Una puntualización sobre la Iglesia ante el Holocausto

por Rescatado 17-02-2012

 

 

Al leer con interés, como de costumbre, el escrito de Dionisio Sobre la credibilidad, el 10 de febrero, encontré en el párrafo segundo unas afirmaciones que, de no enviar esta puntualización, me sentiría cooperante pasivo de una injusticia (aunque sea involuntaria). Aparte de que, como ya indiqué, toda mezcla de datos verdaderos con otros falsos, en una denuncia, desacredita la validez de los primeros. Por ello veo aconsejable enviar diez páginas de un libro en el que abordé esa cuestión.

 

1.2. Pío XII y la protección del pueblo judío

 

1.2.1. Una leyenda negra

 

Cuando murió el papa Pío XII –el 9 de octubre de 1958– se produjeron declaraciones de personajes relevantes del judaísmo que quisieron que constase públicamente su valoración y agradecimiento por las actuaciones de este papa, en defensa del pueblo judío y de otros colectivos perseguidos durante las invasiones de los nazis. Entre estos declarantes estuvieron GoldaMeir, la ministra de Asuntos Exteriores de Israel, el rabino Jacob Philip Rubin, presidente de la conferencia Central de los Rabinos Americanos, y el doctor Brodie, rabino jefe de Londres. Veamos un párrafo de la declaración de este último:

 

Nosotros, miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado su valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos y de la persecución (L’Osservatore Romano, 11 de octubre, 1958. Cit. en Gaspari, 1998, p. 130).

 

¿A qué se debe que, sin embargo, desde pocos años después, se haya ido propagando una especie de “leyenda negra” que acusa a Pío XII, entre otros errores, de haber permanecido en silencio ante el exterminio de los judíos promovido por Hitler y no haber publicado una encíclica contra el racismo, que ya se había preparado al final del pontificado de Pío XII?

 

Una de las causas principales de esta imagen antipática sobre un Pío XII cobarde y frío ante los crímenes de los nazis parece haber sido la obra teatral escrita por Rolf Hochhuth en 1965, titulada El Vicario. A pesar de que, después de su publicación, recibió numerosas críticas tanto de cristianos como de judíos, pienso que su contenido fue uno de los desencadenantes principales de estos rumores gravemente injustos por su carácter calumnioso, que han provocado que, todavía cuarenta años después, sean muchas las personas que juzgan a Pío XII como alguien que no hizo lo que estuvo en sus manos para proteger a los judíos.

 

Quiero dedicar aquí un espacio a esta cuestión, ya que para mí, una vez obtenida una información apoyada por abundante documentación, ha pasado a ser causa de una de mis principales alegrías sobre la actuación de la Iglesia Católica, bajo la guía de este papa, durante los años de la segunda guerra mundial y los que la precedieron. La fuente principal en la que me baso en este apartado –y que recomiendo a los interesados en esta cuestión– es el libro de Antonio Gaspari: Los judíos, Pío XII y la leyenda negra. Historia de los hebreos salvados del holocausto. Barcelona: Planeta, 1998. He tenido también presente el capítulo de R. Aubert: El medio siglo que preparó el Vaticano II en AAVV: Nueva Historia de la Iglesia, tomo V (1977). De la muy abundante bibliografía citada por Gaspari, conviene destacar dos publicaciones que han sido muy relevantes para su investigación: Actes et Documents du Saint-Siège relatifs à la SecondeGuerreMondiale, Ciudad del Vaticano, 1975, y la del principal investigador sobre este tema, el jesuita Pierre Blet: Pie XII et la SecondeGuerre Mondialed’après les archives du Vatican, Francia: LibrairieAcadémiquePerrin, 1997. El efecto de esta leyenda negra ha sido tan eficaz que, en ocasión de publicarse en 1998, presentado por el cardenal EduardIdrisCassidy, como presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, el escrito titulado: Nosotros recordamos: una reflexión sobre la “Shoa, su publicación provocó algunas discusiones airadas. Hay que tener presente que su finalidad –para profundizar y completar lo dicho anteriormente en tres declaraciones oficiales de la Iglesia católica, la primera de ellas NostraAetate, en el concilio Vaticano II– era reconocer con dolor y humildemente las ocasiones en las que los cristianos, a lo largo de la historia, no actuaron correctamente en sus relaciones con los judíos. Para mí, las trece páginas que componen este documento constituyen una filigrana de precisión y de amor a la justicia, en su forma de expresarse. Por supuesto que no faltaron declaraciones de judíos que valoraron positivamente y con agradecimiento el contenido de esta declaración, por ejemplo: TulliaZevi, presidente de la Unión de Comunidades judías italianas, Rita Levi Montaluni, premio Nobel, y Máximo Caviglia, director de Shalom, la revista mensual de más prestigio de la comunidad hebrea italiana. Sin embargo aparecieron otras muchas declaraciones de judíos descontentos. Entre ellos, Elie Wiesel, premio Nobel de la paz declaró: “El genocidio nació en el corazón de la cristiandad”, y el historiador George Mosse afirmó, refiriéndose a Pío XII: “El silencio fue su culpa” (Cfr. Gaspari, 1998, pp. 13s.).

