ROMPECABEZAS RELIGIOSO 3
Algo de un
rompecabezas mayor
Paulino, 14 de
noviembre de 2011
Soy consciente de que el presente artículo es extenso,
pero no he querido partirlo en dos porque tiene una peculiar unidad. Aquí se
ofrece lo que pienso es la razón de ser y la misión de Opuslibros,
el porqué de la canonización de Josemaría, el porqué
del los males del Opus Dei y algunas de las características que debe tener una
auténtica espiritualidad que responda a la llamada universal a la santidad.
Agradezco de antemano su atención y su paciencia.
En mi intento de comenzar a meterme en la suela de los
zapatos de Josemaría en mi artículo anterior, Rompecabezas
Religioso 2, llegué a la conclusión de que él hizo lo que pudo,
sin lograr hacer lo que en realidad Dios le pedía, que era un auténtico camino
de santidad para todos los que vivimos en medio del mundo, en conformidad con
la llamada universal a la santidad. También llegué a la conclusión de que Josemaría es un santo, dado que está canonizado. En el
presente artículo daré un argumento a favor de que es un santo, y espero que
ese argumento convenza a todos, aunque en este momento no me lo crean (ya lo
verán, aquí, más abajo). Pero les pido el favor de que no brinquen ahora a ver
ese argumento, sino que lean por orden, aunque ya sé que muchos no me harán
caso; y entonces se darán cuenta de que deberían haber leído por orden, y
espero que así lo hagan. :-)
Al final dije que, según se lee en Opuslibros,
se ha llegado hasta el extremo de que las discrepancias entre documentos
internos y estatutos violen la moral católica, antes y después de la forma
jurídica de la Prelatura (1982); y también de que los documentos internos
violen la moral católica al margen de su coherencia con los estatutos; y
también en el caso de documentos escritos por Josemaría
mismo, como también por otros. Y que procuraría continuar con el tema en
futuros escritos de Rompecabezas Religioso, 3, 4, etcétera.
Eso es lo que corresponde que haga ahora, y así empezaré
a hacerlo, aunque sea lenta y gradualmente. Me interesa analizar e investigar
esta problemática, pero no quiero juzgar, para no ser juzgado, porque con la
medida que juzgue seré juzgado (cfr. Mateo 7, 1-2). Tampoco quiero
entrar en detallados estudios históricos, jurídicos o psicológicos, porque ya
se han hecho varios muy interesantes aquí, en Opuslibros;
y también porque suelen prestarse a ser jalados con poca objetividad para
muchos lados, y en la medida de lo posible yo no quiero caer en esos riesgos.
Prefiero basarme en realidades de más peso, más seguras, también en la medida
de lo posible.
Como bien sabemos y como es manifiesto en los escritos de
Opuslibros, la problemática del Opus Dei gira
principalmente alrededor de dos temas: el celibato, que es propio de los
religiosos; y la dirección espiritual, que también es propia de los religiosos.
Celibato y dirección espiritual han sido avalados por los Pastores de la
Iglesia como indispensables para un camino de santidad, es decir, para una
plena entrega a Dios. Pero el celibato es incompatible con la vida de los
casados, y de ahí la problemática propia del Opus Dei, de ser y no ser
religiosos en medio del mundo. El tema de la dirección espiritual es en sí
menos claro, pero sin duda en la Obra la dirección espiritual se ha llevado
mal. De cualquier forma, será necesario abordar ambos temas, y hacerlo
conscientes de que son temas que desbordan la realidad del Opus Dei, ya que se
presentan en la forma en que se ha vivido en la Iglesia casi desde el
principio. Abordaré primero el tema del celibato, y después el de la dirección
espiritual.
Me he dado cuenta de que necesito ciertas bases para
abordar esos temas, o para abordarlos bien, o lo mejor que pueda. Y esas bases
corresponden a un rompecabezas mayor: Dios, su creación y su Iglesia. En efecto,
santificar lo ordinario (Opus Dei) es santificar lo que Dios naturalmente,
ordinariamente, ha creado. Porque lo natural y ordinario de Dios es hacer
maravillas, incluidos nosotros. Nosotros vivimos en medio del resto de sus
maravillas; y debido a su abundancia, y a la costumbre, las consideramos más
ordinarias que maravillosas, y no las valoramos como debiéramos. Así sucede con
el aire, el agua, la ley de la gravedad, etcétera. Solemos valorar lo que
nosotros mismos hacemos, como las joyas, los automóviles, etcétera. Habrá que
ver, pues, algo de ese rompecabezas mayor.
Dios permite el mal, pero no es truculento.
Una de las preguntas del rompecabezas mayor es por qué
Dios permita todo el mal que hemos padecido muchos de los que ingresamos al
Opus Dei, ya sea que sigamos ahí o que nos hayamos salido. Debido a todo eso
nació Opuslibros. La realidad es más amplia y da
lugar al mencionado rompecabezas mayor: Dios permite el mal en cada uno de
nosotros, y en el Opus Dei, y en la Iglesia, y en el mundo, y en el universo, y
en los ángeles, es decir, en toda su creación. La pregunta general es ésta:
¿por qué Dios permite el mal?
