11.6 La ruptura con
el P. Valentín Sánchez en 1940.
El P. Valentín Sánchez ocupó el
cargo de Director (que a lo mejor mutó en consejero),
durante ¡11 años! Entre 1930 y 1940.
En mi marco es evidente que,
después de la guerra civil, cuando Escrivá finalmente quiere presentar ante el
Obispo de Madrid los Reglamentos para aprobar la Obra, tenía que validarlos
antes con el P. Valentín Sánchez: Nuestro Director.
Esos Reglamentos habían tenido su
origen lejano en 1930… Y Escrivá sabía que no podía presentarlos ante Mons. Eijo y Garay sin pasarlos antes por quien había sido (y
era) Nuestro DIRECTOR. Es más, en 1934 el P. Sánchez había moderado los deseos
de Escrivá de presentarlos para una aprobación diocesana. Ya en aquel entonces le había indicado nada menos de no
“apresurar papeleos que vendrán a su hora”… (Apunte n. 1192). Esa moderación era una función
típica del Director… ¿Cuándo
presentarse ante el Obispo para la aprobación de los Reglamentos (que ya tenía
redactados…).
En noviembre de 1939, el P.
Sánchez le indica que ya había llegado la hora. Y con mandato le
pide que prepare todo para presentarse, ahora sí, para la primera aprobación
diocesana (Apunte n. 1607).
La
secuencia es clarísima. Como su rol de Director de la Obra de
Dios, indica a Escrivá en 1934 que no presente todavía los Reglamentos al
Obispo, mientras que en 1939 lo anima ahora a que sí lo haga (a pesar de que
Escrivá quería seguir funcionando un tiempo más en la clandestinidad).
Escrivá, con cierta pereza,
retoma los antiguos Reglamentos que había redactado desde antes de la guerra
(cfr. Capítulo #xxx), y prepara una nueva versión, para que revise y apruebe
Nuestro Director. Con el visto bueno del P. Sánchez y
sus sugerencias, podría entonces presentarlos al Obispo. Por aquellos meses, al
igual que en otras oportunidades, el Fundador tiene visiones durante la Misa,
en este caso sobre detalles interesantísimos para incluir en esos
Reglamentos (Apunte n. 1609)…
Así, al terminar la guerra civil
y comenzar una nueva etapa en España, el Fundador va actualizando los
reglamentos que tenía ya redactados y validados con el P. Sánchez desde la
primera mitad de los años 30.
Por tanto, en 1940
Escrivá lleva el Codex al P. Valentín Sánchez Ruiz no porque fuera su
confesor, sino por el rol institucional único que había tenido en los
años previos, y seguía teniendo.
Insisto:
para mí es evidente que el P. Sánchez recibió el texto del Códex del Opus
Dei no por ser el confesor del Padre, quien supuestamente nada tenía que
ver con la Obra…, sino en razón de su cargo. Y probablemente Escrivá entregó la documentación para
opinión del buen Padre Sánchez no de forma obligada sino ¡gozoso!, porque allí
estaba el fruto de tantos años de trabajo ¡Si desde 1930 estaban redactando
diversas versiones de este Reglamento! ¡Si para esa Dirección lo habían buscado
hacía más de 10 años! ¡Si tan bien había orientado los pasos de la Obra desde
entonces!
Para los prelaticios, esto es
imposible de aceptar. Y no han hecho más que hablar de la traición del
P. Sánchez. Que fue desleal. Que cambió. Que no respetó el acuerdo de confianza
y confidencialidad. Que dejó solo a nuestro queridísimo Padre en aquel momento
de persecución y dolor. Que no lo reconfortó. Que cuando nuestro Padre
le estaba abriendo sinceramente su conciencia sin ocultarle nada, en
esos encuentros de 1940, el jesuita le respondía en cambio con falsedades,
maledicencias y traiciones. Que estuvo brusco, destemplado, agitado… ¡Pero qué disparate!
En aquellas entrevistas, el P.
Sánchez no tenía nada que perder. El que se jugaba TODO era Escrivá. Tenía
miedo. Miedo real. Fisiológico. Miedo a quedar expuesto. El P. Sánchez
sabía 1000 veces mejor que Portillo quién había sido Escrivá en 1929/1930
(sabía, y es sólo un botón de muestra, lo de querer dejar el sacerdocio para
hacer carrera consular o trabajar como auxiliar
administrativo). Sabía muy bien,
mejor que nadie en la Obra, qué institución habían querido fundar al comienzo.
