Mi
peculiar camino hasta el vientre de la bestia...
Rosarigasino. 25/04/2022
Estoy
seguro de que las circunstancias llevaron a que pitara a mis quince años y
medio, en aquel lejano setiembre de 1984. A muchos les parecerán muy poco
comunes. Sin embargo, creo que compartirlas en una colaboración será reveladora
de cómo funcionaba en los hechos la maquinaria de captación de la secta Opus Dei.
Comenzaré
diciendo que por mis 12 años yo ya tenía un corso a contramano en mi cabeza, a
saber: Sin provenir de una familia
religiosa -ni mis padres iban a misa dominical, ni existían imágenes religiosas
en mi casa ni la doctrina católica desvelaba a nadie en mi familia-. A los 12
años me volví súper catolicón, de estar todo el día rezando, de incorporar
ávidamente nuevos rezos, y de comenzar a practicar pequeños suplicios físicos,
mortificaciones según la nominación del Opus. Todo ocurrencia exclusivamente
mía, sin influencia explícita de alguna persona que me incitara a eso. Mi hermana
mayor hace poco me preguntó el porqué, si nadie era para nada religioso ni en
mi casa y menos en la de mis parientes, que mi transformación en un santurrón
fue inexplicable.
Tengo
bastante claro el cómo se dio: en ese momento mi meta era ingresar a un
instituto secundario que dependía de la universidad nacional y cuya admisión
era exigente, con examen de ingreso y menos de un tercio de aplicantes que
lograban un cupo. Bueno, yo deseaba ávidamente, obsesivamente ingresar y en un
momento de ese proceso de cursillo de ingreso sentí culpa que no me estaba
esforzando lo suficiente, lo cual era cierto y mi madre me lo hizo notar
claramente. Tanto ella como mi padre eran universitarios, licenciada en
estadística ella, ingeniero civil él, y podían ayudarme todo lo que necesitara;
pero si yo no estudiaba ella me dejó bien claro que nadie iba a forzarme y que
el resultado iba a ser mi responsabilidad; (y esa es la gran moraleja de esta
colaboración: estimado, a la larga, vos terminás
siendo el único responsable de lo que resulta ser tu vida, y es así que hay que
tomar las decisiones el día de hoy, sabiendo que la responsabilidad siempre
será tuya, lo de obedecer ciegamente a otro no puede estar bien.)
El
claro mensaje de mi mamá tuvo mucho impacto en mí ya que en ese tiempo y hasta
que pité las opiniones de mis padres yo las tenía en la más alta consideración.
Así que desde ese momento además de aplicarme más al estudio empecé a agregarle
religiosidad a mi cursillo de ingreso. Afortunadamente ingresé en el instituto,
con una nota promedio. Como alumno regular tuve un desempeño definitivamente
superior al promedio, siendo el mejor promedio; en el 82 y en el 83, entre 240
alumnos y alumnas de mi año, aunque lamentablemente había pocas chicas en ese
instituto de orientación técnica, mi curso de 40 arrancó sólo con varones. Y además
de estudiar con mucho empeño, también seguí gravitando cada vez más hacia las
cosas religiosas, siempre individualmente, solo.
Bueno,
en un momento el cura salesiano de la parroquia María Auxiliadora con el que me
confesaba empezó a notarlo, de modo que su monotema en la confesión, acerca de
si "me tocaba el miembro" viró hacia darme para que leyera libros de
santos salesianos, Don Bosco, santo Domingo Savio (un "niño santo", o
mejor calificarlo como un infante que vivió su extremismo religioso en Italia
un siglo antes que yo, y cuyo ejemplo poco ayudaba a que yo fuera un chico
normal), inculcarme el hábito de rezar el rosario, cosa que empecé a hacer
diariamente, de rodillas en mi habitación, desarrollando notables callos de
monja. Y finalmente preguntándome si me gustaría ser sacerdote (previamente me
había preguntado la edad, creo que yo estaba llegando a los 14 años).