Respuestas más amplias a estas preguntas se encuentran en
mi website, y ahora refiero los vínculos:
¿Por qué Dios permite el mal?: http://www.paz-cristiana-ensemble.com/no-te-enojes.html
¿Por qué lo permite en su Iglesia?: http://www.paz-cristiana-ensemble.com/no_te_enojes.html
¿Por qué lo permite en cada uno?: http://www.paz-cristiana-ensemble.com/noteenojes.html
Cada una de las referencias anteriores es una serie de
artículos. Para quienes no quieran ir a leer los artículos referidos, voy a dar
aquí una respuesta del modo más breve que me sea posible. Según dijo el
filósofo Leibniz, Dios hizo el mejor de todos los mundos posibles. Muchos han
objetado su afirmación, como diciéndole: Godofredo, asómate a la ventana y
reconoce tu error. Leibniz pudo responder: ¿De verdad ese mundo que veré
por la ventana fue hecho por Dios? La respuesta sería: Sin duda.
Entonces yo puedo sintetizar el pensamiento de Leibniz del siguiente modo: Si
Dios lo hizo, ni siquiera tengo que asomarme a la ventana para estar
absolutamente seguro de que es el mejor de todos los mundos posibles.
Leibniz apostó por la magnanimidad, la omnisciencia, la
bondad y la omnipotencia divinas. Y es claro que tiene razón. ¿Por qué habría
de hacer Dios un mundo mediocre? No tiene sentido. Y entonces, ¿cómo lograr el
mejor de los mundos? Hay dos caminos: maximizar los bienes o minimizar los
males. Dios, por ser magnánimo, optó por maximizar los bienes, ya que ama el bien
más de lo que aborrece el mal, como también ama más el trigo de lo que aborrece
la cizaña, según la parábola.
Pero muchas creaturas tenemos mezcla de bien y mal.
Pongamos en un cajón todas las creaturas posibles que sean bienes puros, y en
otro cajón todas las creaturas posibles que tengan mezcla de bien y mal. ¿Dónde
hay más bienes, en el cajón de los bienen puros o en
los dos cajones juntos? Obviamente, en los dos cajones juntos. ¿Qué prefiere
Dios, todos los bienes aunque se arrastren males, o ningunos males aunque se
pierdan bienes? Como es magnánimo, quiere todos los bienes aunque se arrastren
males, tal como en la parábola quiso todo el trigo aunque se arrastrara cizaña.
Por tanto, el mejor de todos los mundos posibles admite y tiene males. Y más aun: admite y tiene todos los males posibles que sean
compatibles con todos los bienes posibles.
Dios no es truculento, sino sencillo y bueno; pero ¿cómo
no ha de ser truculento un mundo que admita y tenga tantos males? Y claro, esos
males tendrán que desaparecer al final, pero mientras tanto nuestro mundo es
truculento. Son respuestas fuertes, pero son las únicas que explican
satisfactoriamente la presencia del mal en el mundo. Y del mismo modo: ¿por qué
pemirte Dios el mal en la Iglesia? Para lograr la mejor
Iglesia posible. ¿Y por qué permite Dios el mal en Paulino? Para lograr el
mejor Paulino posible. Y por lo mismo permite todos los males que hemos
padecido en el Opus Dei. No hay que llamar a cuentas Dios; hay que llamarnos a
cuentas a nosotros mismos, seamos o hayamos sido del Opus Dei, o no.
Voy a mencionar otro motivo más amable –hay muchos-- de
por qué Dios permite el mal. Dios quiere que sus hijos lleguemos a amar a toda
nuestra capacidad. Pero las personas que somos creaturas no podemos amar a toda
nuestra capacidad sin la experiencia del perdón. Por tanto, Dios quiere que
tengamos la experiencia del perdón. Pero no podemos tener la experiencia del
perdón si no hay nada qué perdonar. Y sin males no hay nada qué perdonar. Por
eso Dios permite el mal. Dios nos quiere humildes y amorosos, más que
impecables.
Podemos entender por qué Dios permite el mal en términos
muy generales, pero no lo podemos entender en todo su detalle, pues eso se le
escapa a nuestra limitada inteligencia. Podemos entender algo del detalle, pero
muy poco; algún detalle diré del Opus Dei aquí abajo. Hay que aprender a
manejar los males con humildad, aun sin entender por qué son ésos los males que
nosotros padecemos. No debemos llamar a cuentas a Dios. Hay que confiar en
Dios. Y para padecer menos hay que aprender a ofrecerle nuestros sufrimientos
uniéndonos a Él en su Cruz; entonces Él nos ayuda a llevar nuestras cruces. Y
para ser humildes hay que hacer actos de humildad. Son buenos actos de humildad
los de pensar: Si yo estuviera en la suela de los zapatos de aquél –quien
sea-- seguramente haría las cosas peor. Y también: Si aquél –quien sea--
estuviera en la suela de mis zapatos, seguramente haría las cosas menos mal.
Pastores y fieles hemos estado haciendo las cosas mal.
En la Iglesia hay escándalos. Hoy está de moda hablar
mucho del escándalo de los abusos sexuales de algunos sacerdotes, que en
realidad son pequeños escándalos. Hay al menos dos los grandes escándalos. Uno
es que seguimos divididos en católicos, ortodoxos y multitud de denominaciones
cristianas protestantes. La oración por la unidad hecha por Jesús al Padre
parece no importarnos mucho. ¡Qué escándalo! Y eso que Jesús dijo “para que el
mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17, 20-21). Y en efecto, estamos
divididos y el mundo cada vez cree menos que Jesús haya sido enviado por Dios
Padre.
El otro escándalo está en nuestra respuesta a la misión
que nos fue dada por Jesús:
“Id, pues, y
haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he
mandado” (Mateo 28, 19-20).
