Capítulo 13: Isidoro. ¡Tomarlo!
Stoner, 22/01/2025
Como vimos en la entrega anterior: “La
ruptura con el P. Valentín Sánchez en 1940”, el Director o Moderador de una
asociación tenía incidencia en la incorporación de los miembros. Por lo tanto,
no debería resultar extraño que el jesuita P. Sánchez tuviera que dar el visto
bueno para que el joven José María incorporara a alguien a su incipiente organización…
Obviamente, esto es una herejía para los oídos prelaticios. Pero así era la
Obra fundacional, tan distinta a la que han canonizado.
Por tanto, realizo un adelanto del Capítulo #13, para
ejemplificar uno de los aspectos que señalé en el capítulo #11.6 (punto
10): que el Director
o Moderador de las asociaciones (canon 698 del CIC17) tenía incidencia en la
incorporación de los miembros.
Capítulo
13: Isidoro. ¡Tomarlo!
El único punto
que quiero hacer aquí relacionado a Isidoro está en el marco de la Dirección
del Padre Sánchez (Capítulo #11). Veamos. Es una simple cronología y sucesión
de hechos centrados en agosto de 1930.
Una vez que contaron con el Director
para la Obra, José María y Norberto comienzan el trabajo de reunir miembros. Ya
tenían a Romeo, y de alguna manera formalizarían ese vínculo.
Necesitaban
comenzar a vincular a más personas. Escrivá comienza a repasar listas (algo que
después se haría paradigmático, casi fundacional, en su Obra). Tiene a Zorzano allí apuntado. Con
Isidoro habían retomado el trato, si bien esporádico, al menos desde 1927...
Escrivá podría haberle comunicado a Isidoro, mucho antes de agosto de 1930,
la Obra que el Altísimo le había mostrado y que tanta relevancia tendría para
la historia de la Humanidad. Pero no. Hasta agosto de 1930 Escrivá no le
menciona a Isidoro nada de la Fundación (se comunicaron sí para otros temas: por
ejemplo, aquellos proyectos en la carrera consular, en medio de la crisis vocacional de Escrivá…). ¿Qué
cambió? Que ahora consiguieron un Director. Que ahora
podrían comenzar a incorporar miembros.
Ahora el interés que José María tenía en Isidoro tiene
una nueva motivación. Ahora lo ve como un prosélito. En mi relato encaja muy
bien que la tarjeta que envió Escrivá para contarle a Isidoro por primera vez sobre la Obra sea inmediatamente posterior al 21 de julio
de 1930… día en que el P. Sánchez se comprometió a ser Nuestro
Director. No es lo mismo que hubiera sido
unos días antes o después, porque allí el evento que da sentido al relato es
el nuevo rol del P. Sánchez, y la fuerza que con esto adquiere el proyecto
fundacional. Las fechas son claves. El antes y el después. La causa y la
consecuencia.
Por tanto, ahora
que Escrivá cuenta con Director externo para la Obra, comienza a buscar nuevos miembros,
mientras en simultáneo sigue con Norberto y Pepe ordenando las notas, esquemas
y cuadros sinópticos de la labor para
validarlos luego con el P. Sánchez. Escrivá repasaría con el jesuita la lista
de conocidos, de posibles nuevos miembros. Se enfocarían en algunos y
retomarían el contacto.
Escrivá pone sobre la mesa el nombre de Zorzano, su
antiguo compañero de Instituto, quien había querido ser sacerdote en 1918 (como
dijimos en la página 5 del escrito
sobre la carrera consular).
Al salir de la
reunión con Nuestro Director, Escrivá acude a la casa que la familia Zorzano tenía en
Madrid. Como Isidoro no está presente, le deja una tarjeta a la madre para que se la haga llegar a su hijo en Málaga.
Como va dicho, durante el período octubre 1928 (supuesta fundación) a julio
1930 (conseguimos Director), Escrivá y Zorzano se
habían carteado y encontrado personalmente, pero nada le había dicho de la
Obra. Pero ahora hubo un cambio. Y por tanto en esa
tarjeta, y con la autorización del P. Sánchez, por primera vez Escrivá le
adelanta a Isidoro que tiene algo especial que contarle. Cuando vengas por Madrid no dejes de venir a verme. Tengo cosas muy
interesantes que contarte.
