Me fío de la Caridad

Elioenai, 21 de febrero de 2011

 

 

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él»

1'Jn 4, 16

 

Estimado Horizontes:

 

Preguntas por qué un católico puede fiarse de OpusLibros. Respondo a tus preguntas y también me hago algunas en voz alta porque tal vez pronuncie en ellas las dudas de tantos católicos que no encuentran cómo resolver la contradicción doctrinal en la que redunda practicar una espiritualidad del Opus Dei cara a la doctrina de la Iglesia Católica. Advierto que esto no pretende ser un escrito profesional, sino las palabras de una católica que intenta pensar su fe a la luz del Amor.

 

No es necesario fiarse de OpusLibros. Yo apoyo la tarea de OpusLibros pero no me fío de OpusLibros. Me fío de la Caridad, donde quiera que se viva.

 

¿Dónde se vive mejor la Caridad: en una institución que se autoproclama a sí misma como "Obra de Dios" sin ser una obra de Amor; atropellando a diestra y siniestra a las almas con su mal llamada espiritualidad, sacando adelante su labor exclusivamente por interés institucional y no por interés en salvar a las almas como objetivo primordial... o en la iniciativa de unas personas que altruistamente —por lealtad a la Verdad y por Caridad cara al Dios en el prójimo— que hace accesible a cualquiera los documentos que el Opus Dei expresa y temerariamente oculta a la Iglesia?

 

Cuando el papa Benedicto XVI habla de la caridad como tarea de la Iglesia nos dice: “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad laical a la Iglesia Particular, hasta abarcar a la Iglesia en su totalidad.” (Deus Caritas est). Más adelante también habla de los elementos de la caridad cristiana y eclesial: “¿Cuales son los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial?”

 

La primera: “Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata a una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.”

 

“Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención solo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo no sea un mandamiento por así decir impuesto desde afuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por caridad.”

 

No podemos olvidar, estimado Horizontes, que cualquier obra que se llame a sí misma “Obra de Dios” le corresponde hacer una obra de Amor, como lo recuerda el evangelio a todos los cristianos: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.»

 

Cara al primer elemento de la caridad cristiana que enseña el papa, el espíritu del Opus Dei no es cónsone a la enseñanza de la Iglesia Católica, puesto precisamente se distinguen, y además lo enseñan como santidad en medio del mundo, en lo que el papa enseña que no es compatible con la caridad cristiana: en realizar con destreza lo más conveniente en cada momento. Al Opus Dei le aplica con especial gravedad la formación del corazón necesaria para hacer —vivir— una obra de Amor, pero una vez más su espíritu insiste en enseñar lo opuesto a la enseñanza de la Iglesia: definen la santidad en medio del mundo como la clausura del corazón a los demás. ¿Cómo se le abre el corazón a Dios y se le cierra con siete cerrojos a las almas que dicen estar llamados a santificar en medio del mundo? En la charla 28 del Apartado III del Programa de Formación Inicial que proveen a toda vocación —trata el tema de la castidad— enseñan:  2. El cuerpo humano también está llamado a participar de la bienaventuranza del Cielo donde será revestido de inmensa gloria. Para eso es preciso santificarlo ya aquí en la tierra; espiritualizarlo de algún modo, sometiéndolo al imperio de la razón iluminada por la fe. Así también el cuerpo interviene eficazmente en la santificación del alma: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Por eso hemos de guardar el corazón con siete cerrojos, llenarlo de Amor, con mayúscula, para que ningún afecto se desordene.” Sin embargo, no es posible hablar de un cuerpo humano si se le clausura el corazón. Necesariamente se ama a los demás como se ama a Dios; al clausurar el corazón a los demás también se le clausura a Dios.

