¿Una praxis obstaculizadora de virtudes éticas? (II).

 

Rescatado, 30 agosto 2013

 

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Continuando con este tema hoy me ocuparé de otros dos valores éticos: la cordialidad, y el respeto a las personas.

 

 

CORDIALIDAD

 

Como vía para aclarar a qué me refiero con este término me permito incluir aquí una cita extensa del psicólogo de la corriente fenomenológica Philip Lersch, con cuyo contenido me siento especialmente identificado.

 

La cordialidad constituye, pues –o al menos lo parece– “el núcleo esencial que integra, total o parcialmente, lo que designamos como deferencia, altruismo, compasión, cariño, amor, sociabilidad”.

 

Sin embargo, este concepto resultaría muy estrechamente concebido si sólo lo consideráramos en el sentido de las emociones dirigidas hacia el prójimo. Podemos dar un buen paso hacia la aclaración de lo que entendemos por cordialidad si recordamos que “aquellos a los que ésta les falta son por lo común tan ‘indiferentes’ hacia las cosas como hacia las personas”. Esto, en forma positiva, significa: La cordialidad se muestra también en el amor a las cosas, a las plantas, a los animales. El alegrarse o entristecerse por algo la manifiesta. Doquiera que “tenemos apego a algo”, o algo “nos llega al alma” o “tenemos cariño a algo”, se trata de vivencias de la cordialidad. Cuando tenemos que alejarnos de un ambiente, de una ciudad o de un paisaje, con los que nos hallamos habituados y familiarizados y sentimos hasta qué punto pertenecemos a ellos y ellos a nosotros, estas vivencias corresponden igualmente a esta esfera. Ésta se expresa en toda añoranza. Si intentáramos formular el denominador común de los ejemplos citados, lo que mejor le corresponde es el concepto de vinculación o religación (en sentido del latín religare: sujetar, ligar, del que se deriva religio).

 

Así pues, este concepto alcanza más allá de las emociones de la convivencia humana y comprende la esfera de los sentimientos en los que esencialmente se percibe una valoración de seres, hombres y cosas y una religación con ellos, un recíproco pertenecerse. En este sentido, ser cordial es hacer resonar e iluminar el mundo que nos rodea, dejarlo llegar directamente a la propia intimidad como un horizonte del yo que tiene en sí su sentido y su valor de los que nuestra propia existencia recibe plenitud y sentido (Lersch, 1971, p. 244s.).

 

 

Como en toda actitud bien enraizada –ya que para ser virtud no puede limitarse a ser una conducta sólo ocasional– en la cordialidad se encuentran integrados procesos afectivos (emociones y sentimientos), procesos cognitivos (percepciones, intuiciones, razonamientos)  motivaciones para tipos específicos de conductas (tendencias, impulsos, aspiraciones), y, además, como infraestructura, un estilo de personalidad.

 

Pero en el caso de la actitud cordial se encuentra especialmente resaltado el componente afectivo. También una peculiar expresividad en su forma de mirar, escuchar y tocar. Gracias a éstas, el receptor se dará cuenta de que es valorado, escuchado con empatía, comprendido, acompañado, querido, etcétera, es decir, tratado cordialmente.

 

Por supuesto que la forma de vivirse y, sobre todo, de expresarse –la forma verbal y no verbal– de la cordialidad variará según el estilo de personalidad del sujeto, y  la peculiar cultura en la que se encuentre integrado. Por ejemplo, la forma de expresar la cordialidad un andaluz será diferente a la de un catalán o un vasco; y la de un italiano, la de un inglés o un noruego.  Porque hay culturas que fomentan más la extroversión y otras más la introversión. Lo mismo podría decir respecto a los distintos estilos de personalidad (me refiero en su versión sana, no cuando han caído en trastornos de personalidad).

 

Aunque también es cierto que aparte de la diversidad en la forma de manifestarse la cordialidad, según los estilos de personalidad o estilos culturales, también es cierto que hay culturas que favorecen más la vivencia de este valor, así como pueden, en cambio, tener más dificultad para vivir otros.

 

Personalmente pienso que, estadísticamente, el porcentaje de personas cordiales es más abundante en Andalucía que en Cataluña o País Vasco. Y, por otra parte, pienso que el catalán típico, que viva la actitud cordial, tiene derecho a manifestarla de forma más introvertida o menos extrovertida; y el vasco típico, de forma más enérgica y menos sonriente.

