Stoner, 1/10/2021
Son
tres los últimos correos que me movieron a preparar esta colaboración. Así que
emerjo de mi auto-impuesto silencio, de casi cuatro años…, para compartir unas
anécdotas que no sé si son muy conocidas.
[Comencé
a redactar estas páginas, que se fueron extendiendo sin quererlo. Así que
brindo una pequeña hoja de ruta. En la primera parte (6 páginas aprox.), voy a
plantear algunas anécdotas y reflexiones sobre la relación con las familias, y
lo contradictorio que era Escrivá. En particular, una anécdota de Francisco
Monzó, y otra de la lengua en el charco. En la segunda parte, que coloqué como
posdatas, incluyo dos temas: (1) la versión de Don Álvaro sobre por qué no
estuvo en el funeral de su madre (2.5 páginas aprox.), y (2) presentar a José
María Escrivá como Terciario Carmelita (13 páginas aprox.), que es otro tema
que surgió en las últimas semanas. Como veréis, será una colaboración un tanto
dispersa, aunque tiene una línea de fondo: remarcar que Josemaría Escrivá era
un personaje desconcertante. Para
aligerar la lectura, escribo sin incluir casi fuentes: ya llegará un estudio
bien documentado, sobre estos temas y muchos otros…].
Resumiré
y comentaré las tres colaboraciones que me movieron a escribir.
El Quijote de la Pampa había escrito sobre su viejo amigo Marianín. Y en concreto: “me ha dado mucha alegría, saber que, en
plena pandemia, cuarentena incluida, pudo tomar el primer avión para acompañar
a su anciana madre tras sufrir un accidente.” Y comparaba su facilidad para los
viajes con el comportamiento del beato Álvaro y del futuro siervo de dios
Javier. “Cuando, la madre de don Alvaro estaba en trance de muerte, el fundador
le dijo a ese hijo suyo que fuera a acompañarla y Alvaro, recio como era, le
dijo que prefería no ir, viviendo así él también lo que vivían tantas hermanas
y hermanos suyos. Años más tarde, Javi hizo otro tanto y se tragó el dolor de
no poder acompañar a los suyos.”
Sobre
lo que le dijo el Fundador a Álvaro, lo incluyo como un anexo al final. Por
aquí comentar que las visitas anuales
a su madre fueron parte del “paquete de beneficios” que le ofrecieron a Fazio,
para que volviera a Roma. Si no se lo escuché directamente a él en una
tertulia, fue comentario de alguien enchufado. Cuando analizaron su perfil
antes de nombrarlo, el principal motivo para no ofrecerle el cargo era que lo
alejarían de su anciana madre. Y la enseñanza que nace de este privilegio es mostrar cuán paternal es
siempre el Padre (incluso don Javier…), y cómo nos cuidan en Casa. En concreto,
lo llamaron telefónicamente a la Argentina, para que viajara de inmediato a
Roma, “por algo bueno” le dijeron para no alarmarlo. Y viajó en primera clase,
con champagne y esas cosas, porque era el único pasaje disponible de un día
para el otro. En Villa Tevere le comunican su nombramiento. Y le dicen que
podrá viajar dos veces por año a su
país, para visitar a su madre ya mayor. Cuando lo escuché no me pareció mal,
para nada, y me alegré por él. Tan solo que remarcaba un poco más lo de las castas que existen, porque algunos
pueden viajar y otros lo tienen prohibido. Lo otro edificante es que él, por
espíritu de desprendimiento, indicó que mejor fuera un viaje por año. Y así acordaron. Además, pidió hacer su siguiente
curso anual en México, antes de trasladarse definitivamente a Roma.
Relacionado
con esta oferta a don Mariano, había otra anécdota, en que Escrivá ponía en un
expediente para un traslado hacia otra región “¿Y la madre?”. Algo así. Y claro, es que esa persona era hijo
único, y ¿quién cuidaría de su madre? Por tanto, aunque fuera la persona más
indicada, mejor no nombrarle para ese cargo. En cualquier caso, a Fazio le
ofrecieron estas visitas anuales a su patria. Y supongo que don Mariano le
contaría a su “mejor amigo” Francisco que tenía previsto volver todos los años
a la Argentina para pasar una temporada cuidando a su madre, porque san
Josemaría (de quien Francisco parece que era tan devoto porque le había
concedido un favor especialísimo, y cuando fue a VT pasó un buen tiempo, sino
horas, rezando de rodillas ante los sagrados restos), decía que le contaría a
su mejor amigo que san Josemaría había llamado al 4to mandamiento, el
“dulcísimo precepto” y que siempre nos había enseñado a acompañar a nuestros
padres y familiares, por justicia y caridad. Y a lo mejor le contaría alguna de
las muchas anécdotas que tiene la Urbano sobre este tema.
Gervasio
trata de conjugar la versión de El Quijote de la Pampa con lo que él vivió: “No
me parece que haya sucedido exactamente así, porque le oí al Padre Fundador,
con estos misoídos que se han de tragar la tierra, que no había dado permiso a
don Álvaro para acudir al lecho de muerte de su madre.” Y brinda su solución
para armonizar las dos versiones: “El fundador le habrá dicho: haz lo que quieras. Narrado por el
padre-fundador significa: no le dejé ir,
que es lo que oí de sus labios; narrado por don Álvaro significa yo no quise ir. ” Y tiene razón. En
palabras de don Álvaro (que incluyo al final): Nuestro Padre me dijo: haz lo que quieras. Y Portillo hizo no solo
lo que tenía que hacer, sino lo que
tenía que querer: permanecer junto al
Padre. Si le hubiera dicho “ve”, hubiera ido al instante, por obediencia y por
estar junto a su familia en un momento tan necesario, acompañando a sus
hermanos Ramón, Paco, Pilar, Ángel, Tere y Carlos, y a sus sobrinos. Y celebrar
una misa para ellos, y brindar unas palabras de consuelo. Pero el hermano
sacerdote no estuvo presente.
Lgracem
contaba que, mientras pertenecía a la Obra, tuvo la desgracia de sufrir la
muerte de dos hermanos. “En ningún momento me ofrecieron para ir a estar con
mis padres.” Y es que, además de ser de la Obra, era numeraria auxiliar. No
podía acompañar a sus padres y al resto de la familia en tan doloroso momento,
porque tenía compromisos asumidos con
la Institución. Y no una, sino dos veces. Se indigna, y con razón, del
privilegio del que goza don Mariano Fazio, de poder visitar a su madre en
vuelos transatlánticos. En esto, por ahorrar unos pocos euros y unos jornales
de trabajo, los de la Obra se han equivocado. Y mucho. Lo de pocos euros es
relativo, porque don Javier siempre hacía multiplicaciones que arrojaban cifras
abultadas. Por ejemplo 500 o 1000 euros multiplicados por 90.000 en la Obra da
una cifra considerable…. Un par de Saxums. Y si ese gasto se repita alguna otra
vez…. ¡cuánto bien se podría hacer con el dinero que ahorramos de viajes por
motivos familiares! Encomendando a la
distancia, y ofreciendo el dolor de
no asistir hacemos muchísimo más bien. Don Javier repetía mucho la cuenta de
ahorrar 1 euro por día, y la diferencia que eso hacía acumulada en el tiempo. Y
si sumamos 2 padres de cada uno, más 3 bodas en promedio, por decir algo, y
acompañar a alguno de los padres cuando tiene alguna recaída de salud, como don
Mariano, y algún aniversario especial (50°, etc.), pues ¡qué cifra inconmensurable resulta! Así que supongo que la
prohibición genérica de viajar por motivos familiares tuvo un fuerte componente
económico, además de imitar lo que siempre aprendimos del Padre, de don Álvaro
y de don Javier.
Pero,
por tacaños, y por buenos hijos del Padre, cometieron un error (miles) que les
seguirán costando caro. Forzaron a incumplir deberes básicos de justicia y
caridad. Y, además, como la gran mayoría de los de la Obra se terminan
marchando al cabo de los años, ahora tienen un montonazo de personas
resentidas. Y con toda razón. Regresan a sus familias de verdad, y se vuelven a
abrir las heridas más profundas. Porque nacimientos, bodas, funerales, son
momentos fuertes, que si no se
comparten…. No estuvimos cuando había que estar.
Paso
a las dos anécdotas a las que hice referencia al comienzo. La primera es de
Paco Monzó (precedida antes de otras anécdotas suyas). Es sobre un viaje por
motivos familiares. No solo la contó, sino que también la publicó. Llegué a su
libro electrónico mientras preparaba una colaboración sobre los coches y
chóferes del santo Fundador, que en algún momento enviaré para publicar.
El
libro de Monzó es notable. Mis Recuerdos
del Beato Josemaría Escrivá está escrito con la devoción, reverencia y
respeto de quien tenía a Josemaría por santo en vida. Y santo grande. Sin
embargo, cuando se lee sin las gafas de visión sobrenatural de los devotos
hijos del Padre, entonces las contradicciones son muy patentes. En muchos
pasajes, Escrivá aparece como una persona agresiva, chabacana. Destrataba a los
suyos. Les cambiaba la vida sin consultarlos. Los reprimía severamente tanto por A como por no A. Realmente los enloquecía… Y ¡lo que habrá vivido y no se
atrevió, por respeto, a poner por escrito! ¡Y lo que habrán censurado y borrado
los superiores de la Obra antes de que el libro se publicara! Y aun así ¡lo que
escribió y le permitieron publicar! Lo que sería el manuscrito original para
que este sea el depurado… Me parece que pinta de cuerpo entero a un Escrivá que
es muy diferente, por ejemplo, al inventado por la Urbano en su libro.
Para
lo que mencioné de chabacano, una anécdota puede ser la de aquel viaje
memorable a Loreto, en 1951, para consagrar la Obra al Dulcísimo Corazón de
María. Sabemos que el camino de ida fue en silencio, y el de regreso festivo,
entre cantos. Pero Paco no sabía a qué iba, ni que debía viajar con cara de
circunstancias. Me acomodé en el asiento
y salimos. Mientras cruzábamos Roma íbamos callados, pero al salir al campo
comencé a cantar. El Padre entonces me dijo con voz fuerte: "¡Cállate!". Me quedé
desconcertado. ¿No era aquello una alegre romería? Me dirigí por señas a
Alberto -él conducía y yo estaba sentado a su lado- pero me contestó del mismo
modo que lo dejara correr. Quedó desconcertado. Y es que Escrivá era
desconcertante. Al salir ya del Santuario, el viaje hacia el hotel fue
diferente: Salimos de la muralla y cuál
no sería mi asombro cuando el Padre comenzó a cantar a voz en grito. Yo, que
estaba desde hacía horas comprimido como un muelle, me puse a acompañarle. Al
principio con el temor de que me volviera a dar una voz, pero como ahora había
comenzado él... No logré entender entonces aquel cambio de humor del Padre.
Pero
a lo que íbamos era al aspecto chabacano. Sucedió en el viaje de regreso a Roma
al día siguiente. Iban cantando, a voz en cuello, salvo D. Álvaro que callaba, porque no se le daba nada bien eso de cantar
(…). Luego comenzó un "jueguecito" un tanto divertido... para nuestro
Padre y D. Álvaro [no para Paco]. Uno
me daba un coscorrón y a renglón seguido se escuchaba la pregunta: "¿Quién
te ha dado?”. Si decía: "Caramba, Padre", éste contestaba: "¡Ha sido Álvaro!". Y si decía que
era D. Álvaro el que me había dado el golpe, contestaba éste que había sido el
Padre. No estaba mal la diversión. Hasta hubo una vez que el Padre se quitó el
zapato y me dio con el pie. Es bonito ver al santo así, con los coscorrones
y estos jueguitos. La capacidad que tenía de unir lo más celestial con lo más
terrenal.
