MEMORIAS DE UNA AGENDA
Mediterráneo,
25 de mayo de 2011
Abril
1978
¡Quién me iba a decir que, a estas
alturas de año, me compraría alguien! Apenas he podido verle la cara, pero me
parece que es una chica jovencita. Me ha echado una mirada, ha probado las
anillas y ha preguntado si habría dificultad en obtener recambios. Cuando le
han asegurado que no, ha dicho “perfecto, pues me la llevo, muchas gracias”.
Estoy un poco nerviosa, nunca sabes muy bien dónde vas a ir a parar. ¡Espero
que no me pierda por ahí!
Mayo 1978
Por primera vez desde que me
compraron me siento incómoda. Resulta que Elena, que así se llama quien me
compró, estaba en ese sitio donde todo es silencio y yo me encuentro con muchas
agendas conocidas cuando ha puesto el boli diminuto
entre mis páginas, se ha levantado y ha salido. Ha ido a otra habitación y,
como me tenía entre sus manos, me he enterado de todo. Alguien le ha dicho
“bueno, ahora que ya has pedido la admisión todo lo que tienes pertenece a la
Obra. ¿Tienes acciones, bonos, valores, fondos de depósito, dinero a plazo
fijo? Elena ha dicho que no. La voz ha seguido preguntando: “¿Alguna herencia
de tus padres, de tus abuelos, alguna renta?” Elena ha vuelto a decir que no y
después de un comentario que no he entendido, algo sobre la herencia de los
padres de Elena cuando mueran, la voz se ha callado, Elena y yo hemos vuelto a
ese sitio donde todo es silencio y de repente he sentido que caían gotas sobre
la página. He notado como se emborronaba la tinta del boli
diminuto y que la mano de Elena intentaba secar las gotas.
Por lo que puedo juzgar, Elena es
buena persona. Siempre, y quiero decir siempre, me lleva con ella, a todas
partes. Es cierto que lo que escribe es un poco aburrido después de las
primeras semanas, porque siempre es lo mismo, pero me trata con cariño y me
utiliza mucho. A este paso envejeceré
rápido.
Noviembre
1978
Hoy debe ser un día importante,
porque Elena ha escrito “¡¡¡admisión!!!” y a continuación, “Jesúsqueseasiempre
fiel”, lo que quiera que signifique eso. Ya no me sorprendo cuando caen gotas
sobre mis páginas, aunque no sea algo que sucede a menudo. Sin embargo, el otro
día sucedió y quiero contarlo por lo que ocurrió después.
Hace unos días Elena escribió
“libros” en esa página que utiliza sólo una vez por semana. No es frecuente que
escriba cosas diferentes así que presté atención cuando estaba hablando con
alguien y, como siempre hace, puso un guioncito al lado de “libros”. La
conversación fue más o menos así:
Elena: “Quería preguntarte, ¿sabes
algo de la lista aquella de libros que te di antes de verano? Es que me cuesta
mucho estar sin leer”.
Voz: “Verás, es que muchos de los
libros no los hemos encontrado porque no están incluidos en los índices de Aceprensa, así que mejor que no los leas. Puedes leer los
de la biblioteca del centro, que está muy surtida. Además, es mejor que en vez
de leer hagas apostolado. Si haces mucho apostolado no echarás de menos leer
porque no tendrás tiempo. Tenemos que acercar mucha gente a Dios a través de la
obra”. Al cabo de un rato, cuando estábamos en ese lugar donde todo es
silencio, sentí que caían gotas sobre mis páginas otra vez.
No sé porqué, pero esa noche Elena
utilizó el separador verde transparente, puso hojas en blanco y en la primera
volvió a escribir “libros”. A continuación empezó a escribir tan rápido que no
podía seguirla. Cuando dejó de escribir murmuró en voz muy baja, tan baja que
sólo pude escucharla yo, “anda que yo voy a dejar de leer, sí, hombre, y qué
más”.
Noviembre
1979
No he dicho nada durante muchos meses
porque mi vida es lo más aburrido que pueda uno imaginar. Elena sigue
tratándome con cariño, pero siempre escribe lo mismo. No sé ni porqué se
molesta en escribir, debería saberlo de memoria ya. El único apartado que
siempre es diferente es el separador verde, el que dice “libros”: he perdido la
cuenta de todo lo que Elena lleva escrito ahí, pero es curioso que cada vez que
escribe en ese apartado, sonríe.
Y hoy escribo porque ha sido un día
diferente. Elena ha escrito “¡oblación!” y algo así como “Jesúsqueseasiempreopusdei”.
He pensado que a partir de ahora, aunque esté metida en el bolso, intentaré
escuchar qué dice Elena, a ver si así me distraigo un poco porque de verdad que
estoy aburrida a muerte.
Enero
1980
Tengo las páginas tan húmedas que se
pegan unas a otras. No entiendo nada, así que voy a empezar por el principio, o
por lo que yo creo que debe ser el principio.
Hoy debe ser un día importante, he
visto a muchas agendas nuevas, a las que no conocía, recién salidas de sus
cajas. Por un momento me he asustado, ¡a ver si a Elena se le ocurre
cambiarme!, pero me he tranquilizado inmediatamente porque Elena ha seguido
teniéndome en sus manos, incluso cuando ha ido a dejar unas bolsas a una
habitación que ya estaba llena a rebosar de bolsas de todo tipo.
El problema ha surgido cuando Elena
ha llegado a su casa sin las bolsas. La madre de Elena le ha preguntado:
-
Elena, ¿y el abrigo nuevo?
-
Pues… no sé, mamá, debe estar por
ahí.
