LOS CANGREJOS Y LAS
ANGUILAS
Antonio Moya Somolinos, 24/06/2022
Hoy va de fauna acuática.
Decía san Josemaría, en los primerísimos tiempos del Opus Dei que los que
se iban lo hacían como las anguilas, sin despedirse. Estamos hablando de los
primerísimos momentos, de cuando ni siquiera se llamaba Opus Dei y de cuando no
existía ni siquiera una concreción a ese seguimiento a Escrivá por parte de
algunos chicos jóvenes. Son los tiempos del Sotanillo, cuando ni siquiera
tenían un local para reunirse.
El compromiso que adquirían esos chicos era algo difuso. El Opus Dei era
poco menos que una pandilla de unos chicos rodeando a un cura. Pensemos que
entonces “pitar” era sin escribir nada. El primero que escribió una carta de
petición de admisión en el Opus Dei fue Álvaro del Portillo el 7 de julio de
1935, esto es, siete años después de fundarse el Opus Dei.
En una situación así, dejar de seguirle sin decir adiós era no más que una
pequeña falta de cortesía. No había ninguna organización, ninguna relación de
derechos y deberes derivados de una incorporación a esa pandilla.
Efectivamente, si un chico no quería seguir, parece lógico que por educación le
dijera a Escrivá que no iba a seguir, pero tampoco era tan descabellado dejar
de seguirle sin más. Ninguno de nosotros hemos llevado a cabo un acto formal
para dejar de ir en una pandilla de amigos.
Incluso no existía una forma jurídica institucional, ni un mal reglamento.
Hay que esperar a 1941 para que fuese aprobado como pía unión a nivel
diocesano.
Según se lee en las biografías oficiales del Opus, parece ser que san
Josemaría no era muy amigo de formas jurídicas (algo insólito, a pesar de haber
estudiado Derecho; quizá era un postureo) y fue el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, quien le empujó a dotar al Opus de una
primera forma jurídica como pía unión.
Quizá pueda darse en algunos aspectos de la vida de la Iglesia un exceso de
juridificación o inflación normativa, pero cualquier persona con sentido común
sabe que el Derecho es bueno para convivir, pues marca lo que son las personas
y las instituciones para saber a qué atenerse y cuáles son los derechos y
deberes de cada cual.
Una pandilla sin ningún tipo de normas es algo que no compromete, pues no
se crea ningún vínculo – externo o interno – ni obligación o derecho alguno más
allá de los que cada cual tiene con independencia de esa pandilla.
Vamos a trasladarnos ahora al momento actual, tras la promulgación y
entrada en vigor de la constitución Praedicate Evangelium.
Ha quedado patente – sin posible marcha atrás – que las prelaturas
personales (o sea, el Opus) son unas organizaciones clericales asociativas en
las que no caben laicos y en las que estatutariamente se definirán – en caso de
que haya laicos que cooperen con ellas, lo cual no es imprescindible
jurídicamente, esto es, que puede haber prelaturas personales que no tengan
laicos cooperadores – los detalles de ese modo de cooperar.
En los Estatutos
de la prelatura personal de la Santa Cruz y del Opus Dei se da una
injerencia normativa respecto de lo establecido por los Cánones
294 a 297 del Código de Derecho Canónico, pues dichos estatutos invaden
un área que no les compete, como es el organigrama orgánico de una o unas
asociaciones de laicos que cooperan con el Opus Dei.
No es lo mismo una estructura orgánica que una estructura funcional. En
cuanto a los laicos, los Estatutos de la prelatura personal de la Santa Cruz y
del Opus Dei solo tienen potestad jurídica para regular los aspectos
funcionales de esa cooperación orgánica de laicos que quieran cooperar con la
prelatura. Pero no pueden entrar en aspectos organizativos internos de esos
laicos en el supuesto de que esos laicos pertenezcan a alguna entidad
asociativa laical.