A
lo largo del libro, Paco confiesa que estuvo por marcharse de la Obra en varias
ocasiones. No entendía los pedidos absurdos del Padre. Recibía reprimendas
injustificadas. Correcciones a los gritos y en público. Un destrato bastante
notable y permanente.
Tampoco
pudo desarrollar su vocación profesional de químico. Lo pusieron de albañil, de
fontanero, de constructor. El Padre era así. Se daba esos lujos. Empleaba
químicos como fontaneros, arquitectos como chóferes, médicos como barrenderos o
porteros.
La
siguiente anécdota que traigo a colación, también de Paco, está relacionada con
los tres escritos que mencioné, con los viajes para los acontecimientos
familiares: don Álvaro y don Javier sin poder estar presentes en el entierro de
sus respectivas madres (ambos eran huérfanos de padre, y eso supongo que les
generaba algún vínculo especial con el Padre, sobre lo que hablaremos en otro
momento).
La
anécdota es para mostrar claramente que Escrivá era un personaje desconcertante. Contradictorio.
Incoherente. Arbitrario.
Cuenta
Francisco Monzó:
Mi primo, D.
Severino Monzó [ni siquiera hermano,
¡primo!], después de ordenarse sacerdote,
había vuelto a España. En el plazo de unos días iba a cantar su primera Misa
Solemne en nuestra vieja parroquia de San Nicolás, en Valencia. A mí ni por
asomo se me había ocurrido dejar el trabajo en las obras para asistir [obviamente,
porque era lo que estaba indicado, estaba prohibido asistir a este tipo de
eventos], aunque mi padre me había
llamado por teléfono para decir que estaba dispuesto a enviarme un billete de
ida y vuelta a Valencia en avión [aunque no gastemos: “no supone una razón
suficiente, para decidir en favor del viaje, el hecho de que la familia se
ocupe de todos los gastos.” Experiencias…,
2010, p. 276].
Pero he aquí
que dos días antes de la fecha de la primera Misa, estando en la tertulia con
todos, me mira el Padre y me dice: ¡¿Y
tú qué haces aquí?!. Entendí mal aquella observación del Padre, que me
pareció un poco fuerte [era fuerte]. Por lo general, cuando los de las obras
nos despistábamos un poco a la hora de volver al trabajo, bastaba una
"miradica" del Padre para que nos fuéramos de la tertulia, quedándose
él con los demás un rato más. Pero no iban por ahí los tiros. Cuando intenté
salir del soggiorno, de nuevo el Padre me interpeló:¡¿Pero no dice la Misa Solemne tu primo pasado mañana?!. Sí, Padre,
contesté. Y siguió de nuevo el Padre: ¡Entonces,
¿qué haces aquí, que no estás ya en Valencia?!. Rápidamente telefoneé a mi
padre para que no anulara el billete. Al día siguiente lo tenía conmigo, y así
fue como asistí a la Misa Solemne de mi primo D. Severino.
Cuando
leí este episodio no lo podía creer. Nadie entendía a Escrivá, sus cambios
constantes, sus contradicciones. Ni siquiera los que convivían con él, día a
día y durante años.
Y
lo relaciono con lo que escribió Gervasio, quien, con agudeza, señaló que éramos
libres, pero teníamos no solo que hacer
lo que el Padre, sea quien sea, quiere, sino además querer lo que quería. Es decir, que si hacíamos algo porque nos lo
indicaban, pero sin quererlo, entonces era notoriamente de mal espíritu. No
estábamos plenamente identificados con la mente y el corazón del Padre. Pero
resulta que la mente del Padre estaba, creo yo, perturbada. Y su corazón,
dividido (lo veremos cuando hablemos de los años fundacionales). Por tanto, si
uno, como Paco Monzó, tenía que querer lo que quería el Padre, pues que había
un riesgo cierto de volverse loco... De nunca saber bien qué hacer. De si
Escrivá reaccionaría de una forma o de otra totalmente opuesta. Desconcertante.
Contradictorio. Incoherente. Arbitrario.
Como
soy un poco mal pensado, supongo que para el proceso de canonización (que fue
planificando en vida), les resultarían valiosas este tipo de anécdotas. Puesto
que, si alguien decía que Escrivá era insensible, que impedía a sus hijos
cumplir sus deberes familiares, tendrían bajo la manga un testimonio como este.
Y si no se necesitaba, no lo utilizarían y lo dejarían caer en el olvido,
porque la verdad es que debió causar mucha perplejidad en los numerarios de
Valencia el ver llegar a Francisco Monzó de lo más fresco a la primera misa de
su primo, mientras que otros numerarios no podían viajar para estar junto al
lecho de muerte de sus padres, o en la boda de un hermano. Y aquel, viajando
por avión a la primera misa de su primo.
Los
numerarios de a pie, o al menos yo en mi caso personalísimo, no podemos pasar
ni siquiera un fin de semana con nuestra familia de verdad. Hasta hace poco,
estaba, sino prohibido formalmente, absolutamente desaconsejado, viajar para
participar de los eventos familiares más señalados (bodas de hermanos,
celebración de bodas de oro de los padres, ordenaciones sacerdotales, etc).
Ahora, sin embargo, la cosa está muy cambiada, a Dios gracias, y cada uno va
más o menos haciendo lo que le apetece y los directores no saben (no sabemos)
qué se puede prohibir y qué no. Y allá cada cual con sus cosas.
En
esa escena con Paco Monzó, Escrivá tiene algo de teatral. ¡¿Y tú qué haces aquí?! Así veo
muchas veces al Fundador: desempeñando un papel, un personaje. Con reacciones
sorprendentes. De todas formas, la teatralidad de este episodio ni siquiera
ingresa en el top 10, como sí aquella otra vez en Molinoviejo en 1948. Que es
la segunda anécdota prometida.
Resumen:
Escrivá lamió el agua sucia del suelo para dar a sus hijas una lección de amor
a Dios.
Aquellas
numerarias había tenido un gran descuido: derramaron agua en el piso de la
cocina, y tanta que se extendió hasta el office
(o fluyó del office a la cocina, no queda claro el origen: lo cierto es que
estaba derramada en dos habitaciones contiguas). Continuaron trabajando, pisando el agua del suelo. Supongo que
estarían apuradas por servir la comida a la hora en punto. Ya limpiarían al
terminar. He ahí que el Padre entró. El piso estaba “encharcado y sucio”: esas
son las palabras exactas, antes de maquillar la anécdota (Crónica 1983, p. 313). Y las regañó, con fuerza. ¡Lo que habrá sido esa reprimenda! Y procedió a darles
una paliza psicológica (esta son palabras
mías, claramente). Una lección imborrable. Cuenta una testigo que el futuro
santo “se arrodilló y, con la lengua, hizo una cruz en la parte del suelo más
salpicada y sucia”. No sé si comenzó de arriba hacia abajo, como la señal de la
cruz trazada con la mano para persignarse. Como bendiciendo. Pero con la
lengua, a lo mejor lo más natural es trazar desde abajo hacia arriba. Como
lamiendo. No indicaron bien cuál fue el recorrido exacto, y tampoco importa
demasiado, porque lo clave es el resultado: la Señal de la Cruz en la parte más
mojada y sucia del pavimento.
Todos
allí sentirían repugnancia. Las pobres numerarias llorarían. Lo verían con
horror. Supongo que alguna quedaría afectada psicológicamente, de por vida. No
exagero. Ver a Escrivá lamiendo el agua sucia del suelo, en cuatro patas como
un perro, y alguna de ellas pensando, todavía años más tarde, si a lo mejor no
había pisado algo en el jardín antes de entrar en la cocina… Y no solo lamió,
sino que ¡hizo la señal de la Santa Cruz con la lengua! Porque el Fundador
tenía eso de mezclar lo divino con lo terrenal, literalmente.
Y
aquellas numerarias, horrorizadas, verían cómo se mojaba y ensuciaba la sotana
al hacer todo el procedimiento de arrodillarse en el suelo encharcado. Y se
darían cuenta que a lo mejor esa misma tarde tendrían que lavarle la ropa... Y
mientras lo hacían, es evidente que llorarían por el dolor que le habían
causado al Padre, por lo mal hijas
que eran, por el poco Amor a Dios que tenían. Se sentirían mal, muy mal. Y
habían visto que a Escrivá le costaba levantarse, que apoyaba las manos en el
piso para poder incorporar nuevamente su voluminosa humanidad, con la cara
roja, del enfado monumental, del asco en la lengua (él decía que era
especialmente sensible para los gustos y olores…), y roja también la cara del
esfuerzo físico. Ellas, continuarían sollozando, sin saber si esto enfadaría
más al Padre, que no le gustaban las hijas lloronas, histéricas. Tampoco se
atreverían a ayudarlo a incorporarse, por miedo ¡horror! a que eso también
fuera considerado un agravio, un insulto: no sabrían cómo reaccionaría ante el
contacto físico, porque para ayudarlo a incorporarse habría que apretar con
fuerza el brazo… a no ser que esta ayuda se la prestara su hijo Álvaro, que
estaría tratando de procesar este episodio.
Estarían
destrozadas, agobiadas, con ansiedad, porque hacían lo que mejor podían, porque
estaban trabajando en una situación muy primitiva, muy precaria: literalmente
entre obreros, sin luz eléctrica
hasta el final del verano, con dificultades hasta para conseguir agua caliente
para fregar, dando también clases de formación para las auxiliares, etc., etc.
Y encima hicieron que el Padre se pusiera en cuatro patas y limpiara el charco
sucio del suelo con la lengua, haciendo la Señal de la Cruz.
Ciertamente,
al presentar este episodio para la canonización, lo habrán adaptado conforme a
la imagen que quisieran ofrecer. Podrían ajustar, por ejemplo, cuánta agua
había (si eran “unas gotas” o si estaba “encharcado” el pavimento de dos habitaciones,
cocina y office…), o podrán decir que aquellas mujeres (o al menos una de ellas
cuyo testimonio incluirían) quedaron profundamente edificadas… cuando en
realidad yo pienso que alguna habrá quedado en estado de shock, con un
sentimiento de culpa permanente, con
un trauma de por vida con los pavimentos húmedos, con miedo a las reacciones
del Fundador. Si quieren hacerlo parecer normal, pondrán menos agua en la
anécdota y si quieren contar la verdad, pues será como un perro lamiendo un
charco sucio, una especie de poseso trazando la señal de la Cruz. Y en el caso
de los viajes familiares, otro tanto: ajustarían el episodio dependiendo del
objetivo que quisieran alcanzar.
Y
parece que esto de limpiar la suciedad del piso con la lengua, trazando la señal
de la Cruz, lo hizo “más de una vez”… Y, además, otras veces lo hizo para pedir perdón, no ya por cuestiones de limpieza… No encuentro ahora la cita,
pero en algún lugar leí o escuché esa anécdota de Escrivá arrodillándose frente
a un personaje importante, no sé si un obispo, monseñor, un jesuita, o quién,
que supuestamente le había causado daño a nuestro Padre, y el santo, cuando se
reunió con aquella persona, se arrodilló para pedirle perdón, mientras trazaba
con su lengua una señal de la cruz en el pavimento.
