Presentación de la serie

 

Capítulo #28. San José María Rubio. “El Apóstol de Madrid” (continuación).

 

El moderno edificio del Patronato, a la entrada del paseo de santa Engracia, esquina a la calle de Nicasio Gallego, había sido inaugurado por su Majestad el Rey el lunes 14 de julio de 1924. La Junta estaba integrada por aristocráticas damas, con nuestra doña Luz Casanova, como presidenta; la condesa de Bornos, vicepresidenta; la vizcondesa de San Enrique; secretaria; la condesa de Caudilla, tesorera, y como vocales la marquesa de Onteiro, la duquesa viuda de Nájera, la condesa de Rascón, la marquesa de Cartago, y las señoras de Bauer, Pelizaens, Salcedo y Medina.


El Patronato de Enfermos había sido inaugurado recientemente, por su Majestad el Rey
(La Hormiga de Oro, 24 de julio de 1924, p. 474)

 

Tenemos entonces a las Apostólicas, trabajando desde hacía años, con el apoyo de la nobleza (el día de la inauguración, el Rey pidió que el costo de uno de los departamentos corriera en adelante a cargo de la Real Casa[1]). Construían, inauguraban, trabajaban, recibían vocaciones, pero todavía sin estar formalmente aprobadas por la autoridad eclesiástica. Primero la vida, después la norma. Es algo similar (aunque en mayor escala) a lo que sucedería con DYA más adelante.

Sobre la magnífica labor de las Damas Apostólicas, tanto en el Patronato de Enfermos, como en sus otras múltiples actividades, se puede leer el relato que en 1924 hace A. de Mirabal[2], en el contexto de la inauguración de la Casa Apostólica del Sagrado Corazón. Además de la descripción del acto con el Rey, el autor explica más sobre la obra de doña Luz.

En cuanto al personal, un plantel de señoras y señoritas, previamente aleccionado por el director de la obra, reverendo padre Rubio, mediante una serie de ejercicios, se ofrecieron a trabajar como internas por unos meses, bajo un reglamento suave. Estas personas, ayudadas por la asistencia externa, habrán de continuar la magna labor de la obra” [obra, así con minúscula, porque no se podía afirmar de ella con propiedad que fuera una Obra de Dios…].

Cuando dos años más adelante llegó Escrivá, las Damas Apostólicas estaban a punto comenzar formalmente su Congregación. En esos días, terminaron unos ejercicios espirituales dirigidos por el director, san José María Rubio. Y exactamente unos días después de que Escrivá comenzara a trabajar como capellán del Patronato (1 de junio), el obispo mons. Leopoldo Eijo y Garay erigió el 23 de junio la Congregación de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón (cfr. Gonzalez-Simancas, 2008). Por lo tanto, Escrivá llegó en el momento exacto. Fundacional. Notable. Vio cómo comenzaba esa Obra, dirigida por san José María Rubio, que ya tenía preparados los reglamentos desde hacía una década. Y aprendería Escrivá para cuando le tocara fundar su propia obra. Y tal vez, Dios lo sabe, al igual que doña Luz, le pidiera asesoramiento al P. Rubio…

Otro dato simpático, sobre inauguraciones y la nobleza, y el ambiente donde se comenzaría a mover nuestro Padre. Refiere a la residencia sacerdotal de la calle Larra, que conocemos bien, al menos de nombre. En 1926, había sido La Reina quien inauguró unas escuelas para niños, de ambos sexos, que construyó la Casa Apostólica que presidía la señorita Luz Casanova en la calle de Larra. Lo simpático es que al año siguiente iría a vivir allí José María Escrivá. En efecto, doña Luz tenía la costumbre de construir, en la misma parcela o lote de su propiedad, una escuela en la planta baja, y sobre ella otros edificios, ya sea una casa sacerdotal como la de la calle Larra (donde vivió Escrivá), ya sea pisos para alquiler y renta como en la calle Viriato (donde también “casualmente” vivió Escrivá, esta vez con toda su familia, cfr Capítulo #46.8)[3].


(La Nación)

A las once de la mañana llegó al edificio escolar S.M. la Reina Victoria, a quien acompañaba su camarera mayor, duquesa de San Carlos, que fue recibida por la señorita Casanova y los profesores y profesoras de la Casa. [Noto lo llamativo que resulta a mis ojos de miembro de la Obra de Escrivá, que en 1926 exista esta institución de la iglesia que cuenta con una escuela con profesores y alumnos de ambos sexos].

Una de las niñas educadas ofreció un bello ramo de flores a la Soberana, y ésta recorrió seguidamente todas las clases y dependencias, haciendo de ellas un justo y merecido elogio.

Llegados que fueron todos al salón de actos, los alumnos y alumnas [¿mezclados?] pronunciaron discursos y recitaron poesía, terminando la fiesta con la distribución que la augusta dama hizo entre todos los escolares de cajas de exquisitos bombones.

La Reina salió para Palacio entre las entusiastas aclamaciones de cuantos asistieron a la simpática fiesta (La Nación).

Así estamos. Con nuevos edificios. Con nuevas fundaciones. Con nuevas vocaciones. Con reglamentos. Con monjas que no visten como tales y trabajan sin mostrar externamente su condición. Y con el P. Rubio impulsando todo aquello, como Director. Y José María recién llegado, probablemente asombrado, y un poco apabullado, por la contundencia de las edificaciones recién inauguradas, de la calle Larra y de la calle Nicasio Gallego, y por los miles de niños que educaban, y los miles de pobres que alimentaban, y tanto más.

Volvamos con el P. Rubio. El santo jesuita predicaba ejercicios para profesionales, para señoras y también para señoritas, de diversas clases sociales. Trabajaba en todos los registros de la sociedad, en todos los ambientes. Desde las clases trabajadoras hasta la nobleza (no pun intended). Por poner otro ejemplo, en marzo de ese año de 1927 había predicado, en el convento de las Esclavas, unos ejercicios espirituales para las Infantas, Doña Beatriz y Doña Cristina, hijas de los Reyes. También asistieron numerosas muchachas aristocráticas a las pláticas que pronunció el virtuoso jesuita. No me llamaría la atención que, antes o después de esas pláticas a la nobleza, el padre Rubio pasara por el Patronato de Enfermos para predicar a los que allí vivían, o confesar niños, o aconsejar a algún matrimonio, consolar a algún pobre hambriento que estaba allí con su cuchara de peltre. Su labor la desarrollaba con todos… Se decía que en esos ejercicios también participó Su Majestad el Rey –esos días enfermo-, pues todas las tardes, al regresar del convento, pasaban a la habitación del Monarca sus augustas hijas, y le daban detallada cuenta de sus prácticas religiosas, explicándole con toda minuciosidad los temas desarrollados por el inteligente jesuita (La Época, 31 de marzo de 1927). Ese era el ambiente en que se movía el P. Rubio en 1927 y dónde empezó a moverse, probablemente con cierta timidez y torpeza al principio, el joven José María, llegado hacía poco a la capital, luego de unos episodios muy confusos en Zaragoza. Años más adelante, Escrivá no predicaría ejercicios a los Infantes o Monarcas, pero sí a Franco.