 

La gracia no se concede para guardarse, sino para volcarse a los demás. No es gracia santificante la que se vive al vivir el espíritu del Opus Dei. No sé cual sea, pero del Amor no es. El Amor no clausura el corazón sino que lo transparenta al guardarlo en sí, como tampoco le niega las manifestaciones de cariño propias de un ser humano porque el Amor humaniza de mismo modo que diviniza: a más cerca de Dios, más entrañable se hace la humanidad del corazón. Las manifestaciones afectivas propias de cariño humano (abrazos, besos, ternura, dar del propio dinero a un amigo en necesidad sin necesitar de pedir permiso a nadie antes de hacer una obra de caridad vista en consciencia) no son incompatible con el celibato, que fructifica la caridad precisamente en la fertilidad de su corazón, pero sí con cualquier espíritu que clausure el corazón al prójimo porque vuelve necesariamente impotente —la esteriliza— una vocación capaz de fructificar el ciento por uno al negarle la posibilidad de cultivar la fertilidad de corazón propia del célibe. La quiebra interior que conlleva a cualquier alma semejante espiritualidad es sencillamente devastadora.

 

El Amor siempre permanece abierto a la vida. En primerísimo lugar, a la vida del corazón, que si no los hijos se tienen por interés institucional, no como don.

 

La Iglesia —y a los cristianos que pertenecen a ella— tiene el deber de “abrir al otro” su corazón al vivir la caridad. A quienes sostienen esta página —como administradora, apoyo, compartiendo sus experiencias o sencillamente su opinión— aunque parezca que les mueve el odio, escriben porque han contemplado el deber de advertir a otros el daño que produce una espiritualidad como el Opus Dei. Esto, estimado Horizontes, no es fácil comprenderlo con mirada dogmática. No digo que tú la tengas, pero me consta que en el Opus Dei campea a sus anchas. Se juzga a alguien por expresarse mal, por despotricar, por tener mal espíritu… en definitiva, por vivir con el corazón más abierto a la doctrina del Amor que a la doctrina del fundador. Se mina la credibilidad de quienes “critican” al Opus Dei por no fiarse de la santidad de Juan Pablo II —esto no lo digo solamente por ti, ya lo he escuchado en conversaciones de cafetería de miembros de la institución— sin reparar en la disposición del corazón de quien que se expone al dolor de palabrizar cuanto ha vivido dentro de la institución.

 

Están tan acostumbrados a saltarse a la torera el corazón de los demás que la insensibilidad les ciega. Esto es muy importante, estimado Horizontes, porque redunda en que el Opus Dei solamente es capaz de pronunciarse desde lo institucional, mientras que quienes cuestionan sus tácticas sectarias, por decir un ejemplo que comparten la mayoría de los católicos —en las diócesis es patente que el Opus Dei es una minoría que se impone a sí misma como mayoría— hablan desde la caridad propia de la Iglesia universal. El deseo de hacer públicos los vademécums que han ocultado a la Curia —que no todos ignoran cuanto les han ocultado, pero todo tiene su momento bajo el Cielo…— y su praxis empresarial que mal definen como espiritual es una manifestación legítima, necesaria y saludable de la caridad que alimenta a la Iglesia en la pasión del Amor que se perpetúa en ella.

 

En cuanto el Opus Dei insiste en cerrar su espíritu a la Iglesia, se desprende De ella para perseguir sus propios fines. ¿Acaso el Cielo no es testigo de la mentira que se proclama en nombre del Dios que es Amor? ¿Acaso puede proyectarse como ser lo que no es?

 

El segundo elemento que el papa enseña como esencia de la caridad cristiana es que “la actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías.

 

Te contaré una experiencia real: un sacerdote de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz se acercó a un empleado de seguridad de una obra corporativa del Opus Dei y le preguntó cuál era el puesto más alto al que ambicionaba llegar en su desempeño profesional dentro de la obra corporativa en cuestión. El empleado le respondió que puesto que el lo que sabía hacer era lo mismo que hacía, a lo más que aspiraba era a ser jefe de seguridad. Entonces el sacerdote le da una palmada al hombre y le dice que allí (en la obra corporativa) solamente asciende quien se hacía miembro del Opus Dei, así que le pregunta qué opinaba al respecto, refiriéndose a su “ascenso”. El hombre, que es muy genuino, le preguntó al sacerdote de qué color era el cenicero, y el sacerdote le respondió que negro. “Pues eso. Lo negro es negro.”