 

1.2.2. Declaraciones de agradecimiento de judíos a Pío XII y a la Iglesia católica

 

Pienso que quienes tienen más autoridad para reconocer la generosidad de Pío XII, y de otros muchos miembros de la Iglesia católica en sus actuaciones protectoras de los judíos –principalmente en Italia y en Alemania, sin olvidar a los restantes países europeos que cayeron bajo el dominio de la invasión nazi– son los testigos directos y los que se beneficiaron de haber salvado sus vidas del holocausto. De los abundantes testimonios recogidos por Gaspari, tras decenas de entrevistas con los protagonistas de esas actuaciones –tanto con los salvados de la muerte como con los salvadores, y con la información de los archivos del Vaticano analizada por Pierre Blet– me limito aquí a citar unos pocos. Antepongo aquellos que se refieren explícitamente a Pío XII, y a continuación selecciono algunos de los referidos a la Iglesia católica, sin nombrar al papa.

 

a) El rabino jefe de Roma, Elio Toaff, en ocasión de la muerte de Pío XII, declaró:

 

Más que ninguna otra persona, hemos tenido ocasión de experimentar la gran bondad y magnanimidad del papa durante los infelices años de la persecución y del terror, cuando parecía que para nosotros no habría ninguna salvación. La comunidad israelí de Roma, donde siempre ha sido muy vivo el sentimiento de gratitud por lo que la Santa Sede ha hecho a favor de los judíos romanos, nos autoriza a referir de manera explícita la convicción de que cuanto hizo el clero, los institutos religiosos y las asociaciones católicas par proteger a losperseguidos, no puede haber tenido lugar sino con la expresa aprobación dePío XII (L’Osservatore Romano DellaDomenica[monográfico], 28, junio, 1974.

Cit. en Gaspari, 1998, pp. 73s.).

 

b) En el Museo de la Liberación de Roma hay una placa en la pared, en la que consta esta declaración:

 

El congreso de los delegados de las comunidades israelitas italianas, celebrado en Roma por primera vez después de la liberación, siente el imperioso deber de dirigir un homenaje reverente a Vuestra Santidad, y expresar un profundo sentimiento de gratitud que anima a todos los judíos, por las pruebas de fraternidad humana suministradas por la Iglesia durante los años de las persecuciones y cuando su vida fue puesta en peligro por la barbarie nazi. En muchas ocasiones hubo sacerdotes que acabaron en la cárcel o en los campos de concentración, inmolaron su vida por asistir a los judíos en todo lo posible (Gaspari, 1998, p. 175).

 

c) Joseph M. Proskaner, presidente del Comité Judío Americano (American Jewish Commitee) declaró por escrito lo siguiente:

 

La intervención de Su Santidad, de las nunciaturas apostólicas y de los prelados católicos en el mundo entero han sido, sin duda alguna, prueba de una gran responsabilidad. Estas actividades benéficas avalan, en tiempos de barbarie moderna, la noble tradición humanitaria de la Iglesia católica. Todo ello ha inspirado al pueblo judío un profundo y duradero sentimiento de gratitud (Ibidem, p. 176).

