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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 28 de Febrero de 2024



25 razones más UNA, por las que lloré 21 años en el opus.- CMV

 

 25 razones más UNA, por las que lloré 21 años en el opus

 

Hace unos días escribí un relato en el que expuse que en el opus me engañaron, usaron y manipularon, ahí mencioné que lloré 21 de los 22 años que estuve en la obra y, a raíz de ese escrito, alguien me preguntó, ¿por qué lloraste 21 años? Aquí enlisto motivos por los que lloré, me salieron del alma en pocos minutos, si le dedico más tiempo, la lista aumentaría seguramente, pero creo que aquí menciono los principales...



(Leer artículo completo...)




El velo del silencio que cae al salir.- CRNUMEROBAJO

Ese velo que cayó, dentro, sobre nosotros no puede silenciar la multitud de voces, en todos los idiomas y con todos los acentos de cada lengua, que clama desde el otro lado de tal cortina. Auténtico muro, necia y ciegamente impuesto por el opus sobre quienes nos salimos.

Fuimos tapados en nuestra marcha, frecuentemente hecha a hurtadillas, de tapadillo, silenciosa, vergonzante. Cuando no penada por los comentarios, internos, sobre supuestas o reales infidelidades a la (supuesta) vocación. De manera que tal juicio de traición por la salida no nos dejó respirar con serenidad, una vez sanados, hasta que no nos dimos cuenta del fraude de todo y de que tal condena no era, ni podía, ni debía ser la nuestra.

Fuimos borrados de las listas de nombres, de encargos, de diarios, de fotografías de los centros y las labores. Parece que nunca fuimos ni existimos.

Fuimos vedados entre quienes quedaron de explicaciones, de comentarios y añadidos; se interpuso un muro de silencio. Somos los que nunca fueron. Velados como los que nunca estuvieron ni, aparentemente, nada hicieron.

Sin embargo –y por eso el perdón que pedimos muchos, hasta las lágrimas, incluso– fuimos parte de la obra. Hicimos y mantuvimos sus labores y sus apostolados. Sus obras buenas y sus partes no tan buenas, como la manipulación obediente de las conciencias ajenas. Cada uno en la dimensión de sus encargos, su quehacer y su responsabilidad en cómo lo hizo y cuánto se lo creyó.

Fue silenciada nuestra conciencia, nuestro pensamiento, nuestra crítica, nuestra libertad, nuestra palabra oral o escrita, incluso en por las vías y cauces supuestamente necesarios para escucharla. Solo se escucharon sus propias voces, ayunas de autocrítica.

Fueron obliterados, abortados por tanto, nuestros sentimientos y afectos, nuestro sentir general, nuestra amistad y cariños más radicales y profundos. Tuvimos que reconstruirlos, a duras penas, por cuanto desde tan profundas raíces trataron de arrancarse.

Quiso ser matada nuestra piedad, la posibilidad mística, la libertad interior. La Fe. Velada nuestra conciencia libre e íntima por el humo de las velas del cumplimiento y la disciplina.

No seremos velados, dicho sea en su sentido más estricto, como lo fueron quienes, enfermos, agotados, agobiados, amargados… sin embargo murieron –a pesar de tales pesares– formal y externamente, obligadamente, “fieles” y, así, suscitaron la congregación autoafirmatoria y sus loas más o menos debidas de quienes quedaron; tan solo para reforzar su vocación superviviente que, por pobre de solidez, necesita este refuerzo.

“El mejor sitio para vivir y para morir”, decían. Eso es que no saben, ni intuyen, ni huelen, ni oyen, ni saben qué es la vida. (Con respecto a la muerte estamos todos muy igualados, como decía Manrique).

Pero tampoco nos importa mucho. Al menos a mí. No pido que lo hagan. Solo pido seguir en paz. Pero con justicia, enmienda y perdón para todos.