Conocía, como Portillo jamás imaginó, las dificultades de José María para
delimitar un carisma para la Obra, y los cambios (bandazos, los he
llamado) que hubo en este proceso de clarificación de los fines y medios de la
institución. Quien estaría nervioso y agitado sería
Escrivá, sin dudas, y no Sánchez como dicen los prelaticios…
Escrivá
no descansó hasta que en 1963 falleció el P. Sánchez. Entonces, el Fundador escribió
su último Apunte, en un anexo a las Catalinas. Es literalmente el texto
que cierra sus Apuntes, aquel que numeró como 1874. Por ser el último, y
de la década de 1960, probablemente sea de los que más manipulen la historia,
más aún que la reconstrucción que hizo en 1948 (en Apuntes 1862 y ss). Es indignante la impunidad con que se escribió la
historia del Opus. Y es para asombrarse la caballerosidad de los jesuitas en
general, y del P. Sánchez en particular.
Muchos nos escandalizamos al
conocer los Reglamentos
Secretos de 1941, publicados en
2012 (yo los leí más tarde, porque entonces no podía ni imaginar en leer OpusLibros…, y menos aún enviar colaboraciones…). Entiendo
que la Prelatura sigue sin reconocerlos como propios. Pues bien, es probable
que esos Reglamentos sean una versión edulcorada, matizada, de los otros
que en 1940 Escrivá tuvo que presentar al P. Sánchez… Porque el Fundador no era
tonto. Mentiroso tal vez sí, tonto jamás. Escrivá presentaría
oficialmente algo más pasable, algo que levantara las objeciones que había
presentado el P. Sánchez.
Tengo para mí que el P. Valentín
no reconocería en aquellos Reglamentos a la Obra de Dios que Norberto y
José María le habían pedido que dirigiera hacía 10 años. Estos nuevos
reglamentos implicaban infiltrarse en sitios de poder, tenían como carisma
cristianizar desde dentro el nuevo Régimen, desde los puestos oficiales de la
administración pública estatal española. Seguramente había varios puntos del
borrador de Reglamentos con los que le P. Sánchez no podía estar de acuerdo.
El P. Sánchez leería el Codex,
al igual que en aquel lejano julio de 1930 había leído en Chamartín aquellas
235 cuartillas numeradas con el proyecto inicial, con los campos de acción
apostólica (cfr. Capítulo #11.2), y se convencería de que este nuevo proyecto
de Obra, que nacía después de la Guerra, tenía poco de evangélico, que no
podría ser aprobado ni por el Obispo ni por el Vaticano. Que aquello no estaba
bien. Y por eso los autores prelaticios, como Fuenmayor, Gómez e Illanes, no
pudieron presentar el texto completo de los Reglamentos, porque eran una
vergüenza. Es más, probablemente Portillo no se los haya ni siquiera entregado
a los autores del Itinerario… Les ofreció tres líneas que sí podían
mostrar sin embarazo, para demostrar que la Obra siempre había sido la misma,
que Escrivá había defendido siempre el mismo carisma… Los Reglamentos post-guerra era algo que quedó en
secreto entre Escrivá, Portillo y Eijo. De hecho, lo
más sustancioso se guardó en el Archivo Secreto.
El P. Valentín, además de quedar
perplejo ante el rumbo que quería tomar la Obra, indicó con claridad el o los
varios Cánones que estaban violando… ¿Cuáles son esos cánones, que Portillo
anotó? ¿Por qué no liberan el resumen de esa entrevista?
En cualquier caso, el Fundador
ajustaría el proyecto, pero rompería vínculos con el P. Sánchez.
Pienso, por tanto, que los
Reglamentos aprobados en 1941 son una versión modificada de los borradores que
Escrivá y Portillo le habían presentado al P. Valentín Sánchez Ruiz en 1940. Si
los borradores habían escandalizado al buen jesuita ¡quien tanto había apoyado
a José María Escrivá durante años y años!, si a él, que había sido el
moderador, el Director de la Obra, lo habían
asombrado, ¡qué sería de los extraños! Es más que probable que modificaran los
Reglamentos para evitar que otras personas, que no nos querían tanto ni habían
tenido tanta paciencia y bondad con la Obra como lo tuvo el P. Sánchez,
también reaccionaran mal… Eliminaría algunos artículos o capítulos, otros los
pondría no en la parte pública del Reglamento, sino en las secciones que no
podían salir jamás del archivo secreto del obispo, y en otros artículos
cambiaría la redacción. Es decir, que estoy convencido, aunque no tengo
pruebas, que Escrivá limó varias asperezas de sus Reglamentos de 1941, y aun así, pulidos, edulcorados, ¡siguen siendo
escandalosos! Y entonces ¡lo que sería la versión que leyó el P. Sánchez! y que
desencadenó en que Escrivá lo tuviera que dejar de lado, al igual que había
expulsado a todos los que habían estado con él en la Fundación de la Obra (como
veremos en otro Capítulo).