 

d) Perlzweig, representante del Congreso Mundial Judío (WorldJewishCongress) de Estados Unidos envió el siguiente mensaje al delegado apostólico:

 

Las repetidas intervenciones del Santo Padre a favor de las comunidades judías de Europa suscitan un profundo sentimiento de aprecio y gratitud en los judíos de todo el mundo. Estos actos de coraje por parte de Su Santidad quedarán en la memoria y en la vida del pueblo judío (Ibidem).

 

e) IsaakHerzog, gran rabino de Jerusalén, quiso expresar su agradecimiento dirigiendo un escrito a monseñor Roncalli (futuro papa Juan XXIII), delegado apostólico en Estambul:

 

El pueblo de Israel no olvidará jamás el apoyo dado por Su Santidad a sus desafortunados hermanos y hermanas en el momento más triste de nuestra historia(Ibidem).

 

f) La Junta Nacional Judía de Asistencia Social (Nacional JewishWelfareBoard) se dirigió por escrito a Pío XII:

 

Puesto que la libertad ha vuelto a Europa, nuestros soldados nos han contado la ayuda y protección que el Vaticano, los sacerdotes y las instituciones de la Iglesia han dado a los judíos italianos durante la ocupación nazi del país. Estamos profundamente conmovidos por estas escalofriantes historias de amor cristiano. Sabemos bien que por esta actividad de ayuda a los judíos muchos han arriesgado la vida y otros han muerto a manos de la Gestapo. Desde lo profundo del corazón enviamos al Santo Padre nuestra gratitud infinita por esta noble expresión de hermandad religiosa y de amor (Ibidem, p. 178).

 

g) El senador Abraham Jacob Isaia Levi, que pudo salvar su vida gracias a la protección de las Hermanas de María Niña, en cuya casa permaneció escondido durante toda la ocupación nazi, como agradecimiento hizo en su testamento donación al papa de la Villa Georgina, sugiriendo que en el futuro se pudiese destinar a la Nunciatura Apostólica, lo cual se llevó a cabo por Juan XXIII:

 

Dejo al pontífice reinante Pío XII, Villa Levi, actualmente Villa Georgina, en recuerdo de mi amada hija. Veinte mil metros cuadrados de superficie y un jardín con plantas de valor (Gaspari, 1998, p. 39).

 

Levi había creado la fundación Pan y Casa para todos, y dejó la mayor parte de su fortuna al hospital Mauriziano de Turín y otra parte a judíos ancianos, incapacitados y pobres. Al acabar la guerra solicitó el bautismo para integrarse en la Iglesia.

 

h) El rabino jefe de la comunidad judía de Roma, Israelí Zolli, protagonizó una gran actividad protectora de los judíos, al advertir con anticipación el peligro de una invasión nazi. Durante la ocupación pudo salvar su vida gracias a que “fue acogido por dos jóvenes esposos cristianos, de condición obrera, que habían perdido a sus padres, y lo asistieron como a un padre hasta la liberación de Roma” (Gaspari, 1998, p. 43). Acabada la guerra organizó la celebración de una ceremonia solemne, en la sinagoga, para expresar el agradecimiento del pueblo judío al papa.

 

El 25 de julio pidió y obtuvo una audiencia con Pío XII para agradecerle oficialmente todo cuanto él, personalmente y por medio de los católicos romanos, había hecho a favor de los judíos, abriéndoles conventos y monasterios, dispensando de la ley canónica de la clausura papal a muchos monasterios femeninos, para que los judíos pudieran ser acogidos y librados del furor de los nazis (Paolo Dezza: “Eugenio Zolli: Da Gran Rabbino a testimone di Cristo”. La Civiltà Católica, 21, febrero, 1981. Cit. en Gaspari, 1998, p. 44).

 

Se convirtió al catolicismo, bautizándose el 13 de febrero de 1945. Este acontecimiento produjo, como es habitual en estos casos, un profundo malestar y escándalo en el judaísmo mundial. Cambió, en ocasión del bautismo, su nombre Israele por el de Eugenio, como muestra de agradecimiento a Pío XII, cuyo nombre de pila era Eugenio Paccelli.

 

i) Una declaración pública de agradecimiento que tuvo gran resonancia fue la que presentó Albert Einstein en el Time Magazine:

 

Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés especial en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente (Einstein: Time Magazine, 23 de diciembre de 1940, p. 40. Cit. en Gaspari, 1986, p. 162).