Esto que acabo de decir arroja luz sobre algunos sucedidos que voy a
referir.
El primero, ya he hablado de ello, me tiene a mí por protagonista. Cuando
me marché del Opus pedí un certificado de mis 42 años de pertenencia a la
institución. No me lo quisieron dar. Que cada cual saque consecuencias.
O bien he estado 42 años en el limbo sin saberlo o no he estado en ninguna
parte o, dicho de otro modo, no he tenido ningún vínculo real con ninguna
institución.
Muy llamativo es también que, para irse, se hace un papel “pidiendo la
dispensa de los compromisos” (¿cuáles?), la cual nunca te llega por escrito…
Más todavía, de acuerdo con esa reciente nota
de la Comisión de Irlanda en donde se dice que el prelado siempre
concede esa dispensa. Si se concede siempre, ¿por qué hay que pedirla?
También el hecho de que siempre se ha hablado en el Opus Dei de “celibato
apostólico” para numerarios y agregados, ¿no es eso, acaso, un motivo “funcional”
de ese celibato (para hacer ese apostolado, pero nada más), en contra de lo que
decía Ocáriz en su carta del año pasado en la que se dedicó a explicar a la
gente del Opus en qué consisten los numerarios, supernumerarios y agregados?
El hecho de que los numerarios no tengan obligación, según los Estatutos,
de depositar a principio de mes el sueldo, en contra de lo que se dice de
palabra dentro de la institución, sino que se les anima a cooperar con
donativos después de haber administrado sus ingresos para su sustento personal
libremente (nada de cuentas de gastos ni de consultar gastos extraordinarios,
etc.) ¿no nos lleva a concluir que entre los laicos y la prelatura no hay una
obligación económica?
Muy claramente se expresa en los propios Estatutos cuando se dice que en
caso de que un laico deje de pertenecer al Opus Dei, la institución no tiene
obligaciones económicas adquiridas respecto de dicho laico.
Otro detalle interesante. Al irme del Opus y comunicar a mis amigos que en
unos meses me casaría, dos sacerdotes a quienes se lo dije, me hicieron la
misma pregunta: ¿has hecho votos? Al responderles que no, me dijeron que no
había ningún problema y me felicitaron.
Un tercero, después de felicitarme también, me dijo más directamente que mi
situación era algo normal, y que el problema hubiera sido si en vez de laico
fuera sacerdote, “porque tú no tienes ningún compromiso al haber sido
numerario, pero si fueras sacerdote, sí”.
Hago hincapié en que estos tres sacerdotes eran ya mayores y con puestos de
responsabilidad en las curias diocesanas donde ejercen el ministerio. Y uno de
ellos pertenecía a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
Abundando más, aunque tengo pendiente escribir un testimonio de Bernardo
Robledo, sacerdote numerario fallecido el 24 de diciembre de 2020 a los 88
años, tras enviarle en 2016 todos los documentos relativos a mi salida del Opus
Dei, me llamó por teléfono desde Valladolid y me dijo textualmente: “Antonio,
estoy de acuerdo contigo en todo. Felicidades”.
Ya hablaré más de don Bernardo, porque su buen nombre se lo merece. No se
le puede meter en el mismo saco que al resto de los de la prelatura, aunque
murió dentro del Opus Dei, pero no era de esa cuerda.
Podría seguir con muchos ejemplos, pero no quiero extenderme. Todos estos
hechos son muy significativos.
Vámonos ahora a los años cincuenta del siglo pasado, cuando hubo en el
Vaticano una tentativa de separar el Opus Dei en dos asociaciones independientes
relevando a san Josemaría de presidirlas. Según se lee en las biografías
oficiales, san Josemaría se presentó en el Vaticano dando voces y consiguió
detener ese plan diciendo aquello de “si dividen en dos el Opus Dei, me matan”.