Porque al contrario de ese silencio, al otro lado de ese telón de la “fidelidad”, somos muchos más y nuestras voces se alzan mucho más altas con respecto a las de quienes quedan en el otro lado, del lado de dentro. Muchos deseando irse o muy enfermos/as para encontrar fuerzas para hacerlo. Otros a punto de venirse a este lado, el de la verdadera luz.

A quienes aún estáis y no sabéis cómo y por qué digo esto. Si queréis y antes de no poder hacerlo: Podréis ser santos. Podréis ser felices. Podréis santificar vuestra vida ordinaria. Podréis hacer esa (u otras) normas (o no). Pero lo haréis con libertad, con conciencia propia y autónoma, con amor, con naturalidad. Quizá con dificultades, pero sin esos obstáculos impuestos. Con y en vuestra vida, con vuestra luz.

Y el velo del silencio solo caerá sobre todos nosotros, cuando la vida llegue a su fin y así lo diga. نْ شَاءَ ٱللَّٰهُ‎. Pero no cuando la sombra alargada del fundador diga qué, y cómo, debe hacerse…

Porque en eso se ha convertido, en realidad, el opus en sí mismo. Un tupido velo de silencios. No sólo sobre los demás, sino sobre qué de verdad son ellos mismos, sobre su ser, sus estatutos, su existencia y su vivencia. Por eso amarga y se amarga. Porque de esos silencios propios de otras épocas ocultan, pero no curan, sus cánceres internos, reforzados por esa vergüenza a lavar fuera sus manifestaciones y miedo a pedir perdón, reparar y enmendar. De ahí solo sale más oscuridad, opacando la posible luz que pudiera llega si se abrieran las ventanas y sus contraventanas (como siempre horrorizó a Escrivá en su casa romana, negando su supuesta apertura de la finestre al nuovo sole).

CRNUMEROBAJO





Hontanar no llegó a los 60 años.- Gómez

Hontanar comenzó a funcionar en la segunda mitad de los 60. Era el Centro Cultural Universitario non plus ultra de Colombia. Estaba situado en el barrio de más caché de Bogotá, el Chicó. Había sido casa del embajador del Japón. Ocupaba una manzana entera, en cuyos jardines, después de que los numerarios que hacían ahí en Centro de Estudios tumbaron una buena cantidad de matorrales, quedó el espacio suficiente para jugar partidos de fútbol de once contra once. Su director era David Mejía Velilla, numerario poeta, que pertenecería después a todas las Academias, Academia Colombiana de la Lengua, Academia de Educación, Academia de Historia Eclesiástica…

Era abogado canonista de la Universidad Lateranense de Roma y tenía su oficina para nulidades matrimoniales. Conseguía muchas donaciones con sus clientes y hacía grandes aportes a la Obra. Don Ugo Puccini, que después fue consiliario y más adelante obispo, lo ponía de ejemplo de lo que debía ser un numerario. Era el numerario ejemplar.

En Hontanar pitaron muchos muchachos de las familias más adineradas del norte de Bogotá, estudiantes del Colegio Cervantes, de los padres agustinos. Los padres agustinos fueron alguna vez a Hontanar y le preguntaron al director cómo hacía el Opus Dei para conseguir tanto seguidor entusiasta, y el director les dijo que con oración y sacrificio. Esa fue la información escueta que se dio a los de Casa en ese momento.

En 1969, Hontanar pasó a ser sede del Centro de Estudios, y llegó como nuevo director el ingeniero de caminos canales y puertos Rafael González Cajigas, egresado del Colegio Gaztelueta. Más adelante fue rector de colegios de Aspaen y de la Universidad de la Sabana. En sus tiempos de director de Hontanar era un tío muy simpático que llevaba a los numerarios que cabían en su escarabajo Volkswagen por los cerros orientales de Bogotá, los domingos por la tarde, para ver los arreboles y respirar algo de aire puro. Hontanar hervía los viernes y sábados a las 6:30 de la tarde, hora de la meditación para los chicos de san Rafael. Se llenaba el oratorio y muchos de los asistentes tenían que oír la prédica desde el corredor aledaño o desde la sala contigua. Las tertulias que seguían eran multitudinarias y a ellas acudían invitados especiales a hablar de diversos temas, como Pedro Domeq, de Jerez de la Frontera, algún general del Ejército colombiano supernumerario, escritores, músicos, pintores, escultores y estatuarios…

