de Prada, quién
se pregunta qué habrá sido de la vida de aquellos cuatro mil chiquillos a los
que el santo (y sus colaboradores) confesaron[3]. Vázquez se pregunta por
uno de ellos en particular:
En este punto ocurre la curiosidad, querido lector, sobre
el paradero y peripecias de tanta chiquillería como oyó enseñanzas de sus
labios. ¿Qué sería de aquel simpático chaval que provocó la indignación de un
amigo de don Josemaría, hombre grueso y ponderado? El joven capellán [de las Damas Apostólicas], todo denuedo, se llevó [¡!] una vez consigo, para ayudarle [¡!], a un sacerdote de
edad provecta. Lo hizo con la mejor de las intenciones apostólicas [¡faltaría más!]. Pensaba que, «tratando con los niños, los viejos se hacen de nuevo jóvenes».
Es de notar que dicho clérigo, dado al estudio y a la predicación, había
acumulado en el largo transcurso de su vida sedentaria una respetable
humanidad; también en su físico. [¿Estará hablando de Norberto o tal vez de
Mons. Manuel González?] De seguro que el
confesionario le quitaría algunos años de encima, aunque no es tan probable que
le quitase kilos [jaja jiji]. Hallándose, pues, un día ambos sacerdotes
en la iglesia, se produjo un ligero alboroto. El capellán se volvió extrañado.
Su amigo, tan manso y bonacible, reprendía
acaloradamente a un chiquillo:
-
«Aquel amigo mío, ya mayor, se olvidó de que estaba
confesando a un niño y se puso a hacerle muy seriamente algunas
recomendaciones. Debió de alargarse y el muchacho, niño al fin, como se
aburría, miró la venerable panza del sacerdote, se fijó en los botones de su
sotana, tan brillantes, y comenzó a contarlos: uno, dos…
Cuando aquel buen confesor se dio cuenta le dijo:
-
¡Muchacho!, ¿qué haces?
-
¡Treinta y cinco botones! ¡Le he contado treinta y cinco
botones!»
¿Quién sería ese sacerdote, de edad provecta, al que
Escrivá tenía que ayudar? Ese hombre grueso, pasado de kilos, que armó un buen
alboroto en la iglesia… Por la descripción del físico, debe ser Mons. González…
Si hubiera sido Norberto, el capellán segundo, Escrivá habría dicho que llevó
consigo a un sacerdote mayor, que estaba enfermo de los nervios. Y no puede ser
don Norberto porque en las fotografías no parece obeso, en cambio Mons.
González cumple bien esa parte. Y no puede ser Norberto por la forma en que
Escrivá se refería al sacerdote protagonista de la anécdota: de una forma
cariñosa y simpática, lo que no empleaba con Norberto.
Además, Jaume afirma (Entrega n. 7) que él mismo
oyó “al propio Escrivá relatar anécdotas protagonizadas por don Manuel” y una
de esas anécdotas es justamente la de los botones de la sotana de don Manuel.
Además, la
descripción un hombre de estudio que se había pasado la vida escribiendo,
confesando, predicando… se corresponde con el famosísimo Obispo de Málaga y
no con Norberto, ya que del primero se conocen muchísimos libros y ninguno del
segundo[4]. (En alguna otra colaboración, a lo mejor dentro de unos
años, completaremos esta entrega con los libros de san Manuel).
Y ¿qué habrá
sido de ese simpático chaval? Pues bien, ¡ese
chiquillo con los años pitó! Y fue nada menos que el segundo oblato del Opus
Dei: Rafael Poveda. Es maravilloso, ¿no?
La
anécdota se encuentra relatada en el libro de Lázaro Linares, Antes, más y
mejor. Rafa Poveda había sido alumno de las escuelas de las Damas
Apostólicas. En 1929, la mismísima doña Luz Rodríguez Casanova lo preparó para
la primera comunión... Muchos años después, cuando ya había pitado de oblato
(agregado) y habían pasado más de 20 años de vocación, Rafa vio la película de
una tertulia en Buenos Aires, y realizó un descubrimiento sorprendente: el
Padre era el mismo sacerdote que él había conocido en el lejano 1929[5].
Y lo
mejor es que lo recuerda con tanta precisión que puede fijar con exactitud el
día de la anécdota: 10 de mayo de 1929, ya que era el de su cumpleaños: once años de edad. Y al día siguiente haría su primera comunión.