-
Lunes 21 de julio: el
P. Sánchez Ruiz accede a ser Nuestro Director.
-
Una o dos reuniones
con el P. Sánchez, para analizar los primeros pasos.
-
Escrivá escribe a
Isidoro para verse.
-
Martes 19 de agosto:
Isidoro responde que espera verlo en el próximo viaje a Madrid.
-
Domingo 24 de agosto:
Isidoro llega a Madrid.
Estaban de pie, en medio de la calle y probablemente
sufriendo del bochorno. Con gentileza lo hizo pasar al Patronato y rezaron.
Podrían haber seguido conversando con toda tranquilidad, pero Escrivá de verdad
no sabía qué hacer. A lo mejor estaba
más inquieto que Isidoro...
Así que le pidió a Zorzano que
regresara dentro de unas horas. ¡Lo devolvió al calor de la calle! Lo citó para
la tarde, antes de partir para La Rioja. Tendrían Bendición y hablarían más
tranquilamente. Y así, salió Isidoro, supongo que
protegido por un sombrero veraniego, a deambular un poco más por las calles de
Madrid, con su inquietud vocacional. La temperatura aquel día fue de más de 30
grados (“Hace mucho calor” titulaba El Siglo Futuro la sección sobre El
Tiempo).
Escrivá necesita consultar el siguiente paso… ¿Consultar?
¡Sí, consultar qué hacer! Tiene que ver si plantearle formalmente la entrega en
la incipiente Obra: no tenía previsto dar ese paso en esa oportunidad. Excede
su mandato. Sus instrucciones eran tan solo mostrar la Obra…Hablarle en
términos generales: remotamente. Nada específico. Eso
era lo que le habían indicado que hiciera. Pero Josemaría, increíblemente para
el relato prelaticio que así denomina a quién yo llamo José María o Escrivá,
digo que el supuesto Fundador ¡no tenía poder o autorización para admitir a
Isidoro o para explicarle más que algo genérico sobre la Obra! Para dar los siguientes
pasos (explicar la Obra y proponer la incorporación), ¡debía contar con la
autorización de Nuestro Director! Director este que había sido recientemente
nombrado[1].
Supongo que, al
despedir a Isidoro, Escrivá habrá acudido “corriendo”, como otras veces
(guiño-guiño a 2017) a la calle de la Flor. Nada menos que a la Casa Profesa de los jesuitas.
Llegó, todo sudoroso y agitado, pero allí no estaba el Padre Sánchez, nuestro
Director... Entonces, y de esto estoy seguro (lo
del sudor no), tuvo que realizar una llamada
telefónica. Supongo que fue al P. Sánchez, a Chamartín. Solicitó la
conferencia. Esperó como se esperaba en aquel entonces para lograr una
comunicación telefónica[2].
El tema urgía.
No podía esperar a mañana. Isidoro marchaba a La Rioja y habían quedado citados
por la tarde. Esperaba y rezaba. Impaciente. Ilusionado. Esperanzado.
Los minutos pasaron con el peso de las horas. Finalmente,
logró comunicarse.
Las palabras se amontonaban, la
emoción era grande: Escrivá le explicó al Director que estaba sorprendido, pasmado diría literalmente, porque Zorzano quiere entregarse
inmediatamente a Dios. No había tiempo que perder, puesto que el tren partía
para La Rioja en unas horas. A lo mejor ya no lo vería por varias semanas. Era
el momento. ¿Qué hacer? ¿Qué decirle?
¡Pues qué va a
hacer! ¡Tomarlo!
Tomarlo. Escrivá tenía ya la luz
verde. Supongo que volvió entre festivo y nervioso a Nicasio Gallegos, a rezar
a la capilla, ahora ligero y feliz en lo profundo del alma, para agradecer a
Dios, al Amo (guiño-guiño a san Manuel González Capítulo #9).
Esperaría a Isidoro con una sonrisa, con notable paz, con
la tranquilidad de que ahora sí estaba pisando terreno seguro y aprobado.
¿A quién, sino al P. Sánchez, tuvo que llamar Escrivá
para solicitar un nuevo curso de acción, dado que los acontecimientos se habían
precipitado?