-
Elena, ¿has llevado el abrigo nuevo
al centro? ¿es eso lo que has hecho?
-
Mamá, déjame.
Entonces ha sido cuando la madre de
Elena se ha enfadado, ha dicho que jamás volverían a hacerle ningún regalo, que
ese año los mejores reyes habían sido los suyos y que no había derecho a que
les tratara así, que habían hecho un esfuerzo para comprarle el abrigo que ella
quería porque estaba harta de verla llevar “esas sayas de monja” (yo no sé qué
quiere decir eso) y que nunca más.
Elena se ha encerrado en su
habitación y mientras escribía lo que escribe cada noche ha sido cuando ha mojado tanto mis páginas
que se han pegado unas con otras.
Septiembre
1980
Elena y yo estamos en un lugar
completamente nuevo, aunque Elena sigue escribiendo lo mismo día tras día,
noche tras noche. Sin embargo, como presto más atención a lo que dice, me
entero de mucho más. Elena y yo nos hemos mudado de ciudad, ahora vivimos en
Madrid, y el cambio se ha debido a que Elena ha empezado a estudiar algo que
suena como Ciencias Domésticas.
Ayer fuimos por primera vez al lugar
ese donde hay muchísimas agendas, parecido al que frecuentábamos en Barcelona,
aunque de momento no he encontrado a nadie conocido. También hay una habitación
en semi penumbra donde todo es silencio, eso no ha
variado.
Elena nunca ha vivido en esos
lugares, en Barcelona vivía con sus padres y aquí vive en un edificio con mucha
más gente, aunque si debo decir la verdad, creo que soy la única agenda.
Pensándolo bien, me doy cuenta de que Elena es bastante diferente al resto de
chicas jóvenes que viven aquí y también he notado que la miran raro cuando
cuenta qué estudia.
Enero
1982
No he escrito nada durante todo este
tiempo porque, aunque vivamos en Madrid, mi vida sigue siendo igual de aburrida
y Elena sigue escribiendo lo mismo día tras día, noche tras noche. Me gusta
Madrid porque en la habitación de Elena siempre hay gente, una u otra, y ella
trata a todo el mundo muy bien. Incluso ha dado clase de francés a una señora
mayor, a la que veo cuando entra a limpiar la habitación de Elena.
Hablando de esto, el otro día Elena
discutió con alguien. Estábamos en ese lugar donde hay tantas agendas (ahora ya
las conozco a casi todas, excepto a las que no salen nunca de las habitaciones)
y Elena comentó que esta señora le había pedido por favor si podía ayudarla con
un examen que tiene en junio, algo para estudios primarios, no recuerdo
exactamente. Elena dijo que sí y empezaron las clases los sábados por la noche.
Hasta aquí, todo bien. Elena es buena profesora y tiene una paciencia de santo.
El asunto se complicó cuando,
mientras me tenía en sus manos y hablaba con alguien, poniendo guioncitos al
lado de lo que había escrito, como siempre, salió el tema de qué hacía Elena el
sábado por la noche. Elena dijo que o estudiaba o le daba clase a la señora y
entonces la voz preguntó cómo había sido aquello, si lo había consultado y
cuánto cobraba. Pude sentir el asombro de Elena porque me soltó y casi me caí
de sus manos. Elena contestó que cómo iba a cobrar, era una persona mayor con
muy pocos recursos e intentaba aprobar ese examen para mejorar su calificación
profesional, no le parecía justo cobrar.
La voz dijo algo así como “en casa
nunca se hacen cosas gratis, siempre se vive el apostolado de no dar” y Elena
contestó que no estaba dispuesta, que no le importaba hacer una labor social y
que no le parecía justo cobrar. La voz, en un tono un poco más alto, le dijo
que no importaba lo que ella quisiera o pensara, que se limitara a obedecer y a
vivir el espíritudelaobra, que no era hacer labores
sociales sino acercar a la gente a Dios, que con todas las chicas que había en la
residencia y Elena no había sido capaz ni de sacar un círculodesanrafael
(he oído varias veces esa expresión, pero ni idea de lo que significa). Elena
se calló y el sábado siguiente no escuché que le dijera nada a la señora mayor.
A la semana siguiente, cuando estaba
hablando con el mismo alguien con quien habla todas las semanas, la voz le
preguntó si ya había hablado con la señora del tema del dinero. Elena dijo que
sí, que tenían que acordar el precio y la voz pareció muy satisfecha
y no insistió más.
Al cabo de un rato, en el cuartito
pequeño ese en el que apenas cabemos Elena y yo, donde me deja siempre en una
repisa estrecha mientras le habla a una rejilla, escuché a Elena decir “me
acuso de mentir en la charla”.
Marzo
1983
Es nuestra última noche en Madrid
antes de “las prácticas”. No sé qué es eso, pero he oído que le han dicho a
Elena que va a ir a una “casa de retiros” en Gerona, lo que sea eso. Elena ha
empaquetado todo lo que tenía en la habitación, se ha despedido de todo el
mundo y Pelagia, la señora de las clases, le ha dado
un abrazo y dos besos, le ha dicho “gracias a usted yo aprobé el examen”, le ha
hecho prometer que si va a Santander en agosto irá a verla a su pueblo y hasta
se le saltaban las lágrimas cuando Elena se ha ido de la cocina.
No sé qué serán las prácticas esas...
creo que Elena está preocupada, por lo menos me estruja mucho más de lo
habitual y me abre y me cierra continuamente. A este paso tendrá que
sustituirme, en verdad ya he escuchado varias veces “a ver si este año los Reyes
te traen una agenda”. Hasta ahora - y espero que siga así - Elena nunca ha
hecho caso.
