¿Hay esperanza para la Obra en la Iglesia del Papa Francisco?

Jacinto Choza, 10/11/2017

 

 

1.-La desesperanza de los numerarios sobrevivientes.

2.- La renovación eclesial en el pontificado del Papa Francisco.

3.- Una posibilidad de renovación para el Opus Dei.

 

 

1.-La desesperanza de los numerarios sobrevivientes.

Antes del verano tuve algunas conversaciones con algunos amigos numerarios, que llevan en la Obra ya más de 50 años. Llegaron a comienzos de los 60, como yo, y continúan. Esas conversaciones me dejan un dolor que me encoge el corazón, con un encogimiento que no se me va.

            Yo me entregué, nosotros nos entregamos, me cuentan, en la Obra para acercar almas a Dios, para servir a Dios y a las almas. Y ahora ya vemos que nos resulta imposible hacer eso. No solo no acercamos almas a Dios, sino que la espantamos. Y no solo no vendemos una escoba, sino que no vamos a venderla en ningún caso.

            Hombre, pero, alguna esperanza habrá, las cosas pueden cambiar un poco con Ocáriz y con el Papa Francisco. No. No hay esperanza. O bueno, hay una esperanza escatológica, al final de los tiempos. Ya se sabe bien que Escrivá fue y es un fraude, como lo ha contado la web [Opuslibros] pero no es ese el problema. Solamente los sacerdotes agregados, que trabajan en parroquias, sirven a las almas y las acercan a Dios.

            Personalmente no soy capaz de despedirme de un amigo aceptando que no hay ninguna esperanza para él, donde quiera que esté y cualquiera que sea su situación. Siento la necesidad de decirle que no puede no haber esperanza y que, en este caso, a mí se me ocurren salidas por rocambolescas y rebuscadas que parezcan.

            Este verano en el mes de agosto me encontré con un sacerdote de los Legionarios de Cristo Rey y tuvimos ocasión de hablar largo y tendido.

            ¿Os ha afectado mucho el asunto de Maciel? Sí, mucho. ¿Y a ti personalmente? Bueno, uno procura recogerse sobre sí mismo y sobre Dios y rehacerse. Bueno pero, por grande que sea el escándalo, si se trata de un desarreglo moral, de unos vicios morales de la persona, eso no afecta para nada al carisma fundacional, ¿no? No claro. Al carisma fundacional eso no le afecta para nada.

            Lo que pasa con un escándalo de tipo sexual es que está en el punto de mira de la opinión pública y que todo el mundo está especialmente sensibilizado para esas cosas, pero en realidad, no afectando al carisma, no tendría por qué haber un terremoto institucional. Hombre, claro, un escándalo que afecte al carisma institucional es mucho más grave, pero un escándalo moral del fundador, y de este tipo, te deja muy tocado.

            Y ¿cómo lo habéis vivido vosotros? Pues hombre, el Papa nombró una persona que supervisara la revisión y reorganización y en ello estamos. Lento y doloroso. ¿Y también esperanzado?Pues… sí. Claro. La institución seguirá adelante.

            Esa posibilidad y esa salida de los Legionarios de su problema podría no ser solamente de ellos.

            En mi caso la mayor esperanza de renovación de la Obra proviene de los escritos de Gervasio publicados en Opuslibros. En los escritos de Gervasio yo he aprendido que la Obra es un fraude legal y una monstruosidad canónica, que es una persona jurídica con un montón de malformaciones congénitas, que se han ido agravando con el tiempo. Y con los escritos de Stoner y de Jaume García Mol he aprendido que es un fraude carismático, un monstruo espiritual con numerosas malformaciones congénitas radicadas en el carisma fundacional mismo, o dicho simplemente, que carece de cualquier cosa que pueda llamarse carisma fundacional.

            Es decir, entre Gervasio, Stoner y Jaume han escrito una nueva versión de la magna obra El Itinerario Jurídico del Opus Dei: Historia y Defensa de un Carisma, de Illanes Maestre, José Luis; Gómez-Iglesias, Valentín; Fuenmayor Champín, Amadeo (Pamplona: EUNSA, 1990) con la que el Opus Dei pretendía y necesitaba legitimarse, y quizá lo logró durante algún tiempo.