 

¿Por qué una espiritualidad católica que dice santificar a las almas en medio del mundo de hecho sirve al poder de una institución cuya tarea sistemática no es la caridad?

 

Esta es una anécdota de las tantas que demuestran el partidismo institucional que practica el Opus Dei, en oposición diametral a la doctrina que enseña la Iglesia respecto al ejercicio de la caridad.

 

Más adelante dice la encíclica: “quien en una situación de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad —afirma [la teoría del empobrecimiento]— se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a la caridad como un sistema conservador del status quo. En realidad, ésta es una filosofía inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro [el Cielo, dice el Opus Dei, olvidando que tanto el Cielo como el infierno comienza a vivirse en esta tierra, y quien vive en el Amor puede ser muy feliz incluso al sufrir porque jamás padece de ese vacío interior tan típico de los miembros del Opus Dei que solo saben pronunciarse institucionalmente], un futuro cuya efectiva realización resulta por lo menos dudosa. La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa de un cristiano —el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia.”

 

Si  me tomo el tiempo de escribir estas palabras es porque pienso que donde más se necesita amor dentro de la Iglesia es en el Opus Dei. La pederastia espiritual que practican tiene que acabar cuanto antes y ser recordada como una gran una lección para toda la Iglesia: cuidado con clausurar el corazón en uno mismo —la institución misma—, porque el mal del hombre se engendra en su corazón, no en su porte exterior y no volcar gratuitamente en los demás nuestro don fulmina a la caridad. Les gusta insistir —a diestra y siniestra— en que los que escriben de sus experiencias traumáticas en la Obra son enfermos que no saben perdonar, pero no ven que es de enfermos terminales olvidarse de una herida sangrante: lo humanamente saludable es atenderse las heridas, no ocultarlas. Aunque perdonar es una disposición que depende de cada cual, la reconciliación con el Opus Dei de muchas almas no se dará hasta que su espiritualidad no comulgue de hecho con la Iglesia. Muy pocos ven que la espiritualidad del Opus Dei es una herida que desangra a raudales el corazón de la Iglesia.

 

El tercer elemento que el papa enseña como elemento esencial de la caridad cristiana es que “la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito: no se practica para obtener otros objetivos.

 

Que hable, pues el Amor, tal cual se lee poco después. Que hable la caridad. En el Opus Dei todo funciona en orden al proselitismo con radicalidad sectaria, usurpando el lugar que le pertenece a la caridad, que es gratuita. Como dice EBE en su escrito que trata la formación de la Identidad en el Opus Dei: “las charlas sobre proselitismo parecen más bien «técnicas de venta» o de marketing que charlas espirituales: sonreír, ser simpático, tener detalles con el chico de san Rafael (cliente), repetir las ideas una y otra vez (usando «la psicología del anuncio», decía el fundador).

 

El amor no necesita anunciarse porque sencillamente es: “el cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que solo hable el amor.” Donde una espiritualidad entiende la caridad (el proselitismo es, además de derecho y deber, la caridad que vive un miembro del Opus Dei, a tenor de lo tratado en el capítulo 29 de la publicación interna Vivir en Cristo: Cuadernos 3 como escaparate institucional no hay Amor para ser obra de Dios.

 

Como nota curiosa, me topé de paso al leer la Instrucción del modo de hacer proselitismo de 1934  la siguiente cita: “Es verdad que os obligáis a permanecer indiferentes con respecto a vuestras familias, cual si ingresarais en una congregación religiosa.” ¿Por qué el ingreso a una institución laical funciona como el ingreso a una institución religiosa? Además, los religiosos no faltan a la caridad para con sus padres cuando es necesario. La falta de unidad del ser y el hacer que se palpa en todo este documento —muy bien escrito pero sin posibilidad de vivirlo como espiritualidad católica— no es propia de una obra de Dios, que es ser en sí.

