EAGLETON,
Terry: Literary Theory. An Introduction, Basil Blackwell, Oxford 1983,
244 pp.
1. La obra es el resumen de ciertos tipos de teoría literaria que han
captado la atención académica en los últimos 25 años, aproximadamente. El
autor, que enseña Inglés en Oxford, analiza el concepto de literatura que
subyace a estas teorías, mostrando cómo emergen, y sugiriendo que no existen
cosas objetivas como literatura, gran literatura o teoría literaria, sino disciplinas que han
surgido con objeto de glorificar las virtudes y actitudes que la sociedad
encontró fundamentales para su propia supervivencia.
2.
El capítulo primero, la Ascensión del Inglés,
trata del crecimiento de las teorías de literatura y arte en Inglaterra. El
autor relaciona éstas con la necesidad de cohesión social y el interés
conservador, para el cual la cultura y la literatura podía proporcionar una buena
y refinada influencia en las clases bajas. Se vio que el estudio de la
literatura inglesa podría ser un sucedáneo del Latín y del Griego y que el
mismo influjo que tuvieron éstos en la clases dirigentes del pasado, podría
tenerlo la literatura nacional en las generaciones actuales. Los Leavises
estaban en la vanguardia de esta revolución de las clases medias-bajas, la cual
tomó cuerpo en el periódico Scrutiny,
que ellos fundaron. Todo ello se sumó dando lugar a la disciplina académica Lengua
Inglesa, en nombre de la moralidad de la clase media. Fue parte
de una cruzada moral, puesta en marcha para salvar a la gente de fuerzas
destructivas y teniendo como referencia la sociedad orgánica de la Inglaterra
del pasado. T.S. Eliot fue más allá, conduciendo a las masas hacia un culto
medieval de la autoridad y de los valores absolutos. Habló de la Tradición
(cultural) como guardiana de dichos valores, los cuales, además, se habían
hipostasiado en la Iglesia. I.A. Richards y el Nuevo Criticismo volvieron a una investigación de la poesía más formalista, tendiendo a
concentrarse en una perspectiva científica de la lectura del texto, bastante
independiente de lo que fuera la intención del autor a la hora de escribirlo.
Esta también era una aproximación bastante respetuosa y conservadora a los
textos. Fue la actitud defensiva de una intelligentsia que reinventó en la literatura el mundo que no encontraba en la realidad:
la poesía era su nueva religión (p. 47).
La
Fenomenología (capítulo 2) fue la respuesta a las
ruinas de Europa tras la Gran Guerra, al pesimismo creado con la desaparición
de las ideologías y del ideal cientifista. Husserl quería volver a las cosas
mismas, a las identidades de las esencias universales. También
esto suponía un retorno a una especie de mundo orgánico y concreto, como el de
los Leavises. De nuevo, se fusionaron la mente y el mundo, y se superó la
fragmentación. La crítica literaria, en tanto influida por la fenomenología se
consideró como una actividad pasiva, una Recepción.
Las esferas atemporales de las esencias recibidas están esperando al observador
objetivo para que las someta a la reducción fenomenológica y las libere tanto
de las actitudes cientifistas como de las ingenuas certezas cotidianas.