            Esos amigos míos numerarios de los que hablaba al principio saben esto, y es posible que lo sepa el Consejo General de la Prelatura, si es que se sigue llamando así, y los vicarios de las diferentes regiones. Mis amigos creen que el Opus Dei marcha poco a poco hacia su extinción y se extinguirá como ha ocurrido con otras instituciones de la Iglesia y no ha pasado nada. Y se extinguirá sin dar fruto porque es una vía o una rama muerta del tronco del árbol de la vida de la Iglesia.

            Sí, puede que sea así, y que se extinga precisamente por eso. No porque sea un fraude legal y espiritual desde su fundación, sino porque se ha desplegado por una vía muerta, perteneciente a la corteza seca que se desprende de ese árbol de la vida de la Iglesia,que sigue su curso. Y eso le puede pasar también a los Legionarios, como me decía otro también sacerdote, ex legionario, con el que también tuve ocasión de hablar este verano.

            Pero puede ocurrir otra cosa. Puede ocurrir que las instituciones de la Iglesia que se aferraron a la concepción eclesial de, digamos para abreviar, San Pio X, no se desprendan de la Iglesia como ha ocurrido con la Fraternidad de San Pio X, los llamados lefevrianos, y que sigan en el tronco principal del árbol de la vida de la Iglesia.Y puede ocurrir eso porque puede suceder que las reformas de la Iglesia promovidas por el Papa Francisco las arrastre a la vida.

 

2.- La renovación eclesial en el pontificado del Papa Francisco.   

           

El pontificado del primer papa eslavo y los cinco primero años del primer papa no europeo han cambiado la comprensión del cristianismo por parte de muchas personas e instituciones, y han cambiado la imagen de Iglesia Católica en el mundo. Durante esos años las relaciones entre religión y cultura en general, y entre religión católica y cultura globalizada en particular, muestran un nuevo horizonte apenas entrevisto y apenas descrito a comienzos del milenio.

En los cinco años de pontificado del Papa Francisco es perceptible el modo en que la Iglesia Católica ha llevado a cabo una privatización del dogma, de modo inconsciente e impremeditado, una privatización de la moral reflexiva y deliberadamente realizada, y mediante ambos procesos, un reajuste entre la sensibilidad religiosa de la Iglesia católica y la sociedad civil secularizada. Los fundamentos teológicos de todo ese proceso, de su parte consciente y de su parte inconsciente, fueron explicitados por Josef Ratzinger en los años 60, en su libro Introducción al cristianismo (Salamanca: Sígueme, 1969).

A través del análisis del capítulo 25 del Evangelio de Mateo, donde se recoge el juicio de las naciones, realizado en base a los hechos “tuve hambre y me disteis de comer…”, el entonces profesor de teología de la Universidad de Munich, posteriormente pontífice con el nombre de Benedicto XVI, ponía de manifiesto que el cristianismo, la confesión y la profesión de la fe en Jesucristo, no consiste en un cuerpo dogmático, ni en un sistema de normas morales, ni en un conjunto de prácticas litúrgicas, sino en el amor y la misericordia, consiste en dar de comer al que tiene hambre, de beber al que tiene sed, en alojar al peregrino (al emigrante), visitar al enfermo, etc., lo cual ni siquiera requiere conocimiento de la existencia histórica de Jesucristo. Es decir, el amor, que es en lo consiste ser cristiano, no pertenece al orden del conocimiento y ni siquiera al de la conciencia.

Semejante planteamiento, con el que Ratzinger seguía la estela de la teología existencial abierta por Romano Guardini décadas antes, situaba al profesor bávaro en la vanguardia de la progresía, como antes lo había estado Guardini, y lo hacía igualmente blanco de las sospechas de la curia romana.