En
definitiva, Escrivá es un personaje muy complejo. Lo estoy tratando de
entender, sin volverme loco por el camino. Espero dentro de pocos meses brindar
mi visión sobre los años de la Fundación, como regalo que estoy preparando con
motivo del Centenario... pues nos han pedido propuestas y reflexiones sobre
nuestra historia, misión e identidad…
y en eso estoy. No las enviaré directamente al Comité Organizador, sino
indirectamente a través de OpusLibros.
El
episodio de la muerte de la madre de don Álvaro (o el de la cruz con la
lengua), se puede utilizar para autorizar o justificar una cosa y su contraria.
Depende de quién lo cuente, y el fin que se proponga: si para resaltar la obediencia de Álvaro o el apasionado amor a la libertad de san Josemaría.
Además, Escrivá en sí mismo era contradictorio, podía decir y hacer tanto “A”
como “no A”. En cualquier caso, a nosotros nos complicaron la vida de una forma
soberana… Pensábamos que ingresábamos en un camino, severo sí, pero andariego
en el sentido de aire limpio, agua clara, campo ancho, libertad. Pero no,
ingresamos en una vía estrecha, que a muchísimos nos agostó los horizontes, y
otros terminaron exprimidos como un limón, pero a los 20 años de edad…
Demasiados, empastillados y medio locos. Y es que tanta contradicción es
difícil de soportar, porque además hay que ingresar en el corazón y la mente de
nuestro Padre, intuyendo lo que hubiera querido en cada caso, siendo, como
digo, muchas veces contradictorio. Por tanto, creo que es imprescindible el
esfuerzo que hacemos todos por aclarar y compartir lo que nos ha sucedido, lo
que hemos vivido. Entender dónde estamos o estuvimos. En este sentido, las
colaboraciones recientes de Gervasio, Quijote y Lgracem, que me movieron a
escribir, son valiosas, cada una desde su punto de vista y experiencia vital.
Al
concluir estas páginas, me viene a la mente la clarividente descripción
que Miguel Fisac hizo de este personaje: “Mons. Escrivá era de una personalidad
muy complicada y muy desconcertante. Mortificado y mortificador (…)”.
Hasta
pronto,
Stoner
Después
de escribir lo anterior, quise agregar dos posdatas, que se terminaron
transformando en Anexos extensos. De hecho, podrían haber sido colaboraciones
independientes. Las dejo por aquí, para los más incondicionales, y para que
aparezcan en el buscador de Google cuando alguien se interese por estos
asuntos.
En
el primer anexo o posdata incluyo unas palabras de don Álvaro explicando por
qué no acudió al entierro y funeral de su madre. En el segundo, complemento lo
que han escrito hace poco (Ascensión I, II y
III,
y Haenobarbo)
sobre José María Escrivá como Terciario Carmelita, que era algo muy distinto a
llevar el escapulario impuesto, como hacemos todos los miembros del Opus Dei.
No era un “simple” cófrade.
PD 1. Don Álvaro y la familiosis.
Adjunto
un texto de Don Álvaro sobre este episodio concreto que nos convocó, el de la
muerte de su madre, del que extrae una enseñanza sobre la temible familiosis, de la que ¡Dios nos libre!
En
la Navidad de 1981 contó:
“Hijos míos,
hemos de querer muy sinceramente a las familias; pero primero está Dios,
primero está la vocación. Hemos de rezar mucho por ellos, pero no hemos de
permitir ¡nunca! que el diablo consiga que nosotros alteremos ese buen orden.
No hay incompatibilidad entre la familia de sangre y la Obra porque, alrededor
de esta gran familia sobrenatural, como un complemente, están las familias de
todos nosotros, que forman como una especie de cuerpo único que ha de alabar a
Dios para siempre. Pero, hijos míos, si en algún momento se presentase alguna
incompatibilidad, hemos de elegir la Obra sin dudarlo, porque es elegir a Dios.
Si no, actuaríamos de manera absurda, como personas que no tienen orden en la
cabeza. Se pone enferma mamá, y tengo que ir. Y los demás hermanos que están
casados y en otra nación, ¿qué hacen? No pueden acudir. Por ejemplo, a una hija
mía de América, si tuviera una hermana en Francia, casada y con hijos, y su
mamá enfermase, le escribiría una carta, porque en ese momento no puede dejar
al marido, a los hijos, desatender la casa y, además, gastar dinero, ¿no es
cierto?
¿Hay un
sufrimiento especial en la familia? Voy a rezar mucho, voy a pedir oraciones;
con serenidad, con paz, porque soy hijo de Dios, hija de Dios, como el resto de
mi familia de sangre, y Dios nos protege a todos. Pero más, no: no puedo hacer
lo que otros hermanos o hermanas mías no hacen, porque además no tienen dinero;
la Obra tampoco lo tiene: se está extendiendo por todo el mundo, gracias a Dios,
y todo el dinero –que nos manda Dios- hay que emplearlo en instrumentos de
apostolado.
Hijos míos,
quiero que ataquéis la familiosis –que puede producir mucho daño al alma y al
apostolado, y causar gastos inútiles, como si no hubiera en la Obra necesidad
de medios y de trabajo abundantísimos–, que os examinéis con mucha frecuencia
del lugar que ocupa vuestra familia de sangre en vuestros afectos. ¿Dónde
tenéis el corazón: en la familia de sangre o en la familia de la Obra? El
primer lugar debe ocuparlo la Obra, y eso tiene una serie de consecuencias. Se
ha muerto mamá y papá ha quedado solo: pobre… Y no hago más que preocuparme de
él, y ofrecer todo por él… Eso sería sacar las cosas de quicio, porque mi papá
es también hijo de Dios y, por lo tanto, no está solo; y le escribo, le
encomiendo, etc., pero con serenidad. Llega un momento en que todos, gracias a
Dios, tenemos que partir, y –aunque duela, y se llore un poco-, es una
bendición: no es como la gente lo llama, una desgracia familiar. (…)
Haced el
propósito firme de elegir siempre a Dios; de vivir en cualquier circunstancia
como padres de familia numerosa y pobre; así, queriendo mucho a vuestra familia
de sangre, la ayudaréis desde lejos con gran eficacia.
Uníos ahora a
mi petición a Dios Nuestro Señor, para que nos ayude a todos en la Obra a no
variar en nada lo que se vivió desde el principio; para que no aflojemos, para
que no abramos la mano, para que seamos fieles al espíritu de nuestro Padre,
aunque a veces cueste trabajo.”
A
lo mejor el Quijote de la Pampa estaba presente en aquella tertulia... En
cualquier caso, esta última frase de Don Álvaro sobre no cambiar lo que se vivió desde el principio, aunque
cueste, me trajo a la memoria la conclusión del Quijote pampeano quien contrapuso a Fazio con los anteriores vicarios: “Años más tarde,
Javi hizo otro tanto y se tragó el dolor de no poder acompañar a los suyos. Los
vicarios ya no son como los de antes.”
En
aquella tertulia, Don Álvaro ofreció su versión de los hechos, sobre los que
escribieron Gervasio y Quijote. El Padre dijo entonces que en Casa siempre se
había actuado así y que Dios nunca se ha dejado ganar en generosidad. Evocó el
momento en que recibió el telegrama que le notificaba la muerte repentina de su
madre:
“Nuestro Padre
me dijo: haz lo que quieras. Pensé: lo único que puedo hacer es rezar; pues
rezo desde aquí. Ese es el modo tradicional de vivir la entrega en la Obra.
Quizás penséis: el Padre es muy duro… Y os contesto: a veces Dios es duro; pero
después llena de alegría. Es buen pagador, y salimos todos ganando.
Cuando murió
la madre de don Javier nos encontrábamos en Nápoles, y teníamos que ir hacia
España. Pensó: mi misión es estar al lado del Padre, no debo ir. ¿Quién salió
ganando con este sacrificio de no dar un beso a su madre antes de que la
enterraran? ¡Su madre, evidentemente! Porque ese sacrificio lo recibe Dios.
No penséis que
esto es algo excepcional; si tenemos visión sobrenatural, veremos que es
cumpliendo con nuestra obligación como les ayudamos de verdad.” (Crónica, enero
de 1982, pp. 71-72).
A
sus hermanos, Álvaro les dio otra versión: que el Padre le dijo que viajara inmediatamente, pero que materialmente
le resultaba imposible. Como digo,
dependiendo para quién sea, la versión que se cuenta. A los cinco días de
fallecer su madre, escribió una carta a sus hermanos. A lo mejor los llamó por
teléfono antes, no lo sé... En la versión por carta les dijo que el queridísimo
y paternal Padre le había indicado que debía viajar, pero que no le hubiera
sido posible llegar hasta tres o cuatro días más tarde…y para eso, mejor no
viajar: “Está claro que hubiera querido
salir inmediatamente para Madrid, como me indicó el Padre. Pero no podía llegar
allí hasta el domingo por la noche, y tuve que ofrecer a Dios la pena de no
poder dar un último beso a nuestra madre, y a vosotros un abrazo.”
Hay
otro detalle en esta historia, el momento en que le avisaron. Contó más tarde don
Álvaro: “El 10 de marzo de 1955 llegó un
telegrama con la noticia de la muerte de mi madre. Nuestro Padre lo leyó y,
como era de noche, no quiso comunicarme la triste noticia, para que pudiera
dormir tranquilo.” ¡Qué bonito cómo lo cuidaba san Josemaría! Lo mismo que
hubiera hecho cualquier marido si fallecía la madre de su esposa (por más que
fuera la suegra). Lo más natural es darle el beso de buenas noches, y avisarle
a la mañana siguiente, para que pudiera dormir tranquila. ¡Más paternal no se
puede ser! Hermoso.
De
noche, estimo que serían por ejemplo las 9 o 10 de la noche, como máximo. Y,
probablemente fuera incluso un poco antes. Es decir, el telegrama no habrá
llegado a las 3 de la madrugada. A lo que voy: era evidente que Escrivá, al
retrasar la comunicación de la noticia, retrasaría evidentemente el arribo de
Álvaro a Madrid. En el caso extremo un “haz lo que quieras” comunicado después
del entierro limitaba un tanto las opciones. En resumen: Álvaro entendió
perfectamente que el Padre, al no comunicarle la noticia inmediatamente, no
tenía mayor interés en que viajara, sino que, como le dijo, lo mejor sería
ofrecer una misa. Encomendar, que es
una palabra y una actitud muy de Casa.
Si
Escrivá hubiera querido que Álvaro viajara, como en el caso de Paco Monzó, lo
hubiera ayudado inmediatamente. Esa
misma noche hubiera averiguado si partía algún avión a la mañana siguiente. O
un autobús Roma-Madrid. O, lo más probable, hubiera puesto a disposición de su
hijo Álvaro el potente Mercedes Benz del que disponían en el garaje de la
suntuosa Villa romana. Y le hubiera proporcionado dos chóferes para que se
fueran alternando, y pudieran viajar de continuo. Yo hubiera conducido y
acompañado con mucho con gusto. Son de esos momentos que se valoran de por
vida. A lo mejor no hubieran partido a las 22.00h del jueves 10, sino que
hubieran descansado unas horas. El sábado de mañana, a más tardar, estarían en
Madrid. Igual, no soy quién, y ya no es el momento, para organizar ese viaje.
Simplemente que Escrivá no quería que Álvaro fuera, y Álvaro quiso lo que
quería el Padre, y después dijo a sus hermanos (de sangre) una cosa, a los del
Colegio Romano otra, y eventualmente el Padre daría una tercera versión
utilizando ese doloroso momento con el fin que se requiriera para los intereses
corporativos.