 

Somos muchos los católicos que no entendemos cómo el Opus Dei contradice tan abiertamente la doctrina de la Iglesia sin que la Curia tome cartas en el asunto, del mismo modo que sucedió con Juan Pablo II. Sin embargo, no se puede olvidar que hasta hace muy poco el secretario de la Sagrada Congregación de Obispos era un numerario del que se sabe que cuando unos ex miembros del Opus Dei fueron a denunciar sus abusos a la Congregación les desvió a la calle Bruno Buozzi. El ejercicio de poder eclesiástico del Opus Dei es propio de una dictadura. A quien lo dude le bastará comprobarlo al leer un ejemplo de los informes secretos e internos (no se abren al escrutinio de la Iglesia) que redacta el Opus Dei para mantenerse al tanto de la situación de cada diócesis y de las inclinaciones de cada obispo. La naturaleza secreta de estos informes no evoca una obra de Dios ni mucho menos la caridad cristiana —desinteresada— que enseña Benedicto XVI. La finalidad de estos informes es clara al leerse: “no se le conoce que en público haya hecho nunca un comentario positivo o sencillamente de reconocimiento a la aportación doctrinal del Fundador del Opus Dei.” ¿Por qué dicen que solo buscan hacer y desaparecer si en lo secreto buscan el reconocimiento público de la institución? “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Palabras del Evangelio aplicadas a circunstancias como esta.

 

¿Tal vez sea por ocultar lo mal vivido que procuran con tanto ahínco clausurar el corazón a todo lo que no sea la institucional, incluso a la caridad que enseña la Iglesia?

 

Además de la maniobra eclesiástica antes dicha, vale la pena fijarse la maniobra legal que lleva a cabo el Opus Dei en España, donde quien quiera denunciar al Opus Dei por la violación de intimidad en la que repercuten sus prácticas proselitista está civilmente maniatado: hace muy poco un lector de Opus Libros dió cuenta al detalle de las tácticas legales del Opus Dei para paralizar el proceso civil cursado en su contra en los tribunales civiles de justicia, y además dejó claro que para las denuncias de ex miembros del Opus Dei sean tan descaradamente resueltas sistemáticamente a favor del Opus Dei es necesario que el Opus Dei tenga partidarios colocados muy, muy arriba dentro de la agencia civil a la que le corresponde cursar estas faltas, la Agencia Nacional de Protección de Datos.

 

El Opus Dei sobrevive civilmente del mismo modo que sobrevive eclesiásticamente. Es por esto que ningún escándalo civil ha forzado a la Iglesia a tomar acción respecto a la espiritualidad del Opus Dei. No es que no sucedan: es que el Opus Dei coloca a sus partidarios donde sea necesario con tal de evitar que salgan a la luz pública. Esto no es ncreíbl de que Anonymous envíe esta información sin apellidos: es que hay muchos ex miembros para dar fe de que esto sucede así, por mucho que el Opus Dei se cante como obra de Dios. Que esto suceda en España es un detalle importante porque España es la hermana mayor, la primogénita: como se hace allí también lo harán todos los hermanos, desde el mayor hasta el benjamín.

 

“¿Cómo pudo un hombre tan santo, con una visión tan increíble y tan cercano a Dios, como fue Juan Pablo II, apoyar tanto al Opus? Engañar a un hombre ambicioso es relativamente fácil pero engañar a un hombre de Dios que carecía de interés humano alguno, que carecía de ambición de poder alguna, que solo deseaba servir a Dios en todo y que se jugaba la vida en ello… ¿como lograron engañarle? ¿Como es posible que Dios no le hiciera ver que patinaba tanto con el Opus? ¿Cómo pudo estar tan ciego? ¿Estais seguros de que lo estaba?”

 

Del mismo modo que Juan Pablo II apoyó a los Legionarios de Cristo, y tras una seria reforma su espiritualidad institucional —sobre tras la reforma de las normas aplicables a la dirección espiritual y el gobierno institucional— vuelven a comulgar con la Iglesia.

 

La reforma de los Legionarios de Cristo es un mensaje directo, claro y contundente al Opus Dei: hagan lo que hagan, aún si se engaña al mismísimo Papa y a su curia no habrá hombre que juegue con el Espíritu Santo. Los Legionarios de Cristo también llamaban “nuestro Padre” a su fundador. De nada les servirá llamarse y autoproclamarse como Obra de Dios si en lugar funcionar como una Obra de Amor funcionan como una obra del mundo.

