¿Hay esperanza
para la Obra en la Iglesia del Papa Francisco?
Jacinto Choza, 10/11/2017
1.-La desesperanza de los
numerarios sobrevivientes.
2.- La
renovación eclesial en el pontificado del Papa Francisco.
3.-
Una posibilidad de renovación para el Opus Dei.
1.-La desesperanza de los numerarios sobrevivientes.
Antes
del verano tuve algunas conversaciones con algunos amigos numerarios, que llevan
en la Obra ya más de 50 años. Llegaron a comienzos de los 60, como yo, y continúan.
Esas conversaciones me dejan un dolor que me encoge el corazón, con un
encogimiento que no se me va.
Yo me entregué, nosotros nos
entregamos, me cuentan, en la Obra para acercar almas a Dios, para servir a
Dios y a las almas. Y ahora ya vemos que nos resulta imposible hacer eso. No solo
no acercamos almas a Dios, sino que la espantamos. Y no solo no vendemos una
escoba, sino que no vamos a venderla en ningún caso.
Hombre, pero, alguna esperanza
habrá, las cosas pueden cambiar un poco con Ocáriz y con el Papa Francisco. No.
No hay esperanza. O bueno, hay una esperanza escatológica, al final de los
tiempos. Ya se sabe bien que Escrivá fue y es un fraude, como lo ha contado la
web [Opuslibros] pero no es ese el problema. Solamente los sacerdotes
agregados, que trabajan en parroquias, sirven a las almas y las acercan a Dios.
Personalmente no soy capaz de
despedirme de un amigo aceptando que no hay ninguna esperanza para él, donde
quiera que esté y cualquiera que sea su situación. Siento la necesidad de
decirle que no puede no haber esperanza y que, en este caso, a mí se me ocurren
salidas por rocambolescas y rebuscadas que parezcan.
Este verano en el mes de agosto me
encontré con un sacerdote de los Legionarios de Cristo Rey y tuvimos ocasión de
hablar largo y tendido.
¿Os ha afectado mucho el asunto de
Maciel? Sí, mucho. ¿Y a ti personalmente? Bueno, uno procura recogerse sobre sí
mismo y sobre Dios y rehacerse. Bueno pero, por grande que sea el escándalo, si
se trata de un desarreglo moral, de unos vicios morales de la persona, eso no afecta
para nada al carisma fundacional, ¿no? No claro. Al carisma fundacional eso no
le afecta para nada.
Lo que pasa con un escándalo de tipo
sexual es que está en el punto de mira de la opinión pública y que todo el
mundo está especialmente sensibilizado para esas cosas, pero en realidad, no
afectando al carisma, no tendría por qué haber un terremoto institucional.
Hombre, claro, un escándalo que afecte al carisma institucional es mucho más
grave, pero un escándalo moral del fundador, y de este tipo, te deja muy
tocado.
Y ¿cómo lo habéis vivido vosotros?
Pues hombre, el Papa nombró una persona que supervisara la revisión y
reorganización y en ello estamos. Lento y doloroso. ¿Y también
esperanzado?Pues… sí. Claro. La institución seguirá adelante.
Esa posibilidad y esa salida de los
Legionarios de su problema podría no ser solamente de ellos.
En mi caso la mayor esperanza de renovación
de la Obra proviene de los escritos de Gervasio publicados en Opuslibros. En
los escritos de Gervasio yo he aprendido que la Obra es un fraude legal y una
monstruosidad canónica, que es una persona jurídica con un montón de
malformaciones congénitas, que se han ido agravando con el tiempo. Y con los
escritos de Stoner y de Jaume García Mol he aprendido que es un fraude carismático,
un monstruo espiritual con numerosas malformaciones congénitas radicadas en el
carisma fundacional mismo, o dicho simplemente, que carece de cualquier cosa
que pueda llamarse carisma fundacional.
Es decir, entre Gervasio, Stoner y
Jaume han escrito una nueva versión de la magna obra El Itinerario Jurídico del Opus Dei: Historia y Defensa de un Carisma, de Illanes Maestre, José Luis; Gómez-Iglesias,
Valentín; Fuenmayor Champín,
Amadeo (Pamplona: EUNSA, 1990) con la que el Opus Dei pretendía y necesitaba
legitimarse, y quizá lo logró durante algún tiempo.