Nótese
que la proposición era "si quisiera", "si me gustaría";
jamás un "dios te está llamando" ni un "lo vi en la oración, si rezás vos también lo vas a ver" y el "no digas
que no al Señor, no cedas al egoísmo de la carne, no vendas tu primogenitura
por un plato de lentejas." Quedamos en que lo iba a pensar, aunque al
principio rechacé íntimamente la idea, jamás se me había ocurrido en mi vida no
casarme, ya tenía bien en claro que las mujeres me gustaban y mucho, y que más
temprano que tarde quería tener sexo. Pero
sí es cierto que la propuesta me halagó. Pero toda esta religiosidad mía, que
había tomado como un cariz de filosofía personal que podría calificar de
ascetismo, de estoicismo, de ir siempre por más y de no saber buscar un balance
personal hicieron que al cabo de algunas confesiones le respondiera que sí,
cosa que en mi familia se supo naturalmente, lo conté, al poco tiempo, además
que el cura salesiano jamás me indicó "ocúltaselo a tus padres".
En
mi casa la novedad provocó mucha sorpresa, aunque no era algo impensable dadas
mis rarezas; por ejemplo, la mayor de mis hermanas se sorprendió gratamente y
se lo contó a una amiga muy religiosa que estaba exultante. La posición de mis
padres fue que es muy temprano para que decidas algo así, que tampoco
aceptarían que yo quisiera casarme tan joven si fuera el caso. Mi confesor
salesiano al tiempo empezó a plantearme que ingresara al seminario salesiano en
los suburbios de mi ciudad natal, y que ahí completara mi secundaria. Con reparos
de mis padres fui un par de veces a ese seminario, una tarde de día de semana y
un domingo a la mañana. Claramente en ese ambiente no encajaba; muchos de los
seminaristas eran pibes traídos de comunidades aborígenes del norte, con muy
poco estudio, y una conversación muy corta. Eran muy aniñados, parecía que lo
único que hacían era rezar, cantar canciones religiosas, hacer tareas asignadas
por sus superiores y aprender un instrumento musical en ese
internado/seminario, que de escuela secundaria no tenía prácticamente nada.
El
director de ese seminario también me dijo la primera vez que fui que no le
parecía que eso fuera para mí, y la segunda vez que fui (por insistencia de mi
confesor) se lo veía incómodo, atribulado porque yo había vuelto a su seminario
salesiano, un domingo a la mañana que venía el obispo a celebrar la misa. Rarísimo
dado que quien me incitaba a ir era mi confesor, otro salesiano. En retrospectiva,
no puedo imaginar un lugar donde tan claramente los seminaristas fuesen
infantilizados, el lugar de donde no sorprendería que sucedan cosas tan
lamentables como abusos de seminaristas que salieron a la luz en los últimos 20
años... Claramente yo no era un buen "fit"
para el típico seminarista salesiano. (y si algo de abuso había internamente,
seguro yo no iba a ser la persona/víctima ideal para eso.)
Anyway, la
cosa es que la respuesta de mis padres a mudarme al seminario fue un claro no, que
yo acepté porque en ese momento la opinión de mis padres era la última palabra
para mí, a la que además le daba crédito. Pensaba -correctamente- que ellos
sabían más y mejor que yo. Vale mencionar que, para mí, la decisión de hacerme
cura era algo aún abierto, decisión a la que a mí me ataba este rollo de
filosofía personal estoica, de buscar la perfección, pero que íntimamente no le
asociaba la idea de que cambiar de idea posteriormente fuese algo terrible,
salvación o perdición. Era una cosa más de "yo puedo, tengo tanta
determinación que lo voy a hacer."
A
pesar que en mi secundaria era principalmente de varones, tuve oportunidad de
compartir actividades deportivas con una chica de mi edad que me era
increíblemente atractiva (opinión compartida por todos mis compañeros varones)
y que parecía darme cierta atención cuando coincidíamos en clases de tiro al
blanco los jueves a la tarde (el "deporte" que practicaba ese año),
que por cierto me inspiró regios sueños eróticos y "poluciones" nocturnas
(espero no ofender a nadie con este comentario, absolutamente veraz, pero es lo
esperable que le suceda a un adolescente varón al que le gustan las mujeres). Digamos
que cuando la atracción que sentía por esta chica se la conté al confesor
salesiano su sugerencia fue que, ahora que me había decidido ser sacerdote,
tendría que tratar de no pensar en las chicas de esa manera. Lo que hubiese
correspondido que responda es: fíjate, hace una vida de adolescente, salí con
quien te guste y si cuando cumpliste 25 todavía querés
ser cura, entrás a un seminario. Si no, vas a sufrir eligiendo
el celibato.
