LO QUE DEFINE AL OPUS DEI DESDE UN PUNTO DE VISTA RELIGIOSO-INTELECTUAL
(y III)
La fe en una iglesia (la Obra misma)
Salvador, 1 de marzo
de 2010
La cuestión.- Para decirlo en términos de la calle,
la Obra es una Iglesia dentro de la Iglesia. Es una realidad simbiótica,
pues no podría existir sin la Iglesia, pero al mismo tiempo tiene un elemento
no soluble en esa Iglesia.
Un lector de dentro de la Obra podrá decir:
oye tío eso lo dices tú. Eso que dices es muy fuerte.
-Cierto, pero eso que es muy fuerte es lo que
dice la Obra de sí misma. Cómo interpretas si no, por ejemplo esta frase de sanjosemaría hablando del 14-2-30 (SF):
"Si
en 1928 - me hubiera sabido lo que me esperaba, hubiera muerto: pero Dios
Nuestro Señor me trató como un niño: no me presentó, de una vez todo el peso, y
me fue llevando adelante poco a poco (4). Y subrayará, "una vez más esta
certeza: "vinisteis a la vida de la Iglesia en un momento
en que no se os esperaba y yo agradezco a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios
Espíritu Santo y a la Santísima Virgen este vuestro nacer,
agradezco el teneros" (RHF 21164 pág. 731. Citado en el libro de Ana
Sastre). Naturalmente los subrayados son míos.
Una amiga, ex directora local, me reconoce
que el texto no cuadra, al menos es ambiguo, respecto a la interpretación que
se daba dentro: de alguna manera la aparición de las mujeres de la Obra fue como
un contribuir a la salvación de la Iglesia. Oralmente (donde no hay mayúsculas)
si la frase fuese como ahora indicaré, la gente de la calle entendería lo
siguiente: “en 1928 no pensaba que en la Obra hubiera mujeres; sin embargo, el
14-2-30, (por una iluminación que tuve) entrasteis en la iglesia (Obra) cuando
no os esperaba, pero agradezco a Dios ese nacimiento (la entrada de la mujer en
la Obra)”.
Un lector de la web podría preguntar: oye
tío, eso de una iglesia dentro de la iglesia me convence más o menos pero qué es
“ese elemento no soluble” en la Iglesia?
Respuesta: Tanto la irreductible
interpretación que hace de la religión misma como, y sobretodo, para decirlo en
términos políticos, la reivindicación de una cuota de poder de soberanía
originaria.
Pongo un ejemplo en el ámbito político de
la citada idea. Alava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra
tienen una cuota de soberanía fiscal originaria, y por tanto, en dichos
territorios no puede recaudar el Estado español sin autorización, colaboración
o delegación de quien solo tiene soberanía para hacerlo: las distintas
Diputaciones forales.
En el ámbito religioso, el ejemplo más
parecido lo tendríamos en el protestantismo. Amparándose en Mt.
28,20 (“donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”) cualquier cristiano puede
fundar una iglesia, porque iglesia es estar cómo mínimo dos reunidos en nombre
de Jesucristo.
Innumerables iglesias protestantes se
constituye (hay miles inscritas) porque un fundador siente haber recibido una
revelación privada con una misión y mensaje concreto o porque tiene una manera
de hacer concreta (observancia, apostolado, lo que sea) peculiar. Esa
“iglesia”, tiene un ámbito de soberanía propio, se organizan cómo quieren, no
dependen de nadie y pueden establecer su propio régimen disciplinario, todo
ello en atención a la revelación recibida, es decir, al carisma recibido y para
preservar el mismo.
Comoquiera que el protestantismo no
reconoce el ministerio eclesiástico con el carácter ontológico en sentido
romano, sino el común de los fieles, no hay especial inconveniente en tener
clero propio.
Evidentemente la Obra es iglesia
teológicamente hablando porque cumple con Mt. 28,20.
Si sanjosemaría hubiese sido protestante, la Obra
hubiera sido una iglesia más. De hecho es sorprendente, a nivel práctico, la
semejanza de tratamiento del sacerdocio dentro de la Obra y en el mundo
protestante (un carácter puramente
funcional). En el contexto católico pretender una porción de
“jurisdicción originaria” como Iglesia es canónicamente no viable.