Esos amigos míos numerarios de los
que hablaba al principio saben esto, y es posible que lo sepa el Consejo
General de la Prelatura, si es que se sigue llamando así, y los vicarios de las
diferentes regiones. Mis amigos creen que el Opus Dei marcha poco a poco hacia
su extinción y se extinguirá como ha ocurrido con otras instituciones de la
Iglesia y no ha pasado nada. Y se extinguirá sin dar fruto porque es una vía o
una rama muerta del tronco del árbol de la vida de la Iglesia.
Sí, puede que sea así, y que se
extinga precisamente por eso. No porque sea un fraude legal y espiritual desde
su fundación, sino porque se ha desplegado por una vía muerta, perteneciente a
la corteza seca que se desprende de ese árbol de la vida de la Iglesia,que
sigue su curso. Y eso le puede pasar también a los Legionarios, como me decía
otro también sacerdote, ex legionario, con el que también tuve ocasión de
hablar este verano.
Pero puede ocurrir otra cosa. Puede
ocurrir que las instituciones de la Iglesia que se aferraron a la concepción
eclesial de, digamos para abreviar, San Pio X, no se desprendan de la Iglesia
como ha ocurrido con la
Fraternidad de San Pio X, los llamados lefevrianos, y que sigan en el
tronco principal del árbol de la vida de la Iglesia.Y puede ocurrir eso porque
puede suceder que las reformas de la Iglesia promovidas por el Papa Francisco las
arrastre a la vida.
2.- La renovación eclesial en el pontificado del
Papa Francisco.
El
pontificado del primer papa eslavo y los cinco primero años del primer papa no
europeo han cambiado la comprensión del cristianismo por parte de muchas
personas e instituciones, y han cambiado la imagen de Iglesia Católica en el
mundo. Durante esos años las relaciones entre religión y cultura en general, y
entre religión católica y cultura globalizada en particular, muestran un nuevo
horizonte apenas entrevisto y apenas descrito a comienzos del milenio.
En
los cinco años de pontificado del Papa Francisco es perceptible el modo en que
la Iglesia Católica ha llevado a cabo una privatización del dogma, de modo
inconsciente e impremeditado, una privatización de la moral reflexiva y
deliberadamente realizada, y mediante ambos procesos, un reajuste entre la
sensibilidad religiosa de la Iglesia católica y la sociedad civil secularizada.
Los fundamentos teológicos de todo ese proceso, de su parte consciente y de su
parte inconsciente, fueron explicitados por Josef Ratzinger en los años 60, en
su libro Introducción al cristianismo
(Salamanca: Sígueme, 1969).
A
través del análisis del capítulo 25 del Evangelio de Mateo, donde se recoge el
juicio de las naciones, realizado en base a los hechos “tuve hambre y me
disteis de comer…”, el entonces profesor de teología de la Universidad de
Munich, posteriormente pontífice con el nombre de Benedicto XVI, ponía de
manifiesto que el cristianismo, la confesión y la profesión de la fe en
Jesucristo, no consiste en un cuerpo dogmático, ni en un sistema de normas
morales, ni en un conjunto de prácticas litúrgicas, sino en el amor y la
misericordia, consiste en dar de comer al que tiene hambre, de beber al que
tiene sed, en alojar al peregrino (al emigrante), visitar al enfermo, etc., lo
cual ni siquiera requiere conocimiento de la existencia histórica de
Jesucristo. Es decir, el amor, que es en lo consiste ser cristiano, no
pertenece al orden del conocimiento y ni siquiera al de la conciencia.
Semejante
planteamiento, con el que Ratzinger seguía la estela de la teología existencial
abierta por Romano Guardini décadas antes, situaba al profesor bávaro en la
vanguardia de la progresía, como antes lo había estado Guardini, y lo hacía
igualmente blanco de las sospechas de la curia romana.
Mi
libro Metamorfosis del cristianismo.
Ensayo sobre la relación entre religión y cultura (2003, este texto
pertenece al prólogo de la segunda edición, en prensa) está escrito desde ese
punto de vista, poniendo de manifiesto de qué modo el cristianismo moderno se
consolida y desarrolla enfatizando las dimensiones cognoscitiva y
administrativa de la religión, y de qué modo la superación de la modernidad
lleva también consigo un énfasis de las dimensiones asistenciales en las diversas
religiones y también en el cristianismo. En el caso del catolicismo romano ésta
diferencia entre su versión moderna y su versión contemporánea resulta
especialmente perceptible en los textos en que la Iglesia Católica más se
afirma y se define a sí misma, a saber, el Catecismo y el Código de Derecho
Canónico.El estudio comparativo de los catecismos y de la legislación delos
siglos XVI y XX permite percibir la metamorfosis del catolicismo moderno en el contemporáneo.