Y como eran astutos, Escrivá y
Portillo habrán eliminado los elementos más escabrosos, los habrán vuelto a
redactar de una forma más aceptable. Es más, probablemente los artículos más
polémicos de la organización no los hayan presentado para aprobación Diocesana…
(i.e. la confidencia obligatoria con los directores designados). Es muy
probable que los elementos más polémicos los hayan dejado para la normativa
interna, la que nunca fue aprobada por la autoridad eclesiástica... Y así
lo hicieron siempre. Generaron dos normativas. La oficial, la aprobada por la
Iglesia, y la verdadera, esa que rige el día a día de los miembros, en especial
de los numerarios.
No es un dato nada menor que quien había sido el Director de la Obra estuviera en desacuerdo con el
rumbo que estaba tomando. Este episodio probablemente se encuentre en un top 5
de momentos clave de la Historia de la Obra. Y sabemos muy pero muy poco de
eso.
Estaban concretando entonces el comienzo real de la
Institución (recordar que Gervasio, con razón, proponía
1941 como año fundacional).
Lo anterior habían sido prolegómenos y buenos deseos. 1928 era el comienzo,
pero no la fundación (ya hemos visto que ni siquiera Escrivá en los años 30
tenía conciencia de haber fundado nada, ni él, ni Dios). Recién al terminar la
guerra se estaban adaptando los borradores de Reglamentos que venían redactado
desde los años 30, pero que eran provisorios, que habían ido mutando (como
siguieron mutando los aprobados en 1941, hasta 1982, y como éstos volverán a
cambiar…). En 1940, todavía con la dirección del P. Sánchez, Escrivá estaría
tratando de concretar en negro sobre blanco, con claridad, el espíritu, el
régimen, el plan de vida (Ordo) de la institución. Sus fines y objetivos. Su
carisma. Por tanto, la ruptura con el P. Sánchez en 1940 es mucho más seria de
lo que los prelaticios han indicado. No fue un simple cambio de confesor.
El joven Álvaro Portillo actuó como testigo por parte de
Escrivá en las dos últimas reuniones. Escrivá y Sánchez se habían estado
reuniendo previamente, probablemente discutiendo algunos aspectos de estos
Reglamentos, como esas luces que vio Escrivá durante la Misa en febrero de 1940
(cfr. Apunte n. 1609), y en sucesivos encuentros (p.ej. en Apunte 1611
correspondiente a mayo de ese año). Discutiría con él la forma de encajar
el Opus Dei en el Derecho Canónico (Apunte 1613, junio). Rememorarían
las jornadas de trabajo que habían transcurrido juntos, ya en la Casa Profesa
de la calle de la Flor, ya en Chamartín. Y así, paso a paso, artículo a
artículo, José María le iría presentando los avances al P. Sánchez, quien, como va dicho, había impulsado con mandato a
que ahora sí Escrivá se presentara ante el Obispo para la primera aprobación.
A lo mejor, en algunas de esas reuniones ya comenzaron a
surgir las diferencias. Escrivá cada dos por tres, tenía delirios. A veces veía
como el paso del tiempo había confirmado ciertas visiones y presagios que había
tenido en los años 30 (cfr. Apunte 1620). Además, Escrivá sentía que lo estaban
persiguiendo. Que había una campaña en su contra. Que el mismo satanás le
argumentaba con argumentos muy claros, le hacía dudar. Es terrible, escribía angustiado. Personas en este mundo y también
desde el más allá le tendía trampas, dificultades y tropiezos. Mucha
tribulación. Incomprensiones y calumnias. Insidias de los malos y contradicción
de los buenos.
En ese ambiente de
angustia y persecución, trataba de
ultimar los reglamentos, y visitaba al P. Sánchez.
A lo mejor Escrivá comenzó a darse cuenta de que el P.
Sánchez no aprobaría aquellos nuevos Reglamentos post guerra. Las diferencias
no estaban, por ejemplo, en si eran 100.000 o 200.000 el monto (en pesetas de
aquel entonces) de las hipotecas o enajenaciones que el Padre debía aprobar, en
todas las actividades apostólicas de los socios de la Obra (Art 13.8 del Ordo). O si estuviésemos obligados a entregar a la Asesoría
Técnica General, en libre disposición, todas las rentas de capital e ingresos
personales, ya que probablemente fuera algo que los religiosos, también los
jesuitas, harían. Supongo que eran otro tipo de objeciones, de más calado.
El Director pediría cambios.
Escrivá estaba en una encrucijada. Probablemente aquellos reglamentos serían
bien vistos por Mons. Eijo quien necesitaba una
institución así en la nueva época que comenzaba a transitar España, con Franco.
Tan bien los veía de hecho, que los aprobó y custodió, y no se los presentó a
los otros Obispos que debían aprobar la Obra en sus respectivas diócesis, sino
que les entregaba una versión maquillada, un resumen...
