Capítulo 13: Isidoro. ¡Tomarlo!

Stoner, 22/01/2025

 

Como vimos en la entrega anterior: “La ruptura con el P. Valentín Sánchez en 1940, el Director o Moderador de una asociación tenía incidencia en la incorporación de los miembros. Por lo tanto, no debería resultar extraño que el jesuita P. Sánchez tuviera que dar el visto bueno para que el joven José María incorporara a alguien a su incipiente organización… Obviamente, esto es una herejía para los oídos prelaticios. Pero así era la Obra fundacional, tan distinta a la que han canonizado.

Por tanto, realizo un adelanto del Capítulo #13, para ejemplificar uno de los aspectos que señalé en el capítulo #11.6 (punto 10): que el Director o Moderador de las asociaciones (canon 698 del CIC17) tenía incidencia en la incorporación de los miembros.

 

Capítulo 13: Isidoro. ¡Tomarlo!

Habría mucho que decir sobre este hermano nuestro (con minúscula, porque era seglar: los presbíteros, como Norberto o José María eran Hermanos).

Ya va indicado que me parece que Isidoro desde Málaga se enteraba más bien de poco (cfr. Capítulos #11.1 y #11.3). Además, sabemos que, incluso años después de haberse vinculado a la Obra, iba andando a los tumbos, sin misa diaria y sin otras prácticas piadosas que un vil adscrito o incluso muchos buenos cristianos de su época harían habitualmente y sin mayor problema. Además, era lector de El Sol y no del querido El Siglo Futuro. Tengamos presente que su familia no era especialmente católica. Isidoro andaba por Málaga, haciendo lo que buenamente podía. Y sin saber lo que Escrivá hacía y deshacía en Madrid (esto será clave para eventos de 1935).

A lo mejor, además, Isidoro tenía sus propios fantasmas en su pasado: un cierto arrepentimiento por no haber ingresado en 1918 en el seminario. Sabía también de las dificultades con el sacerdocio de su compañero Escrivá. (Va dicho que entiendo que Escrivá, en medio de sus dudas vocacionales, buscaría a Isidoro en 1929, al igual que hizo con Moreno.)

El único punto que quiero hacer aquí relacionado a Isidoro está en el marco de la Dirección del Padre Sánchez (Capítulo #11). Veamos. Es una simple cronología y sucesión de hechos centrados en agosto de 1930.

Una vez que contaron con el Director para la Obra, José María y Norberto comienzan el trabajo de reunir miembros. Ya tenían a Romeo, y de alguna manera formalizarían ese vínculo.

Necesitaban comenzar a vincular a más personas. Escrivá comienza a repasar listas (algo que después se haría paradigmático, casi fundacional, en su Obra). Tiene a Zorzano allí apuntado. Con Isidoro habían retomado el trato, si bien esporádico, al menos desde 1927... Escrivá podría haberle comunicado a Isidoro, mucho antes de agosto de 1930, la Obra que el Altísimo le había mostrado y que tanta relevancia tendría para la historia de la Humanidad. Pero no. Hasta agosto de 1930 Escrivá no le menciona a Isidoro nada de la Fundación (se comunicaron sí para otros temas: por ejemplo, aquellos proyectos en la carrera consular, en medio de la crisis vocacional de Escrivá…). ¿Qué cambió? Que ahora consiguieron un Director. Que ahora podrían comenzar a incorporar miembros.

Ahora el interés que José María tenía en Isidoro tiene una nueva motivación. Ahora lo ve como un prosélito. En mi relato encaja muy bien que la tarjeta que envió Escrivá para contarle a Isidoro por primera vez sobre la Obra sea inmediatamente posterior al 21 de julio de 1930… día en que el P. Sánchez se comprometió a ser Nuestro Director. No es lo mismo que hubiera sido unos días antes o después, porque allí el evento que da sentido al relato es el nuevo rol del P. Sánchez, y la fuerza que con esto adquiere el proyecto fundacional. Las fechas son claves. El antes y el después. La causa y la consecuencia.