En definitiva, en el Patronato, Escrivá conoció y trató a una parte de la sociedad con la que nunca había interactuado con esa cercanía. Y de hecho por estas conexiones logró ser muy rápidamente preceptor de hijos de marqueses… En el Capítulo #35.2 veremos que José María se logró colocar como preceptor de una familia noble de la ciudad, y además no solo como preceptor, sino como capellán: consiguió ser capellán de la casa Mirasol, y a lo mejor también de la de Guevara.

Ciertamente, el trato con doña Luz le brindó a Escrivá no solo el sustento económico y el contexto vital en el que “vio” el Opus Dei, sino también el acceso a contactos y un ambiente que de otra forma le hubiera resultado difícil acceder al presbítero recién llegado a Madrid

Pues bien, volvamos a aquel primer día en el Patronato. Al entrenamiento que san José María estaba haciendo de san Josemaría, que habíamos comenzado a desarrollar en la entrega anterior. El joven presbítero estaría lógicamente nervioso en sus recientemente estrenadas funciones de capellán. Probablemente ensayarían muy bien, y las veces necesarias, la ceremonia, sin dejar nada a la improvisación[4]. Y el P. Rubio le diría: “tranquilo, todo va a estar bien”.

Y José María E iría siguiendo a José María R por la sacristía, viendo los diversos muebles y cajones y ornamentos. Y saldrían hacia el presbiterio, y probaría con la cerradura del Sagrario. Y el joven presbítero vería la pausa y devoción de aquel santo y famoso varón apostólico. Y la reverencia con que se dirigía al Amo (era amigo de otro santo que estuvo vinculado con Escrivá, desde antes de lo que la Prelatura afirma… san Manuel González).

Pues bien. Parece que en esa función religiosa del 31 de mayo de 1927 el P. Rubio estaría realizando una suplencia: tareas de capellán en la iglesia de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, cuando él no era el capellán de esa iglesia, sino Director de la Congregación y confesor de las religiosas. Pero la exposición, bendición, reserva, rezo del rosario, etc, eran las tareas propias del capellán. De un joven. De un aprendiz.

Doña Luz se había quedado sin capellán de manera sorpresiva, y decidió contratar a Escrivá quien estaba prácticamente desempleado, necesitado de más pesetas… ¿Quién era el capellán que faltó sorpresivamente? Otro personaje sumamente relevante en nuestro relato, a quien veremos en más detalle. Alguien que, a pesar de haber ayudado muchísimo a Escrivá, el santo Fundador lo terminó odiando profundamente, al igual que a Norberto. Pues bien, Escrivá ocupó el puesto de don Lino Vea-Murgía.

La ausencia de don Lino fue intempestiva, aunque no inesperada. Había sido nombrado el día 28 de marzo de 1927, pero en junio (o incluso antes) ya había tenido que dejar el puesto porque había sido sorteado para hacer el servicio militar (como capellán).

 


Nombramientos eclesiásticos, en El Siglo Futuro, 10 de abril de 1927.

En cualquier caso, desde el momento del nombramiento de don Lino, ya se sabía que el presbítero estaba sujeto al servicio militar. Escrivá no correría, jamás, ese riesgo. En concreto, el santo Fundador había conseguido un certificado que lo declaraba totalmente exento del servicio militar, por un “defecto físico de la vista” (Zaragoza, 14 de mayo de 1924). Como sacerdote, no se lo requeriría como francotirador en un frente de guerra…, donde un defecto de la vista hubiera sido un impedimento cierto. Pero no. Debía realizar tareas ministeriales. Sería capellán, ya de los enfermos de algún hospital militar, ya de la tropa, ya de los oficiales... Por ejemplo, nuestro querido José María Somoano fue, durante unos meses de su servicio militar, capellán auxiliar del Hospital Militar de Alcazarquivir. Y don Lino otro tanto en Ceuta.

Sabiendo la facilidad con que Escrivá a lo largo de su vida falsificó documentos, no habría que descartar que este certificado también hubiera sido falsificado. O al menos que hubiera sido redactado por algún médico amigo… ya que no consta que los defectos de la vista que hubiera tenido el joven José María hubieran sido de tal gravedad que lo exoneraran totalmente de realizar el servicio militar, como realizaron don Lino o José María Somoano (por nombrar dos presbíteros de su misma quinta).

El de Escrivá era un defecto físico de la vista tan grave que le impidió asistir espiritualmente a los jóvenes destinados en el servicio militar, o a los enfermos de los hospitales de aquellas regiones de África, como sí lo hicieron tantos otros sacerdotes que no se escaparon de sus deberes. Lo que parece evidente es que no quería separarse de su mamá. Igual que en Perdiguera, vamos. Escrivá no soportó más de 6 semanas en un pueblo a 28 kms de Zaragoza, menos podría en África. Estimo que no hubiera soportado ni 10 días... Así que probablemente el certificado que lo exoneraba totalmente del servicio militar hubiera sido algo providencial…[5]

Escrivá hizo lo que creyó que tenía que hacer. Consiguió un certificado y logró evitar su responsabilidad. Más adelante diría que él y los suyos cumplían -con ejemplaridad- hasta el más pequeño deber de ciudadanos. Esto, sabemos bien, es mentira. En realidad, el Fundador creo que no fue ejemplar en el cumplimiento de sus deberes cívicos. Además de este, habría otros muchos casos, como el tráfico de divisas entre España e Italia, o las falsificaciones para pagar menos impuestos en la compra de su Villa Tevere (que ya veremos).

En cualquier caso, el joven Lino tuvo que marchar. Y el famoso P. Rubio tuvo que oficiar de apuro alguna bendición. Y doña Luz tuvo que salir de apuro a conseguir un sustituto. Y allí estaba el joven Escrivá en su residencia (la de doña Luz, no la de DYA), sin mucho que hacer. Y lo contrató en lugar de Lino.

Vázquez de Prada y los prelaticios nos hacen creer que doña Luz quedó “encandilada” con la santidad y celo apostólico de Josemaría. Y por eso lo nombró capellán. “Algo insólito vio en él doña Luz para decidirse a nombrarle capellán de la iglesia del Patronato de Enfermos.” Cuando en realidad tuvo que llenar el cupo de joven capellán que oficiara la bendición y esas cosas. Y José María sería un buen sustituto de Lino (casualmente tenían la misma edad), y el joven estaba disponible para comenzar a trabajar al día siguiente… No tenía compromisos. Y necesitaba dinero… Solamente celebraba una misa en San Miguel y creo que nada más[6]. Celebraba entiendo que sobre las seis de la mañana, por lo que supongo que a partir de seis y media ya tenía todo el día libre por delante. El estipendio por esa misa no le alcanzaba siquiera para cubrir el costo de la pensión donde vivía, en la Calle Farmacia (5.50 pts vs 7). Al llegar a Madrid se había alojado allí por recomendación de su tutor, el catedrático Pou de Foxá, quien la utilizaba al acudir a la Capital. Pero José María no se la podía permitir… Escrivá tuvo mucha suerte de poder recurrir, a las dos semanas, a la residencia sacerdotal de doña Luz, que era más barata y estaba recién inaugurada, como hemos visto. A 5 pesetas, debía de estar subsidiada por la caridad apostólica de la hija de la Marquesa.