Pues bien, resulta que hoy, después de dos milenios, está
bautizada sólo el 17% de la población mundial, conforme a estadísticas
vaticanas que son bien conocidas. Y cabe todavía preguntarse cuántos de todos
esos bautizados se sigan diciendo católicos y vivan su cristianismo
razonablemente bien. No encontré estadísticas vaticanas al respecto; pero un
sacerdote dijo en una homilía que en México están bautizados el 96%, que son
practicantes el 14%, que van a Misa el 5%, y que comulgan el 2%. En síntesis,
que en México sólo el 2% vive su cristianismo razonablemente bien; y eso que
México es uno de los países más católicos del mundo.
Entonces, si aplicamos ese 2% al 17% de la humanidad,
resulta que, aproximadamente, en el mundo sólo el 0.4% viven el cristianismo
razonablemente bien. Después de dos milenios, sólo hemos cumplido el 0.4% de la
misión que Cristo nos dio. A esto le llamo la crisis del incumplimiento.
Y tampoco parece importarnos mucho. ¡Qué escándalo! Y no he tenido noticia de
que se hable o se escriba de ese 0.4% ni de la crisis del incumplimiento.
¿Qué poder hacer? Pienso que hay que abrir dos cajones, y
en uno de ellos poner todo lo que sea indudablemente divino; y en el otro poner
todo lo que sea humano de lo que se hace en la Iglesia o desde la Iglesia. Y
luego hay que revisar todo lo humano a la luz de lo divino y, con toda
honestidad y valentía, quitar lo que haya que quitar, poner lo que haya que
poner, y cambiar todo lo que haya que cambiar. Y esto no parece estar
haciéndolo nadie de manera sistemática.
Yo me he propuesto empezar a hacerlo en la medida de mis
limitadas posibilidades. Si no lo hacen los Pastores, ni el clero en general,
tendremos que hacerlo los laicos; tal vez ni siquiera entre todos nos daríamos
abasto. Se trata de una crítica constructiva, o de una construcción crítica,
además de respetuosa, o como se le quiera llamar. Hay quienes lo están haciendo
de una manera menos advertida y consciente, y quizá también más o menos
respetuosa. Sería conveniente conjuntar todos esos esfuerzos. Y en ese sentido
me parece que lo que se está haciendo en Opuslibros
es muy positivo en muchos aspectos. Es necesario que nos atrevamos a crear
conciencia de la crítica constructiva que tanto se requiere hoy en la Iglesia.
El caso de los holocaustos y del celibato.
Dios nos ha dado todo nuestro ser, todo nuestro obrar y
toda nuestra vida. También nos ha dado el cuerpo y el sexo. Y también nos ha
dado las misiones de crecer, procrear, multiplicarnos, conocer, trabajar y
amar. Todo eso es ordinario para nosotros y debemos valorarlo, agradecerlo y
santificarlo usándolo bien; y ofreciéndole a Dios ese agradecimiento y buen uso
de lo que nos ha dado. Además, el buen uso de esos dones nos produce placer y
gozo, alegría y felicidad. Pero nosotros hemos inventado hacer holocaustos
--indebidos-- de los dones que Dios nos dio, lo cual ha dado lugar a muchos
problemas. Ya hemos visto en artículos previos algo del problema del celibato,
como holocausto del sexo, en su relación con el Opus Dei y el camino de
santidad de los casados.
Hacer holocausto --sin una debida justificación-- de algo
que se nos ha dado, es una gran majadería. Pongamos el ejemplo de que estoy
solo o enfermo, y una amiga prepara especial y personalmente un bocadillo para
mí, y viene hasta mi casa a dármelo; y yo le digo: Para demostrarte mi
agradecimiento, y lo mucho que te quiero, hago holocausto del bocadillo que me
das y lo tiro a la basura delante de ti. Ella se sentirá muy defraudada y
ofendida. Habrá sido una gran majadería. Ella no entenderá que ese holocausto
sea una forma de agradecimiento o de cariño; y no lo entenderá porque ¡no lo
es! Lo correcto será que lo coma y le diga que está delicioso, y que se lo
agradezco, y que la quiero mucho.
El diccionario define el holocausto como acto de
abnegación total que se lleva a cabo por amor. En sentido correcto es
negarse uno mismo a fin de poder dar a la persona amada lo que ella quiere;
pero no es un acto de amor rechazar o destruir lo que la persona amada le da a
uno. Esto último es una ofensa, una gran majadería. Pero Dios es tan bueno que
incluso esto último, si lo hacemos por ignorancia y pensando que nos
sacrificamos por amor a Él, suele aceptarlo y mirarlo con buenos ojos, al menos
por un tiempo, para no echarnos encima y de entrada el balde de agua fría. Sin
embargo, las negaciones de los dones divinos tienen sus normales negativas
consecuencias, aunque Dios las mitigue al principio, gradualmente, para así ir
ayudándonos a crecer.
En los seres humanos se ha dado la tendencia a hacer
holocausto de todo lo que sea placer, o al menos de algunos placeres, sobre
todo de los más intensos, y principalmente del placer sexual. De ahí proviene
el celibato. El origen de todo esto estuvo en el pecado original, con el que
tuvo lugar una ruptura en la unidad de la persona humana, principalmente entre
alma y cuerpo. La mayor consecuencia de tal ruptura fue la muerte. Y también
sucedió que el cuerpo empezó a apetecer en contra de las leyes del espíritu, de
lo cual se ha hablado mucho. Pero también sucedió que el espíritu empezó a
despreciar a su cuerpo, de lo cual se habla muy poco o nada.
Todo empezó porque el pecado original tuvo como consecuencia
la vergüenza de los genitales. Esto es muy claro en la Sagrada Escritura:
“... formó Yavé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre
exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. ...
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y
vendrán a ser los dos una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su
mujer, sin avergonzarse de ello. ...