Por tanto, ahora que Escrivá cuenta con Director externo para la Obra, comienza a buscar nuevos miembros, mientras en simultáneo sigue con Norberto y Pepe ordenando las notas, esquemas y cuadros sinópticos de la labor para validarlos luego con el P. Sánchez. Escrivá repasaría con el jesuita la lista de conocidos, de posibles nuevos miembros. Se enfocarían en algunos y retomarían el contacto.

Escrivá pone sobre la mesa el nombre de Zorzano, su antiguo compañero de Instituto, quien había querido ser sacerdote en 1918 (como dijimos en la página 5 del escrito sobre la carrera consular).

Sánchez está de acuerdo con que Isidoro reúne el perfil. El P. Valentín anima a José María para que contacte a Isidoro y le explique, en términos generales, el proyecto. Esa reunión entre Escrivá y Sánchez estimo que transcurre en la semana del lunes 4 o del 11 de agosto de 1930.

Al salir de la reunión con Nuestro Director, Escrivá acude a la casa que la familia Zorzano tenía en Madrid. Como Isidoro no está presente, le deja una tarjeta a la madre para que se la haga llegar a su hijo en Málaga. Como va dicho, durante el período octubre 1928 (supuesta fundación) a julio 1930 (conseguimos Director), Escrivá y Zorzano se habían carteado y encontrado personalmente, pero nada le había dicho de la Obra. Pero ahora hubo un cambio. Y por tanto en esa tarjeta, y con la autorización del P. Sánchez, por primera vez Escrivá le adelanta a Isidoro que tiene algo especial que contarle. Cuando vengas por Madrid no dejes de venir a verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte.

-        Lunes 21 de julio: el P. Sánchez Ruiz accede a ser Nuestro Director.

-        Una o dos reuniones con el P. Sánchez, para analizar los primeros pasos.

-        Escrivá escribe a Isidoro para verse.

-        Martes 19 de agosto: Isidoro responde que espera verlo en el próximo viaje a Madrid.

-        Domingo 24 de agosto: Isidoro llega a Madrid.

Sabemos que Isidoro llega a Madrid de improviso. No se había anunciado. Acude al Patronato de Enfermos, donde trabajaba su amigo José María. Pero no lo encuentra. Piensa en seguir su viaje. De casualidad, cuando Zorzano ya se marchaba, se encuentra con José María en medio de la calle. Nada demasiado milagroso porque era la esquina de la casa de los Escrivá. A lo mejor, Isidoro se quedó un poco esperando por si su amigo regresaba… Gran sorpresa y alegría de José María. Esto es conocido. Pero aquí comienzan unos detalles que Vázquez de Prada y la mayoría de los prelaticios han mutilado...

Lo primero es que, antes que Escrivá le explique a Zorzano algo de la Obra (según entiendo era lo que habrían convenido con Norberto y con el P. Sánchez), es el mismo Isidoro quien, en la calle y nada más saludarle, le disparó a bocajarro un “quiero entregarme a Dios, y no sé cómo ni dónde”. Lo importante aquí es que Escrivá no se lo esperaba. Más tarde, Escrivá escribió que literalmente se quedó pasmado. Lo pilló totalmente por sorpresa. Este es un detalle muy relevante. ¡El asunto iba más rápido de lo previsto! Zorzano partiría de Madrid esa misma tarde, para visitar a su madre quien había marchado fuera de la capital, supongo que de vacaciones. La estadía de Isidoro en Madrid había sido tan sólo una parada, en el largo trayecto entre Málaga y La Rioja.

Los sucesos se habían precipitado. Escrivá esperaba que esta primera conversación fuera más lenta. No esperaba que las disposiciones de Isidoro (de quien conocía su poca piedad religiosa) fueran tan notables. Pero ahí estaba Isidoro queriendo entregarse a Dios en algo que José María todavía no le había propuesto...

Estaban de pie, en medio de la calle y probablemente sufriendo del bochorno. Con gentileza lo hizo pasar al Patronato y rezaron. Podrían haber seguido conversando con toda tranquilidad, pero Escrivá de verdad no sabía qué hacer. A lo mejor estaba más inquieto que Isidoro...