Es
maravilloso poder leer la anécdota contada por el co-protagonista:
el niño que fue a confesar. A veces pienso que el buen Dios y la virgencita
santa, y algunos más en el Cielo se sonríen con este tipo de casualidades. Unas pocas miguitas que han quedado en el sendero sirven
para recomponer el recorrido hacia atrás: por una especial providencia no
se las han comido los pájaros del cielo ni las alimañas del bosque, y nos
guían, con cierta dificultad indudable, hacia quién fue el verdadero Escrivá.
Me
costó mucho conseguir la fuente para esta sección. Es muy extraño que los
historiadores prelaticios no lo utilicen…
Si
Escrivá conocía al Obispo de Málaga desde al menos mayo de 1929, se entiende
mejor cómo se desarrolló ese otro encuentro que tuvieron en 1933, y que los
prelaticios afirman que fue el primero. Ya lo veremos.
No
perdamos de vista que ese evento ocurrió exactamente una semana después del
fallecimiento de san José María Rubio. ¿Casualidades? Dios sigue sonriendo.
Y ahí, en uno de esos ambientes, el de las Apostólicas
del SC, lo recibieron los dos capellanes: don Norberto, quien estaría
especialmente afectado y agradecido por los años junto a su maestro el P.
Rubio, su director espiritual… Y sería recibido también por el nuevo capellán,
el joven José María, que haría su parte y expresaría su congoja y lo que
entendía que correspondiera hacer ante el Obispo por el fallecimiento de su
tocayo, José María, el santo jesuita.
Hablarían
los tres sobre la vida santa del P. Rubio. Y comenzarían a confesar a todos
aquellos niños de las escuelas de las Apostólicas del Sagrado Corazón, que
acababan de perder a su Director, a aquel que las orientó,
que las dirigió espiritualmente, que redactó con ellas los Reglamentos, etc, etc. Aquel quien fuera su Director
(y a lo mejor también Director de la Obra de José María y Norberto).
Si
san Manuel González fuera el protagonista de la anécdota, no puedo creer que
Escrivá sea capaz de afirmar que era él quien llevaba al santo y famoso
sacerdote a confesar niños. ¡Si era al revés! Iba a confesar niños y
procuraba que me acompañase algún sacerdote un poco anciano, porque tratando
con los niños, los viejos se hacen de nuevo jóvenes. Y que lo hacía, todo
denuedo, como dice, para ayudarlo, para encenderlo, para rejuvenecerlo. ¡Si
era al revés! ¡Si al que estaban tratando de encender sacerdotalmente era al
joven capellán que quería ser cónsul! Por Dios… En estos momentos son
cuando la Teoría de la Brújula nos brinda una guía segura. Es al revés de como
Escrivá afirma. Y ahí sí, podemos avanzar.
La
Teoría de la Brújula, o de los 180°, que desarrollaremos en otra oportunidad,
postula que, si Escrivá y los suyos dicen que algo está hacia el Sur, es más
probable encontrar la verdad andando hacia el Norte…Si Escrivá dice que en un
reloj la hora es 12:00, habrá que prestar atención más bien hacia las 6:30. Es
muy probable que la verdad aparezca en el radar cerca de 6:20… Es insólito como
Escrivá reescribe su vida, con esa visión diametralmente opuesta a lo que yo
creo que fue la verdad, especialmente en los episodios fundacionales. El caso
de la relación con san Manuel González es uno de ellos. Y con san José María
Rubio. Y con san Pedro Poveda. Y con el P. Sánchez Ruiz. Y con don Norberto
Rodríguez. Y así con tantos.
9.2 Escrivá
y san Manuel González antes de 1929.
Está pues demostrado, con un
simpático giro del destino protagonizado por un oblato, que Escrivá conoció a
Mons. González al menos cuatro años antes de lo que los prelaticios
canonizaron.
En este punto, con la diferencia
de cuatro años, viene muy bien la contundencia de la siguiente afirmación, que
yo aplico a Vázquez de Prada / Positio y a los prelaticios:
Esa obra contiene errores de
bulto, explicables por apoyarse en testimonios orales, desdibujados por el
tiempo. El error principal radica en situar estos acontecimientos año y medio
después de cuando sucedieron, lo cual distorsiona sustancialmente la verdad de
los hechos[6].