Este es uno de los elementos no solubles de la
Obra en la Iglesia: la pretensión de ser de derecho una “iglesia” dentro de la
iglesia.
En este marco
(“una iglesia dentro de la iglesia”) se entiende:
1.- Una frase como esta: “La Obra, que es un instrumento de salvación positivamente
querido por Dios-en el seno de la Iglesia-…” (Amor a la Obra y humildad
colectiva. En el camino del amor. Cuaderno
8 (Roma 1986).
Esta afirmación se hace en el contexto de
creer que la Obra es una realidad sobrenatural, no una cosa de hombres, sino
Opus Dei.
2.- Una frase de un tomo de Meditaciones,
que cuando la leí me dije: ¡hasta aquí podemos llegar! y que viene a decir que
para llegar a Cristo el miembro de la Obra tiene que pasar por su corazón (el
del Padre).
Lo propio de determinada concepción de
“iglesia” es la “mediación” (que normalmente se convierte en intermediación)
entre Dios y los hombres (el papel del sacerdocio es esa mediación). Jesucristo
es el único Mediador para los cristianos. Las adherencias a la mediación del
Mediador no son ortodoxas.
3.- Los denodados esfuerzos jurídicos de
la Obra tienen por objeto ser “una iglesia particular” tal como se defienden
los canonistas de la Obra; es decir, estar incardinados dentro de la estructura
jerárquica de la Iglesia (poder de “soberanía originario” para decirlo en
términos políticos).
Es muy probable que el carisma de la Obra
fuese coherente con constituirse en una “orden laical” que es lo que
“inventó” la Mater Provida (institutos seculares), cuya paternidad correspondió
al tándem Arcadio Larraona y Escrivá de Balaguer (con
las aportaciones de Antonio Perez, Salvador Canals, Alvaro del Portillo y Amadeo de Fuenmayor). Los signos
distintivos del instituto secular eran “secularidad, consagración y
apostolado”. Desde luego, esa “realidad eclesiástica”, consistente en preservar
ese “parcial poder originario”, como se concibe a sí mismo la Obra, es la que
no pudo recogerse en el marco de los institutos seculares. Ese es, repito, un
elemento insoluble.
No me interesa analizar aquí esa relación
entre Obra e Iglesia, que no dudo en llamar simbiótica,
ni los intentos por su reconocimiento de ese poder sino constatar algo que
es esencial de la Obra: identificar una fe, la cual consiste en creer fundamentalmente
en la “iglesia”.
Concepción de la fe eclesiástica.- Encuentro esta cita en el ”best-seller” “Yo creo en la esperanza” del jesuíta J. M. Diez-Alegría de 1972 que la resume
así:
“Pablo dice
que la fe es obediencia y que la fe en Cristo nos cautiva. Yo lo experimento en mí como muy cierto. Pero
la obediencia nos hace inestablemente libres respecto a todo
lo que no es Cristo mismo.
La fe no nos lleva, al menos necesariamente,
a negar la institución eclesiástica,
concretamente la Iglesia católica,
ni a desconocer una obediencia
de tipo institucional, pero
las reduce a instrumental. No es la obediencia a la institución eclesiástica un valor supremo,
que estaría en cierto modo a la altura de la fe misma.
Es un valor subordinado a “la obediencia
que es fe”. Y esa obediencia
a la fe me liga a Cristo y
me de una dimensión de libertad
frente a lo otro”.
Diez-Alegría describe el fenómeno
al que hago referencia de
la siguente manera:
“El
Señor esta en la nubes, en un retiro celeste. Lo que cuenta en la tierra, es la
iglesia. A Jesús lo tienen los “hombres de iglesia”.
Y hay que ir a ellos para poder llegar a Jesús (que luego, en el fondo, casi no
es llegar, porque los hombres de iglesia están siempre al acecho para decirte
que ellos dominan tu relación con Jesús, y te lo quitan si tu no haces lo que a
ellos les dé la gana)”.