Abril
1983
Elena lleva días y días sin escribir
nada, nada de nada, ni siquiera lo que escribía cada noche. Cuando llega a la
habitación por la noche ni me abre, se limita a desplomarse en la cama. Por la
mañana se levanta muy temprano, se ducha y se sienta delante de la mesa de
trabajo con un libro pequeño y yo, ambos abiertos por cualquier página, pero a
los pocos minutos la cabeza se le cae encima del libro y se duerme otra
vez. Alguna vez, pocas porque se le
cierran los ojos en cuanto la cabeza toca la almohada, ha llorado antes de
dormirse.
Junio
1983
Elena ha empezado a escribir en un
cuaderno semiusado que deja siempre en el cajón de la
mesita de noche, debajo de mí. El cuaderno y yo nos hemos hecho amigos, aunque
yo al principio tuve celos porque hay que ver lo que escribe Elena en él, ha
escrito más en dos meses que en mis páginas en dos años, pero el cuaderno ha
resultado ser un buen tipo y hablamos mucho.
El asunto es que Elena está exhausta.
Yo no sabía que prácticas era sinónimo de agotamiento, pero el cuaderno me ha
contado lo que Elena ha escrito y todavía estoy pasmada. No recuerdo
exactamente todo lo que me ha dicho, pero Elena se pasa el día haciendo camas, limpiando,
poniendo docenas de lavadoras, planchando, cocinando, haciendo algo muy raro
que suena como “preparar la galería de altares” y que por lo visto es una
trabajera de mucho cuidado y el día que tiene libre, que en verdad es medio
día, baja a Gerona a mediosdeformación, lo que sea
eso. Muchas veces baja a las cuatro y vuelve a subir a las 20:00 para las
cenas. Ahora entiendo que no escriba casi nada en mis páginas... lo peor es que
Elena, que devoraba libros como quien bebe agua, lleva dos semanas con el mismo
libro. No quiero ni pensar en lo mal que debe sentirse para ni siquiera leer.
Septiembre
1983
El cuaderno y yo tenemos las páginas
tan mojadas que nos iría bien que nos pusieran a secar en una ventana. Resulta
que Elena no vuelve a Madrid, a acabar las Ciencias Domésticas esas. Una chica
bajita, de voz chillona y que tiene un despachito para ella sola, el mismo donde
Elena dejó aquellas bolsas que provocaron la discusión con su madre, le ha
dicho “no vuelves a Madrid, no tienes cabeza para estudiar y hemos decidido que
ya está bien con la diplomatura”. Elena ha intentado argumentar que estudia muy
a gusto y que sus notas no son malas, pero la voz chillona ha dicho “oye,
basta, que no vuelves y ya está, si te cuesta lo ofreces”.
Después de hablar con la voz
chillona, Elena se ha metido en ese lugar donde todo es silencio y ha mojado
todas las páginas hasta el separador de plástico. Cuando hemos llegado a su casa, como quien no
quiere la cosa, Elena ha dicho a sus padres que no vuelve a Madrid, que le ha
salido un trabajo que le interesa mucho y que ha decidido quedarse. Su padre se ha enfadado mucho, para él acabar
los estudios ha sido siempre fundamental, Elena y él han discutido muy fuerte y
cuando Elena se ha encerrado en su habitación, le ha tocado el turno al
cuaderno, que como no tiene separadores de plástico ha quedado con todas las
hojas onduladas, la tinta corrida y en una palabra, hecho una lástima.
Noviembre
1983
Un día de éstos Elena tendrá un
disgusto. A ver, los viernes va a dar clase de cocina a unas niñas de EGB, en
la otra punta de la ciudad. Es un edificio viejísimo, en una calle muy ancha
por la que circulan muchos camiones. Sale de allí bastante tarde y como de
noche no ve, no sabe si lo que se acerca es un autobús o un camión. El otro día
le hizo señas a un trailer que gracias a Dios no se detuvo, porque a ver qué
hubiera pasado.
Si se retrasa sólo cinco minutos ya
pierde el autobús que conecta con el segundo autobús que la lleva a casa. Claro,
lleva muchas semanas haciendo lo mismo y los conductores ya la conocen. El
pasado viernes, el conductor del 40 vio que el 14 iba a salir de la parada y empezó
a pegar bocinazos hasta que el otro conductor se giró para ver qué pasaba,
Elena bajó del 40 fuera de parada y fuera de todo y subió al último 14 de un
salto. Milagro fue que no le ocurriera nada.
Y lo más raro es que, cuando Elena
contó lo que había sucedido – de eso me he enterado por el cuaderno, a mí no me
lo escribe – al cabo del rato alguien se la llevó a una sala, sola, y le dijo
algo así como “no tenemos relación con las personas de otro sexo, nunca y bajo
ningún concepto”. Y es lo que dice el cuaderno: ¿y si pierde el último autobús,
cómo vuelve a casa? ¡Si deberían alegrarse de que Elena se lleve bien con todo
el mundo y haga amigos incluso entre los conductores de autobús!
Enero
1984
Han sido las primeras Navidades de
Elena en su nuevo trabajo. Trabajó todos los días y, cuando acabaron las
fiestas, se metió en la cama con fiebre y ha pasado seis días sin levantarse
más que para ir a ducharse y cepillarse los dientes. Qué raro es esto, Elena
nunca está enferma.
Septiembre
1984
Elena tiene un trabajo nuevo. Puede
ir andando y, aparentemente, es más de lo mismo porque seguirá haciendo lo que
hacía. Sin embargo, el cuaderno me ha dicho que en ese lugar nuevo hay gente
mayor y enferma.
