EL PROBLEMA DEL DOLOR
EN LOS EX MIEMBROS DEL OPUS DEI
Chispita 11 VI 2007
Para todos es evidente que la experiencia de nuestro paso por la Prelatura
del Opus Dei, tras ratos inolvidables de alegría y buen humor, fue seguida por momentos
importantes de dolor moral, que a muchos aún hoy nos sigue persiguiendo. El
objeto de estas líneas es ayudarme a mí mismo y ayudar a mis amigos más
inmediatos a salir del dolor y de la angustia que nos ha provocado el contacto
en la tercera fase con el sectarismo y al rigidez de
tipo nazi de no pocos miembros del Opus Dei. Pero, por supuesto, quiere ofrecer
una ayuda que pueda ser eficaz para los que sufren la agresión en los Centros
del Opus Dei, o de los que la reciben de manos de supernumerarios fanáticos.
Para ello me basaré en el pensamiento –siempre renovador y refrescante- del
benedictino alemán Anselm Grün.
Nadie puede herir a quien no se hiere a sí mismo
En su obra No te hagas daño a ti mismo[1],
Grün parte del pensamiento de San Juan Crisóstomo que
redactó un escrito titulado Nadie puede herir a quien no se hiere a sí
mismo. Este Padre de la Iglesia a su vez enraíza no pocas de sus
reflexiones en el griego Epicteto.
Crisóstomo entiende el camino espiritual “como un camino terapéutico,
como un camino para afrontar con madurez las propias heridas y la historia de
la propia vida. Cristo es el hombre libre, que no depende en absoluto del
sufrimiento que le viene de fuera, que tampoco depende del mundo sino que
únicamente depende de Dios”[2].
La vida profesional y familiar no es a menudo grata. Muchas veces tenemos
que lidiar con situaciones y personas de carácter muy difícil, y cuyo roce con
ellos nos produce heridas. El problema está en cuando nos tocamos una y otra vez
las heridas que alguien nos ha producido. Eso aumenta el dolor y el
escozor. Darle vueltas una y otra vez a las ofensas y heridas es un modo de
agredirnos a nosotros mismos. El problema es que nos hacemos prisioneros de
recuerdos y situaciones que ocupan toda nuestra mente y nos hacen esclavos del
pasado. De alguna manera quienes nos hirieron siguen teniendo poder sobre
nosotros. Nos siguen agrediendo. Y hacen de nosotros unos infelices. Además, al
rebuscar una y otra vez en lo pasado nuestro carácter se agría,
y nos convertimos a su vez en agresores. Somos ahora nosotros los que no
vivimos la caridad ni la humildad, los que ofendemos y hacemos sufrir a
nuestros hermanos.
Éramos esclavos en Egipto, y Dios Nuestro Señor acudió en nuestra ayuda.
Nos hizo abrir los ojos justo como un gatito pequeño. El gatito pequeño cuando
nace está completamente ciego. Solo poco a poco va abriendo los ojos y va
viendo la luz. Pero Dios hizo con nosotros algo más. No solo nos hizo ver los
engaños y contradicciones, el modo en que el Diablo se infiltró desde el
principio en el Opus Dei, sino que Dios nos dio la ayuda necesaria para
robustecer nuestra voluntad y abandonar una estructura siniestra. Sin embargo,
corremos el peligro de destrozar esa ayuda de Dios si seguimos recordando de
modo morboso las heridas que los capataces del Faraón causaron en nuestras
espaldas. Anselm Grün nos
propone que nos acerquemos a Dios para liberarnos de las heridas que nosotros
mismos nos hemos hecho. Porque “la verdadera libertad no consiste en liberarnos
de un dominio exterior. La verdadera libertad es la libertad interior, la
libertad frente al poder del mundo, la libertad frente al poder de los otros
hombres y frente a la presiones tanto internas como externas” [3].