La situación institucional que tienen ahora es muchísimo peor que la de
aquel momento, no solo porque esa extralimitación estatutaria hay que
corregirla, quieran o no y lo antes posible, sino porque de la solución que se
le dé, hay algo seguro: que los laicos no van a formar parte, como no lo forman
ahora, de la Prelatura de la Santa Cruz, sino de otro tipo de forma o formas
jurídicas que están por ver, de derecho asociativo, público o privado, en una
única asociación o en dos, separadas por sexos, pero que en todo caso tendrá o
tendrán su propia estructura orgánica al margen de la prelatura de la Santa
Cruz, en cuyos estatutos modificados solo se va a regular la cooperación
orgánica de los laicos que cooperen con esa prelatura, y nada más.
Por supuesto, esas asociaciones de laicos y laicas tendrán sus propios
estatutos, sus propios órganos de gobierno, etc.
A la vuelta de los años, gracias al cerebro de mosquito de Álvaro del
Portillo, el Opus Dei ha ido como los cangrejos, para atrás, pues el panorama
es, no ya una desmembración de las dos secciones, sino una desmembración
añadida de los curas y los laicos.
El origen de todo esto es la mente perturbada y arcaica de san Josemaría,
que desde los primeros años del Opus Dei soñó con tener “curas propios”, como
la abadesa de las Huelgas, curas propios con los que controlar las conciencias
de los que le seguían, desde el confesonario.
Al final, se ha puesto tanto énfasis en tener curas propios, que los laicos
se han esfumado.
El Opus Dei ha ido para atrás. No solo ha vuelto a los años cincuenta, sino
a una situación – respecto de los laicos – anterior a 1941, es decir, a esos
primeros 13 años de indefinición y nebulosa institucional
Peor todavía, pues lejos de entender ahora lo que son, hay solo como cosa
segura que solo saben lo que no son, es decir, que si hay algo seguro ahora es
que no pertenecen a la prelatura y no se sabe a qué pertenecen, o por mejor
decirlo, no pertenecen a nada, ya que ni siquiera en la prelatura son capaces
de certificar que pertenecen a algo.
Sería muy interesante que hubiera hoy un programa parecido a La Clave, de recientemente
fallecido José Luis Balbín en el que se confrontaban individuos del Opus Dei
con otros que no lo eran o que habían sido. Apostaría que, si hoy se hiciera un
programa así, los miembros del Opus Dei que comparecieran al programa, o no
sabrían explicar qué es jurídicamente el Opus Dei o mentirían.
Como los cangrejos han vuelto a ser poco menos que una pandilla. Después de
casi cien años terminar siendo una pandilla, no está mal...
La conclusión de todo esto es que los laicos y laicas no forman parte de la
prelatura y tampoco se sabe de dónde o de qué forman parte. Si quieren
sobrevivir necesitan algún agarradero institucional para no seguir en la ley de
la selva o de la pandilla.
Para la prelatura, los laicos no pintan nada, y los supernumerarios, menos.
Y las mujeres, menos todavía. Y las que menos pintan son las mujeres
supernumerarias. Lo único que a la institución les interesa de ellas es la
aportación mensual, que sean clientes de colegios de Fomento o Attendis y de la clínica de Navarra si llega el caso, y que
vayan a los retiros mensuales, en donde les sueltan cuatro generalidades
espirituales y hasta el mes que viene.
Pero hay otra conclusión interesante: Si tan débil o inexistente es el
vínculo de los laicos con la prelatura, irse o quedarse es casi lo mismo. Luego
todos los mecanismos jurídicos para irse que vienen en los Estatutos en torno
al artículo 29, habida cuenta de que en este aspecto los Estatutos son una
extralimitación del mandato del Código de Derecho Canónico al regular aspectos
que no les compete, en realidad son un paripé que, con la conciencia más
tranquila que un lago, se puede uno saltar.
Quiero decir con esto lo siguiente: Hace tiempo escribí en este medio una
especie de guía sencilla para irse del Opus Dei con ocasión del 19 de marzo.