“En
vez de ir a Jesús y ponerse en contacto con él, y creer vitalmente en ÉL (es
decir, entregarse a su persona, y vivir la liberación inestimable de la fe en
Él), lo que hay que hacer es “entrar en la iglesia”. Como quien entra en un
edificio grandioso, en parte de mal gusto, en cuyo fondo, fondo, hay un icono resplandeciente,
hierático y mudo, que te contempla con grandes ojos quietos. Pero los que se
mueven por allí son los hombres de iglesia. Ellos mandan. Con ellos hay que
entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario, no hay Cristo que te
valga porque ellos son los amos, y Cristo tiene que estar a lo que ellos
digan”.
“El
fiel no puede simplemente amar a Jesús y buscar la inspiración del evangelio.
He de amar a Jesús y a la iglesia, e inspirarse en el evangelio, siguiendo la
doctrina del magisterio de la iglesia. Y al final no es el evangelio la
medida con que hay que justipreciar la doctrina del magisterio de la iglesia,
sino que el magisterio es la vara con que hay que medir el evangelio”.
Porque
luego resulta que amar a la iglesia no es querer a los hombres que creen en
Jesús sino obedecer a la jerarquía”
“La
concepción real, práctica (si no teorética) es que por el evangelio hay que
aceptar una obediencia por la que se debe estar dispuesto a sacrificar el
evangelio. Porque obedecer a los jerarcas o superiores, se convierte en el
nuevo evangelio”
Lo que expresa Diez-Alegría es lo que
sucede en la Obra: obedecer al Padre y, por delegación suya, a los superiores,
se convierte en el nuevo evangelio (porque hay una fe en ellos). Se ha
producido un desplazamiento de la fe de graves consecuencias.
Para muchos cristianos la causa, la fe, no
es, realmente, el Reino de Dios ni tampoco Jesucristo, sino la iglesia, a pesar
de una identificación completa que interesadamente hacen. Son los creyentes
eclesiásticos. En definitiva, han convertido
la fe en Cristo, en la fe en el
Opus Dei/el Padre o en la Iglesia.
Si no fuera así ¿estarían
hablando todo el tiempo del Opus Dei o de la Iglesia? Si el foco de atención fueran Jesucristo, el Reino de Dios y su Justicia, cambiarían
de tercio y hablarían poco sobre el Opus Dei o sobre la Iglesia y mucho de Dios, de su Reino o de Jesucristo.
Origen de esa fe.- Un numerario que daba clases de religión, a principios de los 70,
después de un retiro espiritual o de un curso anual, no recuerdo, llegó muy
reiterativo: había descubierto, que todo, la pieza clave de todo, como decía,
era Mt. 16, 18-20; repetía el descubrimiento en cada
clase durante un trimestre de manera conocidamente machacona.
(El hombre había visto
la “fe eclesiástica”: la infabilidad de la Iglesia (o
del Opus Dei) es, en el orden práctico, el primer
dogma de fe ya que se cree en todos los demás porque la Iglesia infalible (sea Iglesia o el Opus Dei) los propone (en un marco de religión
“doctrinal” o de seguimiento personal).
Decía que la iglesia tenía siete rasgos
indelebles, que ahora no recuerdo más que los dos primeros: monárquica,
jerárquica, etc. Naturalmente era una eclesiología pre-conciliar, pero
constituía el “summun” de la fe eclesiástica; que es
la eclesiología de la barca y la eclesiología de la barca es tanto la de la
Obra como la de muchos de la Iglesia.
La interpretación de Mt.
16, 18-20 (la misma desde el escrito “Dictatus Papae
” de Gregorio VII
(s. XI)- cuya fácil lectura es ilustrativa la expongo como la recibí,
que igual percibí mal, pero me la grabaron en la cabeza. Expongo, pues, la
eclesiología que el Opus Dei me enseñó (mi colegio era una obra corporativa) y
que siempre viví, la extraída de una peculiar lectura de Mt.
