Raimon Pánikkar, In Memoriam.
Jacinto Choza,
Universidad de Sevilla.
Mi primer encuentro con Raimon Panikkar tuvo lugar en Brighton, en 1988, durante el XVIII
Congreso Mundial de Filosofía. Me lo presentó su mujer, María González Haba,
con la que coincidí casualmente en el autobús que nos llevaba desde el palacio
de congresos a una recepción en un hotel. Me preguntó de qué universidad venía
y al responderle que de la de Navarra, me respondió:
- Entonces
seguramente conocerás a mi marido.
- ¿Y quién es
tu marido?
- Raimon Panikkar
- Pues... no le
conozco personalmente pero me encantaría, por tantas cosas como sé de él.
Minutos después nos presentó en el
bar.
- Hola, ¿cómo
estás? ¿Tú eres Raimundo Panikkar?
- Sí.
- Pues si tu
eres Raimundo Panikkar, yo tengo contigo una relación
quasi abuncular.
- ¿A sí?, ¿por
qué?
- Porque mi
maestro es Leonardo Polo, y Polo siempre dice que su maestro fuiste tú. Que su
maestro eres tú.
- Ah, ¿eso dice
Leonardo Polo?
- Sí, eso dice.
- No me
imaginaba que él pudiera decir eso.
- Pues sí. Lo
dice.
Hablamos algún rato más sobre asuntos
circunstanciales y nos despedimos. Pero luego volví a hablar con su mujer e
hicimos buenas migas. Nos quedamos las direcciones y cuando volvimos a España
ella me mandó por correo una novela suya de la que me habló y en la cual
relataba la vida de Raimon. “El nuevo Siddhartha”, cuya autora era Gundisalva, y que había publicado la editorial Obelisco en
1986.
Quedé muy impresionado por la lectura
de las 214 páginas que tenía la novela. Sabía que Panikkar
había tenido una vida muy dura, que había pertenecido al Opus Dei, y que lo
había pasado muy mal en sus relaciones con la institución. Después le escribí diciéndole
que la novela me había impresionado mucho, y que, sobre todo, me impresionaba
que apenas le quedaban cicatrices de las heridas, sino, a lo más, algunas
señales muy limpias. Mi carta era muy discreta, porque entonces yo pertenecía
también al Opus Dei, y no quería levantar malos recuerdos ni malos sentimientos
en Raimon. Me contestó agradeciéndome mi cordialidad y mis palabras “de
prudente antropólogo”.
A la vuelta de Brighton le comenté a
Polo que había hablado de él con Panikkar.
- Alguna vez le
he escrito, pero no siempre me ha contestado... Sí. Yo estudiaba derecho, y
después de conocer a Panikkar me decidí por la
filosofía.
Años más tarde Juan José Padial, un discípulo de Polo de la Universidad de Málaga,
que puso en marcha el Instituto de Filosofía Leonardo Polo y abrió una web para
eso, me comentó que hasta la muerte de Panikkar Polo
había mantenido contacto con él y se habían intercambiado escritos.
Unos años después, en 1998, nos
volvimos a encontrar en Sevilla, en un congreso de Ciencias de las Religiones,
en el que él pronunció la conferencia inaugural. Entonces yo ya había dejado de
pertenecer al Opus Dei, me había casado recientemente y disponía de un hogar
familiar. Fui a escucharle. Él sabía que yo había dejado también la
institución. Le invité a comer a casa y vino encantado.
La que fue mi mujer preparó una comida
especial. Cuando llegamos él y yo, después de haber pasado unas buenas horas
paseando por el Parque de María Luisa, ella le dijo que había preparado una
comida suave y delicada porque suponía que él no comería carnes fuertes o cosas
así. Y le preguntó abiertamente.
- Yo como de todo. Siempre. De lo que
haya. A lo largo de mi vida he aprendido que hay una cosa más triste para uno
que ser esclavo de sus vicios, y es ser esclavo de sus virtudes.
La comida fue muy grata. Durante la
conversación surgió la pregunta de cómo una persona con su formación podía
haber llegado a integrarse en el Opus Dei.