 

Pero la pregunta que me estoy planteando aquí es: ¿Tiene facilidad el miembro de la Obra, profundamente identificado con la praxis, para cultivar esta actitud? ¿Se encuentra, por el contrario, con obstáculos para ello?

 

Maria del Carmen Tapia cuenta en su libro Tras el umbral la siguiente anécdota que vivió estando en Córdoba: allí le llegó con alegría la noticia de que una joven suiza con la que había cultivado la amistad, y a la que había ayudado a convertirse a Iglesia Católica –a través de meses de correspondencia cordial como amiga (ésta vivía en Sevilla)- por fin se iba a bautizar.  Supongo que aunque era de una familia protestante, quizá ella no estaba bautizada, pues un bautismo de iglesia cristiana calvinista es –en principio- válido para la Iglesia Católica. Le pedía por favor a Mari Carmen que estuviese presente en esa celebración, ya que había sido gracias a su amistad que ella había vivido el proceso de su conversión. Sin embargo, cuando Mari Carmen pidió permiso a su directora para ir a Sevilla el día de esa celebración, pudiendo volver la misma tarde, la respuesta fue negativa. Era suficiente que “la encomendara”.

 

Ni que decir tiene que yo estaba deseando ir y acompañarla durante las ceremonias previas al bautismo y durante el bautismo, pero mis superioras no me permitieron en absoluto ir a la ceremonia “porque nosotras no deberíamos participar en esos actos” me dijeron.  Nunca entendí aquello, máxime cuando la distancia por tren de Córdoba a Sevilla era de dos horas.  La verdad es que sentí profundamente no ir (María del Carmen Tapia: Tras el umbral, p. 121).

 

¿No son muchas las situaciones semejantes que ex-miembros tuvimos ocasión de vivir, en las que la actitud cordial brillaba por su ausencia?

 

Yo tengo que reconocer que tuve algún director claramente cordial, por ejemplo don Jesús Arellano, del que cuento alguna anécdota en mi libro Naufragio y rescate de un proyecto vital. Eso sí, con su estilo navarro, de expresión facial seria que para algunos podía interpretarse erróneamente como enfadada, sin serlo. Me obligó, estando yo convaleciente, a trasladarme siempre en taxi, a una Escuela de Hogar que estaba a poco más de un cuarto de hora caminando.

 

Pienso que un ejemplo de obstáculo para el cultivo de esta actitud en la Obra es la norma que impide mantener diálogos confidenciales con “hermanos” con los que se convive. Sólo con el asignado para la charla semanal y, claro está, de forma unidireccional. Un numerario puede notar que un compañero con el que convive ofrece señales, por su expresión facial u otras vías de comunicación no verbal, de que lleva días muy preocupado, o frustrado, o triste. ¿Puede acercarse espontáneamente a él y facilitarle que exprese con libertad sus vivencias emocionales? No. Lo que puede es comunicar al director de la casa lo que percibe, para que éste decida lo procedente. La norma tajante de no poder conservar y tener expuesta alguna fotografía de personas queridas, y la de no utilizar nunca para uso propio ningún tipo de regalo o recuerdo familiar, ¿facilita la cordialidad?, ¿es imprescindible para vivir el espíritu de pobreza?

 

Recuerdo que debía de ser el año 1955 cuando, a última hora de la tarde, Raimundo Pániker (entonces todavía no había corregido su apellido al Panikkar de su familia paterna) se dirigía por un patio a una puerta de servicio del edificio del Colegio Romano. Iba a salir solo, con una maleta, para trasladarse a la India. Recuerdo que yo viví con tristeza el hecho de ser el único de los aproximadamente ciento veinte que residíamos allí, que le acompañó hasta la puerta de salida. Había quedado claro que Escrivá y los otros dirigentes centrales de la Obra estaban molestos con él por sus ideas. Había tenido que cursar en el Laterano la licenciatura y doctorado de una Teología de línea conservadora, teniendo –si no me equivoco– la prohibición de intervenir en los coloquios. Mientras tanto, en España su actividad de dirección espiritual y predicación de retiros y ejercicios espirituales (entonces se llamaban así) había ejercido un importante influjo para que intelectuales, universitarios y profesores se acercasen a la Obra. La censura interna le había prohibido la publicación de unos trece libros sucesivos suyos, ya concluidos.

 

Cuando le acompañaba, silenciosamente, a la salida, mientras yo sentía una gran admiración y afecto hacia él, interiormente una parte de mí no podía dejar de sentir desconcierto e indignación ante la absoluta falta de cordialidad; la frialdad total que le rodeaba en ese momento.