Los prelaticios tienen terror en
afirmar que san Manuel puedo haber influido en Escrivá y en su Opus ANTES de la
“fundación” en octubre de 1928. Mi hipótesis es que san Manuel González jugó un
papel muy relevante para que Escrivá se
decidiera a fundar. Es más, considero que intervino para que Escrivá
permaneciera en su sacerdocio.
Recordemos que Escrivá sufría una
crisis vocacional muy profunda (Capítulo #4). Había algunos sacerdotes buenos y
piadosos que trataban de sacar adelante la vocación del joven llegado de
Zaragoza y que venía dando tumbos por la
vida, con probabilidad de seguir los pasos de su amigo Paco Moreno
(Capítulo #5). Escrivá era capaz de buscarse una salida al sacerdocio a través
de una colocación civil (carrera consular, o auxiliar administrativo, o lo que fuera para conseguir algunas
pesetas, que hasta el más tonto de sus condiscípulos o alumnos las ganaba por
miles…).
Además de su proverbial amor por
la eucaristía y por los sagrarios abandonados, san Manuel González tenía
una experiencia notable resucitando
sacerdotes. Afirmaré que utilizó esta experiencia para auxiliar a nuestro
Padre.
y trece años
lleva el Amo bendito por medio de ellas descruzando o levantando brazos, largos
años inmóviles a fuerza de desalientos, y abriendo bocas y horizontes y
corazones hacía tiempo cerrados a fuerza de pesimismos… (…) Sacerdotes
levantados, enardecidos, estimulados, orientados ¡resucitados! por la lectura
del librillo.
(Un
paréntesis: al leer cómo san Manuel se refería, tantas veces, a Jesús como “el
Amo”, no puedo menos que recordar que José María Escrivá escribió en abril de
1930, en su Apunte n. 22: pensé ir en
seguida a la iglesia de esta Casa Apostólica a decir al Amo expuesto en la
Custodia: ¡Hágase, Señor, ahora y siempre tu Voluntad! Creo que en estas pocas palabras podemos leer entre
líneas muchas cosas de las que llevamos expuestas y que se entrelazan
continuamente. Me resulta muy fácil imaginar en mi relato a san Manuel González
acudiendo a la Casa Apostólica (= Patronato de Enfermos), a trabajar con san
José María Rubio, y a ayudar con las confesiones de los niños. Allí, con toda
su humanidad y corpulencia y afabilidad, trataría de encender al joven capellán
llegado, cuasi prófugo, de Zaragoza. Y derramaría sobre él su ¡proverbial!
piedad eucarística, por la que incluso más adelante lo canonizarían. Y se
arrodillarían, el sacerdote mayor y el joven, frente al Santísimo, y san Manuel
sugeriría rezarle al Amo. De estos
encuentros, estoy seguro, sacaría Escrivá esta forma tan piadosa de expresarse
(y que es una marca registrada de don Manuel…). Y nuestro Padre se seguiría
refiriendo al Santísimo expuesto en la iglesia del Patronato como “el Amo”, tal
como había aprendido junto a san Manuel... Ese Apunte (de
1930) es anterior a la fecha oficial prelaticia del primer encuentro
(1933), y posterior al episodio de los botones (1929). Además, es importante
notar que este Apunte n. 22 refiere al episodio de la incardinación en Cuenca,
decisión tomada el 14 de febrero de 1930, para así tratar de salir de la
nefasta “solución” de opositar para una carrera civil como forma de obtener el
sustento económico. Tenemos, por tanto, muchos
elementos de mi relato para quien lee con atención esas pocas líneas del Apunte
n. 22.)
Estoy convencido que, en medio de
la crisis vocacional de Escrivá, el experimentado y santo obispo ayudó al joven
sacerdote “fugado” de Zaragoza, ese que añoraba el destino civil de su amigo
Paco Moreno, y que soñaba con ser cónsul y obtener una buena colocación.
En este contexto ¡cuán grande fue
mi sorpresa y alegría al conocer una de las recetas del santo Obispo
para resucitar sacerdotes!
Uno de los consejos de san Manuel
sería que Escrivá ¡fundara algo!... cualquier cosa, pero algo. Que saliera de
sí mismo, de sus problemas personales, y trabajara por el Reino de Dios. Ese
era el consejo que había dejado escrito, fruto de su riquísima experiencia
pastoral, aplicado en aquel caso a los párrocos, pero es evidente que servía
igualmente para otros sacerdotes, también para aspirante a pretendiente de
capellán de monjas…
Estoy convencido que el remedio que aplicó, también con
Escrivá, se puede leer en el subtítulo El Cura Fundador, dentro del libro Lo que puede un cura hoy.