En
un punto del año 84, a mis quince años, lo de los salesianos estaba claramente
trabado; aun cuando seguía confesándome con el sacerdote salesiano, sabía que
no había mucha posibilidad de que lo salesiano prosperara en lo inmediato. Así que
pregunté en mi casa sobre la posibilidad de empezar a ir al grupo "acción
católica" de mi secundaria; otro no, esta vez inesperado y rotundo, de
parte de mi padre. Pasó media vida hasta que encontré una posible explicación a
la reacción tajante, brusca de mi padre, y creo que tiene que ver con un primo
lejano suyo, que iba a un grupo de acción católica por los años setenta con la
mujer, se hicieron terroristas montoneros, los desaparecieron y recientemente
encontraron a la hija de ambos que había nacido en cautiverio y entregada a
apropiadores para que creciera sin saber su identidad. La desaparición de ese
primo lejano era algo que se hablaba en casa de mi abuela, pero jamás se
mencionaba lo de su participación en un grupo terrorista; aun así, pienso que
mi padre tenía fundadas sospechas de cuál había sido su suerte. [Información
detallada sobre qué hicieron: asesinar a un militar retirado y su mujer a
sangre fría, cómo los atraparon, el nacimiento en cautiverio y la recuperación
de la nieta treinta años después fue detalladamente publicado por Página/12 con
motivo de la identificación de la beba robada.] El no de mi padre era una
precaución por demás fuera de lugar, dado que lo que menos había en ese grupo
de acción católica era política ni la más mínima intención de hacer alguna
acción con impacto social; era simplemente un grupo de chicos y chicas que se
reunían y asistían a misa previamente a la salida del sábado a la noche.
Así
termina resultando que, cuando un compañero de secundaria, hijo de un
supernumerario, me invitó a un club del Opus Dei, en principio mis padres lo
vieron de una forma positiva. Recientemente
me enteré que ya había invitado a otros del curso y que habían salido corriendo
después de asistir un par de veces, pero bien que se guardó ese detalle. Mi madre
lo vio bien porque me sacaba de tanta absorción por el estudio y la pretensión
de entrar a un seminario, y mi viejo porque me relacionaba con una institución
"poderosa" donde seguramente conocería gente acomodada. (así era su
mentalidad.) Eso no quita que un primo
mío le advirtiera acertadamente el peligro que para mí significaba.
Este
primo es quien veinte años después me acercó el
libro de María del Carmen Tapia, que mencioné en mi
colaboración anterior.
Mi
compañero me dijo que el club era del Opus Dei, "¿conocés
el Opus Dei?" "¡¡¿en serio que no?!!" "¡cómo podía ser que
no supiera del Opus Dei!" (seguramente para él fue un alivio; desde el año
83 se estaba dando mucha relevancia en la prensa la quiebra del grupo Sasetru, que involucraba a un supernumerario en la estafa.
Y
después me da la explicación de que el Opus Dei busca que la gente sea santa en
medio del mundo, en sus actividades y profesiones, que no necesita hacerse
religioso ni monja para aspirar a la santidad; a mi esa explicación me deja
totalmente en ayunas. ¡Qué novedad tan poco novedosa para ser un carisma
particular! ¿y entonces? Era lo que yo venía escuchando desde siempre en los
sermones, la catequesis, lo que enseñaba cualquier cura diocesano, salesiano. Mi
compañero se conforma en que le digo que voy a ir, y no gasta energías en
explicar algo sobre lo que seguramente no tiene nada más que decir porque como
carisma lo del Opus Dei no tiene nada de original o particular.