 

Cuando un joven vivía su proceso de acercamiento a la Obra y de vinculación como numerario, agregado, o supernumerario, a partir de su relación de confianza y supuesta amistad con un miembro de la Obra, si éste era trasladado a otra ciudad el próximo curso, era natural que en algunos casos hubiese el deseo de comunicarse epistolarmente de vez en cuando. Y si coincidían ocasionalmente en algún lugar, comunicar sus experiencias y sentimientos. Pero no podía ser. Se había cumplido una tarea de proselitismo a través de una supuesta experiencia recíproca de amistad. Concluida la tarea, y cambiado de centro o población uno de ellos, no era conveniente recordarse y comunicarse con afecto. ¿Es esto cordialidad?

 

En mi caso, como recuerdo en mi libro Naufragio y rescate, en las cinco páginas del apartado “El testimonio de un converso: Gianfranco Bonavia”, explico la influencia silenciosa que ejerció sobre mí el sentimiento de admiración y simpatía hacia este hijo de italiano y alemana, con el que coincidí unos meses –convalecientes ambos– en un hotel de La Molina.

 

Yo creo que ya había recibido alguna información sobre Gianfranco, pero fue sobre todo el trato que pude tener con él, y lo que pude conocer sobre el proceso de su conversión con las circunstancias que lo rodearon, lo que originó en mí una profunda simpatía y admiración hacia su persona. Si en el Opus Dei podía haber personas como Gianfranco, yo sentía aumentar mi fuerza interior para perseverar en este camino, a pesar de las serias dificultades con que ya desde el principio vivía mi vinculación a la Obra, y a pesar de que mi primer contacto con el fundador -en ocasión de su breve estancia en el Centro de estudios de Zaragoza- más bien me había defraudado.

 

A Gianfranco le iba a corresponder heredar varios títulos nobiliarios, a partir de sus padres, y también de una tía italiana atea casada con un árabe multimillonario, propietario de varias plantas petrolíferas. Al no tener hijos le correspondía a Gianfranco heredar su fortuna y sus títulos. Uno de ellos era un título pontificio, por el que la familia tenía en aquellos años derecho a utilizar un palco de la nobleza vaticana en la Basílica de san Pedro. Todo esto a Gianfranco le traía sin cuidado. Por cierto que su tía, cuando se enteró del inicio de las inclinaciones de su sobrino hacia la fe cristiana, le amenazó con desheredarle si llegaba a convertirse –tal como se confirmó–, lo cual no afectó para nada a Gianfranco en su proceso. Recuerdo su sonrisa cordial e inteligente, fumando con su boquilla, cuando me narraba en La Molina estas vivencias de su pasado.

 

Cuando luego tuve que irme a Roma, tres años, y a Andalucía, ya ordenado, hubiera querido mantener la amistad y la comunicación epistolar con Gianfranco, que continuó enfermo durante años, dedicado a profundizar sus reflexiones filosóficas y teológicas. Él era numerario, por lo tanto no procedía seguir manteniendo la amistad por vía epistolar. Claro está que una persona que se había convertido en buena parte gracias a sus lecturas de la Nouvelle Theologie y que debido a su enfermedad tenía que seguir viviendo en la casa de sus padres en Bellaterra, no podía seguir en la Obra. Poco después murió.

 

Yo pude convivir con personas con actitud cordial, pero la praxis de la Obra no facilitaba su cultivo y profundización, sino más bien su inhibición.

 

Poner tanto énfasis en vivir con alegría la muerte de un ser querido, según se fomentaba, siento tener que decir que implica una total falta de cordialidad. Por mucha fe que un cristiano tenga en la resurrección gloriosa después de la muerte, y  por mucho que pueda confiar en que su “hermano”, su familiar o su amigo habrán podido morir en buenas condiciones espirituales, lo que corresponde, cuando muere un ser querido, es sentir ante todo tristeza. Complementada con la alegría espiritual por la esperanza, pero sin reprimir el bello sentimiento humano de tristeza por la muerte de un ser querido, la pérdida de su presencia visible. Así reaccionó Jesucristo por la muerte de su joven amigo Lázaro. A pesar de que luego le iba a resucitar…

 

Menos mal que, en general –aunque no todas–, las mujeres tienen menos reprimida que los varones la libre expresión de las emociones, en este caso por el llanto, y que con su manifestación cordial de tristeza humanizan los entierros, mientras grupos de personas mantienen en el tanatorio antes del acto litúrgico, conversaciones banales. Considero una falta de cordialidad decir, por ejemplo, “¡Fíjate en fulanita, no ha derramado una lágrima, tiene una visión muy sobrenatural de la muerte!”, mientras algunas otras personas –mayoritariamente mujeres– lloran en silencio, y rezan, junto al cuerpo de la persona difunta.