Lo que puede un cura hoy, por san Manuel González.
Mons. González era un escritor conocidísimo y fecundo por
demás. Es simpático e ilustrativo leer esta página
de 1935 por las bodas de plata de su genial librito. Lo
que puede un cura hoy estaba entonces traducido a los principales idiomas y
era una de las obras maestras de la literatura religiosa contemporánea. En
ese reportaje aparecen las portadas de la edición en
francés, portugués, alemán, inglés e italiano… Las portadas de las
distintas traducciones me hacen recordar ciertas páginas de la revista interna Obras
dónde, décadas más adelante, se presentarían las nuevas traducciones de las
obras de nuestro Padre, con una disposición similar...
Pues bien, nuestro Padre recibía apoyo y fortaleza de
este famoso obispo, reconocido no solo en España sino en todo el mundo por sus
artes para resucitar sacerdotes… Realmente era
un salvavidas que arrojaba Dios, una gracia de la Providencia coincidir con
alguien así.
“Todos los sacerdotes encuentran en este libro una luz,
un aliento, un horizonte, una mano amiga que no sólo les dice “has de ir por
aquí”, sino que le abre las válvulas de su corazón, quizá cerradas por el
desaliento, ante la ineficacia de sus trabajos, y le hace recobrar fuerzas y
optimismos”, indicaba la crónica de 1935. Y ciertamente que Escrivá experimentó
la mano amiga de san Manuel: ad robur!
El cura fundador. Leed si no lo
habéis hecho la página que he compartido como fotografía, y si queréis algo más
del libro, que mucho bien ha hecho a tantos miles.
En mi relato, Manuel González
impulsó a José María Escrivá a fundar, como solución a su crisis existencial.
Si bien José María tenía el corazón dividido, aceptó la sugerencia. Haría, como
escribía el Obispo en aquellas páginas de 1910: una obra de Dios, una obra que
se acreditara suya, con el sello de la
propiedad de Dios. Una obra social
católica. (Muchas de estas formas de expresarse resonarán más adelante en los
Apuntes de Escrivá…., incluso el genérico “obra de
Dios” que con el tiempo pasaría a ser el nombre de la fundación que se
concretaría en 1941).
Estas conversaciones tendrían
lugar, supongo, ya a fines de 1927, ya en la primera mitad de 1928. Escrivá
tenía que ver qué hacer. Empezaría a obtener recortes de prensa de diversas
instituciones (entiendo que en el Archivo Prelaticio existe el tal álbum con
recortes de prensa, pre-2 de octubre…). Iría tomando notas. Pensando. Haciendo
esquemas. Todavía sin trabajar, tan solo proyectos…
San Manuel González vivía en
Málaga. Por tanto, supongo que la tarea de apoyar en el día a día el proceso de
sanación corrió por cuenta de don
Norberto Rodríguez. En efecto, para resucitar a Escrivá se necesitó un equipo.
Y no cualquier equipo. Un equipo de sacerdotes. Y sacerdotes santos. Dos de
ellos, canonizados por la Iglesia (don Manuel González y el padre Rubio). Y del
tercero (don Norberto), a quien no se le inició proceso, pero que en vida también se lo tenía literalmente
por santo, pese a lo que digan los prelaticios. No olvidemos la infamia de
haber mutilado a don Norberto del Apunte n. 959 en que un Escrivá, todavía no
enloquecido y no rencoroso, agradecía a los sacerdotes que lo habían sostenido
en su vocación, que le habían dado calor. Y el primero de ellos en
Madrid es don Norberto (y es muy divertido que allí escrito aparece otro santo
canonizado: san Pedro Poveda. Así que es notable todo el apoyo que necesitó
para que lo ayudaran en su vocación. A lo mejor por esto de que para sacar a un
futuro “santo” del pozo se necesitan al menos cuatro santos… De todas formas,
san Pedro Poveda no ingresa en nuestro relato de momento, y lo dejaremos de
lado, haciendo notar simplemente que llama la atención la cantidad de santos
ahí reunidos… Y ya dejo escrito que Escrivá también falsificó y manipuló su
relación con san Pedro Poveda, faltaría más…).