Quizá la mayor y más perceptible diferencia se da entre los textos del Vaticano
II y los de los anteriores concilios que dicen, Si quisdixerit… anatema sit
(si alguien dice… sea anatema, esto es, “excluido de su comunidad religiosa y
de la posibilidad de recibir los sacramentos”).
Cuando
el Papa Francisco llega al pontificado aplica la deliberación y la acción
reflexiva del gobernante a esa metamorfosis, y lleva a cabo una privatización
de la moral, que permite comprobar que ya antes, hacía mucho, se había
producido una privatización del dogma.
¿Cuánto
tiempo hace que no se quema en la hoguera a un hereje? ¿Cuánto tiempo hace que
no se expulsa a nadie de la Iglesia por unas formulaciones de la doctrina
discordantes con las formulaciones oficiales?
El
4 de marzo de 1983, a su llegada a Nicaragua, Juan Pablo II le advierte al
padre Ernesto Cardenal que debe regularizar su situación con la Iglesia,
refiriéndose a los trámites de secularización establecidos como requisito para que
un sacerdote desempeñe tareas políticas en el gobierno de cualquier país. Ni a
Juan Pablo II ni a ninguna otra autoridad de la Iglesia Católica le pasó por la
cabeza que debería ser condenado a la hoguera, y ni siquiera que hubiera que
excomulgarlo, a pesar de que él, y la teología de la liberación en parte, habían
sido calificados de neopelagianismo. En el siglo XX no se quema ni se excomulga
a los discrepantes. Se les amonesta, se les tolera y se les silencia, pero no
se les expulsa de la comunidad, ni se les considera pecadores públicos en
relación con la dimensión cognoscitiva del cristianismo. No existe más la
“herejía”, es decir, el pecado público contra la fe. Eso es cabalmente la
privatización del dogma.
Guardini
y Ratzinger no fueron excomulgados en ningún momento, aunque sí silenciados en
determinados ambientes oficiales. Las excomuniones y las condenas por herejía
resultan ahora planteamientos muy eurocéntricos, muy romanocéntricos o muy
euro-cristianocéntricos. Excepto en el ámbito de la cristiandad, de Europa, la
dimensión cognoscitiva del cristianismo, los dogmas, no son lo más importante
de ninguna religión, ni tampoco del cristianismo, si se tiene en cuenta que el
cristianismo no se desarrolla solamente en Europa y que no se identifica con la
cristiandad.
Como
señalara Max Weber, la aparición y la consolidación de los dogmas no depende del
contenido de lo que se cree, sino de la forma que se le da a ese contenido en
sociedades estatales complejas, donde la comunidad religiosa tiene a su vez una
estructura y una jerarquía compleja.
En
una entrevista Hanna Arendt contó el diálogo en una sinagoga entre un joven y
el rabino. El joven expresó lo que pensaba que era su difícil situación: yo no
creo en Dios. El rabino contestó: nadie te lo pide. En las formas del
cristianismo africano, de Oriente medio, de Asia o de América, el dogma no es
la clave. Los españoles que colonizan América no movilizan a los inquisidores
contra los herejes, sino a unos supervisores religiosos que son “extirpadores
de idolatrías”, pero la idolatría no tiene que ver con el dogma, sino con el
culto.
A diferencia de la privatización del
dogma, para la cual es difícil señalar un momento y una acción que la lleve a
cabo, la privatización de la moral la realiza el Papa Francisco mediante la
publicación de unos documentos que provocan escándalo y conmoción en la
conciencia de los sectores más conservadores, que controlan el aparato, y el
júbilo y la esperanza en los que habían abandonado la Iglesia ante la
imposibilidadde mantener la situación fijada por el sistema dogmático
administrativo proveniente del el siglo XVI. Esos documentos son los
siguientes.
1.-
Las dos Cartas ''motu proprio date'' ''Mitis Iudex Dominus Iesus'' e ''Mitis et
misericors Iesus'' sobre la reforma del proceso canónico para las causas de
declaración de nulidad de matrimonio, respectivamente en el Código de Derecho
Canónico y en el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, de 8 de
septiembre de 2015.
