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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 16 de Febrero de 2022



Recuperar la libertad y la dignidad.- La Lectora

Lo “fundacional” en el Opus es una pantomima mayúscula para seguir manteniendo una ruina institucional.

Doy saltos de alegría solo de pesar de la que me libré. Que diese síntomas de enfermedad es lo mejor que me pudo pasar. El cuerpo es sabio y no miente. El mío gritaba lo que yo no quería ver.

A los que estáis dentro y queréis marcharos pero pensáis que ya no es posible, que no tenéis fuerzas, que no sabríais cómo empezar; solo deciros que siempre se puede, da igual la edad y lo que hayas perdido porque se gana muchísimo, ganas la libertad y la dignidad que te han quitado.

Leo historias, sucesos y casos que se relatan en esta web y pienso que no existe justificación ni humana ni sobrenatural para atropellar la conciencia de las personas como lo hacen en el Opus. Imagino que para aquellos que llevan muchos años en la “cosa”, el cambio es muy muy difícil, que debe dar vértigo solo la idea de marcharse y enfrentarse a un nuevo comienzo con una mochila muy pesada a la espalda. Pero hay formas y ayuda exterior para descargar la mochila o para tirarla al fondo del mar definitivamente. Siempre se puede.

Por lo que veo ha hecho falta la denuncia de 42 exnumerarias auxiliares para que el mandamás del Opus esté muy preocupado por el futuro y la situación de las numerarias auxiliares y ahora quiera hacer mejoras. Mejoras sobre una vocación que se han sacado de la manga, como bien dice Gervasio en su escrito “La vocación de sirvienta”: “Tampoco entiendo que una concreta profesión —empleada de hogar, empleada de correos, masajista— y no otra, pueda ser objeto de una vocación divina y menos aún con carácter permanente. Para las numerarias auxiliares abandonar su profesión es tanto como abandonar su vocación. Tienen que dejar de ser numerarias auxiliares”.

El cambio que han querido hacer las 42 exnax, junto a otros casos anteriores que han denunciado, y la repercusión mediática que han tenido- si no hubiese sido así, no mueven un dedo- está dando su fruto. Los efectos secundarios se empiezan a notar. Ojalá no sea solo un leve movimiento de tierra, sino un tsunami.

Lgracem se me rompe el alma al leer tu escrito: “Con 14 años y medio, yo no podía decidir. Ellas decidieron por mí“. Según lo leía pensaba en cómo se cumplen en tu historia todos los criterios manipulativos por los que se caracteriza una secta: desde la captación destructiva de los miembros, la restricción de libertad de movimiento a los que son sometidos hasta la utilización de las necesidades espirituales o existenciales de la persona para lograr sus fines, por citar algunos. Todo mi apoyo, espero que vuestra denuncia llegue muy lejos. 

Un saludo a todos,

La Lectora





Tomar el rábano por las hojas.- Zartan

Eso es lo que me decían a mí cuando me fijaba en lo accesorio en lugar de lo principal. Y con el tema de las nax nos puede ocurrir algo parecido: que si el vestido negro y la cofia blanca, que si el trabajo que hacen, que si antes se vestían de “recuperación” de lo que desechaban las numes, que… todo eso -en mi opinión- son las hojas, el rábano es más bien lo que apuntaba Gervasio en "La vocación de sirvienta" esa inamovilidad profesional, nunca pueden llegar a ser “Manolitas” (me ha hecho mucha gracias eso), su vocación sobrenatural va intrínsecamente unida a su trabajo. Es como si hubiese numes que pitan de especialistas en girar tornillos en el sentido de las agujas del reloj y otros que pitasen de desatornilladores y, si cambias el giro del tornillo quedas automáticamente fuera de la barca.

El rábano es el trato que se les da, es la imposibilidad de pensar en otra dimensión profesional, es mantenerlas en un nivel cultural “adecuado”, es… lee el artículo de Gervasio.

Respecto al uniforme negro me importa un rábano, o mejor dicho no. Voy a explicarme.