Y aquí interrumpo para decir unas
palabras más sobre la bondad o santidad de Norberto Rodríguez, que trataremos
en el Capítulo #35.3. Veremos (¡oh sorpresa!) que don Norberto Rodríguez, y no
el joven Escriba, era el director espiritual de nuestro hermano Luis Gordon,
quien murió en 1932 con fama de santidad (al menos en los ambientes
tradicionalistas de entonces). En su necrológica, el genial Juan Marín del Campo y Peñalver (Chafarote,
de nuestro querido El Siglo Futuro) dejó impresa su certeza sobre la
santidad de Luis y sobre la santidad también de nuestro querido don Norberto:
¡Feliz y venturoso
Luis!
Cada día (dice su
director espiritual, que es otro santo), iba creciendo en santidad a los ojos
del Señor.
¡Qué ejemplos me ha
dado, qué enseñanzas y qué recuerdos nos deja!
La literatura prelaticia dirá que
el director espiritual del primer numerario en alcanzar la Casa del Padre era,
evidentemente, san Josemaría, nuestro queridísimo Padre[7]. No puede ser de otra
forma. Pero eso es mentira. El director espiritual de Luis Gordon, y en
realidad de todo aquel grupo, varones, y mujeres, y sacerdotes, no era otro que
el bueno y santo de don Norberto. Tal era su rol. Repito:
tal era su rol institucional en el Opus Dei. Abrid nuevamente si queréis el
link de la necrológica, y leed (aunque esté borroso)
el comienzo de la esquela fúnebre. Porque en esa página hay dos secciones de
interés para nosotros: la necrológica y la esquela...
En la verdadera Obra, esa que
estoy tratando de presentar, quien se encargaba del aspecto espiritual era don
Norberto, no el joven cura llegado de Zaragoza. No
tenía ni la edad ni el poso para ser director espiritual. Pero ya iremos a
eso. De momento, quiero señalar que un testimonio extra Opus,
y con el valor añadido de ser contemporáneo,
destaca la santidad de Norberto. Otros testimonios diferentes ponen, por su parte, el acento en la sabiduría de
don Norberto. El problema fue que, para engrandecer la figura de
Josemaría, e inventarle algunas virtudes heroicas más, tuvieron que conseguir
un antagonista para algunos episodios. Y ese fue el “malvado” Norberto, quien
tantas veces trató de torcer (sic) el rumbo que Dios le pedía al Fundador. Creció como la más dolorosa, la más lacerante, la más
incisiva e hiriente de las espinas de aquella corona que nuestro Padre
tuvo que llevar por ayudar a esos sacerdotes que no lo comprendían y que tanto
daño hicieron.
En cualquier caso, en mi relato
aparecen estos sacerdotes con la preocupación de sacar adelante la vocación del
joven que se escapaba de su obispo, y al que lo atraía demasiado el mundo, y en
concreto el dinero (no tanto el sexo y otros placeres que he oído que el mundo
también ofrece). El joven, que estaba por dejar su sacerdocio, encontró un
norte para su vida en la idea de hacer una fundación social católica.
Consiguieron inculcarle un objetivo, algo en lo que volcar sus fuerzas
sacerdotales.
Norberto hablaría con san José
María Rubio sobre José María. Es evidente. Incluso antes de recibirlo en el
Patronato de Enfermos. Va dicho que Norberto y el P. Rubio trabajaban juntos
desde hacía años. Y cuando don Lino dejó su puesto por ir al servicio militar,
don Norberto y el jesuita José María evaluarían al nuevo candidato, el joven
José María de Zaragoza. Es lógico que hablaran del remplazo. Y es lógico
también que don Norberto le comunicara algo a don Manuel sobre el nuevo
capellán. Que se lo presentara. Faltaría más. La verdad, es que Norberto estaba
preocupado por el joven, y lo trataba con mucho cariño, dándole soporte
afectivo, espiritual y económico.
Así que Escrivá para recomenzar a
caminar contó con la ayuda de don Norberto, quien era una especie de “tutor”
del joven sacerdote (aquello de poner al sacerdote joven junto con uno mayor).
