BOTTOMORE,
Thomas B.
Classes in Modern
Society
George Allen and Unwin, London 1965
CONTENIDO DE LA OBRA
Bottomore, profesor
de la Universidad de Sussex (Inglaterra), estructura el libro según el
siguiente índice:
Prefacio 7[1]
I.
Introducción 11
II.
La naturaleza de la clase social 15
III.
Clases en las sociedades industriales 33
IV.
La clase social, la política y la cultura 61
Bibliografía
seleccionada 78
Indice 81
I .
Introducción.
Para relacionar los
argumentos contenidos en esta sección introductora conviene señalar aquí el fin
principal del libro, que no aparece hasta la última página: una defensa de Marx
contra sus críticos, basada en un «análisis histórico de la estructura
cambiante de clase en las sociedades modernas». El error principal de tantos
estudios recientes sobre las clases sociales ha sido, según el autor, no haber
tenido en cuenta el desarrollo de la sociedad de un modo verdaderamente
histórico, lo que ha llevado a dudar de las predicciones de Marx, y, en
particular, de lo referente a la sociedad 'sin clases' final (cfr. p. 77).
El punto de
referencia en este estudio de la sociedad es la división en clases: «La
división de la sociedad en clases o estratos, que se ordenan en una jerarquía
de riqueza, de prestigio y de poder es una característica dominante y casi
universal de la estructura social» (p. 11). Los escritores antiguos y
medievales lo aceptaron «como un hecho inalterable», racionalizado casi siempre
en base a una doctrina religiosa: es el caso, por ejemplo, de las castas de los
Hindúes. Los modernos, especialmente después de las Revoluciones Francesa y
Americana, vieron la clase social como objeto de estudio científico y, a la
vez, como «expresión cruda del principio de desigualdad» (p. 11). Sin embargo,
entre los modernos se creó una nueva jerarquía social, basada directamente en
la posesión de riqueza, sucesora de la que se apoyaba en privilegios
hereditarios, legales y políticos. La nueva clase social, sin embargo, fue
atacada durante el siglo XIX por los socialistas, que creyeron que «el ideal de
igualdad implicaba en último término una sociedad sin clases» (p. 12).
En los últimos
años, la evolución hacia una sociedad 'sin clases' ha seguido, pero es evidente
—continúa Bottomore— que no se han abolido las clases sociales, ni en las
sociedades occidentales —que continúan siendo capitalistas—, ni en las
sociedades de tipo soviético, que han seguido con grupos de elite.
He aquí la razón de
ser de esta obra: considerar cómo el movimiento hacia la igualdad social, que
comenzó con las revoluciones del siglo XVIII, ha afectado a la jerarquía social
en las sociedades industriales, y cómo, a su vez, ha sido influenciado por el
desarrollo de la industria moderna... ¿Es la igualdad un ideal alcanzable en
las circunstancias de una sociedad industrial compleja? Y por otra parte, ¿qué
tipos y grados de desigualdad son inevitables, tolerables o incluso deseables
en una tal sociedad? (cfr. p. 13). Aunque la desigualdad social no es la única
forma de desigualdad, está claro que «la división de la sociedad en clases
sociales distintas es una de las manifestaciones más llamativas de la
desigualdad en el mundo moderno, y muchas veces ha sido la fuente de otros
tipos de desigualdad», y en consecuencia, ha influido en la política.
II. La
naturaleza de la clase social.
En este capítulo el
autor expone la interpretación marxista, que reduce la clase social al 'grupo
económico': lo peculiar de la clase social es que no proviene del orden
natural, sino de la actividad del hombre en la esfera económica.
Después de Marx,
otros autores han propuesto teorías diferentes sobre el origen de las clases en
la sociedad; estratificación: por honor o prestigio social (Weber), o político
(Dahrendorf), que constituyen una crítica de la tesis marxista. Entre estos
argumentos «la tesis más argumentada y debatida es la que concierne al embourgeoisement
de la clase obrera» (Goldthorpe y Lockwood) (p. 29). También hay una
crítica más directa, basada en las experiencias sociales y políticas de los
países soviéticos, porque parece ser que después de aplicar el marxismo sigue
habiendo distinción de clases (S. Ossowski) (cfr. p. 31).