 

 

 

RESPETO AL OTRO

 

Veo suficiente transcribir aquí la primera página de las veinticinco que en mi libro dedico a este valor ético y virtud.

 

1.      Esencia y contenidos integrados en la actitud respetuosa

 

Aquel que cultiva la actitud del respeto a toda persona humana se caracteriza por integrar en su estilo de vida:

 

a) En cuanto a los procesos cognitivos; el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, y la convicción de que, aún en los casos de elevado deterioro físico, psicológico o ético, nunca falta la presencia de un potencial humano valioso con posibilidad de desarrollarse, o tal vez ya realmente presente en parte.

 

b) En cuanto a los procesos afectivos, el sentimiento de responsabilidad que conducirá a cierto temor ante la posibilidad de poder constituir un obstáculo a la fidelidad del otro a sí mismo, y la vivencia de la alegría cuando su modo de relacionarse implique una ayuda para que el otro viva satisfactoriamente su proyecto vital.

 

c) En cuanto a las motivaciones, la tendencia a proteger cuidadosamente la máxima libertad del otro, en cuanto a su forma de pensar, sentir y actuar, a la vez que una autenticidad profunda en la comunicación con él, sabiendo ser sinceros al expresarle lo que nos agrada especialmente de él como también lo que nos disgusta.

 

 

2.      El respeto a las diferencias

 

La persona respetuosa es muy consciente de que hay una gran diversidad de estilos de vida, todos ellos válidos, con sus peculiares formas de pensar, sentir y actuar, con sus proyectos vitales y aspiraciones prioritarias, vividas unas veces de forma consciente y otras, inconsciente. Esta persona habrá comprobado en su vida que le resulta más fácil comprender y valorar positivamente a las personas en las que identifique afinidades importantes, especialmente respecto a la jerarquía de valores. Pero también será consciente de que tiene el peligro de no comprender y, como consecuencia, valorar negativamente a otras personas, debido a sus diferencias.

 

Podrá asimismo haberse dado cuenta de que su relación de amistad –o incluso de amor de pareja– con personas claramente diferentes en algunos aspectos, siempre que no falten afinidades básicas, no tiene que acarrear necesariamente conflictos graves, ni crisis en la relación afectiva. Puede ser también causa de enriquecimiento humano para las personas implicadas, cuando se da suficientemente enraizada la actitud de respeto mutuo, porque éste es la puerta de la comprensión.  Como señala Guardini:

 

El inicio de toda comprensión está en el hecho de que uno consienta al otro la libertad de ser aquello que es; que no lo considere con el ojo del egoísmo prescribiéndole desde la perspectiva del propio interés aquello que ha de ser sino con el ojo de la libertad, la cual dice ante todo: Sé aquello que eres; y sólo después: Y ahora quisiera saber cómo eres y por qué (Guardini, 1972, p. 140).

 

 

3.         ¿Se cultiva en la Obra el respeto a la persona?

 

Estará bien recordar aquí la Declaración del cardenal Basil Hume: Directrices para el Opus Dei y la diócesis de Westminster:

 

Ya durante el Concilio Vaticano II me llamó la atención este cardenal –de la orden benedictina– entre otras cosas por su mano izquierda y su sentido del humor. Si mal no recuerdo era frecuente que en sus intervenciones, en las que proponía innovaciones eclesiales, utilizase el comenzar con estas palabras: “He tenido un sueño…”.

 

En el texto de su declaración con directrices para la Obra puede apreciarse también su sentido del humor. El argumento que presenta como requisito para reclamar cambios, especialmente en la práctica proselitista, y la relación de los jóvenes con sus padres, lo centra en la necesidad de adaptarse a la sensibilidad cultural de la Gran Bretaña. Está claro que lo que llama “recomendaciones”, para trabajar con fruto –y con respeto a las personas– en ese país puede valer para la mayor parte de los países, pero él prefiere referirse sólo a Gran Bretaña, al ser ahí donde, como obispo, se siente “responsable de asegurar el bienestar de la Iglesia local en su conjunto”. Veamos el texto.