 

j) Como último ejemplo de testimonio de agradecimiento –entre otros muchos másmerece la pena citar el que Emilio Viterbi, profesor de la Universidad de Padua, dirigió al obispo de Asís, monseñor Placido Nicolini, y al clero de su diócesis. Éste también muestra ser consciente de que todos ellos actuaban según un plan promovido por Pío XII, que se había dirigido, al inicio de la ocupación nazi, a todos los conventos, residencias y demás instituciones eclesiales, encargándoles que abriesen sus puertas y acogiesen a los judíos y a todos los demás grupos antinazis perseguidos.

 

Innumerables episodios se podrían citar para iluminar la indefensa y santamente humanitaria acción que el clero de Asís cumplió a favor de los judíos perseguidos, bajo la guía de su obispo, monseñor Placido Nicolini, que con tan gran amor y celo ha seguido la filantrópica voluntad del Santo Padre. Durante la última época de la ocupación alemana, su obispado se convirtió en asilo para una infinidad de refugiados y perseguidos. No obstante, cuando fui a verle para pedirle si en un momento extremo podría alojarme a mí y a mi familia, con su gran sencillez y con su sonrisa bondadosa me respondió: “No tengo libres más que mi dormitorio y mi estudio, pero puedo arreglármelas para dormir en este último. El dormitorio está a su disposición […]

 

Todos los judíos de Europa deben un reconocimiento profundo al clero católico por la, en verdad, santa obra de ayuda y protección que se les ha prestado en el triste periodo hace poco finalizado… No nos olvidaremos jamás de todo lo que se ha hecho por salvarnos y lo contaremos a los demás y a nuestros hijos; porque en una persecución que aniquiló a seis millones de judíos sobre seis millones y medio que vivían en nuestro viejo continente, en Asís ninguno de nosotros ha sido tocado. Sea ello ejemplo de la verdadera fraternidad que debe reunir a toda la humanidad (Gaspari, 1998, pp. 112s.).

 

Después de escuchar estos diez testimonios, que no son más que una muestra representativa, ¿tiene sentido que todavía circule el rumor –por el mero efecto sugestivo de una obra de teatro calumniosa y algunos libros, entre otras causas– de que Pío XII se desinteresó de las matanzas nazis a judíos y a otros?

 

1.2.3. Logros y mártires de un plan general promovido por Pío XII

 

Ciertamente que abundaron en Alemania, Italia y otros países, iniciativas de individuos o grupos católicos que, sin esperar a una petición del papa, se implicaron en la oposición al nazismo y en la protección de los amenazados de muerte. Pero fue muy elevado el porcentaje de personas o instituciones que constituyeron una red bajo la iniciativa y guía del Vaticano.

 

a)Respecto a los logros

 

Basta aquí que resuma unos datos numéricos. Sólo en la ciudad de Roma, gracias a haberse escondido y alimentado en locales de la Iglesia, se salvaron de una probable deportación a campos de exterminio un total de al menos 4447 judíos (limitándonos a aquellos cuyos nombres fueron registrados). Pudieron utilizar como residencia ciento cincuenta y cinco casas de religiosas, parroquias, colegios y otras instituciones eclesiales, en las que hubo que construir, en muchas de ellas, tabiques o falsas paredes, destinadas a esconder a los perseguidos, cuando los nazis, saltándose los tratados internacionales, invadían estos locales de la Iglesia (Cfr. Ibidem, p. 16).nSegún el historiador Renzo de Felice:

 

El auxilio de la Iglesia a los judíos fue muy importante y siempre en aumento, un auxilio prestado no sólo por los católicos particulares sino también por casi todos los institutos católicos y por muchísimos sacerdotes. Un auxilio que, por lo demás, ya se llevaba a cabo en los países ocupados por los nazis –tanto en Francia como en Rumanía, en Bélgica como en Hungría– (Renzo de Felice: Storiadelliebreiitalianisottoil fascismo, Giulio Einandi, ed. 1972, p. 466. Cit. En Gaspari, 1998, pp. 21s.).