En las cartas a su familia trataría de mostrar que era dueño de la situación. Que todo estaba bien. Para no preocupar más a su pobre madre. Pero no era así. (¿Se habrán conservado esas cartas?)

Así que el joven sacerdote tenía poca (o más bien ninguna) labor en Madrid, y por tanto también tenía pocas pesetas para alimentarse, y menos todavía para traer a su familia que estaba viviendo en Fonz (supongo que de la caridad de su tío Teodoro). Había transcurrido todo mayo y no queda claro que Escrivá tuviera ocupaciones definidas. Estaba en números rojos, día a día era una pequeña sangría. Estaba consumiendo poco a poco sus ahorros, o algún préstamo que había recibido para el traslado. Tenía uno o dos puntos de desesperación.

Por entonces, no pensaba en ser cónsul, pero realizaba diversas gestiones para colocarse. Veía oportunidades, pedía que amigos y conocidos lo recomendaran aquí y allá. En este contexto es que busca infructuosamente colocarse en El Debate, de don Ángel Herrera, no sé si como redactor especializado, asesor letrado, o auxiliar administrativo. La vida en la capital estaba resultando más cara de lo previsto, y eso que él era mortificado y austero, y trataba de comer poco. Pero el estipendio no daba siquiera para cubrir el alojamiento, y se iban agotando a ojos vista las reservas que tenía.

Por tanto, el joven presbítero estaba disponible para comenzar a trabajar. Y realmente necesitaba un ingreso más sustancial. No creo que lo llamaran del Patronato porque vieron grandes condiciones en él, una aureola de santidad, a un Elegido de Dios. Sino que lo vieron desempleado. Con tiempo libre. Durante un mes completo. Y se encontraba viviendo justamente en la Residencia Sacerdotal asociada al Patronato. El ama de llaves, o las encargadas de la cocina, a lo mejor deslizaban algún comentario sobre la disponibilidad y las necesidades evidentes del joven presbítero, que lo veían incluso echando de menos a su madre, un poco angustiado, comiendo poco, contando cada céntimo. Y doña Luz lo tendría en consideración.

“Algo insólito vio” doña Luz en sanjosemaría. Y era insólito sí que un sacerdote joven estuviera con tanto tiempo libre, sin tareas claras. Porque, volvemos a decir, lo de los estudios de doctorado eran una excusa para huir de Zaragoza. No dedicaba mayor tiempo a eso.

De don Lino Vea-Murguía hablaremos con detalle, pero basta decir que llegó a ser el número 3 de la Obra, tan solo por detrás de José María y Norberto. Lo de número 3 es un decir, para indicar que era figura principalísima, pero en realidad aquellos presbíteros eran Hermanos entre sí, estaban en pie de igualdad: no existía una jerarquía tan marcada, sino división de tareas…, bajo la moderación de nuestro Director, el jesuita Sánchez Ruiz (cfr. Capítulo #15.4). Y probablemente Norberto tenía una relevancia especial en el grupo, por haberlos aglutinado, y por su edad. Aunque su liderazgo lo desarrollara de manera discreta, sin ostentación, con aquello de ocultarse y desaparecer. [No perder de vista, como referencia, que Isidoro no ejercía entonces ningún liderazgo, ningún rol, y Álvaro del Portillo es una figura muy tardía en mi marco, que no aparece siquiera en el relato de aquella época… Estaba todavía comiendo palatanos (sic).]

A Lino no lo incorporó José María, sino don Norberto directamente, en noviembre de 1931. Y lo incorporó Norberto puesto que era co-fundador, y la Obra primitiva era tan suya (o más) que de Escrivá. Norberto era el que conocía a todos los primeros personajes del relato, desde antes que José María se le pegara… Nuestro Padre a veces parece un paracaidista. Norberto era quien conocía y trataba al P. Rubio, conocía al P. Sánchez, conocía a doña Luz, conocía a don Lino. Era el epicentro de todo aquello. Y a él también se acercó el joven José María. Y por eso José María parecería ser el centro (además fue quien contó la historia en la versión que nos llegó a los del Opus Dei). Pero el centro en el que gravitaba todo era Norberto. También en su casa. Allí acudía José María, como uno más. Pero el que convocaba a todos era Norberto. Y era el director espiritual del primer numerario (Luis Gordon), de la primera numeraria (Carmen Cuervo), de sacerdotes que pitaban (Pedro Cantero). (Es notable esto, ¿no? Escrivá parece el centro, porque está unido a Norberto…).

Pues bien, José María ocupó el puesto de capellán que había dejado libre don Lino. Y después Escrivá se hizo amigo de los sacerdotes amigos de don Lino (cfr. Capítulo #15). Lino también le habló para pitar a María Ignacia García Escobar. Entregó dinero para la Obra. Hizo muchísimo. Tanto ayudó Lino a José María, como también Norberto ayudó, que José María los terminó odiando a los dos, y dijo cosas terribles (mentiras, como siempre) sobre esos santos sacerdotes (Lino fue mártir). En su locura narcisista, Escrivá llegó a escribir que a las primeras mujeres

Las chicas, porque me cogía todo el tiempo la Sección de varones, las fui presentando a D. Norberto -y más tarde a Lino-, aunque ellos no lograron nunca ni una vocación. Las deformaron de tal modo que tuve que prescindir de ellas en 1939.

Ese texto está escrito por Escrivá, probablemente en 1968, pero sobre un manuscrito de los años 30… (para reinterpretar el pitaje de Carmen Cuervo en el Apunte n. 381). Vázquez de Prada afirma que ese texto (en realidad, no lo cita textualmente, sino que lo glosa), consiste en una breve nota añadida a una de las viejas catalinas por don Josemaría en 1939. Pero no tengo dudas de que fue escrito décadas más adelante[7].

Habremos, más adelante, de explicar mejor qué hicieron Escrivá, Norberto y Lino, cada uno de ellos, tanto por las mujeres en particular como por la Obra en general, para ver si la afirmación de nuestro Padre es justa, o es una calumnia contra dos que ya habían fallecido. A mi modo de ver es algo grave.

La reconstrucción que Escrivá realizó en 1968 me produce escalofríos. Algo mencioné en 2017 (buscad “Sant’Ambrogio Olona” en esa colaboración). Algo más veremos en el Capítulo #26.9, relativo al fallecimiento de Norberto y la consiguiente reescritura del pasado que realizó Escrivá. Para mí no es casualidad que Norberto falleció en Madrid el 8 de mayo de 1968, e inmediatamente José María se lanzó a falsificar todos los Apuntes. Esto también lo veremos, no en estos Capítulos que llegan hasta 1940, sino en las colaboraciones sobre Las vacaciones del santo Marqués. Aunque me cuesta escribirlo, y en este momento me encomiendo al Señor, creo que hubo una presencia “demoníaca” en la estadía de Escrivá en Villa Toeplitz (julio y agosto de 1968). Porque tanto mal, tanto odio, tanta falsedad, no es natural.

            Una mención a las primeras numerarias.