Álvaro
tampoco había asistido al funeral de su hermano Pepe en 1948, quien falleció
con solo 30 años, y mientras todavía vivía su madre, viuda. Tampoco acudiría
cuando falleció su hermano Paco, en 1956, dejando esposa y dos hijos jóvenes
(cfr. Medina Bayo). Todo esto hace sospechar que, probablemente, las
dificultades de transporte, alegadas en la carta, para acudir al entierro de su
madre fueran una excusa… En efecto, no viajar para funerales u otros eventos se
había transformado en una “política” de la Obra, especialmente cuando
implicaran desplazamientos largos. Y estaría escrita (¡grabadas en piedra!) en
las Praxis de aquel entonces. Y Álvaro, que
las habría redactado, sería el primero en cumplirlas, y así enseñó a todos
a hacerlo. Por eso fue un hombre fiel.
Estas
no son disquisiciones insustanciales. Tampoco es algo del pasado lejano. Ha
tenido y sigue teniendo consecuencias gravísimas. Porque todo lo que se
relaciona con la vida de nuestro Padre es la voluntad de Dios para nosotros.
Por ejemplo, en el caso concreto de Lgracem, no pudo acompañar a su familia en
dos oportunidades, y probablemente eso se deba a las decisiones que habían
tomado Escrivá y Portillo en la década de 1950. Por tanto, no son simples
anécdotas de si dijo o no dijo. Tienen consecuencias graves para personas de
carne y hueso, todavía hoy.
PD 2: Escrivá como Terciario Carmelita: José María de San Simón.
En
1932, José María Escrivá solicitó formalmente ser admitido como Terciario
Carmelita. Esto ocurrió antes de los
ejercicios espirituales que realizó Segovia. Por tanto, ya como Terciario fue
que estuvo rezando ante el sepulcro de san Juan de la Cruz (recientemente se lo
había proclamado Doctor de la Iglesia, en el contexto del bicentenario de su
canonización, celebrando ambos eventos con toda solemnidad).
No
sé si Escrivá vestiría de algún modo especial estando en el Convento, probablemente
sí.
Se había comprometido a vivir el Espíritu de la Orden,
sus Reglas y Estatutos, del modo conveniente y apropiado a un sacerdote que
debía vivir en el siglo…
Ser
Terciario es distinto que tener impuesto el Escapulario del Carmen. Lo del
Escapulario lo estableció el 5 de febrero de 1933: Quiero que todos -ellos y ellas- lleven el Santo Escapulario del Carmen
(Apunte n. 917, y aprovecho para consignar que, a lo mejor, “ellos y ellas” sea
un añadido posterior, y que ese Apunte ¡Dios no lo permita! originalmente
estuviera referido sólo a los varones, y en concreto… a los sacerdotes… Hay
muchos casos en los que Escrivá modificó sus Apuntes fundacionales para incluir
a las mujeres, que siempre ocuparon un segundo puesto: se olvidaba de que la
Obra debía ser para ellas también. En unos meses lo veremos con más detalle.).
En
concreto, para ser Terciario había que presentar una solicitud formal. Podemos
imaginar los formularios para ser cooperador del Opus Dei, por ejemplo. Había
unas solicitudes y luego aprobaciones. Pero era, evidentemente, un vínculo más firme que el de ser cooperador de la Prelatura. Ser
Terciario Carmelita respondía a una vocación
divina (y no así ser cooperador del Opus Dei). Había períodos de formación,
de discernimiento, de noviciado, de prueba. Había ceremonias de toma de hábito.
Veamos.
Desde
al menos 1931, José María tenía una relación cercana con los Carmelitas, que se
formalizó en 1932.
En
aquel terrible día, el 11 de mayo de 1931, las turbas habían incendiado el
templo de Santa Teresa, así como otras iglesias y conventos. Un par de meses
más tarde, el ambiente todavía estaba caliente. En el querido El Siglo Futuro del 9 de septiembre de
1931 podemos leer la crónica de una función religiosa celebrada el viernes 4,
dentro del templo calcinado, firmada por un terciario carmelita. Es
interesante, para entender un poco el ambiente que se respiraba. A lo mejor,
José María estuvo también presente en la función religiosa, o acudió al templo
a desagraviar.
Escrivá,
como tantos otros católicos, estaría muy consternado y se haría cercano a los
Carmelitas perseguidos. Eran tiempos recios. No había lugar para medianías. Ver
el rostro apuñalado de Santa Teresa, y el Crucifijo pisoteado lo movieron. Así,
el 10 de octubre, José María y don Norberto Rodríguez (sobre quién hablaremos, y mucho, cuando termine mi trabajo)
acudieron a los Carmelitas Descalzos de la Plaza de España (que era vecino al
Cuartel de la Montaña, y a la mansión que en 1936 adquiriría Escrivá: el
Palacio de los duques de Granada, sede entonces de la Embajada de Portugal… Ya
hablaremos un poco de esto...). El Convento también había sido incendiado, y
los religiosos habían podido escapar por la posterior calle de Cadarso. En el
convento hablaron un rato con el portero, Fray Gabriel (hermano lego), y
después se entrevistaron con el P. Provincial, Fray Epifanio del Santísimo
Sacramento (Apunte n. 316). Supongo que Norberto querría que el P. Epifanio, el
Provincial que debía intervenir en la admisión de José María, lo conociera
personalmente. También supongo que en aquella visita estuvieron hablando con
Fray Joaquín de la Sagrada Familia, que era el director espiritual de don
Norberto. Supongo que el piadoso Norberto fue quien llevó al joven José María
para tratar el asunto de su incorporación a la Orden Tercera, y quería que se
sintiera cómodo, como en su casa. Y creo que lo logró, ciertamente, por lo que
veremos a continuación. Supongo que don Norberto quería encender al joven y
errático sacerdote, quien con demasiada frecuencia pensaba en lograr el
necesario confort para su familia,
trabajando como abogado. Ya veremos más sobre esto…
Entonces,
tenemos que Escrivá, a raíz de la ayuda y guía que desde hacía cinco años le
prestaba Norberto, se fue haciendo cercano a la espiritualidad carmelita,
reviviendo acaso los comienzos de su vocación: aquello de las huellas en la
nieve y su primer director espiritual.
Con
este marco de referencia, no nos debe extrañar el suceso del 30 de diciembre de
1931. Aquel día ocurrió un episodio místico, relacionado con una famosa imagen
del Niño. Con permiso de las monjas, el joven José María se llevó a su casa la
imagen del Niño de Santa Teresa, una copia del cual sería la primera piedra de Cavabianca. Acunando
al Niño en brazos, ¡lo primero que hizo fue ir al convento de los Carmelitas
Descalzos! Allí estuvo con Fray Gabriel, el hermano portero, y con el P.
Joaquín, que era el director espiritual de D. Norberto. ¡Las cosas que
hablarían! Sería hermoso. ¡Los piropos encendidos que le dirigirían al Niño!
Evidentemente los religiosos alentarían estas devociones de José María. Y así,
casi volando, nuestro Padre fue andando hasta la calle de Viriato. Antes de
subir a su casa, pasó primero por el piso de D. Norberto (eran vecinos, ya
veremos más de esto) para que viera al
nene (Apunte n. 528). Luego,
rezó con su madre y hermanos, y supongo que pasaría la noche diciéndole cosas
encendidas al Niño, todo en un marco de cierta espiritualidad carmelita, de
oración contemplativa. No sé si fue en ese momento que (supuestamente…) el niño
cobró vida. De todas formas, no importa ahora para lo que estamos analizando.
En ese año de 1932 que estaba comenzando, José María concretaría su vinculación
con los Carmelitas. Recordemos que todavía la Obra no era “nada”.
Llegamos
a 1932, en que José María quiso formalizar
su vínculo con los Carmelitas. Para su admisión, tenía que completar una
solicitud formal y ser admitido por el Padre Provincial. Consiguió los
formularios, y el 12 de septiembre entregó personalmente la instancia firmada
para ser admitido a la Tercera Orden Carmelita (Apunte n. 823). Entonces debía
comenzar un período de postulantado de
dos meses. A lo mejor Escrivá consiguió una dispensa de tiempo, por el trato
previo que, gracias a Norberto, tenía con los carmelitas. La respuesta positiva
para su admisión llegó a las pocas semanas: el día 2 de octubre, exactamente en
el cuarto aniversario de la “fundación” (Apunte n. 838).
José
María debería tomar un nombre de religión. Tomó el de José María de San Simón. Así debe constar en los registros de los
Carmelitas, donde sería bonito poder ver la instancia manuscrita de nuestro
Padre, pidiendo la admisión el 12 de
septiembre de 1932. A lo mejor el Carmelita Descalzo conocido
de Ascensión
se interesa por el tema.
En
cuanto al nombre que eligió, personalmente no me parece el más adecuado, y lo
digo siempre desde el cariño y el respeto. Y me explico. Me hubiera parecido
muchísimo más bello que hubiera retomado el nombre con el que había soñado,
siendo un adolescente. Luego de ver las huellas en la nieve (en realidad, ya
escribiré, pero habrá visto al carmelita de cuerpo entero, pero después la
historia sería más seglar y poética si eran unas huellas de pies descalzos en
lugar de un religioso con su hábito y sandalias, digo, que después el problema
fue una coma en el relato, y pasó de “carmelita descalzo”, a un “carmelita,
descalzo sobre la nieve”, pero me voy un poco por las ramas, que en este caso
no son tan lejanas). Decía que cuando nació su vocación, a la vista de los dos
carmelitas recién llegados a Logroño (hacía menos
de un mes, y con el objetivo de fundar una comunidad (cfr. Toldrá)), José
María decidió seguirlos. Digo, literalmente seguir sus huellas en la nieve (la
de las sandalias) y acompañarlos al convento, tal vez caminando a la par. Y
José María recibió guía y dirección espiritual de aquellos buenos frailes, quienes,
viendo su avance, le plantearon su posible vocación. Y voy a eso del nombre. En
su juventud entonces, parece que José María soñaba con llamarse “fray Amador de Jesús Sacramentado”….
Es muy hermoso que los Carmelitas hayan estado en el nacimiento de su vocación
sacerdotal en 1918, y ahora, en 1931-1932, nuevamente, en lo que yo llamo su
reafirmación o retorno a una entrega total en su sacerdocio (que se comenzó a
gestar luego de darse de baja a las oposiciones para auxiliar administrativo,
en un evento relacionado con el 14 de febrero de 1930).
Así
que, estando ya admitido el 2 de
octubre, precisamente al día siguiente acudió a realizar sus correspondientes
ejercicios espirituales al Convento –Noviciado– de RR. PP. Carmelitas descalzos
de Segovia… Podría ir a cualquier sitio, a los Paúles por ejemplo, o a los
Redentoristas, o a ejercitarse donde sugiriera su Obispo de Zaragoza, junto con
los otros sacerdotes de su diócesis... Pero no. Y no es casualidad que haya
acudido con los Carmelitas, en cuya Orden Tercera había sido admitido el día
anterior… También resulta significativo que el Convento fuera a su vez el
Noviciado.