Las heridas no asimiladas nos condenan a herirnos a nosotros mismos o a
herir a los demás. Y nos herimos a nosotros mismos bien autocastigándonos,
bien minusvalorándonos, bien incluso automutilándonos” [4]
Epicteto, cuyo pensamiento inspiró al Crisóstomo, fue
llevado a Roma como esclavo y maltratado cruelmente por Epafrodito,
liberto de Nerón. Años después, Epicteto escribiría
que el hombre es libre. Si uno sufre es porque quiere, porque con su
pensamiento o con sus obras se provoca a sí mismo el sufrimiento. Para Epicteto, es necesario impedir que las cosas externas
penetren en el interior del hombre, haciéndonos daño.
Redescubrir la realidad de las cosas
Para ello, lo primero es conocer qué son las cosas y que ideas tenemos de
las cosas, de las personas que nos rodean. Es importante que las ideas que
tenemos sobre las cosas y las cosas en sí coincidan. Esto es, es preciso saber
la verdad. La verdad es la adaequatio rei et intellectus, como
escribió Santo Tomás siglos después. Se trata de no hacernos películas
sobre las cosas y sobre las personas y las instituciones. Se trata de no vivir
enfangados en nuestra verdad, sino en conocer la verdad. El peligro es el
autoengaño. Muchos numerarios, supernumerarios y agregados de absolutamente
buena voluntad, realmente muy santos, caritativos, piadosos y humildes, viven
engañados. Y el problema de fondo es que muchas veces nos apegamos
tremendamente a esas ideas que nos hemos forjado. Nosotros teníamos una idea
rosa de lo que la Obra era. Pensábamos que habíamos descubierto una especie de
Shangai-La, de paraíso en la Tierra. Todo lo demás era peligroso y dañino.
Cuando el carácter sectario de la Obra se nos fue revelando, no nos lo podíamos
creer. Nos parecía todo mentira. Pero así era en verdad. Se faltaba a la
intimidad. Se nos presionaba en este o en aquel sentido. Se nos hacía sufrir
con indirectas, mobbings, silencios, miradas,
olvidos…. Anselm Grün pone
el ejemplo del dinero. Pensamos que no podemos vivir sin dinero, que es
imprescindible, que sin él no podemos ser felices. Y cuando lo perdemos, se nos
viene abajo todo. O quien tiene una mascota para darle cariño, esperando
recibir afecto del animal, y solo recibe lo contrario: desconfianza y lejanía.
Pero uno no puede esperar que un gato, por ejemplo, se comporte de un modo racional.
La verdad del gato es ésta: el gato es desconfiado y es el único animal que el
Hombre no ha conseguido llevar a un circo. Esa es la verdad del gato. Saber la
verdad de las personas y de las cosas nos evitará sufrimientos, porque nos
quitará expectativas irrealizables.
En segundo lugar, es preciso mantener bajo control las ideas que el
hombre se hace de las cosas y dominar las reacciones que éstas ideas suscitan
en nuestro interior porque si nacen de la precipitación o de un movimiento
incontrolado, en el que no hay espacio para la reflexión, entonces seguro que
no se adecuan a la realidad de las cosas. Así, Epicteto
nos recomienda que nos preguntemos: ¿Me importa algo esto? ¿Qué me dice todo
esto? ¿Qué tiene esto que ver conmigo?
Muchas veces hemos padecido o contemplado situaciones agresivas. Es preciso
conservar la paz interior que nos permite tratar a Dios. Esa paz interior
desaparece cuando nos metemos en coyunturas o problemas que ni nos van ni nos
vienen, o cuando repasamos lo que pasó: quien tuvo la culpa y por qué. Nos
herimos a nosotros mismos, porque nos dejamos sumergir por lo externo,
descuidando la contemplación y el dialogo con Dios que nos dice lo que somos
nosotros, nuestras verdaderas posibilidades, nuestra realidad auténtica y lo que
El nos sugiere para nuestra regeneración. No podemos olvidar que al ser
cristianos somos “hijos e hijas libres de Dios que pertenecemos a Dios y no a
los poderosos de este mundo”[5].
La fe en Cristo como roca salvadora
La sicología transpersonal
insiste en la idea de que dentro de nosotros hay un espacio que puede
permanecer inalterable, al que las cosas no pueden llegar. Percibimos un
enfado, pero no somos ese enfado. Las cosas tendrán sobre nosotros el poder que
nosotros queramos que tengan sobre nosotros. Y la señal de alarma es cuando
empezamos a darle vueltas a las cosas en sí mismas y nos dejamos afectar por
ellas. Por ejemplo, por los recuerdos de las heridas que sufrimos en el Opus
Dei.