Es mentira lo que afirma Escrivá que ni Norberto ni Lino consiguieron ninguna vocación… Solo dos ejemplos paradigmáticos bastan: José María Somoano y María Ignacia García Escobar[8]… Estos dos personajes son conocidísimos por los miembros de la Obra. Y fueron vocaciones que consiguieron los otros presbíteros asociados. No Escrivá, que ni los conocía ni participó en esas conversaciones. Esto es increíble. Es más: incluso el director espiritual de Luis Gordon era Norberto. Y estos son los tres primeros miembros de la Obra en alcanzar la Casa del Padre. Parecen hasta seleccionados, para ser un representante de los numerarios, otro de los sacerdotes, y otro de las numerarias. Es increíble que Escrivá testimonie por escrito algo que es completamente falso. Y por eso digo que la reescritura que hizo de su vida y de la fundación de la Obra en 1968 en la Villa Toeplitz no puede sino haber estado influida por cierta maldad.

Así que es falso que no hayan conseguido vocaciones. Consiguieron, por lo pronto, frutos granados, que estaban casi a punto para llegar sin escalas al Cielo. Tanto Somoano, como García Escobar, como Gordon tienen el honor de ser los únicos que tienen notas necrológicas sentidas y singulares, de puño y letra del Fundador, con las que se cierra el primer tomo de Vázquez de Prada.

Es un infundio también que Norberto y Lino hayan deformado de un modo irreconocible a aquellas vocaciones que Escrivá conseguía… Porque tampoco marcharon bien las vocaciones que habían sido fruto del apostolado directo de José María. Y en esos casos, no se puede echar la culpa a los otros. Era el mismísimo Escrivá que no sabía cómo hacer aquella labor, porque no tenía realmente un carisma que comunicar. Era, ya lo dijimos, un cajón de sastre, del que podía salir una liga de mujeres campesinas, unas editoras de revistas para párrocos, una academia de secretariado, o las que cocinaran, fregaran los pisos, y lavaran la ropa de los señoritos numerarios que eran lo importante de la Obra. El problema era Escrivá, que no sabía qué quería, e involucraba vitalmente a tantas almas buenas en sus montajes.

Es más: las primeras numerarias le salieron a Escrivá para monjas… Porque no podía nacer algo diferente de tal Padre. No se le podían pedir peras al olmo… Me explico:

No olvidemos que Escrivá por aquel entonces conseguía vocaciones en el confesionario del Patronato de Santa Isabel: monjas, no de una sino de dos comunidades. Y después las atendía en casas de monjas, en el locutorio de un Convento y en locales de las Teresianas… Todo monjil, que es donde se movía como pez en el agua.

Por poner otro ejemplo en este contexto, veamos la primera numeraria, Carmen Cuervo, aquella que “pitó” un 14 de febrero de 1932. Escrivá la conocía desde comienzos de noviembre de 1931, a los pocos meses de pasar a ser capellán en las agustinas recoletas de Santa Isabel (Apunte n. 381). Así le escribe a Isidoro: ¿Sabes que creo que el Rey me ha mandado un alma para comenzar la rama femenina? Carmen Cuervo, antes de ser del Opus Dei, había sido postulanta para religiosa de La Asunción (en el convento de la calle Santa Isabel). Luego, probó también en una cartuja en Italia… (cfr. Comella). Volvió como profesora del colegio de Santa Isabel - La Asunción. Y residió allí, con las monjas. Ahí fue que Escrivá la conoció y la incorporó a la Obra, como primera numeraria. Mientras vivía con las monjas. Y si buscaba entre monjas, encontraba o monjas o parecido… Y no es culpa de Norberto ni de Lino, por más que los quiera arrojar bajo el autobús y mirar para el costado. Pues bien, este era el perfil que conseguía Escrivá[9].

Todas aquellas primeras las consiguió Escrivá siendo capellán de monjas... Además de Carmen Cuervo, Modesta Cabezas, Hermógenes García, Natividad González, Pilar Méndez, Ramona Sánchez, Felisa Alcolea, Ascensión Antón. Estas mujeres debían ser estupendas, generosas. Pero iban todas más o menos para monjas. Y Escrivá las consiguió en ambiente de monjas, en Santa Isabel. 100% su cosecha. Y 100% su fracaso.

Es más, lo que les predicaba era similar a lo que les predicaba a las monjas. Y los consejos que daba, pues tres cuartos de lo mismo… Muchas de las numerarias que mencioné, al desvincularse de la Obra, siguieron como Carmelitas, Hijas de la Caridad, Bernardas, etc... Y Escrivá las formaba en locales de monjas: ya en el locutorio del Monasterio de Santa Isabel, ya en locales de la Teresianas, etc. Escrivá luego fracasó en su segundo intento de comenzar la Sección Femenina. Fracasó él solito, sin que tampoco en ese nuevo intento ni Norberto ni Lino interfirieran en ese naufragio[10]. Recién tuvo relativo éxito al tercer intento[11]. Pero incluso a esas de los años 40 las formó con un manual para novicias carmelitas descalzas del 1600 (¡!), como ya hemos visto, y alguna también le salió para monja.

El Fundador se tiene que hacer responsable de lo que hizo, que era lo que buenamente podía, dado que era capellán de monjas, y no culpar a Norberto y Lino de haber desfigurado tremendamente a estas vocaciones, que él conseguía en el confesionario de su capellanía de convento y colegio de monjas... y que las formaba en ambientes religiosos con un rosario de prácticas piadosas, una tras otra, como botones de sotana.

 

Volvamos a 1927, cuando se ausentó don Lino, y el P. Rubio explicó al joven José María las tareas básicas de su función de capellán. Y, patos al agua, lo puso a trabajar.

Pocos días más adelante, y ya con el joven Escrivá en funciones y aprendiendo como esponja, el P. Rubio vuelve al Patronato para celebrar una función solemne, una fiesta grandiosa: la imposición de las insignias a los niños de las escuelas que habían comulgado todos los segundos jueves de cada mes durante un año. Era la Cruzada Eucarística y los premiados fueron más de 300 niños, acompañados de unos veinte maestros, y de otras tantas celadoras eucarísticas[12]. Los niños acudieron a las ocho de la mañana, todos confesados y convenientemente preparados para recibir a Jesús Sacramentado. Supongo que Escrivá, recién llegado al Patronato, colaboraría con la confesión y preparación de esos muchos niños… ¿Y estaría por allí también quien sería san Manuel González, colaborador de san José María Rubio? Sería muy pero muy bonito… (cfr. Capítulo #9).

Ese día, la misa la celebró el P. Rubio y no el joven capellán Escrivá. Era una misa especial… ¿Nuestro Padre habrá oficiado como maestro de ceremonias? ¿Habrá colaborado de alguna forma, ya desde el presbiterio, ya desde el confesionario? Probablemente. Estaba en horario laboral.

Tan pronto como ocuparon el puesto a cada uno designado, el Reverendo Padre Rubio, S.J., indicó el orden de la ceremonia, procediendo acto seguido a la bendición e imposición de las insignias a los pequeños Cruzados de la Eucaristía. A continuación oyeron Misa, durante la cual el P. Rubio estuvo preparando a los pequeñuelos con una piadosísima plática.

Llegado el momento de comulgar, se fueron acercando los niños con tal devoción y fervor que admiraron al virtuoso jesuita, hasta el punto de compararlos a educados de pensionados católicos, y aún a los más ejemplares novicios. [Recordar que eran niños de barrios marginales, pobres. Los catequistas y formadores estarían orgullosos.] Así fue, en efecto, pues tuvimos la dicha de presenciar acto tan emocionante, y por eso aseguramos que no exageró el P. Rubio.