Así,
el 3 de octubre de 1932, José María Escrivá acude a Segovia ¡para profundizar
en su nuevo camino vocacional! Llegó a aquel famoso retiro estrenando su
reciente admisión en la Tercera Orden del Carmen… (Cuando vuelva a enviar mis
contribuciones a OpusLibros, uno de los capítulos será para tratar de entender
cuántos ejercicios espirituales realizó sanjosemaría en aquella época…
Probablemente el de 1928 fuera ¡el primero! que hacía siendo sacerdote… y este
de 1932… el segundo…, tal vez incluso un poco pasado el plazo de los tres años
que era el máximo que podía transcurrir sin ingresar en ejercicios… y por eso había
entrado en 1928, y por eso en 1932… El Fundador en aquel entonces era una
persona claramente de mínimos... A
Dios gracias que junto a él estaba don Norberto Rodríguez que lo llevó, casi de la mano, hasta Segovia para que
hiciera sus ejercicios de 1932… Si algún lector posee datos fidedignos de los
ejercicios espirituales de Escrivá en 1926, 1927, 1929, 1930 o 1931 le
agradezco me lo haga saber. Porque Escrivá afirmaba que los hacía todos los
años. Así, en 1934, escribe al Vicario Morán: “al ver mi nombre entre los Srs. Sacerdotes que no han hecho ejercicios
espirituales, en la lista del "Boletín ecco.", me apresuré a mandar a
esa Secretaría el certificado de los últimos que hice: todos los años,
con un guion de mi Director, hago ocho días completos: el año último, en los
P.P. Redentoristas de Manuel Silvela” [el subrayado es mío].
Yo
creo que, en los años fundacionales, hacía ejercicios demasiado
esporádicamente... Realizó, como diácono, aquellos requeridos de manera
obligatoria para la ordenación sacerdotal… y después creo que no volvió a
realizarlos hasta aquellos en los que “funda” el Opus Dei. Era obligatorio
realizarlos al menos cada tres años. Y estos en Segovia, serían los segundos,
estrenándose como Terciario Carmelita. Sería interesante ver cómo Escrivá, hijo
tan fiel del Santo Padre, implementó en su vida las enseñanzas de la reciente
Carta Encíclica Mens nostra del Papa
Pío XI sobre los ejercicios espirituales, de fecha 20 de diciembre de 1929...
El
bueno de Norberto, entonces, acompañó a José María hasta Segovia. Hablaría con
el P. Fray Narciso de San José, prior y Director de los ejercicios, para
explicarle la situación del joven sacerdote de Zaragoza. El carmelita era
famoso entonces, dos veces Provincial, hombre mayor y sabio. Había sido
provincial de Castilla de 1909 a 1912, antes había sido misionero y Superior en
La Habana y después en Sevilla; desde 1912 Superior de Madrid, después
Provincial nuevamente, etc., y después lo tenemos en Segovia como maestro de
novicios y prior. En sus manos expertas
quedó José María. Formalmente fue el “Director de sus Santos Ejercicios”.
Los
prelaticios dirán que sanjosemaría llevó al insoportable y enfermo Norberto,
aquel que era una corona de espinas,
para que se ventilara y descansara un poco en el paseo a Segovia. Desde 1935
que Escrivá y los suyos lo han estado calumniando. Don Norberto Rodríguez
desempeña un papel increíble en la historia que estoy redactando. Sin él, José
María no hubiera sido fundador de nada, y probablemente no hubiera continuado
en su sacerdocio. Pero ya iremos sobre eso.
Probablemente
Norberto le explicaría con discreción al P. Narciso, en un momento a solas en
Segovia antes de que Escrivá comenzara sus ejercicios, quién era ese joven sacerdote
de la diócesis de Zaragoza, que ahora dejaba bajo su paternal guía. Le
explicaría las zozobras que había enfrentado José María en su breve vida
sacerdotal. En los cinco años que hacía ya que lo conocía y trataba
diariamente, eran manifiestos sus vaivenes vitales y anímicos, sus dobleces,
sus excusas. Incluso Norberto le contaría al P. Narciso algún aspecto clave de
la vida de Escrivá anterior a 1927... Por ejemplo, la relación con su obispo en
Zaragoza, la excusa de hacer un doctorado en Madrid, etc. Norberto apoyaba a
José María desde hacía años, no sólo espiritual, sino también afectiva y
económicamente. Norberto le contaría al P. Narciso el estado en que encontró a
José María cuando lo conoció en 1927, como capellán de las Damas Apostólicas.
Cómo lo había ayudado (Norberto a José María, no al revés como los prelaticios
nos quisieron hacer creer…). Cómo había tocado fondo, y planeado abandonar el
sacerdocio para seguir la carrera diplomática en Asuntos Exteriores… Le
explicaría cómo había logrado que focalizara sus ambiciones en una fundación en
1928, y cómo ese plan, con altibajos, iba tomando forma, a Dios gracias. A lo
mejor le mencionaría la alegría que tenían los dos de contar con un Director como el P. Sánchez, y cómo,
desde comienzos de este año, estaban desarrollando una asociación sacerdotal,
que le estaba inyectando nuevas energías a José María. Cómo Norberto los
recibía semanalmente en su casa y los guiaba... Cómo dirigía también a un
grupito de seglares, entre los que se encontraba Luis Gordon, de quien Norberto
era el director espiritual... Bueno, en realidad no sé si Norberto le diría
todo esto al P. Narciso… lo que sí sé es que, Dios mediante, lo podré explicar
dentro de un corto tiempo… Pero de que Norberto habló con el P. Narciso no tengo
pruebas ni tampoco dudas. ¿Para qué viajó si no? Y continuaría explicando,
ahora sí, que en estos cinco años de relación, José María superó, con
dificultad, momentos malos. Cómo, luego de haber salvado su vocación en 1928,
sin embargo el joven -que tenía el corazón dividido- quiso volver a trabajar
como licenciado en derecho, quiso opositar para auxiliar administrativo. Le
contó cómo había vuelto al redil, en febrero de 1930. Desde entonces, venía
dando pasos seguros, acompañado ahora por otros sacerdotes jóvenes y vibrantes.
Parecía nuevamente encaminado, pero todavía estaba débil, en una especie de
montaña rusa espiritual-vital. Con un trato paciente y cariñoso, Norberto había
logrado que renaciera ese amor a Dios que latía en el fondo del corazón de su protegido.
Supongo que también le explicaría el proyecto que tenía para volver a
encenderlo: que José María volviera a sus primeros
amores de adolescente, a los comienzos mismos de su vocación, a su
encuentro con el Amor de Dios en Logroño, a través de unas huellas en la
nieve... Y estos últimos tiempos, la espiritualidad carmelita, el amor a
Nuestra Madre del Carmen, habían obrado milagros. Todo esto, y más, es probable
que le dijera Norberto al P. Narciso, que acogió a José María con cariño, con
tanta cercanía, que fue otro soplo para que ardiera el amor a Dios en su alma.
Así, con lágrimas de contrición, nació en José María el deseo de hacer una
confesión general con ese santo varón. Podéis
leer los Apuntes liberados de esos días bajo esta óptica, y os sorprenderéis.
Evidentemente, no espero que de momento creáis demasiado lo que he escrito en
este (a propósito largo) párrafo, pero si me brindáis unos meses de plazo, lo
podremos ver en más detalle… (Supongo que alguno de los prelaticios que esté
trabajando en la historia de la Obra, no verá mi relato como descabellado, y
supongo que rezará para que el proceso de canonización del beato Álvaro no se
vea perjudicado cuando se vaya conociendo todo lo que hizo para canonizar a
Escrivá, a un sanjosemaría que tan poco tenía que ver con el personaje real, el
de carne y hueso. En esto, mi más sincera admiración por la habilitad y las
artes de Álvaro. Logró un imposible. Y creo que él también será canonizado,
porque es difícil detener semejante maquinaria.)
Además
de acompañarlo a Segovia, don Norberto le dejó una nota a José María, para que
meditara con tranquilidad. Le hizo una recomendación que muestra magníficamente
la forma en que conocía a José María (al verdadero, no al canonizado). Lo
conocía mucho, pero mucho, mejor de lo que nosotros podremos llegar a
conocerlo. En esa nota le alertaba a Escrivá sobre el peligro de la vanidad. Y José María lo agradecía,
sinceramente entonces. Norberto sintió la obligación
de recomendarle que hiciera silencio, que rezara, que descansara, que no
pensara más en sí mismo, que no se mirase el ombligo... En palabras textuales, Norberto
le indicó por escrito: Silencio... sobre
sí mismo: títulos, carrera, cargos pasados. Porque Escrivá tenía esa
tendencia, casi un vicio, de volver sobre sí mismo, sobre su pasado, fantasear
con quién hubiera podido ser si no hubiera sido sacerdote, de todo el dinero
que hubiera ganado: muchos de sus compañeros de universidad eran tontos y sin
embargo ganaban suficiente para vivir con confort, e incluso algunos alumnos
suyos, más tontos todavía, tenían un magnífico pasar, una manera bien de vivir, como se dice ahora, mientras que él no
podía mantener a su familia, por vivir un sacerdocio “así”, lejos de su
diócesis, mendigando encargos y colocaciones, procurándose enchufes y
recomendaciones, etc. También fantaseaba con los cargos pasados que había
tenido, y que no sabemos bien qué eran, más allá de un puesto de inspector en
el Seminario.
En
definitiva, Norberto acompañó a José María para que se ejercitara en Segovia,
luego de haberlo acompañado (probablemente) a realizar las gestiones en Madrid
para su incorporación en la Tercera Orden Carmelita. Después, regresó a Madrid
(supongo que no se quedó él también a los ejercicios). Evidentemente, haría el
viaje rezando por José María, con la esperanza de que este segundo curso de
retiro fuera fructífero. El primero, aquel de 1928, había dado buenos
resultados, pero por poco tiempo (Norberto no quería volver a pensar lo que
había sufrido durante 1929, y lo que había visto sufrir a doña Dolores por la
senda que estaba tomando José María). Llegado a la capital, supongo que le
daría a doña Dolores, a quien tanto conocía, un mensaje esperanzador: de que
todo iría bien, ahora sí.
Allí
quedó José María. Se propuso hacer el retiro sin libros. Por eso, le pide al P.
Narciso que quite los tres que había en su celda (Apunte n. 1636: Dios mediante, escribiré poco. También
leeré poco: he hecho que el fraile carmelita se llevara tres libros que
encontré en la celda. No quiero que intervengan los extraños: Dios y yo.).
Sobre este propósito, que incumplió en seguida, habíamos hablado en mi última colaboración.
Además
del propósito de leer poco, esa primera noche antes de comenzar los ejercicios,
tomó por escrito otra resolución: en lo
sucesivo, evitaré anotar nada que pueda dar a estos apuntes carácter de libro
de memorias. Y este propósito también lo incumplió, por eso que yo llamo
vicio, y alguno dirá que es un síntoma de los narcisistas patológicos, de
volver siempre sobre sí mismo. Lo del ombligo. Se proponía no pensar ni escribir
sobre sus cosas, pero caía enseguida en la tentación. Los Apuntes de ese retiro
están repletos (y eso que no los han liberado completos), de largos párrafos
con ese carácter de libro de memorias.
Los Apuntes o Catalinas de Escrivá, ¡cuando finalmente emerjan a la luz! serán
algo digno de estudio, desde distintas disciplinas, no solo desde la
espiritualidad, sino también desde la psicología, la caligrafía. En cualquier
caso, inmediatamente, en el párrafo siguiente de sus notas manuscritas, comienza Escrivá con sus recuerdos, dejándolos
por escrito: Mi Madre del Carmen me empujó
al sacerdocio. Yo, Señora, hasta cumplidos los dieciséis años, me hubiera reído
de quien dijera que iba a vestir sotana. Fue de repente, a la vista de unos
religiosos Carmelitas, descalzos sobre la nieve... (Apunte n. 1637). Desde
el momento cero, comienza con el libro de recuerdos. Y es interesantísimo el
vínculo entre la llamada inicial a la vocación sacerdotal, y este retiro, al
día siguiente de su admisión en la Orden Tercera, que tanto significaría para
dar un nuevo rumbo a su vida. Regresar al primer amor, luego de haber sido tan
pecador durante los años previos, al asco
que ahora sentía sobre quién había sido, al saber que era la vergüenza de los hombres, a
reconocer que era un miserable, no
en sentido espiritual o figurado, sino por muchas acciones concretas de los
años previos que lo habían llevado al descamino.