Sin embargo,
concluye Bottomore, este primer grupo de argumentos no constituyen una teoría
que pueda sustituir a Marx, sino más bien son un inventario de problemas
notables que, a lo más, modifican la teoría marxista. Por otra parte, en el
caso de la Unión Soviética, el factor dominante ha sido la presión política que
ha interferido con la evolución normal que se hubiera esperado de la teoría de
Marx. Y concluye, para introducir el apartado siguiente: «El valor de estos
nuevos conceptos y de las revisiones críticas de la teoría de Marx, puede ser
valorado mejor si hacemos uso de ellas en un examen de los cambios que han
surgido en la estructura de clase de algunas sociedades modernas» (p. 32).
III. Clases en
las sociedades industriales.
Ya en el primer
párrafo de esta nueva sección, Bottomore afirma que mantiene la distinción
entre las dos principales sociedades industriales —la capitalista y la
socialista— sólo para examinarlas. Porque en las páginas sucesivas aparece
claramente que en la práctica —y especialmente para el fin del libro— son lo
mismo. Ahora bien, para llegar a la conclusión de que las dos sociedades son
iguales, no pretende sugerir que la sociedad occidental (U. S. A., Inglaterra,
etc.) no sea capitalista, sino que la Unión Soviética no es marxista, ya que
traiciona un principio fundamental de Marx: «En frase de Saint-Simon, que Marx
adoptó, 'el gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las
cosas'. Y es más que evidente que esto no es lo que ha ocurrido en las
sociedades soviéticas» (p. 59).
Por consiguiente,
las democracias del Oeste y la sociedad soviética difieren en que en aquéllas
tenemos una elite dividida y en ésta una elite gobernante,
unificada. De modo que ni una ni otra son marxistas.
IV. Clase
social, política y cultura.
La conexión entre
el capítulo tercero y cuarto es difícil de entrever, ya que el tercero termina
con una pregunta retórica, que en el cuarto parece ignorarse, para concentrar
la atención en una apologética de la teoría marxista en la situación
contemporánea del mundo occidental. Efectivamente, el capítulo tercero había
terminado con dos conclusiones: si los conflictos sociales han persistido en
las sociedades soviéticas, esto significa que o las clases sociales han
sobrevivido (recreadas), o hay otras fuentes de conflicto social. Y si, además,
en las sociedades capitalistas, la oposición entre las clases ha sido el punto
principal de conflicto —y esto, a su vez, ha establecido condiciones democráticas
y de igualdad—, ha de considerarse si conviene abolirlas o no, puesto que
pueden llevar tanto a una sociedad con una elite política de poder
ilimitado (U. R. S. S.), como a una sociedad igualitaria (que busca la igualdad
económica) y democrática. Es evidente que, teniendo en cuenta el pensamiento
del autor, sólo se puede llegar a una conclusión: ha de seguir la lucha de
clases en los países capitalistas, aunque en los de dominio soviético no se
hayan dado los resultados previstos por Marx.
El movimiento que
persigue la igualdad económica, que nació en los clubes socialistas,
sindicatos, cooperativas, etc., se fortalecería —como el capitalismo— durante
el siglo XIX. Este movimiento apareció en diversas formas —lucha por el voto
femenino, contra la discriminación racial, etc.—, pero recibió su mayor impulso
de la oposición a la jerarquía de las clases sociales, porque «el sistema de
clases de las sociedades capitalistas se ve como la misma fuente de
desigualdad, de la que surgen los obstáculos principales al éxito y disfrute
individual, los mayores conflictos internos, y entre las naciones, y el dominio
político de las minorías privilegiadas» (p. 61).