En
una versión anterior de mi relato, ese interlocutor era don Norberto. Creo que
sólo yo ubico a Norberto en una posición de esta importancia, como alguien al
que José María debía consultar antes
de dar un paso de esta categoría. Y es que yo veo a Norberto como co-fundador de la Obra, como socio de Escrivá. Estaban juntos,
trabajando desde hacía dos años en diseñar una Obra, por ahora con magro
resultado, más allá de proyectos y sueños descabellados que necesitaban un Director externo para encauzarlos. En esa versión anterior
de mi historia, lo que sucedía es que todavía creía en el relato oficial
prelaticio: que Escrivá conoció al P. Sánchez recién en julio de 1930 (y no
antes). Además, daba por cierto que el jesuita era tan solo el confesor y no el
Director. Entonces, no sería apropiado que el
confesor, supuestamente encargado únicamente de la vida interior de Escrivá (y
no de la Dirección de la Obra), hiciera esa afirmación tan contundente, con un
grito y voz de imperio, en un tema tan delicado como una propuesta vocacional al celibato apostólico… a una persona
(Zorzano) a quien ni siquiera conocía…
No me podía imaginar al jesuita, a la distancia, desde Chamartín, afirmando con
tanta rotundidad que había que tomar
a Zorzano en ese mismo momento. Había que ponerlo en demasiados antecedentes,
como para hacerlo telefónicamente. Evidentemente, en mi nuevo relato sí cuadra
ese papel para el P. Sánchez, como Director de la
Obra, con quien Escrivá ya había analizado previamente la incorporación de
nuevos socios. El P. Sánchez, a quien me lo imagino prudente, podía dar esa autorización telefónica a la distancia,
porque Escrivá ya le había explicado quién era Isidoro, y por qué sería bueno
hablarle de la Obra, en uno de los pasos que el equipo fundacional había
establecido con su nuevo Director para que la
fundación comenzara a marchar.
En su momento, había pensado también en otro nombre para
ese sacerdote X que estaba al otro lado del hilo telefónico autorizando la
incorporación de este primer y tan relevante numerario. Del otro lado del hilo
había colocado a san Manuel González, desde Málaga, diócesis además a la que
pertenecía Isidoro. En el estado actual de mi relato, y con la entrevista que
había tenido lugar en Chamartín pocas
semanas antes, estoy convencido que Escrivá tenía que solicitar
autorización al Director de la Obra, que era el P.
Sánchez.
Esta llamada, y el grito ¡Tomarlo! es muy comprensible dentro de mi relato. En el relato
prelaticio es casi inadmisible. Por eso, Vázquez la mutiló. La ocultó. En
efecto, ¿por qué habría Escrivá de pedir autorización o instrucciones sobre qué hacer con Isidoro? En mi relato hizo lo que
había que hacer. Se comunicó con el Director de la
Obra. Y, luego de admitido Isidoro, Escrivá tendría que ir a rendirle cuentas personalmente al P. Sánchez, a la menor
brevedad posible.
Esto de solicitar autorización ocurrió también para
la incorporación de María Ignacia García Escobar. En efecto, la incorporación
fue planteada por don Lino Vea-Murguía (¡y no José María Escrivá, que ni
siquiera la conocía!). En una de las reuniones de la Asociación Sacerdotal (que
veremos en el Capítulo #15), Lino puso sobre la mesa el nombre de María
Ignacia. Propuso su incorporación formal. Planteó sus virtudes, y la
posibilidad de que ocupara el lugar de primera
vocación de expiación (la primera
vocación femenina, pero de acción, había sido Carmen Cuervo, una mujer
excepcional, dos meses antes). Sometieron
el asunto a votación de los Hermanos (como supongo que deberían hacer por
Reglamento y como veremos en el Capítulo #xx), y la votación fue unánimemente
favorable. Y así habría otros casos para mostrar que sanjosemaría no tenía la
autoridad de incorporar unilateralmente a nuevos miembros. Debía
consultarlo, acordarlo, votarlo…
Los prelaticios podrán decir que la llamada telefónica por
Isidoro, o la votación para María Ignacia, es demostración de la humildad heroica
de sanjosemaría, que no tomaba él las decisiones sin asesorarse, etc.,
etc. Humilde hasta el extremo. Prudente. Sin embargo, mi opinión es que tenía
que solicitar autorización puesto que estaba obligado a eso: la Obra no era
exclusivamente suya, sino que había otros co-fundadores…
La Obra primitiva era más colaborativa, más democrática. Contaba con una
estructura de dirección colegiada, no unipersonal. Por lo tanto, las
propuestas, de Escrivá o de otros Hermanos, para la incorporación de
nuevos miembros se sometían a votación.