 

Durante bastante tiempo he estudiado cuidadosamente ciertas críticas públicas hechas sobre las actividades del Opus Dei en Gran Bretaña, y también he examinado la correspondencia dirigida a mí sobre el mismo tema. Algunas de estas cartas han sido críticas, otras han expresado sincera admiración por cualidades personales de miembros del Opus Dei y valoración de su influencia. Yo también he tenido encuentros con aquellos que son responsables del Opus Dei en este país.

 

El Opus Dei es un movimiento de sacerdotes y laicos dentro de la Iglesia que tiene la aprobación oficial de la Santa Sede. Sin embargo, en tanto que está establecido dentro de la diócesis de Westminster, yo tengo la responsabilidad, como obispo, de asegurar el bienestar de la Iglesia local en conjunto, así como también los intereses del mismo Opus Dei. Como resultado de este estudio, he dado a conocer a aquellos responsables del Opus Dei en este país lo que considero que son justas recomendaciones para la actividad futura de sus miembros dentro de la diócesis de Westminster. Deseo ahora hacer públicas estas cuatro recomendaciones. Cada una de ellas parte de un principio fundamental: que los procedimientos y actividades de un movimiento internacional, presente en una diócesis particular, ciertamente tienen que ser prudentemente modificados a la luz de las diferencias culturales y legítimas costumbres y valores locales de la sociedad dentro de la cual este colectivo internacional intenta trabajar.

 

Estas recomendaciones no han de ser vistas como una crítica a la rectitud de los miembros del Opus Dei o de su auténtico celo en promover sus apostolados. Las estoy haciendo públicas para hacer frente a comprensibles inquietudes y para alentar una práctica pastoral acertada dentro de nuestra diócesis.

 

Las cuatro recomendaciones son las siguientes:

 

1.    A ninguna persona por debajo de los dieciocho años de edad se le debe permitir asumir un voto o compromiso de larga duración asociándose al Opus Dei.

 

2.    Es esencial que la gente joven que quiera vincularse al Opus Dei deba primero tratar sobre este asunto con sus padres o tutores legales. Si se diesen, por excepción, razones válidas para no dirigirse a sus familias, estas razones deberán ser tratadas, en cada caso, con el obispo local o su delegado.

 

3.    Aunque se acepta que aquellos que se vinculan al Opus Dei asuman los peculiares deberes de los miembros, se ha de cuidar el respeto a la libertad de la persona; en primer lugar, la libertad de la persona para vincularse o abandonar la organización sin ejercitarse una indebida presión; en segundo lugar, la libertad de la persona, en cualquier etapa, para elegir su director espiritual, sea o no miembro del Opus Dei.

 

4.    Las iniciativas y actividades del Opus Dei, dentro de la diócesis de Westminster, deben tener una clara indicación sobre sus responsables y su gerencia.

 

Tengo confianza de que estas directrices no estorbarán de ningún modo al Opus Dei en su trabajo apostólico, en el cual se encuentra comprometido, sino que le ayudarán a adaptarlo a la tradicional sensibilidad y características de nuestra gente.

 

Yo permaneceré naturalmente en cercano contacto con los sacerdotes y miembros del Opus Dei dentro de la diócesis de Westminster.

 

En esta declaración se está reclamando el respeto a varios derechos que no estaba claro que se estuviese respetando en la Obra.

 

La carta del cardenal Hume puede contemplarse como una reclamación de respeto a la persona del joven o adolescente, como también a la de sus padres o tutores, y posibles consejeros espirituales.

 

a)    Respeto del derecho del adolescente a no ser conducido a un compromiso de conciencia de larga duración en una edad en la que por su falta de experiencia y de información suficiente, no se encuentra en condiciones para realizar dicho compromiso con suficiente conciencia y libertad de lo que hace.

 

b)    Respeto al derecho del adolescente o joven a no comprometerse en conciencia a vincularse a la Obra, desconociendo parte de las obligaciones y limitaciones que tendrá que asumir tras su vinculación.

 

c)    Respeto al derecho del adolescente o joven a poder vivir un tiempo de prueba, previo a todo posible compromiso de conciencia –como exige el Derecho Canónico de la Iglesia para este tipo de situaciones–, sintiéndose con libertad ­­para abandonar dicho proyecto de vinculación, sin inquietud de conciencia. Es decir, con palabras del cardenal Hume, “se ha de cuidar el respeto a la libertad de la persona; en primer lugar, la libertad de la persona para vincularse o abandonar sin ejercitarse una indebida presión”.