En
contra del consejo de Norberto (no pensar en su pasado), y de su propósito de
no escribir un libro de memorias, el Apunte n. 1688 es especialmente relevante.
Es aquel que dice entre otras cosas: 1º
Que en casa continuaron mi educación, para darme una carrera universitaria, a
pesar de la ruina familiar, cuando muy bien pudieron, en justicia, haberme
puesto a trabajar en cualquier cosa. 2º De ser seglar —me conozco perfectamente
en esto— o no me hubiera casado o lo hubiera hecho cuando hubiera podido
sostener con holgura dos casas: la de mi madre y la mía. (…) 5° Que, al tratar
yo de responder a la vocación religiosa, a petición mía y a pesar de que hacía
bastantes años que mis padres no tenían hijos y no siendo ellos ya jóvenes, a
petición mía —repito— Dios nuestro Señor (a los nueve o diez meses justos de
pedírselo) hizo que naciera mi hermano Guitín. Un hermano varón, pedí yo. Ahora
el pequeño estudia cuarto de bachillerato. Por la razón dicha, porque le llevo
diecisiete años y porque le dejó mi padre tan niño, yo, más que su hermano, soy
su padre. Y por ahí continúa, racionalizando su pasado, y generando más
páginas para los libros que se redactarían sobre la vida de tan santo varón, que
hasta logró del Cielo que su madre volviera a concebir el hermano que nació
justo a los nueve o diez meses de haberlo pedido. Y el futuro santo no tenía
dudas: nacería varón, porque así lo había pedido él, y así podría transmitirse
el apellido y la nobleza familiar… (lástima que Guitín nunca quiso saber nada
con el marquesado).
Escrivá
reconoce que todo este lío económico se debe a su mala conducta. Y sobre esa conducta también trataré de escribir…
Estaba
entonces José María Escrivá en el Convento – Noviciado, estrenando su admisión.
¿A qué se había comprometido? Veamos ahora el Manual de Terciario Carmelita (Burgos, 1913), para entender un poco
más el camino que estaba
emprendiendo. Lo veremos también porque supongo que algunas ideas le serían
útiles para redactar los primitivos Reglamentos de la Obra de Dios, adaptando
ligeramente la terminología. Recordemos que todo esto es de la etapa
“fundacional”, en la que Escrivá (y Norberto) estaban viendo qué perfil darle a
la nueva institución que querían fundar.
·
Nuestra Orden Tercera se propone, a imitación de los
Religiosos y Religiosas de la Orden, dar gloria al Señor, honrar a la Santísima
Virgen María del Carmen y ayudar a la Iglesia mediante la oración, ejercicios
de virtud, culto externo y vida activa.
Y Escrivá apuntaría algo similar en sus Apuntes.
·
Probablemente no se
haya asociado a ninguna Congregación. Aunque
es preferible el estado de los Terciarios en Congregación, puédense, sin
embargo, pertenecer a la Orden Tercera sin estar agregados a Congregación
alguna determinada, o sea, en calidad de “Terciarios que viven individualmente
y dispersos en el mundo”. Y
también apuntaría alguna línea en este sentido, pensando, a lo mejor, en los
terciarios de la Obra... Sin pertenecer a una Congregación, entiendo que
evitaba tener que participar de las conferencias mensuales de los Terciarios.
·
Para pertenecer de esta manera a la Orden Tercera, basta
ser admitido en ella, recibiendo el hábito de manos del Superior o de un
sacerdote legítimamente para esto autorizado y, después de un año de noviciado,
hacer la profesión (…). Escrivá fue
admitido, el 2 de octubre de 1932, como respuesta a la instancia presentada
personalmente el día 12 de septiembre. Ahí comenzó su noviciado. No sé si perseveró un año en su decisión, por más que
hubiera pagado más de un año de cuota. Y si hizo por tanto la profesión. Supongo que los archivos de
los carmelitas (si se salvaron de la quema de la guerra civil), podrán arrojar
luz. En los libros debían consignar la toma de hábito de los Terciarios, con el
nombre del siglo (en este caso, José María Escrivá y Albás), y además el nombre
que se han impuesto al entrar en la Orden (en este caso José María de San
Simón), su domicilio (Viriato, 24), su edad (30, con f.nac. 09 de enero de
1902), y el día, mes y año en que tomaron el hábito. En ese libro el Superior o
Director debía anotar además las profesiones y si fueron hechas con dispensa.
Sería bonito ver los originales de estos documentos, así como la instancia
manuscrita de sanjosemaría, para ver su caligrafía, sus deseos en aquel
entonces, etc.
·
Pueden dar el hábito y admitir a la profesión de la Orden
Tercera N. M. R. P. Prepósito General de cualquier lugar, los RR. PP.
Provinciales dentro del territorio de su Provincia y los Superiores locales en
sus propios distritos. Escrivá fue
admitido el día 2 de octubre de 1932… Fecha emblemática esa del 2 de octubre,
que entonces no tenía el valor que con el tiempo fue adquiriendo… En cualquier
caso, providencial coincidencia.
·
(Art. 14) Pueden ser admitidas en la Orden Tercera las
personas de ambos sexos a cualquier estado y clase a que pertenezcan:
eclesiásticos o legos, célibes, viudos o casados, con tal que tengan las
siguientes condiciones:
a.
Que no pertenezcan como novicios ni profesos a otra Orden
Tercera [Escrivá no lo era];
b.
Que sean de vida ejemplar, constantes y firmes en la
profesión de fe católica y en la obediencia a la santa Iglesia Romana [Escrivá en términos generales lo era]
c.
Que tengan vivo deseo de llevar una vida más perfecta con
la observancia de los deberes propios y comunes e intención de servir con más
exactitud a Dios y a la Santísima Virgen del Carmen [Escrivá había retomado este deseo de perfección, después
de una época queriendo opositar a trabajos incompatibles con su condición
sacerdotal];
d.
Que hayan llegado a la edad de 24 años (…).
·
El Hábito (…) propio de cuantos pertenecen a nuestra
Orden Tercera consista en un escapulario de paño, (que puede en el estío
sustituirse por otro de sayal) de color castaño, compuesto de dos partes
iguales, cada una de 25 centímetros de larga y 18 de ancha.
·
De la Admisión. Antes que los postulantes sean admitidos
a la toma de hábito, estarán sujetos a una prueba de dos meses, en los cuales
se les instruirá sobre las obligaciones que contraen al entrar en la Orden
Tercera. Se ve que en caso de Escrivá
este período se abrevió a algo menos de un mes, probablemente porque lo
conocían desde hacía tiempo, y por las buenas referencias que presentaría don
Norberto, a quien los carmelitas conocían de antes.
·
Para la toma de hábito se dispondrán con el retiro y
recogimiento de algunos días, bajo la dirección del propio confesor.
Por eso yo afirmo
que de ninguna manera es casualidad que Escrivá hubiera acudido el 3 de
octubre de 1932 al Convento de los Carmelitas Descalzos en Segovia… Y, que haya
realizado sus Ejercicios, como indica el Manual, bajo la guía de un sabio
Carmelita quien le explicaría sus nuevos compromisos. Este santo varón, como va
dicho, era el P. Narciso de San José… Además, contaba con un guion con algunos
puntos de meditación que le había entregado su confesor, el P. Sánchez (Apunte
n. 1692).
Por tanto, no es
casualidad que, al día siguiente de ser admitido por el nuevo Provincial, José María de San Simón haya acudido a
mejorar su formación al Convento-Noviciado de Segovia, bajo la guía del P.
Narciso, quien recibió y guió al nuevo novicio.
José María era una
nueva vocación, que había que cuidar con particular esmero: como una flor que
recién se abría… Era una pequeña llamita (o lucecica)
recién encendida, que había que proteger.
Por tanto, en
aquellos ejercicios mi impresión es que Escrivá vería aspectos concretos para
mejorar en su vocación cristiana en general… y de Carmelita en particular...
Los prelaticios liberaron parte de los Apuntes de esos ejercicios, los más
relacionados con la Obra (p.ej. el nombramiento, en la capilla de san Juan de
la Cruz, frente al sepulcro recién estrenado, de los tres Arcángeles como
protectores de cada labor de la Obra), y mi impresión es que obviaron los
aspectos más relacionados con la vocación carmelita de nuestro Padre…
Probablemente en los Apuntes no liberados aparezcan más menciones a su nuevo
Director o Superior institucional: el prior o maestro de novicios, el P.
Narciso. ¿Qué otras cosas le habrá explicado? ¿Cuántas veces más aparecerá
mencionado en esas páginas manuscritas?
Años más tarde,
Álvaro del Portillo (que no vivió directamente esta historia, sino que ingresó
en lo que yo denomino el segundo o tercer Opus Dei, el de 1935), digo que
Álvaro afirmó “Así hacía su curso de retiro cuando aún no había hijos suyos
sacerdotes. Solía confesarse con un carmelita viejecito, a quien yo conocí: un
hombre muy bueno que se llamaba Padre Narciso de San José” (Crónica, enero 1982, p. 81). No sé si
don Álvaro supo (antes de 1975) que sanjosemaría, a los cuatro o cinco años de
supuestamente haber fundado la Obra (en realidad, todavía no había fundado
nada…) se había hecho Terciario Carmelita, y había asistido al
Convento-Noviciado para afinar en su nueva vocación, bajo la guía del prior, P.
Narciso. Y en este contexto, yo me permitiré dudar sobre si el P. Narciso era
el confesor de Escrivá, como dice
Portillo, o si más bien era el Superior o Director que, según las
Constituciones, cada Terciario debía tener. En ese rol, el P. Narciso
orientaría espiritualmente a sanjosemaría en aquellos aspectos de su vocación
(divina) como Terciario Carmelita. Pero la confesión semanal seguiría
probablemente a cargo del P. Sánchez Ruiz (justamente en esos días de retiro se
propuso ir a confesar dos veces por semana: los martes y sábados: a lo mejor con un carmelita los martes, y con el
jesuita los sábados, porque, si no, hubiera sido demasiado pedirle al buen P.
Sánchez… No digo que una tortura, pero casi…).
·
Supongo que, como
señala el Manual, Escrivá tomaría el hábito
conforme al rito que se prescribe en el Ceremonial, ya en el convento de
Segovia, ya en el convento de la plaza de España, en Madrid. Probablemente
Escrivá dio estos pasos, para confirmarse
en su sacerdocio, ya que afirmaba que mi
Madre del Carmen me empujó al sacerdocio, y -en mi relato- Escrivá dudó
muchas veces de continuar su camino sacerdotal. Pensó, seriamente, en seguir
los pasos de su más íntimo amigo, Francisco Moreno Monforte, que había dejado
el sacerdocio al poco tiempo, y esto impactó profundamente en Escrivá…, de una forma
que ni nos imaginamos…
·
El Ceremonial de la toma de hábito muestra
una ceremonia similar a las que hacemos en la Obra (principalmente los
numerarios, porque los supernumerarios no pertenecen de la misma manera y hacen
sólo la primera parte, en sus casas o en Dirección), en el oratorio, con el
sacerdote sentado con su roquete y estola, y el candidato de rodillas, etc. Ahí
le habrían preguntado ¿Está resuelto a
perseverar hasta la muerte en el estado que pretende abrazar? A lo que
nuestro Padre respondería: así lo espero
y deseo ayudado de Dios y de las oraciones de toda la Orden. Perseverar usque ad mortem...