- Mira, es que en el año 40, en
Barcelona, nadie sabía nada del Opus Dei, porque en esos años el Opus Dei no
era todavía nada.
- Claro. Es verdad.
En las horas de conversación de
aquellos días en Sevilla, puede comprender y aclarar algunas cosas de su vida y
de la mía.
Raimon Panikkar
había nacido en Barcelona, de un matrimonio de hindúes que habían inmigrado con
una respetable fortuna que habían invertido y habían hecho rendir muy bien en
la Cataluña de principios del siglo XX. Cuando le llegó la edad de iniciar los
estudios universitarios decidió llevarlos a cabo en Alemania, y se marchó a centroeuropa dispuesto a cursar las carreras de química y
de teología, que fue lo que efectivamente hizo.
La guerra civil española le cogió en
Alemania, y allí permaneció realizando sus estudios mientras se desarrollaba la
contienda. En el verano de 1939, cuando acabó el curso, se vino en bicicleta
desde Munich a Barcelona, y tomó contacto de nuevo
con España. Antes de que empezara de nuevo el curso estalló la Segunda Guerra
mundial, y se quedó en España que por entonces resultaba un lugar más
tranquilo.
Entonces conoció a alguien que le
habló de unos ideales de vida cristiana en medio de las ocupaciones
profesionales ordinarias, del proyecto del Opus Dei, y pasó a formar parte de
la institución como una manera de realizar unos ideales que él ya tenía. Como
ya tenía estudios teológicos, a mediados de los años 40 se ordenó sacerdote y
pasó a ser capellán del Colegio Mayor Moncloa, el primero que el Opus Dei abría
en la ciudad de Madrid.
Desde muy pronto, la predicación de Panikkar en el colegio mayor adquirió fama entre los
estudiantes de la Complutense, que iban cada semana a escucharle a la capilla
de aquella residencia.
Su fama empezó a parecerle excesiva a
Escrivá, el fundador del Opus Dei y su superior hasta el momento de su muerte
en 1975, y con su colaborador Álvaro del Portillo decidieron sacar a Raimon de
Madrid para que no entorpeciera con su impronta personal el desarrollo de la
institución. Lo enviaron a Valladolid, y allí volvió a suceder lo mismo pero
con mayor alarma para la directiva de la institución. La espiritualidad de
Raimon arrastraba a muchas personas, pero además, como por sus estudios había
conocido a buen número de teólogos alemanes y, en general, europeos, mantenía
con ellos una correspondencia y unas relaciones que le convertía en el mejor
intermediarios entre la Conferencia Episcopal española de comienzo de los 50 y
los teólogos de la Europa que se reponía de la guerra.
Cuando más tarde conocí a Ramón Rosal
y tuve ocasión de leer su
libro sobre el naufragio y reconstrucción de un proyecto vital, supe
hasta qué punto Panikkar era un líder intelectual para
todos los que pertenecía al Opus Dei en los años 50 en España.
- Cada vez que
llegaba nos sentábamos a escucharle, me contaba Ramón Rosal con una sonrisa
nostálgica. Era un poco visionario... pero siempre nos gustaba mucho oírle.
A mediados de los 50 ya había llegado
a la sede de Pedro Juan XXIII, y había tomado la decisión de convocar un
concilio ecuménico. La preocupación de Juan XXIII por el ecumenismo le llevó a
buscar colaboradores con caracteres muy diversos, y, entre ellos, teólogos que
tuvieran experiencia y relación con otras religiones. Entre ellos se contaba
Raimon Panikkar, teólogo católico, hindú de raza y
buen conocedor de la lengua, la cultura y las tradiciones hindúes.
No les agradaba a Escrivá ni a Del
Portillo esa sintonía del Panikkar y el Vaticano, y
no les agradaba la cercanía de Panikkar a los que se
iban acercando al Opus Dei en España. Entonces decidieron encomendarle la
misión de comenzar las tareas de implantación y desarrollo del Opus Dei en la
India.