 

La “Obra pontificia para la emigración de judíos”, una sección de la denominada “Obra de san Rafael”, ayudó a emigrar a 1.500 judíos alemanes, polacos, austríacos y yugoslavos, a base de obtener los visados que se requerían. En el Seminario Mayor de Roma se mantuvieron refugiadas 1.068 personas, de las que 85 eran judías. La organización vaticana para la asistencia a los perseguidos recurrió también a la utilización de las catacumbas, que se suponía que, por tratarse también de una propiedad del Vaticano, serían inviolables, lo cual no fue respetado en muchas ocasiones.

 

b) Respecto a los mártires

 

Los religiosos deportados a los campos de exterminio, en toda Europa, fueron más de 5.500.

 

La gran mayoría de los sacerdotes y religiosos fueron deportados al campo de Dachau, conocido como “el más grande cementerio de curas del mundo”. Según los datos recogidos por los investigadores, en Dachau murieron más de dos mil setecientos miembros del clero, de los cuales 2.579 eran católicos, 109 evangélicos, 22 greco-ortodoxos, 22 entre viejos católicos y maronitas, y 2 musulmanes […]

 

Fue enorme el precio pagado por la Iglesia polaca. Según una nota de 1941 enviada al Vaticano por el cardenal Sapieha, 2.500 sacerdotes habían sido deportados, 700 de ellos al campo de Dachau, y 400 encerrados en campos de concentración de la diócesis de Metz (Gaspari, 1998, pp. 206s.).

 

En el periodo de 1940 a 1946 perdieron la vida, a causa de sus actuaciones, setecientos veintinueve clérigos italianos (entre sacerdotes, religiosos y hermanos). Ciento veinte sacerdotes fueron asesinados por haber ayudado a judíos u otros grupos antinazis. Parte de ellos fueron previamente torturados, colgados o degollados. El obispo emérito de Crema, Carlo Manziona, fue trasladado al campo de Dachau, donde fue asesinado debido a su labor protectora de judíos. Al llegar a Dachau se encontró con mil cuatrocientos eclesiásticos, la mayoría católicos, y supo que ya se habían matado a otros mil.

 

1.2.4. Denuncias de Pío XI y la jerarquía católica alemana desde los inicios del gobierno nazi

 

En el pontificado anterior de Pío XI todavía se desconocían totalmente los planes de Hitler que habían de consumarse más adelante en el llamado “holocausto” que provocó la muerte de un millón y medio de judíos, según la última revisión de estos datos. Sin embargo, aparte de otras intervenciones críticas de este papa, respecto a la ideología y política nazi, ya en 1937 publicó la encíclica MitbrenenderSorge

 

que oponía punto por punto la ortodoxia católica al neopaganismo hitleriano y recordaba las múltiples violaciones del concordado de 1933 […] Su publicación se había decidido durante los contactos que los tres cardenales alemanes, acompañados de los obispos Von Galen y Von Preysing, habían tenido en enero con el papa y su secretario de Estado, que luego redactó el texto definitivo(Aubert, 1977, p. 489).

 

Es decir, que el redactor de esta encíclica fue principalmente Pío XII, cuando era secretario de Estado de Pío XI. Esta encíclica fue leída en las 11.500 parroquias católicas del Reich, con lo que el episcopado alemán, con la colaboración de los párrocos, mostraba una actitud valiente al desenmascarar las características anticristianas del nazismo, como también sus teorías racistas. Messori recoge de Zitelmann, autor de un libro sobre Hitler, la agresiva reacción del gobierno ante la denuncia presentada por la Iglesia católica.

 

Para citar a Zitelmann, “la furia de Hitler contra la Iglesia romana se desencadenó ya sin freno”. Goebels anotó en su diario: “Ahora, los curas tendrán que aprender a conocer nuestra dureza, nuestro rigor y nuestra inflexibilidad(Messori, 1996), pp. 141s.).

 

Lamentablemente, hay que reconocer que la actitud predominante entre los cristianos de la Iglesia luterana fue distinta; se dejó seducir por la expectativa de un gobierno de Hitler que prometía liberar a los alemanes del decaimiento moral colectivo que padecían tras su derrota en la primera guerra mundial. También aquí hay que advertir que nadie al principio –salvo los que sabían analizar los textos ideológicos del nacionalsocialismo alemán– podía prever hacia donde se dirigía Hitler. Ejemplo de esto es que, en 1939, seis años después de que su partido ganase las elecciones y se hiciese cargo del gobierno, incluso el primer ministro francés Chamberlain era partidario de coaligarse con Hitler, y Winston Churchil, el jefe del gobierno británico, mostraba su admiración hacia él.