 

No queda claro —puesto que el Magisterio no lo aclara expresamente— si a las canonizaciones le aplica la infalibilidad papal. Cara a la irrefutable evidencia, San Josemaría Escrivá de Balaguer plantea un dilema sin precedentes en la Iglesia Católica: ¿puede decirse que se ha llevado a cabo una canonización si se prueba que el proceso no hace posible la pronunciación ex cathedra necesaria para que la canonización de hecho suceda? Cara a que el tiempo ha mostrado cómo el Opus Dei ha ocultado su espíritu a la Iglesia y que lo oculto contradice gravemente a la caridad que enseña la Iglesia, ¿puede decirse que el proceso de canonización de san Josemaría Escrivá de Balaguer cumplió de hecho con los requisitos necesarios para una pronunciación ex cathedra?

 

Esto es muy grave: la faltas de Caridad en la espiritualidad de San Josemaría Escrivá de Balaguer son gravísimas; el mismo proceso de canonización está plagado de ellas. O se enmienda el error que redunda el enseñar a la Iglesia una caridad a lo San Josemaría Escrivá de Balaguer al canonizarle o se corrompe el sentido de Caridad tal cual la Iglesia la ha definido desde la cruz del Gólgota hasta Deus Charitas Est. Sin la Caridad que se pronuncia al vivir —no diciendo una cosa y haciendo la opuesta—  se perderá la Iglesia entera al asumir como verdad universal una “santidad” que destruye almas.

 

Lo falso no se hace verdadero por declararse universal.

 

El Opus Dei es la herida más sangrante del Corazón de la Iglesia. Igual o más fulminante que la pederastia sexual lo es la pederastia espiritual que practica sistemáticamente el Opus Dei: el espíritu que ultraja las almas al quebrar la intimidad que solo corresponde al Amor consumar. No basta llamarse, insisto, obra de Dios para ser una obra de Amor, y el Amor no ha reconocido al Opus Dei como su obra.

 

¿Quién reparará el dolor impronunciable y el daño que el Opus Dei conlleva a todas las las almas que quiebra? Es a la Iglesia a quien le corresponde enmendar; a las almas, reparar.

 

“¿Por qué un católico debe fiarse de vuestra posición, cuando la Iglesia, que tiene promesa de ser asistida por el Espiritu Santo, considera al Opus parte de ella? ¿En quién debo poner mi fe a la hora de enjuiciar?”

 

Precisamente porque la Iglesia tiene la promesa de ser asistida por el Espíritu Santo siempre habrá una voz que señale aquello que contradiga su acción dentro de la Iglesia, y hay ocasiones en que esas voces son laicas, no consagradas. Un ejemplo muy concreto: Santa Catalina de Siena. En la gran alarma que hay entre laicos y sacerdotes respecto, por ejemplo, las tácticas sectarias del Opus Dei también habla el Espíritu Santo.

 

Todos los bautizados somos parte de la Iglesia, y es mi legítimo deber como católica reflexionar en Caridad, con razón y corazón si una espiritualidad contradice o no al Magisterio y actuar en consciencia y en consecuencia. Gracias a una fórmula jurídica de iure diocesana y de facto religiosa, el Opus Dei ha logrado ocultarse como lo ha hecho, lo que hace sospechar de la autoría de Dios de dicha fórmula jurídica, ¿pero cómo profundizarlo o probarlo, si los documentos históricos necesarios los manipula y controla el mismo Opus Dei? No abrirán los anales a quien no conviene, porque si no lo han hecho por caridad a la Iglesia con sus documentos internos tampoco lo harán por buena voluntad a cualquier hijo de vecino que se los pida si no les conviene hacerlo o si no tienen absoluto control de lo que muestran.