Mi libro Metamorfosis del cristianismo. Ensayo sobre la relación entre religión y cultura (2003, este texto pertenece al prólogo de la segunda edición, en prensa) está escrito desde ese punto de vista, poniendo de manifiesto de qué modo el cristianismo moderno se consolida y desarrolla enfatizando las dimensiones cognoscitiva y administrativa de la religión, y de qué modo la superación de la modernidad lleva también consigo un énfasis de las dimensiones asistenciales en las diversas religiones y también en el cristianismo. En el caso del catolicismo romano ésta diferencia entre su versión moderna y su versión contemporánea resulta especialmente perceptible en los textos en que la Iglesia Católica más se afirma y se define a sí misma, a saber, el Catecismo y el Código de Derecho Canónico.El estudio comparativo de los catecismos y de la legislación delos siglos XVI y XX permite percibir la metamorfosis del catolicismo moderno en el contemporáneo. Quizá la mayor y más perceptible diferencia se da entre los textos del Vaticano II y los de los anteriores concilios que dicen, Si quisdixerit…  anatema sit (si alguien dice… sea anatema, esto es, “excluido de su comunidad religiosa y de la posibilidad de recibir los sacramentos”).

Cuando el Papa Francisco llega al pontificado aplica la deliberación y la acción reflexiva del gobernante a esa metamorfosis, y lleva a cabo una privatización de la moral, que permite comprobar que ya antes, hacía mucho, se había producido una privatización del dogma.

¿Cuánto tiempo hace que no se quema en la hoguera a un hereje? ¿Cuánto tiempo hace que no se expulsa a nadie de la Iglesia por unas formulaciones de la doctrina discordantes con las formulaciones oficiales?

El 4 de marzo de 1983, a su llegada a Nicaragua, Juan Pablo II le advierte al padre Ernesto Cardenal que debe regularizar su situación con la Iglesia, refiriéndose a los trámites de secularización establecidos como requisito para que un sacerdote desempeñe tareas políticas en el gobierno de cualquier país. Ni a Juan Pablo II ni a ninguna otra autoridad de la Iglesia Católica le pasó por la cabeza que debería ser condenado a la hoguera, y ni siquiera que hubiera que excomulgarlo, a pesar de que él, y la teología de la liberación en parte, habían sido calificados de neopelagianismo. En el siglo XX no se quema ni se excomulga a los discrepantes. Se les amonesta, se les tolera y se les silencia, pero no se les expulsa de la comunidad, ni se les considera pecadores públicos en relación con la dimensión cognoscitiva del cristianismo. No existe más la “herejía”, es decir, el pecado público contra la fe. Eso es cabalmente la privatización del dogma.

Guardini y Ratzinger no fueron excomulgados en ningún momento, aunque sí silenciados en determinados ambientes oficiales. Las excomuniones y las condenas por herejía resultan ahora planteamientos muy eurocéntricos, muy romanocéntricos o muy euro-cristianocéntricos. Excepto en el ámbito de la cristiandad, de Europa, la dimensión cognoscitiva del cristianismo, los dogmas, no son lo más importante de ninguna religión, ni tampoco del cristianismo, si se tiene en cuenta que el cristianismo no se desarrolla solamente en Europa y que no se identifica con la cristiandad.

Como señalara Max Weber, la aparición y la consolidación de los dogmas no depende del contenido de lo que se cree, sino de la forma que se le da a ese contenido en sociedades estatales complejas, donde la comunidad religiosa tiene a su vez una estructura y una jerarquía compleja.

En una entrevista Hanna Arendt contó el diálogo en una sinagoga entre un joven y el rabino. El joven expresó lo que pensaba que era su difícil situación: yo no creo en Dios. El rabino contestó: nadie te lo pide. En las formas del cristianismo africano, de Oriente medio, de Asia o de América, el dogma no es la clave. Los españoles que colonizan América no movilizan a los inquisidores contra los herejes, sino a unos supervisores religiosos que son “extirpadores de idolatrías”, pero la idolatría no tiene que ver con el dogma, sino con el culto.

            A diferencia de la privatización del dogma, para la cual es difícil señalar un momento y una acción que la lleve a cabo, la privatización de la moral la realiza el Papa Francisco mediante la publicación de unos documentos que provocan escándalo y conmoción en la conciencia de los sectores más conservadores, que controlan el aparato, y el júbilo y la esperanza en los que habían abandonado la Iglesia ante la imposibilidadde mantener la situación fijada por el sistema dogmático administrativo proveniente del el siglo XVI. Esos documentos son los siguientes.

1.- Las dos Cartas ''motu proprio date'' ''Mitis Iudex Dominus Iesus'' e ''Mitis et misericors Iesus'' sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de nulidad de matrimonio, respectivamente en el Código de Derecho Canónico y en el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, de 8 de septiembre de 2015.