Así que le pidió a Zorzano que regresara dentro de unas horas. ¡Lo devolvió al calor de la calle! Lo citó para la tarde, antes de partir para La Rioja. Tendrían Bendición y hablarían más tranquilamente. Y así, salió Isidoro, supongo que protegido por un sombrero veraniego, a deambular un poco más por las calles de Madrid, con su inquietud vocacional. La temperatura aquel día fue de más de 30 grados (“Hace mucho calor” titulaba El Siglo Futuro la sección sobre El Tiempo).

Escrivá necesita consultar el siguiente paso… ¿Consultar? ¡Sí, consultar qué hacer! Tiene que ver si plantearle formalmente la entrega en la incipiente Obra: no tenía previsto dar ese paso en esa oportunidad. Excede su mandato. Sus instrucciones eran tan solo mostrar la Obra…Hablarle en términos generales: remotamente. Nada específico. Eso era lo que le habían indicado que hiciera. Pero Josemaría, increíblemente para el relato prelaticio que así denomina a quién yo llamo José María o Escrivá, digo que el supuesto Fundador ¡no tenía poder o autorización para admitir a Isidoro o para explicarle más que algo genérico sobre la Obra! Para dar los siguientes pasos (explicar la Obra y proponer la incorporación), ¡debía contar con la autorización de Nuestro Director! Director este que había sido recientemente nombrado[1].

Supongo que, al despedir a Isidoro, Escrivá habrá acudido “corriendo”, como otras veces (guiño-guiño a 2017) a la calle de la Flor. Nada menos que a la Casa Profesa de los jesuitas. Llegó, todo sudoroso y agitado, pero allí no estaba el Padre Sánchez, nuestro Director... Entonces, y de esto estoy seguro (lo del sudor no), tuvo que realizar una llamada telefónica. Supongo que fue al P. Sánchez, a Chamartín. Solicitó la conferencia. Esperó como se esperaba en aquel entonces para lograr una comunicación telefónica[2].

El tema urgía. No podía esperar a mañana. Isidoro marchaba a La Rioja y habían quedado citados por la tarde. Esperaba y rezaba. Impaciente. Ilusionado. Esperanzado.

Los minutos pasaron con el peso de las horas. Finalmente, logró comunicarse.

Las palabras se amontonaban, la emoción era grande: Escrivá le explicó al Director que estaba sorprendido, pasmado diría literalmente, porque Zorzano quiere entregarse inmediatamente a Dios. No había tiempo que perder, puesto que el tren partía para La Rioja en unas horas. A lo mejor ya no lo vería por varias semanas. Era el momento. ¿Qué hacer? ¿Qué decirle?

Y al otro lado del hilo se escuchó una frase… contundente... Su interlocutor le dice rotundamente, a los gritos, que es la forma de hablar telefónicamente cuando se está lejos:

¡Pues qué va a hacer! ¡Tomarlo!

Tomarlo. Escrivá tenía ya la luz verde. Supongo que volvió entre festivo y nervioso a Nicasio Gallegos, a rezar a la capilla, ahora ligero y feliz en lo profundo del alma, para agradecer a Dios, al Amo (guiño-guiño a san Manuel González Capítulo #9).

Esperaría a Isidoro con una sonrisa, con notable paz, con la tranquilidad de que ahora sí estaba pisando terreno seguro y aprobado.

¿A quién, sino al P. Sánchez, tuvo que llamar Escrivá para solicitar un nuevo curso de acción, dado que los acontecimientos se habían precipitado?