Heidegger rechazó este atemporal y -en su opinión- idealista aspecto de
Husserl. La verdad es temporal, histórica, y no sólo está arraigada en el
lenguaje, sino que habita en él. Pero Heidegger se retiró a unas esferas de la
conciencia privilegiadas, esotéricas y heroicas. No es de asombrar que se
dejara cortejar por el Nazismo. La teoría de la Recepción, en la versión de Gadamer, es una continuación de la de Heidegger, pero
aquí encontramos un papel más activo en la recepción, en la que entran en
diálogo el pasado y el presente, en el seno de la Tradición, por medio de las
grandes obras y textos. Esto deja la crítica literaria a merced de fuerzas que
seguramente se ocultan en el seno de las grandes obras, las cuales no son tan
benignas o igualitarias como parecen (p. 73). La teoría de la Recepción es interesante en la medida en que descubre la cantidad de trabajo que
hemos de realizar si queremos entender de verdad un texto: no basta con abrir y
mirar. Hay todo un substrato de cultura y de creencias que se ha de tener en
cuenta. Esto parece que deja a uno libre para interpretar como pueda o quiera
cualquier texto, pero las doctrinas del yo unificado y del texto cerrado subyacen subrepticiamente
a esta aparente finalidad de apertura. Ingarden e Iser, por ejemplo -si hemos
de hacer caso a Eagleton-, han definido unos parámetros de trabajo que son
ciertamente autoritarios. Iser llega a decir que un lector con compromisos
ideológicos fuertes está inhabilitado para una apertura al poder transformador de las obras literarias. Si se comparan estas
teorías con la propuesta de Barthe, de conveniencia de adoptar una perspectiva
lúdica -casi hedonista-, se llega a la conclusión de que las
teorías de la Recepción son demasiado liebres y
permiten un rango de reacciones ante el texto casi infinito. En la confusión de
la cacería del significado, la obra desaparece, y nos quedamos ante las miles
de versiones diferentes a que ha dado lugar. Todo esto subraya la problemática
naturaleza de la literatura y de la discusión y crítica literaria. Ya no está
claro si la obra literaria existe en sí misma, en el lenguaje, en su contexto,
o en la mente de los críticos, o en los elencos de las instituciones académicas
que la han calificado como literatura.
Ha habido tantas teorías literarias que han intentado definir la obra de arte y
han fallado, que ninguna de ellas nos parece fiable.
Una
de estas teorías que ha fracasado en la empresa es el Estructuralismo (capítulo 3). Nació con la intención de barrer los escombros dejados por
las demás teorías. Intenta preservar la visión formalista del Nuevo
Criticismo y toma distancia de toda perspectiva individual,
tratando de identificar la obra literaria en un escenario de leyes
lingüísticas y literarias que pueden ser previamente establecidas.
Esto podría permitir a la gente escapar de los prejuicios históricos y de los
marcos de referencia religiosos. Northrop Frye le dio forma en un presunto
equilibrio literario entre los mitos del compromiso
conservador y los mitos de la libertad
liberal. Llegó así a una forma de literatura democrático liberal (que no tiene
en cuenta ninguna teoría revolucionaria,
como era de esperar). El estructuralismo propiamente dicho va más allá,
señalando que cada imagen y símbolo en una obra sólo tiene significado en su
relación con todas las demás. Concentrándose en la forma de la narración, hace
abstracción del contenido. No hace falta volver al referente de la imagen:
basta con observar el papel que ésta desempeña en el conjunto, en la estructura
de la narración. Fernand Saussure y Claude Lévi-Strauss son las figuras centrales
de este estructuralismo. Los estudios semióticos de
los signos (Pierce), aplican el estructuralismo clásico a los distintos tipos
de signos y estudian cómo aplicarlos en un texto. La Narratología trata de las estructuras narrativas. Lévi-Strauss descubrió que sólo hay
unas pocas historias básicas, con las cuales se construyen todas las demás.
Todo esto es una desmitificación de la literatura. La literatura hoy es una
simple compilación de bloques constructivos elementales. No hay misterio, ni
tradición, ni canon de excelencia o validez. El Estructuralismo portaba en su interior la semilla de una revolución igualitaria, pero la
hizo germinar hasta el punto de causar la muerte de la literatura. Y ello
porque no admitió trabajar con el desarrollo histórico (diacronía): todo es
atemporal (sincrónico). Pero de esta forma, algunos problemas, como el cambio
lingüístico, se vuelven indescifrables. El hombre aparece como un simple habitante
de esa estructura preexistente que es el lenguaje. Lo que el escritor individual
tiene intención de expresar es irrelevante. Visto en esta perspectiva, el Estructuralismo trata de una forma absolutista al lenguaje. Esta es la causa de que el
interés se desplazara desde el lenguaje
hacia el discurso. El discurso ve al texto
como un factor más en un mercado libre, cuyo valor dependerá de la existencia
de una demanda, es decir, de ser aceptado. Benveniste y Riffaterre reclamaron,
en este sentido, una recepción y una lectura concreta, significativa del texto.