16, 18-20:
-
Tú eres Pedro
-
Sobre ti y tus sucesores (vicariamente por mí, es decir como representantes)
-
Edificaré mi Iglesia (una sociedad perfecta y total), que
-
Las fuerzas del mal (satánicas) no podrán dominar jamás (promesa mía)
-
Te entrego a ti (y a tus sucesores) las llaves del Reino (es decir la
posibilidad de comunión y excomunión en el orden de la salvación)
-
Te doy a ti (y a tus sucesores) la autoridad para que ates y desates en la
tierra cualquier tema relacionado con la fe, la moral y la salvación de las
almas y quedará atado o desatado en el cielo (con poder de jurisdicción).
-
Esa Iglesia que fundo no es judía
sino que es nueva, es la católica (universal) apostólica y
romana.
Es paradigmático
que el término griego “católico” (=universal) se concilie
con el de “romano” (un localismo
o particularismo). Un auténtico
oximoron; un oxímoron que resalta lo propio, como deformación del pensamiento, de
la eclesiología/fe eclesiàstica: tomar por universal
(lo católico) lo particular (romano). Sanjosemaría, consciente de este punto, argumentaba en Cuadernos 1 (“El Romano
Pontífice”) que “romano” quería decir “universal”. Este tipo de “sectarismo”
conlleva desnaturalizar el
uso corriente del lenguaje.
He hecho el anterior inciso, no solo
para demostrar que la manipulación del lenguaje refleja la manipulación de la realidad, sino también para subrayar que mediante ese localismo,
o particularismo, al que tan dados
son para transmutarlos en valores de universalidad, se quiere
significar la “exclusividad” de la salvación. Esta se solo se da en un ámbito
muy concreto (“la barca”, la “iglesia”),
muy local, muy particular.
Redactando este texto, he recurrido a “Cuadernos” (los capítulos “La Iglesia”, “Magisterio y jurisdicción en la Iglesia”, “El Romano Pontífice”
de Cuadernos 1) y el capítulo
“La santa madre Iglesia”,
de Cuadernos 6), para comprobar
si había cambiado algo, especialmente después del impacto del Concilio Vaticano
II.
Constato que la
estructura del discurso del numerario
es la misma que la de los cuadernos
(especialmente en “Romano Pontifice”
de Cuadernos 1); leen la
Lumen Gentium minimizando cosas esenciales (los capítulos I y II que hablan de misterio de la Iglesia y de ésta
como Pueblo de Dios) y subrayando el capítulo III -para más detalles ver el correo “La Obra y el Concilio Vaticano II
(y II) -, reiterando la concepción
jerárquica e institucional y el primado de jurisdicción en la línea del Vaticano I y que el Vaticano II parcialmente siguió. En conjunto hay más citas
pre-conciliares que del Concilio Vaticano
II y las de éste en la línea de continuidad
de las anteriores. De la lectura de los Cuadernos,
el esquema (concepción eclesial) que hacía el numerario de los 70 es
la que sigue vigente.
La eclesiología de la Obra también
és la misma. Quiero decir, que como la Obra concibe
la Iglesia Católíca y Apostólica,
de rito latino (romana) en
los términos antes expresados,
en la medida que la Obra es una modalización
de la iglesia romana, tal como la describía
el numerario o queda registrada en los 27 puntos del programa papal de Gregorio VII,
o se puede leer en el Vaticano I y parcialmente en el Vaticano II (capítulo III de la
Lumen Gentium), la concepción,
la organización interna de la Obra tiene la misma estructura (como señalo más adelante;
ver también el recientemente
artículo de Lucas sobre el Gobierno de la Obra).
Y aunque la pràctica excede la formulación, la misma es la siguiente: «parte esencial de esta fidelidad al espíritu
y al derecho de la Obra es nuestra unión y obediencia al Padre, como Prelado que posee la potestad ordinaria de jurisdicción sobre toda
la Prelatura (Cfr. Catecismo, 5ª ed., nn.