Habida cuenta de que la incorporación de los laicos al Opus Dei regulada en los
estatutos es pura ficción jurídica, tras la puesta en claro de su situación con
la Constitución Praedicate Evangelium,
hay otro modo mucho más sencillo y que vale para cualquier situación de los
laicos en el Opus Dei: Marcharse como las anguilas.
Hacer como en los primeros tiempos, irse de la pandilla avisando o sin
avisar, dando razones o sin darlas. ¿No es el Opus Dei, jurídicamente, una
pandilla? Pues seamos consecuentes. Si ellos no son capaces de entregar un
certificado a quien abandona el Opus en el que conste simplemente la fecha de
entrada y la de salida, no van a pedir más a la parte contraria.
Ahora empieza el verano. Buena ocasión para pensar un poco y para largarse
sin decir adiós, como decía Serrat en Mediterráneo: “Es bonito partir sin decir
adiós, serena la mirada, firme la voz; si de veras me buscas, me encontrarás,
es muy largo el camino para mirar atrás; qué más da, qué más da, aquí o allá”.
Debo decir que todos los del Opus que, tras mi salida, me han buscado,
siempre me han encontrado. A mí, a mi persona, no como miembro de una
institución. Lo que valen son las personas, no las instituciones. Da igual aquí
o allá, lo que importa es la persona, lo que importa es Cristo, no las sectas
de la Iglesia Católica.
Aquellos del Opus Dei que siguen siendo amigos míos saben perfectamente
cómo opino acerca del Opus Dei, y a pesar de eso, me siguen teniendo por amigo,
de la misma manera que para mí siguen siendo amigos, a pesar de que sean del
Opus.
Irse del Opus Dei es una buena prueba para saber “dónde” están los amigos,
las personas.
Iba a terminar aquí, pero no me resisto a añadir algo.
En ese congreso general extraordinario que Ocáriz-Fazio-Pujals están
empezando a montar, va a haber que meter bastante la tijera.
A la vista de lo que está pasando, parece que la figura de las prelaturas
personales, que empezó a gestarse en torno al año 1968, tras el Vaticano II, la
configuración inicial que iban a tener, CON PUEBLO PROPIO, pero de jurisdicción
personal en vez de territorial, al ser un experimento postconciliar, se fue
poco a poco perfilando hasta ese informe del cardenal Ratzinger en el que quedó
claro que dicha figura jurídica no podría tener pueblo propio, o sea, laicos,
pues ello supondría cargarse algo de institución divina como es la estructura
jerárquica de la Iglesia. Por eso el cardenal Baggio le puso esa carta a su
amigo Álvaro del Portillo poco antes de aquel 28 de noviembre de 1982 en el que
le decía que definitivamente las prelaturas personales en el que ya era
inminente nuevo Código de Derecho Canónico, no tendrían laicos, sino solo curas
y diáconos incardinados. Serían organizaciones meramente clericales y que no
pertenecerían a la estructura jerárquica de la Iglesia.
A pesar de esta comunicación-advertencia, Álvaro del Portillo siguió erre
que erre y echó el órdago a la grande de hacerse pasar por una estructura
perteneciente a la estructura jerárquica de la Iglesia confiando en que en el
Código de Derecho Canónico se recogiera así o que con el tiempo se terminaría
imponiendo la política de hechos consumados, habida su amistad con Juan Pablo
II.
Pero en enero de 1983 fue publicado el Código y las prelaturas personales
quedaron fuera de la estructura jerárquica de la Iglesia, como no podía ser
menos y como le había advertido meses atrás el cardenal Baggio.
Había dos salidas: O echar marcha atrás o huir hacia adelante. Esa huida
hacia adelante ha llevado cuarenta años después, cuarenta años de mentira a los
propios miembros del Opus Dei, a la Constitución Praedicate
Evangelium con un aviso previo en 2016, la Carta a
los Obispos Iuvenescit Ecclesia.