Habiendo
afirmado esta situación «histórica» de antítesis esencial que constituye la
condición del movimiento social, Bottomore señala la gran influencia del
análisis de Marx en su promoción. Seguidamente (cfr. pp. 61-62), hace un breve
esquema de dicho análisis. La clase regente es la clase superior, que controla
los medios de producción; la clase obrera, por el contrario, pretende la
sociedad 'sin clases'. Esta descripción le da oportunidad para cantar los
elogios del marxismo: «la atracción de la teoría de Marx es doble: ofrece una
formulación clara y atractiva de las aspiraciones de la clase obrera, y al
mismo tiempo proporciona una explicación del desarrollo de las formas de
sociedades y gobierno, y especialmente de cómo surge el mismo movimiento
moderno laborista» (p. 62). Vuelve luego, una vez más, a defenderla contra las
críticas, que querrían consignarla al pasado, diciendo que no faltan en esta
época gobiernos que evidentemente son instrumentos de dominio para la clase
superior (se refiere a los países subdesarrollados).
Pero, se pregunta a
continuación, quizá la teoría cae por no haber tenido en cuenta el advenimiento
del sufragio universal de las democracias modernas (se necesitan dos para que
haya lucha), porque a causa de este cambio en el clima político, la clase
obrera ha perdido su ímpetu. En primer lugar, responde, no se puede criticar a
Marx por haber dejado de considerar circunstancias que han surgido tan
recientemente. A pesar de todo, Marx se dio cuenta de la importancia del
sufragio universal y de que facilitaría el desarrollo del partido obrero. «Pero
¿no es verdad que la existencia misma de partidos de la clase obrera contradice
la afirmación de que seguimos teniendo una clase regente arriba?» Y contesta:
aunque la clase superior ha perdido influencia, ha retenido su poder.
Sin embargo, la
crítica que parece afectar más a Bottomore es la que declara que los obreros se
han aburguesado. La clase obrera goza de mayor prosperidad, por tanto, tiene
menos conciencia de clase, y es menos radical en la política. En la teoría de
Marx, este punto es de capital importancia, ya que el proletariado es el
animador del movimiento revolucionario hacia la sociedad sin clases. Se citan
los estudios de varios sociólogos, como F. Zweig (el obrero busca beneficios
personales, no para la clase como tal), Goldthorpe y Lockwood (embourgeoisement:
convergencia de la clase obrera y la clase media), etc. Bottomore admite
que «en todos los países industriales avanzados la violencia de la lucha de
clases ha disminuido en las últimas décadas...» (p. 68). Sin embargo, decir que
la clase obrera se ha sumergido en la sociedad actual, y que hemos llegado así
al «comienzo del 'fin de la ideología' en el sentido preciso del declive de las
doctrinas socialistas que ofrecen una crítica radical de la sociedad actual y
una esperanza de una forma alternativa de sociedad», es una «interpretación que
va más allá de los hechos (...) Depende, por ejemplo, de una comparación tácita
entre el estado actual de la conciencia de la clase obrera y su estado en una
edad pasada —vagamente determinada e imperfectamente conocida— que se veía como
un tiempo de revolución heroica y militar» (p. 70).
Pero ¿qué decir
para rebatir esas exageradas opiniones contrarias? Una solución consiste en
recurrir a una distinción, formulada por Serge Mallet, entre el obrero en dos
estados de vida: trabajando, como productor, y descansando,
como consumidor. En el último es verdad que goza de una nueva libertad,
pero en el primer estado sigue siendo dominado por la clase patronal. Queda
claro así, que los capitalistas siguen resultando provocadores, por su libertad
sin límites y sus monopolios.
Conclusión.
Aunque no
constituya un apartado separado en el libro, podemos preguntarnos: ¿cuál es la
conclusión de Bottomore sobre el marxismo? Brevemente, nos contestaría así: el
marxismo es válido; tiene deficiencias más que defectos: «Ni Marx, ni sus
seguidores examinaron suficientemente las fuerzas y las flaquezas de las clases
sociales en la sociedad capitalista»... El internacionalismo de la clase obrera
no se ha conseguido, por dificultades de lenguaje. En resumen, ha habido
progreso, aunque mucho más lento del esperado por Marx, pero esto no constituye
una falta grave: «el final todavía podrá ser la sociedad ideal de Marx, una
sociedad 'sin clases'».