Hay que ser realistas. Huir de las impresiones de las cosas e intentar
verlo todo con serenidad y calma, como lo vería Dios. Con el mismo desapasionamiento con el que podemos contemplar los
juegos de un gato. Es el momento del distanciamiento. Ante una agresión o un
recuerdo desagradable debemos pensar: “bien esa persona no puede actuar de otra
forma. Es un fanático porque ha sido educado y recibido una formación que le ha
hecho fanático. Luego no debo extrañarme de que hable y actúe como un
fanático.” Razonando así nos llenamos de misericordia por esa persona. Y esa
misericordia nos lleva a rezar por él, y a contemplarlo en su justa realidad.
El comprender que es un pobre hombre sin personalidad que actúa como un
sicario. Un hombre que ha dejado su yo abandonado en manos de otros.
Tener fe es la gran apuesta por la libertad. La fe en Cristo nos hace ver
cómo las cosas realmente son y no como otros nos las cuentan. La fe nos da una
idea correcta de la realidad, nos hace ver la realidad correctamente, y nos
hace establecer la justa correlación entre las cosas y dentro de sí. Ve todo
como lo ve Dios, pone cada cosa en su sitio. No tolera la mentira ni el engaño.
Busca la justicia y la dignidad. Está perfectamente amueblado en su
interior de modo que nadie es capaz de comerle el coco. Para desesperación de los
fanáticos de turno que no logran reducirle a sus lugares comunes y a sus
esquemas preconcevidos y manipulados.
Sin embargo, Anselm Grün
insiste en que la libertad interior reside en la capacidad de distinguir entre
lo que uno es y lo que los demás son. Se trata de saber quien es uno, que
valores tiene uno, qué objetivos en la vida. Ser uno mismo y tener claro lo que
uno es, le ayudan a una persona a no abandonarse irresponsablemente en los
demás. Está claro que un cristiano debe abandonarse en Dios, pero no en otras
personas. Por eso, “abandonarse en Dios a través de los directores” lo que
tiende es a la disolución de la propia personalidad y a que ésta crezca débil e
inmadura porque ésta se abdica en otros. Por ejemplo, Cristo no se deja
avasallar por los fariseos. Él ha venido a cumplir una misión y no le importan
los juicios de los demás. Cristo quiere curar y no le importan las críticas de
los fariseos que están mirándole con su dureza de corazón y su cortedad de
miras. Cristo no permite que nadie le marque la pauta (Mc3, 6). Y eso ocurre
porque Cristo sabe que Su Padre le ha enviado a una misión concreta. Así pues,
cuando uno tiene clara su vida, su vocación entonces uno actúa sin dejarse
amedrentar por otros. No me defino por lo que digan mis jefes, o por lo que me
digan los directores de la Obra, sino por lo que yo veo que Dios quiere de mí.
Dios me habla y me dice qué es lo que quiere de mí. En la medida en que estamos
fundados en Dios no tenemos que estar pendientes de lo que digan de nosotros.
Por supuesto que nos importa el que nuestra vida interior vaya por los
despachos, pero reaccionamos sobre todo porque nuestra Madre la Iglesia lo
prohíbe y porque Dios reprueba eso.
En cambio muchos en la Prelatura saben y callan. Saben y consienten. Se
cambian una y otra vez de chaqueta. Buscan caer bien a los directores mayores,
pero a la larga van cosificándose y perdiendo su
libertad, sus sentimientos, su sensibilidad. Exactamente igual que les ocurría
a los jefes de los campos de exterminio nazis.
Cristo nos ha liberado para el amor. Pero con la condición de que seamos
conscientes de lo que nos rodea y de las pasiones que germinan en nuestro
interior. Si nos dejamos aplastar por unas y otras, entonces no seremos libres.
No es libre el que se entrega incondicionalmente a los abusos ajenos, pero
tampoco el que se deja llevar por las pasiones. Afortunadamente tenemos la
confesión, la dirección espiritual y el trato con Dios para controlar las
pasiones desordenadas.