 

d)    El cardenal reclamaba también el respeto a la persona, “para elegir su director espiritual, sea o no miembro del Opus Dei”.

 

Esto sobre todo en la etapa de su vida en la que está acabando de ver hasta qué punto es este su camino, antes de comprometerse en conciencia.

 

e)    Respecto al derecho a comunicar a sus padres o tutores sus reflexiones y dudas sobre su posible vinculación a la Obra, como consecuencia de la actividad proselitista de ésta, el cardenal ya no se refería a este punto como un derecho, sino más bien como un deber, al declarar: “Es esencial que la gente joven que quiera vincularse al Opus Dei deba primero tratar sobre este asunto con sus padres o tutores legales. “Cuando se viesen razones serias para no hacerlo así, deberían acudir al obispo local o su delegado”.

 

f)     Implícitamente en esta declaración se está reclamando que los miembros de la Obra respeten los derechos de los padres y tutores de los candidatos a vincularse al Opus Dei.

 

Aparte de lo que se reclama sobre el respeto a la persona en la citada carta, no faltan otras muestras de falta de respeto, a saber:

 

g)    La falta de respeto al derecho a la verdad y a la libertad de pensamiento y pluralismo. Por una parte, no pocas veces el padre Escrivá declaró lo siguiente.

 

Quiero decir que damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad apostólica de la persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la acción del Espíritu; y no a las estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice, en sede de gobierno (Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, 1969, p. 19).

 

Pero en la realidad ocurre casi siempre lo contrario. Dudo que haya –y haya habido en el pasado– otra organización de la Iglesia con tal cantidad de estructuras organizativas, mandatos, tácticas y planes impuestos desde el vértice.

 

Decir que la Obra es una “desorganizada organización” es claramente falso; es una organización obsesivamente superorganizada y supercontrolada, como muchos han atestiguado en opuslibros y M. Angustias expuso con claridad ya en su primer libro.

 

El margen para el ejercicio de la libre iniciativa por parte de sus  miembros, ha ido experimentando un progresivo empequeñecimiento. Sobre todo desde que en los últimos veinte o treinta años trabajar en el marco de una obra corporativa haya pasado de ser una excepción –como todavía ocurría en los años sesenta del siglo pasado– a ser la fórmula de un porcentaje creciente de miembros.

 

Esta forma de funcionamiento, por parte de los miembros de la Obra, con auténtica espontaneidad personal, en cuanto al estilo del ejercicio de su actividad profesional y de sus responsabilidades sociales o ciudadanas, pienso que fue real en los veinte o veinticinco primeros años de la historia del Opus Dei, pero a partir de mediados los años cincuenta del pasado siglo, entre otras cosas muchos numerarios catedráticos, que estaban presentes en universidades de distintas poblaciones españolas: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Granada, Valencia, Santiago de Compostela, fueron llamados para concentrarse en la Universidad corporativa de la Obra en Pamplona. Desde ese momento la metáfora de encontrarse “abiertos en abanico” comenzó a ser menos real. Como escribía en una carta al padre Escrivá un ex-socio en ocasión de su despedida, en 1971:

 

Concretando, las obras corporativas y similares han crecido en la Obra a tal ritmo que han absorbido un tanto por ciento verdaderamente monstruoso de socios con dedicación completa. Muy frecuentemente se habla del trabajo y apostolado de mucha gente de Casa como establecido en función de la inmensa macroestructura profesional-apostólica que es medular en la Obra […] Parece que lo más importante no es el trabajo y apostolado que de manera autónoma puedan desarrollar con personal iniciativa y responsabilidad una serie de laicos muy bien formados y asistidos espiritualmente, sino la gran estructura corporativa o semicorporativa (E.V., ex-miembro agregado, Carta a monseñor Escrivá, p. 19).

 

Son muchas las quejas que pude escuchar, como sacerdote, antes de mi desvinculación en 1973, de numerarios, agregados y supernumerarios alarmados ante la creciente reducción del ámbito para el ejercicio de la libertad y la espontaneidad. Citaré aquí algunos textos más de cartas a Escrivá de dos miembros –agregado y numerario– poco antes de desvincularse. Están incluidas en el capítulo quinto de mi libro.