Raimon Panikkar
se fue a la India y allí siguió desarrollando sus tareas pastorales y
teológicas. Pero el Concilio estaba para empezar y los trabajos preparatorios
se hacían más apremiantes y más amplios. Raimon Panikkar
fue llamado una y otra vez al Vaticano para realizar esos trabajos y para
participar en comisiones de redacción de documentos. Esos viajes empezaron a
ser entorpecidos por Escrivá y Del Portillo primero, y abiertamente prohibidos
después. En 1962, y debido a problemas graves de salud, Romano Guardini tuvo que retirarse de la docencia en su cátedra de
Teología de Munich, y Raimon Panikkar,
que hubiera sido su sucesor natural, permaneció confinado en la India. En Munich, Panikkar tampoco gozaba
de las simpatías del decano de la Facultad de Teología, Michael Schmaus, que ya había vetado a uno de sus más brillantes
estudiantes, el joven Joseph Ratzinger, la presentación de su tesis doctoral
sobre la teología existencial de Guardini. En esa
situación, y requerido por el Vaticano, Raimon tuvo que realizar algunos de
esos viajes en la clandestinidad, trasladándose de la India a Suiza sin entrar
en Italia.
Empezó el Concilio Vaticano II y se
clausuró el 8 de diciembre de 1965. Para entonces ya había muerto Juan XXIII y
ya le había sucedido Paulo VI, que mantuvo con Raimon Panikkar una relación más estrecha que su predecesor.
Una tarde de 1967, después de la
comida, en una tertulia en la sede central del Opus Dei en la calle Bruno Buozzi, 73, en Roma, Escrivá nos contó al centenar de
estudiantes que cursábamos allí licenciaturas en filosofía, teología, derecho
canónico o pedagogía, que había ido a ver al Santo Padre y le había pedido que
incapacitara para el ejercicio sacerdotal a Raimon Panikkar.
- He hablado
con el Papa y le he pedido que reduzca al estado laical a vuestro hermano
Raimon Panikkar. Hace dos días estuvo en un programa
de la televisión italiana, vestido con la túnica de los monjes budistas y
hablando de lo que piensan y viven “noi hinduisti” (nosotros los hinduistas). Pues si eres hinduista
no eres católico. Porque no se puede ser hinduista y católico. No hace más que
generar confusión.
Cuando le contaba esto a Panikkar, en el parque de María Luisa de Sevilla, se quedó
muy sorprendido.
- Ah, ¿eso
dijo?
- Si, eso.
- Bueno, yo sabía
que había ido al Vaticano a pedir mi inhabilitación canónica, pero no que lo
había hecho por eso, ni que os lo había contado a vosotros así.
- Y, ¿cómo te
enteraste?
- Porque me lo
contó Paulo VI. Fue a pedirle eso y Paulo VI le dijo: mire usted, Raimon Panikkar no plantea ni ha planteado nunca ningún problema
en la Iglesia, de manera que si ustedes tienen problemas con él resuélvanlo
entre ustedes, pero no impliquen a la Iglesia porque la Iglesia no tiene
problemas con Panikkar.
- Caramba,
Raimon, entonces... tu sí que tenías las espaldas bien cubiertas...
-
¿Cubiertas...?, ¿... por quién?
- Pues por el
Papa.
- Hombre...
bueno, es que mirándolo así...
- Pues no sé cómo
quieres que lo mire…
Y Panikkar
se quedaba sorprendido con ese brillo de admiración e ingenuidad en la mirada
que se les queda a las personas que habitan intelectualmente en las mayores
honduras siderales y no se percatan de aspectos obvios de la convivencia
cotidiana.
El caso es que después del Concilio Panikkar fue dimitido del Opus Dei, y entonces se
desarrolló al máximo su carrera de profesor de teología y de ciencias de las
religiones, especialmente en las universidades de Estados Unidos, pero también
en las de Europa y sin dejar sus contactos con Asia.
- Luego me casé
con María. Con más 60 años. Como puedes comprender, cuando uno se casa a esa
edad no lo hace porque le abrase ningún fuego.
- Claro... ¿y
luego?
Luego, creo que fue el propio Del
Portillo el que gestionó su traspaso e incardinación en un rito oriental en el
que se permitía casarse a los sacerdotes, para que su situación no produjera
escándalo.