“... la mujer...
cogió de su fruto [del árbol prohibido] y comío, y
dio también de él a su marido, que también con ella comió. Y abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban
desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones.
“Pero llamó Yavé Dios al hombre, diciendo: ¿Dónde estás? Y
éste contestó: Te he oído en el jardín,
y temeroso porque estaba desnudo, me escondí. ¿Y quién, le dijo, te ha
hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí
comer? ” (Génesis 2, 22 - 3, 11).
El pecado original no fue un pecado sexual, sino el de la
desobediencia de comer del fruto del árbol prohibido. Es muy claro que la
vergüenza de los genitales fue causada por el pecado original, inmediatamente
después del cual al hombre y su mujer se les abrieron los ojos para ver su
desnudez. El pecado original se trasnmite por
generación natural, es dicir, por herencia, a través
de los genitales. Y éstos son vergonzosos precisamente porque a través de ellos
se transmite el pecado original. De ahí en adelante los genitales han sido
vergonzosos en todas partes y en todos los tiempos. Sin embargo, la vergüenza
de los genitales se derrumba ante la inminencia del coito; lo cual indica que
el coito sigue siendo bueno. Y los genitales mismos siguen siendo buenos,
porque fueron hechos por Dios y porque por ellos se propaga la especie humana;
y a la vez son vergonzosos, porque por ellos la especie humana se transmite ya
dañada por el pecado original.
Posteriormente y en esa misma línea, en religiones no
cristianas y diversas culturas se difundió la idea de que la materia es mala, lo
mismo que los placeres corporales; y en parte esa manera de pensar se difundió
también debido al platonismo, al neoplatonismo y al gnosticismo, que llegaron a
influir en el cristianismo. El gnosticismo cristiano consistió en una doctrina
elitista de unas minorías que se consideraban superiores por ser muy
espirituales, en oposición a los cristianos materiales e inferiores, que
aceptaban ampliamente el matrimonio y los placeres.
Los errores mencionados se fueron corrigiendo en el
cristianismo poco a poco. Sin embargo, los hechos de que Jesus
fuera concebido sin que José conociera sexualmente a María y de que ella fuera
siempre virgen influyeron en que se pensara que los estados de virginidad y de
celibato eran superiores al estado de matrimonio, aunque éste fuera bueno y
además fuera un sacramento. Y ésa sigue siendo la doctrina católica vigente en
la actualidad, como vimos en mi artículo anterior, Rompecabezas Religioso 2.
Pero María y José no fueron célibes, pues estaban casados. Y su virginidad no
se debió a los mismos motivos de los religiosos, sino a que Cristo debía ser
concebido por iniciativa divina, y no por obra de varón; y también a que José y
María no debían tener otros hijos, ya que la misión de ellos, excepcionalmente,
no era la de henchir la Tierra, sino la de traerle a su Salvador.
Desde los inicios del cristianismo hubo personas que
quisieron vivir el celibato de por vida y recluirse en comunidades monásticas o
conventuales a fin de proteger su celibato de las tentaciones del mundo,
todavía con algunos resabios de gnosticismo. Así fue como surgieron los
religiosos cristianos. El sacrificio del “egoísmo” de la carne (cfr. Camino
n. 28) se ofrecía generosamente, a modo de holocausto, por amor a Dios. Y los
que se casaban eran considerados menos generosos y por tanto de alguna manera
inferiores (o como dice Josemaría modernamente, para
la clase de tropa). Por tanto, conforme a aquella manera de pensar, lo más
que los casados podían lograr era una santidad de segunda, es decir, el
matrimonio no era considerado un camino de santidad propiamente hablando.
También se ha pensado que gracias al celibato se vive la
generosidad implícita en las palabras de Cristo: “Hay eunucos que se hicieron
tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que
entienda” (Mateo 19, 12). Tales palabras pueden perfectamente
interpretarse referidas a los sacerdotes, que renuncian al matrimonio común
para participar del sacerdocio de Cristo, que es Esposo de la Iglesia. De tal
forma, también los sacerdotes tienen a la Iglesia por su Esposa y a la
feligresía por su familia, y por eso conviene que sean célibes respecto al
matrimonio común, como lo fue Cristo. Por participar del sacerdocio de Cristo
Esposo, el sacerdocio ministerial es algo masculino, y por lo mismo no puede
haber sacerdotisas.
La realidad es que, aparte de la referencia al sacerdocio
ministerial, no encontramos en las palabras de Cristo nada que indique
claramente una vocación al celibato. Y más aun, no existe una auténtica
vocación al celibato en sí, ni a la soltería en sí; lo que existe es una
vocación al sacerdocio ministerial, que lleva aparejada la conveniencia del
celibato respecto al matrimonio común, a fin de que el sacerdote pueda atender
debidamente a su familia eclesial, a su feligresía. El holocausto del sexo, en
sí mismo, no tiene justificación, pues va contra la misión de procrear dada por
Dios al hombre y a la mujer desde el momento de su creación.
La vocación al holocausto del sexo fue una invención de
los religiosos. Pero no sólo al holocausto del sexo, sino también al holocausto
de otros placeres y de otras facultades humanas: comer poco, hablar poco,
dormir poco, leer poco, escribir poco, pensar poco, destacar poco, etcétera.