Quedaba claro que el lenguaje no es algo grabado en tablillas de piedra desde
la eternidad, sino que su desarrollo depende de algunos tipos de contactos
interpersonales y sociales, y que -parafraseando a Austin- "lo que se
puede y no se puede hacer con el lenguaje" es siempre una cuestión
abierta. Los contenidos tienen un cometido que realizar en la escritura y en la
lectura de libros. El estructuralismo ha errado, por tanto, al tratar de someter
el lenguaje a un esquema preconcebido. No existe un lector ideal o competente, desprovisto de clase,
raza u otras fuentes de subjetividad y que pueda aplicar objetivamente unas
reglas neutras del lenguaje.
El
Post-estructuralismo (capítulo 4), lleva el Estructuralismo a sus últimas consecuencias. No sólo no tenemos nunca la referencia o el
objeto real de las palabras, como pretendía el Estructuralismo, sino que, puesto que lo único existente es un sistema o estructura, no
podemos alcanzar los significados. Una palabra significa otra palabra, y así
hasta el infinito. El lenguaje es mucho menos estable de lo que se pensaba. No
hay significado trascendental. Derrida califica de metafísica cualquier propuesta que se intente fundar sobre un significado definitivo
(tentativa que ha sido una inevitable preocupación durante siglos). Todo
principio fijo debe ser deconstruído,
toda oposición superada. Es preciso mostrar el juego de poder que subyace a
todo principio, y el polo triunfante que colaboró a su construcción. Esto se ha
aplicado, por ejemplo, al análisis de lo masculino como principio guía de
significado. Hay siempre una différence
(desfase) de significado en cualquier texto, un surplus que en todo escrito va más allá del significado expresado, y que puede
conducir a una serie de contradicciones que acechan bajo la superficie del
texto. Barthes, por ejemplo, excluye la posibilidad de un signo natural que
implique algo ahí fuera. Banderas, palabras, son
signos que intentan hacer de sus referentes parte del orden de las cosas. Los
signos representativos son contaminantes. Pero nosotros hemos sabido escapar
desde la obra literaria hasta el texto. Ahora ya no hay una obra de arte evidente y cerrada, llena de
significados y simbolismos. Participamos en un juego infinito de
significados que no pueden ser fijados en torno a un único centro. De
acuerdo con Barthes, no hay estructura, sino un infinito y permanentemente
abierto proceso de estructuración. Escribir ha llegado a ser un fin en sí
mismo, un espacio de libertad, el último enclave no colonizado donde el
intelectual puede jugar saboreando la "suntuosidad del significador"
(p. 141), con independencia de todo real significado y, a fortiori, de toda real referencia. Esta clase de Post-estructuralismo, según Eagleton, es el producto de la generación del 68, con todas sus euforias
y desencantos. Incapaz de marcar el rumbo al poder político, esa generación se
volvió hacia el lenguaje. Paul de Man indicó que el lenguaje literario se
deconstruye continuamente a sí mismo. El lenguaje está basado en metáforas. Un
juego de signos es sustituido por otro. La entera estructura carece de un
fundamento fijo. La deconstrucción acontece sin necesidad de la crítica
profesional, porque es un proceso que anida en el interior del texto mismo.
Ciertamente, el movimiento de las mujeres capitalizó el post-estructuralismo
para atacar toda oposición binaria simple, toda ideología de grupo dominante, y
ha llevado a cabo su propia deconstrucción de los dominios masculinos de
significado.