 

Winston Churchil escribió (algo que para mayor apuro de los aliados, recordarían los acusados en el Proceso de Nuremberg): “Si un día mi patria tuviera que sufrir las penalidades de Alemania, rogaría a Dios que le diera un hombre con la activa energía de un Hitler” (Messori, 1992, p. 150).

 

Como es comprensible fueron los obispos alemanes los primeros en denunciar el carácter anticristiano y antihumano de la ideología nazi. Ya lo hicieron en el año 1932, cuando Hitler todavía no gobernaba y faltaba mucho para prever el proyecto de Hitler respecto a los judíos. Prohibieron a los católicos vincularse al partido. En declaraciones colectivas el episcopado alemán se manifestó en esta línea en años sucesivos, 1933, 1934, 1935, 1936 y 1938. Aparte de las declaraciones particulares de los obispos insistiendo en lo mismo, entre las que destacaron cinco famosas homilías del obispo de Munich, Michael Faulhaber. Durante todos esos años, las denuncias casi sólo procedieron de la Iglesia católica. Las universidades, las editoriales y los jefes de gobierno permanecieron en silencio, como lamentaba Albert Einstein en su artículo.

 

La realidad es que la Iglesia luterana que era, entonces, mucho más mayoritaria que la católica, en Alemania, recibió con alegría y esperanza el comienzo del gobierno nazi. Para la celebración de la primera sesión del Parlamento del Tercer Reich tuvo lugar un acto religioso en el templo luterano de Postdam. Ya en 1930 había surgido una agrupación luterana, la DeutschenChristen(Los Cristianos Alemanes) que, siguiendo el modelo de partido nazi, sólo aceptaba a bautizados “arios”. El corresponsal en Alemania del periódico norteamericano Time, un par de meses después de hacerse cargo Hitler de la cancillería, escribió el siguiente texto, en cuya parte final se alude, sin nombrarla –descalificándola– a la Iglesia católica por la poca simpatía de la jerarquía católica hacia el nazismo.

 

El gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar en el antiguo edificio de la Dieta prusiana para presentar las líneas de las Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando: “Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de Asalto está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia que no se une al júbilo por el Tercer Reich (Messori, 1996, p. 147).

 

Conviene también hacer constar que la elección de Hitler como jefe de gobierno fue debido a los votos que obtuvo su partido en los estados con gran mayoría luterana, ya que en los de mayoría católica no ganó en ninguno. 1.2.5. ¿Por qué Pío XII no hizo una declaración pública solemne contra el nazismo?

 

Parece que Pío XII optó por el silencio porque estaba convencido de que una protesta solemne no habría mejorado la suerte de los judíos y, en cambio, habría imposibilitado una eventual mediación de la Santa Sede, habría provocado represalias contra los católicos de Alemania y de los países ocupados y habría hecho más difíciles las discretas intervenciones indirectas que salvaron la vida a decenas de miles de judíos, sobre todo en Italia y en Francia, así como las intervenciones más oficiales de los nuncios en Rumania y Eslovaquia, que consiguieron resultados apreciables, y no sólo a favor de los judíos bautizados. No obstante, cabe preguntarse si un papa menos diplomático y más “profético” no hubiera debido dar un testimonio más enérgico en nombre del evangelio sin miedo a las consecuencias en vez de atenerse al principio del mal menor. Concluyamos con el cardenal Doepfner: “El juicio retrospectivo de la historia justifica la opinión de que Pío XII hubiera debido protestar con más firmeza. Pero no hay fundamento para dudar de la absoluta sinceridad de sus motivos ni de la autenticidad de sus razones profundas”. Por otra parte, es significativo que la polémica en torno al “silencio” de Pío XII surgiera después de su muerte. Al acabar la guerra se recordaban con admiración sus reiterados llamamientos a favor de los derechos de la persona humana y del respeto del derecho natural, sus múltiples esfuerzos para humanizar el conflicto y la ayuda silenciosa pero eficaz prestada por el Vaticano a las víctimas de las persecuciones políticas o raciales. De ahí que nadie, por malintencionado que fuese, pensara acusar a Pío XII de germanofilia –aunque es cierto que sintió gran admiración y compasión por los católicos alemanes– o de simpatías fascistas; como observa L. Salvatorelli, “desde 1848, el papado nunca había tenido tanto prestigio en el mundo (Aubert, 1977, pp.n 494s.).