Eijo los hizo propios. Pero el P. Sánchez no. Y el problema
es que Sánchez era, desde 1930, el Director de la
Obra. Sin conocer exactamente las objeciones del P. Sánchez (pero que son
fáciles de intuir al leer en OpusLibros los
Reglamentos Secretos), es lógico pensar que allí había mucho cuestionable, que
eran problemáticos… Y me inclino a pensar, sin conocer lo que dijo exactamente
el jesuita, que él tenía razón y no Escrivá…
Y así llegamos a las dos últimas reuniones de trabajo, en
las que Escrivá acudió acompañado de Álvaro Portillo.
Para el fin de la relación entre Escrivá y Sánchez
recomiendo leer a Simplicio
(2015), en particular, lo
del misterioso canon (o varios cánones). Estoy de acuerdo con que si el
canon fuera irrelevante lo hubieran mencionado, y, por el contrario, si lo
ocultaron es porque tenía sentido… El canon favorito de Simplicio, el 530 de
1917, parece muy razonable. A mi modo de ver, explicaría mucho de las
posteriores derivas sectarias y abusos que cometieron los del opus desde
entonces, y que a lo mejor se hubiera evitado en parte si le hubiera hecho caso
a Nuestro Director… que para algo estaba…
Luego de la última entrevista, Álvaro del Portillo
realizó un resumen. Probablemente allí haya dejado constancia del canon
problemático (o cánones). Ese documento permanece secreto. Y a lo mejor haya
sido destruido. Me explico. Al preparar la canonización, Portillo tuvo que ver
cómo representar la relación entre Escrivá y Sánchez, desde 1929 a 1940. Habría
que realizar muchas manipulaciones, muchas restricciones mentales (Federico en Ágora). Afortunadamente, don Álvaro contaba con la
manipulación que, junto a Escrivá, habían hecho en la década de 1960
directamente sobre los manuscritos fundacionales de los años 30. De los
materiales redactados por el Padre, de esos, no podría ya quemarlos, porque
probablemente le pesaría en la conciencia. Debía presentar todo, adaptado, pero
completo. Lo bueno es que había muchos documentos que no habían sido escritos
por sanjosemaría, sino por él mismo, por Álvaro.
Entiendo que esos documentos no tenían por qué ser obligatoriamente parte del
Proceso, no tenían que pasar por la revisión de los consultores de la Santa
Sede. Ya don Álvaro daría su testimonio. Pero no tenía por qué presentar a
canonizar sus propios papeles manuscritos (esos quedarían para su personal
proceso de canonización). Y si el santo había
quemado, ¿por qué no lo
haría el futuro beato? Por lo tanto, no hay que descartar que Del Portillo haya
destruido el resumen de aquella entrevista, porque, intuyo, contradice la
versión canonizada del episodio, y a lo mejor había escrito cuál es el misterioso
canon que implicó la ruptura, después de una década, con Nuestro Director. En caso de que no lo hayan quemado, sería más que
interesante que lo hicieran público (p.ej. acudiendo a las buenas artes de Pilar
Urbano, quien, si recibe
ese encargo, también podría compartir el Apunte n. 72 y el 306).
Por último, al romper con el P.
Sánchez, entiendo que sus dos roles, el de Director (1930) y el de Confesor (1929, probablemente), se
separan. El rol de Moderador pasa a ser
directamente el Obispo Eijo (esto es clarísimo ahora
para mí, y abundaremos más adelante), y el de confesor pasa a ser José María
García Lahiguera (esto es conocido). Pero en la
historia previa de la Obra estos dos roles habían estado unidos en la persona
del P. Sánchez. Y los prelaticios, comenzando por Escrivá mismo, ocultaron este
dato esencial. Por tanto, el rol de Director que
ejercía el P. Sánchez pasó a ser ocupado por el Obispo Mons. Eijo (ya lo veremos en Capítulo #34 Leopoldo miente,
cuando escribe y testimonia que desde 1928 apoyaba la Obra, lo que es
absolutamente falso.) En 1940/1941 el Obispo toma la Obra como propia, y dirige
claramente sus pasos. Pasa a ser Nuestro Director.
Ante quien Escrivá mismo solicitará, de rodillas, la Admisión a la Obra recién
Fundada.
Ese fue el final de la
relación de Escrivá con el P. Sánchez, quien conocía a fondo al cambiante y
polémico Fundador del Opus Dei, y que por lo que sabemos, mantuvo el secreto de
oficio: todo lo que en
razón de
su cargo conocía del proyecto de Escrivá, y más aún aquellos aspectos sobre los
que debía guardar secreto de confesión.
Tengo para mí que la institución podría haber evitado una
parte de las derivas sectarias, muchos atentados contra la libertad de las
conciencias, parte del secretismo, de la manipulación, o incluso enfermedades
en sus miembros por la constante contradicción vital a la que están sometidos,
si Escrivá y Portillo hubieran seguido las indicaciones del Director
de la Obra, del P. Sánchez Ruiz, en lugar de romper relaciones.