2.-
La Bula “Misericordiae Vultus”, El rostro
de la misericordia, de convocación del jubileo extraordinario de la
misericordia, de 11 de abril de 2015. Con ocasión de ella, se concede un
permiso temporal para que los sacerdotes puedan absolver del pecado de aborto a
quienes lo han practicado y que estén arrepentidos de corazón durante el
Jubileo de la Misericordia o Año Santo, entre el 8 de diciembre de 2015 y el 20
de noviembre de 2016. Así se lee en carta firmada por el sumo pontífice y
enviada al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva
Evangelización, Rino Fisichella, encargado de organizar el Año Santo
extraordinario, el 1 de septiembre de 2015.
3.-
La exhortación apostólica “Amoris laetitia”, La alegría del amor, sobre el amor en la familia, de 19 de marzo de
2016, después de los dos sínodos sobre la familia celebrados en 2015 y 2016.
Mediante
estos documentos se agiliza la práctica de la nulidad de los matrimonios
canónicos para aproximarlos a la de la disolución de los matrimonios civiles,
por una parte, y por otra se facilita levantar la pena canónica de excomunión a
las personas que practican el aborto, es decir, se cancela su estatuto de
pecadores públicos si el delito tenía ese carácter público.
La alegría del amor, además, hace
valer en el ámbito del derecho público de la Iglesia el principio canónico y
teológico del primado dela conciencia soberana, razón por la cual se establece
que no se deben negar los sacramentos a ninguna persona que se acerque a ellos
aunque se conozca su condición de divorciado, de homosexual, etc., porque la
relación delos sacramentos con la conciencia del interesado tiene en esos casos
primacía sobre la norma canónica general.
Estos
documentos provocan escándalo en las conciencias que han tomado como señas de
identidad cristiana las señas culturales de la condena canónica del aborto, del
divorcio y de la homosexualidad, y no las señas evangélicas de identidad
cristiana, que son el amor y la misericordia (“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”
Juan 13:35).
Los
sectores conservadores, creyentes y no creyentes, ven en estos documentos
pontificios una destrucción de la Iglesia utilizando como pretexto el amor y la
misericordia, y perciben que el Papa Francisco tiene más partidarios entre los
no creyentes que entre los creyentes. Efectivamente, tiene más partidarios
entre los no creyentes, los que con dolor dejaron la Iglesia porque no
soportaban su disciplina dogmático-administrativa, que entre los creyentes, los
que se quedaron en ella soportando esa disciplina, no pocas veces con grandes
sacrificios.
Antes
del Papa Francisco la imagen más común de la Iglesia Católica era la Ciudad del
Vaticano y la Curia Romana que la habitaba. La imagen que él parece querer
darle es más bien la de una institución que predica y ejerce el amor y la
misericordia. Así es la ONG Cáritas,
fundada en Colonia, Alemania, en 1897 por la Iglesia Católica, que la describe
como su voz oficial “en relación con su enseñanza en las áreas de los trabajos
de caridad”. En 1954 la Confederación toma el nombre de Cáritas Internacional y
en 2015, con 164 países miembros y presencia en más de 200 países, ubica su Secretariado
General en el Palacio San Calisto de Ciudad del Vaticano bajo la
presidencia del Cardenal Luis Antonio Tagle.
Caritas Internacional es una
institución civil, pública, cuyo objetivo es la misericordia, y en la que cabe
todo el mundo, por no ser confesional, a no ser que el amor y la misericordia
sean ya de suyo una confesión, como sostenía Josef Ratzinger en 1960.
En
los últimos cinco años la Iglesia Católica registra una tensión entre quienes
se repliegan sobre las anteriores señas culturales de identidad católica, sobre
las prohibiciones y anatemas, que es lo que efectivamente les confiere su
sentido de identidad y pertenencia, como también señalara Weber, y quienes consideran que “no hay más regla
que el evangelio” para determinar la identidad, como repetía una y otra vez
Francisco de Asís cuando sus seguidores le pedían una regla como la que San
Benito había dado a sus seguidores. O bien los anatemas o bien “amaos los unos
a los otros”. En apoyo de una u otra “fórmula” se firman declaraciones y
documentos, se convocan asambleas y sínodos, y se anatematiza al Papa Francisco,
se proclama la liberación de los oprimidos y la predicación del evangelio a los
pobres.