Todo lo cual es contrario a que Dios haya puesto placer en nuestras
actividades. Y aun así, por ejemplo, en el Opus Dei era difícil comer a gusto,
ya que siempre había que tomar una cucharadita menos de lo que te gusta, y
una cucharadita más de lo que no te gusta, y así en todo. En cambio, de
Cristo se dijo que era “un comilón y bebedor de vino” (Mateo 11, 19),
además de que en Caná convirtió agua en vino... en la
razonable cantidad de 600 litros. :-)
Lo que Cristo pide es oración, siempre, y ayuno en
determinadas ocasiones; pero no pide que no podamos comer a gusto, ni que no
podamos dormir a gusto, o hablar a gusto, o pensar a gusto, etcétera. Y en esto
muy razonablemente Josemaría decía que buscáramos morificaciones que no mortificaran a los demás. Lo que se
busca es agradar a los otros, trabajar bien y hacer lo que se debe --que a
veces nos mortifica y cuesta trabajo--, más que la mortificación en sí.
La autoridad de San Pedro y de sus sucesores.
“Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo
que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares
sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos” (Mateo 16, 19).
Tremenda autoridad. ¿Hasta dónde llegará? Ciertamente no llegaría hasta el
extremo de que en los Cielos quedaran atados los males que Pedro pudiera atar
en la tierra. Es una gran autoridad, pero a fin de cuentas condicionada al
bien. Aun así, ha de haber cosas que Pedro y sus sucesores --los Papas-- puedan
atar o desatar aunque no sean muy convenientes. ¿En dónde están los límites?
Parece que Dios tolera o permite ciertas intrusiones en
el campo de lo menos conveniente, por tiempos más o menos largos, dada nuestra
debilidad humana y sobre todo cuando lo hacemos por ignorancia y con la
intención de buscarlo y amarlo a Él. Suele darnos tiempo para que nosotros mismos
rectifiquemos o afinemos. Por poco que hagamos de nuestra parte, Dios se vuelca
en favor de nosotros; no quiere echarnos encima de entrada el balde de agua
fría. Sería bueno conocer algunas de esas realidades que están en los límites.
Me parece que hay por lo menos dos que son muy significativas: las órdenes
religiosas y las canonizaciones.
Las órdenes religiosas poco a poco han introducido en la
Iglesia la idea de que la entrega plena a Dios requiere el celibato; lo cual es
incongruente con la llamada universal a la santidad, dado que la mayoría de los
seres humanos se casan, y de que desde la creación del hombre y la mujer la
misión que Dios les dio fue la de procrear, multiplicarse y henchir la Tierra.
Pero así, con celibato, las órdenes religiosas han sido aprobadas por los
Papas. Y no sólo eso, sino que Dios mismo y los santos han intervenido en favor
de las órdenes religiosas y de sus miembros. En esto se ve que Dios se vuelca
en nosotros al mínimo intento nuestro de buscarlo y amarlo, aunque lo hagamos
de maneras de algún modo inconvenientes. Sin embargo, como dije arriba, las
consecuencias de la negación u holocausto de los dones divinos tienen sus
normales negativas consecuencias, aunque Dios las mitigue al principio,
gradualmente, para así ir ayudándonos a crecer.
Una de tales negativas consecuencias es que los
religiosos, con sus actividades peculiares o raras, ¡han robado cámara!
Y los Pastores han puesto en ellos sus ojos y se han dejado influir por ellos
en detrimento de los laicos y de la normal familia humana –padres, madres e
hijos--, que son el 99.6% de la fuerza evangelizadora de la Iglesia, hasta la
fecha desaprovechada. Lo cual ha tenido la negativa consecuencia de la crisis
del incumplimiento, es decir, de que hoy sólo el 0.4% de la humanidad vive el
cristianismo razonablemente bien. Es notable que este 0.4% coincida
aproximadamente con el 0.4% de la fuerza evangelizadora aprovechada. Y también
que el 99.6% de la fuerza evangelizadora desaprovechada –laicos y familias--
coincida aproximadamente con el 99.6% de la humanidad que hoy no abraza el
cristianismo o que no lo vive razonablemente bien.
La dirección espiritual es algo más que los religiosos
han introducido en la Iglesia. En efecto, vivir en conventos o monasterios con
celibato de por vida era y sigue siendo algo muy difícil, para lo cual los
jóvenes necesitaban de los consejos de los mayores, a fin de que los ayudaran a
perseverar y salir adelante: visión sobrenatural, prácticas de piedad, oración
y trabajo, vida sacramental, devoción a la Virgen, etcétera. Y no seguir u
obedecer tales consejos era ocasión de poner en peligro la vocación. Y así fue
naciendo la dirección espiritual. Sin embargo, Cristo no habló de la dirección
espiritual con otro ser humano. Habló de la confesión y del perdón de los
pecados, pero no de la dirección espiritual. Lo que dijo fue que el director
espiritual o guía nuestro sería el Espíritu Santo:
“Os conviene que
yo me vaya, pues si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si
yo me voy os lo enviaré. ... Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os
guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que hablará
todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará porque
recibirá de lo mío y os lo anunciará” (Juan 16, 7 y 13-14).
Es muy claro que Jesús nos envía al Espíritu Santo para
que sea nuestro guía o director espiritual. Todo lo que hace falta es que se
nos diga que Él es nuestro director espiritual, y que se nos den unas pocas
indicaciones para saber escucharlo, porque Él habla con suavidad; y si no lo
escuchamos suele callarse. Al principio aprendemos a escucharlo en el silencio,
pero después vamos aprendiendo a distinguir su voz incluso en medio del ruido
de la calle. Sucede como con el oboe, que primero aprendemos a escucharlo solo;
pero después vamos aprendiendo a escucharlo en medio del sonido de toda una
orquesta. Una cosa es que seres humanos nos digan cómo ir aprendiendo a
escuchar al Espíritu Santo, para seguir las indicaciones que Él nos dé, y otra
cosa es que seres humanos nos den las indicaciones que hemos de seguir. En este
último caso un ser humano usurpa la dirección espiritual del Espíritu Santo.