Me gusta imaginarme al P. Sánchez de 1930 a 1940 siendo,
a lo mejor, el único escudo verdadero que tenían (sin saberlo) los miembros de
la Obra contra el narcisismo, delirios místicos, prepotencia, inestabilidad,
del Fundador. The Silent
Protector.
Al romper con Nuestro Director,
nos quedamos sin la moderación externa de quien conocía realmente al
Padre, quien pasaría a ser el Presidente vitalicio (Art. 14, Régimen)[1]. Tengo la impresión de que el P.
Sánchez era el único que tenía autoridad sobre él. Quien podía ponerle freno.
Porque Portillo entonces no era más que un joven que decía que sí a todo lo que
pidiera Escrivá. Con convencimiento digo que el Obispo de Madrid no fue un buen
pastor. Basta ver los Reglamentos que aprobó… Me da la impresión que, o bien se prestó a las manipulaciones de Escrivá, o,
más probablemente, lo utilizó a su servicio para la reconstrucción de España
luego de la Guerra Civil. Le importaba, me parece, más lo institucional, el
poder, que la vida concreta de tantos miembros. Pese a lo que digan los
prelaticios que ensalzan a Eijo y dejan mal parado a
Sánchez, como un traidor, yo veo al P. Valentín como más cercano, más
fundacional. En efecto, conoció de primera mano aquellos impulsos iniciales en
los años 30. Conoció y a lo mejor apreció y fue amigo de mi querido don
Norberto, de Pepe Romeo. Probablemente tomaría un chocolate con ellos, les
ofrecería un vaso de agua fría cuando iban a visitarlo (muchas veces, y como
grupo…) a Chamartín. Sería amable. Veía los rostros. Los confesaba, al igual
que a Escrivá. Sabía sus luchas, sus sueños. Y si decía que Escrivá tenía que
ir al médico, por algo lo decía. Y si el P. Valentín insistía con que Escrivá
se tenía que serenar, descansar, estabilizar, por algo lo haría. Y animaría a
Norberto a llevarlo de paseo (veremos una foto muy bonita de uno de estos
paseos en el Capítulo #15.5). Mi impresión es que perdimos mucho con la ruptura
de 1940. Porque ya hemos dicho que ni D. Álvaro y menos D. Javier tenían esa
influencia en Escrivá, aquella ascendencia que tuvieron D. Norberto y el P.
Valentín. Ascendencia por condición sacerdotal. Por edad. Pero nos vamos de
tema. Lo clave es que perdimos probablemente un defensor. Alguien que velara
porque los reglamentos, las normas fundamentales, los derechos básicos de los
miembros de la Obra se respetaran. En concreto, la libertad de conciencia, de
confesión, de dirección espiritual...
Si le hubieran o hubiesen hecho
caso al sabio, prudente y veterano Director, el P. Valentín Sánchez, otro
hubiera sido el andar de la Obra. Y la salud psíquica y espiritual de sus
miembros. Pero ni Escrivá ni sus sucesores le hicieron caso. Probablemente el
P. Sánchez haya sido, por lejos, quien mejor conoció a Escrivá y a su
proyectada Obra.
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Por último, adelanto unas
pinceladas de otras secciones sobre el P. Valentín Sánchez. Porque si bien
llevo mucho dicho, algunos aspectos quedan en el tintero. Y sueño con algún día
poder ver cuántas veces es mencionado en los Apuntes, una vez que los liberen.
Al igual que don Norberto, será allí una figura relevante, de quien nos han
dado información sólo a cuentagotas, y, además, manipulada.
A. El capítulo 11.8 retoma
aquello de que Escrivá afirmó que al acabar la misa el 14 de febrero de 1930, me fui
corriendo a mi confesor,
que me dijo esto es tan de Dios como lo demás. Y ese confesor ignoto bien podría ser el P. Sánchez, si
es que lo conocía desde antes de julio de 1930, como yo creo… Con esto del “ir
corriendo” o “ir a su tiempo” hay mucho escrito, muchas idas y vueltas,
contradicciones. Con Ockham, me inclino por mi secuencia de hechos, por no
incluir a un Sacerdote X en el análisis, y por mantener que el 14 de febrero
Escrivá fue corriendo a su confesor, el P. Sánchez, que ya conocía los intentos
fundacionales de Escrivá, aunque todavía no era el Director
del proyecto. (Aunque también es probable que el 14 de
febrero no tuviera relación con las mujeres, sino con su incardinación en
Cuenca).
B. En la sección 11.10 veremos al
P. Valentín Sánchez asesorando en decisiones institucionales tremendamente
relevantes, y que excedían la función de confesor. Presento algunas
referencias contenidas principalmente en el libro DYA (González
Gullón). Estos episodios adquieren su verdadera luz al considerar que desde
el 21 de julio de 1930 el P. Sánchez era el Director
de la Obra. A modo de ejemplo:
1.