Seis años más adelante, sería José María Escrivá quien, también en un ambiente de monjas, el del Colegio de la Asunción (Patronato de Santa Isabel), ofrecerá una plática el 31-III-1933, al fundarse la Cruzada Eucarística. Sería bonito que allí hubiera utilizado algunas ideas de las que, años antes, había escuchado de labios del P. Rubio (q.e.p.d.). Supongo que bien podría haber sugerido a las monjas del Patronato de Santa Isabel que, al igual que había visto hacer en el Patronato de Enfermos, después de la función religiosa, sirvieran en el jardín y en varios comedores un rico desayuno a niños y maestros, para terminar la fiesta con una rifa de numerosos y variados objetos religiosos. ¡Sería un éxito! ¡Cuánto había aprendido Escrivá de las Apostólicas y del P. Rubio! ¡Qué bien le había venido haber participado en vivo y en directo del nacimiento de aquella institución para luego empezar él con la suya propia! ¡Y qué buena experiencia había adquirido para seguir viviendo de ser, hasta 1945, capellán de monjas!

Un inciso sobre ser capellán de monjas.

Me sorprenden los caminos de Dios, que elige instrumentos tan inapropiados para llevar adelante sus misiones. Porque, seamos francos, Escrivá aparece como un muy mal instrumento para fundar el Opus Dei. Es un tema que daría para mucho... El Fundador era alguien que no tenía concluidos sus estudios de bachiller o licenciado en ciencias sagradas, que no podía predicar, que no quería hacer el doctorado sino que lo utilizaba como una excusa, que obtuvo de forma poco clara su doctorado eclesiástico, y otros tantísimos ejemplos a lo largo de su vida que muestran que ni fue un intelectual, ni le interesaban esos temas. Es admirable que una persona así se haya configurado como fundador de una institución que en algún momento tuvo su foco en la formación de los intelectuales.

Es asimismo notable que Dios haya elegido para abrir los caminos de santidad en medio del mundo para los seglares a alguien que era seminarista desde sus 16 años de edad. Poquísima experiencia de mundo. Sorprende también que haya “visto” su Obra estando en un convento, que eso eran los Paúles (durante años dijo que en realidad Dios había fundado durante su misa en una capilla madrileña, que a lo mejor suena un poco más secular que celda en un convento).

Es llamativo que el Fundador de una institución supuestamente tan laical haya sido durante demasiados años capellán de monjas. Es insólito. En realidad, en 1934 ni siquiera era capellán de monjas, sino que él mismo afirma que era aspirante a pretendiente de capellán de monjas… Más adelante lograría ser capellán de monjas titular… Y así siguió. Era bueno en eso, y mantuvo su puesto mucho tiempo[13].

Entonces, entre 1927 y diciembre de 1945 fue capellán de monjas (de acción o de clausura), mientras reglamentaba y dirigía en paralelo su propia Obra… Durante la totalidad de su vida en Madrid tuvo ese oficio, y recién dejó su puesto pocos meses antes de trasladarse definitivamente a Roma en 1946[14]. Cuando hace unos años caí en la cuenta de esto, no lo podía creer. De hecho, nuestro Padre estuvo muchísimo más entre monjas que en los pasillos de la Universidad Central, donde iba muy de tarde en tarde, o de mes en mes, o menos incluso (si pasó allí más de 48 horas en 10 años es mucho decir). También fue un shock darme cuenta que nuestro Padre nunca vivió en DYA, sino en que lo hacía en la casa del capellán de la comunidad de monjas de clausura de la que era responsable. Y así, más.

En esta línea, me parece que en plan elegir un instrumento para impulsar al laicado, la figura de Agostino Gemelli emerge como más apropiada que la de Escrivá. El de Milán fue un científico antes que sacerdote. En efecto, Gemelli tuvo una formación profesional previa y una fama mundial como erudito: teoría de la evolución, biología, higiene, etc: y se colocó en la frontera del conocimiento. Su conversión del positivismo y del marxismo, a la escuela de San Francisco, causó profunda impresión y conmoción pública. Había estado realmente en medio del mundo. En cambio, Escrivá fue, desde su incipiente adolescencia, un seminarista. Luego, sacerdote que atendía alguna capellanía y daba clases particulares. Capellán de monjas durante muchos años. Mi impresión es que nunca estuvo realmente en medio del mundo: vivió en ambientes clericales y monjiles [sí, estoy exagerando un pelín para marcar un punto]. De su preparación académica, mejor ni hablemos. Creo que, en 1928, para elegir un fundador de una institución laical, y siendo sacerdote el fundador a elegir, el P. Gemelli parece mucho más apropiado que el señor Escrivá. Pero Dios tiene caminos inescrutables[15].

Volvamos a la celebración para los niños de la Cruzada Eucarística. Probablemente Escrivá agradecería al P. Rubio la celebración de la Misa de aquel día, y el P. Rubio le agradecería a su vez la ayuda en la organización previa y desarrollo de la misma, que había estado tan espléndida. Desayunarían juntos. Y José María, el nuestro, probablemente desayunaba habitualmente en el Patronato, después de su misa, al igual que comería o merendaría otras veces allí…

Y así siguió acudiendo el P. Rubio a diversas actividades en el Patronato, pero no ya a rezar el rosario a las tres de la tarde, u oficiar la Bendición diaria, etc. El jesuita dirigía muchas obras en Madrid, y no podía estar haciendo las veces de capellán (no era su trabajo), pero sí acudiría como Director a determinadas actividades señaladas de las Apostólicas del Sagrado Corazón. Por poner de ejemplo, en 1928 (un año señalado para la Historia de la Humanidad), y mientras José María Escrivá era el capellán de esa Iglesia, el P. Rubio predicó en la Iglesia del Patronato (Nicasio Gallego, 1), el Sermón de Pasión el Jueves Santo, 5 de abril. Al día siguiente realizó el ejercicio del Via-Crucis y predicó el Sermón de Soledad. ¿Dónde estaría nuestro José María esos dos días? El P. Rubio, durante los años anteriores, también predicaba allí. Y en el año de su fallecimiento, 1929, también predicó en Semana Santa en el Patronato de Enfermos, tanto el Jueves como el Viernes Santo... Supongo que en todas esas ocasiones el joven Escrivá estaría por allí en el templo, confesando, oyendo la predicación, aprendiendo... Y a lo mejor la buena de doña Dolores también asistiría, junto con la Tía Carmen y el Tío (sic) Santiago.

Habría, evidentemente, coordinación del Director con los capellanes de la iglesia del Patronato por los horarios de las misas y celebraciones, por las confesiones, el rosario, etc. Las tareas de los capellanes que debían amoldarse en esos días a las necesidades del P. Rubio en la Semana Mayor, a los sermones especiales en esos días tan señalados.