La única salida que tienen ahora es dar marcha atrás.
Incluso la expresión “prelatura personal” es equívoca, pues la palabra
“prelatura” evoca automáticamente las prelaturas nullius, que era la forma que
inicialmente san Josemaría quería, pues de sus tiempos de Burgos quedó
fascinado con la abadesa de las Huelgas hasta el punto que hizo de ello su
tesis doctoral, aunque no queda claro si realmente la escribió él o se la
escribieron, de modo parecido a la tesis de Álvaro del Portillo en historia
“Descubrimientos y exploraciones en las costas de California”, que la tengo,
publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, presidido por
– qué casualidad – José María Albareda, numerario del Opus Dei, de la misma
edad que san Josemaría, y luego también sacerdote numerario.
Digo que la palabra “prelatura” no cuadra bien a lo que en realidad es un
grupo de curas, una “sociedad” de sacerdotes. Probablemente, a las prelaturas
personales terminen cambiándoles el nombre y dándoles un nombre más adecuado a lo
que son, por ejemplo, “sociedades sacerdotales”.
No en vano, en 1943 en una serie de arrobamientos místicos, san Josemaría
fundó la “Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz” con el fin de tener curas
propios, incardinados en una sociedad presidida por él.
El problema desde ese momento fue el de armonizar los curas con los laicos.
Les llegaron a hacer un traje a medida, aunque no era totalmente a su
medida: Los institutos seculares.
El problema siempre han sido los numerarios. Si una serie de señores y de
señoras viven como religiosos un poco sui generis, es muy difícil hacer
comulgar con ruedas de molino a juristas eclesiásticos de prestigio y
experiencia de Iglesia tales como el padre Larraona, en su día, o Gianfranco Ghirlanda actualmente.
En los años posteriores a la Provida Mater Ecclesia,
a san Josemaría le empezó a no gustar la forma jurídica creada para él porque
al amparo de esa forma jurídica se habían acogido otras instituciones y a san
Josemaría no le gustaba compartir con ellas esa forma jurídica porque las
entendía poco laicales o seculares.
No le hubiera venido mal hacer un poco de autocrítica y ver QUÉ era en
realidad el Opus Dei y cómo lo veían los demás, cuando él mismo, en los
estatutos de 1941, como pía unión, había dejado claro que
en lo esencial, los miembros del Opus Dei son iguales que los religiosos.
Esa armonización de curas y laicos nunca fue bien. Era la cuadratura del
círculo, salvo que el Opus Dei pasara a ser una estructura jerárquica de la
Iglesia, o lo que es lo mismo, sostener que a Jesucristo se le había olvidado
fundar el Opus Dei, y veinte siglos después hemos venido nosotros a enmendarle
la plana al Maestro.
O sea, que en mi opinión, acabados los experimentos, y a la vista de la
irreversibilidad de lo que son las prelaturas personales, y sobre todo, que en
estos 40 años no ha habido ninguna nueva prelatura personal (lo cual hace
sospechar que no era tan necesario crearlas, lo mismo que el Plan Nacional de
Urbanismo, que aparecía en todas las leyes del Suelo españolas desde 1956 pero
nunca se llegó a redactar), pienso que lo ideal es cambiarles el nombre para no
crear confusiones, y llamarlas Sociedades Sacerdotales.
Debo decir que poco tiempo después de 1982 la Compañía de Jesús pidió a la
Santa Sede su transformación jurídica en prelatura personal. Ignoro si esa
petición fue abandonada por los propios jesuitas o fue Juan Pablo II, muy
forofo del Opus Dei y poco amigo de los jesuitas, quien la echó para atrás. Lo
que sí es cierto es que esa petición no iba desencaminada, pues a poco que se
conozca la Compañía de Jesús, su génesis y la idea inicial y su desarrollo, se
puede ver que la Compañía de Jesús encajaría más en las prelaturas personales
que en las órdenes religiosas.