María era una mujer animosa y
emprendedora, extremeña, de familia con inquietudes intelectuales. Su hermana
también había hecho carrera como novelista, y ella se había centrado en la
teología y la filosofía, trabajando desde joven en el ámbito de la teología en
el CSIC en Madrid, donde había conocido a Raimon.
Después de casarse, y dado lo avanzado
de la edad de ambos, se plantearon adoptar un hijo, y adoptaron dos. Pero
hindúes, y en la India. Ese propósito tenía la dificultad añadida de que los
costes se elevaban por encima de sus posibilidades.
- Pero,
Jacinto, me contó María, entonces se me ocurrió una cosa. ¿Sabes qué hice?
Compré un décimo de lotería, y me fui a encararme con Escrivá y le dije: mira,
tú has estado trabajando mucho tiempo con Raimon, tú lo conoces, tú le debes
cosas... ayúdanos a adoptar a los hijos... Y cuando se celebró el sorteo, mi
décimo fue premiado con la cantidad de dinero exacta que necesitábamos para
viajar a la India y traernos a los niños.
Mientras me lo contaba Raimón me miraba con una mirada y una sonrisa muy difícil
de definir. Como entre enigmática, divertida, resignada y casi satisfecha. Es
muy difícil imaginar una sonrisa así, y también describirla, pero creo que era
bastante así.
Ya en los años 90 Raimon se retiró de
la docencia universitaria, regresó a Cataluña y se instaló en Tavertet, Allí creó un centro de estudios y de meditación,
se incardinó en la diócesis de Vich (aunque al obispo no le resultaba
especialmente satisfactorio) y creó una fundación. Hacía comentarios del
evangelio en un programa de Radio Barcelona que escuchaba mucha gente, decía
una misa dominical en Tavertet a la que acudía mucho
público de la capital, y en las grandes solemnidades subía a Montserrat y
concelebraba con el Abad y los demás sacerdotes, (que sí encontraban
satisfactoria su compañía).
En el año 2000 celebramos el III
Congreso Internacional de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica
(SHAF) en la Universidad de Barcelona. Entonces yo era el presidente de la SHAF
y Octavi Piulats era el
secretario, y le tenía mucha admiración a Raimon Panikkar.
Insistió en que había que conseguir que diera la conferencia inaugural del
congreso, y después de alguna conversación con él aceptó. Fuimos a Tavertet a recogerlo y nos dio la conferencia, que se
publicó en las actas del congreso en la revista Thémata,
y luego lo volvimos a llevar a su casa.
- Jacinto,
estoy dedicado a un trabajo... tremendo... Eso de poner por escrito en papel
las cosas que uno ha vivido... ahora, al final... y no sabe uno si va a tener
tiempo...
Desde su regreso a España en los 90
hasta su muerte en 2010, sus obras fueron apareciendo en editoriales españolas
y en reediciones, una tras otra, y se fueron difundiendo en la península.
En 2003 publiqué “Metamorfosis
del cristianismo. Ensayo sobre las relaciones entre religión y cultura”,
y le mandé un ejemplar a Raimon. Me contestó a los pocos días enviándome otro
libro suyo y una carta.
Había recibido el libro, lo había
abierto, había comenzado a leerlo y no había podido parar hasta terminarlo.
Allí estaba la tesis que él había mantenido siempre, y a la que había dedicado
también un libro que me enviaba. La clave de toda religión es el culto. Esa era
también la tesis de Guardini.
Luego nos intercambiamos algunas
cartas y algunos escritos. En primavera de 2010 coincidí en Cuenca, en unas
jornadas sobre ateos y creyentes, a Agustín Panikkar,
el hijo de su hermano Salvador, que había fundado años atrás la editorial Kairós en Barcelona.
Le conté buena parte de estos
episodios que refiero y me comentó:
- Pues esas
cosas yo no las sabía... y creo que no las sabe nadie...
- Bueno, no te
preocupes, ya las escribiré en su momento... ¿y cómo sigue él...?
- Pues...
viejito... viejito... cada vez más apagado... va en silla de ruedas...