Pues bien, los Pastores han seguido la espiritualidad de
los religiosos incluso en aprobar que la dirección espiritual sea dada por
seres humanos. Y en esto se ve lo mismo: que Dios se vuelca en nosotros al
mínimo intento nuestro de buscarlo y amarlo, aunque lo hagamos de maneras de
algún modo inconvenientes. Y también aquí se dan las normales negativas
consecuencias, aunque Dios las mitigue al principio, gradualmente, para así ir
ayudándonos a crecer. La dirección espiritual se da en y para la intimidad de
la conciencia, y ésta es sólo de Dios. Un ser humano podrá darnos buenos
consejos humanos, más o menos espirituales, pero no sabe bien lo que Dios
quiere uno. Si el Espíritu Santo suele callarse cuando no lo escuchamos, mucho
menos le dirá lo que Él quiere de uno a un director humano que usurpa la
dirección que a Él le corresponde.
Veamos ahora lo de las canonizaciones. Éstas declaran que
alguien es santo. Y un santo es alguien que está en el Cielo. Un santo no
necesariamente fue impecable en esta vida, ni muy piadoso, ni muy devoto, ni
nada de eso. Ahí tenemos el caso de San Dimas, que fue un malhechor, y en el
último momento se ganó el Cielo con sólo pedírselo a Jesús en la Cruz. Si Jesús
no le hubiera dicho, en respuesta a su petición, que ese mismo día estaría con
Él en el Paraíso, nosotros no sabríamos que Dimas es un santo; quizá pensaríamos
que estaría en el Purgatorio por mucho tiempo. Y es que nosotros no somos
buenos jueces, y además se nos ha dicho que no juzguemos.
En la Iglesia hay procesos de canonización, pero no hay
procesos de condenación. Si hubiera procesos de condenación y se declarara, por
ejemplo, que Judas está en el Infierno, habría que decir que nosotros no somos
nadie para hacer un juicio así. No debemos juzgar quién está en el Infierno,
porque no somos jueces. Y por los mismos motivos tampoco deberíamos juzgar
quién está en el Cielo; eso es usurpar una función divina. Pero en la Iglesia
hay procesos de canonización, y están aprobados por los Papas. Los teólogos
discuten si las canonizaciones son infalibles, y muchos piensan que sí lo son;
pero tal infalibilidad no ha sido definida infaliblemente, y por eso está
abierta a la discusión y a la investigación teológica.
Y en esto se ve lo mismo: que Dios se vuelca en nosotros
al mínimo intento nuestro de buscarlo y amarlo, aunque lo hagamos de maneras de
algún modo inconvenientes. Pero aquí no podemos decir que se den las normales
negativas consecuencias, porque nunca se han dado. Bueno, hoy algunos piensan
que hay consecuencias negativas en el caso de la canonización de Josemaría. El hecho es que Dios ha concedido o al menos ha
permitido o tolerado que haya canonizaciones, porque los Papas han pensado en
la conveniencia de que se tenga devoción a los santos, de que nos sirvan de
modelo, etcétera.
¿Qué hará Dios ante la noticia de que será canonizado
alguien que no está en el Cielo?
Ante la noticia de que será canonizado alguien que está
en el Cielo no hay ningún problema, y no hace falta que Dios haga nada
extraordinario.
Es prácticamente imposible que se intente canonizar a
alguien que esté en el Infierno. Y si se diera la noticia de tal canonización
habría que decir que no tenemos ni la más remota idea de lo que Dios haría.
Esto es especular en los ámbitos teológicos. Dejémoslo en paz.
Lo posible es que se intente canonizar a alguien que esté
en el Purgatorio. En este caso, y dado que Dios avala el poder de los Papas
para canonizar, ciertamente puede hacer algo. Lo que puede hacer es
intensificar el purgatorio del canonizando a fin de que esté debidamente
purificado para la fecha de su canonización. Soy consciente de que esto puede
parecer jocoso, pero se trata de algo totalmente serio. Y ya que estamos en Opuslibros, y aprovechando el buen humor de que hacía gala Josemaría, voy a servirme de esta jocosa manera de
argumentar para convencer a todos de que Josemaría es
santo.
Juzgar que alguien está en el Infierno es hacer un juicio
temerario.
Juzgar que alguien que murió con todos los auxilios
espirituales está en el Infierno es hacer un juicio extremadamente temerario.
Juzgar que está en el Infierno alguien canonizado es hacer
un juicio patológicamente temerario.
Por tanto, juzgar que Josemaría
está en el Infierno es hacer un juicio patológicamente temerario.
Pero no damos crédito a los juicios patológicamente
temerarios.
Luego, Josemaría no está en el
Infierno.
Por tanto, Josemaría está en el
Cielo o en el Purgatorio.
Si Josemaría estaba en el Cielo
desde antes de su canonización, no hay problema: Josemaría
es santo.
Si Josemaría estaba en el
Purgatorio antes de su canonización, entonces Dios, para avalar el poder de las
llaves del Papa, intensificó el purgatorio de Josemaría
para que estuviera debidamente purificado el día de su canonización, y desde
entonces es un santo más que está en el Cielo.
En cualquiera de los dos casos: Josemaría
es santo.
Este argumento podrá parecer todo lo jocoso que se
quiera, pero es absolutamente serio.
La mayéutica divina.
