CELINE,
Louis-Ferdinand (ps. de DESTOUCHES, Louis): Voyage au bout de la nuit,
Denoël & Steele, Paris 1932.
(Viaje al fin de
la noche, Edhasa, Barcelona 1983, 507 pp.)
1. Esta primera novela de Céline causó una muy viva
impresión cuando apareció en 1932. Se presentaba una voz verdaderamente nueva,
provocadora, sombría, escandalosa desde algunos puntos de vista, con una
sintaxis oral, utilizando un vocabulario a veces de argot, rasgos que se
acentuarán considerablemente en las obras posteriores. La ejecución de Voyage es dentro de todo clásica en comparación con lo que va a venir, pero aquí
ya se revelan los rasgos originales de Céline: una autobiografía novelada a
distancia, por el cambio de apellido (aunque conserva su segundo nombre), donde
se hace sentir ininterrumpidamente su dolor de vivir en un mundo hostil, feo y
repugnante. El hilo de la narración es flojo: no hay una historia o, mejor
dicho, la hay pero lo menos posible, sólo lo indispensable para captar la
atención del lector, sin que el argumento se alce por encima de esa voz que
cuenta su experiencia, sus sentimientos, sus aspiraciones vanas y sus
repulsiones. De Voyage emana una fuerza de
expresión extraordinaria: gracias a ese lenguaje aparentemente descuidado,
desordenado, improvisado -fruto, de hecho, de un trabajo de escritura minucioso-
esta obra conmueve por su poder y su sutileza al evocar universos tan
diferentes como la Gran Guerra, el África de las colonias, los Estados Unidos
en la época del taylorismo y las miserias de los suburbios de París: una poesía
emocionante atraviesa toda la obra, en la que algunas palabras, algunas frases,
bastan para esbozar un personaje, para pintar un paisaje o un ambiente. La
introducción y la reseña de H. Godard, de La Pléiade, son muy interesantes;
están muy desarrolladas y son clarificadoras.
2. Ferdinand Bardamu evoca los años de su vida entre 1914
y 1930: primero la guerra en el frente, después la vida en la retaguardia, a
continuación un tiempo en las colonias africanas y en Estados Unidos, el
retorno a Francia, y su instalación como médico en las afueras de París, con
intermedios en París y en Toulouse antes de trabajar en una clínica
psiquiátrica. Entre los muchos personajes que se cruzan con él, Robinson es el
que interviene más, hasta su muerte al final de la novela. Algunas mujeres
también jalonan su itinerario: Lola, durante la guerra, no en el frente; Molly,
en los Estados Unidos; por último Madelon, aunque indirectamente, pues ella se
enamora de Robinson. Ferdinand es un hombre atormentado por el miedo, la
indecisión, la repugnancia ante la mezquindad humana y la dureza de la vida de
los pobres, de los que es uno a pesar de ser médico. Pero su mayor temor es el
de la muerte: morir, matar, muertes que la guerra le ha revelado y de las que
la guerra ofrece la ocasión más exagerada. Por otra parte, huye del compromiso,
al mismo tiempo que sirve a los demás, hasta donde puede, como médico. Es una
ruina en medio de las ruinas, de las que las afueras de París son el reflejo
por su urbanismo miserable. Se mete en situaciones inextricables a pesar de sí
mismo: la mala suerte lo persigue, como acosa a todos los pobres. Si los ricos
no van mejor, al menos tienen la apariencia de la felicidad. Algunos personajes
escapan un poco a esta universal oscuridad: Molly, la prostituta de gran
corazón, que se sacrifica por un hijo que no es suyo, y que busca de verdad el
amor de Ferdinand; pero él renuncia a ese amor para seguir su viaje al fondo de
la noche: "Yo hasta tenía vergüenza -confiesa Ferdinand al final de su
estancia americana- de cuánto hacía ella para retenerme. Yo la quería,
seguramente, pero amaba más mi vicio, ese deseo de huir de todos los lados, en
busca de no sé qué, sin duda por orgullo necio, por estar convencido de una
especie de superioridad" (p. 229). Sin embargo da prueba de altruismo, de
fidelidad: al intentar salvar la vida del joven Bébert, el hijo de su portera,
enfermo de tuberculosis; al atender a Robinson y ayudarle a rehacer su vida; al
ocuparse de todos sus pacientes, aún poniendo a riesgo su reputación y su
carrera. En efecto, parece estar enfermo de no saber amar y de no encontrar el
amor alrededor suyo: "La gente tiene piedad por los inválidos, por los ciegos,
y se puede decir que tiene reservas de amor. Yo lo había visto muchas veces,
las reservas de amor. Pero lo malo es que la gente llega a ser tan cochina, aún
teniendo tanto amor reservado. El amor no sale, eso es. Se queda dentro, no les
sirve para nada. Se mueren por dentro de amor" (p. 395).
3. Cuando salió el libro, Bernanos dijo que Céline había
sido hecho por Dios para escandalizar. La depravación del personaje con las
prostitutas, el pánico de la muerte, una idea casi exclusivamente negativa de
la humanidad que se ocupa –le parece- de sus funciones biológicas y de sus
mezquindades, las muertes premeditadas por intereses sórdidos: todo eso no
ofrece un panorama muy exaltador. Sin embargo, si Céline ha tenido un gran eco
-en medio de las críticas- es porque alguna razón tiene en sus rebeldías: la miseria
de la humanidad lo obsesiona hasta el punto de que él pinta con ella los
aspectos positivos o luminosos; pero es verdad que esa miseria social y moral
existe, y en abundancia. Hacía falta un poeta de esa cara escondida del mundo,
que utilizara un registro apropiado para evocarla sin maquillarla. Para obtener
su fin, Céline nos trastorna por la violencia continua de la palabra y el
carácter
escandaloso de algunas de sus declaraciones o de las situaciones que evoca,
solamente atemperadas por un toque de humor y hasta de comicidad.
Habría que distinguir también entre el temperamento del
autor y las resonancias ideológicas de su novela. Céline es evidentemente un
ansioso, un inadaptado, un hombre de la ciudad, incapaz de encontrar la paz en
la naturaleza, porque le da miedo. Como una enorme máquina de descomposición y
de generación, la naturaleza toma dimensiones alucinantes en las colonias: de
la misma manera que la guerra es el arquetipo del deseo enloquecido de dar la
muerte, con el corolario paradójico del pánico que uno tiene de recibirla; así
la selva tropical es el arquetipo de la naturaleza, cuyo dinamismo vital es
destructor al mismo tiempo que generador. Por otra parte, se ha dicho de Céline
que era anarquista, revolucionario, conservador, antisemita, etc. Nada está
claro en esta primera novela: se han formulado juicios contradictorios acerca
de ella.
Hay que hacer notar la figura del sacerdote que
interviene para ayudar a esconder las consecuencias de una tentativa de muerte,
en la que Robinson ha sido herido gravemente. Aparentemente lo mueve sobre todo
el interés pecuniario, igual que al mismo Ferdinand, que el sacerdote va a
buscar para apoyar con su autoridad las decisiones a tomar con respecto a
Robinson.
P.S.
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