El que ha edificado su casa sobre la roca que es Cristo, no ha de tener
miedo a las heridas que otros le quieran causar. Porque para él, Cristo lo es
todo. El problema es abandonar a Cristo porque estimemos que la Obra es una
gran falsedad. Hacemos pagar a Cristo el pato de las actitudes sectarias de
algunos miembros de la Obra. Y entonces, al dejar de rezar nos hacemos
vulnerables. Otro tanto ocurre con los miembros de la Obra que ven cosas que no
les gustan. Realmente sufren las agresiones sectarias de otros, pero si se
afincaran en Cristo serían fuertes para hablar con palabras como espadas. No
obstante, prefieren callar. Y con su silencio colaboran en el mal porque para
ellos la vida no es Cristo sino el encargo, el puesto que tienen. Pero tarde o
temprano su falta de unión con Cristo les afectará pues no podrán sufrir el
desarraigo de ver como el modelo en el que confiaban les traiciona.
El gran problema es carecer de la honestidad intelectual para conocer la
naturaleza de las cosas que se hacen en la Obra y enfrentarse al mal con
claridad a pesar de que ello suponga la pérdida de la confianza, la marginación
y la persecución. Pero quienes pactan y callan no tienen libertad. Están
asustados. Y su vida interior es una farsa, un castillo de naipes. Pero cuando
uno está anclado en Cristo, ama la verdad, y la verdad le hará libre aunque
muchos le hieran y le traten injustamente.
El peligro de la autoconmiseración
El peligro está en autoherirnos al rumiar
nuestras heridas y sentirnos corderos pascuales.
Mucha atención, porque solo hay un cordero pascual, el Cordero que se dejó
degollar por nosotros. Yo puedo haber sido objeto de mobbings,
pero mas no han podido pues Cristo mismo ha seguido habitando en mí. El está
allí, en mi alma, luchando conmigo, y llamándome a la salida de una estructura
sectaria. Y con eso no cuentan los directores de la Obra. ¡Que Cristo mismo
está con los que ellos agreden!.
¡Que Cristo mismo viene a nuestra alma, a curar, a limpiar nuestras heridas, a
consolarnos enviando el Espíritu Santo! ¡Ah! ¡Con eso no cuentan! ¡Cristo mismo
nos hace rebeldes! ¡Cristo mismo nos saca de Egipto! ¡Cristo mismo les deja sin
gente! Pero también El mismo nos anima a mirar al futuro, a no hurgar nuestras
heridas, a apoyarnos en El. “En medio del sufrimiento –dice Grün-
el cristiano podrá experimentar que Cristo está junto a él. No es que por esto
disminuya su sufrimiento, pero si lo puede sobrellevar mejor”[6]. El sufrimiento existe pero estando
con Cristo lo vamos sobrellevando porque Cristo nos recuerda nuestra dignidad,
y comparte Su dolor con el nuestro. Se trata de edificar nuestra casa
espiritual sobre la Roca de Cristo. Y un fundamento sólido para nuestra casa
esa la conducta correcta y honrada que no excluye los errores y las
equivocaciones. Pero para nosotros, edificar sobre roca consiste en estar en
contacto con nuestro mundo interior, con el Espíritu que habita en nosotros y
que gime dentro de nosotros con gemidos inenarrables. “El que vive
inconscientemente, el que no está en contacto con su estado interior, construye
su casa sobre arena y así se hiere a sí mismo”[7].
Somos hijos de Dios. El que no vive como hijo de Dios se hiere a sí mismo.
El que profundiza en su condición de hijo de Dios, y sigue lo que Cristo le
dice en su corazón y lo que nos ha dicho a todos en el Evangelio, ése no se
hiere a sí mismo.
La importancia de la oración mental
Por tanto, el camino místico, la oración, es el único medio para ser libres
y no hacernos daño a nosotros mismos. La oración lleva hacia ese lugar en
nuestra alma donde, por la Gracia, habita Cristo mismo. Allí, estamos libres de
toda agresión. Allí somos invulnerables. Allí está Cristo, y El nos enseña a
llevar los sufrimientos. En Cristo, la maldad de los hombres no nos puede hacer
daños. Así pues el camino de la liberación es orar, conectar con Cristo que
habita en nuestro interior siempre que estamos en Gracia. En El somos fuertes.