 

Es cierto que Pío XI había encargado preparar una encíclica que, en este caso se dirigiría contra el racismo en general, no explícitamente contra el antisemitismo. Cuando este papa murió estaba pendiente de revisión el texto que había preparado el especialista jesuita padre Lafarge. El padre Blet, principal especialista en la investigación de los archivos del Vaticano correspondientes a los escritos de Pío XII durante la guerra mundial dijo a Gaspari (1998, p. 141): “No puedo imaginar qué habría ocurrido si Pío XII hubiera autorizado la publicación de aquel texto”.

 

Efectivamente, en el borrador de Lafarge aparecían frases que hubiesen provocado gran polémica. Blet en esa afirmación se refería especialmente a la frase: “Es justo rechazar el sentimiento antisemita, pero esto no significa que no se deba tener cuidado con los judíos”.

 

Pero la razón principal por la que no se decidió a hacer una denuncia pública contra el nazismo expresando con claridad todo lo que pensaba sobre esta ideología, es porque tenía clara conciencia de que de hacerlo provocaría el peligro de muerte de muchas personas, y su denuncia no tendría ningún efecto útil contra los planes de Hitler. Experiencias anteriores tras denuncias de la jerarquía católica habían tenido malas consecuencias, empezando por la reacción violenta contra los católicos que provocó la lectura en todas las parroquias de la encíclica de Pío XI MitbrenenderSorge, como ya he dicho. Por otra parte, denuncias concretas de Pío XII –aunque no se presentasen en un documento solemne como una encíclica– no faltaron. Cuando en 1942 todavía resultaba difícil verificar si eran ciertos los rumores sobre supuestas matanzas nazis a judíos, Pío XII en su mensaje de Navidad dirigido a la Iglesia mundial se expresó contra aquellos que “por razón de su nacionalidad o raza persiguen, condenan a muerte o a la esclavitud”, denuncia que repitió en un discurso del 2 de junio de 1943. En 1943 ningún gobernante había denunciado los crímenes de los alemanes con los judíos. Además fue el mismo Pío XII quien redactó y envió telegramas de protesta al gobierno de Hitler tras las sucesivas invasiones de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, cuando ningún jefe de Estado había protestado por ello. Este fue uno de los motivos de la importante declaración de elogio y agradecimiento publicada por Albert Einstein, a la que ya me he referido.

 

Por otra parte es algo poco recordado que ya en el año 1928 la Congregación de la Doctrina de la Fe había hecho una declaración solemne contra el antisemitismo y, en Alemania, los obispos alemanes, al asumir el poder al partido nazi decidieron que negarían los sacramentos a todo alemán católico que se adhiriera al partido. Después de la encíclica de Pío XI –considerado el documento más duro de la jerarquía católica contra un político, en toda la historia– una declaración enérgica en la misma línea fue la de los obispos holandeses cuando, tras la invasión nazi en su país, comprobaron las deportaciones masivas de judíos. Compartieron la indignación ante este hecho todas las Iglesias cristianas.

 

Los jefes de las Iglesias calvinista, católica y luterana se pusieron de acuerdo para leer desde los púlpitos una protesta pública contra la deportación de los judíos. El proyecto fue conocido por el comisario del Reich para holanda, Seys- Inquart, y por el comisario general Schmidt, quienes pusieron en conocimiento de los responsables religiosos que, si la protesta seguía adelante, los alemanes deportarían no sólo a los judíos de sangre y religión sino también a los bautizados. Ante esto, todos dieron marcha atrás menos la Iglesia católica (Gaspari, 1998, pp. 171s.).

 

Al igual que había ocurrido con la encíclica de Pío XI, la reacción de los nazis fue muy violenta cumpliendo plenamente su amenaza. Esta fue, por ejemplo, la causa de la muerte –en una cámara de gas– de Edith Stein, la filósofa judía y atea que hacía pocos años se había convertido al cristianismo e integrado en la Iglesia católica, y se había consagrado como religiosa en la Orden de las Carmelitas.