Recuerdo mi
sorpresa al tener que hacer estas ceremonias, ya desde la admisión: Coram Deo Dómino Nostro, cui omnis glória,
confidens intercesione Sanctae Mariae nostrorumque Patronum, teste meo Sancto
Angelo Custode, me dédico ad effectivum regnum Christi in terra propagandum,
iuxta régimen el spíritum Operis Dei… ¡Qué jóvenes éramos! Estos ritos en
latín, las bendiciones, y ni qué decir el anillo cuando llegó la fidelidad…
Aquel Confirma hoc, Deus, quod operatus
es in eo (in ea), que le dijeron entonces a Escrivá según el Ceremonial de
los Carmelitas, y que me dijeron a mí en la Fidelidad, según el Ceremonial del
Opus Dei.
José María estaría
visiblemente emocionado con las bendiciones, agua bendita, la limpieza que
pedían para él. Señor, Dios de las
virtudes, suplicamos humildes a tu clemencia, que la abundancia de tu
misericordia limpie a este siervo tuyo de todo error pasado y le haga capaz de
una vida santa y nueva. Y José María repetiría que quería comenzar de
nuevo, que se arrepentía de sus errores pasados: ya no más, Señor, ya no más.
El sacerdote aspergió
a Escrivá con agua bendita, le impuso el nombre, y le declaró hijo de la Orden y partícipe etc., diciendo
(en latín): Yo, con la autoridad que ejerzo y que se me ha concedido, te recibo
en nuestra santa Religión y te enriquezco y hago partícipe de todos los bienes
espirituales de la misma. Ahí nacía José María de San Simón.
·
Después de tomado el hábito, los postulantes permanecerán
durante un año en calidad de novicios, dando prueba de su vocación con la
exacta observancia de la Regla y disponiéndose con el ejercicio de la oración y
de las virtudes cristianas para recibir dignamente la gracia de la profesión. Así que Escrivá, como Terciario Carmelita, tendría un
Superior o Director que lo iba guiando. Durante
el tiempo del noviciado, los Terciarios que no están para ello impedidos, se
presentarán por lo menos una vez al mes –y después del noviciado de tiempo en
tiempo, por ejemplo, de dos en dos meses- al Superior o Director, a fin de ser instruidos
en sus deberes. Por tanto, Escrivá acudiría con cierta frecuencia al P.
Narciso, o a quien fuera su superior (probablemente un carmelita de Madrid). En cuanto a la elección de confesor, son
libres para elegirse el que juzguen conveniente. Y por eso, Escrivá
continuaría con el jesuita P. Sánchez, que además cumplía un rol clave en la
Obra de Dios, como veremos llegado el momento.
·
El Capítulo VII
trata de la Profesión. Aquí importa mucho la opinión del Superior o Director,
quien estando cierto de la vocación
divina a este estado y de la perseverancia de los novicios Terciarios en sus
buenos propósitos, puede concederles la profesión. Determinado, de acuerdo con
el Superior o Director, el día de la profesión, cada novicio se preparará para
ella con los ejercicios espirituales y con otras obras de piedad, conforme al
consejo del Director.
·
La profesión se hará en manos del Superior o de un
delegado suyo, en la siguiente fórmula: Yo [José María Escrivá y Albás] hago mi profesión y
prometo a Dios, a la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, a nuestra Madre
Santa Teresa y los Superiores de la Orden, obediencia y castidad, según la
Regla de la Orden Tercera, la cual quiero observar con la mayor perfección que
me fuera posible hasta la muerte. No
sé si Escrivá llegó hasta esta etapa; Dios quiera que sí, porque era su deseo,
y había pedido gracia de Dios para perseverar hasta la muerte.
·
Los votos. En
aquella época, el José María Escrivá fundador, el original, era muy de hacer
votos… Y de exigirlos a los miembros de la Obra… Después, lo negaría. Pero
entonces, en la versión real de la historia, incluso antes de que la Iglesia ni nadie se los pidiera, él los imponía a
sus hijos... De hecho, no solo la Iglesia no se los pedía, sino todo lo
contrario: ¡¿Qué habría pensado el Obispo de Madrid, quien no conocía a
Escrivá, por más que años más adelante afirmara que lo apoyaba desde 1928…,
digo: ¡¿Qué habría pensado el Obispo de saber que un sacerdote extradiocesano
-a quien quería devolver a Zaragoza- estaba imponiendo votos de Esclavitud a un
puñado de files de la diócesis?! No había ninguna aprobación diocesana ni nada
para la Obra, y Escrivá imponía votos a los numerarios. Hablaremos con detalle
del Voto de Esclavitud de 1935. Lo de “ni votos, ni botas, ni botones, ni
botines”, es un invento posterior... Una mentira. Una reconstrucción del
pasado. En la época fundacional, Escrivá era muy de hacer y exigir votos.
Realmente los necesitaba para atar a
los laicos en el conflicto que tuvo con los sacerdotes, como también veremos en
algún momento.
En cualquier caso,
lo que quiero decir ahora es que Escrivá, al hacerse Terciario Carmelita, tenía
que hacer sus votos. Esos votos no se exigían, evidentemente, para los seglares
de a pie, ni para los sacerdotes seculares como era Escrivá. Pero nuestro
Padre, después del 1928, quería ingresar en un estado superior de perfección… Y es por eso que quiso realizar esta
incorporación o consagración religiosa… En concreto, los Terciarios Carmelitas
debían hacer los votos de obediencia y castidad, aunque “… no son votos solemnes y perfectos, sino simples y relativos y, en
ciertos casos, rescindibles”. Debía renovarlos dos veces por año, el día de
la Exaltación de la Santa Cruz y en Epifanía. Allí Escrivá y su búsqueda de
votos. Quería la perfección y esta era una forma muy concreta de ponerse en ese
estado superior, por más que Dios le hubiera mostrado –supuestamente- algo diferente
un 2 de octubre.
·
La Oración Mental.
No sé si antes de ser admitido como Terciario Carmelita, nuestro queridísimo
Padre hacía dos medias horas de oración. Entiendo que no… No era algo que se le
exigiera por ser sacerdote diocesano. Hacía oración, ciertamente, pero sin una
tasa fija.
Debemos agradecerles
pues a don Norberto, a Fray Joaquín, a Fray Epifanio, y a Fray Narciso, que
hayan guiado al joven José María hacia estos caminos de oración contemplativa…
En efecto: teniendo nuestra Orden por fin
principal la vida contemplativa, nuestros Terciarios, que pertenecen a ella,
han de procurar habituarse a la oración mental. Y ahora viene lo
interesante (artículo 51): harán cada día
media hora de meditación, un cuarto de hora por la mañana y otro por la tarde,
o bien, si sus ocupaciones no se lo permitieren en esta forma, media hora de
una vez. Los Terciarios sacerdotes harán media hora por la mañana y media
hora por la tarde.
Aquí tengo que
discrepar con Haenobarbo
quien había indicado que Escrivá estaría adscrito a la Cofradía del Carmen,
pero no podía pertenecer a la Tercera Orden, por ser absolutamente laica.
Entiendo que esto es incorrecto. El artículo 14, citado anteriormente,
establecía que podían pertenecer los miembros del estado eclesiástico: lo importante es que no fueran novicios o
profesos de otra Orden. Y este artículo n. 51, sobre los tiempos de oración,
señala claramente requisitos más exigentes para los sacerdotes. Además, los
sacerdotes Terciarios gozaban de algunos privilegios, como indulto de altar
privilegiado personal tres veces por semana.
Escrivá, porque
quería ser santo, mientras meditaba sus compromisos de Terciario allá en
Segovia en 1932, se propuso incluso más oración: una hora por la mañana y otra por la noche. Así hacen los santos,
supongo. E insistía: Por lo menos dos
horas diarias ¡sin excusa!, aunque sea quitándolas al sueño. Habría que ver
durante cuánto tiempo cumplió este propósito... Mi impresión es que le duró más
bien poco… Que ese programa mínimo de
vida espiritual, porque así lo tituló, en realidad representaba un máximo difícil de alcanzar. En efecto, tengo
para mí que, hasta tanto no tuvo resuelto el tema económico, el servicio
doméstico, etc., no le fue posible llevar el ritmo de oración que quería
llevar. Trabajando como entonces trabajaba para ganarse el pan…, mi impresión
es que no podría cumplir su plan de vida... Otra cosa sería ya instalado en su
Villa Tevere… Es por eso que, si bien nuestro plan de vida es más ligero que aquel
que el santo Fundador se propuso en 1932, aun así es casi imposible vivirlo
cada día: sólo los funcionarios de las delegaciones y comisiones, o los
numerarios en curso anual, lo pueden cumplir íntegro cada día (y ni qué decir
de los supernumerarios que todavía no se hayan jubilado… porque lo que es la
vida de los supernumerarios con hijos pequeños…).
·
El reglamento por
el que se comenzaría a regir nuestro Padre, además de las dos medias horas de
oración por ser sacerdote, incluían la lectura espiritual, el examen de
conciencia, la presencia de Dios mediante jaculatorias, la misa diaria, la
comunión frecuente, la comunión espiritual, la visita diaria al SS. Sacramento,
retiro mensual y ejercicios anuales, el tiempo de la noche, etc. Así como las
visitas a los hermanos enfermos, los sufragios por los difuntos, etc.
Entonces, de este
Manual bebimos nosotros. En efecto, como Escrivá estaba en esos días estrenando
su vocación de Terciario Carmelita, debía ajustar su plan de vida conforme a su
nueva llamada divina, para así
cumplir con el Espíritu de la Orden, sus
Reglas y Estatutos. Sobre esa base nacería, poco más adelante, nuestro plan
de vida. Así, en febrero de 1933, Escrivá decide elaborar un plan de vida al que nos sujetemos todos en
la Obra, para que oficialmente nos obliguemos a cumplirlo desde el día de
Nuestro Padre y Señor San José, en este año. Sería algo corporativo.
Institucional. La oficialización del plan de vida se retrasó unos días, pero
finalmente quedó plasmado el 24 de marzo de 1933 (fiesta de san Gabriel), en un
documento titulado “Normas
provisionales”. Este documento nacía nada menos que como un resumen de las normas que nuestro Padre se había trazado
durante el retiro de 1932 en Segovia… (cfr. Apunte n. 966). ¡Cuánto tenemos
pues que agradecer a los Carmelitas! De alguna forma, en términos demasiado
genéricos, parecería que la conjunción entre la vida contemplativa y activa que
supuestamente logró Escrivá por particular revelación divina, se nutre en la
parte contemplativa de la espiritualidad Carmelitana, y en la parte activa, de
copiar a los jesuitas o a los propagandistas u otros (incluso a la ILE: vamos a hacer, por la Iglesia, en todo el
mundo, algo parecido a lo que hace contra la Iglesia en España la Institución
Libre de Enseñanza).
·
En cuanto a las
mortificaciones, además de los ayunos y otras ya previstas, la Regla invitaba
a: “añadir a las dichas obligaciones
otras, principalmente penitencias, a fin de conformarse más de esta suerte con
el espíritu de la Orden, pida antes la aprobación de su padre espiritual,
seguro de que el Señor le retribuirá superabundantemente por todo.”