”Si tenemos en Dios nuestro apoyo la persecución de fuera no nos puede hacer
nada”[8]
Refugiados en el Señor comprendemos que los que hieren son personas enfermas.
Los que hieren se hieren a sí mismos, pues al faltar a la Caridad, se alejan de
Cristo, omnium bonorum
fontem, y sobre todo, al ponerse a las órdenes de
los tiranos pierden ellos mismos libertad y se cosifican.
Debemos estar en Cristo y no dejarnos configurar por el mundo. Y eso
incluye a los tiranos de siempre, pues para la libertad hemos sido ganados por
Cristo. Y esa libertad es la realidad. Hemos sido ganados para la realidad, no
para un mundo de sueños y de apariencias. Y la vida en la Prelatura está
construida a base de muchas apariencias, disimulos y constricciones. Sin
embargo, Cristo nos ha liberado. Primero nos liberó de la vaciedad del mundo
haciéndonos conocer su amor. Para ellos El se sirvió de la Obra. Luego a su
vez, nos ha libertado de la tiranía haciéndonos ver lo mundano que había en la
Obra, para acercarnos más a Su Corazón. El quiere ahora darnos Su Amor para
liberarnos de las heridas del pasado y de las cadenas impuestas por los modelos
de vida de otros. Cristo, en su lugar, quiere que nos aceptemos a nosotros
mismos como somos, que nos veamos como El nos ve, que no nos exijamos metas y
niveles que ahora no podemos darnos, y que nos angustian y atrofian.
El amor de Dios nos libera de miedos y preocupaciones. En Dios alcanzamos tranquilidad
y libertad. Nos abandonamos en Dios directamente, no en ese abandono poco claro
y utilitarista que hay en esa expresión de “abandonarse en Dios por medio de
los directores”.
Se trata de liberarnos de las conductas insensatas heredadas de los
progenitores, de unos modelos de vida que naturalmente no eran propios ni
adecuados. Mirar a Cristo supone un querer que mi único modelo sea Cristo y,
por tanto, a rechazar los modelos que no son Cristo, “unos modelos insensatos
que nos destruyen por completo”[9] .
Abandonar viejos modelos
A nosotros se nos ha inculcado la necesidad de obedecer y seguir unos
modelos que se nos presentaban como la voluntad de Dios. Quizás esos modelos
nos ayudaron mucho al principio, pero ahora solo nos ponen trabas, nos crean
amarguras y tristezas. Luego hemos descubierto que esos modelos eran
peligrosos para nosotros. Por ejemplo, el planteamiento de que lo primero son
nuestros amigos, y que a ellos tenemos que dedicarles todo el tiempo del mundo,
porque un comportamiento contrario indica egoísmo. Entonces está mal visto
leer, escuchar música o pasear porque eso nos quita tiempo para estar con los
demás. Cuando quizás sea necesario que pensemos algo más en nosotros mismos, en
como usamos el tiempo, en como y donde está puesto nuestro corazón.
Anselm Grün nos propone vivir
con circunspección, justicia y piedad. Para él, circunspección es
esforzarnos en ver la realidad tal cual es. Es decir, por ejemplo, la Obra puede
ser muy buena, pero a nosotros el sistema de funcionamiento que la rige, nos
hace daño. Como nuestro fin es Dios, si la Obra nos aparta de Dios, entonces la
Obra no es camino, ha dejado de ser camino para nosotros. Y no nos hacemos
ilusiones sobre esa realidad, es decir, sobre la Obra. Ésta no cambiará. No
cambiará nunca.
Vivir de acuerdo con la realidad nos lleva a la idea de la Justicia. Es
Justo quien se adapta a las necesidades y posibilidades de los demás. Si yo
exijo a los demás lo que no pueden dar, entonces estoy siendo injusto. Y
también lo soy si espero de los demás un comportamiento por encima de sus
posibilidades.