 

Fueron precisamente estas experiencias anteriores sobre los malos resultados –en concreto, el enorme aumento de la violencia y de los asesinatos– que se habían derivado tras las protestas enérgicas de Pío XI, y los episcopados alemán y holandés principalmente, las que explican las decisiones de Pío XII de no publicar una encíclica solemne contra el nazismo, ni tampoco una excomunión a los posibles católicos que se hubiesen adherido. Además, tras esas experiencias, fueron muchos los obispos tanto alemanes como de otros países, los políticos, y principalmente los judíos, que rogaron a Pío XII que se abstuviera de una condena solemne que, por otra parte, impediría definitivamente la gran obra que estaba llevando a cabo, de la dirección y coordinación de la red de ayuda a los judíos y otros grupos perseguido. Acudieron al Vaticano centenares de judíos con esta demanda.

 

1.2.6. Concesión a muchos cristianos del título de “Justos entre las Naciones”

 

El más alto reconocimiento que el pueblo judío concede a personas no judías es un título, creado en 1953 por el Parlamento judío, cuya denominación es la de “Justos entre las Naciones”. En el memorial de la Shoah en Jerusalén hay un “muro del honor” en el que están los nombres de todas las personas que recibieron ese título. Además se ha plantado un árbol, por cada uno de ellos. El presidente de la Asociación de Amigos del museo del Holocausto (el YadVashem), EmanuelePacifici, sostiene que ese título equivale al proceso de beatificación de los católicos. Los requisitos para obtenerlo son: a) haber salvado a los judíos de ser deportados a campos de exterminio; b) haber arriesgado con ello la propia vida; y c) no haber recibido nada a cambio. Son muchos los árboles del “Jardín de los Justos” que se refieren a laicos, religiosas o religiosos, sacerdotes y obispos católicos que salvaron la vida de judíos a pesar de las amenazas de muerte del gobierno de ocupación nazi respecto a todo ciudadano que escondiese o ayudase a un judío a evadirse. Me limitaré a señalar unos pocos ejemplos:

 

a) Sor Ferdinanda, que recibió la medalla de Justo entre las Naciones, en representación del Instituto de las Hermanas de San José de Chambéry que al recibirlo quiso aclarar algo que muchos otros también declararon al recibir este título: “Fue el pontífice Pío XII quien nos ordenó abrir las puertas a todos los perseguidos” (Gaspari, 1998, p. 108).

 

b) Giuseppe Placido Nicolini, obispo de Asís, y su colaborador principal, don Aldo Brunacci, prior de la catedral de San Rufino.

 

c) Giovanni Palatucci, laico católico, juez de primera instancia, que arriesgó su vida – siendo finalmente torturado y asesinado por ello en el campo de Dachau– por haber liberado a más de 5.000 judíos de la deportación a los campos de exterminio (Cfr. Ibidem, p. 119).

 

d) El cardenal Pietro Palazzini fue condecorado como Justo entre las Naciones en1983. Su principal tarea, en relación con este tema, fue la de proteger apersonalidades políticas como también militares en fuga y judíos que habían sidoacogidos en el Seminario de Letrán. Entre los políticos estuvieron varios de los que luego fueron figuras destacadas en la política de Italia, como por ejemplo: Alcide de Gasperi, de la Democracia Cristiana, que luego fue presidente de gobierno ocho veces, Giuseppe Saragat, del Partido Socialdemócrata y posterior presidente de la República, Pietro Nenni, del Partido Socialista. También fue condecorado, por petición de un judío cuya vida salvó por llevarle a ese Seminario, el cardenal VincenzoFagiolo.

 

e) Sor Augustine, superiora de las Hermanas de Nuestra Señora de Sión recibió también el título. Llegaron a acoger en su casa a 187 personas durante nueve meses, teniendo que dormir parte de ellos en el suelo. Llegó un momento en el que faltó la comida y tuvieron que solicitar ayuda al Vaticano. La secretaria de Pío XII –madre Pascalina– acudió con una furgoneta para abastecerles (Cfr. Ibidem, p. 29).