2.- La Bula “Misericordiae Vultus”, El rostro de la misericordia, de convocación del jubileo extraordinario de la misericordia, de 11 de abril de 2015. Con ocasión de ella, se concede un permiso temporal para que los sacerdotes puedan absolver del pecado de aborto a quienes lo han practicado y que estén arrepentidos de corazón durante el Jubileo de la Misericordia o Año Santo, entre el 8 de diciembre de 2015 y el 20 de noviembre de 2016. Así se lee en carta firmada por el sumo pontífice y enviada al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, encargado de organizar el Año Santo extraordinario, el 1 de septiembre de 2015.

3.- La exhortación apostólica “Amoris laetitia”, La alegría del amor, sobre el amor en la familia, de 19 de marzo de 2016, después de los dos sínodos sobre la familia celebrados en 2015 y 2016.

Mediante estos documentos se agiliza la práctica de la nulidad de los matrimonios canónicos para aproximarlos a la de la disolución de los matrimonios civiles, por una parte, y por otra se facilita levantar la pena canónica de excomunión a las personas que practican el aborto, es decir, se cancela su estatuto de pecadores públicos si el delito tenía ese carácter público.

La alegría del amor, además, hace valer en el ámbito del derecho público de la Iglesia el principio canónico y teológico del primado dela conciencia soberana, razón por la cual se establece que no se deben negar los sacramentos a ninguna persona que se acerque a ellos aunque se conozca su condición de divorciado, de homosexual, etc., porque la relación delos sacramentos con la conciencia del interesado tiene en esos casos primacía sobre la norma canónica general. 

Estos documentos provocan escándalo en las conciencias que han tomado como señas de identidad cristiana las señas culturales de la condena canónica del aborto, del divorcio y de la homosexualidad, y no las señas evangélicas de identidad cristiana, que son el amor y la misericordia (“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” Juan 13:35).

Los sectores conservadores, creyentes y no creyentes, ven en estos documentos pontificios una destrucción de la Iglesia utilizando como pretexto el amor y la misericordia, y perciben que el Papa Francisco tiene más partidarios entre los no creyentes que entre los creyentes. Efectivamente, tiene más partidarios entre los no creyentes, los que con dolor dejaron la Iglesia porque no soportaban su disciplina dogmático-administrativa, que entre los creyentes, los que se quedaron en ella soportando esa disciplina, no pocas veces con grandes sacrificios.

Antes del Papa Francisco la imagen más común de la Iglesia Católica era la Ciudad del Vaticano y la Curia Romana que la habitaba. La imagen que él parece querer darle es más bien la de una institución que predica y ejerce el amor y la misericordia. Así es la ONG Cáritas, fundada en Colonia, Alemania, en 1897 por la Iglesia Católica, que la describe como su voz oficial “en relación con su enseñanza en las áreas de los trabajos de caridad”. En 1954 la Confederación toma el nombre de Cáritas Internacional y en 2015, con 164 países miembros y presencia en más de 200 países, ubica su Secretariado General en el Palacio San Calisto de Ciudad del Vaticano bajo la presidencia del Cardenal Luis Antonio Tagle.

Caritas Internacional es una institución civil, pública, cuyo objetivo es la misericordia, y en la que cabe todo el mundo, por no ser confesional, a no ser que el amor y la misericordia sean ya de suyo una confesión, como sostenía Josef Ratzinger en 1960.

En los últimos cinco años la Iglesia Católica registra una tensión entre quienes se repliegan sobre las anteriores señas culturales de identidad católica, sobre las prohibiciones y anatemas, que es lo que efectivamente les confiere su sentido de identidad y pertenencia, como también señalara Weber,  y quienes consideran que “no hay más regla que el evangelio” para determinar la identidad, como repetía una y otra vez Francisco de Asís cuando sus seguidores le pedían una regla como la que San Benito había dado a sus seguidores. O bien los anatemas o bien “amaos los unos a los otros”. En apoyo de una u otra “fórmula” se firman declaraciones y documentos, se convocan asambleas y sínodos, y se anatematiza al Papa Francisco, se proclama la liberación de los oprimidos y la predicación del evangelio a los pobres.