En una versión anterior de mi relato, ese interlocutor era don Norberto. Creo que sólo yo ubico a Norberto en una posición de esta importancia, como alguien al que José María debía consultar antes de dar un paso de esta categoría. Y es que yo veo a Norberto como co-fundador de la Obra, como socio de Escrivá. Estaban juntos, trabajando desde hacía dos años en diseñar una Obra, por ahora con magro resultado, más allá de proyectos y sueños descabellados que necesitaban un Director externo para encauzarlos. En esa versión anterior de mi historia, lo que sucedía es que todavía creía en el relato oficial prelaticio: que Escrivá conoció al P. Sánchez recién en julio de 1930 (y no antes). Además, daba por cierto que el jesuita era tan solo el confesor y no el Director. Entonces, no sería apropiado que el confesor, supuestamente encargado únicamente de la vida interior de Escrivá (y no de la Dirección de la Obra), hiciera esa afirmación tan contundente, con un grito y voz de imperio, en un tema tan delicado como una propuesta vocacional al celibato apostólico… a una persona (Zorzano) a quien ni siquiera conocía… No me podía imaginar al jesuita, a la distancia, desde Chamartín, afirmando con tanta rotundidad que había que tomar a Zorzano en ese mismo momento. Había que ponerlo en demasiados antecedentes, como para hacerlo telefónicamente. Evidentemente, en mi nuevo relato sí cuadra ese papel para el P. Sánchez, como Director de la Obra, con quien Escrivá ya había analizado previamente la incorporación de nuevos socios. El P. Sánchez, a quien me lo imagino prudente, podía dar esa autorización telefónica a la distancia, porque Escrivá ya le había explicado quién era Isidoro, y por qué sería bueno hablarle de la Obra, en uno de los pasos que el equipo fundacional había establecido con su nuevo Director para que la fundación comenzara a marchar.

En su momento, había pensado también en otro nombre para ese sacerdote X que estaba al otro lado del hilo telefónico autorizando la incorporación de este primer y tan relevante numerario. Del otro lado del hilo había colocado a san Manuel González, desde Málaga, diócesis además a la que pertenecía Isidoro. En el estado actual de mi relato, y con la entrevista que había tenido lugar en Chamartín pocas semanas antes, estoy convencido que Escrivá tenía que solicitar autorización al Director de la Obra, que era el P. Sánchez.

Esta llamada, y el grito ¡Tomarlo! es muy comprensible dentro de mi relato. En el relato prelaticio es casi inadmisible. Por eso, Vázquez la mutiló. La ocultó. En efecto, ¿por qué habría Escrivá de pedir autorización o instrucciones sobre qué hacer con Isidoro? En mi relato hizo lo que había que hacer. Se comunicó con el Director de la Obra. Y, luego de admitido Isidoro, Escrivá tendría que ir a rendirle cuentas personalmente al P. Sánchez, a la menor brevedad posible.

Por tanto, en aquella Obra fundacional, Escrivá tenía que pedir autorización para las nuevas incorporaciones. Es el caso de Zorzano. Escrivá no lo pudo admitir sin antes consultar. Tuvo que ganar tiempo, unas horas, pidiendo a Zorzano que volviera más tarde. Y realizó la llamada telefónica. Así ingresó este primer (o segundo) numerario.

Esto de solicitar autorización ocurrió también para la incorporación de María Ignacia García Escobar. En efecto, la incorporación fue planteada por don Lino Vea-Murguía (¡y no José María Escrivá, que ni siquiera la conocía!). En una de las reuniones de la Asociación Sacerdotal (que veremos en el Capítulo #15), Lino puso sobre la mesa el nombre de María Ignacia. Propuso su incorporación formal. Planteó sus virtudes, y la posibilidad de que ocupara el lugar de primera vocación de expiación (la primera vocación femenina, pero de acción, había sido Carmen Cuervo, una mujer excepcional, dos meses antes). Sometieron el asunto a votación de los Hermanos (como supongo que deberían hacer por Reglamento y como veremos en el Capítulo #xx), y la votación fue unánimemente favorable. Y así habría otros casos para mostrar que sanjosemaría no tenía la autoridad de incorporar unilateralmente a nuevos miembros. Debía consultarlo, acordarlo, votarlo…

Los prelaticios podrán decir que la llamada telefónica por Isidoro, o la votación para María Ignacia, es demostración de la humildad heroica de sanjosemaría, que no tomaba él las decisiones sin asesorarse, etc., etc. Humilde hasta el extremo. Prudente. Sin embargo, mi opinión es que tenía que solicitar autorización puesto que estaba obligado a eso: la Obra no era exclusivamente suya, sino que había otros co-fundadores… La Obra primitiva era más colaborativa, más democrática. Contaba con una estructura de dirección colegiada, no unipersonal. Por lo tanto, las propuestas, de Escrivá o de otros Hermanos, para la incorporación de nuevos miembros se sometían a votación.