Cuando comencé a preparar un doctorado, junto a la matrícula, venía el derecho a comer en el comedor de profesores y doctorandos de la Universidad. Un lugar que, en principio, uno supone como la crema y nata de la intelectualidad. En este caso era la Universidad Autónoma de Madrid y siempre recordaré mi primer almuerzo en dicho lugar. El plato fuerte eran lentejas y, como en esa época no se había inventado todavía el colesterol, entre las lentejitas venían sus tropezones de chorizo, tocino y otras porquerías similares. De verdad que estaban para chuparse los dedos e incluso los codos. Pues bien, a mitad del ataque apareció, quien supongo que era el cocinero, venía en camiseta de tirantes y entre su mano izquierda y el correspondiente sobaco, venía una tremenda olla con más lentejas para añadirlas a los platos de quien quisiera (nos apuntamos varios al relleno). También me ha tocado ser servido por elegantes señoritas de uniforme negro, con cofia blanca y no recuerdo si también con guantes.

Pues, creedme, prefiero estas segundas al energúmeno de axilas autoventiladas, aunque -he de reconocer- sus lentejas me supieron a gloria (anche l''occhio vuole la sua parte). He tenido también experiencias intermedias como “le lottatrici di San Potito” que eran unas señoras precisamente de San Potito D’Ocre (que sí, que hay un pueblo que se llama así) y que tenían dos tipos de indumentaria: o el camisón tipo Auschwitz o unos multicolores atuendos que hacían dudar del buen gusto y estilo italiano.

Por otra parte me ha tocado vivir también en centros sin administración o, mejor dicho, que nosotros mismos intentábamos suplir esa ausencia con resultados bastante discutibles. Tengo en mi haber el conseguir en una ocasión dejar toda la ropa del centro del mismo color: gris primavera rata del desierto. Pero todo todo, desde las camisetas y calcetines hasta camisas que un día fueron blancas. También descubrí como, lavando un jersey de lana, se lo puede convertir en un guante para dos dedos. Yo no conocía el efecto encogedor del agua caliente en la lana. Lo aprendí de la manera mala y también el dueño de la prenda.

Entiendo perfectamente la necesidad de profesionalidad en la gestión de una casa, pero no termino de entender (bruto que soy) la inseparabilidad de eso con la vocación sobrenatural. El servicio a los demás lo entiendo y también entiendo que eso puede llenar los deseos de una persona y hacerla feliz, lo que no consigo digerir es la posición de los superiores (o las) al respecto.

Por otro lado, casualidades de la vida, debajo de una hojas de rábano suele haber un rábano. Con esto quiero pensar que las diferencias externas (pasadas y presentes) no son simplemente hojas, son elementos que marcan la diferencia.

Hace muchos años un maestro mío me dijo que, con frecuencia, cuando le pones un adjetivo a un sustantivo, de alguna manera cambias la esencia de ese sustantivo. Así, por ejemplo, si hablas de oro alemán todo el mundo tendrá claro que eso no es oro, aunque pueda parecerlo. En aquella ocasión él me hizo ver que la expresión “democracia orgánica”, tan de moda en aquella España, quería decir que de orgánica poco y que de democracia menos. Pues lo mismo creo que pasa cuando a la palabra numeraria le añades lo de auxiliar, que de auxiliar mucho, pero de numeraria poco. Que sí, que todos somos iguales, pero que unos mas iguales que otros.

Ya sé que no me toca a mi cambiar nada en la obra y que nadie me hará caso sobre todo porque no doy consejos, solamente divagaba sobre la auxiliarez y las diferencias esenciales que hay con la numerariez.

Desde mi selva, abrazos por doquier.

Zartán de los Nomos



El porqué de la cruz.- Gervasio

El porqué de la cruz

Gervasio, 16/02/2022

            Me refiero a lo de San Pablo: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, para las gentes una necedad (I Corintios 23). Muchos efectivamente lo consideran necedad. Así el famoso humorista José Luis Coll (q.e.p.d.) decía con aquella vis cómica suya tan contagiosa: y si me doy diez latigazos Dios se queda muy contento; y si me doy veinte, mucho más contento; y si llego a sangrar entonces Dios se pone contentísimo. El mismo sentimiento de rechazo a la cruz mostraba Antonio Machado en su conocida  anti-saeta, que no me resisto a evocar por extenso:

¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

La saeta, es el cantar,
el cantar de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.

Cantar de la tierra mía,
que echa floresa Jesús,

a Jesús en agonía.

           

Alguien tenía por costumbre no fumar los viernes como muestra de su amor a Dios. Como consecuencia los viernes tenía mono de nicotina y estaba inaguantable. Es fácil estar de acuerdo con aquello de: busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás (Camino, 179). Pero ¿qué sentido tienen las que no mortifican más que a uno mismo, como usar cilicio dos horas al día?...



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