 

Por ejemplo, la evidencia histórica que prueba la naturaleza de la relación entre el Opus Dei con el gobierno de Franco no concuerda con el relato institucional que muestra una película de treinta y cinco millones que se dice histórica, pero parece ficción. Basta, para empezar, con revisar la historia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas:

 

“El Consejo Superior de Investigaciones Científicas aparecía concebido como aparato de ideología y propaganda científicas del “Estado nacionalsindicalista, totalitario, unitario, imperialista y eticomisional” – como sería más tarde definido por sus teóricos -, que inició su vida a partir de 1936 en España.”

 

Aunque el presidente de este consejo no era miembro del Opus Dei, su vicepresidente sí, y además muy amigo del presidente, amistad que aprovechó para mover los hilos que relatan parte de la historia real, la que sucedió, la que la película no muestra. Ninguna institución permitiría a uno de sus miembros permanecer en ese escalafón, ni mucho menos se aprovecharía institucionalmente de ello del modo que lo hizo el Opus Dei, si su fundador no apoyase el sistema de gobierno que se practica. Enseña Benedicto XVI: “Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos…” (Deus Caritas Est).

 

¿Es verdaderamente el Opus Dei parte de la Iglesia si se oculta sistemáticamente a sí mismo de su mirada, si de hecho no actúa como parte de la Iglesia, sino que quebranta su fraternidad?

 

A mí, como católica, me basta la falta de Caridad como criterio seguro para afirmar no fue Juan Pablo II el que se equivocó, sino el Opus Dei ante Juan Pablo II y la Iglesia. Juan Pablo II no tenía intereses humanos, pero el Opus Dei sí los tenía: el poder. La verdad es hija del tiempo. Juan Pablo II no era quien estaba ciego, sino el Opus Dei.

 

“Con todos mis respetos hacia las vivencias que hayáis podido tener… si soy coherente con la fe católica, he de fiarme de la acción de Dios en su Iglesia y de la cátedra de Pedro asistida por el Buen Pastor.”

 

Con todos mis respetos, Horizontes: si soy coherente con la fe católica  he de fiarme de la Caridad; lo único que precede a la legítima obediencia, tanto a la Iglesia como a cualquier director, es la Caridad. A mí, como católica, tiene que moverme la Caridad, y dentro de ella la obediencia a Su voluntad. Así es que vive la Iglesia. No me puede mover la obediencia a una acción que llaman de Dios y no funciona como tal, así esté fundada por un santo. El ser se revela en el vivir del hacer, no en la palabra que se pronuncia pero no se vive. ¿Qué clase de católico va a predicar el Amor sin hacerlo vida en sus actos?

 

Para un miembro del Opus Dei, esto es obediencia heroica a sus directores. Para mí, como católica, es un error que lamento dolorosamente haber cometido, porque le hice daño a la Iglesia. El Opus Dei no vive a la luz del Amor. A las almas de los mismos miembros les asola una soledad interior devastadora que procuran disfrazar con formalismos que fulminan al corazón, con una espiritualidad de yugo pesado y esclavizante, o hasta como predilección de Dios. La única criatura en la que el Amor volcó su plenamente su predilección sobre esta tierra, María, apenas tenía un trozo de pan viejo para comer en el pesebre que nació Jesús, cuenta Anna Catalina Emmerich. Esto contrasta violentamente con la imagen de “predilección divina” que promueve el Opus Dei.

 

“Hasta que la Iglesia no diga lo contrario, el Opus está en la misma barca de Pedro y todos vamos hacia la misma meta.

 

Mientras no viva lo que dice, es el Opus Dei el que se aleja de la barca de Pedro y se desvía hacia sus propios derroteros. La Curia todavía se ha pronunciado, pero la Iglesia militante sí se está pronunciando al respecto; se está haciendo vida, y desde muchas almas, la denuncia que el Opus Dei pretende callar con dobles sentidos, manipulación y contradicción.

 

En el fondo la elección es vivir o no la Caridad —seguir o no la acción del Espíritu Santo— porque ese es el único modo de obedecer lealmente a la Iglesia. El Opus Dei desafía al Espíritu Santo al atentar contra su acción sobre la Iglesia.