El
Psicoanálisis (capítulo 5) es el último de los
estilos de crítica contemplados por Eagleton. Ofrece un buena teorización del principio
del placer, el papel de los sueños en el estudio de las
profundidades del placer, de las neurosis que nos afectan, de la represión y
del aflorar del Ego, y de la cultura. El
feminismo utiliza los análisis de Freud para demostrar que el papel alienante
de la familia y la idea de la superioridad del varón son tan antiguos como la
civilización y fruto, seguramente, de ciertas represiones. Lacan intenta interpretar
a Freud desde los puntos de vista Estructuralista y Post-estructuralista. En el
momento del destete, el niño percibe que las identidades ya no están
aseguradas, y que sólo pueden acontecer como resultado de la différance. La irrupción en escena del padre -en la teoría freudiana del desarrollo,
una persona diferente y amenazante- es el medio para la perdida de esa
identidad. El lenguaje humano lucha para superar la différance; a través de él deseamos los objetos. Pero finalmente, caemos en la cuenta
que utilizar el lenguaje es resignarse con la différance y que nunca estaremos en condiciones de redescubrir la plenitud de lo
imaginario. Estamos condenados al dominio de lo real. Pero sabemos que el
inconsciente está estructurado como un lenguaje, y que la represión del
inconsciente es como el escape de los significados respecto de los
significadores. Al final, el lenguaje se reduce, para Lacan, a un deslizamiento
de la lengua (p. 169). En este sentido, muchas obras literarias modernistas
dejan intencionadamente al descubierto la mecánica de su propia composición. No
intentan referirse a la realidad como lo hacen los signos naturales, y por lo
tanto no se presentan como incuestionables. Althusser añade que nuestra
relación con la sociedad -que nos ofrece papeles que desempeñar y un sentido de
nuestro propio valor- es como un niño que se ve reflejado en un espejo, antes
del desagradable momento en el que la différance,
es decir, la figura del padre, rompe esta unidad. Esto muestra cómo el
freudismo es una herramienta para el análisis social, más allá de su
aplicaciones individuales. En Sons and Lovers,
Eagleton muestra cómo la trama social está entretejida con la sexual. La teoría
freudiana puede ayudarnos a demostrar el sub-texto que toda obra de arte
encubre y revela a la vez. Harold Bloom es otro de estos autores influenciados
por la idea de la fase edípica. Sostiene que, en algún momento de la historia
de la literatura, los poetas han experimentado una influencia de sus
predecesores semejante a la represión de un niño por su padre. Bloom se vuelve
hacia el humanismo romántico en un intento de restaurar el poder del autor, de
la intención y de la imaginación, propio -según él- de un protestantismo de
tipo individualista, y opuesto a la visión católica de
Eliot y de los Leavis. La feminista que ha hecho mayor uso de Freud es Julia
Kristeva, que vuelve a la fase semiótica,
previa a la simbólica. La semiótica representa
el momento de sintonía con la madre, todavía no amenazada por el poder
patriarcal. Procede de una fase pre-edípica, que no reconoce distinción de
sexos. La escritura semiótica es fluida, derriba barreras y contraposiciones.
Es un proceso en el interior de los sistemas convencionales de signos, pero
cuestiona sus límites y, de hecho, los transgrede. Eagleton se pregunta si con
el freudismo es posible explicar por qué nuestra sociedad, a la vez que realiza
abundantes promesas de placer, las frustra continuamente.
El
capítulo final se llama Criticismo Político, y
no es tanto la exposición de una alternativa política a lo anteriormente
expuesto cuanto la conclusión de que la teoría literaria que se ha estado examinando es, de hecho, política. La teoría literaria pura es un mito académico.
Ese mito ha contribuido a mantener y reforzar el presente sistema político mundial
y nacional (p. 196). La literatura no existe. Tampoco la crítica literaria.