A comienzos del milenio la privatización del dogma y de la moral no eran tan perceptibles y apenas se habían llevado a cabo de un modo deliberado. Tampoco el término privatización tenía el sentido de una profunda metamorfosis.

Las configuraciones socioculturales tienen una dinámica y una deriva a la que tarde o temprano las instituciones se adaptan, también las religiosas. Cuando no lo hacen sufren y se van algunos de sus componentes, y cuando lo hacen sufren y se van otros. La metamorfosis del cristianismo mantiene su dinámica y su ritmo siempre, como se explica también en otros trabajos (Cfr. La privatización del sexo, Sevilla: Thémata, 2016; La moral originaria: La religión neolítica, Sevilla: Thémata, 2017; La revelación originaria: la religión de la edad de los metales, Sevilla: Thémata, en prensa).

A veces la dinámica sociocultural es previsible, a veces no. A veces la acción política de los gobernantes de las instituciones sintoniza con la dinámica real, y a veces no. La dinámica de lo que pasa en Europa en los momentos en que se extingue la cristiandad y se extingue la ortodoxia, y la de las diferentes formas de cristianismo no europeos, en algunos aspectos es previsible y en otros no.

La acción política del Papa Francisco y sus efectos, también es más previsible en unos aspectos que en otros. Junto al objetivo general de impulsar y desarrollar las aplicaciones del Concilio Vaticano II, los cuatro frentes de batalla para los cuales él tenía un programa conocido por el colegio cardenalicio eran la reforma de la economía y la banca vaticana, los movimientos feministas dentro de la Iglesia, los escándalos de moral sexual y la reforma administrativa.

En el primer frente, el menos complicado de todos, ha dado la batalla y parece haberla ganado según la opinión pública general. En el segundo frente, parece haber detenido el movimiento cismático de las religiosas norteamericanas que pretendía una iglesia paralela, mediante la apertura de una comisión para el estudio de la ordenación de diaconisas, en la que dichas religiosas tienen su papel.  En cuanto a los escándalos de moral sexual, a pesar de todos los actos y los gestos ampliamente publicitados, las medidas tomadas no satisfacen en general, quizá porque no termina de haber un reconocimiento pleno del fuero civil junto al propio fuero eclesiástico. En cuanto a las reformas administrativas, la más difícil de todas las tareas, es posible que consiga una remodelación y redistribución de las funciones administrativas en una nueva organización y denominación de los dicasterios, y es posible y probable que no consiga todos los señalados programáticamente en el discurso de 31 de diciembre de 2016.

En relación con esos propósitos y con la dinámica sociocultural que apunta en esa dirección, la metamorfosis del cristianismo puede dar lugar a una Iglesia Católica en que las mujeres accedan al sacerdocio, al episcopado y al pontificado, en que los seminarios se parezcan a las universidades civiles, y en que el gobierno central y los autonómicos, con las correspondientes curias, se parezcan al de los países y estados actuales. Esa metamorfosis puede dar lugar también a que los diversos dicasterios estén deslocalizados como lo están los de la UNESCO o los de la ONU, es decir, que el dicasterio de “asuntos exteriores” se mantenga en Ciudad del Vaticano y los Nuncios sigan siendo los decanos del cuerpo diplomático, y es posible que los de religiosos, liturgia, iglesias orientales, etc., esténrepartidos entre Estambul, Calcuta, Bogotá, Viena, etc.

Eso por lo que se refiere a cambios concretos referidos a situaciones problemáticas concretas. En un sentido más general, es difícil de imaginar, desde la Iglesia y la fe católicas modeladas desde el Concilio de Trento, con unas señas culturales de identidad bien marcadas y que han cumplido su función durante cuatro siglos, una Iglesia y una fe católicas modeladas por unas señas culturales de identidad que sean las de Cáritas, que sean sin más el “amaos los unos a los otros” evangélico.

Una metamorfosis de ese tipo puede ser previsible en algunos sentidos, o no. En cualquier caso, describir los cambiosy comprenderlos es una buena manera de poder prestar ayuda a las personas y a las instituciones. Y el análisis de los cambios en las grandes placas tectónicas de la cultura y de las religiones, puede servir de base para aventurar posibles cambios en pequeñas instituciones ubicadas en sus márgenes, como pueden empezar a serlo la fraternidad de San Pío X, los Legionarios y el Opus Dei.