En una ocasión (1969) fue el presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo, invitado por su ministro de Educación, Octavio Arizmendi Posada, el numerario más reconocido de la Región. Arizmendi había sido ya Gobernador de Antioquia y era un prominente líder del Partido Conservador Colombiano, tradicionalmente aliado con la Iglesia Católica. Lleras Restrepo era del Partido Liberal, tradicionalmente opuesto a la Iglesia, pero tenía en su gabinete ministerial personas de los dos partidos. Arizmendi era uno de los orgullos del Padre. Cuando iba a Roma, lo presentaba en las tertulias del Colegio Romano como «mi hijo ministro». Con motivo de esa visita presidencial, Lleras quedó muy bien impresionado. De regreso a Palacio elogió la «masonería» a la que pertenecía su ministro, según decían las malas lenguas. Arizmendi aprovechó para aclararle que la Obra no era una masonería como decían algunos, sino una institución de la Iglesia aprobada por el Vaticano y demás. También lo impresionó la figura de David Mejía Velilla, y le dijo que quería que él fuera el representante del presidente en la junta directiva de Colcultura. Colcultura había sido una creación de Arizmendi, como lo fueron también Coldeportes y otras instituciones que aún existen. Esa era la categoría de Hontanar y de la gente que por allí se movía.

Años después, dicen que, por el exceso de lujo de esa primera sede, que volvió entonces a manos del embajador del Japón, Hontanar se pasó a una casa del barrio La Merced, que había sido el mejor barrio de la capital colombiana en los años 40, pero ya no lo era. Muchas de las casas se habían convertido en sedes de embajadas y empresas o en clubes de abolengo. Esta sede quedaba cerca del centro de Bogotá y a una cuadra del emblemático Parque Nacional, a donde se podía salir a hacer deporte, a caminar por entre los árboles y a hacer la confidencia.

Esa sede, menos ostentosa que la primera, tuvo también mucha actividad de san Rafael, sirvió para cursos anuales y quedó después como sede de la labor de agregados, llamada entonces Las Colinas. Hontanar se pasó a una sede hecha para que ahí funcionara el Centro de Estudios, cuando después de la venida de don Álvaro se comenzaron a hacer nuevas sedes de las obras corporativas y se fue abandonando la costumbre de adaptar casas de familia. Esa construcción ocupa un lote de buen tamaño, no tiene espacio para jugar fútbol, pero sí basquetbol, y queda en la Transversal 3 # 54-50, en una zona cercana a Rosales, donde se han construido las torres de apartamentos más lujosas de Bogotá. Por notas publicadas en OpusLibros se sabe que en los últimos tiempos los numerarios que allí vivían no eran más de seis, tres de ellos sacerdotes y los alumnos del Centro de Estudios, muy pocos si se compara con los 20 o 25 del 69. Los vecinos no hablan de gran afluencia de muchachos y más recientemente dejaron de ver gente por allí.

Ayer finalmente aparecieron los letreros de «Sala de Ventas», que anuncian una torre de apartamentos de nombre Onírico, a cargo de la constructora Alianza, que ha levantado otros conjuntos de vivienda en diversas ciudades de Colombia. Como no se ha tumbado el edificio actual, todavía se ve a la entrada el letrero que diseñó el numerario Luis Borobio, arquitecto español que estuvo en Colombia durante quince años, y cuyo estilo es bien conocido por los letreros de Ingará, Urabá, Elarví, el cabezote de la revista Arco y numerosos cuadros y retablos de centros del Opus Dei. Tal vez allí queden todavía las hojas mecanografiadas por Borobio con apuntes de Lógica, Cosmología, Metafísica y otras materias del bienio filosófico, que sirvieron a varios de los alumnos de los 60 y los 70 para entender un poco mejor los tratados de Roger Verneaux.

Gómez




 

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