412 y 414). Una unión y
obediencia llenas de cariño filial y de agradecimiento por sus desvelos de Buen Pastor, a los que procuramos corresponder,
con la gracia de Dios, esforzándonos por
pasar siempre por su cabeza y su corazón, por tener su persona e intenciones en
el primer lugar de nuestras peticiones al Señor» (Meditaciones III) -segunda edición-, p. 536).
Fuera de la Obra
entendí, de la pura lectura del evangelio, que las cosas no iban por ahí. Incluso que la lectura de Mt. 16, 18-20 no es, ni mucho menos, la que me habían hecho. Pero eso
es otra cuestión.
Operatividad práctica de todo
lo anterior.- Comoquiera que la concepción
de la fe eclesiástica, como deformación
característica del mundo católico (primero, “la Iglesia”, luego lo demás) es algo tan “propio” impide, a veces, analizar correctamente la Obra misma.
Federico,
en su bien fundamentado trabajo (del cual extracto las citas que vienen a
continuación) de 27 de julio de 2007: “¿Es herética la doctrina del Opus Dei sobre la obediencia?” no tiene en cuenta
este fenómeno y todo lo atribuye a la obediencia, a la pasión por “someter”
(ver mi capítulo anterior); pasión por someter
que él, muy agudamente, entiende como un fenómeno específico y que, atendiendo
a sus características, denomina “opuscracia”. Para
mí, esa pretensión de ser “iglesia” con poder soberano (parcial), y estructura
centralista, absolutista y jerárquica, a fin de “someter, con fundamento en
una fe eclesiástica (fe en la Obra como iglesia) es la clave.
En efecto, la obediencia, es virtud (=hábito bueno). Es bueno, como virtud ciudadana, tener el hábito de obedecer las normas de tráfico o leyes del estado que van saliendo. Indudablemente esta “virtud” de
la obedicencia implica algo
previo: creer en la legitimidad del Estado, en la organización
social de quien emanan las normas o mandatos. Si no participas, si no crees en el sistema no se obedecerá las normas o mandatos. Se acatará por miedo a las represalias o cualquier otra cosa. Este paralelismo es válido también en el orden de la fe. “Obediencia” es algo más que “virtud”.
En ese sentido sanjosemaría tenía razón: se obedece porque a uno le
da la gana, que es la razón más
sobrenatural. Se obedece porque
se cree, se obedece o se cree porqué sí. Precisamente porque la fe es algo completamente personal, el acto de fe es libre por naturaleza. Es más, es de los poquísimos actos libres que realmente hay.
Sí, la obediencia (en cuanto nos referimos a la fe) no tiene fundamento, ni límites, ni razón de ser. Por la sencillamente
razón que obediencia y fe
es una relación constitutiva (no puede
haber una sin la otra). Si
se obedeciera por alguna razón,
la soberanía (el poder último
de decisión) lo tendría el propio sujeto, que es quien decidiría si lo hace o no lo hace; es decir, si su razón
considera razonable la razón
alegada. Obviamente eso no es obediencia en el sentido más profundo.
Si se obedeciera según los campos de actuación, tampoco sería obediencia,
porque esos campos de libertad o de obligatoriedad, los eligiría, (haciendo o no haciendo) el propio sujeto. Se “obedece”, en el sentido fuerte de la palabra como ligado directamente a la fe; porque se cree en alguien o en algo.
¿Cómo vivíamos
esta fe en la Obra?
La fe se
caracteriza, entre otras cosas, por la "incondicionalidad"; es decir,
por no hacer cosas que no se harán por ningún precio (sea el que sea) o se
harán cueste lo que cueste (al precio que sea). La fe se define, pues, también,
como lo último (o lo primero), lo más importante, lo irrenunciable, para uno.