 

3.- Una posibilidad de renovación para el Opus Dei.

            A comienzos del siglo XX, cuando se funda la Democracia Cristiana y sus correspondientes partidos políticos en diferentes países de Europa, cuando se funda la Acción Católica Nacional de Propagandistas en España, el Opus Dei, la Institución Teresiana, y otras, un objetivo importante para los cristianos era hacer frente a la descristianización de la sociedad que se preveía inevitable a partir de la desconfesionalización de los estados.

            Cien años después puede considerarse que el balance de esos esfuerzos ha sido positivo, y que el espíritu del cristianismo quedó suficientemente plasmado en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en las diversas configuraciones de Estado Social de Bienestar. Pero cien años después quizá no tiene sentido para los cristianos crear asociaciones para influir en la vida pública o en la política. También la plaza de toros de las Ventas, en Madrid, se terminó de construir en 1929, casi a la vez que se fundaba el Opus Dei, y tuvo su inauguración definitiva el 21 de octubre de 1934.

Quizá resulta imaginable celebrar una corrida de toros en Central Park, en el centro de Manhattan, improvisando un ruedo en un área de césped y colocando unas gradas, pero quizá no tuviera mucho atractivo en un contexto tan ajeno a la “fiesta nacional” y en una sociedad donde los partidos animalistas incrementan cada año sus votantes.

Es posible que la prelatura Opus Dei, los Legionarios y otras instituciones análogas puedan sobrevivir dedicadas a suministrar medios de formación religiosa a las élites socioeconómicas, o a los católicos para influir en la vida pública, en una sociedad para la cual la desconfesionalización del estado no es un problema y ni siquiera un tema de conversación. Es posible que la formación católica de las élites no tenga, en una sociedad organizada sobre una renta básica por ejemplo de 700 €, el mismo sentido que cuando se crea la Democracia Cristiana. En los comienzos del siglo XXI los problemas e intereses del mundo son otros, y la presencia del evangelio en él requiere otra tarjeta de visita que la insistencia en las normas morales sobre los pecados públicos. Por eso la Iglesia toma una nueva conciencia de su realidad y de su identidad, y desde ella se dirige a los hombres con su oferta de apoyo en sus necesidades y de compañía, y las instituciones de la iglesia también.

Cabe la posibilidad de dentro de 11 años, en 2028, cuando el Opus Dei cumpla 100 años, se extinga por completo, y que en ese tiempo los numerarios supervivientes hagan todo lo que esté en su mano para aprovechar lo que queda del día, como quedó señalado en Opuslibros en un escrito con ese título.

            Pero también puede ser que no se extinga del todo. Puede ser que desaparezcan los numerarios y agregados, pero no los sacerdotes diocesanos de la SSS Cruz, que seguirán en sus diócesis, también si dejan la prelatura, y puede ser que no desaparezcan los supernumerarios, sobre todo los que forman en las clases altas colonias de católicos tradicionales con gran prestigio social, en torno a Escuelas de negocios, clínicas, universidades y colegios. Esos núcleos socioeconómicos se pueden mantener como se mantienen ya ahora, como nominalmente del Opus Dei, aunque no quede en ellos ni siquiera un supernumerario, como ocurre en México, y como refugio de numerarios y agregados en situación residual.

            ¿Qué entidad, qué identidad y qué funciones podría tener entonces el Opus Dei? ¿Quién lo dirige y lo gobierna, con qué carisma y qué espíritu, con qué estatuto canónico?

Pues quizá bastarían algunos sacerdotes diocesanos y algunos supernumerarios “liberados” (en el sentido en que lo son los enlaces sindicales) para esas desempeñar esas funciones de dirección y dotar de contenido a esa identidad. Es un problema pendiente, que siempre estuvo presente y que fue bien descrito por el teólogo Hans Urs von Balthasar en los años 60, cuando declaró que el Opus Dei no tenía ninguna espiritualidad.