Y Escrivá, que
quería identificarse con el espíritu de su nueva Orden, y además quería ser muy
santo, es que se propuso un extra muy generoso de mortificación: a diario: un cilicio; los viernes y los
martes: dos; cada semana: dormir tres noches en el suelo sin colchón, y cada
semana (si podía) debía observar “un día de ayuno natural total, es decir, sin
tomar pan, ni agua, ni cualquier otro alimento”. Realmente, muy generoso.
Y, como lo indicaba este artículo n. 95, puso su plan de vida y de
mortificaciones en las manos de su confesor, quien lo aprobó: el martes 25 de
octubre de 1932 en el Sdo. Corazón de
Leganitos, me devuelve el P. Sánchez estas notas. Sinceramente, no sé
cuánto tiempo perseveró con estos propósitos de mortificación, si un par de
semanas, o meses, o años, o toda su vida. Me inclino más por un par de meses.
·
El formador de
Escrivá, o maestro de novicios, debía explicarle la Regla, como hacían con
todas las personas que pedían ser admitidas. Además, debía presentarlo al
Superior para que examine su vocación. Y,
finalmente, conducir al novicio ante el altar el día de su toma de hábito y
profesión. Después, debía inculcarle la
exacta observancia de la Regla, el espíritu de oración y mortificación y una
verdadera devoción a María Santísima.
·
Finalmente, todas las cosas supradichas componen la
norma de vida, o sea, la Regla que han de observar nuestros Terciarios para
corresponder dignamente a la gracia de su vocación. Y José María de San
Simón quería responder fiel y dignamente a la gracia de su vocación. También
prestaría atención al artículo 91: su
observancia, fuera de los votos, no obliga ni a culpa ni a pena; sin embargo,
nuestros Terciarios deben observarlas con toda exactitud (…)
El
día de su admisión, José María de San Simón pagó su cuota. Quince meses de
cuota (cfr. Cronología).
No
sé cuántos meses perseveró en su vocación (además de cuántos meses perseveró en
sus propósitos de oración y mortificación). En concreto, no sé si usufructuó
los 15 meses que había pagado por adelantado.
La
devoción de Escrivá por los Carmelitas era tan visible, tan patente, que hasta
su hermano pequeño se había dado cuenta. Me
decía Guitín, con su plan de guasa: “¿sabes qué podrías hacer? Fundar una orden
y que la Academia sea el primer convento”. Y seguía luego: lo mismo que D.
Pedro Poveda ha fundado las teresianas, funda tú las… “carmelitanas”
(Apunte n. 1124). Y la verdad es que no estaba muy errado el pequeño, porque
¡qué sorpresas tiene para nosotros numerarios conocer más de la vida y
proyectos de José María de San Simón
Stock… ¡Qué mezcla! Evidentemente estoy desconcertado con lo que era y es
la espiritualidad propia de la Obra, sobre cómo Escrivá reglamentó nuestra
vida, sobre lo que de verdad ocurrió en 1928 y en aquellos años fundacionales,
de los que sabemos tan poco. ¿Qué vio o qué dejó de ver el Padre?
En
dos colaboraciones anteriores habíamos ya hablado de este retiro en Segovia.
Entonces no nos habíamos fijado en el novicio
que aprendía la nueva espiritualidad a la que se estaba comprometiendo. Nos
habíamos enfocado en otros dos aspectos, a saber:
1.
La de adaptación de los métodos de los religiosos, con el Nuevo
curso de meditaciones sacerdotales del jesuita francés Pierre Chaignon.
2.
Algunos de los varios plagios que cometió el santo Fundador. Entre otros, aquel famoso
punto sobre humildad (Surco, n. 259).
También el plagio para Camino n. 734
(y Vía Crucis I.2). Y, llegado el momento, tendremos la oportunidad de
compartir otros plagios en Camino...
Escrivá es un autor sorprendente.
Hace
unos meses, Hilario en No somos religiosos... contaba sobre la visita que hizo a una muy buena amiga
que había ingresado en las Carmelitas Descalzas. A través de la reja le contó
muchas cosas sobre su día a día. Y resulta, la verdad, muy pero muy parecido al
de un numerario/a. Y así tiene que ser, no solo porque somos como religiosos, sino por la propia y específica vocación carmelita de
sanjosemaría en 1932… “Cualquier parecido, es pura coincidencia” concluía
Hilario.
El
que era Terciario Franciscano, era Luis Gordon, el primer “numerario” en
alcanzar la Casa del Padre. En efecto, el bueno de Luis era Terciario
Franciscano, así como Archicofrade de Nuestra Señora del Carmen [entiendo que
podía ser archicofrade del Carmen, pero no Terciario Carmelita, porque ya lo
era franciscano…], Hermano de la Congregación de San Felipe Neri [igual que
Escrivá, a quien conoció ahí], y Adorador Nocturno: todo eso era, además de
miembro del Opus Dei. De hecho, no sé si pertenecía a la incipiente Obra con la
misma intensidad con que pertenecía a las otras asociaciones…
Escribá,
por su parte, desde un año antes de ser Terciario Carmelita se había estado
ejercitando con los Hermanos de San Felipe Neri. Para esto, en octubre de 1931
había obtenido permiso expreso de su
confesor. Tuvo un período de “postulantado” o “noviciado”. Tendría su maestro
de novicios, su formador. También este era un proceso reglamentado. Al terminar el período de prueba, dos Hermanos tenían
que redactar y elevar a la Junta informes secretos positivos sobre el
postulante (capítulo XXX de las Constituciones).
Y la Junta debía votar por unanimidad su incorporación.
Por
tanto, luego de ese período de formación y prueba, el domingo 3 de abril de
1932 Escrivá realizó su profesión en
dicha Congregación, y, literalmente, tomó
el hábito… Con los Carmelitas no sé si llegó a la profesión. Con los
Hermanos de San Felipe Neri, sí. Y pasó también a integrar la Junta de Ancianos.
No
sé, pero supongo que sí, que Escrivá adoptaría algún nombre de religión al ser
admitido como Hermano. Por decir algo “José María del Amor Seráfico” o “Mariano
de Jesús”, o similar. Tampoco tengo muy claro algunos aspectos de su
pertenencia a dicha Congregación (que tenía más de 200 años de vida), ya que
era de seglares, y la parte
espiritual estaba encargada a los sacerdotes de San Felipe Neri. Esto a lo
mejor le trajo problemas e incomprensiones. No entiendo mucho el rol que cumplía
allí el presbítero Escrivá, que evidentemente era más que bienvenido, porque
tuvo su proceso de admisión, su posterior aprobación unánime por la Junta, su
profesión, etc.
Al
ser una Congregación para seglares (como
su nombre lo indica), es razonable que Escrivá “pescara” para su Obra. Por eso
no es sorprendente que Hermanos de San
Felipe Neri fueran algunos de los primerísimos numerarios de la Obra de
Dios: Luis Gordon, Jenaro Lázaro y Antonio Medialdea.
El
hábito de la Congregación lo vestiría
durante su actividad en el Hospital General y en las reuniones de la
Congregación. Era la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, en el grupo
de los Filipenses del Hospital General de Madrid. A lo mejor, de sus prácticas
con ellos, y de la correspondiente ornamentación de los locales y ceremonias,
Escrivá habría sacado la idea de sus dos calaveras: doña Pelada y don Alonso,
que así las llamaba, o la idea de la emendatio, etc.
Así que, durante aquel año de 1932, Escrivá vivió al
menos dos períodos de discernimiento… uno para la Congregación de San Felipe
Neri, y otro para la Orden Tercera Carmelita. Y tomaría los dos hábitos en
ceremonia formal…
Recordemos,
además, que Escrivá pertenecía, desde 1929, a la Unión Sacerdotal de Hermanos
Espirituales de Santa Teresita de Lisieux (Apunte n. 536). A lo mejor fue otro
intento del bueno de Norberto por encender a José María.
Todas
estas asociaciones, ¡y dos tomas de hábito!, son posteriores a la supuesta
“fundación” del Opus Dei el 2 de octubre de 1928. En mi relato veremos que
Escrivá no tenía conciencia de haber fundado nada por aquel entonces, y menos
que Dios mismo hubiera fundado algo…
Por
último, habría que analizar si no pertenecía a otras asociaciones. Por ejemplo,
a la Asociación de Almas Víctimas en Unión con los Sagrados Corazones de Jesús
y María. Sería coherente con su espiritualidad de entonces. Era como una manera
de formalizar el espíritu de sacrificio y penitencia… En este sentido,
vincularse a los franciscanos servía para vivir mejor el espíritu de voluntaria
pobreza; a los Carmelitas para el espíritu de oración y contemplación; alguna
asociación espiritual vinculada a santa Teresita para vivir mejor el espíritu
de infancia espiritual o para concretar su ofrecimiento como alma-víctima en un
holocausto espiritual. Más adelante, el Espíritu de la Obra sería superior a
todos los demás, y no necesitaríamos de esas asociaciones u Órdenes. Nuestra Madre Guapa nos proporcionaría todos
los medios... Pero no era así al principio, en aquel 2 de octubre de 1928, en
el que Escrivá más que ver el Cielo abierto y a Dios que le revelaba Sus
Designios para la Historia de la Humanidad, el joven fundador decidió
permanecer en su sacerdocio y reflotarlo mediante una fundación, de algo, de lo
que fuera. Y tenía gran necesidad de alimento espiritual, y por eso se asociaba
a este tipo de instituciones, y por eso copiaba y copiaba todo lo que podía (del polaco P. Honorato, de los Paulinos del Cardenal
Ferrari, sobre los que tanto hablaremos llegado el momento). Así, en base a su
propia vida y a lo que copiaba de los demás, Escrivá fue elaborando el Espíritu
de la Obra, sus Reglamentos, Ceremoniales, Normas, etc.
Escrivá
no pudo ser Terciario Franciscano (como Luis Gordon) o Terciario Dominico (como
su amigo don Antonio Sanz Cerrada, Fray Junípero). Sin embargo, aprendería de
todos ellos, y lo iría adaptando para su Obra. En concreto, supongo que
adaptaría ideas de aquella Milicia que formaba la Venerable Orden Tercera. Como
explicaba Marín del Campo en 1926, esa clase estaba formada por solteros o
viudos, quienes formaban una milicia,
creada a manera de Orden militar, e igualmente sometida a los votos de pobreza,
obediencia y castidad rigurosa. Estos campeones
católicos observaban la regla de San Agustín, dedicábanse a los ejercicios de
una vida piadosa, y distribuían el tiempo entre el cumplimiento de sus deberes,
práctica de la oración y frecuencia de sacramentos, con otras devociones y
obras de penitencia para librarse del pecado. Llamáronse estos hombres soldados
de Cristo, y su compañía, milicia de Cristo.
Yo
creo que Escrivá se inspiraría en estas Órdenes Terceras para reglamentar su
Obra y escribir su Espíritu. El Seráfico Padre y Patriarca san Francisco parece
que había afirmado: Sabed, hermanos míos
carísimos, que el Señor me ha revelado una traza con que podréis ser como
religiosos, sin que dejéis vuestras casas ni desamparéis vuestros hijos. Y
a Escrivá estas ideas le vendrían muy bien, y así, a lo mejor, las anotaría en
sus Apuntes: ser como religiosos en medio del mundo (Apunte n. 16, n. 745,
Artículo n. 9 del Régimen y
n. 1 del Espíritu
de 1941, etc.), vestir un hábito invisible (Apunte n. 234), etc.…