A
comienzos del milenio la privatización del dogma y de la moral no eran tan
perceptibles y apenas se habían llevado a cabo de un modo deliberado. Tampoco
el término privatización tenía el sentido de una profunda metamorfosis.
Las
configuraciones socioculturales tienen una dinámica y una deriva a la que tarde
o temprano las instituciones se adaptan, también las religiosas. Cuando no lo
hacen sufren y se van algunos de sus componentes, y cuando lo hacen sufren y se
van otros. La metamorfosis del cristianismo mantiene su dinámica y su ritmo
siempre, como se explica también en otros trabajos (Cfr. La privatización del sexo, Sevilla: Thémata, 2016; La moral originaria: La religión neolítica,
Sevilla: Thémata, 2017; La revelación originaria: la religión de la edad de los metales, Sevilla:
Thémata, en prensa).
A
veces la dinámica sociocultural es previsible, a veces no. A veces la acción
política de los gobernantes de las instituciones sintoniza con la dinámica
real, y a veces no. La dinámica de lo que pasa en Europa en los momentos en que
se extingue la cristiandad y se extingue la ortodoxia, y la de las diferentes
formas de cristianismo no europeos, en algunos aspectos es previsible y en
otros no.
La
acción política del Papa Francisco y sus efectos, también es más previsible en
unos aspectos que en otros. Junto al objetivo general de impulsar y desarrollar
las aplicaciones del Concilio Vaticano II, los cuatro frentes de batalla para
los cuales él tenía un programa conocido por el colegio cardenalicio eran la reforma
de la economía y la banca vaticana, los movimientos feministas dentro de la
Iglesia, los escándalos de moral sexual y la reforma administrativa.
En
el primer frente, el menos complicado de todos, ha dado la batalla y parece
haberla ganado según la opinión pública general. En el segundo frente, parece
haber detenido el movimiento cismático de las religiosas norteamericanas que
pretendía una iglesia paralela, mediante la apertura de una comisión para el
estudio de la ordenación de diaconisas, en la que dichas religiosas tienen su
papel. En cuanto a los escándalos de
moral sexual, a pesar de todos los actos y los gestos ampliamente publicitados,
las medidas tomadas no satisfacen en general, quizá porque no termina de haber un
reconocimiento pleno del fuero civil junto al propio fuero eclesiástico. En
cuanto a las reformas administrativas, la más difícil de todas las tareas, es
posible que consiga una remodelación y redistribución de las funciones administrativas
en una nueva organización y denominación de los dicasterios, y es posible y
probable que no consiga todos los señalados programáticamente en el discurso de
31 de diciembre de 2016.
En
relación con esos propósitos y con la dinámica sociocultural que apunta en esa
dirección, la metamorfosis del cristianismo puede dar lugar a una Iglesia
Católica en que las mujeres accedan al sacerdocio, al episcopado y al
pontificado, en que los seminarios se parezcan a las universidades civiles, y
en que el gobierno central y los autonómicos, con las correspondientes curias, se
parezcan al de los países y estados actuales. Esa metamorfosis puede dar lugar
también a que los diversos dicasterios estén deslocalizados como lo están los
de la UNESCO o los de la ONU, es decir, que el dicasterio de “asuntos
exteriores” se mantenga en Ciudad del Vaticano y los Nuncios sigan siendo los
decanos del cuerpo diplomático, y es posible que los de religiosos, liturgia,
iglesias orientales, etc., esténrepartidos entre Estambul, Calcuta, Bogotá,
Viena, etc.
Eso
por lo que se refiere a cambios concretos referidos a situaciones problemáticas
concretas. En un sentido más general, es difícil de imaginar, desde la Iglesia
y la fe católicas modeladas desde el Concilio de Trento, con unas señas
culturales de identidad bien marcadas y que han cumplido su función durante
cuatro siglos, una Iglesia y una fe católicas modeladas por unas señas
culturales de identidad que sean las de Cáritas,
que sean sin más el “amaos los unos a los otros” evangélico.
Una
metamorfosis de ese tipo puede ser previsible en algunos sentidos, o no. En
cualquier caso, describir los cambiosy comprenderlos es una buena manera de
poder prestar ayuda a las personas y a las instituciones. Y el análisis de los
cambios en las grandes placas tectónicas de la cultura y de las religiones,
puede servir de base para aventurar posibles cambios en pequeñas instituciones
ubicadas en sus márgenes, como pueden empezar a serlo la fraternidad de San Pío
X, los Legionarios y el Opus Dei.