Un pequeño detalle, superficial pero significativo. Cuando vemos el nombre
de un jesuita, y que a continuación aparecen las letras “S” y “J”, todos
pensamos que ese acrónimo quiere decir “sacerdote jesuita”. Pero no es así,
pues la “J” no es jota sino “I”, es decir, i griega, porque en realidad esas
siglas significan, en latín, “Societas Iesu”, es
decir, Sociedad de Jesús o Compañía de Jesús, que es como se la conoce más a
menudo.
Los jesuitas eran desde el principio una sociedad sacerdotal.
Del mismo modo, la palabra “jesuita” es un mote, lo mismo que la palabra
“cristiano” era el mote con que en Antioquía de Siria se empezó a llamar a los
seguidores de Cristo. Del mismo modo que “opusino” o
“opusdeísta” son motes con que la gente normal se refiere a los miembros del
Opus Dei. Al final el mote ha llegado a tomar carta de naturaleza.
Pero insisto, la Compañía de Jesús desde el principio se vio a sí misma
como una sociedad de sacerdotes al servicio del Papa más que como una orden
religiosa.
La diferencia con el Opus Dei es que los jesuitas parecen haber tenido más talento
y haber dado más importancia a la misión que a la forma jurídica, o al menos no
se han enredado con ella.
No sé si hoy día pensarán en cambiar de forma jurídica, pero lo que sí es
seguro es que para ellos ese tema no es el fundamental mientras tengan una
forma jurídica que quizá no sea un traje a su medida, pero les permite
funcionar con normalidad.
Mientras tanto, el Opus Dei lleva casi un siglo de pelea contra la Santa
Sede y contra todos, intentando la cuadratura del círculo, y cuando en la Santa
Sede les dijeron en los años cuarenta que habían llegado con cien años de
antelación, san Josemaría – y los demás con él – los tomaron por tontos.
Ahora tienen que actuar de cangrejos y tomarles el tarro todo lo posible a
los laicos para que no utilicen la cabeza para pensar, como hacemos en OpusLibros, no vaya a ser que se den cuenta de que ellos en
el Opus Dei son lo más parecido a unas anguilas y pueden ejercer de anguilas
cuando y como quieran.
Parece que lo ideal en el futuro podría ser una asociación de laicos, sin
dos secciones, a la que prestaría sus servicios, siempre que se les requiera,
los sacerdotes de una sociedad sacerdotal (antes prelatura personal) en la que
habría sacerdotes incardinados y otros sacerdotes diocesanos asociados a esa
sociedad sacerdotal.
En esa asociación de laicos podría haber laicos consagrados a título
individual, como existe hoy día en la Iglesia, pero tal situación no
equivaldría a diversos tipos de socios, sino que habría un solo tipo de socios,
a lo más dos, socios activos y socios cooperadores o simpatizantes, como en
cualquier asociación. Dicha asociación tendría sus órganos de gobierno, sus
asambleas, etc. Podría ser una asociación privada de fieles o pública, de
acuerdo con los márgenes legales del Derecho de la Iglesia. Dentro de esa
asociación, las vírgenes y varones laicos consagrados se regirían por las
normas generales de la Iglesia para esos casos. La asociación nada tendría que
decir al respecto, al ser esto un asunto de fuero interno de esos miembros de esa
asociación.
En los primeros momentos el Opus Dei era algo parecido a esto. Había unos
laicos que vivían en sus casas y ejercían sus trabajos o sus estudios y unos
pocos sacerdotes amigos de san Josemaría, que le ayudaban en su atención
sacerdotal. Solo fueron su “corona de espinas” aquellos que no se dejaron
manipular por san Josemaría en el ejercicio de su sacerdocio.
Aquello era el Opus Dei, no el engendro que ha terminado siendo.
Señoras y señores anguilas, llega el verano. Empieza la migración.
Señores cangrejos, rebobinen.
Antonio Moya Somolinos
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