Así
que el primer viernes que fui, participé de una charla. (la dio un -ahora- ex-numerario, que hace rato se fue, y entiendo vive con su
mujer e hijos en Alemania desarrollando una carrera distinguida como físico
teórico.) Me acuerdo que en la charla se mencionó a las cruzadas como una
muestra ejemplar de santidad (en el instituto me enseñaban la versión histórica
que no era para nada positiva y que explicaban las cruzadas con motivaciones de
lo más mundanas). Así que al final de la charla, en el uno a uno con esta
persona le dije que su opinión de las cruzadas como algo para poner de ejemplo
era un disparate. Su respuesta es que no, que las cruzadas fueron la gran cosa,
pero sin justificarlo ni responder ninguno de mis puntos, tal cual como siempre
fue después en el Opus Dei; se podría decir que están en un paradigma tan
distinto que imposible cambiar opiniones con ellos, hasta sobre hechos
históricos de hace siglos. Y luego hablé con el cura (un abogado que creo que
sigue adentro y que obviamente jamás pudo desarrollarse profesionalmente.)
Recuerdo
de ese primer encuentro la cara de decepción del cura cuando le conté que no me
confesaría con él porque ya tenía confesor, y que yo pensaba hacerme cura
salesiano, fue como que su cara dijo "qué decepción, hasta acá llegó la
conversación"; lo mismo en el largo plazo este curita pudo reivindicarse
como persona en el momento de mi salida en una charla realmente liberadora que
tuve con él.
El
cura sí me ofreció prestarme un libro que pasé la mañana siguiente a buscar por
el centro, título: "La religión demostrada" una obra de un francés de
principio del sXX, bien en la línea racionalista
católica. Recuerdo que el autor decía varias pendejadas, como que "los
enemigos de la Iglesia saben que, si cae Francia, cae la Iglesia y la
cristiandad" (el autor, un paleo-lefevrista), o
que los panteístas afirmaban que un hongo que creció por la noche es un dios
que surgió de la tierra.
El
libro, con pretensiones de enciclopedia, empezaba por las vías de Santo Tomás,
tema clave para mí a esa edad, porque a pesar de mi santurronidad
no dejaba de ser un adolescente que tenía dudas sobre la existencia de dios,
del alma, de lo no material. Comencé a leerlo con avidez, pero era intragable,
imposible leerlo de corrido si no estabas buscando un tema en específico.
El
libro no resolvió ninguna de mis dudas filosóficas/religiosas, pero el Opus Dei
fue increíblemente eficaz con el tiempo para vaciar mi cabeza de esos temas y
rellenarla con temas de interés de la secta, y eso en pocos meses, y que
giraban casi exclusivamente en la obsesión por el proselitismo entre
adolescentes, por traer vocaciones, labor para la que yo era absolutamente
inútil, como casi todos los numerarios del centro de mi ciudad, y de los demás
centros por los que pasé. Es decir,
raramente alguien pitaba.
Al
final del primer año fui con el club a un campamento de lo más copado, todo
diversión, subir cerros, hacer fogatas, dormir en carpas; lo único que faltaba
para que eso fuera increíble era el otro sexo; por estar en ese campamento me
perdí la entrega de mi premio al mejor alumno de segundo año, premio que ya me
habían dado el año anterior. Subió mi hermana a recibirlo.
Hago
hincapié en esos premios porque a partir de que pedí la admisión mi desempeño
académico cayó notablemente, de mejor alumno por mucho a alumno promedio. Imposible
mantener las súper notas que tenía en un instituto tan exigente teniendo que
ponerle horas y horas de mi día a cumplir normas más propias de la vida monacal
que de alguien inserto en el mundo, y con un director que se ponía pesado, que
me quería en el centro todo el tiempo, hasta incluso un triste día me hizo
llegar tarde al velorio de una prima muy querida, cosa que realmente cayó
pésimo en mi familia.
Volviendo
al 84 en un momento del año empezaron a invitarme a las meditaciones de los
sábados en la residencia. Yo copadísimo de estar en ese ambiente de
universitarios, de hecho y como dije yo cursaba mi secundaria en un instituto
dependiente de la universidad nacional, así que sentía que pertenecía. Después de
las meditaciones normalmente estaba la posibilidad de quedarse a cenar y luego
algo divertido, aunque más no fuera jugar al ATARI, o al ping-pong en el club y
todo el tiempo en un clima festivo, de grandes amigos que se hacen chanzas, que
yo asumí que era natural y sincero; definitivamente eso cambió una vez que
pité: todo vínculo de amistad o trato más cercano se cortó inmediatamente.