¿Escrivá podía predicar? ¿O carecía, acaso, de licencias para ello... (¡qué tema más oscuro este de las delicadas licencias ministeriales! cfr. Capítulo #21, ya que, como habitualmente, lo más sensible de la Obra y su Fundador es siempre lo más confuso y manipulado…) ¿Escrivá, como capellán, asistió a ese sermón a las 19hs del Jueves Santo de 1928? ¿Estaría confesando mientras el P. Rubio predicaba? Y es más que probable, porque para algo le pagaban… El horario laboral de la tarde de Escrivá, probablemente fuera de tres a siete. El sermón comenzaba a las siete. Supongo que el santo Fundador se quedaría allí y no se marcharía al sonar la campana….

Aunque sea evidente, recuerdo que Escrivá entonces todavía no había “fundado” nada. Pero bebía de todo aquello. E iría completando algunas fichas más para el famoso paquete. Por tanto, probablemente tengamos al Fundador el jueves y viernes santos de 1928 compartiendo con san José María Rubio, tanto el Sermón de Pasión, como el Vía-Crucis, como el Sermón de Soledad. Al día siguiente, sábado 7 de abril, está documentado que las Apostólicas del SC le piden al capellán que visite en sus domicilios a un par de enfermas. Es decir, Escrivá estaba trabajando en el Patronato en esa Semana Santa de 1928, junto con el Director padre Rubio. Y probablemente estuviera don Norberto en otro de los confesionarios. Y después hablaría con el P. Rubio, que era su confesor. Y a lo mejor, José María también se confesaría con él antes de Pascua (el P. Rubio era un aclamado confesor y se formaban largas filas de penitentes). Porque no está nada claro con quién se confesaba sino José María en 1928… ¿Con el P. Sánchez, con don Norberto, con Mons. González de vez en cuando? ¿O nuestro Padre se confesaría (¿y se dirigiría?) con san José María Rubio?, como lo hacían muchos de los del Patronato, comenzando por doña Luz Rodríguez Casanova, siguiendo por la querida Mercedes Reyna, y otras Damas Apostólicas, además del propio don Norberto… Tiene cuatro patas, cola, y maúlla…

Pregunta válida en este contexto: ¿algún día comerían juntos los dos José María? Muy probablemente. Supongo que los dos capellanes (Escrivá y Norberto) comerían con el Director P. Rubio, tal vez con relativa frecuencia, en el Patronato, mientras desarrollaban allí sus actividades. José María Escrivá acudía desde muy temprano, para celebrar misa, oficiar la exposición, sentarse en el confesionario. Después, saldría a atender a algún enfermo (esto no se lo pagaban), y después comería en el Patronato, antes de seguir con su oficio de capellán a las tres de la tarde con el rezo del rosario (que sí se lo pagaban), y finalizar entiendo que a las 19 horas con la Reserva. Entre el rosario y la Reserva tenía tiempo libre, que más adelante lo utilizó para visitar enfermos, y también para dar clases particulares (p.ej. en la Academia Cicuéndez de forma de recibir un ingreso extra, dedicando dos tardes semanales ya a partir de ese curso 1927-1928 y hasta mediados de 1932, cuando comenzó a pensar en dejar de ser empleado y abrir su propia Academia, a la que más adelante le añadiría un Internado, al igual que había hecho Cicuéndez…).

Cuando todavía no estaban su madre y hermanos en la ciudad, aprovecharía para comer gratis en las Damas Apostólicas, que por otra parte servía cientos de raciones diarias, y tenían también un comedor reservado, más íntimo, para los funcionarios del Patronato, para algunas maestras, para algunas Damas, y probablemente en el que comerían también los capellanes y el Director cuando estaba de visita. De ese tiempo, Escrivá cuenta algunas anécdotas, de las que sacaba claras referencias sobrenaturales para alimentar la vida de sus hijos, como una de una cuchara de peltre. ¿No sacaría también acaso alguna anécdota, enseñanza o algo del santo varón jesuita? Dicen que Rubio tenía un magnetismo sobrenatural. Y probablemente hablaran de oración, de las diversas fundaciones que dirigía (¡y también de otras que quería fundar…! guiño), hablarían de la importancia de la buena prensa que era una de sus preocupaciones, y a lo mejor el joven Escrivá después tomaría alguna nota…, y de la catequesis en barrios pobres, y de alguna figura de la nobleza, etc.

José María a lo mejor le contaría al santo jesuita algo de su familia, de su madre y hermanos, de que quería traerlos a Madrid. Una vez que llegaron en noviembre de 1927, les hablaría de ellos. Y probablemente su madre Dolores, viuda, iría a alguna misa, sermón, o ceremonia religiosa oficiada por el P. Rubio, ya que vivían en la calle Fernando el Católico, próxima al Patronato, y querrían probablemente conocer al famoso jesuita, de quién su José María les hablaría de vez en cuando durante la cena familiar… Y a lo mejor el buen padre también querría conocer a la familia del joven capellán, que ya las conocería bastante bien por los cuentos que le había hecho nuestro Padre. Doña Dolores y Carmen también se relacionaron, naturalmente, con la madre y las hermanas de don Norberto. Y esa familia, los Rodríguez, serían anfitriones de los Escrivá-Albás, y los ayudarían, de forma análoga a como Norberto ayudaba a José María (ya hemos dicho: espiritual, afectiva, y económicamente). Pero la sobremesa no podía ser larga, porque el P. Rubio tenía muchísimo trabajo, y José María tenía que volver a la Iglesia a rezar el rosario a las tres…

Es lógico pensar que los dos capellanes, además de los almuerzos informales, tendrían alguna reunión de coordinación con el Director, no creo que semanal, pero sí que mensual, y también al comienzo del curso, etc. Verían p.ej. si había alguna ceremonia especial con los niños de las escuelas que dirigían las Damas, y si el P. Rubio les predicaría o no, si ese día sería Josemaría quien celebrara la misa y oficiara la Exposición (no podía predicar), o si lo haría el P. Rubio y Josemaría quedaría libre. También si invitaría algún amigo suyo, como el obispo de Málaga, para confesar a los niños, y por su parte Josemaría se ofrecería a invitar a su algo pariente, el Obispo de Cuenca. Y a lo mejor el P. Rubio le haría alguna pequeña reprimenda a Escrivá para recordarle cuál era su sitio y sus ocupaciones, y que estas no incluían la atención espiritual de las Damas Apostólicas, y en particular de Mercedes Reyna, que si alguna vez en ausencia del jesuita mayor el joven capellán realizó alguna actividad, esa había sido por excepción. Y así evitarían algunos roces también con las Apostólicas, que no quedó muy claro cómo fue la desvinculación y qué diferencias o murmuraciones o malos entendidos hubo. En cualquier caso, era imprescindible una coordinación de actividades entre los tres sacerdotes.

Más adelante, es probable que esas reuniones de coordinación con el Director, las tuvieran con el P. Sánchez Ruiz, cuando fue Director de las Damas Apostólicas, y antes que fuera Director de la Obra…

Es llamativo, realmente, el silencio de Escrivá y sus prelaticios sobre el P. Rubio, ahora san José María Rubio. En 1927 había una diferencia abismal entre ambos. Uno preeminente, mayor, con fama de santidad, y el otro joven, “fugado” de su diócesis, tratando de sobrevivir como sacerdote, y si no podía, como cónsul o como auxiliar de administración.