En mi relato, Norberto ocupa claramente un rol de co-fundador
de la Obra. Estuvo apoyando a José María desde
antes que este, finalmente, se decidiera a fundar. Norberto conocía a don
Manuel no solo personalmente, sino a través de sus famosos libros, como por
ejemplo Lo que puede un cura hoy que es el que nos convoca. También conocía la
receta: la importancia de avivar las energías del corazón y
volcarlas en una obra buena. Don Norberto fue el principal colaborador, el
principal sostén, e incluso en mi relato se constituye en el corazón de aquella primera Obra (que es
diferente a la institución que surgió después del “golpe de estado” de 1935,
que comento en el Capítulo #15.11, y que es cuando comienza la leyenda negra
sobre don Norberto).
El trato con el santo Obispo, que
tanto había ayudado a otros sacerdotes, encajaría bien con el cambio de rumbo
en la vida sacerdotal de Escrivá. En efecto, yo siempre había pensado que José
María era un sacerdote ejemplar, de
trayectoria rectilínea, inmaculada. Sin embargo, él mismo confiesa que reencauzó su sacerdocio. Dios me hizo cambiar de rumbo para siempre y
pasar por encima de tantas cosas (n. 66, 1930). Parece, pues, que Escrivá
no siempre llevó un rumbo tan claro: desde su infancia apuntando directamente
hacia la Revelación de Dios ocurrida el 2 de octubre de 1928. (De momento, con
esto estamos bien, pero habrá más.)
[Pedido: si alguno tuviera acceso
a las libretas de apuntes diarios del santo Obispo, sería interesante ver sus
viajes a Madrid, la relación con el Patronato de Enfermos de doña Luz, de los
encuentros con José María Rubio, eventualmente con Norberto Rodríguez, y con
José María Escrivá. A lo mejor escribió algo, y sería una maravillosa fuente
externa a la Prelatura. Pero no sé si habrán
sobrevivido al asalto de su Palacio Episcopal en Málaga.]
En la década de 1920 el Obispo de Málaga era una figura
muy dinámica en el catolicismo español.
Presidía congresos de educación católica, de la prensa católica, eucarísticos,
etc. Era convocado de todos los sitios. Y en cada uno de esos viajes y eventos,
impulsaba a sus Marías de los Sagrarios por todo el país. Así que era un win-win. Quien lo invitaba sabía que sus Marías
abarrotarían los templos para escuchar a su Moderador General, mientras que él
tenía oportunidad de predicarle a algunas de las miles
de Marías diseminadas por la geografía española. Además de su obra de las Marías, acudía a comuniones de
niños en todo el país, porque se lo conocía como el Obispo de la Eucaristía o
el Obispo de los Sagrarios. Así, por ejemplo, en 1930 está en Sevilla para el
Día Eucarístico del Niño, dando la comunión a 10.000 niños, con la ayuda de 29
sacerdotes. En sus viajes, acudía a Madrid con mucha frecuencia. Además de
eventos religiosos como los consignados, hacía gestiones civiles ante diversos
Ministerios por los proyectos que tenía en Málaga (Asilos, etc). Como dato simpático para nosotros del
Opus Dei, en 1925 había sido convocado a la basílica de la Milagrosa y de san
Vicente de Paúl, para un sermón y otros actos por el tercer centenario de la
fundación de la Congregación de la Misión. Nosotros conocemos la iglesia porque
haciendo sus ejercicios espirituales en el convento de los Padres Paúles fue
que nuestro Padre “vio” el Opus Dei. Los sitios y las personas están
interconectadas.
(Continuará).
[1] A modo de
ejemplo, Partiendo el pan a los pequeñuelos, o modos de llevar a los
niños al conocimiento, amor e imitación del Corazón de Jesús que vive en el
Sagrario, 1923, El Granito de Arena, Málaga.
[2] Las Damas
Apostólicas tenían una catequesis eucarística para estos miles de niños. Y al
leer esas dos palabras juntas, CATEQUESIS y EUCARÍSTICA, no puedo menos que
pensar en Mons. Manuel González (luego de haber ojeado muchos de sus libros
para este análisis). Estoy convencido que don Manuel al escuchar esas dos
palabras iría corriendo a ayudar en la preparación de aquellos 4.000 niños, y
más aún si lo llamaba su amigo José María [Rubio]...