Mucha gente de la
Obra tiene la misma Obra como un elemento incondicional, es decir, creen en
ella. Por la sencilla razón que creen que es una cristalización de la voluntad
de Dios, que es una realidad sobrenatural. Sanjosemaría
así lo creía como puede verse en el paradigmático documento suyo: Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de
Dios, José
María Escrivá 19-III-1934 (de obligada lectura para entender el
tema). Y como el representante y depositario de esa realidad era el Padre se le
obedece en todo (porque se “cree en él”). Y como no puede llegar a todo, delega
en directores, que son vicariamente el Padre. La fe en la Obra se vive como
incondicionalidad a la persona del Padre, o a la Obra misma, que se presenta
como mediación para llegar a Cristo (es decir, como mediación, o quizás,
intermediario, del Mediador, algo muy heterodoxo)
La cosa se ilustra muy bien en estos textos:
-“Con este
convencimiento, procuramos vivir, desde que llegamos a la Obra, una obediencia
delicada con los que hacen cabeza, pues el Director —quien sea— representa a Cristo, y es
instrumento de Dios para hacernos conocer su Voluntad»
(Meditaciones II -segunda edición-, p.
517).
-«¡Cómo anda a
veces la obediencia por ahí...! ¡Qué pena! Todo lo quieren poner en tela de
juicio. Aun en la vida de entrega a Dios, hay algunas personas para quienes
todo es ocasión de disquisiciones: si pueden mandar los superiores esto, si
pueden mandar lo otro, si pueden mandar aquí, si pueden mandar allá... En el Opus Dei sabemos esto: se puede mandar todo
—con el máximo respeto a la libertad personal, en materias políticas y
profesionales—, mientras no sea ofensa de Dios» (p. 473 Meditaciones II 2 ed.)
.
-«Hijos míos —nos pide nuestro Padre— ¡muy unidos a la cepa!, pegadicos
a
nuestra cepa, que es Jesucristo, por la obediencia rendida a los Directores (De nuestro Padre, Crónica Vl-él,
pp. 13-14)» (Meditaciones IV -segunda edición-, p.
266).
«La fe nos da fuerzas para seguir el camino
que en la Obra se nos señala. Para nosotros, la Voluntad de Dios es siempre
clara, transparente; la podemos conocer hasta en sus mínimos pormenores, porque
el espíritu de la Obra y la ayuda de nuestros Directores nos permiten saber lo
que el Señor nos pide en cada momento. En el cumplimiento de esa Voluntad
divina, en una obediencia alegre y total, ha de manifestarse nuestro espíritu
de fe sobrenatural y operativa.
-La fe nos da energía para acometer
las empresas más difíciles al servicio de Dios y de su Obra, siempre que, por
ser indicación de los Directores, Dios quiera que las realicemos»
(Meditaciones III -segunda edición-, p.
338).
-«La docilidad que Dios nos pide, es sumisión
de enamorados, no mera aceptación externa de lo que se nos indica: se obedece
con los labios, con el corazón y con la mente. —Se obedece no a un hombre, sino a Dios (Surco, n. 374)» (Meditaciones III -segunda edición-, p.
544).
-«HIJO mío, ya te has persuadido, con esta
parábola, de que si quieres tener vida, y vida eterna, y honor eterno; si
quieres la felicidad eterna, no puedes salir de la barca, y debes prescindir en muchos casos de tu fin personal. Yo no tengo otro fin que el corporativo: la obediencia. ¡Qué hermoso es obedecer!» (Meditaciones IV -segunda edición-, p.
88).
La “fe eclesiástica” es la concepción según la cual Dios
tiene una burocracia y que,
a través, de “sus funcionarios”,
los “funcionarios de Dios”
(sean laicos o sacerdotes) son los “intermediarios”
(que no mediadores) entre los hombres/lo profano y Dios/lo sagrado, siendo ellos “sagrados”.
Lo ilustra muy bien la pág. 514 de Meditaciones III de Escrivá de Balaguer:
“LA OBEDIENCIA que se da a los que mandan, se da a Dios mismo. Por eso, todo
cuanto el hombre ordena de parte de Dios, es preciso ejecutarlo con tanta
sumisión como si Dios mismo lo hubiese mandado.(…) Por su parte, la
humildad dispone al alma para la obediencia, haciéndola sensible a las más
leves insinuaciones de los Directores. La persona que es humilde tiene
habitualmente deseos de obedecer, sabe
descubrir en los que gobiernan la Voluntad divina, y procura poner por obra
enseguida el mandato recibido”.