Escrivá tal vez estuviera fabricado de algún metal que no se sentía atraído por ese santo, o incluso hecho de barro. Es llamativo que no dijera nada del magnetismo que indudablemente Rubio generaba a su alrededor. ¡Estaba al lado de un santo! ¡De uno de los santos “más grandes” del Madrid de su época! Es increíble. Tocayos, además.

Como he dicho otras veces, Escrivá se callaba y ocultaba y deformaba todo lo relacionado con la Fundación de la Obra. Sobre los que lo habían ayudado. Sobre lo que había ocurrido en realidad: recopilar con alguna unidad fichas sueltas versus una comunicación directa de Dios con un mensaje claro y distinto durante la Santa Misa. En los Apuntes, cuando los liberen, es probable que se mencione poco al P. Rubio, principalmente porque Escrivá quemó las pruebas que mostraban cómo había sido realmente la Fundación. No sobrevivieron las notas anteriores a 1930, y el P. Rubio había fallecido en 1929. De todas formas, bien podría haber incluido en las larguísimas Cartas a sus hijos, Instrucciones, Pláticas, Meditaciones, Tertulias, alguna mención a aquel santo jesuita que era el Director cuando él era el capellán y acababa de “fundar” el Opus Dei. Que no haya mencionado a san José María Rubio, el Apóstol de Madrid y Director de las Damas Apostólicas, “demuestra”, a mi modo de ver, que es muy probable que el P. Rubio tuviera incidencia en la Fundación.

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[1] “Su Majestad el Rey, acompañado de la duquesa de Talavera, del Nuncio y señoras del Patronato, recorrió todas las dependencias, y al visitar los departamentos de los enfermos, tuvo un rasgo de los muchos que forman la trama de su magnánimo corazón. Dispuso que uno de aquellos departamentos corra en adelante a cargo de la Real Casa. Tan noble acuerdo es valiosísimo, no sólo por la cuantía, sino por la ejemplaridad.” Crónica de El Siglo Futuro sobre la inauguración de la Casa Apostólica

[2] Revista Católica de Cuestiones Sociales, Crónica Social, Madrid, agosto de 1924.

[3] Dejo constancia aquí: estoy convencido que el Apunte n. 202 contiene una falsificación de los años 60. Estoy persuadido que no fue escrito en 1931: "El día 13, supimos que se intentaba quemar el Patronato: a las cuatro de la tarde salimos con nuestros trastos a la calle de Viriato 22, a un cuarto malo —interior— que providencialmente encontré." De ser una reconstrucción con manipulación y engaño, mostraría a las claras no solo que Escrivá era un mentiroso (de lo que ya no tengo dudas), sino que además era una persona muy poco agradecida (de lo que tampoco tengo dudas). Habría que ver si encontró ese piso de manera providencial, o si se lo facilitaron las caritativas damas apostólicas… Más adelante volveremos sobre este asunto…

[4] Esta, y otra frase similar en la entrega anterior, a lo mejor no habrá pasado desapercibidas. Son un guiño al Vademécum de Sacerdotes (Roma, 25-VI-1987). A lo mejor, quién sabe, alguna de las disposiciones que todavía vivimos en la Obra las aprendió nuestro Padre de san José María Rubio… Por ejemplo, el cuidado del culto litúrgico.

El Padre estableció: “En concreto, antes de celebrar un acto litúrgico, ensayan muy bien —sobre todo si la ceremonia no se hace habitualmente—, y las veces necesarias, sin dejar nada a la improvisación. De este modo, se facilita vivir hasta en los menores detalles cuanto ordena en cada caso Nuestra Madre la Iglesia. Como es lógico, antes de tomar parte en una ceremonia litúrgica, los oficiantes se enteran de las particularidades que puedan tener los objetos que vayan a emplear: por ejemplo, cómo se abre la custodia; dónde está y cómo se descubre la cerradura del sagrario, si se encuentra tapada con una piedra; etc.” Me gusta imaginarme a José María Escrivá aprendiendo de José María Rubio.

[5] En un momento me había confundido y pensé que el certificado había sido conseguido después de su ordenación sacerdotal, o al menos después del fallecimiento de don José Escrivá, y, aunque no estuviera del todo bien, era más comprensible que no quisiera separarse de su madre, viuda. Pero no, el certificado lo consiguió cuando su padre estaba bien de salud, trabajando, y nada hacía sospechar que fallecería. Realmente, haber conseguido este certificado no parece nada heroico.

Otra referencia conocida es Elvis Presley. El Rey del rock and roll, ya famoso, fue sorteado para el ejército, y no se escudó en su fama, ni en fundar cuatro años más adelante una Obra, y allá marchó. No digo que sea un ejemplo para los miembros de la Obra de Dios, pero en esto fue más ejemplar que el santo fundador. Ni el fallecimiento de su madre lo alejó de su deber. (Estuvo 2 años en el ejército, y había dudas si iba a desaparecer del estrellato, pero sus productores tenían canciones y las iban lanzando en ese tiempo. Además, el servicio de Elvis a la Patria, lo hizo más famoso, y tuvo 10 top 40 en esos dos años inactivo…).

[6] En esa iglesia, entonces a cargo de los Redentoristas, el Fundador realizó sus exámenes trienales de licencias ministeriales en 1927. Tres décadas más adelante (1959), un Opus Dei ya triunfante y victorioso entraría a paso firme en esa Basílica Pontificia, ubicada a un tiro de piedra de la Almudena y del Palacio Real. Sería la primera iglesia pública de la que se hacían cargo los sacerdotes de la Obra. Al volver a celebrar allí el 17 de octubre de 1960, se despertarían muchos sentimientos en Escrivá: entre quién había sido y en quién se había transformado.

[7] No me imagino a Escrivá reescribiendo su pasado en una fecha tan temprana, y deformando la realidad de una forma tan patente en aquel entonces (aunque todo es posible, porque es enfermizo). Además, levanta sospechas es que afirme, ¡en 1939!, que tuve que prescindir de ellas en 1939. Hubiera sido más razonable escribir: “hace pocos meses tuve que prescindir de ellas” o “este año tuve que prescindir de ellas”. Ya veremos, pero a estas alturas resulta casi imposible navegar entre tanta mentira que ha lanzado la Prelatura. Ni siquiera se puede confiar en la fecha de los escritos…

[8] María Ignacia no fue la primera vocación femenina. En palabras de Escrivá, vino a ocupar el lugar de primera vocación de expiación. Pero ya había una numeraria anterior: Carmen Cuervo. ¿Por qué a veces se dice que María Ignacia fue la primera vocación de la sección femenina? Por este texto de sanjosemaría. A veces se confunde y piensa que la que pitó justamente un 14 de febrero de 1932 fue María Ignacia. Pero no, fue Carmen Cuervo. Por tanto, Carmen fue la primera vocación femenina, pero de acción. Era una mujer excepcional, y pitó dos meses antes que María Ignacia. Entonces, la unidad de vida era una realidad que Dios todavía no le había mostrado a Escrivá. En aquella época, separaba la acción de la expiación. Y no solo de forma teórica, sino que proyectaba Casas específicas para cada tipo de apostolado. Por tanto, Carmen y María Ignacia pueden considerarse ambas dos como la primera vocación, una de acción, la otra de expiación. Puede sonar un invento, pero considero que es correcto….