Enero
1985
Elena ha trabajado durante todas las
fiestas, cuando acabaron se metió en la cama con fiebre y ha pasado seis días
sin levantarse más que para ir a ducharse y cepillarse los dientes. Qué extraño
es esto, Elena nunca está enferma, excepto después de las fiestas de Navidad.
El cuaderno me ha dicho que Elena ve
cosas raras en ese trabajo nuevo. Habitaciones en las que durante 72 horas no
se puede entrar porque alguien duerme. Personas que lloran mañanas enteras en
ese lugar en el que todo es silencio. Alguien que va a una habitación, cierra
la puerta y grita “¡no puedo más!”. El otro día se marchó alguien que llevaba
mucho tiempo viviendo en ese sitio y cuando Elena preguntó a dónde iba, Alicia
(la que está en la habitación en la que alguien entra y grita “no puedo más”)
dijo “no lo sabemos, a una casa de paso”. Elena le dijo al cuaderno que en Barcelona
no hay casas de paso y que María, la que se fue, tenía una mirada muy extraña
cuando se despidió de ella. Cuando Elena preguntó por ella al cabo de unos días,
Alicia sólo dijo “pues la verdad es que no sé nada”.
Agosto
1985
Elena, el cuaderno y yo estamos en el
lugar más incómodo que imaginarse pueda. Como cada verano, Elena está en una de
esas casas con treinta o cuarenta personas más. El cuaderno va con ella a todas
partes, así que me entero de todo porque él me lo cuenta. El día en que llegó,
Elena se buscó una habitación en el segundo piso, hay un sinfín de escaleras
pero la vista desde el ventanuco de la habitación es preciosa, se ven los
viñedos, los campos de cultivo, las montañas al fondo... la comarca es vinícola,
así que las vides se extienden hasta perderse de vista.
La casa está en la cima de una
montaña y hay escaleras para ir a todas partes, de hecho no hay dos metros seguidos
de suelo sin escaleras o escalones o desniveles de algún tipo. Hay incluso
habitaciones en el semisótano, con un ventanuco a la altura del suelo del piso
siguiente, desde la habitación sólo se ven pies y zapatos. Cómo se pudo diseñar
eso es incomprensible, pero después de todos estos años con Elena, el cuaderno
y yo – el cuaderno más que yo – hemos visto toda clase de cosas raras.
Poco le duró a Elena la alegría por
su habitación con vistas. La misma persona que le dijo que no tenía cabeza para
estudiar, la reconocí por la voz chillona, le dijo que dejara la habitación,
que llegaba una persona mayor que la necesitaba más, y que a ella le pondrían
un colchón en la salita de la entrada. Elena preguntó “¿y el baño?” La voz
chillona contestó “utiliza el de la entrada” “¿y la ducha?” siguió preguntando
Elena. “Pues tendrás que ducharte cuando las demás hacen deporte, a ver quién
puede dejarte la ducha”. Elena se disgustó bastante, mucho más cuando vio que
la tal persona mayor era más joven que ella. Las páginas del cuaderno se
mojaron bastante.
Al final Elena no tuvo que andar
pidiendo la ducha a nadie; la primera habitación del pasillo estaba libre
(cuando Elena preguntó si podía cambiarse a la habitación, la voz chillona le
dijo que no, que no sabían si iba a venir alguien más), así que Elena pudo
ducharse ahí todos los días, porque la habitación permaneció vacía. No sé qué
sentido tiene esto, sólo sé que la voz chillona parece disfrutar fastidiando a
Elena y haciéndole la vida a cuadritos.
Por la noche, Elena se sienta en la
cama y escribe en el cuaderno. Le habla de “tertulias” en las que se aburre a
muerte y no sabe qué hacer para comerse los bostezos, de las clases con el
sacerdote, de que ya está harta de haber dado Historia de la Iglesia tres
durante dos años seguidos y que está de San Agustín hasta los pelos. También le
dice que no se atreve a hablar porque luego le llueven correcciones fraternas,
lo que sea eso, y que la voz chillona le ha dicho que leer libros sin consultar
es mal espíritu y que ya va siendo hora de que viva la entrega en serio.
No sé en qué parará eso, sólo sé que
Elena esconde el cuaderno cada mañana y que lo primero que hace cuando entra en
la habitación es comprobar que sigue donde ella lo ha dejado.
Octubre 1985
Elena le ha dicho al cuaderno que la
fraternidad es mentira. El asunto es que hace unos días operaron a la madre de
Elena, nada serio pero ha estado unos días en el hospital. Nadie ha ido a
visitarla, nadie ha llamado a Elena preguntando cómo estaba su madre… nada de
nada. Elena lo comentó con la rejilla y después se fue directa al despachito de
la voz chillona y le dijo a bocajarro “nadie se ha interesado por mi madre, yo
me he sentido supersola y pienso que es una falta de
fraternidad muy seria”. La voz chillona, por una vez, le ha dado las gracias,
le ha dicho que lo sentía y que lo tendría en cuenta en un futuro.
Enero
1986
Elena ha trabajado durante todas las
fiestas, cuando acabaron se metió en la cama con fiebre y ha pasado seis días
sin levantarse más que para ir a ducharse y cepillarse los dientes. Qué extraño
es esto, Elena nunca está enferma, excepto después de las fiestas de Navidad.
Diciembre
1986
Elena lleva un anillo nuevo. Es un
zafiro montado en oro, bastante bonito. El cuaderno me ha dicho que Elena ha
escrito “ojalá pudiera recuperar la ilusión de los primeros tiempos, hoy
fidelidad y me he quedado igual”. Lo hemos comentado, no estamos seguros de que
Elena sea feliz.