 

La fidelidad es la consecuencia natural de un amor verdadero; una elección. ¿Por qué el Opus Dei insiste que la fidelidad es un contrato? ¿Por qué ya firmaste el contrato para siempre aquí te quedas? Los matrimonios que se llevan a cabo sin la debida consciencia de deberes se declaran nulos, ¿pero no es nula una vocación asumida a los catorce años y medio —o a cualquier edad— al firmar un papel literalmente en blanco? En esas circunstancias, solo será fiel quien obedezca a ciega a la institución. ¿Esta es la lealtad de la caridad que vive y enseña Santa Catalina de Siena, y tantos santos más?

 

Precisamente porque lucho por contemplarle con todo el corazón —¡vivimos para contemplarle!— lo he visto claro: el Opus Dei desangra la Iglesia. Esto no es una guerra: es una entrega, un abandono en su Corazón. No hacen falta las guerras porque la Verdad es en sí misma, no necesita defenderse. Quien lo plantea como guerra es el Opus Dei porque necesita defenderse. Ser el héroe es glorificarse en la debilidad del villano. Jesús no es héroe: es apasionantemente humano.

 

¿Por qué se le permite al director de la película “interpretar” la humanidad de San Josemaría dándole un beso a una chica si la espiritualidad de San Josemaría considera mal espíritu —¡como falta de santidad!— el que cualquiera de sus miembros célibes bese a una persona del sexo opuesto? Sin que todavía se estrene, ya es patente que la película no plasma el espíritu del Opus Dei que necesariamente se engendra en su fundador. ¿Se está mostrando un San Josemaría real o se está construyendo un San Josemaría a la medida?

 

Esto confunde a los católicos, porque no se sabe ya qué entender por caridad. Si el sentido de caridad no esta claro, se pierde la misma Iglesia.

 

“Dudar del Opus no puede desligarse de dudar de JPII que fue quien lo ratificó por dos veces. Vuestra decisión posterior no está exenta de responsabilidad…. por supuesto, para con Dios.”

 

No soy quien, Horizontes, para juzgar tu conclusión, porque es tuya. Me limito a exponer la mía junto a la tuya: no me caben dudas de que donde no hay Caridad no está el Amor, y donde no hay Amor tampoco habrá una obra de Dios. Por el mismo criterio, no dudo de la veracidad del juicio de Juan Pablo II, sino de la veracidad del Opus Dei al proyectarse a si mismo ocultando expresamente lo que contradice el Magisterio a las autoridad de la Iglesia.

 

¿Cuántas veces ratificó Juan Pablo II a los Legionarios de Cristo? Sin embargo, la misma Iglesia que enmienda a los Legionarios no duda de la santidad de Juan Pablo II: será beatificado en mayo. ¿Cómo es posible, pues, que dudar del Opus Dei sea dudar de la santidad de Juan Pablo II, si la misma Iglesia vive lo contrario?

 

Mi responsabilidad es para con Dios, y en él para con la Iglesia, mi parroquia y mi familia. Te agradezco que me lo recuerdes, al igual que agradezco lo genuino de tu escrito. Me has ayudado a reflexionar. Ojalá mis preguntas les sirvan a otros para reflexionar, porque la historia del Opus Dei podría cambiar si finalmente se abriera su espíritu al Amor, pero eso comienza con que cada miembro se atreva a reflexionar en consciencia y en Caridad, no en lo institucional.

 

Tal vez me equivoque, pero actúo en consciencia y cara al Dios que es Amor. Mientras llega el ocaso de mis días —tengo veinticinco años, pero sé que puede suceder a cualquier hora— lucho por hacer vida la respuesta más importante de mi existencia:

 

“Alma, ¿me has amado?”

 

Fue la pregunta que me vino al corazón cuando me despedí del Sagrario del centro del Opus Dei en el que vivía.

 

Si, Amor, te he amado.

 

“El Amor nunca se pierde. Nada se ha perdido…”

 

Y me marché bebiéndome las lágrimas y una sonrisa en el alma. Aunque tuviese que mudarme sola, ese día mi corazón encontró su hogar de verdad.

 

 

 

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