[9] Aun así, a mi modo de ver, la vida de Carmen (sus estudios, oposiciones, etc) se desarrolló más en el mundo que la de las posteriores numerarias…

[10] Fue su intento en Burgos, durante la guerra civil. Escrivá las trataba en casas de las Teresianas de san Pedro Poveda. Y las ponía a hacer ornamentos de oratorio. No sé. A lo mejor no salía del todo bien.  Ayer celebré la santa Misa por las nuestras. Por la tarde, a las siete, tenía citadas en las Teresianas a Carmen Munárriz y a Carmina su amiga, hija del general Martín Moreno. Tengo muy buenas impresiones. Me entienden. Trataremos de preparar vocaciones, con la excusa de un ropero, para hacer ornamentos para nuestra Casa. (Apunte n. 1566, de 10 de marzo de 1938).

 

Del segundo intento (fallido) es la vocación de Amparo Rodríguez Casado, que pitó en 1938 y fue la principal referente de la sección femenina entre 1939 y 1941, aunque después de unos años de numeraria, se hizo monja, al igual que Carmen Munárriz que también fue para monja. Carmen era la segunda vocación de esta segunda etapa (la primera era Dolores Fisac).

 

Total, que gran parte del primer fracaso, que le salían monjas, era “culpa” de Escrivá (que las conocía y trataba entre las monjas de Santa Isabel) y no de los “malvados” Norberto y Lino… Y el segundo intento, también para monjas, nuevamente fue 100% fracaso del Fundador. Y parece la crónica de una muerte anunciada: por el semillero del que surgían y porque cuando las admitía, las ponía a preparar lienzos de oratorio, etc.

 

Poniéndolas a hacer ornamentos religiosos, como las monjas, no iban a buen puerto. Tendría que haberlas puesto a redactar artículos de prensa, a hacer mítines, a practicar oratoria, a estudiar idiomas, a hacer esas cosas que no hacían las monjas. Incluso a montar una pensión u hotelito. No sé, cosas de mujeres de aquella época. Pero hacer costura de ornamentos religiosos, es como ponerlas a hacer formas para la misa, y si a eso se le suman las jaculatorias, rosarios, misas, dos medias horas de oración, triumpuerorums y tantísimas otras prácticas con que Escrivá recargaba la vida de los suyos, pues que sí, que no había duda que le saldrían para monjas.

[11] Finalmente, probó con las hermanas de los primeros numerarios, a ver si esas no le salían para el convento. En este caso, a lo mejor gracias a las conversaciones que tenían con sus hermanos (de sangre), podía funcionar mejor. Porque cuando Escrivá se ponía a hablarles a aquellas mujeres, es que nada, no sabía por dónde ir y terminaba repitiendo el único puchero que tenía: ese que le daba a las monjas, que es la labor que venía haciendo desde hacía demasiado tiempo… Y así se empiezan a repetir apellidos entre la Sección de Varones y la Sección Femenina: Fisac (Miguel y Dolores), Rodríguez-Casado (Vicente y Amparo), Jiménez Vargas (Juan y Dolores), Alvira (Tomás y Visitación), Botella (Francisco y Enriqueta y Raquel), etc.

[12] El Siglo Futuro, 14 de junio de 1927.

[13] Al considerar que Josemaría fue capellán de monjas durante tantísimo tiempo, es lógico que copiara de esas a las que conocía tan bien. Así reglamentó las vidas de las numerarias. Esto ya lo vimos en 2017 con la Instrucción para educar las novicias carmelitas descalzas en todos los conventos de la religión, de 1691... Escrivá era un adelantado…

Además, llegado el momento veremos algún otro manual de monjas que el Fundador copió para inspirarse. De esa sección que verá la luz en algún momento, extraigo estos párrafos:

“Mi principal molestia es que Escrivá nos estaba vendiendo consejos para monjas del [año] cuando nos dijo que nos estaba proponiendo (¿imponiendo?) una espiritualidad laical, nueva, fresca. Y en realidad vivimos como monjas de hace 250 años. Me siento engañado. Pero me ayuda para entender mejor la rareza de mi vida. Y también intuir por qué tantos se han vuelto locos: por tantas contradicciones vitales.

Escrivá adaptó de […] como también lo había hecho de las novicias carmelitas descalzas en todos los conventos de religión. A decir verdad, no se podía esperar otra cosa de Escrivá. En efecto, quien fuera durante tantos y tantos años capellán de monjas, no podía pensar en algo diferente.

De hecho, estoy convencido de que daría las mismas meditaciones a sus dirigidas monjas, a sus hijas numerarias y a sus hijos. Tal vez con muy pequeñas adaptaciones, pero de tantos años de meditaciones, pláticas y fervorines ¡simultaneando! su labor de capellán y director de conventos de monjas con su labor de capellán y fundador de la Academia DYA no podían tener otra consecuencia. Lo penoso es que todo esto ocurrió en los años que fueron, precisamente, los años de la fundación del Opus Dei, los años en los que configuró su Obra. De esto se arrepintió durante la década de 1960 y tuvo que reescribir el espíritu y la historia de la Obra (y la suya propia). Lamentablemente, en ese proceso no revisó convenientemente los métodos que utilizaba, que eran adaptación de los de los religiosos.”

[14] Después de trabajar para las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, fue capellán de la comunidad de monjas de clausura de Agustinas Recoletas que vivían en Santa Isabel desde el verano de 1931. En diciembre de 1934 pasa a ser Rector del Patronato, con sus honorarios y derecho a vivienda gratuita. Con este cambio, se hizo cargo también de otra comunidad de monjas, las de la Asunción, que atendían el colegio. Desde ese momento atendió las dos comunidades.

[15] El capítulo #18.4 comienza así:

“Agostino Gemelli (1878-1959) y sus Misioneros de la Realeza de Cristo, fundados en 1927. Los primeros miembros se asociaron el 20 de ¡agosto de 1928! Estos primeros fueron 11 ¡profesores universitarios! No hay que descartar que Escrivá contara con los Reglamentos de 1928 de esta institución italiana. Le hubieran venido la mar de bien. Se llamaba originalmente Pio Sodalizio dei Missionari della Regalità di Cristo. El artículo 2 de los Estatutos decía que el Instituto tenía una rama masculina y otra femenina (que había sido fundada junto con Armida Barelli). Escrivá no estaría de acuerdo con poner una rama femenina en los reglamentos que estaba redactando. Norberto le insistiría que, si iban a copiar, que copiaran bien, y que cómo dejar afuera a las mujeres: debía haber mujeres, pero como un apostolado a desarrollar más adelante, porque al comienzo los dispersaría, quitaría fuerzas

Si bien, y a diferencia de los Paulinos del Cardenal Ferrari, los Misioneros de Gemelli no han sido mencionados hasta ahora como antecedentes de la Obra de Escrivá, creo que es una hipótesis que hay que analizar con mayor detenimiento.

Los miembros del instituto de la Realeza de Cristo se consagraban a Dios, manteniendo su vida laical... De hecho, y a diferencia de la Obra de Escrivá, sus miembros no vivían en comunidad… (cfr. Artículos 5.3 y 19 de sus reglamentos). [Continuará.]”