                       

En los últimos tiempos, a cada apertura de opciones para los fieles católicos, se ha respondido a la santa Sede constriñendo progresivamente la libertad de los socios de la Obra. Cada vez cunde más entre los socios más fanáticos el desprecio hacia los que piensan de diversa manera que nosotros, en el uso de su libertad de católicos, y la conciencia de que somos los cruzados de la Iglesia frente a esos cobardes e inconscientes Papa y obispos, que carecen del carisma que ilumina y discrimina, el carisma que posee el fundador del Opus Dei.

 

Ahora bien, yo me permito desconfiar de esta continua desautorización de la Santa Sede. Creo que esto merece una explicación, igual que las anteriores. No se puede afirmar la libertad de los socios del Opus Dei en cuestiones teológicas para después impedirles leer incluso a autores que están hoy día en la Comisión Teológica aneja a la Congregación para la Doctrina de la Fe, habiendo además una fiscalización continua y agobiante que en ninguna manera han de soportar los católicos responsables que no pertenecen a la Obra (E. V., Carta de un ex-miembro agregado a Monseñor Escrivá, 1971).

 

[…] desde esta perspectiva de reconocimiento de lo que de relativo tienen las formas institucionales en la Iglesia, y en la Obra como parte de ella, y con ese impulso de renovación a que los cristianos de hoy estamos especialmente llamados, contemplo con extrañeza como en la Obra suceden cosas que, en mi entender y desde mi particular perspectiva, chocan con ese espíritu de libertad y pluralismo que es esencial al Opus Dei. Los socios de la Obra no somos como los demás cristianos, “somos los demás cristianos”. Usted, Padre, nos lo ha repetido muchas veces. Y, sin embargo, el ambiente que llamaríamos “doméstico”, interno, es cada vez, entiendo yo, más diverso el exterior, del normal de la Iglesia. Se censuran gran cantidad de libros, prácticamente toda la teología actual, se potencian de modo más o menos directo revistas, editoriales, distribuidoras de libros, corrientes de pensamiento, etc., todo lo cual implica, creo yo, un quebranto del pluralismo nato del espíritu de casa. El ejemplo de la distribuidora Delsa pienso que es bastante claro: si todos los socios leen prácticamente los mismos días los mismos libros recomendados oficialmente por la Obra, parece obvio, al menos a mí me lo parece, que la libertad de opinión queda condicionada por lo que respecta a la influencia de la Obra en temas opinables, pues los socios consideran, por su confianza en la Obra, que los puntos de vista defendidos en esos libros son los mejores, puntos de vista muy uniformes en una línea conservadora.

 

Al margen de esto, las críticas y censuras generalizadas a los obispos, al menos a los españoles, como si todos o casi todos rondaran la herejía o, al menos la confusión, la repetición (que a mí me suena triunfalista) de que nosotros estamos seguros mientras que la mayoría de las instituciones de la Iglesia manifiestan inseguridad o presentan signos de estar viciadas, el silencio censurante sobre sucesos de la vida eclesial española, que nuestros obispos en abrumadora mayoría han apoyado, la recomendación predominante de unos textos del magisterio sobre otros (por ejemplo, de la “Humanae Vitae”, y no tanto de la “Populorum Progressio”), etc.; todo ello, además, en una línea uniforme, que podríamos llamar conservadora, me asusta. De verdad, Padre, me asusta.

 

De ese Opus Dei que Usted querría sin nombre a una institución con influencia en muchos ámbitos opinables de la vida a través, no sólo del trabajo profesional de sus socios, sino por el apoyo específico de la misma institución (Universidades, colegios, editoriales, revistas, distribuidoras, librerías, centros de formación de vario tipo, Colegios Mayores, etc.), yo veo un salto que no llego a comprender. Quizá no exista, pero a mí personalmente me lo parece y me abruma. En muchos momentos vivo una especie de doble vida, hablo de igual libertad que los demás cristianos y siento limitaciones reales que otros no tienen (Carta de un ex-numerario al padre Escrivá, 1971).

 

Podemos comprobar aquí unidos dos tipos de falta de respeto a la persona. 1) contra su derecho a la libertad de pensamiento y pluralismo en todo lo compatible con la fe cristiana; y 2) contra el derecho a no ser engañado, a no encontrarse con una clara contradicción entre la teoría sobre la Obra (por ejemplo en las declaraciones en el libro Conversaciones de monseñor J.M. Escrivá…) y la praxis y, sobre todo, la práctica real.  He dejado de lado otras faltas de respeto graves, como la violación de la intimidad de los miembros de la Obra mediante la comunicación de confidencias, a los que simplemente no me refiero porque en la época de mi pertenencia a la institución no se dieron, o al menos yo no tuve información sobre estos hechos y prefiero limitarme a comentar los que yo viví en primera persona.