Deberían ser substituidas por la lingüística, o la historia, o la sociología, o
una especie de metadisciplina que englobase a todas ellas. Sin embargo, en su
situación actual, la sociedad requiere ser asegurada por las disciplinas
literarias. Los críticos literarios son custodios de un discurso que selecciona
escritos y les confiere grandeza en la medida en la que se someten a las costumbres
establecidas. Al conjunto de éstas se les llama canon literario. Si el criticismo literario quiere ser más científico, como ha comenzado a
ser, debe extenderse a problemas no literarios. Si todo se reduce a una
cuestión de método en los ámbitos del discurso, ¿qué derecho tenemos a
restringir el discurso arbitrariamente a los, así llamados, clásicos? El presente libro es un requiem
por ese tipo de crítica literaria. Mejor sería examinar el entero campo de las
prácticas discursivas, para aplicar la ciencia de la retórica en las sendas por
las que estas prácticas discurren. De hecho, la retórica es el modo más antiguo que existe de crítica literaria. La crítica
literaria del tipo formalista o estructuralista es inadecuada para llegar al detalle de las cuestiones prácticas. El humanismo
liberal, por su parte, es demasiado ingenuo: olvida que la
literatura no puede hacer mejor a las personas al margen del contexto social; y
también es demasiado abstracto pues no tiene en cuenta las distintas explotaciones
que se dan en la sociedad. Puede protestar ante las injusticias, pero, de
hecho, vive detrás de ellas. Qué significa ser mejor persona es algo que debe ser juzgado desde un contexto político total, y toda
crítica literaria olvida que es un elemento más de esa situación, dos de cuyos
elementos son la lucha por el poder y la guerra entre los sexos. Si existe una
crisis de la crítica literaria es precisamente porque esta necesita definirse a
sí misma, a la cultura a la que sirve. La crítica debe recordar que la cultura
tiene siempre una referencia política. En el mundo actual, esta referencia debe
ser vista en la necesidad de desmantelar el sistema sexista de signos, de
luchar contra una cultura de la explotación, de hacer los medios de
comunicación más sensibles con todos los grupos culturales, y de hacer posible
un movimiento de escritores de la clase trabajadora.
3.
Literary Theory intenta ser un resumen de las teorías
literarias contemporáneas para aquellos que no tienen mucho conocimiento sobre
el tema. Su densidad y propósito comprehensivo, sin embargo, pueden hacerlo de
difícil lectura, sobre todo si se carece de un mínimo vocabulario filosófico
contemporáneo. Tiene un buen estilo y argumenta con ingenio sobre los temas más
variopintos. También sabe poner en relación entre sí muchos extremos de este
difícil tema.
Eagleton
se muestra impaciente con la falta de compromiso político de muchos teóricos de
la literatura. Su tesis particular -la literatura, como la historia, es contada
por los vencedores- está presente a lo largo de todo el escrito. Es
intolerante, por un lado con el humanismo liberal, el parlamentarismo y la
democracia capitalista, y por otro, con la Tradición y con los conceptos
objetivos de excelencia, belleza o literatura. Se aproxima a cualquier obra de
arte intentando descubrir qué intereses escondidos defiende: las multinacionales,
la Mafia, un determinado orden social, etc.
Según
Eagleton, la teoría literaria moderna es un campo de minas. Esta percepción,
sin embargo, no parece corresponderse con una crítica suficientemente profunda.
Esto es así, en parte, porque el libro se plantea como un resumen de corrientes
de crítica literaria, pero también por la mixtura, teóricamente limitada, de
marxismo y freudismo. Un reduccionismo mezclado con otro.
Para
realizar una crítica seria a la teoría literaria se necesitaría un enfoque no
racionalista sobre las posibilidades y limites de nuestro conocimiento. El
estructuralismo ha explicado cómo el conocimiento humano no es un ámbito
cerrado, limitado a la técnica, sino que, por su carácter analógico permite
conocer algunas cosas por el camino de la exactitud, y otras, las más
importantes, por vías aproximativas, pero que permiten no caer en el escepticismo
respecto de los valores. Algunos post-estructuralistas han puesto de relieve la
propensión del hombre a reducir todas las cosas a un reflejo de nuestras
propias ideas o de nuestros logros técnicos, cayendo en el racionalismo y el
positivismo. Pero esto sería sólo una prueba -caso de que fuera necesaria- de
lo limitado y provisional de nuestro conocimiento.
4.
Esta obra no trata directamente de temas teológicos. Pero implícitamente rechaza
la posibilidad de llegar a certezas en cuestiones religiosas o filosóficas. Se
muestra muy seguro en sus puntos de vista políticos y tiende a ver la religión
y las verdades religiosas como parte de las estructuras de poder.
P.G.
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