            En una Iglesia con el dogma y la moral privatizados, y con una reforma como la que ha declarado en su programa el Papa Francisco, es posible una reforma y renovación del Opus Dei, que podría llevarse a cabo sin ningún tipo de traumatismo ni aspavientos. Las malformaciones congénitas de la prelatura señaladas por Gervasio podrían resolverse en el curso de una futura reforma administrativa de los dicasterios de Obispos (Iglesia Jerárquica), de Religiosos y de Pueblo de Dios, y su ubicación en diferentes capitales de diferentes continentes, por el procedimiento de preguntarles, ¿ustedes, en qué dicasterio se van a integrar?, porque según el derecho y según la reforma administrativa no pueden estar en los tres a la vez, de manera que, elijan. Los legionarios tienen muy claro que son religiosos, que hacen votos y que su funcionamiento está supervisado por el correspondiente dicasterio. También tienen muy claro que su carisma es predicar el evangelio entre los líderes y personas importantes de la sociedad, porque así es como se difunde mejor el mensaje evangélico a todo el mundo.

            Si el Opus Dei elige el dicasterio de los religiosos, sus miembros tendrán claro que son religiosos y que sus fines son como los de los legionarios. El dicasterio de los religiosos supervisaría el desempeño de sus actividades y recibiría los correspondientes informes periódicos de la congregación. Si elige el del pueblo de Dios, entonces desaparecerá el régimen económico de los numerarios y agregados y quedará solo el de los supernumerarios, que no necesita supervisión de los prelados de ninguna diócesis. Si es una prelatura especial y pasa a formar parte de un grupo de ellas entre la que se cuenta la fraternidad de San Pio X, reincorporada a la Iglesia Católica, como quería Benedicto XVI, entonces, el derecho de las prelaturas personales puede desarrollarse de un modo que no dé lugar a monstruos inclasificables que generen crisis psicológicas y espirituales. Las personas que se entregan a Dios de un modo diferenciado de los fieles corrientes y con mayor intensidad, tienen que saber qué entrega viven, para qué fines y con qué medios. Esa es la función del derecho, proteger la entidad y la identidad de las personas y grupos de personas, puesto que el derecho es el reconocimiento y la expresión de la verdad de la vida.

            Todo eso se puede hacer por exigencias de las reformas administrativas, sin necesidad de hablar del fraude fundacional legal y carismático. Porque a las élites de clase media alta lo que las unifica e identifica realmente no es la doctrina religiosa que comparten sino el modo de utilización de sus recursos económicos. Esos supernumerarios no experimentan ahora ni experimentarían entonces ningún tipo de desesperación ni de amargura como la que viven ahora mis amigos numerarios con más de 50 años en la prelatura. Porque los supernumerarios no son entidades monstruosas con identidad problemática. Son fieles que forman familias y que como fieles incardinados en una diócesis tienen una identidad cristiana bien definida por ella.

            La cuestión de redefinir y renovar la institución puede recaer sobre los “liberados” y los numerarios residuales. Eso es muy necesario para la salud psíquica y espiritual de la institución y de las personas que la integran, también aunque sean casi todos supernumerarios, y para reponer en justicia y en verdad al Opus Dei, sin que haya que esperar al momento de la escatología. Y puede lograrse quizá mediante la cantidad de congresos generales, ordinarios y especiales que sean necesarios.

            Como me contaba antes de su muerte Antonio Ruiz Retegui, después de sus últimos viajes a Roma y de sus paseos con su compañero y amigo de la licenciatura en Física en la Universidad de Barcelona, Fernando Ocáriz, el prelado es como el almirante de un portaviones. Puede maniobrar con un ángulo de giro muy largo y un tiempo muy largo, de modo análogo al de la maniobra de un Papa o un presidente de los Estados Unidos. Pueden ver cantidad de embarcaciones pequeñas movidas por los oleajes y los vientos, la dirección de los vientos y de las corrientes, pero nada más. Difícilmente pueden acercarse a ellos y prestarles una ayuda directa. Más fácilmente quizá pueden prestarles ayudas indirectas, que tardan su tiempo en llegar y ser notadas.

            En una de sus cartas de 2017 Ocáriz ha animado a los fieles de la prelatura a colaborar con las parroquias, “siempre que las tareas propias de los centros lo permitan”.

Si en los centros no se puede ayudar a las almas, siempre se puede volver a la parroquia. Ahí está la verdadera Iglesia, donde están los sucesores de los apóstoles, aunque ellos también tengan que resolver sus crisis de identidad.

Jacinto Choza