Enero
1987
Elena ha trabajado durante todas las
fiestas, cuando acabaron se metió en la cama con fiebre y ha pasado seis días
sin levantarse más que para ir a ducharse y cepillarse los dientes. Qué extraño
es esto, Elena nunca está enferma, excepto después de las fiestas de Navidad.
Hay otra cosa, este año Elena se ha
quedado con todas las bolsas que abrió en su casa el día 6. En ese cuartito
pequeño en el que apenas cabemos y donde le habla a una rejilla, Elena ha dicho
“me acuso de falta de pobreza por no haber entregado los regalos de reyes”,
algo así. No he escuchado bien lo que le decía la voz al otro lado, así que por
la noche le he preguntado al cuaderno. Por lo visto, Elena había escrito “No he
entregado los regalos, ¿y qué? Para mí es más importante no disgustar a mi
madre. Y no sé porqué me he confesado si no estoy arrepentida en absoluto de lo
que he hecho”.
Marzo
1987
El cuaderno y yo estamos hechos un
manojo de nervios. Elena deja ese trabajo. Alicia, la que tiene habitación con
despachito para ella sola, la ha llamado y le ha dicho “Elena, la
administración no es lo tuyo ni lo será nunca, tendrías que pensar en dejarlo y
buscarte otro trabajo”. El cuaderno dice que Elena estaba disgustada, pero que
estaba más preocupada por sus padres que por ella y que ha terminado lo que
escribía con una pregunta: “¿por qué me siento más libre?”.
Abril
1987
Elena está buscando trabajo. No tiene
ningún ingreso y hoy le ha contado al cuaderno que como no cotizó, no tiene
derecho a paro, lo que sea eso. Y luego ha escrito algo más “dónde está la jodida
mentalidad laical en todo esto”. Ni el cuaderno ni yo hemos entendido nada.
Mayo 1987
Elena ha encontrado trabajo, se lo ha
conseguido una chica de ese lugar en el que hay tantas agendas. El primer día
una de sus compañeras le ha preguntado a bocajarro “oye, no serás tú también
del opus, ¿no? Ya tenemos bastante con Antonia María pegando rollos”. Elena ha
preguntado muy seria “¿Antonia es del opus? Vaya… yo es que no la conozco mucho
tampoco, es de hecho una amiga de una amiga”. Después le ha contado al cuaderno
que no piensa ponerse en evidencia delante de nadie y que ahora que ha
conseguido un trabajo, no va a soltarlo.
Julio 1987
Elena se ha enfrentado a la voz
chillona a causa de las vacaciones. No puede tener días en agosto porque las
otras dos compañeras se reparten el mes y no hay cursosanuales,
lo que sea, en septiembre. La voz chillona le ha dicho “pues si no puedes vivir
como una personadelopusdei tendrás que dejar ese
trabajo”. Elena le ha contestado “¿Y me mantendrás tú mientras yo salto de
trabajo en trabajo buscando el que se adapte a los cursos anuales?” Y se ha ido
sin decir nada más. Después le ha contado al cuaderno que, de hecho, Pili (una
de sus compañeras) le dijo que ella podía irse tranquilamente la segunda
quincena de julio, que no pasaba nada, y fue ella, Elena, quien insistió para
que se fuera en agosto. Y después ha añadido “a ver si me libro del curso anual
este año”.
Septiembre 1987
Elena está en otro centro, o eso le
ha contado al cuaderno. Se ha disgustado un poco, pero pierde de vista a la voz
chillona y, según lo que le ha dicho al cuaderno “muérete, Cristina,
desgraciada de M, gracias a Dios que te pierdo de vista”. En el nuevo sitio hay
gente mayor. Se llama Atenas y está en los dos últimos pisos de una casa antigua,
tiene una escalera interior de madera y el piso de arriba tiene unas terrazas a
las que Elena ya ha echado el ojo. Hay mucha gente, como treinta o así, Elena
conoce a algunas, pero no se la ve nada entusiasmada con el cambio. Le ha dicho
al cuaderno “y el encargo apostólico, sacar un círculo de cooperadoras, con lo
bien que me lo pasaba yo con bachilleres”.
Noviembre 1987
Elena tiene unos horarios imposibles
y va muerta de sueño. Se levanta a las seis menos cuarto, se ducha y se sienta
delante de su escritorio, con un libro y yo abiertos. A las siete menos cuarto –
si no se ha dormido – se va a buscar el autobús, intenta leer durante el
trayecto, un libro que suele llevarse de ese lugar al que llama centro, y a las
siete y media llega a una iglesia de cerca del trabajo, para ir a misa. A las
ocho menos cinco sale corriendo y llega – si todo va bien – a fichar a las
ocho. Lo primero que hace es ir a por un café a la máquina, porque no ha
desayunado en casa, y se lo toma en su mesa, con unas galletas que guarda en el
cajón.
Al mediodía va a comer a casa y en el
trayecto del autobús intenta no sacar la mano del bolsillo porque reza el
rosario. Come en media hora y vuelta al autobús, cuando sale por la tarde se va
a la misma iglesia donde ha oído misa por la mañana y se queda ahí media hora.
Después se va a casa. A las ocho ya no puede tener los ojos abiertos. Si va al
centro, no se queda en la iglesia, se va directamente desde el trabajo, pero
llega incluso más tarde. Los días de centro no tiene
ni ánimo de cenar y al día siguiente, invariablemente, se duerme con la cabeza
encima del libro pequeño.