 

En lo que tengo que reconocer que no experimenté falta de libertad, en los años previos a la transición democrática fue en Política. Cuando algunos comentábamos entre nosotros si en su día preferiríamos votar a un partido de línea democratacristiana, o socialista, o socialdemócrata, nos expresábamos con libertad, a la hora de revelar nuestras preferencias. Y nos alegraba notar que algunos de nuestros “hermanos” estuviesen contribuyendo en lo que posteriormente fue la “Transición”, unos con la lucha a favor de las libertades democráticas, teniendo que acabar cerrando el periódico Madrid que dirigían (y llegando a ser uno de ellos el primer presidente del Senado de la democracia), y otros desde dentro, contribuyendo a la gradual integración en Europa y preparación para el final de la dictadura. Así lo han reconocido historiadores independientes como, por ejemplo, el historiador Payne, S.G., cuyos libros, durante el franquismo, sólo pudieron publicarse en la editorial Ruedo Ibérico (comunista) y el historiador Pio Moa, uno de los ex-líderes del Partido Comunista Reconstituido (más a la izquierda que el PCE) y cofundador del GRAPO, prototipo de autor de declaraciones “políticamente incorrectas”, tanto durante el franquismo, como durante la democracia. En el franquismo estuvo buena parte del tiempo en la cárcel, en la época democrática ha sido tachado de “fascista”, por sus críticas a los graves errores de líderes de la República, causantes principales de su desmoronamiento, al constituirse el Frente Popular. Refiriéndose a las consecuencias de la actuación de los tecnócratas Navarro Rubio y Ullastres, afirmaron, entre otras cosas, lo siguiente:

 

Este giro se consideró un gran éxito de los ministros de Economía que se ganaron el sobrenombre de tecnócratas. Después de sus dudas, Franco dio todo su apoyo a esta nueva política. Durante la década que siguió a estos cambios, la economía española disfrutó de la mayor prosperidad de toda su historia, con una tasa de crecimiento sólo superada por la de Japón (Payne, 2005, pp. 95s.).

 

La transformación de la sociedad y la cultura que tuvo lugar en la generación de después de 1959 marcó el camino hacia una sociedad diferente, más acorde con la Europa socialdemócrata de la época, y un sistema político más libre; ambos darían paso a una era completamente nueva en la Historia de España (ídem, p. 97).

 

[…] De modo que en 1959 el Caudillo pudo percibir el agotamiento del modelo anterior y terminó por aceptar, la propuesta de Ullastres, Navarro Rubio y otros, unos cambios que en principio le repugnaban. Navarro ha relatado la pequeña lucha que hubo de sostener con Franco para convencerle de la necesidad de reorientar la economía. El general se resistía, pero, confrontado con los riesgos crecientes del momento, terminó por inclinarse ante los hechos. Tanto Navarro como F. Estapé y otros más o menos implicados en la nueva política económica coinciden en describirlo como hombre realista y cuerdo […]

 

Por otra parte, a partir de 1960 España iba a crecer económicamente a un ritmo nunca visto antes o después en el país, acortando con rapidez las distancias en renta per cápita con la Europa opulenta […]

 

Y si establecemos la comparación con los países del Este europeo todas las ventajas caen del lado de la España franquista, tanto en el plano económico como en el político. La comparación es pertinente porque el grueso de la oposición a Franco comulgaba, y lo haría hasta el final, con el marxismo, e incluso los sectores menos operativos y más burgueses de dicha oposición solían exhibir notable respeto y comprensión hacia los regímenes de “democracia popular” satélites de Moscú (Pío Moa, 2005, pp. 145s.).

 

En un escrito como éste, en el que he tratado de mostrar la poca facilidad que podrá tener un miembro de la Obra para cultivar virtudes como la cordialidad y el respeto a la persona, me ha parecido ser más respetuoso con el derecho a la verdad para los lectores –y, por lo tanto, coherente– que acabase exponiendo mi testimonio sobre el respeto al pluralismo en ideas políticas –a diferencia de la falta de respeto al pluralismo en ideas teológicas, filosóficas, antropológicas, eclesiales, etcétera– que tuve ocasión de vivir personalmente en aquellos años, aunque sé que la experiencia de otros ha sido diferente, sobre todo posteriormente.

 

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