Más
tarde en el año me invitaron a un retiro, también algo soñado para mí (como
dije antes tenía un gran fervor por incorporar actividades religiosas a mi
vida, fervor que más vale hubiese dirigido a actividades más propias de mi
edad), y entonces decidí ya dejar al confesor salesiano y cambiar por el
sacerdote del Opus Dei. Aun así mi plan aún era
convertirme en un sacerdote en el futuro.
Por
ese tiempo a mi madre el tema ya le empezó a caer espeso sobre todo por estar
yo en un ambiente de gente universitaria, por cargarme con más actividades
religiosas como la misa diaria, que más me alejaban de ser un adolescente
normal. Pero yo era insistidor con que eran
actividades divertidas, que iba con mi compañero del curso. Hasta ese momento ninguna mentira decía yo en
mi casa y todo era naturalmente sincero.
Así
que ya un tiempo antes de pitar, yo ya estaba conscientemente a la espera que
me propusieran ser del Opus Dei y pasar a ser un "insider".
Es decir que lejos de tener que remarla para crear una crisis vocacional en mí,
yo estaba como adelantado en la línea de llegada esperando para que me
propusieran pasar a pertenecer, como había pasado un par de años antes al
recibir la propuesta de si quería ser sacerdote, la propuesta de ser numerario
también me iba a producir un efecto "halagador" y ya empezaba a
fantasear con lo que podría ser mi vida en esa condición.
Y
de hecho eso, el planteo, pasó el primer día de setiembre de ese año, después
de la meditación del sábado en el centro universitario. Planteo y respuesta
afirmativa el mismo día. Creo que fue el director que me invitó a charlar en la
dirección, me hizo el rollo de la vocación a numerario, que ser numerario era
con celibato, vivir a partir de los 18 años en un centro y poco más; que orara para VER mi vocación, que rezara para ver lo que Dios
quería de mí, que rezara el famoso "ut videam!".
Bueh,
luego de la meditación di mi respuesta, que fue la verdad, que quería hacerme
del Opus Dei, que todo el ambiente ese del centro me gustaba mucho, que en el
largo plazo quería ser sacerdote, y todo esto no porque lo viera, sino porque
si yo podía dar más, entonces tenía que dar más (mi filosofía personal
ascética/estoica).
Como
después de la meditación escribí la carta pidiendo la admisión como aspirante,
no hubo necesidad de tratar de cambiar mis razones para entrar. Sin embargo ahí quedó revelada, como dice el personaje del
arquitecto en la película The Matrix, la falla
fundamental en todo esto de la llamada a la vocación del Opus Dei ("The fundamental flaw is ultimately expressed
and the anomaly revealed as both beginning and end", "the problem is
choice").
Y
es que no existe la tal llamada, es simplemente elección del individuo en un
contexto condicionado y manipulado, sin darse nunca una revelación particular,
sin que exista un evento que enfrente al individuo con una revelación de la
específica voluntad de Dios para él.
Creo
que eso la Iglesia lo tiene claro; y otros grupos, como los salesianos y los
jesuitas, también. La revelación terminó con San Juan, y el Apocalipsis. Cualquier
declamación posterior de una revelación, aunque quien la reciba se llame Santa
Teresa, San Juan Bosco (y sus frondosos sueños sobre autopistas en la
Patagonia) o Girolamo Savonarola,
o más aún un poco equilibrado como Escrivá es algo que nadie está obligado a
creer. Toda esa cosa de "Dios me habló y..."
nah, nah, nah; si estás muy convencido de que tuviste una visión ponéle los porotos a que alucinaste.