3.- Una posibilidad de renovación para el Opus Dei.
A comienzos del
siglo XX, cuando se funda la Democracia Cristiana y sus correspondientes
partidos políticos en diferentes países de Europa, cuando se funda la Acción
Católica Nacional de Propagandistas en España, el Opus Dei, la Institución
Teresiana, y otras, un objetivo importante para los cristianos era hacer frente
a la descristianización de la sociedad que se preveía inevitable a partir de la
desconfesionalización de los estados.
Cien años después puede considerarse
que el balance de esos esfuerzos ha sido positivo, y que el espíritu del
cristianismo quedó suficientemente plasmado en la Declaración Universal de
Derechos Humanos y en las diversas configuraciones de Estado Social de
Bienestar. Pero cien años después quizá no tiene sentido para los cristianos
crear asociaciones para influir en la vida pública o en la política. También la
plaza de toros de las Ventas, en Madrid, se terminó de construir en 1929, casi
a la vez que se fundaba el Opus Dei, y tuvo su inauguración definitiva el 21 de octubre de 1934.
Quizá
resulta imaginable celebrar una corrida de toros en Central Park, en el centro
de Manhattan, improvisando un ruedo en un área de césped y colocando unas
gradas, pero quizá no tuviera mucho atractivo en un contexto tan ajeno a la “fiesta
nacional” y en una sociedad donde los partidos animalistas incrementan cada año
sus votantes.
Es
posible que la prelatura Opus Dei, los Legionarios y otras instituciones
análogas puedan sobrevivir dedicadas a suministrar medios de formación
religiosa a las élites socioeconómicas, o a los católicos para influir en la
vida pública, en una sociedad para la cual la desconfesionalización del estado
no es un problema y ni siquiera un tema de conversación. Es posible que la
formación católica de las élites no tenga, en una sociedad organizada sobre una
renta básica por ejemplo de 700 €, el mismo sentido que cuando se crea la
Democracia Cristiana. En los comienzos del siglo XXI los problemas e intereses
del mundo son otros, y la presencia del evangelio en él requiere otra tarjeta
de visita que la insistencia en las normas morales sobre los pecados públicos.
Por eso la Iglesia toma una nueva conciencia de su realidad y de su identidad,
y desde ella se dirige a los hombres con su oferta de apoyo en sus necesidades
y de compañía, y las instituciones de la iglesia también.
Cabe
la posibilidad de dentro de 11 años, en 2028, cuando el Opus Dei cumpla 100
años, se extinga por completo, y que en ese tiempo los numerarios supervivientes hagan todo lo que esté en su mano para aprovechar lo que queda del
día, como quedó señalado en Opuslibros en un escrito con ese título.
Pero también puede ser que no se
extinga del todo. Puede ser que desaparezcan los numerarios y agregados, pero
no los sacerdotes diocesanos de la SSS Cruz, que seguirán en sus diócesis,
también si dejan la prelatura, y puede ser que no desaparezcan los
supernumerarios, sobre todo los que forman en las clases altas colonias de
católicos tradicionales con gran prestigio social, en torno a Escuelas de
negocios, clínicas, universidades y colegios. Esos núcleos socioeconómicos se pueden
mantener como se mantienen ya ahora, como nominalmente del Opus Dei, aunque no
quede en ellos ni siquiera un supernumerario, como ocurre en México, y como
refugio de numerarios y agregados en situación residual.
¿Qué entidad, qué identidad y qué
funciones podría tener entonces el Opus Dei? ¿Quién lo dirige y lo gobierna,
con qué carisma y qué espíritu, con qué estatuto canónico?
Pues quizá
bastarían algunos sacerdotes diocesanos y algunos supernumerarios “liberados”
(en el sentido en que lo son los enlaces sindicales) para esas desempeñar esas
funciones de dirección y dotar de contenido a esa identidad. Es un problema pendiente,
que siempre estuvo presente y que fue bien descrito por el teólogo Hans Urs von
Balthasar en los años 60, cuando declaró que el Opus Dei no tenía ninguna
espiritualidad.