Enero 1988
Elena no ha estado enferma después de
Navidad.
Abril 1988
La oficina de Elena se ha trasladado
fuera de Barcelona. Eso supone que Elena no puede ir a misa por la mañana y en
el trayecto del autobús, que es más largo, lee y reza el rosario. De momento la
oficina está en un descampado, como a cinco o seis minutos andando de la parada
de autobús de Elena y muchas veces algún compañero se ofrece a acercarla para
que no vaya sola. Los primeros días Elena decía que no, siempre le habían dicho
en el centro que nunca jamás y bajo ningún concepto debe ir sola en un coche
con un hombre, pero el lunes pasado un tipo con muy malas pintas salió de
detrás de unos matorrales y se le iba a acercar, menos mal que Elena se dio
cuenta y echó a correr como alma que lleva el diablo.
Elena le contó al cuaderno que al día
siguiente, a la hora de salir, Alberto, uno que trabaja en contabilidad, se
ofreció a acercarla y ella dijo que sí sin pensárselo dos veces. Y en el
cuaderno escribió “me da igual lo que me digan, yo no me arriesgo”.
Mayo 1988
Elena está aprendiendo inglés. Tiene
unos resultados excelentes en los exámenes y se le da de maravilla. El punto
fue que se matriculó con el dinero del sueldo y después le dijo a la rejilla
“me acuso de falta de pobreza y de falta de entrega porque me he matriculado de
inglés sin consultar”. No escuché lo que contestó la voz detrás de la rejilla,
pero Elena sigue yendo a inglés y ha hecho una prematrícula
para un intensivo. Está muy contenta.
Enero 1989
Elena ha cambiado de trabajo, una
empresa italiana le ha ofrecido un buen sueldo y trabajo en Barcelona, al lado
de casa prácticamente. Ahora ya habla inglés y se ha matriculado (se lo ha
contado a la rejilla también) de italiano. En este trabajo tiene que viajar dos
veces al año y en el centro le han dicho que no puede ser, que no se viaja.
Elena se ha enfadado y después se lo ha contado todo al cuaderno.
Los tales viajes no son nada del otro
jueves, pero a Elena le parece que son la vuelta al mundo y le ha dicho a esa
mujer mayor con la que hablaba que son viajes profesionales y que si eso de no
viajar ya se lo han contado a Covadonga O., y a Pilar U. “Es que es diferente”,
ha contestado la mujer mayor. “Para nada” – ha dicho Elena – “¿No es que es una
sola vocación? ¿No es que se adapta como un guante a la mano que lo usa? Para
dos viajes que hago al año y un trabajo que encuentro que implica viajar,
pienso conservarlo”.
Elena ha dicho después que no sabe
dónde puede estar el peligro si va con gente de la oficina y entre reuniones y
sesiones formativas no tiene tiempo de nada, de pecar menos. Y ha acabado con
una pregunta: “¿por qué me parece que esta obsesión no es normal?”.
Agosto 1989
Elena ha estado escribiendo en el
tren que la lleva al curso anual. Va sola, se ha sacado un billete de primera
clase sin decírselo a nadie (ni a la rejilla) y le ha dicho al cuaderno que por
primera vez tiene sensación de libertad. Se ha llevado tres libros, dos
bocadillos que se ha preparado en casa y se ha comprado una cerveza fresquita
en el bar del tren. Le ha dicho al cuaderno que se siente una reina. El lugar
al que va es El Rubín de Baeza, todo el mundo dice que es una casa muy bonita.
Enero 1990
Elena no ha estado enferma este año y
no ha dejado las bolsas en el despachito, pero le ha dicho al cuaderno que no
le encuentra ningún sentido a su vida y que estaría mejor muerta. Últimamente
escribe mucho acerca de libertad, de vivir, de hacer cosas diferentes, de poder
respirar y de morirse.
Agosto 1990
Elena ha dicho que no va al curso
anual. Que no va y que no va y que se acabó el carbón. Ha dicho que está muy,
muy cansada y que pasará las vacaciones en casa, descansando. La mujer mayor
con la que habla no ha estado de acuerdo, pero cuando Elena ha dicho “no voy a
ir y ya está, y no estoy en mal plan ni me pasa nada más que estoy muy, muy
cansada”.
Le ha dicho al cuaderno que le parece
que vuelve a vivir, sólo por ir andando hasta el Paseo Marítimo y ver el mar.
También le ha dicho que mañana irá a primera hora de la mañana, para ver salir
el sol. Parece contenta de poder hacer cosas así.
Diciembre 1990
Elena está de curso de retiro, eso le
ha dicho al cuaderno. También le ha confesado que no reza nada, nada, nada y
que disfruta como un enano escribiendo, paseando y leyendo, porque se ha traído
como cuatro libros. Que está descansando mucho y que ojalá pudiera repetir de
curso de retiro en lugar de la mierda del curso anual, eso ha dicho.
Esta noche, después de la bendición,
lo que sea eso, una mujer mayor que siempre se sienta en el mismo sitio en el
comedor ha tocado a Elena en el hombro y le ha dicho “ven conmigo”. Elena se ha
levantado y ha salido de ese lugar donde todo es silencio, y la mujer mayor le
ha dicho “vamos a acompañar al sacerdote”. El sacerdote ha salido de la
sacristía y la mujer mayor ha empezado a andar detrás de él, indicándole a
Elena que la siguiera. Así le han llevado hasta lo que debía ser su habitación,
después de que ha entrado la mujer mayor ha cerrado la puerta con llave.