- ¿Y la
cabeza... la tiene bien...?
- Sí, sí. Muy
bien. Pero cada vez más apagado.
Cuando en agosto de 2010 me enteré de
la muerte de Raimón Panikkar,
casi a la vez que la de mi compañera y amiga de la facultad de filosofía de
Sevilla Isabel Ramírez, me sentí mal. Como con un golpe entre la boca del
estómago y el corazón. Experimenté una especie de orfandad, como una orfandad
que nos afectaba a mucha gente. Yo me quedaba sin uno de mis puntos de
referencia clave para pensar el cristianismo, la religión, y mi tiempo. Pero
sabía que eso le pasaba a más gente.
No sé cuántas líneas genealógicas
arrancan de Raimon Panikkar. En la India, en Italia,
en Alemania, en Estados Unidos, en la fundación de Tavertet,
a través de sus hermanos, sobrinos e hijos adoptivos. Sólo sé un poco de la que
sale de su discípulo Leonardo Polo. Así como Polo se confiesa discípulo de Panikkar, también se confiesan discípulos de Polo Eugenio
Trías en Barcelona, Ignacio Falgueras, Juan García y
Juanjo Padial en la Universidad de Málaga, Fernando Sellés en la Universidad de Navarra, Hector
Esquer en la Universidad Franco-Mexicana de México DF, y me costa que muchos
más cuyos nombres no he retenido.
Personalmente creo que Raimon Panikkar es el más importante de los pensadores españoles
del siglo XX. Y cuando afirmo esto pienso en su comparación con Ortega y con Zubiri, a los que consideramos los más grandes del siglo XX
(yo también los considero así). En un congreso internacional de filosofía de
los años 60, en que intervinieron destacadas figuras de la filosofía mundial
del momento, Jean Paul Sartre entre otros, alguno de los asistentes me comentó
que Panikkar había eclipsado por completo a Sartre.
No me cabe la menor duda. En alguna ocasión se propuso a Panikkar
como candidato para el premio Príncipe de Asturias, y quizá para algunos otros.
Ignoro si se propuso más veces. Los premios se proponen y se logran cuando a
una cierta grandeza (que no hace falta que sea excepcional y que puede ser
discutible) se suma una oportunidad y necesidad política (que sí hace falta que
sea intensa). El tiempo histórico suele ser con frecuencia más acertado y más
justo que los jurados de los premios, y confío en que con Raimon Panikkar lo será.
Que yo sepa no han aparecido volúmenes
de alguna edición de sus obras completas. Tampoco sé si ese proyecto está ya en
marcha. Si lo inició él o lo han iniciado sus discípulos en Tavertet.
Me gustaría terminar con un pequeño apunte de su pensamiento.
Panikkar es
un filósofo y un teólogo. Por tanto no es un especialista en nada, ni en
cosmología, ni en historia del cristianismo ni en hinduismo. Por supuesto es
especialista en todo eso, y en algunas cosas más. Pero sobre eso y sobre todo,
es un filósofo y un teólogo, y por tanto su tema de reflexión y de análisis es
el conjunto, el todo.
Sus primeras publicaciones versan
sobre cosmología, y ahí es reconocido y citado por los estudiosos. Tomó parte
en la polémica sobre el humanismo desencadenada en Europa a partir del libro de
Maritain “Humanismo integral” de los años 30, el de
Sartre “El existencialismo es un humanismo”, el de Heidegger “Carta sobre el
humanismo” y el de Merleau-Ponty “Humanismo y terror” de los años 40, con su
libro “Humanismo y cruz” en los años 50. El debate continuó con otros libros de
Adan Schaff, Garaudy y Marcuse, y concluyó de algún modo con el libro de
Foucault “Las palabras y las cosas”. Pero nunca abandonó ese tema y a partir de
los 80 trabajó en su visión “cosmoteándrica” en la
que diseñaba la unidad del mundo, el hombre y Dios en una perspectiva
existencial.