En 1932 da su parecer
para el proyecto de Escrivá de crear una asociación
católica de universitarios. Poco tiene que ver con el alma del fundador y
mucho con la Institución en sí… Por este mismo tema, consulta al claretiano P.
Juan Postíus…
2.
En ese mismo año, el
P. Sánchez recomienda nada menos que no
presentar todavía la Obra para la aprobación
diocesana (no “apresurar papeleos que vendrán a su hora”). ¡Menuda
definición para quien supuestamente era solo el confesor de Escrivá, sólo se
ocupaba de su alma, y jamás de nada de la Obra! Y, sin embargo, esta decisión
es algo muy coherente con el rol de Director externo.
Por tanto, como va dicho, es lógico que Escrivá le presentara al P. Sánchez en
1940 el borrador del Codex… Tenía competencia en eso, por ser Director.
3.
En 1934 Escrivá acude
al P. Sánchez en un contexto institucional (no de confesión…) junto con
Fernández Vallespín, en su carácter oficial de director de DYA, para consultar
la conveniencia de pasar de una Academia a una Academia con Internado. Supongo que el jesuita diría “es tan de
Dios como lo demás”… Y es que no estaba mal incorporar
un servicio de internado a la academia, como hacían tantos curas en aquel
entonces... (lo que también veremos).
4.
En 1934, ante las
críticas que recibía por la Academia, el P. Sánchez le “aconsejó que se extreme
el laicismo de la Academia”. Obviamente, una recomendación relevante, de
estrategia corporativa y relaciones públicas, que poco tiene que ver con la
vida interior de Escrivá, sino con la organización de aquella primera obra
corporativa…
5.
En 1934 Escrivá
consulta y Sánchez aconseja que los que incorporaran al Opus Dei hiciesen un
voto privado, que les ayudaría a tomar conciencia plena de la seriedad del
compromiso adquirido. Nuevamente, no es un voto que fuera a hacer Escrivá (y
por tanto afectara exclusivamente su vida interior), sino una decisión muy
relevante para la organización de la Obra y la vida de sus miembros. Votos que
después Escrivá querrá negar (lo de ni votos, ni botas, ni botines, ni
botones), pero que en 1934 no le desagradaban para nada. Es más: Escrivá juzgó
necesario dar ya una forma concreta al compromiso de los miembros del Opus Dei.
Para los votos
privados de castidad y obediencia por un año, Escrivá tuvo que consultar,
además del Director P. Sánchez, a don Norberto, porque
yo afirmo que lo espiritual era materia de su competencia... Los que harían los
tales votos eran los miembros de la Obra, no eran algo íntimo y personal de
Escrivá.
6.
Y así, todo
desarrollo de la Obra debía contar con su aprobación, por ejemplo, en 1932
Sánchez había aconsejado si la Obra debía seguir en Madrid o en Cuenca. O si
convenía o no endeudarse para obras apostólicas... El Director
opinando sobre ratios de endeudamiento, no sobre vida interior.
7.
En 1935 (y no de DYA
sino de Camino ed C-H), el P. Sánchez tuvo que
revisar la Instrucción para la Obra de San Rafael, aunque no fuera un texto a ser publicado. Devolvió el manuscrito autógrafo
el 15 de noviembre de 1935. Afirmo que todos los reglamentos, instrucciones,
praxis, etc, de la Obra debían ser aprobadas por el Director. Evidente. Así que el bueno del P. Sánchez se armó
de paciencia, y leyó y aprobó aquel texto para la formación interna de los
miembros. Ese texto que a veces comentan en los cursos anuales, y cuya lectura
se hace cansadora. Ese texto ¡y otros muchos! los tuvo que leer y aprobar
Nuestro Director.
8.
Y más aún tuvo que
aprobar los textos no ya internos, sino públicos… Así, Santo Rosario y Consideraciones
Espirituales con más razón recibieron la previa luz verde… No porque
tuvieran relación con la confesión de Escrivá, sino porque eran textos para la
formación de los primeros de Casa, y su aprobación era parte de la tarea del Director. Para Santo Rosario, escribe Escrivá al P.
Sánchez: “para que haga el favor de decirme si vería conveniente tirarlas al
velógrafo, con el fin de empujar a nuestros
amigos por el camino de la contemplación”. Y no se las envía para ver qué
examen particular ponerse para la siguiente semana…Por
lo que queda bien en claro que la consulta al P. Sánchez no es tanto por el
alma de Escrivá sino por la conveniencia de tirar al velógrafo el librito. Y lo
que me resulta llamativo, pero que muy llamativo, es cómo involucra al P.