En
el Opus Dei, no sólo el no-santo-de-mi-devoción Escrivá afirma que fundó por
inspiración divina, que tuvo una revelación particular en la que Dios le mostró
todo y cada parte de lo que tenía que fundar, (revelación que ni él, ni yo ni
nadie estamos obligados a creer, y que personalmente no creo que haya existido
más que como una alucinación) sino que cada miembro se lo induce a que diga,
afirme, confiese que Dios le mostró la vocación, que Dios le dio una revelación
privada. (y en esa línea están las sarasas del lucero.) Si ahora el Opus Dei cambia o
cambió, no me consta, pero bienvenido sea; sería un quiebre importante con el
espíritu/engaño fundacional, algo en la dirección correcta.
Cuando
contrasto con lo del cura salesiano (tipo también problemático, ya que plantearle
ser cura a un chico de 14 es grave y no debería permitirse... Además de que en
la confesión chantajeaba emocionalmente e incluso este cura le negó la
confesión a una de mis hermanas al enterarse que era alumna del colegio
anglicano, adonde yo también había ido en la primaria...) Queda manifestado el
abismo espiritual, la transgresión del Opus Dei y que es una línea espiritual
que jamás debería cruzarse: "¿te gustaría ser sacerdote?" versus
"reza para ver la llamada de Dios, los directores ya la vieron..." No
es menor; el primer caso es elección y preferencia personal, el segundo es la
falacia que sólo una elección es correcta, la otra es la perdición del alma,
malgastar la inmolación de Cristo...; es la falacia de que esta es la voluntad
de Dios, entonces todo lo que no es esto estrictamente es opuesto a la voluntad
de Dios.
Mi
afirmación y reafirmación en las semanas siguientes a pitar de que yo no había
tenido la tal "visión" de mi vocación en distintas charlas no pasó
desapercibida; por cómo se dieron las cosas a lo largo de los años se ve que
alguien tomó nota y volvió sobre el tema a su debido tiempo (al fin y al cabo
¡qué no hubiera dado yo por tener una revelación particular con lo santurrón
que era!, hubiera sido la respuesta a tantas dudas personales sobre la
existencia de Dios).
La
primera vez que volvieron sobre el tema de la llamada particular fue en ese
primer curso anual en Las Delicias.
Primera
noche, primera tertulia: ronda, en la que cada uno debía contar cómo llegó a
ser numerario y muy específicamente cómo "vio su vocación". Yo estoy
entre los últimos de la ronda; uno por uno cada quien cuenta que si sus padres
eran de la obra, que si lo invitó un amigo, que cómo
le plantearon pitar, e invariablemente todos terminaban en un "entonces vi
la vocación!" "la vi" "Dios me la mostró en la
oración"; todos con la certeza de haber recibido una revelación
particular, una inspiración divina que no dejaba lugar a dudas.
Todos
contentos, especialmente los directores, hasta que llega mi turno.
Así
que para espanto de todos ahí largué mi rollo, empezando por lo de los
salesianos y terminando porque jamás había visto nada, sino que había hecho lo
que pensaba era lo mejor, pero claramente dije "yo no vi nada..." No exagero
cuando digo que la expresión del director del curso anual fue de ojos
desorbitados, de sorpresa y de disgusto. Obviamente durante el resto del curso
anual y por bastante tiempo nadie volvió a insistir conmigo sobre eso que a mí
me faltaba, pero que tan frecuentemente aparecía en los escritos internos como
hito de confirmación que ataba, comprometía a la persona con su vocación y con
el Opus Dei.
La
segunda vez fue en las charlas de salida, final de 1990; el vocal de san miguel
de la delegación Buenos Aires hacía el rol de áspero, duro, y tiró el tema en
la conversación por sorpresa pienso que era su intención, citando a no sé quién
(¿san ambrosio? ¿orígenes? ¿san Agustín? Imposible recordarlo, (siempre
manoteaban supuestas citas de padres y doctores de la iglesia de modo de tener
un argumento de autoridad para darle cuerpo a su retórica, el fin siempre
justifica los medios en charlas como esa, especialmente si quieren bloquear tu
salida, tu deserción, tu "traición".)