La mayécutica es el método
socrático de enseñanza, y se ha pensado que es el mejor de todos. Consiste en
hacerle preguntas adecuadas al educando en vez de transmitirle los
conocimientos en la forma de darle clases. Sócrates confiaba en la capacidad
del educando para descubrir la verdad por sí mismo, pero pensaba que esa
capacidad puede y debe ser desarrollada. Se hace primero una pregunta sencilla,
que el educando pueda responder con cierta facilidad, y ese esfuerzo lo
capacite para responder una pregunta un poco más difícil; y la respuesta de esa
nueva pregunta lo capacita para responder otra un poco más difícil, y así
sucesivamente, hasta que el educando logre la confianza para investigar por sí
mismo.
Dios usa una mayéutica de un orden superior. Él no nos
hace preguntas para que nosotros las respondamos, sino que nos coloca en las
circunstancias adecuadas o permite que pasemos por las circunstancias adecuadas
que nos impulsen a hacernos las preguntas nosotros mismos, para que luego
seamos también nosotros mismos quienes encontremos las respuestas. Y como esto
a veces es difícil, nos impulsa también a pedirle sus luces para encontrar esas
respuestas; y todo sin milagrerías, sino del modo más natural en nuestra vida
ordinaria. Dios no sólo confía en la capacidad que Él nos dio para conocer la
verdad de las cosas, sino que también sabe que aprendemos mejor cuando
resolvemos las cosas por nosotros mismos. Él sabe que no asimilamos bien lo que
aprendemos en cabeza ajena, sino lo que aprendemos por experiencia propia.
Me explicaré con un ejemplo. Al dar clases de Teología o
de religión, y tratar el tema de la inerrancia de la
Sagrada Escritura, casi siempre hay alumnos que no lo entienden, debido a que
los Evangelios no coinciden del todo en lo que dicen; y por eso piensan que hay
errores o falsedades en los Evangelios. Les explico que los evangelistas no
trataban de escribir con precisión científica ni histórica, pues no eran
científicos ni historiadores, sino que escribían con su propio lenguaje y
estilo desde sus personales puntos de vista, etcétera. Pero a muchos alumnos
esas explicaciones no acaban de convencerlos bien a bien.
Entonces procuro ponerlos en circunstancias semejantes,
pero a menor escala, para que puedan controlarla teniéndola a la vista y a la
mano, y así puedan aprender por experiencia propia. Dejo pasar una o dos
semanas para que no se den cuenta de mi intención, y luego propongo que hagamos
un día de campo para festejar cualquier cosa o por el solo gusto de hacerlo. Y
después les pido un trabajo que consista en narrar el día de campo en un máximo
de unas pocas cuartillas, pues ellos saben que siempre tengo el propósito de
que mejoren su forma de redactar.
Me entregan los trabajos y los reviso para encontrar los
puntos en que no coinciden, y se los muestro. Y les digo: Tú aquí no
coincides con tu compañero, por lo que uno de los dos debe de estar mintiendo,
o al menos no dice la verdad. Y entonces ellos se defienden diciendo que
dicen la verdad, pero desde su punto de vista, pues uno siguió el orden
cronológico y otro no; uno narró los detalles, y otro narró generalidades; uno
se fijó en unos aspectos, y otros en otros, etcétera. Y entonces, al vivirlo en
la experiencia propia, entienden que con los evangelistas sucedió lo mismo, o
algo muy semejante.
Esto mismo, pero en mayor escala, es lo que Dios hace con
nosotros. Es lo que llamo una mayéutica de orden superior o mayécutica
divina. Si revisamos nuestras vidas buscando los casos en que Dios ha usado de
su mayéutica, encontraremos muchos. Y también los encontraremos si los buscamos
en la historia de la Iglesia. Pues bien, el Opus Dei parece ser uno de tales
casos.
La mayéutica divina en el caso del Opus Dei y de Opuslibros.
La aplicación de la mayéutica divina en el caso del Opus
Dei nos permite responder a la pregunta de por qué Dios permita tantos males en
la Obra. En efecto, hemos visto que la espiritualidad de los religiosos es
incompatible con la llamada universal a la santidad, es decir, con una llamada
a la santidad de todos, que en su inmensa mayoría son gente ordinaria –en el
buen sentido de la palabra--, o personas comunes y corrientes. El solo hecho de
que para santificarse, alguien tenga que pertenecer de por vida a una
determinada institución –distinta de la familia humana y de la Iglesia--, hace
que ésa no sea una persona común y corriente. Y dígase lo mismo si esa persona
requiere de por vida el compromiso del celibato. Y dígase lo mismo si esa
persona requiere de por vida llevar dirección espiritual con otro ser humano
que no sea Cristo.
Pero en la Iglesia, Pastores y fieles, nos hemos aferrado
a la espiritualidad de los religiosos a fin de lograr una entrega plena Dios,
aunque eso sea incompatible con la universal voluntad salvífica divina, que se
concreta en la llamada universal a la santidad, sin santidades de segunda ni
cristianos para la clase de tropa. Debemos vivir conforme a otra
espiritualidad, más amplia, más divina, que abarque a todos sin excepción; una
espiritualidad simplemente basada en el ser, el conocimiento, el amor y el
trabajo.
Y nos dan ganas de decirle a Dios: ¿Por qué nos has
tenido en vilo? ¿Por qué no nos lo has dicho a las claras?
Y Él nos podría responder lo mismo que respondió en el
Evangelio: “Os lo he dicho y no lo creéis” (Juan 10, 25).
Entonces nos preguntamos cuándo y dónde nos lo dijo. Aquí
están los lugares:
Respecto al ser: “Procread y multiplicaos, y henchid la
tierra” (Génesis 1, 28).