Elena le ha dicho al cuaderno que
quisiera saber qué ha pasado para que de repente el cura tenga que ir entre dos
personas. Y ha terminado diciendo “No entiendo nada. Es mi vida y no entiendo
nada. ¿Y si ha pasado algo, no es mejor averiguar por qué ha pasado? Porque a
lo mejor – menos mal que nadie leerá esto – una directora que acompañaba a un
cura tenía ganas de llorar, el cura lo ha visto o lo ha oído, ha preguntado
“¿qué te pasa?”, han empezado a hablar y como los dos están muertos de hambre
desde el punto de vista afectivo, como lo estoy yo, como lo está todo el mundo,
ha pasado lo que ha pasado. Si no se reprimiera de este modo tan brutal, si
hubiera más naturalidad afectiva, esto no pasaría. Y no menciono a aquellas dos
numerarias que vi en HHH, ni a aquellas otras dos que vi en TTT, que nadie me
lo contó, que lo vi y lo oí yo cuando administraba… no se puede reprimir así el
afecto, explota por cualquier parte. Dios me ayude si alguien llegara leer eso, menos mal que el cuaderno jamás
sale de aquí”.
Marzo 1991
Elena ha estado escribiendo hasta
pasada la media noche, mañana no habrá quien la
levante. El cuaderno me lo ha contado, porque lo que es en mis páginas, cada
vez escribe menos. No me extraña, no he visto cosa más aburrida que lo que
Elena ha escrito, una y otra vez, a lo largo de todos estos años.
A lo que iba. Elena estaba en esa
reunión de todas las semanas, el círculo le llaman, y
durante ese ratito en el que hablan todas, antes de besar el suelo y rezar en
latín, una de ellas, Núria, ha dicho que no sé qué día se va a Madrid, por
trabajo. Elena, que escucha la palabra “ir”, “viaje”, “avión” o “tren” y los
ojos le hacen chiribitas, ha dicho “pues qué suerte, ¿no?” Y Núria le ha
contestado “no, ¿y si me pierdo?”. Yo estaba en la falda de Elena, he visto
perfectamente su cara de asombro y que, durante el resto de la reunión, estaba
muy lejos de allí.
Después del círculo se reunían todas
en ese lugar donde todo es silencio y que en esas ocasiones está a oscuras.
Elena se ha encerrado en un baño del último piso que casi nadie usa y se ha
quedado allí cinco minutos largos, ha asomado la cabeza y ha escuchado
atentamente a ver si se oía algún rumor y cuando ha comprobado que la reunión
esa debía haber empezado ya, ha bajado las escaleras silenciosa como un ratón,
ha cogido el abrigo y el bolso y se ha ido sin hacer ningún ruido.
No ha ido a casa. Ha empezado a
caminar, a caminar por las calles pensando en lo que Núria había dicho, y ha
llegado hasta el Paseo Colón, que por lejos lo está un rato. Luego se lo ha
contado todo al cuaderno, por eso me he enterado yo. Elena no podía dejar de
pensar en el miedo de alguien que sólo debía ir de puerta a puerta. Le ha dicho
al cuaderno que no quiere llegar a eso, que eso no es sano ni maduro, que un
ser humano adulto no puede tener miedo a perderse cuando tiene que ir a Madrid
en puente aéreo y con taxis pagados. Le ha dicho que no es el miedo a perderse,
que ella se pierde en el baño de su casa (es cierto, pobre Elena, no tiene
ningún sentido de la orientación) pero que hay circunstancias y situaciones en
las cuales el miedo es innecesario y sólo demuestra una inseguridad brutal,
enfermiza en un ser humano adulto.
El cuaderno me ha leído las palabras
de Elena: “sé que esto no es casualidad, sé que no debo olvidarlo, sé que ha
sucedido para que yo aprenda, sé que Dios ha puesto esta campanada en el
círculo de hoy para que yo la tenga siempre presente”. Y ha terminado con una
frase un poco rara: “Jesús, haz que nunca, nunca, nunca me suceda esto.
Familiarízame con aeropuertos y viajes, hazme independiente, haz que nunca
necesite de nadie y sepa seguir adelante sola, haz que no tenga miedo de hacer
las cosas normales, haz que no tenga miedo de VIVIR”.
Agosto 1991
Elena está en el curso anual. No
conocía este sitio, es un “Centro de Formación” cerca de Barcelona, en Collbató, grande más que una ciudad porque hay 3 cursos
anuales simultáneos y se junta la friolera de más de cien personas. La comunión
la dan tres sacerdotes, no digo más.
Lo hemos comentado con el cuaderno,
menos el curso anual, Elena hace de todo. Va a las clases, se sienta en la
última fila y dibuja. Tengo páginas y páginas llenas de montañas, siluetas,
árboles y pozos. Escribe. No presta ninguna atención a las otras clases y sólo
espera a que terminen para desaparecer en su habitación, le ha dicho al
cuaderno que ésa es la ventaja de un sitio tan inmenso, nadie sabe dónde estás.
Las habitaciones son enormes, muy
diferentes de las de esa casa en el pico de la montaña donde estuvimos varias
veces, y tienen radio reloj. Después de cenar la primera noche, la mujer ésta
que se sienta siempre en el mismo sitio en el comedor tocó la campanita y dijo
que para vivir el tiempodenoche – lo que signifique
eso - no se debía escuchar la radio antes de dormir. Elena llegó a la
habitación, se sentó en la cama con una sonrisa de oreja a oreja y giró el dial
hasta que encontró una emisora con música que le gustó. La puso bajita y se
durmió sonriendo y escuchando “tus ojos me recuerdan las noches de verano”.