La Piedad me lleva a intentar ver las cosas tal como Dios las ve. Dios no
se hace ilusiones sobre nada. Y nosotros tampoco debemos hacérnoslas. La piedad
nos hace ver las cosas en tanto en cuanto nos acercan o nos alejan de nuestro
fin último que es el Cielo. Y ese fin último se conquista con las buenas obras.
Cono Cristo debemos vivir con circunspección y en libertad sin hacernos falsas
ilusiones, sin idealizar a nadie, sin canonizar a nadie por nuestra cuenta, sin
encerrarnos en círculos mezquinos construidos con selvas legislativas invención
de hombres, que solo contribuyen a hacer mas deshumana
la vida.
Vivir la vida con un claro planteamiento cristiano lleva a no herirse a uno
mismo, a vivir de acuerdo con su naturaleza, a no exigirse modelos de vida
antinaturales. Por ejemplo si un modelo de vida que se me propone me obliga a
no poder comentar con otras personas errores o defectos de la institución que
me cobija; o a hacer cosas u omitir cosas que los demás no hacen o suelen
hacer; a vivir siempre pensando en objetivos apostólicos; en entregar mi
intimidad a un extraño; a tener que tragar con las ruedas de molino que otros me
imponen, entonces la vida ya no es vida. Sin embargo en el esfuerzo por aceptar
todas esas cosas antinaturales, uno se hiere a sí mismo, se destruye a sí
mismo. Muchas personas de la Obra con toda la mejor intención del mundo viven
pendientes de satisfacer a sus directores, de quedar bien ante ellos, ante la
estructura. Pero en ese comportamiento, demuestran que no quieren a Dios pues
para ellos Dios no es lo más importante. Lo importante es ser aceptado por la
estructura, recibir el aplauso del entorno. Pero demuestran que no han
calado en el trato con Dios. Que para ellos, Dios es un Dios formalista y
lejano, tiránico, al que hay que satisfacer con el cumplimiento de multitud de
normas que son preceptos de hombres. Pero no están en contacto con su mundo
interior en el que está Cristo. No viven conscientes de su naturaleza divina y
de su dignidad de hijos de Dios, de filii
in Filio. “La auténtica salvación y liberación del hombre está
para los padres griegos en la participación en la naturaleza divina y en la
fuerza divina de Cristo”[10].
El normativismo piadosista
Muchas personas están obsesionadas con el cumplimiento de las Normas de
vida configuradas por San Josemaría. Pero la obsesión
por el normativismo no les da frescura, ni
creatividad ni vitalidad. Prefieren la seguridad a la libertad. En vez de
relación con Dios, en el fondo lo que buscan es reconocimiento del entorno. No
acaban de descansar en Dios. Y al querer hacerlo todo bien lo hacen todo mal. Al no apoyarse en Dios, viven en un
voluntarismo que Dios no puede bendecir, porque es de
matriz farisea. Y con su normativismo
fariseo agobian y hieren a los demás. Por el contrario, la vida interior
verdadera se fragua en un buscar a Dios, su Amor y su Verdad, que quiere que
nuestra vida sea más humana, más feliz, mas plena. Es decir Dios no quiere que
nadie nos hiera, ni que nosotros hiramos a otros. Dios quiere que seamos
felices, que nuestra vida humana sea cada día más grande, más rica. Verlo todo en Dios, inmersos en Dios.
Se trata pues de que apartemos con decisión de nosotros los viejos modelos
de vida, si dejamos de mirar hacia fuera y miramos hacia dentro, encontraremos
nuevos modelos y nueva vitalidad, y sabremos encauzar las pasiones que hay en
nuestro interior para que no nos hieran sino que nos conduzcan a Dios. Se trata
de integrar las fuerzas interiores que hasta entonces teníamos demonizadas en el esfuerzo por acercarnos a Dios.
Pienso que la Obra ha recogido una concepción muy tradicionalista de la
moralidad. Muchas veces se forma a las personas de tal manera que se las hace
esclavas de una ética que paraliza y angustia. Pienso que en lugar de eso hay
que abrir nuevos caminos, caminos que lleven a las personas a liberarse de
servidumbres y opresiones para aprender a vivir la vida desde la condición de
los hijos de Dios, liberados por Cristo y habilitados para una vida de alegría
y de esperanza.
CHISPITA.