Conclusiones:
1.- Independientemente de la cuota de cinismo que
pueda haber en muchos directores, o en la dirección misma de la Obra, la
característica de los mismos, como la de muchos miembros, es que tienen por fe,
como acto de fe, el mismo Padre (su seguimiento) y la realidad misma de la Obra
entendida como realidad sacramental (una iglesia).
2.- Lo anterior
excede la virtud de la obediencia porque es un acto de fe. Se cree en el Padre
como se cree en la Obra o se cree en Dios: de manera incondicional.
Naturalmente esto hace posible que “no se escuche” (ob-audire,
es decir obedezca) muchas cosas, ni muchas voces.
3.- Esta
estructura anterior (1 y 2) es posible por entender que la Obra es una iglesia.
Y es posible por la concepción, tradicional en el mundo católico, de la fe
eclesiástica (la de la “barca”).
4.- La Obra como
iglesia dentro de la Iglesia pretende un poder de soberanía originario que la
hace insoluble en la Iglesia universal. Eso provoca una relación simbiótica de
permanente colaboración y confrontación.
5.- La concepción
(eclesiología) de la iglesia Obra, como la que tiene ésta de la Iglesia
Católica es la misma: una realidad en la que destaca el visible, el aspecto
institucional, jerárquico, de jurisdicción (monárquica, centralista,
absolutista, con poder coactivo).
La eclesiología de
la Obra para ella misma, como la concepción que tiene la Obra de la Iglesia
Católica Romana responde al fenómeno de la fe eclesiástica, que es un modelo
que se define, entre otras características, por tener el “monopolio” de la
salvación (fuera de la barca no hay salvación, “extra ecclesiam
nulla salus”).
(En este sentido
pienso que Tomás de Aquino escribió para Carmen Charo –ver su escrito de 17-2-10- su famoso dicho
“omne verum, a quocumque dicatur,
a Spiritu Sancto est" -la verdad diga quien la diga proviene (es) del
Espíritu Santo-.
Sanjosemaría era un fan del
tomismo y de Santo Tomás, pero no lo leía para no tener que llevarse disgustos.
Desde luego, la citada frase no la podía hacer suya, porque de acuerdo con su
concepción eclesiológica, el Espíritu Santo, pasa por el “conducto
reglamentario” de las iglesias (la Obra y de la Católica Romana), fuera de la
cual no hay verdad, lo que se dice verdad, ni salvación.
Por su parte,
Tomás estaba muy distanciado de alumnos que, como sanjosemaría
eran auténticos hooligans del tomismo, del neo-tomismo, o de la escolástica,
pero que no iban a sus clases y no estaban preparados para superar su
asignatura).
6.- ¿Cual es la
finalidad del Opus Dei? La misma de cómo, en un sentido tradicionalista, se
concibe la Iglesia como madre. Cito “la santa Madre Iglesia” (Cuadernos 6: Piedad y doctrina): su
finalidad es “engendrar hijos, educarlos y regirlos con maternal cuidado la
vida de los individuos y de los pueblos” - Magister et Magistra
(1961)- que “nos hacemos santos aprovechando los medios de santificación que
nos ofrece la Iglesia, llena de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino santa e inmaculada, santa y madre de todos nosotros”.
En otras palabras
la finalidad es la reproducción (proselitismo) para el sometimiento a la
observancia (ver la primera parte de este artículo) de la gente de dentro y de
los que se quiere captar, así como de la imposición de su ideología (ver
segunda parte ya que en gran medida nos hayamos ante una fe ideológica) tanto
en el ámbito de la iglesia/Opus Dei como en los de fuera, siendo los de “fuera”
en primerísimo lugar, y especialmente, la propia Iglesia Católica.
Naturalmente con
este epígrafe no excluyo lo mucho de bueno que puede haber. Aunque una
estructura mal diseñada, por las desviaciones de fondo que pienso haber
señalado suele llevar coherentes aplicaciones equivocadas.
En realidad, solo
he intento describir lo que para mí constituyen las tres características
esenciales del Opus Dei que yo conocí desde un punto de vista
religioso-intelectual.
Muy cordialmente.
Salvador
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