Resulta
que entre gestos ampulosos este vocal de san miguel de la delegación Buenos
Aires citó justamente que ¿san ambrosio? había dicho específicamente que si
alguien no había recibido una llamada pero que convenía que la hubiese recibido
porque vivía como si la tuviera, entonces con seguridad Dios respondería a esa
generosidad dándole la vocación, o ya se la habría dado (mi caso, y asunto
cerrado). Es decir, listo, no importa todo lo que escuchaste antes, de acá no
podés irte sin saber que estás traicionando a Dios.
Bueno,
ya para esa altura estaba bien al tanto de la treta retórica, de que cualquier
cosa se podía justificar internamente en charlas como esa citando a anda a
saber qué fulano de la edad antigua, particularmente la frondosa literatura de
doctores y padres de la Iglesia, suponiendo que alguna vez efectivamente lo hayan
dicho.
A
la larga, y eso me había quedado en claro un tiempo antes, lo único que
importaba en el Opus Dei era obedecer, y si eso suponía ir contra la razón, el
sentido común o el más mínimo sentido de justicia (con otros o con uno mismo),
no tenía que importarte porque jamás te equivocarías si obedeces. Está claro
que esa pretensión de comportamiento en los miembros del Opus Dei pone
claramente a esta organización profundamente en el territorio de las
sectas.
Se
ve que al otro que me llevó, el hijo del supernumerario, también le pidieron
que ocultara a la familia su pedido de admisión y que, obviamente, el padre no
tardó en descubrirlo. Si alguna vez pude ver presencialmente un padre tomando
las riendas para sacar del Opus Dei a su hijo fue paradójicamente este supernumerario
(entiendo, por mi antiguo compañero de secundaria, que su padre sigue siendo
supernumerario.)
Estábamos
en su casa, con idea de ir juntos al centro; el padre lo
sienta a mi amigo y le pregunta "a dónde vas?" "al
centro" le responde con bastante incomodidad mi compañero; "no, no
vas" "pero..." "no, no vas" "pero, pero..."
"no, no vas"
Al
final no fue, fui yo sólo al centro esa tarde sin mi compañero. Con los días ya
lo vi cada vez menos en el centro hasta que se me acercó bastante incómodo en
la secundaria, después de clase, y me dijo que él no seguía, pero que yo seguro
que tenía que seguir, que tenía la vocación (y pregunto: ¿por qué a mí me tenía
que tocar la maldición de ser numerario y no a otro?)
Después
de pitar, mi atención fue invariablemente virando hacia otros temas; cambié
rápidamente, me volví mucho más inflexible, rígido. Amigos de curso
evangelistas, bautistas, con los que antes hablaba de temas que incluían
religión (el gran tema de interés para mí) pocas semanas después empezaron a
tratarme con el mote de fanacoa (por fanático). Si a mi casa mi hermana traía
de la facultad un panfleto que yo consideraba ofensivo para la religión, lo
rompía y lo tiraba por la ventana generando una gran discusión familiar; cuando
un compañero de curso trajo una revista pornográfica a clases también se la
tiré por la ventana, no me importó que fuese propiedad de otra persona.
Ya
para ir terminando esta segunda colaboración, sí recuerdo que tanto el director
como el sacerdote del centro hicieron mucho hincapié esa noche en que pité en
que no les contara a mis padres, que se los ocultara, "por supuesto sin
decir una mentira", pero usando cualquier artimaña; otra cosa tan
característica adentro, el retorcimiento retórico para terminar logrando el
mismo efecto de la mentira, pero con tranquilidad de conciencia.
Volví
a la noche a mi casa, bastante conmocionado por los sucesos del día, con un
sentimiento, un sabor en el ánimo de que algo no estaba bien, que la cosa no
había sido la epifanía que yo esperaba, sino que había empezado a revelarse
como algo de tono gris. Que esto de pedir la admisión como aspirante no estaba
a la altura de la cosa increíble que pensé que iba a ser, que esto de no ser
sincero con mis padres era una señal de alarma. Que esto de que entrás pero que ya no te podés ir era más parecido a un
encierro que a otra cosa.
Anoté
en mi diario/agenda "365 días con Cristo" de la congregación de
claretianos: "hoy pité; pienso que no tendría que haberlo hecho."
Rosarigasino