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
Este libro no es un
tratado filosófico, sino más bien un ensayo sobre un aspecto particular de la
sociología. No sería adecuado, pues, analizar esta obra como si fuese
estrictamente científica, sino como una introducción al tema de las clases en
la sociedad: así, de hecho, se recomienda como lectura para los estudiantes de
economía, filosofía, etc., en algunas universidades de Inglaterra.
El título y la
introducción del libro podrían llevar al estudiante-lector a considerarse, una
vez leído, un entendido sobre la estructura de clases en la sociedad. En la
práctica, en cambio, después de digerir el contenido, se habría familiarizado
únicamente con la teoría marxista sobre las clases, y —en el caso de haberlo
estudiado a fondo, aceptando las afirmaciones y postulados del autor— se habría
convertido quizá en un marxista bien armado para resistir a un buen número de
las críticas apuntadas al marxismo por muchos sociólogos contemporáneos.
La valoración
metodológica de este ensayo, por consiguiente, puede seguir dos caminos:
primero, ¿hasta qué punto cumple el fin propuesto, es decir, hacer un análisis
objetivo e histórico de la sociedad y de su estructura?; y segundo, ¿hasta qué
punto puede decirse que este libro consigue defender la teoría marxista?
En cuanto al primer
punto, Bottomore se limita a presentar el parecer tendencioso de Marx sobre las
clases y su formación como consecuencia de la actividad del hombre, como
la única posible. La clase viene definida en cuanto dependiente de
manera exclusiva de la economía: «la base económica de las clases sociales es
obvia» (p. 17), intentando presentar este concepto como conclusión de unas
premisas que en ningún momento demuestra: «En primer lugar, un sistema de
rangos no forma parte de ningún orden natural e invariable de las cosas, sino
que es una invención producto humano, sujeto a cambios históricos» (p. 15,
citando a Rousseau).
El autor afirma que
la felicidad en esta tierra se consigue al llegar a un estado de justicia que,
a su vez, consiste en igualdad económica; y puesto que clase es
un término inventado para denotar desigualdad económica, llega a la
conclusión de que la sociedad llegará a ser sin clases. Este argumento
pide la justificación histórica y científica de tal noción de clase: el
autor se limita a presentar lo que llama «las características generales de
estratificación social que no se discuten», y que en realidad son una simple
exposición de las tesis marxistas. Aunque se explican otras teorías, todas
—según Bottomore— padecen del mismo defecto: son parciales, no objetivas. No
hay, sin embargo, un análisis histórico, sino argumentos de autoridad, en los
que se da a Marx, indiscutiblemente, el primer puesto.
En lo que se
refiere al segundo aspecto —¿hasta qué punto este libro es eficaz como
propaganda del marxismo?—, habría que contestar afirmativamente. El libro
presenta críticas severas al marxismo, que pueden llevar al lector a concluir
que el autor es imparcial, y que ha tratado ampliamente el tema; e incluso
puede impresionar cuando «refuta» esas críticas con aplomo. Es evidente que saca
provecho de que los lectores del libro serán en buena parte estudiantes sin
formación filosófica. De todas formas, no les resultará difícil discernir la petitio
principii fundamental de este enfoque, que define clase según un
entramado particular (el de Marx), cuando había anunciado su propósito de hacer
un análisis histórico para descubrirlo. En su libro, Bottomore —siguiendo
fielmente a Marx— parte de una idea preconcebida, para mirar después a los
hechos históricos, tratando de acomodar la realidad a la teoría previa.
Las críticas al
marxismo mencionadas por Bottomore son de tres tipos: teóricas, prácticas e
históricas. Las teóricas conciernen a diferentes doctrinas sobre la formación
de las clases, y aparecen principalmente en el capítulo segundo: la dificultad
práctica es que el sistema marxista ha fallado, según algunos, en el
experimento ruso; la crítica histórica se refiere a la acusación que algunos
han hecho de que las predicciones de Marx no se han cumplido, ni se cumplirán
en el futuro.