También le ha dicho al cuaderno que
se ha dado cuenta de que sólo es cuestión de tiempo porque en su interior, la
decisión ya está tomada. Le ha dicho que está un poco asustada pero muy
contenta y que cuando regrese a Barcelona, a su trabajo y a su vida, decidirá
el cuándo y el cómo.
Noviembre 1991
Elena ha ido al curso de retiro. Le
ha dicho al cuaderno que quiere mirarlo todo con ojos nuevos porque seguramente
será la última vez que vaya a Torreciudad. No ha
rezado nada, se ha limitado a sentarse en el último banco y a poner cara de
estar atenta, escapándose a su habitación en cuanto puede para leer, escribir o
dibujar. Un par de veces ha vuelto a acompañar a alguien que acompaña al
sacerdote y se le escapaba la sonrisa.
Diciembre 1991
Elena ha ido a hablar con un
sacerdote a un sitio diferente, donde nunca habíamos estado antes. Ha sido todo
un poco raro, porque la sala era bastante grande y el sacerdote se ha sentado
en una punta y Elena en la otra, con la puerta abierta de par en par, así que
cualquiera que pasara por ahí se ha enterado de todo. El sacerdote le ha
preguntado si había alguien, Elena le ha dicho que no, y él ha preguntado “y
entonces, ¿por qué?”. Yo estaba en el bolso de Elena y, palabra, pensé que
nunca dejaría de hablar. Es una buena cosa que después se lo haya contado todo
al cuaderno, yo no hubiera podido acordarme de todo.
“Porque no puedo más de tener que
consultarlo todo. Porque no puedo más de no poder hacer jamás nada. Porque no
puedo más de no poder hacer ni un simple plan que no sea apostólico. Porque,
hablando de esto, no creo en el apostolado y en el proselitismo menos. Porque
no creo, de ninguna manera, que cumpliendo todas las normas y no viviendo el
“tuve hambre y me disteis de comer” me salve, así por las buenas. Porque he
dejado de creer en todo lo que he creído hasta ahora. Porque he visto demasiada
gente enferma, castrada, infantilizada hasta lo enfermizo y si quiere le cuento
lo de la que se fue en puente aéreo a Madrid y tenía miedo a perderse. Porque
me siento encorsetada. Porque no puedo estudiar porque alguien lo ha dispuesto
así sin tenerme en cuenta. Porque no hay ningún mal en vivir el cristianismo de
otra manera y elopusdei no es ni la única ni la
mejor, sólo es una más. Porque no creo en esa pretendida aristocracia a la que
pretendemos pertenecer cuando no hacemos nada, nada, nada por los demás.”
El sacerdote no ha dicho nada. Nada
significa nada. Se ha levantado, le ha hecho una señal a Elena para que se
arrodillara y ha dicho “Que el Señor te bendiga y te guarde. Que haga
resplandecer su mirada sobre ti y tenga misericordia de ti. Que su mirada
brille sobre ti y te dé su paz”. Y se ha ido. Elena le ha contado al cuaderno
que le parecía que el sacerdote asentía a todo lo que ella iba diciendo. Ha
sido todo un poco raro, porque mira que no decir nada después de todo lo que
Elena ha soltado…
Marzo 1992
Por primera vez desde 1978 Elena no
escribe nada en mis páginas, ni me lleva con ella. Lo último que escribió fue “Libre.
Por fin libre”.
Me ha contado el cuaderno que ayer
Elena fue al Corte Inglés y se compró tres pares de pantalones. Y hoy ha ido a
ver a un notario y le ha dicho que quería hacer testamento. El notario ha
redactado el testamento y luego ha dicho algo así como “enterada por mí de su
derecho a leer este testamento, derecho al que renuncia...” en este punto Elena
le ha interrumpido y ha dicho “Notario Clavera, yo no he renunciado a nada, es
más, quiero leer el testamento antes de firmarlo”. El notario se la ha quedado
mirando y ha dicho “es sólo una formalidad que se dice siempre, pero en fin…
lea, lea”. Y cuando Elena ya había firmado y ya se iba, el notario le ha dicho
“perdone, ¿a qué se debe que quisiera leerlo por usted misma?” Y Elena le ha
contestado “¿recuerda usted “El Alcalde de Zalamea”, “jamás pedí a nadie que
haga / lo que yo me puedo hacer”? Pues eso. Nadie hará por mí lo que yo pueda
hacer sola, nadie decidirá por mí a partir de ahora”. Y entonces el notario le
ha dicho “no habrá usted dejado el opusdei, por
casualidad”. Elena se ha quedado muy parada y el notario ha sonreído. “No
creería cuánta gente viene a hacer testamento después de dejar el opusdei. Diría que es lo primero que hacen. Bueno, señora,
pues buena suerte”.
Julio 1992
Elena ha escrito en el cuaderno
“Jesús, gracias porque he podido ver la inauguración de las Olimpiadas sin
tener que consultar”.
Y ha escrito algo más: “Don Jesús J,
el sacerdote de la delegación con el que fui a hablar en diciembre, ha dejado laobra. Según me han contado, “porque no podía más con los
problemas de la sección femenina”. Ojalá pudiera encontrarle, dicen que está en
Madrid. Mañana llamaré al obispado, a ver si alguien me da razón.”
Julio 1993
Elena ha escrito en el cuaderno “mis
últimas palabras antes de volar, por primera vez, sola a Estados Unidos. Jesús,
GRACIAS.”
Julio 1995
Elena ya no escribe ni en el cuaderno
ni mucho menos en mis páginas, pero nos ha guardado en una caja y de vez en
cuando nos lee, a ambos. Lo hemos comentado con el cuaderno, siempre sonríe.