Y era muy prudente esta forma de actuar, que lamentablemente después se perdió. En concreto, yo afirmo que fue en 1935, con el episodio que denomino golpe de estado (Capítulo #15.11). A partir de allí Escrivá decidía como Monarca Absoluto. Despóticamente. Antes había sido diferente…

En realidad, son dos Obras distintas, la anterior y la posterior a 1935, aunque algunos personajes se repiten en una y otra...

Esta concepción de lo que entonces era la Obra creo que es novedosa, e incompatible con el relato canonizado sobre cuál fue el papel de sanjosemaría en la Obra de Dios.

En definitiva, no es inocente Vázquez de Prada cuando mutila el Apunte n. 84, para omitir la llamada telefónica y el grito ¡Tomarlo! Para mí esos detalles, que decidieron esconder, encierran muchísimo significado… El silencio en este caso habla más que 10 páginas de esa hagiografía.

Stoner

Estoy convencido de que eran elementos que no cuadraban con el relato del santo y de su Obra, que estaban fabricando en los años 60. Por lo tanto, los eliminaron.

Terminaron canonizando a una caricatura. A un santo de paja. A una persona que no existió. Al sueño o imagen que esa persona construyó sobre sí misma, pero que tenía poco asidero en la realidad. Hicieron un figurín, como aquella cara -casi con aureola- de la foto trucada (fue divertido).



[1] A lo mejor, con el paso de los meses o años, se vio que José María podía explicar el proyecto y tenía la suficiente prudencia como para ver si el candidato reunía las condiciones para una vocación. En determinado momento el que sería Fundador (todavía no había nada fundado) comenzó a decidir por sí solo. En el caso de los sacerdotes o las mujeres que se incorporaban más adelante, los decidieron en la Conferencia Sacerdotal, votando los Hermanos.

Después de la vocación de Isidoro, Escrivá le habló, ya en abril y mayo de 1931, a un pintor, un dentista, un mediquillo, un abogadete…

El pintor entiendo que es José Muñoz Aycuéns (y el mediquillo Adolfo Gómez Ruiz). Supongo que Escrivá habrá analizado estos candidatos con el P. Sánchez (también con Norberto). Habría que ver cuándo fue el momento en que Escrivá no tuvo que pedir más permiso. Entiendo que el episodio de validar con un tercero la vocación de Isidoro no fue un episodio aislado. Sería algo así como ahora hacemos en un consejo local. Uno no puede ir planteando la vocación a cualquiera, sin haberlo validado antes con otros… Parece obvio, pero muchos no podrán creer que el Fundador tuviera estas “limitaciones”. Y es una prudencia elemental, y hubiera sido una pena que Escrivá no hubiera visto con otros a quién sí y a quién no plantearle la vocación.

Pepe Aycuéns fue, probablemente, el tercer numerario, tan solo por detrás de Pepe Romeo e Isidoro. Era pintor (artista) profesional. Había sido monje jerónimo en el famoso e histórico monasterio del Parral, que hacía muy pocos años había presenciado la restauración de la Orden Jerónima. Y tanto en el monasterio como en la Obra su vocación era para la oración y el arte. Probablemente veamos un perfil suyo más completo el próximo mes cuando hablemos de Escrivá como Capellán de aristócratas.

[2] Como he dicho, que Escrivá haya acudido personalmente a la Casa Profesa de los Jesuitas es un supuesto, al igual que la conferencia telefónica la haya solicitado desde allí, cuando le informaron que el P. Valentín Sánchez no se encontraba presente. También es posible que Escrivá supiera que el P. Sánchez se había marchado a Chamartín, y lo hubiera llamado telefónicamente desde la Casa Apostólica de las Damas del Sagrado Corazón. Pero en ese caso, a lo mejor no hubiera despedido a Zorzano, sino que lo hubiera puesto a rezar en la iglesia mientras él realizaba la llamada. O lo hubiera puesto a atender el comedor de pobres, o incluso lo hubiera invitado a comer allí. Supongo que lo despidió y le solicitó que regresara después de unas horas, porque él también tenía que salir para buscar la autorización necesaria para hablarle a Isidoro de la Obra. Es decir, los dos salieron del Patronato… La salida a la calle, por tanto, es un supuesto, mientras que la llamada telefónica es un dato cierto.