En una Iglesia con el dogma y la
moral privatizados, y con una reforma como la que ha declarado en su programa
el Papa Francisco, es posible una reforma y renovación del Opus Dei, que podría
llevarse a cabo sin ningún tipo de traumatismo ni aspavientos. Las
malformaciones congénitas de la prelatura señaladas por Gervasio podrían
resolverse en el curso de una futura reforma administrativa de los dicasterios
de Obispos (Iglesia Jerárquica), de Religiosos y de Pueblo de Dios, y su ubicación
en diferentes capitales de diferentes continentes, por el procedimiento de
preguntarles, ¿ustedes, en qué dicasterio se van a integrar?, porque según el
derecho y según la reforma administrativa no pueden estar en los tres a la vez,
de manera que, elijan. Los legionarios tienen muy claro que son religiosos, que
hacen votos y que su funcionamiento está supervisado por el correspondiente
dicasterio. También tienen muy claro que su carisma es predicar el evangelio
entre los líderes y personas importantes de la sociedad, porque así es como se
difunde mejor el mensaje evangélico a todo el mundo.
Si el Opus Dei elige el dicasterio
de los religiosos, sus miembros tendrán claro que son religiosos y que sus
fines son como los de los legionarios. El dicasterio de los religiosos
supervisaría el desempeño de sus actividades y recibiría los correspondientes
informes periódicos de la congregación. Si elige el del pueblo de Dios,
entonces desaparecerá el régimen económico de los numerarios y agregados y
quedará solo el de los supernumerarios, que no necesita supervisión de los
prelados de ninguna diócesis. Si es una prelatura especial y pasa a formar
parte de un grupo de ellas entre la que se cuenta la fraternidad de San Pio X,
reincorporada a la Iglesia Católica, como quería Benedicto XVI, entonces, el
derecho de las prelaturas personales puede desarrollarse de un modo que no dé
lugar a monstruos inclasificables que generen crisis psicológicas y
espirituales. Las personas que se entregan a Dios de un modo diferenciado de
los fieles corrientes y con mayor intensidad, tienen que saber qué entrega
viven, para qué fines y con qué medios. Esa es la función del derecho, proteger
la entidad y la identidad de las personas y grupos de personas, puesto que el
derecho es el reconocimiento y la expresión de la verdad de la vida.
Todo eso se puede hacer por
exigencias de las reformas administrativas, sin necesidad de hablar del fraude
fundacional legal y carismático. Porque a las élites de clase media alta lo que
las unifica e identifica realmente no es la doctrina religiosa que comparten
sino el modo de utilización de sus recursos económicos. Esos supernumerarios no
experimentan ahora ni experimentarían entonces ningún tipo de desesperación ni
de amargura como la que viven ahora mis amigos numerarios con más de 50 años en
la prelatura. Porque los supernumerarios no son entidades monstruosas con
identidad problemática. Son fieles que forman familias y que como fieles incardinados
en una diócesis tienen una identidad cristiana bien definida por ella.
La cuestión de redefinir y renovar
la institución puede recaer sobre los “liberados” y los numerarios residuales.
Eso es muy necesario para la salud psíquica y espiritual de la institución y de
las personas que la integran, también aunque sean casi todos supernumerarios, y
para reponer en justicia y en verdad al Opus Dei, sin que haya que esperar al
momento de la escatología. Y puede lograrse quizá mediante la cantidad de congresos
generales, ordinarios y especiales que sean necesarios.
Como me contaba antes de su muerte Antonio
Ruiz Retegui, después de sus últimos viajes a Roma y de sus paseos con su
compañero y amigo de la licenciatura en Física en la Universidad de Barcelona,
Fernando Ocáriz, el prelado es como el almirante de un portaviones. Puede
maniobrar con un ángulo de giro muy largo y un tiempo muy largo, de modo
análogo al de la maniobra de un Papa o un presidente de los Estados Unidos.
Pueden ver cantidad de embarcaciones pequeñas movidas por los oleajes y los
vientos, la dirección de los vientos y de las corrientes, pero nada más.
Difícilmente pueden acercarse a ellos y prestarles una ayuda directa. Más
fácilmente quizá pueden prestarles ayudas indirectas, que tardan su tiempo en
llegar y ser notadas.
En una de sus cartas de 2017 Ocáriz
ha animado a los fieles de la prelatura a colaborar con las parroquias,
“siempre que las tareas propias de los centros lo permitan”.
Si en los
centros no se puede ayudar a las almas, siempre se puede volver a la parroquia.
Ahí está la verdadera Iglesia, donde están los sucesores de los apóstoles,
aunque ellos también tengan que resolver sus crisis de identidad.
Jacinto Choza