Supongo que a doña Luz Rodríguez
Casanova le sería de mucha utilidad que un Obispo influyente pudiera participar
de esas actividades. Es probable que quisiera sumar a su proyecto a cuantas
autoridades acudieran por Madrid. Aunque tan solo fuera una visita para que
conocieran su Obra de primera mano. En concreto, y referido a esta labor de
preparar a miles y miles de niños para la primera comunión, hay que hacer notar
que pertenecían en realidad a diferentes parroquias. Doña Luz les brindaba la
formación para la primera comunión por fuera de la estructura parroquial…
Y esto le había traído problemas con los párrocos… Por tanto, si podía lograr
que Mons. González se encariñara con aquellos niños y aquella labor de
catequesis eucarística, pues que sería un buen aliado para escribir alguna
carta o realizar alguna visita, o apoyar en lo que pudiera a doña Luz. Y así,
estoy seguro que aprovecharía para invitar a otros prelados a conocer su Obra.
Y, estoy también convencido, que el joven y advenedizo capellán Escrivá,
aprovecharía aquellas visitas para mostrarse con sus mejores galas y su más
refinada chispa, su dosis de teatralidad, sus anécdotas chispeantes y su
piedad. Con habilidad, se haría también acreedor de algunos aplausos por aquella
labor. Con picardía, se apropiaría de algunos de los méritos de las Damas
Apostólicas. Si se pudiera, sería un trabajo muy útil realizar una
investigación histórica sobre las personalidades que Escrivá conoció durante
sus años al servicio de las Damas Apostólicas: civiles, eclesiásticas (tanto
nacionales como del exterior…) y de la nobleza. No tengo dudas que Mons. Manuel
González sería una de esas figuras, pero habrá otras, con las que incluso es
probable que Escrivá mantuviera correspondencia. Ciertamente, será un trabajo
incómodo porque habría que estar dispuestos a reconocer la influencia que estos
sacerdotes tuvieron sobre el fundador… tanto antes como después de aquel 2 de
octubre de 1928.
[3] Vázquez de
Prada indica que eran 4.000 niños por año a los que preparaba para la primera
comunión (y confesión previa). Pertenecían a las 58 escuelas, con 14.000 niños,
que las Damas Apostólicas tenían en Madrid en 1928.
[4] Evidentemente, puede ser un tercer o cuarto sacerdote. No
pongo otros, sino simplemente a Norberto porque era el capellán segundo, por lo que
probablemente también estaría confesando en la iglesia, y porque en un momento pensé que podía ser
el protagonista de la anécdota, por eso de que Escrivá lo ayudaba, tenía
necesidad de rejuvenecerlo, etc… Más adelante logré
confirmar que el protagonista fue Mons. González. Pero mantuve a Norberto en el
relato.
[5] La anécdota
termina así: “El sacerdote mayor, muy enfadado, me mandó ponerme frente al
altar y pedir perdón al Señor por lo que había hecho. Y allí estuve, hasta que
se acabó la cola y aquel sacerdote, que de nuevo presentaba un aspecto
apacible, me preguntó con una sonrisa si me había arrepentido. Le dije que sí,
y me fui a casa tranquilo, aunque con cierto disgusto porque acabé saliendo el
último y se me hizo tarde para la fiesta de cumpleaños, y además me sentía
humillado porque se habían reído de mí todos los compañeros” (Antes, más y
mejor, Lázaro Linares, Rialp, 2001, pp. 46 y 47).
[6] Vázquez de
Prada, El Fundador del Opus Dei, Tomo 1… El ataque de Vázquez es contra el
libro de T.L. Pujadas CMF, El Padre Postius: un
hombre para la Iglesia, Barcelona 1981, p. 327, en que se menciona a Escrivá pero desde un punto de vista que a los prelaticios
los incomodaba notablemente…
Sobre el P. Postius
y los claretianos, hablaremos en el Capítulo #31. Es muy probable que Escrivá
haya copiado (“se haya inspirado”) de los Reglamentos de la Academia de San
Miguel para hacer los suyos, tanto de su primera Academia (del Angel Custodio,
también llamada DYA), como para los orígenes de la labor de San Gabriel. Además
de otras consultas canónicas relevantes….
[7] El artículo
oficial prelaticio sobre Luis Gordon en Studia
et Documenta (2009) tiene unas mutilaciones INFANTILES de estos textos de
1932, tanto de la esquela fúnebre como de la necrológica, como incluso del
Apunte de Escrivá... Triste, aunque la verdad es que causa risa.