Sánchez en el proyecto apostólico de Escrivá, en la Obra de Escrivá. Le dice
que el libro servirá para empujar a nuestros amigos. ¿Cómo se entiende esto de nuestros
amigos? Muy curioso… El P. Sánchez era parte de aquel proyecto apostólico. Y
parte esencial. El Director. Nada menos que eso…
Y, evidentemente, lo
mismo tuvo que hacer con los dos primeros bloques de Consideraciones, de
1932 y 1933 respectivamente, que también se los entregó al director para que
hiciera la censura correspondiente (los
prelaticios dirán que el Fundador hacía todo esto por humildad heroica…).
9.
Bueno, y ni que decir
que el P. Sánchez fue el que llamó a la Obra de Escrivá como Obra de Dios… Nada
menos que bautizarla. Ese episodio se narra en el Apunte n. 126, supuestamente
de 9-XII-1930[2].
Pero tengo muy para mí, y podría hacer otra apuesta, a que es un
apunte falsificado. No se corresponde en nada con la situación en que se
encontraba Escrivá en ese año, con su forma de redactar… Y, al igual todo lo que
es de la mayor relevancia para la historia de la Obra, dejo constancia aquí que
creo que ese texto no solo una manipulación, sino una mentira. Cuando liberen
los Apuntes manuscritos con copia fotográfica veremos si ese un texto
manipulado (otro Texto Camaleónico). Y quedará a cada uno decidir después si es o no otra
mentira.
[Adelanto un texto de
otra sección, en que afirmo también que el Apunte n. 1225, de 19-III-1935, en
el que Escrivá escribe “[incorporación definitiva, Esclavitud] —Consiste
—sin votos, ni promesa de ningún género— en dedicar la vida para siempre a la
Obra” no puede sino ser falsificado. Es evidente para mía que el “sin
votos, ni promesas de ningún género” es un añadido de la década de 1960, y lo
veremos en más detalle (cfr. Capítulo 20.4). Al explicar ese otro episodio, me
pregunto y os pregunto: “¿Será acaso posible que los Apuntes más fundacionales,
los manuscritos más importantes, los que supuestamente contienen inspiraciones
divinas, estén todos adulterados?”]
10. El Director o Moderador tenía determinadas tareas específicas (canon
698 del CIC17). Entre ellas, la competencia sobre el régimen de la
Asociación, y por eso Escrivá le tenía que presentar (1)
los reglamentos, (2) instrucciones, (3) guion de la enmendatio (círculo breve), (4) etc. No tengo
el dato, pero es evidente que tuvo que aprobar el ceremonial para la
admisión, oblación y Esclavitud. El Director velaba
también por el fiel cumplimiento de los Estatutos (que todavía estaban en
redacción). Y, por último, y es lo que quiero destacar en este punto, debía
admitir a los socios. Y fue lo que ocurrió con Isidoro Zorzano y el P. Sánchez (cfr.
Capítulo 13: Isidoro: ¡Tomarlo!), al igual que en su momento la admisión de
Mercedes Reyna en las Damas Apostólicas del SC tuvo que ser aprobada por el P.
Rubio, Su Director (guiño).
11. Y así habría muchos otros ejemplos... Coherentes,
evidentemente, con el rol del jesuita P. Sánchez como moderador de la
Obra. Si no lo hubiera sido, es que no se entiende…
Finalmente,
C. Rectifico una frase que había escrito en 2017
en Algunas
hipótesis sobre la quema de los documentos manuscritos de los años
fundacionales. Allí había
afirmado:
“Por esta razón, cuando a mediados de 1930 consiguió, luego de muchos años,
su primer director espiritual fijo (el P. Sánchez) le dio a leer los apuntes
íntimos, como forma de facilitarle a su confesor el conocimiento del alma del
dirigido.”
Cuando escribí eso, no podía ni remotamente pensar cuatro
puntos que ahora veo de otra forma. (1) que el P. Sánchez era el Director de la Obra, o moderador general, y no solo
confesor. (2) Tampoco sospechaba que la relación debió comenzar antes de julio
de 1930. (3) Entonces pensaba, y creo que todos los que leímos este episodio
pensábamos igual, porque nadie todavía había planteado una hipótesis diferente
y trató de mostrar que es plausible, que los Apuntes que Escrivá presentó al P.
Sánchez eran sobre su vida interior, cuando en realidad eran esquemas sobre la
Obra, sus fines, apostolados, incipientes reglamentos: las fichas contenían el proyecto
de una fundación todavía no iniciada. Eran unos documentos corporativos,
y en ese rol institucional fue que “contrataron” al P. Sánchez (en plural…). Y
no podía sospechar que el plural (nuestro Director)
decía eso literalmente, que no era un Royal We.
No podía pensar que el jesuita fuera el preceptivo Director
que debía moderar toda nueva fundación, a tenor del Código de Derecho Canónico
entonces vigente. Por tanto, Stoner rectifica, propter
has culpas peto véniam et poeniténtiam,
para poder seguir avanzando más ligero en la tarea agotadora de desentrañar
tanta mentira. Como había escrito en aquella colaboración, y esto sí lo sigo
afirmando cada vez con más convicción: The amount of energy
necessary to refute bullshit is an
order of magnitude bigger than to produce it.
