HARE, R.M.: The Language of Morals, Clarendon Press, Oxford 1952
1. Segœn el autor, entre las distintas modalidades que puede asumir el lenguaje en virtud de su funci—n, la que se considera propia del lenguaje Žtico es la prescriptiva o, m‡s espec’ficamente, la emisi—n de los juicios de valor. De acuerdo con este postulado, cualquier imperativo Žtico significa que, o bien el mandato se lleva a cabo, o se amenaza con un mal para la persona a la que el mandato ha sido dirigido (cfr. p. 7). S—lo en raz—n de la constancia con que se aplican, es como tales expresiones de valor adquieren cierta fuerza prescriptiva.
Este criterio de facticidad, sin embargo, no se mantiene en el intento de aplicarlo al tŽrmino bueno: "Bueno no es una propiedad simple ni compleja" (cfr. pp. 91 y 94). Por ser una palabra eminentemente funcional, bueno tiene, aparte de un significado terminal, otro instrumental. Pero, tanto en un sentido como en otro, no hay una propiedad que se reconozca comœn a todos los miembros de la clase (cfr. p. 103).
De ah’ que la œnica constante que podemos se–alar en el uso de la palabra bueno es su car‡cter prescriptivo Ñel significado evaluativoÑ, ya que su contenido Ñel significado descriptivoÑ var’a en cada caso. El sentido descriptivo de un tŽrmino funcional (como bueno) siempre es secundario a su sentido evaluativo. Prueba de ello es que los reformadores morales, en su af‡n de cambiar las normas de vida predominantes, se sirven de la fuerza evaluativa de la palabra para alterar su contenido descriptivo.
La referencia a una norma moral objetiva o "standard Žtico" no puede, por estos motivos, considerarse seriamente (cfr. p. 150). A lo sumo, estos principios tan s—lo dibujan los l’mites por los cuales guiar nuestras decisiones y elecciones (cfr. p. 165). La autŽntica naturaleza de la Žtica es la de ser una rama especial de la l—gica: debe su existencia a la funci—n de los juicios morales de guiarnos en nuestra respuesta a ÀquŽ debo hacer? (cfr. p. 172).
En su exposici—n de las reglas de validez del silogismo Žtico, el autor parafrasea el principio general de Hume: 1) Ninguna conclusi—n indicativa puede derivarse v‡lidamente de un conjunto de premisas, las cuales a su vez no pueden derivarse unas de otras s—lo en sentido indicativo; 2) Ninguna conclusi—n imperativa puede derivarse v‡lidamente de un conjunto de premisas que no contenga al menos un imperativo (cfr. p. 28). Asegura el autor, a continuaci—n, la genuina inspiraci—n aristotŽlica de estas reglas (cfr. p. 29).
2. Desde el primer momento, Hare opta por una tendencia verificacionista del significado: una frase no tiene sentido a menos que haya algo que la compruebe o confirme, en el caso de que sea verdadera. Dicho esto, s—lo la realizaci—n de un acto puede justificar la expresi—n verbal del mismo, "a posteriori". Trasladado al plano Žtico, tal principio vac’a de contenido toda norma moral, m‡xime si es incumplida por la generalidad de los "sujetos l—gicos".
Por otra parte, el autor manifiesta un consecuencialismo estricto al explicar la construcci—n del silogismo moral. La premisa mayor enuncia el principio de conducta, mientras que la premisa menor expresa lo que podemos estar haciendo "de hecho", segœn nos inclinamos por una u otra alternativa. La premisa menor contiene los "posibles efectos de la situaci—n total de las acciones alternativas (...). Son los efectos los que determinan lo que debo hacer; es entre dos conjuntos de efectos que yo me decido. La importancia de la decisi—n gravita en que determina lo que va a suceder; es la diferencia entre los efectos causados lo que hace decidirse por un camino y no por otro" (pp. 56-57). Las decisiones y los principios est‡n en perpetua interacci—n, aunque, en œltimo tŽrmino, son los hechos los que prevalecen (cfr. pp. 68 y 69).
3. Aparte de su "l—gica" dificultad de aplicaci—n en el momento de actuar, tal planteamiento, bajo apariencia de objetividad Ñel estudio y valoraci—n del caso concretoÑ, acaba siendo reductivo para la moral, pues delimita el principio directivo (objeto, fin y circunstancias) por los efectos conseguidos; reduce la especulaci—n te—rica (ciencia) a especulaci—n pr‡ctica (tŽcnica); y explica la doctrina moral (forma) por el caso concreto (materia).
A.S.
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