Respecto al conocimiento: “Esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Juan
17, 3).
Respecto al amor: “Un mandamiento nuevo os doy, que os
améis unos a otros” (Juan 13, 34).
Respecto al trabajo: “El hombre nace para trabajar, como
el ave para volar” (Job 5, 7).
Nos lo ha dicho, pero no le creemos. Preferimos creer en
lo que nosotros mismos hemos inventado: instituciones, celibato y dirección
espiritual humana. Y además nos aferramos a ello. Y como no le creemos ni
entendemos lo que nos dice en el contexto grande, Dios aplica su mayéutica y
nos pone en circunstancias semejantes, pero a menor escala, para que podamos
controlarlas teniéndolas a la vista y a la mano, y así podamos aprender por
experiencia propia. Nos pide que hagamos un camino de santidad en medio del
mundo, dejando a un lado el camino de los religiosos, para simplificar las
cosas. Y para ello elige una persona a quien pedírselo, a un hombre con muchas
dotes, Jesemaría, y lo deja que saque adelante el proyecto
como mejor pueda.
Josemaría se dedica con
todo empeño a hacer lo que Dios le pide como él lo entiende, el Opus Dei, y
conforme a las circunstancias de la Iglesia en las que vive, que son las de la
espiritualidad de los religiosos. Podemos decir que es el intento más empeñoso
que se ha hecho para iniciar un camino de santidad en medio del mundo. Las
cosas comienzan bien, pero al paso del tiempo empiezan a salir mal, y cada vez
más mal: miles de personas resultan dañadas, seriamente dañadas, y salen del
Opus Dei.
Queda claro que la espiritualidad de los religiosos, la
que nosotros hemos inventado, no funciona para construir sobre ella un camino
de santidad en medio del mundo. Pero todo el mal resultante se oculta con
prepotencia y se procura dar la imagen de que las cosas marchan a la
perfección. Y ante eso Dios ha propiciado que algunas personas valientes formen
un sitio en internet, Opuslibros, para destapar o
desenmascarar todo el daño que el Opus Dei está causando a tantas personas
célibes, aunque a otras haga algún bien, como a los supernumerarios. A Opuslibros se han venido uniendo cada vez más personas que
han salido del Opus Dei más o menos dañadas.
De algunos filósofos se ha dicho que nos han hecho el
servicio de llevar algunas ideas a sus últimas consecuencias, mostrándonos así
que esas ideas no llevan a ninguna parte. Algo semejante ha sucedido con Josemaría, pues ha llevado a sus últimas consecuencias una
pretendida espiritualidad laica construida sobre la espiritualidad de los
religiosos, para así mostrarnos que ese camino no lleva a ninguna parte. Me
parece que la misión de Opuslibros es ayudar a
mostrar precisamente eso. Nada de lo cual impide que Josemaría
haya obrado de buena fe –más o menos--, aunque estuviera en el error, y que
finalmente haya sido canonizado, como vimos arriba.
Me parece que, después de aplicarnos su mayéutica divina
con el Opus Dei, ahora Dios espera que entendamos lo que sucede y procuremos
desarrollar una auténtica espiritualidad que responda a la llamada universal a
la santidad. Le pido y espero que al fin entendamos, sobre todo el Magisterio
de la Iglesia, para que no sigamos haciendo lo mismo y vayamos a llegar al año
4000 con sólo el 0.8% de la humanidad viviendo el cristianismo razonablemente
bien. Le pido que se reconozca que el estado de celibato no es superior sino
igual al de matrimonio, que se retire el anatema lanzado en Trento y se corrija
lo dicho al respecto por Pío XII en la Sacra Virginitas.
Hay mayor información sobre esto en mi artículo anterior: Rompecabezas
Religioso 2.
Me propuse usar el recurso de meterme en la suela de los
zapatos de Josemaría --ya usado fructuosamente por mí
al meterme en la suela de los zapatos de Dios-- y me he encontrado con que
también aquí los resultados están siendo fructuosos. De hecho se han podido
descubrir algunas de las características que debe tener una auténtica
espiritualidad que responda a la llamada universal a la santidad. Dichas
características, descubiertas hasta el momento, aunque sean pocas, son las siguientes:
Debe ser una
espiritualidad que no sea propia de ninguna institución distinta de la familia
humana y de la Iglesia, es decir, una espiritualidad abierta y universal, como
el cristianismo, y no que esté contenida en ocultos documentos internos de alguna
institución. Así hablaba Jeśus: “Yo públicamente
he hablado al mundo; siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde
concurren todos los judíos; nada hablé en secreto” (Juan 18, 20).
Debe ser una
espiritualidad basada simplemente en el ser, el conocimiento, el amor y el
trabajo.
Debe ser una
espiritualidad sin celibato.
Debe ser una
espiritualidad sin directores espirituales humanos, sino en la que el director
espiritual sea el Espíritu Santo.
Pienso que debo seguir tratando de meterme en la suela de
los zapatos de Josemaría, para ver si logro descubrir
más características de la espiritualidad que buscamos; y tratar de hacerlo con
el máximo respeto para todos. Ojalá que otros intervengan en el mismo intento.
Ojalá que respondamos positivamente a la mayéutica divina. Tal vez éste sea
otro aspecto de la misión de Opuslibros. Tal vez en Opuslibros se logre descubrir esa espiritualidad de una
manera razonablemente completa. Procuraré seguir en esa línea en mis futuros
artículos: Rompecabezas Religioso 4, 5, 6, etcétera.
Rompecabezas
religioso (2)
Rompecabezas religioso (4)
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