TERRIN,
Aldo Natale: New Age. La religiositˆ del postmoderno,
Dehoniane, Bologna 1992, 260 pp.
1. El autor es un especialista de filosof’a y de historia de la religi—n en
la Universidad Cat—lica de Mil‡n y en la de Urbino. En esta obra describe e
interpreta el polifacŽtico movimiento conocido como la ÇNew AgeÈ, ÇNueva EraÈ
(NAg).
2.
Su tesis es que la NAg es la religiosidad que corresponde a la cultura (y la cosmovisi—n,
el clima, la sensibilidad) que ha sido dada en llamar "postmoderna" porque
es la reacci—n a la cultura (y la cosmovisi—n, etc.) "moderna". La
validez de esta tesis depende de dos elementos: a) de que la descripci—n de la
modernidad sea correcta, y b) de que s—lo haya un tipo de reacci—n a la
modernidad.
La
modernidad es identificada con el humanismo-antropocentrismo de car‡cter racionalista, demostrativo, idealista, cient’fico,
dogm‡tico, te—rico, objetivista, progresista, futurista, materialista,
dualista, analista y fragmentario. Por el contrario,
la postmodernidad posee un car‡cter empirista, intuicionista, sensista,
experiencial, relativista, pragm‡tico, subjetivista, regresista, primitivista,
espiritualista, monista, sintetizador y unificador. Si modernidad si identifica
con racionalidad, entonces postmodernidad equivale a irracionalidad (esto es,
en el sentido de admitir los l’mites de la raz—n y de defender los derechos de
la intuici—n).
En
el ‡mbito de las culturas, la mentalidad analizadora ser’a propia del Occidente,
mientras que la mentalidad sintetizadora ser’a caracter’stica del Oriente. En campo
religioso, la primera corresponder’a a una religiosidad de tipo celeste,
masculino-paterno-dominadora y Žtnico-pol’tica, mientras que la segunda
corresponder’a a una religiosidad de tipo telœrico, femenino-materno-compasiva
y mistŽrica. En realidad, como indica el mismo autor, la reacci—n al
racionalismo ya tuvo lugar con el empirismo-romanticismo. Por esto califica
acertadamente la NAg como un neo-romanticismo. En oposici—n a otros estudiosos,
Terrin subraya el influjo oriental (en particular el hinduista t‡ntrico) y
minusvalora el influjo occidental (el cristianismo deformado de los grupos
gn—sticos y esotŽricos). TambiŽn focaliza la caracterizaci—n femenina-telœrica,
y deja en penumbra la componente masculina-celeste.
3.
Este ensayo deja en el lector la sensaci—n de que la cultura NAg es la œnica
respuesta a la modernidad, al igual que da a entender que la œnica modernidad
que ha existido fue la racionalista y la empirista. No tiene en cuenta las
corrientes de pensamiento que han conservado en el pasado -y pueden mantener en
el futuro- el equilibrio entre los dos extremos da–inos antes mencionados, como
son la ciencia y la filosof’a aristotŽlico-tomistas (revalorizadas por la
llamada ciencia postmoderna), as’ como las religiones que veneran un Dios
trascendente: celestes y telœricas (el cristianismo, entre ellas). Terrin non
se detiene a indicar que las religiones centradas en la relaci—n madre-hijo
ense–an la inmanencia sin olvidar la trascendencia: el hijo, en efecto, es una
persona distinta de la madre y no un —rgano suyo (cfr. p. 87).
El
autor no pone en evidencia que la nueva sensibilidad de la NAg no es tan nueva
ni tan original como para salirse del marco de la modernidad; de manera que
merecer’a denominarse m‡s bien "la religiosidad de la
tardo-modernidad", o bien "la otra religiosidad de la
postmodernidad". Con estas palabras la modernidad queda caracterizada como
la cultura y la religi—n antropocŽntricas (el hombre es Dios) e inmanentistas
(Dios est‡ en el hombre). Una actitud que permite dos modos: la "dura, fuerte
y pesada" (el hombre se ha erigido en Dios, el hombre ha subido al trono
de Dios, s—lo el hombre es Dios) y la "blanda, dŽbil y ligera" (Dios
ha asimilado al hombre, ha bajado a la sede del hombre, todo es Dios:
pante’smo). En el primer caso se est‡ ante una trascendencia interna a la
inmanencia de fondo; en el segundo caso, se est‡ frente a una inmanencia
interna a la inmanencia b‡sica.
A
pesar de los l’mites arriba se–alados, el autor logra una magn’fica descripci—n
de esta escurridiza actitud cultural y religiosa. Su mŽtodo es declaradamente
simpatŽtico (cfr. pp. 38-43, 50, 111). Sin embargo, lleva esta simpat’a metodol—gica
m‡s all‡ de lo debido: de la NAg exalta con calor los puntos positivos y
disculpa con facilidad los elementos negativos (cfr. pp. 40-41, 111, 139); no
pretende juzgar (cfr. pp. 110, 139), aunque espor‡dicamente no deja de se–alar
l’mites y ambigŸedades (cfr. pp. 18, 41, 76 in fine,
93 in fine, 102, 110). El lector se queda con la impresi—n de que
Terrin usa dos pesos y dos medidas: una benŽvola, para con la NAg, y otra exigente,
en relaci—n con el cristianismo. Quiz‡ lo haga para compensar el desinterŽs o incluso
desprecio que hasta ahora rodeaba a la NAg; o tal vez utilice un tono provocador
para estimular la respuesta de los cristianos (p. 78).
Hubiera
sido de desear, al menos, un tono menos amargo al se–alar los defectos de la
pastoral eclesi‡stica. Tampoco pone de relieve que la NAg puede acertar en la pars
destruens, pero que la pars construens es
muy deficiente. Es un movimiento que redescubre la unidad perdida, pero que se
revela imperfecto porque no introduce la doctrina de la participaci—n: as’ que
acaba en el monismo.
J.V.
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