D. En el cuadro de la 2da página de la Entrega 8 del inspirador y asombroso trabajo de Jaume, me
permito hace unas propuestas de corrección. En lugar del “Sí” sobre la
veracidad de los hechos, incluir una etiqueta de “Posible”: (1) que Escrivá
conoció al P. Sánchez el 5/7/30, (2) que iniciaran la relación de dirección
espiritual el 21/7/30, (3) que a partir del 7/30, el P. Sánchez fue únicamente Director de su alma, pero no de la Obra.
O a lo mejor en lugar de
“Posible” el “Sí” debería ya sustituirse por un “No”.
Pero, como escribió Gervasio recientemente, algunas de las premisas de
las que parto y algunas afirmaciones que realizo necesitan ser contrastadas.
“No digo rebatidas, sino contrastadas. Unas reforzadas otras quizá desechadas.”
Los episodios narrados en la
“tercera época” del resumen de Jaume, posiblemente sean ciertos.
Creo que Escrivá pudo haber ido corriendo el 14 de febrero de 1930 a
hablar con el P. Sánchez. Y no sobre su deseo de fundar una Sección Femenina
(que probablemente ya estuviera en su paquete de octavillas, y en 1929 don
Norberto le había dicho que bien con las mujeres, pero que mejor comenzar por
los varones: paso a paso). En febrero de 1930, Escrivá se comprometió a retirar
su postulación para auxiliar administrativo, mantenerse en su sacerdocio
mediante una fundación, incardinarse en Cuenca para quitarse la espada que
sobre su ánimo representaba la posibilidad de que lo obligaran a volver a
Zaragoza, y así fue a comunicar este compromiso a su Director, se puso en
contacto con Pou de Foxá para que lo ayudara a excardinarse, y
compartió estos deseos con el querido don Norberto, que era quien lo sostenía
(espiritual, afectiva, e incluso económicamente), quien le daba apoyo y cariño
en Madrid (cfr. Apunte 959), desde hacía un par de años ya. Probablemente
Escrivá tratara con el P. Sánchez desde antes del fallecimiento del P. Rubio, y
se comenzara a confesar con Sánchez en la primavera de mil novecientos
veintinueve, cuando no hacía más que unos meses de la fundación de la Obra
(Apunte n. 1873, evidentemente ocultado porque era muy difícil hacerlo cuadrar
con todo el relato inventado).
Pero con la nula credibilidad de las afirmaciones
de Escrivá, estos hechos pueden ser incluso diferentes. Es imprescindible que
liberen la copia fotográfica de los Apuntes, con sus anexos. Y también el
epistolario. Nos están haciendo perder el tiempo a varios. Han engañado a
multitudes. Las mentiras sí o sí van a salir a la luz. Me dan ganas de repetir,
con cierto cansancio y frustración, la frase con la que Jaume cierra su Entrega n. 10:
“No sigo, porque me resulta
irritante, y a la postre inútil, tratar de averiguar lo que los privilegiados
herederos de esos documentos conocen perfectamente.”
Creo que he reescrito la relación con el P.
Valentín Sánchez de una forma muy próxima a como se desarrollaron los eventos.
Y considero que en estas páginas he realizado un avance sustancial en mi
personal comprensión de estos personajes. Ya no volveré a leer el Apunte n. 73
que dio origen a estas páginas como lo había leído hasta ahora. Y probablemente
algunos otros sigan mis pasos.
El
lunes 21 del mismo mes, en Chamartín, me devolvió las notas el Padre y se
comprometió a ser nuestro Director. Laus Deo! (26-VII-1930).
[1] Este creo que
será uno de los cambios evidentes en los Nuevos Estatutos.
[2] N. 162. La
Obra de Dios: hoy me preguntaba yo, ¿por qué la llamamos así? Y voy a
contestarme por escrito. Ya me había devuelto el buen p. Sánchez las cuartillas
en que fui apuntando las divinas inspiraciones (son inspiraciones divinas,
aunque yo sea un borrico sarnoso), y un día, en una sala de visitas de la Casa
Profesa de la Compañía de Jesús en Madrid (...) Y el p. Sánchez, en su
conversación, refiriéndose a la familia nonnata de la Obra, la llamó “la Obra
de Dios”. Entonces —y sólo entonces— me di cuenta de que, en las cuartillas
nombradas, se la denominaba así. Y ese nombre (¡¡La Obra de Dios!!), que parece
un atrevimiento, una audacia, casi una inconveniencia, quiso el Señor que se
escribiera la primera vez, sin que yo supiera lo que escribía; y quiso el Señor
ponerlo en labios del buen padre Sánchez, para que no cupiera duda de que El manda
que su Obra se nombre así: La Obra de Dios (9-XII-1930).