En cuanto a las
primeras —diversas teorías presentadas por algunos sociólogos modernos—, el
autor no tiene dificultad para «refutarlas», puesto que sufren del mismo
defecto que la de Marx, es decir, presentan solamente una visión parcial de la
sociedad y del hombre. La teoría marxista emerge así como el «mal menor».
Rechazar la crítica
sobre la práctica presenta mayores dificultades. El autor responde
sencillamente que todavía no ha sido probado. Es el argumento del marxista puro
y ortodoxo de estirpe británica que prescinde del experimento ruso, y que, para
desviar la atención, insiste continuamente en los abusos de la sociedad
capitalista, señalando que todavía puede probarse allí.
La tercera crítica
es la misma de antes, pero con nuevo énfasis. Bottomore reafirma que la idea de
Marx no ha sido puesta por obra, mientras siguen en pie los postulados o
condiciones de lucha entre las clases de la sociedad. Las clases están más
divididas que nunca, advierte con satisfacción, en los países occidentales.
Esto le lleva a la conclusión final de que la sociedad ideal 'sin clases', se
conseguirá por conflicto entre ellas, no por evolución, sino por revolución.
A este aspecto de
la teoría marxista, podría oponerse la teoría sociológica de la escalera, basada
en la distinción entre los individuos, que son libres, y las clases o estratos
de la sociedad, que son como los peldaños sobre los cuales las personas suben y
bajan. Esta vez, los argumentos resultan especialmente débiles, por no basarse
tanto en la realidad de los hechos como en los aprioris de Marx. La
conclusión es: ya que las soluciones de Marx no han sido puestas por obra, las
circunstancias originarias tienen que permanecer, las clases siguen
divididas, los obreros tienen que sentirse oprimidos, al menos en sus condiciones
de trabajo, etc. La predicción de que el final del conflicto vendrá, se
presenta así como un postulado indemostrable.
También resultan
muy débiles las críticas del autor a los comentarios citados sobre las
actitudes de los obreros, su aburguesamiento, etc., que sólo puede arrinconar
tachándolos de «interpretación que va más allá de los hechos».
VALORACIÓN CONCLUSIVA
No se trata de
hacer aquí una crítica general del marxismo, aunque sea la única manera de
contrarrestar todas las ideas erróneas que contiene, sino de señalar algunas
observaciones particulares (para una crítica más amplia, cfr. Introducción
general).
Ya hemos señalado
el error capital del libro: partir de un equivocado concepto abstracto de
clase, tomarlo como norma, ignorando todas las demás posibilidades, buscar su
justificación en la historia, y pretender hacer pasar tal estudio por un
trabajo histórico, serio y objetivo.
Ciertamente, puede
hablarse de estructura de clases como invención humana, pero no en el sentido
marxista: porque la consecuencia es que la lucha de clases es presentada
también como producto de todos los hombres. En realidad habría que decir
que esta lucha es resultado del pensamiento y actividad de hombres singulares,
como Marx, que han hecho y continúan haciendo todo lo posible por fomentarla.
La división de la sociedad en distintos estratos, lógica teniendo en cuenta la
variedad de cultura, profesión, medio social, etc., de los hombres, es
presentada así como algo intrínsecamente negativo, cuya eliminación «justifica»
cualquier tipo de medios.
Bottomore, a la vez
que hace propaganda del marxismo a través del estudio de la sociedad, se dice
adversario de la violencia y de la opresión del régimen soviético. Sin embargo,
el autor, como muchos otros marxistas, no ha caído en la cuenta de que la
adhesión a un concepto de clase que prescinde de la libertad del hombre, lleva
inevitablemente a la pérdida de la libertad dentro de la sociedad. Esto se
comprueba en el experimento soviético; pero Bottomore, aun rechazándolo, no
llega a la conclusión de que la libertad se había perdido antes: cuando se
reducen los hombres, las clases y la sociedad al simple resultado de las leyes
de la economía.
P.H.
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[1] En el Prefacio, con fecha de marzo de 1965, el autor se limita a aclarar que esta obra difiere en varios puntos de un ensayo del mismo título, publicado en 1955.