En
realidad, son dos Obras distintas, la anterior y la posterior a 1935, aunque
algunos personajes se repiten en una y otra...
Esta concepción
de lo que entonces era la Obra creo que es novedosa, e incompatible con el
relato canonizado sobre cuál fue el papel de sanjosemaría en la Obra de Dios.
En definitiva, no es inocente Vázquez de Prada cuando
mutila el Apunte n. 84, para omitir la llamada telefónica y el grito ¡Tomarlo! Para mí esos detalles, que
decidieron esconder, encierran muchísimo significado… El silencio en este caso
habla más que 10 páginas de esa hagiografía.
Stoner
Estoy convencido de que eran elementos que no cuadraban
con el relato del santo y de su Obra, que estaban fabricando en los años 60. Por
lo tanto, los eliminaron.
Terminaron
canonizando a una caricatura. A un santo de paja. A una persona que no
existió. Al sueño o imagen que esa persona construyó sobre sí misma, pero que
tenía poco asidero en la realidad. Hicieron un figurín, como aquella cara -casi
con aureola- de la foto trucada (fue divertido).
[1] A lo mejor,
con el paso de los meses o años, se vio que José María podía explicar el
proyecto y tenía la suficiente prudencia como para ver si el candidato reunía
las condiciones para una vocación. En determinado momento el que sería Fundador
(todavía no había nada fundado) comenzó a decidir por sí solo. En el caso de los sacerdotes o las mujeres que se
incorporaban más adelante, los decidieron en la Conferencia Sacerdotal, votando
los Hermanos.
Después de la vocación de
Isidoro, Escrivá le habló, ya en abril y mayo de 1931, a un
pintor, un dentista, un mediquillo, un abogadete…
El
pintor entiendo que es José Muñoz Aycuéns (y el mediquillo Adolfo Gómez Ruiz). Supongo
que Escrivá habrá analizado estos candidatos con el P. Sánchez (también con
Norberto). Habría que ver cuándo fue el momento en que Escrivá no tuvo que
pedir más permiso. Entiendo que el episodio de validar con un tercero la
vocación de Isidoro no fue un episodio aislado. Sería algo así como ahora
hacemos en un consejo local. Uno no puede ir planteando la vocación a cualquiera,
sin haberlo validado antes con otros… Parece obvio, pero muchos no podrán creer
que el Fundador tuviera estas “limitaciones”. Y es una prudencia elemental, y
hubiera sido una pena que Escrivá no hubiera visto con otros a quién sí y a
quién no plantearle la vocación.
Pepe Aycuéns fue, probablemente, el tercer numerario, tan solo
por detrás de Pepe Romeo e Isidoro. Era pintor (artista)
profesional. Había sido monje jerónimo en el famoso e histórico monasterio del Parral,
que hacía muy pocos años había presenciado la restauración de la Orden
Jerónima. Y tanto en el monasterio como en la Obra su vocación era para la oración y el arte. Probablemente
veamos un perfil suyo más completo el próximo mes cuando hablemos de Escrivá
como Capellán de aristócratas.
[2] Como he
dicho, que Escrivá haya acudido personalmente a la Casa Profesa de los Jesuitas
es un supuesto, al igual que la conferencia telefónica la haya solicitado desde
allí, cuando le informaron que el P. Valentín Sánchez no se encontraba
presente. También es posible que Escrivá supiera que el P. Sánchez se había
marchado a Chamartín, y lo hubiera llamado telefónicamente desde la Casa
Apostólica de las Damas del Sagrado Corazón. Pero en ese caso, a lo mejor no
hubiera despedido a Zorzano, sino que lo hubiera puesto a rezar en la iglesia
mientras él realizaba la llamada. O lo hubiera puesto a atender el comedor de
pobres, o incluso lo hubiera invitado a comer allí. Supongo que lo despidió y
le solicitó que regresara después de unas horas, porque él también tenía que
salir para buscar la autorización necesaria para hablarle a Isidoro de la
Obra. Es decir, los dos salieron del Patronato… La salida a la calle, por
tanto, es un supuesto, mientras que la llamada telefónica es un dato cierto.