A partir de los años 60 empiezan a ser
frecuentes sus publicaciones sobre temas religiosos y teológicos, y a partir de
los 80 las publicaciones sobre religiones orientales y budismo, frecuentemente
en su relación con el cristianismo. De entre esos libros me parecen
excepcionales “El silencio de Budha. Introducción al ateísmo religioso”, y “La plenitud
del hombre” que es la exposición de su cristología, ambos publicados en España
por la editorial Siruela.
En el primero de ellos, Panikkar lleva a cabo una des-ontologización
de Dios, tal como había propuesto Heidegger en los 60, y que ha sido emprendida
después por otros autores, entre ellos Jean Luc
Marion. Dios puede ser pensado al margen del modelo teórico griego del ente, e
incluso al margen de los principios griegos de ser y ente, es decir, puede ser
pensado independientemente de la diferencia ontológica, y de hecho así ha sido
pensado en la tradición hebrea y en la tradición budista, y ha sido nombrado y
expresado de otros modos. Si se analizan esos modos se puede percibir una
correspondencia homeomórfica, como Raimon la llama,
entre los rasgos de la divinidad tal
como se piensan en unas y otras tradiciones.
Realizados estos análisis, se puede
hacer resaltar la correspondencia entre la segunda persona de la trinidad
cristiana, el Hijo, el Logos, con la sabiduría del dios hebreo, hindú, e
incluso, con la sabiduría del Uno neoplatónico y del paganismo politeísta
griego. De esta manera Panikkar puede señalar la
convergencia de las diversas religiones en relación con Dios, en relación con
la sabiduría de Dios, y en relación con las manifestaciones de esa sabiduría en
la creación y en el hombre.
La gran diferencia entre las demás
religiones y el cristianismo es que el cristianismo ha concentrado su relación
con Dios y con la sabiduría de Dios a través de la encarnación histórica de esa
sabiduría en un ser humano, en el hombre Jesús, el Cristo. Pero, señala Panikkar, Jesús no es la única posibilidad de relación con
la sabiduría de Dios, ni tampoco con Dios. De hecho, el prólogo del evangelio
de Juan es un cántico al Hijo, al Logos, tal como se concibe en la tradición
neoplatónica o en la tradición hindú. Jesús aparece después, porque Jesús no es
coeterno ni consustancial con el Padre. Y no lo es porque, además de ser hijo
del Padre, también es hijo de María.
Si el cristianismo negara la
posibilidad de otro acceso al Logos y a Dios que no fuera Jesús, estaría
incurriendo en una especie de historiolatría, afirma
Raimon, lo cual, por lo demás, es algo muy propio de la cultura occidental
moderna.
La plenitud del hombre, la cristología
de Panikkar, es un libro en el que se colocan en tres
columnas, primero, lo que dice de Cristo la teología dogmática cristiana, tal
como quedó básicamente elaborada por Tomás de Aquino en la Suma Teológica, con
sus categorías propias, en segundo lugar, lo que dicen Juan de la Cruz y Teresa
de Jesús en sus descripciones existenciales de su relación con el Hijo, con
Cristo, y con su Padre, de modo que pueda percibirse la correspondencia entre
las categorías de la ontología clásica, y las expresiones existenciales del
lenguaje ordinario, y en la tercera columna, lo que dice del Logos la tradición
hindú con sus categorías propias, para que pueda percibirse la correspondencia
de éstas con las de la ontología clásica occidental y con las categorías
existenciales del lenguaje ordinario.
Seguramente no se puede
hacer más, de un modo más respetuoso y más adecuado, por la unidad de las
religiones y por la convergencia de las culturas en cuanto a su concepción de
Dios. El trabajo de Panikkar abre un horizonte muy
prometedor para el encuentro entre las religiones a nivel dogmático, pero
también a nivel existencial y de culto. Porque las afinidades señaladas a nivel
dogmático también pueden señalarse a nivel de las manifestaciones de la
divinidad en el cosmos y en las comunidades humanas. Esa convergencia y armonía
es una de las posibilidades que se abre
desde la concepción cosmo-teo-ándrica propuesta en la
obra que Raimon Panikkar realizó a lo largo de su vida, y que pudo
legarnos bastante elaborada en el momento de su muerte.
Jacinto Choza